Capítulo 13
Los siguientes días habían pasado para Mérida entre entrenamientos, papeleo y deberes de reina en los que Astrid le ayudaba de vez en vez puesto que ella tenía sus respectivas tareas que atender en su condado. Cada oficial tenia ciertos territorios de la isla de los cuales encargarse, y al terminar el día se reportaban con Hiccup en la cena o en este caso con ella y Eret, la mano derecha de Hiccup puesto que el rey aún seguía en su viaje, y listaban las necesidades y el mantenimiento que necesitaban las personas o las tierras, también del cuidado de los dragones de esa región. Y así planeaban y organizaban soluciones y lo que se haría el resto de la semana.
Mérida ya se estaba acostumbrado a esa labor y le agradaba sentirse ocupada, así no tenía tanto tiempo para pensar en la ausencia de cierta persona.
Pero en las noches cuando se encontraba en la soledad de su habitación, la nostalgia por su familia y pueblo la invadían. Desde que habia llegado a Berk no se habia permitido el extrañar a su reino, además de que cierto rey dragón no se lo dejaba tan fácil. Pero ahora que él no estaba y su cabeza no estaba llena de pensamientos sobre él, entonces Mérida recordaba sus tierras, a su padre y a sus hermanos. Preguntándose si se encontrarían bien. Si su padre no estaría haciendo alguna de sus tan conocidas e impulsivas acciones y si Hamish lo estaría controlando. Se preguntaba si Harris seguiría con sus peculiares investigaciones y si Hubert... Mérida suspiró. Sólo esperaba que Hubertno hubiera tenido otra de sus recaídas. Dioses, los extrañaba tanto. Aunque apenas el día anterior les habia mandado una carta hablándoles sobre Berk y como estaba cumpliendo muy bien con su deber, Mérida no podía esperar por la respuesta. Esperando que en Dunbroch todo se encontrara bien también.
Dio otra vuelta alrededor de su cama sin poder dormir. Faltaba dos días para que la semana culminara y Hiccup regresara a Berk, pero desde su partida el clima en el reino se habia vuelto tormentoso. Los primeros días oscuras nubes cubrían el sol y los cielos. Los dragones ya no volaban con tanta frecuencia presintiendo la tormenta que se acercaba y Mérida se encontró de pronto muy rígida y nerviosa en sus entrenamientos con Gustav y Heather.
Desde niña no le gustaban las tormentas. Cuando habia una en Dunbroch su madre se sentaba frente a la chimenea a bordar mientras ella jugaba con su arco para distraerse, y la tormenta seguía su paso por fuera. Odiaba escuchar los estruendos del cielo. Cuando oía uno entonces se escondía bajo las faldas de su madre y ésta la tranquilizaba con la tradicional canción de cuna que Dunbroch tenía y que a Mérida le gustaba tanto. Entonces se unía al canto de su madre hasta quedarse dormida y al día siguiente la tormenta desaparecía entre música, calidez y los brazos de su madre. Pero desde que la reina Elinor habia muerto, Mérida tenía que envolverse en sus propias cobijas y tararear para ella misma la canción. Rememorando el recuerdo de su madre mientras se tranquilizaba poco a poco. Este temor era algo de lo que no se sentía tan orgullosa puesto que era la mayor debilidad que tenía su persona, y no quería que su familia la viera nunca en ese estado de ansia y desasosiego. Ella era el pilar de Dunbroch y como tal, no se doblegaba ante nadie. Mucho menos ante una simple lluvia.
Aun así, Mérida no podía el evitar temerles, tal vez porque le recordaban que su madre ya no iba a estar ahí para calmarla y llenarla de paz.
Y ahora en la oscuridad de su habitación, una pequeña vela hacia sombras en la pared mientras las primeras gotas de lluvia se dejaban escuchar contra las ventanas del castillo. Demonios, la lluvia estaba comenzando a caer, tan sólo esperaba que no viniera acompañada de truenos y relámpagos. Con esos pensamientos Mérida intentó dormir difícilmente. Y cuando la cera de la vela se consumió hasta la mitad, fue cuando los estallidos entre las nubes de la tormenta comenzaron a resonar. Se cubrió completamente con las mantas y empezó a tararear silenciosamente tratando de tranquilizar su nerviosismo. Sería la primera tormenta que pasaba en otro lugar, en otro reino que no era el suyo. Ni en la habitación que la habia acompañado en sus noches de tormenta por tanto tiempo. Ahora era diferente, y tendría que aprender a sobrellevarlo sola.
Se dijo que eso haría, que sería valiente y superaría esto. No dejaría que la tormenta se burlara de ella pues era la única debilidad que una feroz guerrera como ella tenía. Pero por el momento, se dejaría vencer.
Ahora tan sólo eran ella y el recuerdo de su madre en esa canción.
o-o-o-o-o
Tal vez no habia sido buena idea el regresarse ese día. Pero quería volver antes de que la tormenta lo alcanzara en el nido. Aun así lo alcanzó justo cuando arribaba a Berk. Ya era entrada la noche y no habia avisado con anticipación de su llegada. Mando a Chimuelo a descansar del largo viaje y sólo un criado fue el único en darse cuenta de la llegada de su rey. Ayudó a Hiccup a cambiarse las ropas mojadas y se despidió por órdenes de él. No quería molestar a nadie con su llegada, era tarde y lo mejor sería descansar, mañana ya hablaría con sus oficiales sobre su viaje.
Sin embargo, Hiccup no se dirigió precisamente a descansar a su habitación. Sus pasos lo llevaron frente a la puerta de la habitación de Mérida. En todo ese tiempo habia tratado de no pensar en ella, pero habia sido en vano. Puesto que desde que habia partido, sus pensamientos eran llenados por el recuerdo de la pelirroja y el acuerdo que habían hecho. La quería ver. Habia extrañado tanto su presencia. Su mirada que siempre lo desafiaba, su cercanía. Rodearla con sus brazos. El sabor de sus labios. Dioses, sí que la habia extrañado.
Pero entonces el pequeño murmullo que escuchó desde adentro de su habitación lo sacó de sus pensamientos alertándolo. ¿Acaso habia alguien más con ella? sin pensar mucho en sus acciones, abrió la puerta cuidadosamente y entró en la habitación. Ésta se encontraba oscura, tan sólo el pequeño fuego de una vela a punto de extinguirse la iluminaba levemente. Mientras la tormenta resonaba por fuera y la lluvia aumentaba sus golpes sobre las ventanas, fue entonces que divisó el bulto hecho un ovillo sobre la cama y de donde un pequeño murmullo salía casi ininteligible. Preocupado de pronto por ese tembloroso capullo, Hiccup se acercó rápidamente. Se inclinó sobre la cama y alejó tan sólo un poco las mantas para descubrir el rostro nervioso de Mérida. Y entonces su corazón se encogió.
-Mérida...
La chica tenía los ojos fuertemente cerrados y una pequeña canción salía de sus labios como un rezo. Sus puños aferrados a las cobijas se volvieron blancos y Hiccup no dudo en ningún momento al levantar la manta, meterse en la cama y recostarse a un lado de ella. La atrajo hacia su pecho, acarició su cabello y de su boca salieron pequeños murmullos reconfortantes, tratando así de calmar su temblor.
El castaño se encontraba sorprendido. Nunca se habia imaginado el encontrar a Mérida en tal estado de... vulnerabilidad. Entonces un estruendoso relámpago resonó en la habitación y la pelirroja se estremeció entre sus brazos. Era la tormenta, comprobó, la tormenta la ponía nerviosa. La apegó más hacia él y continuo susurrándole al oído palabras reconfortantes mientras sentía como Mérida hundía su cabeza en su pecho, temblando en sueños. De su cuerpo nacía un fuerte deseo de querer protegerla, de quitarle esas pulsaciones nerviosas y alejar lo que sea que le estuviera preocupando. Lo que sea a lo que le estuviera temiendo.
Entonces escuchó atentamente lo que Mérida tarareaba en sueños y Hiccup trató de memorizarlo, de recordarlo. Al parecer el que ella intentara cantar una canción en sueños la calmaba de a poco. Así que se concentró en escuchar lo que salía de sus labios en murmullos, y reconoció la melodía de inmediato. Era la misma que Mérida le habia cantando a Mordu en su ataque de pánico, la misma que habia cantando aquella noche en la cascada.
Y comenzó a tararearla.
Intentó que sonara lo más parecido a lo que recordaba de esas veces que la habia escuchado, y entonces sintió rápidamente el cambio en el cuerpo de Mérida. Su temblor iba disminuyendo, sus manos aferradas en puños sobre su camisón se soltaron y sus brazos se relajaron. Entonces lo sorprendió como ahora esos brazos lo envolvían hasta posicionarse en su espalda. Mérida le devolvía el abrazo en el que Hiccup la tenía envuelta. No sabía si habia despertado puesto que su rostro seguía hundido en su pecho, pero le reconfortó saber que al menos el nerviosismo habia pasado. También, se dio cuenta, la lluvia estaba comenzando a aminorar y el cielo no rugía tan fuerte como antes. Ahora los truenos y relámpagos se escuchaban lejanos, la tormenta se estaba moviendo.
Hiccup no supo por cuanto tiempo habia arrullado a Mérida entre sus brazos, susurrándole al oído palabras reconfortantes y tarareando su canción, hasta que se quedó dormido.
o-o-o-o-o
El calor que sintió sobre su cuerpo lo despertó de pronto de su apaciguador sueño. Abrió los ojos desorientado y dirigió su vista hacia su pecho. Mérida aún seguía dormida envolviéndolo a él con sus brazos y con el rostro escondido en su pecho.
Suspiró con una agradable sensación de satisfacción sobre su cuerpo y la apretó contra él, recordando lo que habia pasado la noche anterior. Le preocupaba lo que Mérida estaba enfrentando, y conociendo lo orgullosa que podía llegar a ser sabía que si preguntaba por su miedo a las tormentas lo negaría rotundamente.
Sintió como la pelirroja se removía entre sus brazos y entonces cerró los ojos. Si ella se despertaba sería mejor que lo encontrara dormido, y así ahorrarse la reprimenda que estaba seguro le daría por encontrarlo en su habitación. Pero aunque sintió como la chica se despertaba y se alejaba un poco de él, la reprimenda nunca llegó. En cambio, sintió como Mérida comenzaba a acariciar lentamente una de sus mejillas, y eso lo impulsó a abrir los ojos.
Sorprendida, Mérida alejó su mano y volvió su rostro, pero Hiccup no la dejó separarse de él. Tomó la mano con la que Mérida habia acariciado su mejilla y la besó tiernamente. Aun así, la pelirroja aun sentada al borde de la cama, no se atrevía a volver sus ojos para mirarlo.
-Mérida...- la llamó anhelante.
Hiccup quiso preguntarle por lo de anoche. Quiso reconfortarla. Pero nada salía de sus labios. Se encontraba confundido por las acciones de la chica, pero no presionaría a Mérida a hablar. Así que tan sólo se quedó a su lado en silencio, acariciando su mano mientras ella se perdía en sus pensamientos.
-Tenías razón. – habló entonces la chica después de un pequeño silencio, aun se encontraba de espaldas a él, y su mano sujetaba débilmente la del castaño. -Aquella vez en la cena de compromiso, – siguió la pelirroja. – me dijiste que algún día comprendería que habría batallas en las que no podría luchar... y tenías razón. – reafirmó Mérida con un hilo de voz, apretando el agarre de su mano. Y Hiccup entonces comprendió recordando aquella vez. – Esta es una de ellas. Por mucho tiempo pensé que eran mi debilidad. – hizo una pausa. - Pero creo que hasta ahora comprendí que siempre estuve luchando contra ellas.
Tras esas palabras Mérida se estremeció tan sólo un poco, y Hiccup no pudo aguantar más.
Se incorporó de su lugar y, aun sobre la cama, abrazó a Mérida por detrás sorprendiéndola en el acto. El chico rodeó su cintura hasta llegar a su abdomen, la apresó contra su pecho, y recargó su propio rostro en el cuello de ella.
-¿Por qué, Mérida? – susurró a su oído. – ¿A qué le temes?
La chica permitió descansar su cuerpo sobre el pecho del muchacho, relajándose. Cubriendo las manos que abrazaban su estómago.
-No lo sé. – confesó de pronto. – He odiado las tormentas desde que tenía seis años. Pero entonces sólo era una niña, ese miedo es muy común, y mi madre siempre se habia encontrado a mi lado cantándome canciones de cuna para tranquilizarme. Sin embargo, después de su muerte ese miedo persistió. – suspiró pesadamente reconociendo hasta ahora lo que esas tormentas le hacían sentir. – Tal vez tan sólo le temo al recuerdo que producen en mí. Al recordatorio que me hacen sentir esos estallidos al saber que mi madre ya no estará ahí para reconfortarme.
Mérida habia hecho otra leve pausa, y después se volvió para mirar a Hiccup con una desganada sonrisa.
-Ahora lo sabes. – se encogió de hombros. - Anoche descubriste la absurda debilidad de la guerrera más fuerte de Dunbroch.
-No es absurda Mérida. – dijo el castaño firme, y deshizo su abrazo del de la pelirroja sólo para posicionarla frente a él, mientras aún se encontraba tomándola de las manos.
Y ahí estaba otra vez ella, perdida en los profundos mares verdes que eran sus ojos. Habia confesado su debilidad a Hiccup, también ese temor que habia guardado con ella durante tanto tiempo, y extrañamente ahora se sentía bien. Podía sentir como cualquier cosa que le podría decir el rey dragón en estos momentos, la creería rotundamente. Y confiaría ciegamente en sus palabras, porque se habia acostumbrado demasiado a él. Porque sabía qué clase de persona era, y muy en el fondo esperaba escuchar las palabras que estaba segura la llenarían de una dicha y satisfacción que estaba aprendiendo a identificar al estar a su lado.
-De ahora en adelante, – continuó el castaño sin dejar de mirarla a los ojos. – tus batallas serán las mías. – Juró, - Y no volverás a pelear en soledad nunca más.
Desde ese momento, Mérida supo que no habia vuelta atrás.
Se habia enamorado de Hiccup.
E impulsada por los sentimientos que habían provocado esas palabras sobre su pecho, Mérida se arrojó a los brazos del castaño. Envolvió su cuello con éstos y lo besó anhelante. Provocando que los dos cayeran de nuevo sobre las sabanas.
Hiccup recibió su beso sorprendido, para después correspondérselo. La tomó por la cintura y la atrajo hacia él. La sintió exquisita por todo su cuerpo. ¡Dioses! habia extrañado tanto el besarla que podía hundirse dentro de ella ahí mismo. Mérida le habia mostrado un lado de ella el cual no habia conocido, le habia confiado su mayor temor y debilidad, se habia apoyado plenamente en él, que ahora podía afirmar que conocían todo sobre ambos. Hiccup habia deseado tanto esto; que Mérida bajara sus defensas, que confiara más en su persona; que ahora que la sentía tan cercana a él lo estaba volviendo loco.
Su apasionado beso se profundizó, y Hiccup giró sobre la cama, posicionando a Mérida debajo de él. Rosó sus labios con su lengua, exploró su exquisita boca, y apretó sus blandos pechos contra el de él. Una de sus manos habia tomado su cintura y exploró su abdomen a través del fino camisón de lino. Apretó sus caderas y bajó su mano hacia el nacimiento de su intimidad. Fue entonces cuando la chica habia soltado un gemido al sentirlo tan cerca. Y Hiccup sonrió sobre su boca.
-Mérida... – soltó entrecortado, su voz ronca de deseo... Y en ese preciso momento unos fuertes golpes hacia la puerta de la habitación los regresaron a la realidad.
Se separaron un poco y se miraron a los ojos. Sus respiraciones agitadas y ambos rostros sonrojados los hizo sonreír.
Y entonces los golpes insistieron sobre la puerta una vez más.
-Reina – se escuchó la voz de uno de los criados del castillo tras la puerta, y ambos voltearon. – Reina, creo que tenemos un problema.
Las palabras del criado del castillo bastaron para que Hiccup y Mérida se volvieran a ver interrogantes.
-¿Qué pasa, Jer? – habló entonces la chica recuperando el aliento.
-Reina, tenemos un problema con el joven Gustav. Al parecer lleva media hora fuera del castillo gritando su nombre y algo sobre una especie de bandera. – habia hablado éste a través de la puerta.
Y tras esas palabras, y sin poderlo evitar, Hiccup se echó a reír. Mérida intentó callarlo avergonzada de que pudiera ser oído y finalmente despachó al mozo.
-Está bien, Jer. En un momento estaré con él.
Escucharon como los pasos del mozo se alejaban por el pasillo y Hiccup explotó de risa:
-¿Aún no han podido tomar esa maldita bandera? – habló el castaño intentando el dejar de reír, mientras se incorporaba del pecho de Mérida.
-Por supuesto que no. – contestó ésta acomodando su camisón. – Recuerda que Mérida Dunbroch es con quien se enfrentan. Oh, y hablando sobre eso. – dijo entonces comenzando a formar una sonrisa traviesa en su rostro. – Creo acordarme que teníamos un acuerdo, mi rey. – inquirió Mérida mientras subía su camisón de lino para cubrir su hombro desnudo, provocando así reacciones en el joven rey. - Y aunque hayas llegado antes de que terminara la semana, aún faltan dos días para que ésta concluya. Gustav y Heather aún tienen ese tiempo para tomar la bandera, o – sonrió gatunamente. – no.
Excitado por la provocación de la pelirroja, el castaño resopló decepcionado acordándose de ese acuerdo que habían hecho antes de que él partiera hacia el nido. No podría dormir con Mérida, o recibir cualquier clase de afecto proveniente de ella, si esos niños no tomaban la maldita bandera.
-Un trato es un trato. - continuó la chica. - Y tú prometiste...
-Y yo soy un hombre de honor. – la interrumpió Hiccup acercándose peligrosamente a ella con una sonrisa. – Cumpliré con mi palabra. – entonces besó por última vez su cuello ante una leve queja divertida por parte de la chica y se incorporó de la cama, dirigiéndose hacia la puerta de la habitación. Dejaría que Mérida se prepara para su entrenamiento. Sin embargo, antes de salir por la puerta, Hiccup se detuvo. Y se volvió una vez más hacia la pelirroja: – Pero si la tormenta vuelve esta noche – soltó entonces con un brillo de seriedad en su rostro, y Mérida volvió a quedar atrapada en la intensidad pura de sus ojos. – me olvidare de mi honor.
Tras eso salió de la habitación dejando a una Mérida con el corazón desbocado.
Estúpido y astuto rey dragón.
¿Por qué siempre hacia y decía cosas que la cautivaban y hacían que se enamorara más de él?
Suspiró rendida ante todos esos abrumadores sentimientos que ahora habia descubierto que tenía hacia el entrenador de dragones, y sonrió.
Ya no habia vuelta atrás.
o-o-o-o-o
¡Gracias por leer! :D
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