Capítulo 1
Sus ojos azules recorrieron intensamente el panorama trágico de su alrededor. El mismo panorama desde que había empezado la guerra hace cuatro meses atrás. Pero ahora sus tropas estaban descansando, el asalto del día había terminado y las personas alrededor corrían ajetreadas para reparar sus armas y curar sus cuerpos.
La herida de su hombro derecho ardía mientras caminaba con dificultad hacia el castillo. La armadura la sentía cada vez más pesada y su cuerpo exhausto. La batalla había terminado por este día pero no se podía dar el lujo de bajar la guardia, ese hombre podría regresar y terminar con lo que estaban haciendo.
Apretó su herida con su mano tratando de parar la sangre que chorreaba de ella mientras recordaba furiosa como hacía apenas unos momentos había salido apenas viva de la contienda que había tenido contra ese bastardo.
Cada día que pasaba enfrentándolo la hacía enfurecer más. La guerra había durado apenas cuatro meses, cuatro meses de intensas batallas, ríos de sangre, y feroces guerreros dispuestos a luchar por su reino. Pero cada vez que se enfrentaba a ese bastardo, salía perdiendo.
Y ahora la herida de su hombro le recordaba su derrota. Y lo débil que era.
Rechinó sus dientes irritada.
Al menos había podido lastimarle una pierna con una de sus certeras flechas. Se permitió sonreír con algo de orgullo puesto que era la mejor guerrera de arco que tenía Dunbroch.
Llegó al dominio del castillo donde el enemigo no había entrado aun, y el cual estaba siendo usado para tratar a los heridos en batalla.
Entró al castillo tras un estrepitoso ruido al abrir las puertas, encontrándose con su padre sentado sobre su imponente trono mientras sus heridas eran cuidadas por los sirvientes.
-Padre...
-¡Mérida! – rugió el mayor con la voz áspera de un monarca, y entonces se fijó en su herida. – ¡Traten su herida, rápido! – ladró mientras la susodicha se dirigía a su encuentro.
-¡No es nada, padre! Es algo insignificante. – su mirada azul se volvió hacia algún punto de la habitación mientras su ceño se fruncía con furia. – Hemos sido derrocados de nuevo – sus puños se cerraron ante el gran suspiro que tendió su padre al escucharla. – Ese... ese bastardo... ¡No pude derrotarlo! - la furia y la frustración se escuchaban en su voz mientras su puño se estrellaba contra el suelo, una criada se acercó a ella intentando curarle el hombro difícilmente puesto que la princesa no dejaba de maldecir. – Aunque una de mis flechas lo alcanzó, - su mirada se posó intensa sobre el mayor. – algo extraño sucedió padre. Después de nuestro encuentro, él se retiró. – aunque frustrada por lo sucedido Mérida parecía confundida ante el acto de su enemigo. Entonces el semblante del mayor cambio. – Ni siquiera tuve tiempo de detenerlos con mis hombres, padre. Todo el ejército de Berk se ha retirado.
La mirada del mayor se oscureció y su semblante pareció más cansado de lo normal.
Esta guerra estaba devastando a su padre, lo estaba matando lentamente, y Mérida se culpaba por ello.
-¿Que estará intentado hacer ahora? – los pensamientos del monarca salieron en un susurro para sí mismo pero Mérida comprendió.
Algo estaba pasando.
Algo estaba intentando hacer ese bastardo rey de Berk pues hasta entonces las batallas no habían cesado. Hombres de ambos reinos, tanto de Berk como de Dunbroch, habían perdido sus vidas en el campo de batalla. En cuatro meses esta guerra había devastado casi con la mitad de su reino, y aunque Dunbroch era conocido por ser uno de los reinos del norte más poderosos, el reino de Berk estaba destruyéndolos rápidamente. Especialmente por esas enormes criaturas que llevaban con ellos.
Dragones.
Recordó Mérida, esa era la causa por la cual su reino no podía hacerse con la victoria.
Esas enormes criaturas estaban acabando con su reino y la gente de Dunbroch sufría las consecuencias.
Dunbroch era fuerte, tenían una gran bastedad de tierras, y un ejército enorme comandado por la primogénita del rey. La princesa Mérida Dunbroch, conocida por su fortaleza y valentía llevaba al ejercito del rey siempre a la victoria. Los feroces osos eran el emblema de la familia real y eran la fuerza más poderosa del reino. Aun así, sus más feroces y enormes osos de guerra no podían contra las criaturas que Berk había traído a la guerra.
Mérida estrelló su puño una vez más contra el duro suelo del castillo. Esto no podía seguir así, estaba comenzando a desesperarse. Pero nunca cedería ante él y su reino, antes prefería estar muerta.
El sonido de las puertas abriéndose estrepitosamente una vez más sacaron a los monarcas de su ensimismamiento.
La luz del día fuera del castillo la cegó por un momento, sin embargo eso no le impidió reconocer esa presencia.
Se puso en guardia de inmediato mientras sacaba su espada de un tirón y empujaba a los criados detrás.
Una enorme criatura negra entró a la sala del trono con sus alas extendidas. Su apariencia era extraordinaria y la ira de Mérida creció al verla.
-¡Mordu! – gritó llamando a su fiel compañero de guerra.
Tras escuchar ese alarido, un enorme oso negro llegó corriendo pesadamente soltando un enorme rugido tras posicionarse frente a la princesa. El oso se veía igual que su dueña, herido y exhausto. La armadura del animal se encontraba destruida y una fila de lanzas y flechas se incrustaban en su lomo al igual que un sinfín de cicatrices.
Su peligrosa mirada desafiaba al dragón que tenía frente a él mientras tanto la mirada de Mérida, igual a la de su compañero, fulminaba a la persona que se bajaba en esos momentos del dragón.
Un hombre en armadura descendió del feroz dragón negro y con un ademan de su mano el dragón se calmó dejando su postura amenazante y agazapándose hacia un lado.
-Rey Fergus – habló entonces el hombre tras su casco. – creo que es hora de detener este mar de sangre sin sentido. – la intensa mirada verde que se veía a través del casco solamente era dirigida hacia el rey de esas tierras. – He perdido a muchos de mis hombres, al igual que usted. Mis dragones están cansados y hambrientos, no hay nada en sus tierras que...
-¿Hambrientos? – rugió Mérida molesta. – ¡Por supuesto que no hay nada en nuestras tierras, tus dragones han arrasado con nuestras granjas y cosechas!
Ignorando a la furia roja con su compañero oso a un lado, el hombre continúo:
-He retirado mis tropas, Fergus. – su voz se volvió un poco más dura a través del casco. – Pero sólo para traer a mis guerreros dragones más poderosos. - esta información hizo conmocionar al rey y a su hija por un momento al saber lo que les aguardaría. - Sé que los clanes aliados vienen en camino para ayudarte, pero si no quieres ver como siguen corriendo los ríos de sangre de nuestros hombres será mejor que detengamos esto ahora mismo.
Mérida lo miró furiosa. ¿Cómo demonios sabía que los Lores venían en camino con más hombres? Con refuerzos poderosos. Aunque sabría que con su llegada seguiría esta maldita guerra, que seguirían los sacrificios en las batallas, aun así no le importaba seguir luchando si todo esto era por obtener la victoria del reino. Tenía que demostrar que Dunbroch no se doblegaría ante nadie, menos ante ese bastardo.
Apretó la empuñadura de su espada con las dos manos y Mordu a un lado de ella rugió al sentir la furia de su ama.
-Entonces que así sea – habló decidida con fuego en sus ojos. – Dunbroch no se doblegará.
Por un momento el jinete dragón se volvió hacia ella penetrándola con esos interminables ojos verdes, con los cuales había luchado tantas veces y la habían mirado siempre de esa forma calculadora, llevándola al borde de la exasperación.
-¡Ya basta Mérida!
Hasta entonces el rey no había emitido ninguna palabra, sus ojos sólo se dirigían al jinete de dragón. Y al ver que el rey Fergus ya no diría nada más, éste siguió con su discurso:
-Si continuamos así la guerra podría durar años. Sus tropas son muy fuertes, no tengo la menor duda, pero las mías también lo son. – entonces el jinete de dragón posó su mano sobre su casco y comenzó a retirarlo. Una maraña de cabello castaño desordenado cayó sobre su frente y hombros dejando ver unos demandantes ojos verdes y un rostro maduro por la sombra de la responsabilidad, pero aun así joven.
Mérida posó su mirada sobre él, tratando de memorizar cada facción de la cara del hombre que algún día iba a derrotar. Aunque habían tenido todo este tiempo luchando, jamás lo habia visto sin su casco y su armadura. Ahora podría ponerle un rostro a su enemigo, quien viéndolo bien, se le hacía demasiado joven para ser rey.
–Aunque en un principio estaba renuente a esto, puesto que esta guerra comenzó por tu avaricia, - continúo el joven rey con su afilada mirada. - aun pienso que tienes en tu familia a alguien que puede llegar a ser un gobernante justo, Fergus. – el jinete se volvió ahora hacia la dirección de Mérida mientras ésta, siempre en guardia, veía como la mirada verde en realidad se dirigía a un punto detrás de ella.
Al volverse, Mérida pudo ver asombrada y completamente estupefacta, como uno de sus hermanos menores se acercaba a la sala del trono.
-¡Hamish! – reclamó confundida. - ¿Pero que dem...
-He sido, – habló fuertemente el castaño interrumpiendo e ignorando una vez más a la chica y enfocándose en el rey, quien miraba de su hijo menor al jinete. – He sido sabiamente persuadido por este joven y me ha recordado lo que usted una vez hizo por mi padre años atrás. Tenían una alianza y se unieron juntos en batallas muchas veces. Quiero volver a esa alianza, Fergus. Pero si me traiciona una vez más, una simple persuasión ya no será suficiente y la guerra se desatara una vez más hasta que uno de los dos reinos perezca.
El jinete dirigió su mirada hacia el joven Dunbroch y continuó:
-Tanto su hijo como yo queremos lo mejor para nuestros reinos. – su filosa mirada pasó por unos momentos por Mérida y después por el mismo rey. – Y un acuerdo entre ellos es lo más adecuado en estos momentos. Ya no quiero ver correr la sangre de mis hombres, rey de Dunbroch, y tampoco de los suyos.
Ante sus palabras, Mérida no podía estar más irritada. Su padre guardaba silencio perdido en un punto en sus pensamientos. Y su mirada azul y furiosa recayó entonces en su hermano. ¿Por qué demonios uno de sus hermanos, que era a lo que más intentaba proteger en esta vida, se había metido en esta guerra?
-¡Es ridículo! – rugió Mérida al ver como nadie tomaba la palabra. – ¿Una alianza? ¿Con nuestro enemigo? ¡Pero quién demonios te crees! En la guerra sólo puede haber un vencedor ¡Y ese será Dunbroch!
Apunto estaba de arrojarse Mérida sobre el jinete dragón junto con su fiero acompañante animal, cuando el grito de su padre frenó sus intenciones:
-¡Baja tu arma Mérida! – habló entonces el rey demandante. – Y calma a Mordu. Esta guerra se terminó desde que el rey de Berk entró por estas puertas.
La chica apretó sus dientes furiosa.
-¿¡Pero que mierda estas diciendo padre!? ¡Aun puedo pelear! Aun...
-¡NO! – el suelo retumbó cuando el regente golpeó su espada contra el suelo levantándose bruscamente. – ¡Ya nadie peleara! Mis hombres están muriendo, al igual que mis tierras. Estamos heridos, débiles y exhaustos de todo esto. Si los refuerzos que llegan nos ayudan, solamente empeoraríamos el estado del reino. Tengo que pensar en mi pueblo, en las personas que se están refugiando de esta guerra sin sentido... y todo por mi culpa...
La voz imponente del rey de pronto se fue quebrando hasta un susurro. Bajó del trono entre el cojeo de su pierna de madera y sus heridas. Su cara se encontraba afligida por todo el daño que sufría su reino. Parecía más viejo, más torpe y lento de lo que había parecido en el campo de batalla meses atrás. Cuando todo comenzó.
Al llegar frente al jinete de dragón quien miraba todo escéptico, el mayor lo miró a los ojos y con un rostro cansado y arrepentido habló:
-Desde que comencé esta estúpida guerra no dejaba de pensar en que había traicionado la memoria de mi querido amigo y viejo aliado Estoico. Mi orgullo y egoísmo me llevó a esto y ahora mi reino y mis hijos están pagando las consecuencias de mi estúpido error. ¿Qué clase de rey soy si dejo que mis hijos enfrenten mis batallas?
Llevó una mano a su abatido rostro para después inclinarse levemente ante el jinete.
– Rey de Berk, te pido disculpas por haber roto una confianza de más de cincuenta años. Sé que no será suficiente así que... - se incorporó ante la furiosa mirada de su hija al contemplar lo que acababa de hacer, y se dirigió a su trono una vez más. – Así que aceptare todo lo que Hamish te haya propuesto, cualquier acuerdo al que hayan llegado lo firmaré. Tardare años en volver a retomar la confianza que poseías en mí, pero como rey es mi deber hacer lo mejor para mi reino. He cometido un grave error por mi ambición de poder, y ahora intentare remendarlo.
El jinete asintió aun con un semblante duro, mientras volvía a montar a su dragón.
-No se preocupe rey Fergus. He cedido a este tratado únicamente por el respeto que mi padre le profesaba cuando estaba vivo, pero el mío lo ha perdido completamente. – ya montado sobre su dragón, se volvió una vez más hacia la familia Dunbroch. – Sin embargo, yo no soy un rey ambicioso. Quiero la prosperidad para ambos reinos y la alianza que ahora tenemos será reforzada. Enviare hombres y dragones para ayudar a reconstruir lo que la guerra destruyó. Devolveré cada cosecha y ganado que mis dragones hayan consumido, y tomare a su hija como mi esposa. – y con una última mirada hacia la princesa añadió. - Tal vez así piense dos veces antes de atacarnos a mí y a mi reino.
Ante esas palabras la boca de Mérida cayó estupefacta y antes de que pudiera decir nada, el rey de Berk había salido volando de la sala con su dragón. No sin antes dirigirse hacia Hamish con unas palabras que no llegó a escuchar pues su mente aun procesaba lo que ese bastardo acababa de decir.
Y entonces un sonoro grito salió de la boca de la chica.
Su furia se desató y con ella todo el rencor y frustración que había encerrado esos últimos cuatro meses. Su espada comenzó a atacar cada mueble o adorno que se le atravesaba. Estaba furiosa, frustrada por no poder seguir luchando. Pero sobre todo porque no había salido victoriosa sobre ese hombre.
La guerra había acabado, y ella no había ganado ninguna contienda.
¿Y ahora salían con ese estúpido tratado?
Después de su ataque de ira, Mérida cayó de rodillas al suelo recargando su peso en la espada mientras respiraba agitadamente recuperando el aliento. La herida de su hombro se había vuelto a abrir y el cansancio de esos cuatro meses en tensión por la guerra habían caído en ella como un balde de agua.
-Hamish – habló entonces su padre tras haber contemplado la rabieta de su hija. – Llama al general Mitch que se lleve a Mordu de aquí y trate sus heridas, que haga un conteo de bajas y traten a los hombres heridos, también a los osos. Cuando lleguen los Lores encárgate de los preparativos para la reconstrucción de los pueblos más cercanos, ahora ocupamos toda la ayuda posible. La guerra terminó, manda ese mensaje a todo el reino.
-¡Sí padre! – habló el menor para después dirigir una preocupada mirada hacia su hermana mayor.
-No te preocupes por Mérida, yo me encargare de ella. Dile a Harris que te ayude, y que Hubert siga descansando. - y por primera vez una pequeña sonrisa se asomó por los labios del monarca. – Cuando se entere que la guerra terminó, estoy seguro de que se recuperara muy pronto.
Al escuchar nombrar a sus hermanos, Mérida volvió en sí. Mientras veía como Hamish se alejaba del salón.
Ahora solamente se encontraban ellos dos, el rey y su hija.
Los criados y curanderos habían salido al bullicio de afuera mientras intentaban salvar a todos los heridos y a propagar la buena noticia de que la guerra había terminado.
Pero Mérida veía a su padre con enojo contenido.
-¿Sabes en lo que me voy a convertir? – casi le escupió. – ¡En su prisionera! – gritó exasperada. - ¿Esposa? – bufó. - Es sólo un maldito título para en lo que en verdad voy a ser: ¡su prisionera! – su voz sonaba desesperada, frustrada por caer en la trampa de su peor enemigo. – ¿Por qué padre? ¿Por qué te rendiste? ¿Por qué aceptaste el tratado? ¡Aun podíamos luchar! ¡Aun podíamos vencer!
-¡No Mérida!- su padre le devolvió la misma mirada furiosa que le daba su hija. Ese era el problema: su hija había salido muy idéntica a él, sus temperamentos eran explosivos y eran líderes innatos. – Tal vez hubiéramos podido seguir luchando. Podríamos haber ganado. Pero ya era suficiente. Mi reino estaba decayendo y nosotros junto a él. Como rey tengo que pensar primero en mi gente. Tengo que protegerte a ti, a tus hermanos... - suspiró pesadamente calmándose un poco. – ...Como se lo prometí a tu madre... Y por mi estúpida ambición casi rompo esa promesa. Casi hago que te maten en esta guerra cada día que salías a pelear por el orgullo de Dunbroch. Pero ninguna guerra vale lo que mis hijos.
De pronto toda furia que Mérida sentía rugiendo en su estómago comenzó a desvanecerse al escuchar a su padre.
-Estoico era mi amigo, pero la envidia comenzó a crecer dentro de mí al ver como su hijo comenzaba a domar a esas criaturas voladoras. ¡Dragones! Los dragones ahora eran parte de su reino y de su ejército, se habían vuelto poderosos y yo comencé a tener miedo. Fue por eso que después de su muerte me entró la ambiciosa idea de invadirlos, de quitarles ese poder que me estaba volviendo loco por poseer. Pero cometí un grave error Mérida, la idea del poder me cegó y perdí mi rumbo, los perdí a ustedes. Te arroje a la guerra sin pensar en tu vida. Forcé a tus hermanos a esconderse, y ahora Hamish nos hizo entrar en razón. Sé que eres la mujer más valiente que conozco, el guerrero más fiel y fuerte en el que puedo confiar, pero antes que eso eres mi hija. Y Hamish se dio cuenta en lo que nos estábamos convirtiendo: en unos animales egoístas y ambiciosos.
El mayor dio un largo suspiro e incorporándose de su trono se acercó a su hija en el suelo, hincando su pierna mientras la tomaba de las mejillas.
-Son lo único que tengo, Mérida. El único tesoro que tu madre me dejó, no pienso perderlos. No otra vez.
Y tras esas palabras Mérida se arrojó a los brazos de su padre en un furioso llanto.
Era verdad, se había embriagado por la pasión de la batalla, de la guerra y el ansia de victoria. Había perdido su objetivo desde que su madre murió: el proteger a su familia. Estar ahí para su padre y proteger a sus hermanos, lo más preciado que tenía en su vida.
Y ahora un estúpido rey se había metido con lo que más amaba en el mundo y nunca lo perdonaría, ni a él ni a los dragones que habían hecho que su padre se enfermara por poder.
Jamás los perdonaría.
o-o-o-o-o
La noche cayó tranquila en Dunbroch después de cuatro meses en guerra. Solamente se podía escuchar el bullicio de la gente celebrando el fin de ésta y el ajetreo de las personas que intentaban ayudar a los heridos, al mismo tiempo que preparaban un gran banquete a las afueras del castillo digno de un reino basto como lo era Dunbroch.
Su padre había salido a festejar con su pueblo y le había dicho que ella también saliera a recibir a su ruidosa y entusiasmada gente, orgullosa de sus valientes monarcas que los habían defendido en la guerra. Pero Mérida estaba realmente cansada de todo, de la ahora terminada guerra, de la decisión de su padre, de ese rey... como para salir a fingir una sonrisa de victoria ante su pueblo cuando ni siquiera se sentía así.
Suspiró resignada mientras caminaba por los pasillos del castillo.
Había tomado un largo bañado después de días y los sirvientes habían sanado sus heridas. Se sentía tan ligera sin su armadura que creía que estaba flotando por el castillo como un fantasma. Y ahora se dirigía hacia la habitación donde sabría se encontrarían sus hermanos.
Hamish, Harris y Hubert eran trillizos y los únicos hermanos menores que tenía. Y aunque ya contaban con dieciséis años, ni ella ni su padre estuvieron dispuestos a llevarlos a la guerra. En esos cuatro meses los resguardaron en el castillo y ellos ayudaban con lo que podían a los criados y curanderos. O al menos Hamish y Harris lo intentaban pues Hubert siempre había sido un niño enfermizo y no tenía la suficiente fuerza para poder levantar siquiera una espada.
Mientras Harris había heredado el carácter controlador pero a la vez curioso de su madre, Hamish el mayor de los trillizos siempre fue más serio, más observador y estratégico. Y, pensó Mérida, fue él el que al final pudo terminar con esa inútil guerra.
No habían sido no ella ni su padre. Sino él, uno de sus preciados hermanos menores.
Abrió la puerta encontrándose con tres cabezas pelirrojas y alborotas en la habitación. Al volverse a la recién llegada los trillizos sonrieron enormemente. Aunque Mérida se pudo dar cuenta como el mayor de ellos apartaba la mirada rápidamente.
-¿Hubert ya te sientes mejor? – preguntó tranquila mientras se adentraba en la habitación y se acercaba a la cama. El chico se encontraba sentado sobre ésta recargando su espalda contra la pared mientras Harris, sentado en una silla a un lado, pareciera que le estaba contando una anécdota apenas hace unos momentos. Y Hamish, sentado más alejado de la cama, seguía evitando la mirada de su hermana.
-Ya me encuentro mejor Mérida, pero tú... - habló el menor con un rostro pálido y unas ojeras en sus enormes ojos azules los cuales la miraban preocupado por las vendas en sus brazos y pechos.
Mérida sonrió de lado y se irguió orgullosa.
-¿Esto? – bufó la chica sin darle importancia. – No es nada, mañana tu hermana estará como nueva. – le sonrió divertida contagiando al menor mientras se sentaba a los pies de la cama.
-¡Mérida! – habló ahora Harris entusiasta. – le estaba contando a Hubert como fue tu última contienda con el rey de Berk y también lo que Hamish nos contó acerca de lo que sucedió en la sala del trono. – sus ojos azules idénticos a los de ella y sus hermanos, de pronto brillaron con emoción pura. – ¡Es impresionante como ese enorme dragón pudo entrar por las puertas del castillo! ¡Me pregunto cómo será montarlos! Ahora que la guerra ha terminado y tenemos un tratado de paz, tal vez pueda investigar un poco sobre ellos. Seria extraordinario si...
-¡Harris! – lo detuvo entonces la mayor que al ver el entusiasmo inocente de su hermano algo dentro de ella se revolvió. – Sé que es emocionante, pero recuerda que también pueden ser peligrosos.
-Pero la gente de Berk puede domarlos hermana. - argumentó el chico. – Si ellos pueden montarlos y volar, no veo el peligro que puedan ser. A menos que se les obligue a ello. Son parecidos a nuestros osos de batalla. Tan sólo quiero saber más sobre ellos.
La chica suspiró y se rindió ante el razonamiento del menor. Si algo se le metía a la cabeza a Harris era muy difícil el persuadirlo de lo contrario hasta que él mismo indagara.
-Además serás la esposa del rey de Berk. – continuó el chico y ante esas palabras Mérida se congeló tan sólo por un momento pues hasta ahora no había vuelto a pensar en eso. – Podría incluso visitar Berk y ver a los dragones con mis propios ojos.
-Es cierto, hermana. – habló entonces Hubert con una enorme sonrisa en su rostro. – Te convertirás en reina.
Reina.
Mérida jamás se lo había planteado. No se había puesto a pensar en eso desde la escena de la sala del trono, pero ahora era una verdad inevitable. Se convertiría en reina de Berk. Si el tratado pactado se cumplía se tendría que casar con ese bastardo y se iría a vivir a otro lugar.
Lejos de su familia, lejos de sus hermanos.
Volvió sus ojos hacia ellos, hacia sus caras brillantes por el fin de la guerra y de las nuevas promesas que ahora tendrían por delante y no pudo evitar sentir su corazón triste al saber que se apartaría de ellos. Dirigió ahora su vista hacia Hamish quien seguía aun con su mirada hacia el suelo en un rincón de la habitación, sin haber entrado en la conversación en ningún momento sólo escuchándolos hablar, y su corazón se oprimió.
-Hamish – lo llamó Mérida en una tierna voz apaciguadora. – ven aquí.
El chico, nervioso por escuchar su nombre, se dirigió en pasos lentos hacia sus hermanos. Mientras se acercaba, su rostro se notaba cada vez más abatido y ante esto la mirada de Mérida se llenó de amor.
El chico llegó ante su hermana y cayendo de rodillas se aferró a su regazo en un doloroso llanto.
-Hermana... l-lo siento – hablaba entre jadeos mientras Mérida acariciaba tiernamente sus rizos tratando de tranquilizarlo. Sus hermanos miraban la escena apesadumbrados y preocupados. – N-no, no sabía q-que serias su prisionera... yo sólo...
-Ya Hamish... - hablaba Mérida tranquilizadoramente. – Mírame. – el chico la obedeció y entre su rostro congestionado Mérida lo tomó de las mejillas. – Hiciste lo que nuestro reino necesitaba en esos momentos, fuiste el rey que Dunbroch necesitaba. Ni padre ni yo fuimos capaces de lograr lo que tú hiciste: terminar con la guerra, y llegar a un acuerdo de paz tú solo. Casarme con un rey a comparación de lo que el reino estaba sufriendo, no es nada. Además no solo paramos la guerra, sino que ganamos aliados fuertes y tratos justos a los que nos merecíamos. No hiciste nada malo. Pensaste en tu reino y en tu gente, algo en lo que padre y yo no priorizamos. Y sin duda serás un gran rey algún día, podría apostar mi arco por eso.
Mérida le dedicó una iluminante y orgullosa sonrisa y entre jadeos de alegría el chico regresó a su regazo aferrándose contra el cuerpo seguro de su hermana mientras Harris y Hubert conmovidos por las palabras de su hermana mayor se acercaron a ellos hundiéndose en un abrazo de risas jadeos y marañas de cabellos rojos.
Y Mérida pensó que tal vez la libertad por la que siempre había luchado, ahora la perdía junto con esta guerra y junto al enlace que tendría su reino con el de Berk. Pero si así mantenía a sus hermanos y padre a salvo, muy bien lo valdría.
o-o-o-o-o
¡Hola! bienvenidos a este primer capitulo de esta historia, espero les haya gustado. Y sólo para aclarar, este trabajo ya lo tengo completo en otra plataforma y ahora he querido compartirlo aquí también.
Igual como explique en la otra plataforma les comento, este proyecto es el primero de tres historias que planeé. En la primera (y como se pudieron dar cuenta) sus protagonistas son la pareja conformada por Hiccup y Mérida. Le seguiría en la segunda la pareja de Hans y Elsa de Frozen. Y por último Eugene y Rapunzel de Enredados. Ya es un proyecto que tengo avanzado y ahora me encuentro escribiendo la segunda historia de Hans y Elsa que espero subirla pronto también. Sin embargo, por el momento espero que esta historia sea de su agrado. Consta de 20 capítulos y un epilogo que planeo subir rápidamente.
Sin mas que decir,
¡Gracias por pasarse a leer! y espero leerlos pronto.
se despide,
Miss Grimm.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top