INTRODUCCIÓN

El viento soplaba con fuerza en el Reino de Luz, pero no era el viento lo que me hacía temblar. Era la mirada de los demás ángeles, esos seres de luz que me rodeaban, que me observaban con desdén. Mis alas negras se extendían a mis espaldas, un recordatorio constante de que no encajaba en este lugar. Mientras los demás ángeles lucían sus plumas blancas y brillantes así como sus ojos azules, yo era un paria, un eco de lo que nunca debería haber sido.

—Enyx, ¿por qué no te unes a nosotros? —preguntó Lira, su voz dulce como el néctar, pero con un filo de desprecio. Sus alas blancas brillaban bajo la luz del sol, y su mirada se desvió de mí como si fuera un insecto en su camino.

—No tengo ganas, Lira —respondí, tratando de mantener la calma. La voz que resonaba en mi mente, profunda y seductora, me instaba a dejar salir el odio que llevaba dentro. Pero sabía que debía resistir.

—Siempre con tu actitud sombría —dijo Arion, un ángel de cabello dorado que se acercó con una sonrisa burlona—. ¿No te da vergüenza ser así? ¿No te gustaría ser como nosotros?

—No necesito ser como ustedes —respondí, sintiendo cómo la rabia comenzaba a florecer en mi interior. La voz en mi mente se hizo más fuerte, susurrando palabras que me llenaban de poder. “Hazlo, Enyx. Demuestra tu fuerza”.

Permanezco un instante con los ojos cerrados, esforzándome por silenciar el eco persistente en mi mente. Esa voz, que siempre resuena en mi interior, me narra relatos tan oscuros como enigmáticos. Asegura ser mi creador y la existencia de un mundo en el que podría ser libre y reinar como una diosa. Algo que me cautiva profundamente.

—¿Vas a quedarte ahí, con tus alas de cuervo? —se rió Lira, y el resto de los ángeles se unió a su risa, un coro de desprecio que resonaba en mis oídos.

En ese momento, la ira se apoderó de mí. No podía soportar más sus burlas. Con un movimiento rápido, extendí mis alas negras y sentí cómo la energía oscura brotaba de mí. Un destello de luz negra iluminó el aire, y antes de que pudiera detenerme, un rayo de energía salió disparado hacia ellos.

—¡Enyx, no! —gritó un ángel mayor, mi mentor, el anciano Seraphiel, mientras se interponía entre mí y los demás. Su voz era un eco de sabiduría, pero en ese instante, no podía escucharla. La rabia me había cegado.

El rayo impactó en el suelo, creando una explosión de luz oscura que hizo que los ángeles retrocedieran, aterrados. El silencio se apoderó del lugar, y el horror se reflejó en los rostros de mis compañeros.

—Has cruzado la línea, Enyx —dijo Seraphiel, su voz grave y llena de decepción—. No puedes dejar que la oscuridad te consuma.

—¿Y qué si lo hago? —respondí, sintiendo cómo la voz  se reía en mi mente, alimentando mi odio—. ¿Qué más me queda? Solo soy un error en este reino.

—No eres un error —replicó Seraphiel, acercándose con cautela—. Eres un ángel, aunque tus alas y tus ojos sean diferentes. Pero debes aprender a controlar tu ira, o te perderás a ti misma.

—¿Controlar? —me reí, una risa amarga que resonó en el aire—. ¿Y qué hay de ustedes? ¿No ven que me odian? ¿No ven que soy un paria?

—No todos te odian, Enyx —dijo Seraphiel, su mirada llena de compasión—. Hay quienes ven en ti un potencial que aún no comprendes. Pero si sigues por este camino, serás expulsada de aquí.

Las palabras de mi mentor resonaron en mi mente, pero la voz en mi mente era más fuerte. “No les creas, Enyx. Ellos te temen. Usa tu poder”.

Y así, en un momento de desesperación y rabia, tomé la decisión que cambiaría mi vida para siempre. Con un grito de furia, dejé que la oscuridad fluyera a través de mí, y en un instante, todo se volvió negro. Pero antes de que pudiera reaccionar, una punzada de dolor recorrió cada rincón de mi ser. Quedé inmóvil, incapaz incluso de parpadear. De repente, los guardianes de luz hicieron su aparición, envolviendo mi cuerpo con las cadenas doradas de la inmunidad, que anulaban por completo los poderes de cualquier entidad.

La luz celestial me cegaba mientras los guardianes me arrastraban, las cadenas frías y pesadas que me rodeaban me recordaban mi situación. Cada paso resonaba en el vasto salón de la corte celestial, un lugar donde la justicia y la condena se balanceaban en un delicado equilibrio. Los siete ángeles supremos se sentaban en un trono de nubes, sus rostros serenos pero implacables, observándome con una mezcla de desdén y curiosidad.

—Enyx—, comenzó el ángel de la justicia, su voz resonando como un eco en mi mente. —Has sido acusada de agredir a tus hermanos de luz. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?

Miré a mi alrededor, sintiendo el peso de sus miradas. —¡Ellos se burlaron de mí! ¡Solo por ser diferente!— exclamé, mi voz temblando de indignación. —No merecía sus palabras hirientes.

—Tu reacción fue desproporcionada —replicó el ánge de la armonía, su tono frío como el hielo—. La diferencia no justifica la violencia. ¿Acaso no sabes que en el cielo, la armonía es sagrada?

—¿Armonía? —repliqué, sintiendo cómo la rabia comenzaba a burbujear en mi interior —.¿Es armonía lo que se siente al ser objeto de burlas? ¿Al ser tratada como una anomalía entre los tuyos?

—Entiendo tu dolor —intervino Grabiel, el ángel de la misericordia, su voz más suave—, pero debemos recordar que somos seres de luz. No podemos permitir que las sombras de la ira y el resentimiento nos consuman. La verdadera fortaleza radica en la compasión.

—¿Y qué pasa con aquellos que se ríeron de mi? ¿Acaso no existe la compasión para ellos?¿No merecen ser juzgados por sus acciones? —pregunté, eseptica.

—Es cierto que sus palabras fueron hirientes —asintió el ángel de voz suave—, pero debemos ser cuidadosos al juzgar. Cada uno de ellos también lleva su propia carga. Tal vez su burla provenga de su propia inseguridad.

—Eso no excusa su comportamiento —insistí, sintiendo que la injusticia me quemaba por dentro—. Tenía que defenderme.

—Defender no significa atacar —dijo el ángel frío, su mirada fija en mí—. La verdadera defensa es elevar a los demás, incluso a aquellos que nos lastiman. Si respondemos con ira, solo perpetuamos el ciclo de dolor.

Mis palabras se enredaban en mi garganta, como si cada intento de explicar mi posición se desvaneciera en el aire.

—Pero, ¿qué se supone que debo hacer? ¿Dejar que me pisoteen? —pregunté, la frustración brotando de mis labios.

El ángel suspiró, su aliento como un susurro de viento fresco.

—La fortaleza no reside en la venganza, sino en la capacidad de perdonar. Solo así podemos romper las cadenas que nos atan al sufrimiento.

—¿Perdonar? —repliqué, sintiendo que la incredulidad me invadía—. ¿Perdonar a quienes me han hecho daño? Eso es imposible.

—Nada es imposible para aquellos que buscan la luz —respondió, su voz resonando con una calma que me irritaba. —El perdón no es un regalo para el otro, sino una liberación para ti mismo.

A medida que sus palabras se deslizaban en mi mente, la sala se llenó de un silencio pesado. Los otros ángeles comenzaron a murmurar entre ellos. Sus rostros eran serios, y la tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo.

—¿Qué haremos con ella? —preguntó uno de ellos, su voz grave y autoritaria.

—No podemos permitir que su ira contamine el reino —dijo otro, su mirada dura como el acero—. Ha fallado en entender la esencia de nuestra existencia.

El ángel de la transformación se volvió hacia ellos, su expresión inmutable.

—Ella está en un proceso de aprendizaje. Todos hemos estado allí en algún momento.

Pero sus palabras cayeron en oídos sordos. La decisión ya estaba tomada. Los murmullos se intensificaron, y la atmósfera se tornó opresiva. Sentí que el peso de su juicio se cernía sobre mí, como una sombra que no podía escapar.

—No podemos arriesgarnos a que su rencor se propague —dijo el ángel más anciano, su voz resonando con autoridad.

Los ángeles intercambiaron miradas, y el silencio se hizo pesado. Sabía que mi destino estaba sellado. La expulsión del cielo, el destierro a la tierra, era un castigo que no podía evitar. La idea de ser arrojada a un mundo que no conocía, donde la oscuridad y la soledad me esperaban, me llenó de terror.

—Enyx—, continuó el ángel de la justicia —tu castigo será severo. La tierra es un lugar de sufrimiento, y allí serás condenada a vivir entre los mortales, lejos de la luz celestial.

En ese momento, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. La desesperación se apoderó de mí, y en un acto de desesperación, grité:
—¡No! ¡No me llevarán! ¡No me dejaré vencer!

Fue entonces cuando sentí una energía desconocida fluir a través de mí. Las cadenas que me mantenían prisionera comenzaron a temblar, y con un estallido de fuerza, se rompieron. Los guardianes se quedaron paralizados, sus ojos desorbitados de sorpresa.

—¿Qué... qué está sucediendo? —murmuró uno de ellos, pero no tenía tiempo para responder. Una sombra se deslizó entre ellos, y antes de que pudiera comprender, una figura oscura me envolvió.

No vi su rostro, pero sentí una presencia familiar que me envolvía. Era una fuerza poderosa, aunque no se mostró de manera directa. Su influencia era abrumadora, y en un instante, me encontré en un lugar completamente diferente. La luz celestial se desvaneció, y el aire se volvió denso y cálido.

—Bienvenida a la tierra, Enyx—, dijo una voz profunda y seductora, resonando en mi mente —aquí, serás libre de ser quien realmente eres.

Miré a mi alrededor, el paisaje era vasto y desconocido. La tierra se extendía ante mí, llena de posibilidades y peligros.

—¿Por qué me has traído aquí? De igual forma vendría —pregunté, sintiendo una mezcla de gratitud y desconfianza.

—Porque en este mundo, la diferencia es un poder, no una debilidad—, respondió la voz —Y tú, Enyx, tienes un destino que aún no has descubierto.

Aunque esas palabras me generaron insentidumbre y misterio. Decidí hacer caso omiso a la voz en mi interior y seguir adelante en la exploración del nuevo mundo que se desplegaba ante mí, sin tener idea de lo que me aguardaba.

Tenía un conocimiento limitado sobre esta tierra; mi mentor, Seraphiel, además de instruirme en las leyes celestiales, en ocasiones describía algunas ciudades y hablaba sobre los humanos. En sus relatos, pintaba un cuadro de las ciudades humanas como lugares vibrantes, llenos de vida y color, donde la creatividad y la esperanza florecían en cada rincón. Hablaba de la arquitectura majestuosa, de las luces que iluminaban la noche y de las interacciones entre los seres humanos, que, a pesar de sus pecados e  imperfecciones, reflejaban una chispa de divinidad.

Sin embargo, al pisar este suelo, me di cuenta de que nada de lo que mencionó se asemejaba a lo que estaba presenciando, y dudé que sus enseñanzas me hubieran preparado para esta experiencia.

Di el primer paso hacia el abismo, y de repente, como si recibiera un puñetazo en el rostro, me vi envuelta en un torbellino de ruidos y pensamientos ajenos. Como si hubiese cruzado un velo invisible que separa la paz y el caos. Las personas que pasaban a mi lado me observaban con miradas de curiosidad y desdén; para ellos, yo era una presencia que no encajaba del todo, ni común ni completamente extraña. Sin embargo, la cacofonía de sus pensamientos se entrelazaban en mi mente, volviéndome cada vez más inestable.

"¿Qué trae puesto?", "¿Está bien?", "Parece perdida", ¿Qué extraña?", resonaban en mi mente, como ecos de una realidad que no podía ignorar.

Intenté bloquear el sonido cubriéndome los oídos, pero las voces resonaban con fuerza en mi interior, como ecos persistentes que no me dejaban en paz. En medio de ese caos, luché por encontrar un momento de calma, recordando que podía centrarme en mi respiración, en el latido de mi corazón, y poco a poco, logré distanciarme, un poco no del todo, de la tormenta mental que me rodeaba.

Seguí caminando. Las luces parpadean a mi alrededor, como estrellas caídas que se han olvidado de brillar en el cielo. Pero el cielo, mi cielo, es un recuerdo distante, un susurro de lo que solía ser. Aquí, en la tierra, todo es ruido y desorden.

Camino por las calles, y el sonido de los coches me abruma. El rugido de los motores, el chirrido de los frenos, la música que emana de cada rincón; es un torbellino que me envuelve y me hace sentir pequeña, perdida. En el cielo, el silencio era un refugio, un espacio donde podía escuchar mis propios pensamientos. Pero aquí, cada paso que doy es acompañado por una algarabía que me aturde, que me hace dudar de mi propia existencia.

Miro a mi alrededor, y todo es extraño. Las luces de neón iluminan las caras de las personas que pasan, rostros que no comprendo, que no sé cómo interpretar. Ellos ríen, gritan, se abrazan, y yo me siento como un espectro, una sombra que no encaja en este mundo vibrante. ¿Cómo es posible que haya tanta vida y, al mismo tiempo, me sienta tan sola?

Me pregunto cuándo conoceré a mi creador. La idea de un ser que me ha traído hasta aquí me llena de inquietud. En mi mente, lo imagino como una figura majestuosa, un ser que me guiará en este nuevo mundo y cumplirá con sus promesas. Pero, en el fondo, hay un eco de duda. ¿Y si no es así? ¿Y si el creador que anhelo conocer es, en realidad otra cosa? Esas palabras resuenan en mi mente, un concepto que apenas comprendo, pero que me llena de temor.

La curiosidad me consume, pero también la frustración. No sé cómo actuar, cómo moverme entre las personas sin ser vista, sin ser juzgada. Mis alas, esas alas que me han definido, ahora son un estigma. ¿Cómo ocultarlas? ¿Cómo esconder lo que soy?

Me detengo un momento, observando a las personas que pasan. Algunos llevan trajes brillantes, otros visten de manera casual, pero todos parecen tan seguros de sí mismos. ¿Cómo pueden ser tan despreocupados? ¿No sienten la presión de ser diferentes? Yo, en cambio, me siento como un extraño en mi propia piel. La idea de que mis alas puedan ser vistas me aterra. ¿Qué pensarían de mí? ¿Me rechazarían? ¿Me temerían?

El aire es denso, cargado de olores que nunca había experimentado: comida rápida, humo, perfumes. Todo es tan abrumador. Me aferro a la idea de que debo adaptarme, de que debo aprender a ser parte de este mundo, pero la incertidumbre me paraliza. ¿Cómo se vive aquí? ¿Cómo se encuentra un lugar al que pertenecer?

Sigo caminando, buscando un rincón donde pueda refugiarme, donde estar a solas, donde pueda pensar. La noche avanza, y con ella, mi ansiedad crece. La tierra es un lugar extraño, y yo soy una intrusa.

La bruma de la noche se cernía sobre la ciudad. Caminaba por un callejón oscuro, donde las sombras parecían cobrar vida. Mis pies descalzos se encontraban en contacto con el suelo helado, y cada paso que daba resonaba en el silencio, un eco que parecía amplificar mi soledad. La tónica blanca que llevaba puesta caía suavemente hasta mis tobillos, ondeando con cada movimiento, mientras mi cabello blanco, largo y etéreo, caía en cascada, ocultando parcialmente mis alas negras, que se extendían con gracia a mis espaldas. Sentía el peso de la noche sobre mí, y a pesar de la oscuridad, había una extraña belleza en ese lugar solitario.

—Enyx —susurró una voz profunda y seductora, resonando en el aire como un eco de mis propios pensamientos.

Me giré y allí estaba él, tenía una apariencia que combinaba elegancia y provocación. Llevaba un traje de terciopelo negro, que se ajustaba a su figura esculpida como si hubiera sido hecho a medida. Las solapas del abrigo eran amplias y estaban bordadas con hilos de plata que brillaban con un destello casi sobrenatural.

Su camisa, de un rojo intenso, contrastaba con el negro del traje, y en su cuello, una corbata de seda negra se anudaba con un nudo perfecto. Los pantalones, ajustados y de corte impecable, terminaban en unos zapatos de charol que reflejaban la luz con un brillo casi hipnótico. Cada paso que daba resonaba con una autoridad que hacía eco en el ambiente, como si el suelo mismo temiera su presencia.

Su rostro era una obra maestra de la dualidad: la belleza y el horror coexistían en él. Tenía pómulos marcados y una mandíbula fuerte, con una piel pálida que parecía brillar con un resplandor interno. Sus ojos, de un negro profundo, eran hipnóticos y penetrantes, capaces de desnudarte el alma con solo una mirada. La sonrisa que adornaba sus labios era enigmática, una mezcla de seducción y amenaza.

El cabello, oscuro y lacio, caía con elegancia sobre su frente, enmarcando un rostro que evocaba la imagen de un ángel, aunque un ángel envuelto en misterio. Cada rasgo, cada movimiento, estaba impregnado de una confianza que desbordaba, como si supiera que el mundo entero estaba a sus pies.

Su presencia era, sin duda, un espectáculo aterrador y fascinante. Al escuchar su voz nuevamente, una mezcla de temor y admiración se apoderó de mí, y sentí ese vasallaje involuntario, como si, en su presencia, todos mis deseos y miedos se entrelazaran en un solo hilo.

—Te he estado esperando —dijo, acercándose con pasos elegantes. Su mirada, un abismo de oscuridad, me atravesó como un rayo.

—Mi creador —hice una reverencia inclinándome hacia adelante.  

—No mi querida Enyx, no es necesario que te inclines ante mí, ni ante nadie —su grandeza era absoluta, podía sentir su supremacía en todos los sentidos.  

—Sí, mi creador —expresé.

—¿Estás lista para conocer el mundo?

Asentí, sintiendo una mezcla de temor y emoción. Era el momento de descubrir el verdadero poder que llevaba dentro, el poder que él había infundido en mí.

—¿Qué te parece lo que ya has visto? —preguntó mi creador.

—Esto es diferente... —respondí, sintiendo algo de ansiedad —.Aunque el bullicio de la ciudad me resulta abrumador. Mi atuendo es singular y se distingue notablemente de lo que observo a mi alrededor. Lo que llevo puesto no se asemeja en absoluto a las prendas que son comunes en este lugar; es la vestimenta que solía usar en el reino de luz. Tener expuesta mis alas me desconcierta aún mas. Siento el peso de las miradas ajenas sobre ellas. Es como si cada par de ojos en la multitud pudiera verlas.

—Entiendo que todo esto puede ser abrumador —dijo él, su voz resonando con una calma que contrastaba con el caos a nuestro alrededor—. Pero tienes un poder que pocos poseen. Puedes escuchar los pensamientos de los demás, y eso puedes usarlo a tu favor.

—No sé si quiero escuchar lo que piensan. Es más fácil ignorar el ruido —murmuré.

—Es natural sentirte así, Enyx. Pero lo que ves como una desventaja, yo lo veo como una oportunidad. Te enseñaré a infundir respeto —dice, y en su mirada hay una chispa de promesa—. Aprenderás a vestir como una reina, a llevar cada prenda con la confianza de quien sabe que el mundo le pertenece. Y lo más importante, te mostraré cómo ocultar tus alas cuando lo necesites, para que no seas un espectáculo para los demás, sino una fuerza silenciosa que se mueve entre las sombras.

Mientras escucho, una oleada de ambición me envuelve. No tengo que ser un mero espectador en la vida; tengo el poder de convertirme en la persona que siempre he deseado ser. Imagino un futuro donde cada paso que doy es seguido por miradas de admiración y temor. La idea de que puedo influir en los demás me llena de una energía electrizante.

—Imagina que logras que todos te teman—, continúa, su voz suave como la seda, pero cargada de una intensidad que me hace estremecer—. No solo serás temida, sino de ser respetada. Te alabarán y suplicarán por tu compañía, porque sabrán que estar a tu lado es un privilegio. Serás la reina en un reino de sombras, y aquellos que te rodean se inclinarán ante ti, por miedo y por la reverencia que inspiras.

Siento que mi corazón late con fuerza. La idea de tener ese poder, de ser la arquitecta de mi propio destino, me resulta irresistible. Pero, al mismo tiempo, ¿Como es posible que mi creador posea tanto poder? ¿Y como podría alcanzar ese nivel?

—¿Y cómo se hace eso? —pregunté, sintiendo una chispa de esperanza en medio de mi confusión.

—Primero, debes aprender a controlar tus poderes.  Escuchar los pensamientos de los demás no significa que debas dejarte llevar por ellos. Puedes elegir lo que quieres oír y usarlo a tu favor. Pronto te mostraré tus otras habilidades y cómo usarlas como debe ser. Viste como quieres, de manera que te haga sentir poderosa. Los colores oscuros, las telas lujosas, todo debe hablar de tu estatus. Cuando entres a un lugar, la gente debe sentir tu presencia antes de verte.Y en cuanto a tus alas... —hizo una pausa, observando la multitud que se alcanzaba ver a unos metros—. Imagina que son parte de ti, pero que no necesitan ser vistas por todos. Visualiza un manto que las cubre, que las oculta.

—¿Y si no puedo? —dije, la duda asomando en mi voz.

—Ah, querida Enyx, no te preocupes, estoy aquí para guiarte en esta travesía. No estás sola en este vasto y enigmático mundo. Este es tu reino, un lugar donde cada sombra y cada susurro te pertenecen. Aquí, puedes descubrir tu verdadero lugar, el que siempre te ha estado esperando. Solo necesitas despojarte de tus dudas y aprender a abrazar la reina que llevas dentro, esa fuerza poderosa que arde en tu interior. Y, por supuesto, no olvides lo más crucial: debes conocer a los humanos.

—¿Y como son los humanos? —pregunté ansiosa por saber si mi creador diría lo mismo que Seraphiel.

Dibujó una sonrisa sardónica y un brillo malicioso en sus ojos. Su voz resonando con una mezcla de astucia y desdén.

—Los humanos—, comenzó, dejando que la risa burlona se deslizara entre sus palabras—. Son simples mortales, criaturas frágiles que caminan por el mundo cargando un sinfín de temores y sueños imposibles. Mirándolos, uno no puede evitar sentir una mezcla de desprecio y diversión. Son torpes en su lucha por sobrevivir, ignorantes de la vastedad de su propia naturaleza. Sus ansias de poder los transforman en seres egoístas y destructivos. Cada uno de ellos lleva consigo una sombra, una oscuridad que se agita en su interior, y lo más irónico es que ni siquiera son conscientes de ello. Viven en una ilusión, convencidos de su grandeza, mientras su esencia se descompone lentamente en la mediocridad —dejó escapar una risa suave, casi seductora—. La esencia de los humanos es imperecedera, sí, pero sus debilidades son mi manjar. Sus secretos, sus miedos, son como un festín que me alimenta y me fortalece. Cada lágrima derramada, cada susurro de desesperación, se convierte en un poderoso elixir que me hace aún más fuerte. Créeme, querida Enyx, conocer a los humanos es un deleite que no querrás perderte. Te fascinará descubrir la profundidad de su oscuridad, la complejidad de sus deseos y la fragilidad de su existencia.

Pasó su mano sobre mi cabello, mirándome con un misterioso entuciasmo.

—Eres mi más preciada creación, te obsequiaré el mundo y te enseñaré a ser como yo... serás una reina. Ven, acompáñame, te revelaré todo lo que pronto será tuyo. Te mostraré todo lo que puedes llegar a ser.

Con cada palabra, me siento más atrapada en su red de seducción. La idea de ser una figura temida y admirada me consume. Estoy dispuesta a aprender, a despojarme de mis inseguridades y a abrazar la oscuridad que me rodea. Porque, al final, si él puede enseñarme a ser quien realmente soy, tal vez valga la pena arriesgarme.

—Muchas gracias mi creador, prometo que aprenderé cada detalle.  

—Lo sé, y por favor no me llames "mi creador", me hace sentir viejo —me mira sonriente y esta vez no sentí su pesada mirada.  

—Entonces ¿Cuál es tu nombre? —pregunté entusiasmada por descubrirlo.  

—Tengo muchos nombres, pero puedes llamarme Luzbel.

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