EPÍLOGO




Mentiría si les dijera que Haley recordó todo lo que habíamos pasado y vivimos felices para siempre. Ya han pasado cinco años en los cuales cada uno tomó caminos distintos. Entré a la universidad estatal de Pensilvania junto a Kyle Reyes, ambos jugábamos dentro del equipo de fútbol americano llamado Leones Nitaddy. Todo era una locura, y sinceramente no me agradaba para nada ser acosado por periodistas y fans fuera de mi departamento la mayor parte de los días. Pero amaba jugar, era lo único que me hacía olvidar por un momento a Haley. Haley. Ella está aquí, al igual que yo.

Pero, siendo sincero, nos veíamos pocas veces en el campus. Ella estaba dentro de la facultad de medicina, por lo que su tiempo libre era escaso, y yo, a pesar de estar en unos cuantos cursos de ingeniería, me pasaba la mayor parte en el campo de juego. Además, debía mantener mi promesa, si quería a Haley tenía que mantenerla alejada de mí, porque no podía vivir junto a ella sin contarle todo lo que habíamos vivido, lo que nunca entendería. En eso, la voz de Kyle me hizo volver a la realidad.

—¿Vienes? El entrenador va a matarte —este observó el reloj que teníamos en la cocina para luego proseguir—. En realidad, a ambos.

Asentí de inmediato, levantándome de la silla y llevando mi desayuno al lavaplatos.

—Con Leila vamos a ir a un bar hoy por la noche, y tiene una amiga que quiere conocerte —me comentó mientras iba a por las llaves del coche.

De inmediato solté un bufido, ya estaba harto de las citas que Kyle planeaba para mí.

—Déjalo ya.

—¿Qué cosa?

Me di la vuelta hacia su dirección, cruzándome de brazos.

—Si quiero una cita puedo conseguírmela yo mismo.

—¡Vamos, hombre! Si solo es conocerla, nadie lo ha llamado una cita.

Volqué los ojos.

—No voy a ir. La última vez que me llevaste con Leila y una de sus amigas se me echó encima y terminé escapando por la escalera de emergencia.

Kyle soltó un suspiro.

—No te entiendo.

—No tienes que hacerlo. Cuando quiera salir con una chica créeme que yo lo arreglaré.

Así fue como ambos nos mantuvimos en silencio. Sabía que Kyle solo quería ayudarme, ya que era cierto que salía bastante poco y que estaba desanimado la mayor parte del tiempo, pero una cita no iba a arreglarlo. Finalmente salimos del departamento que compartíamos y nos subimos al coche de Kyle, que al entrar cerró la puerta muy fuerte, observándome con una sonrisa burlona. Y yo lo miré, interrogante.

—¿Qué?

—¿Sigues enamorado de esa chica? —no dije nada, sino que enarqué una ceja—. Esa del instituto, la que besaste en la fiesta después del baile de segundo año... ¡Haley! Sí, creo que así se llamaba.

No dije nada. Desvíe la vista y me concentré en los coches que pasaban junto a nosotros.

—Debes olvidarla, Tyler, ya han pasado años desde que terminó el instituto.

—Solo dos —le corté.

—¿Y? Observar sus fotos en redes sociales no va a ayudarte en nada, te lo aseguro.

—Yo no hago eso.

—A ver. ¿Y quién es esa que aparece en tu foto de pantalla? ¿Tu hermana?

No dije nada, me basté en cruzarme de brazos y no tomarle atención. Con Kyle nos habíamos hecho los mejores amigos desde que por fin se cansó de que lo persiguiera por el instituto desde el día que volví. Él no recordaba nada, y por un lado lo prefería así, ya que si no me hubiera obligado a hablar con Haley y contarle todo lo que había sucedido entre nosotros.

Pero ahora no se cansaba de convencerme de lo contrario. Y en vez de aliviarme de que no siguiera como el cupido que siempre había sido, en realidad me decepcionaba, ya que aún luego de cinco años me era difícil olvidar todo lo que había pasado y que nadie más que yo lo recordara.

La práctica no estuvo mal. Era quarterback en mi equipo, y había aprendido de una vez por todas en lo que consistía. En mitad del tiempo fui a buscar una botella de agua a mi bolso y pude ver que tenía cinco llamadas perdidas de Mark y dos de James. Antes de llamarlos revisé sus mensajes.

Mark:

Vamos, Tyler, para de jugar y contéstame el celular.

James:

Enano, imbécil, contesta ya o iré yo mismo a buscarte.

Bien, ahora mismo estaba muy intrigado. Pero justo en ese momento Mark apareció en mi teléfono. Y no dudé en contestar.

—¿Cuándo llegas? Eres el único que falta.

—¿De qué?

—No me digas que lo olvidaste... El matrimonio es mañana.

Pasmado, no dije nada.

—¿Qué? ¿No era dentro de una semana?

En eso, sentí que alguien le quitaba el teléfono a Mark.

—Enano, te quiero hoy mismo de vuelta en Chicago. Papá va a matarte cuando se entere de que no has llegado.

—Bien, tomaré el siguiente avión y hablaré con mi entrenador —iba a cortar, pero la voz de James siguió escuchándose.

—Recuerda que el demonio de George quiere autógrafo de tus compañeros.

—Bien, los tendrá.

Corté luego de hablar unas cuantas palabras con mis hermanos y volví a la práctica. Papá y Holly al fin iban a casarse. Y es que estos últimos años Fernando ha tenido papeleo tras otro con los trámites de su ex esposa y la prensa. Pero qué va, al menos tenía a Holly junto a él. Sonreí y me dispuse a concentrarme en el juego. Necesitaba sacar a Haley de mi cabeza, y es que con solo pensar en el matrimonio caía en la cuenta de que ella estaría ahí. Y no estaba seguro de si podría manejarlo.

—¿Se le ofrece algo más, señor Ross?

—No gracias, estoy bien.

—Cualquier cosa me dice, mi nombre es Haley.

Al parecer el mundo se reía de mí. Le sonreí lo mejor que pude y esta se dispuso a seguir el camino con su carrito. Ya estaba en el vuelo destino Chicago desde hacía una hora. Me sentía nervioso por verlos a todos, porque la última vez que los había visto fue en Navidad, unos tres meses atrás. Había estado muy intranquilo creyendo que Haley iba a asistir, pero no lo hizo. En cambio, Roy y Anna fueron a la universidad. Por un lado, me había tranquilizado al saberlo, pero por otro tenía que admitir que tenía unas jodidas ganas de verla.

—Señor Ross, ya llegamos —esas fueron las palabras de la azafata al despertarme para bajar del avión.

Observé la ventanilla, y tenía una vista perfecta del aeropuerto, y a lo lejos Chicago. Ahora mismo el alcalde era Fernando, pero en unos días iban a ser las elecciones e iba a tocarle a otra persona. Richard seguía en la cárcel, de eso estaba seguro. Luego de lo que toda la prensa había dicho de él lo atraparon de inmediato y con ello todo su imperio cayó. Steve al ver que su padre estaba siendo incriminado por matar a dos personas no dudó en culparle de cargos por maltrato, lo que aumento más aún la condena. Y, hablando de Steve, él había entrado en una universidad cercana, ya que Lauren había decidido tener el bebé, y no dudaron en quedarse en la ciudad, donde tenían familia y amigos que podían ayudarlos ante cualquier problema. Y así fue.

Iba a llamar a un taxi cuando estaba llegando a las puertas para salir luego de todo el papeleo, pero en vez de eso me encontré con James ahí parado, sosteniendo un cartel que decía Busco enano aquí. Solté una carcajada y negué con la cabeza. James por supuesto que no se dio cuenta, ya que coqueteaba con la chica de al lado. Caminé hacia él carraspeando para llamar de una vez por todas su atención, y así fue como por fin reparó en mí.

—¡Enano! —sin tener el tiempo de decir algo, este se me echó encima, abrazándome del cuello, y yo de inmediato entré en posición de combate.

Ambos nos tirábamos al mismo tiempo encima del otro. Intenté patear con mi pie su pierna, pero me fue imposible. James me tomó el cuello con su brazo y me dejó bloqueado. Lo único que escuchaba era su respiración agitada, que luego pasó a ser una mezcla de cansancio y burla.

—Y, como siempre, el público enloquece. Todos gritan alentando a James Ross, el mejor luchador de...

—Suéltame... —pude susurrar intentando quitar su brazo de mi cuello para respirar.

Este lo hizo, no sin antes golpearme directo al estómago. Achiné los ojos para no soltar una lágrima y retrocedí tomando airé.

—Estoy feliz de verte, enano —me saludó, tomando mi bolsa del suelo y caminando hacia su coche.

—Yo igual —susurré—. Ni te imaginas...

Llegar a casa fue una locura. Con solo pasar la puerta de entrada me asusté de golpe al ver que se prendían las luces y varios gritos a mi alrededor llamaban mi atención.

—¡Sorpresa, Ty! —gritaba la mayoría, y yo, aún pasmado, intentaba volver a mí.

—No te lo esperabas, ¿no? —soltó James a mi lado, pasando una mano por los hombros—. ¡Traigan una cerveza ahora mismo, el enano ha vuelto! —vociferó como un loco, y de inmediato un vaso apareció frente a mí.

Me negué, saludando a quien se acercara. Intentaba evitar el alcohol tanto como podía. Así fue como fui encontrándome con compañeros de la escuela, entre ellos la mayoría del equipo. También saludé a Holly, que venía con unos bocadillos. Lauren me saludó cariñosamente mientras hablaba por móvil sobre la práctica que andaba haciendo en la universidad. Roy y Anna no me soltaron hasta que les hablé sobre cómo iban mis notas en la universidad. Martha se quejó de que debía comer más. Y, por último, Marie, que no dudó en echarse encima de mí, y es que nos habíamos hecho grandes amigos, e incluso vivimos en la misma casa durante unos años antes de salir del instituto. Entre todo el gentío vi cómo un balón de fútbol americano venía hacia mí, y de inmediato lo atrapé.

Observé el lugar de donde provenía, y me encontré con Steve Fox, que llevaba puesta la chaqueta del equipo, pero no la de un estudiante de secundaria, sino la del entrenador. Abrí los ojos con sorpresa y antes de que dijera algo asintió.

—Estoy haciendo la práctica en el instituto, Whitey me obligó —este se encogió de hombros, restándole importancia.

No respondí, sino que me acerqué a él para abrazarlo. Con Steve las cosas iban bien. Luego de que su padre entrara en la cárcel su madre cayó en cuenta de la verdad, y con ello pudo traerle una vida tranquila a Steve. Luego de que los doctores concluyeran que su tobillo no estaba bien y que debía evitar el juego, no dudó en entrar a una academia de entrenadores.

—Ni te imaginas lo feliz que estoy por ti, amigo, es genial.

Steve llevaba el cabello corto. Su semblante estaba más maduro. Además, unas pocas entradas ya se le hacían notar en la frente, y es que Steve siempre había tenido problemas con su cabello.

—¿Y tú qué tal? ¿Cómo ha ido la temporada? En televisión no paran de hablar de ustedes.

—Hemos ganado un par de partidos, pero la semana pasada nos destruyeron en Texas. Aún así creo que puede ser posible llegar a las finales. Y ni me hables de las malditas entrevistas y conferencias de prensa, que ya voy a explotar.

Steve soltó una carcajada, para luego negar con la cabeza.

—Sabía que debías estar harto de todos los malditos periodistas.

—Ni te imaginas, incluso una vez...

—¡PAPÁ!

La voz infantil de una niña me hizo callar de inmediato. Steve se dio la vuelta, abriendo los brazos para recibir a su hija, la pequeña Liz. Llevaba el cabello oscuro con unos pocos rizos en las puntas. Sus ojos eran grandes, y se notaban más aún al ver el color que tenían, un azul verdoso que le daba un toque a su rostro. Debía admitir que la pequeña Liz era hermosa.

Recordaba a la perfección el momento en que hablé con Lauren, haciendo el trabajo que Haley hubiera hecho si lo hubiera recordado. Le ayudé a que se lo contara a Steve, al igual como intenté evitar que perdiera al bebé, obligándola a alimentarse como era debido. Fue difícil, debía admitirlo, pero al fin todo resultó bien. Liz nació prematura, y por supuesto con muy poco peso, pero al menos pudo sobrevivir.

—Tío Tyler —me saludó al entrar en su campo de visión después de que Steve la levantara del suelo. Este sonreía como un marica.

—¿Cómo está la princesa? ¿Eh? —le dije, apretándole los cachetes, ya que sabía que le molestaba, pero al mismo tiempo sabía que ese gesto siempre iba a ser solo mío.

Esta soltó un pequeño grito, acompañado de una risa infantil. Steve volcó los ojos.

—Te gusta molestarla, Ross, nunca te cansas —me señaló, mientras que yo ni le hacía caso, estaba muy ocupado apretándole los cachetes y haciéndole cosquillas en los brazos. Liz se retorcía gritando, pero lo estaba pasando de maravilla.

Steve la dejó en el suelo para que siguiéramos con nuestro juego ahí. Liz al tocar el suelo no dudó en salir corriendo, y yo no dudé en seguirla.

—¡Ayudaaaaaaaaaaaaaaaaaa! —gritaba esta mientras pasaba entre los invitados, mientras que yo, agachado, iba persiguiéndola por detrás.

—Aunque corras no podrás librarte de mí, princesa, voy a comerte cueste lo que cueste —le solté, provocando otro grito de su parte.

Pero ante toda nuestra diversión, una voz me hizo detenerme.

—¿No saludas a tu padre?

Fernando me observaba con los brazos cruzados, y en vez de esa postura seria común en él más de cinco años atrás este sonreía egocéntricamente. Y es que el bigote que llevaba ahora le daba un toque sofisticado, pero para mí era nada más que una ridiculez.

—Oh, perdone, alcalde, lo siento mucho, mi nombre es Tyler Ross y creo que se ha equivocado de persona, porque mi padre no es más que un imbécil, nada a lo que usted es, ya se imagina, es lo menos...

—Cierra la boca y dame un maldito abrazo —me cortó, soltando una carcajada, y yo me encogí de hombros.

—Si usted lo pide.

No dudé en estrecharme en sus brazos. No fue incómodo, ni mucho menos extraño, y es que luego de volver a la vida me acerqué a él, le pedí explicaciones sobre la verdad acerca de mis verdaderos padres y todo cambió. Le dije abiertamente lo que pensaba de él hasta ese momento, que no nos tomaba atención, que, sumando a James y Mark, los tres creímos que solo éramos una carga en su vida. Fernando entonces cambió totalmente. Dejó a Kelly, apareció más en casa e intentó adentrarse en nuestras vidas como debía hacerlo un padre.

—Ninguna llamada durante tres semanas. ¿Tienes una buena excusa? Porque si no es así empieza a inventarte una ahora mismo —me comentó al separarse de mí.

—Los exámenes finales me tenían loco, y ni te imaginas el hijo de puta del entrenador que tengo, es un...

—¿Maldito imbécil? —escuché junto a Fernando, encontrándome con Whitey, que sonreía de lado—. Ya has tratado con entrenadores así, Tyler, ya sabes cómo manejarte, no debe ser tan complicado como dices —ironizó.

—Puedo manejarlo, pero eso no le quita lo idiota, ¿no? —le molesté, ganándome una mirada fulminante de su parte y un apretón de manos con fuerza, pillándome de sorpresa. —Me alegro de verte, abue.

Fernando no pudo evitar soltar una carcajada, acompañada de una ahogada leve con el champán que estaba tomando en ese momento. Whitey frunció el ceño.

—Cuidado, ¿eh? Que tengas de mi sangre en tus venas no quita que me faltes al respeto, te lo perdonaba cuando eras un crío de dieciséis, pero ahora ya maduraste, ¿no?

Asentí sin poder quitar de mi rostro la sonrisa burlona, mientras que Whitey se dio la vuelta algo fastidiado para ir directo a los bocadillos que había a los lados de la sala. Pude notar cómo los años le habían pegado mal. Usaba un andador, y el cabello ya le había desaparecido casi por completo.

—Ni te imaginas cómo le fastidia, con James ya incluso estuvo a poco de tirarle su andador en el rostro cuando lo llamó abuelito.

Volqué los ojos.

—¿Por qué le molesta de esa forma? Es la verdad, nosotros deberíamos estar fastidiados por no haberse hecho cargo, somos sus nietos, los únicos que tiene.

—Y justamente esa es la razón, Ty —sentí cómo Fernando me daba unas leves palmadas en la espalda—. Voy a buscar algo para tomar. ¿Te traigo?

Negué.

—Después me sirvo yo mismo.

Fernando desapareció, dejándome junto a la esquina de la sala a solas. Y por un momento lo agradecí. Él tenía razón. Whitey era mi abuelo, aunque me costará mucho asimilarlo eso encajaba con muchas cosas. Al volver a la vida quería saber quién era mi padre, y lo conseguí. Su nombre era Kevin Lewis, el mismo que Mark había usado para las carreras ilegales, y el mismo que había muerto a causa de Richard Grey, haciéndole creer a Whitey, su padre, que había sido un suicidio. Y ahora había caído en la cuenta de que Whitey no quería que lo llamáramos abuelo por el simple hecho de que nunca se comportó como uno, y eso le avergonzaba.

No lo culpaba, pero sí debía admitir que me fastidió que nunca me lo hubiera dicho. Todos esos pensamientos se fueron aplacando cuando Mark apareció junto a mí para hablarme sobre su vida. Estaba estudiando psicología en la universidad de Yale y le iba bien, hasta ahora seguía en sus estudios.

—¿Y qué tal con April?

Mark bajó los ojos de inmediato, jugueteando con la pequeña barba que llevaba, que no era mucha, pero le hacía verse mayor, como si tuviera veinticinco y no veintidós.

—Está haciendo una práctica en el New York Times. La última vez que nos vimos fue hace un mes. Me pidió un tiempo y yo accedí.

—¿La quieres?

Mark levantó la vista, observándome en silencio un momento.

—Quería a la April que conocía, no a la que es ahora.

No supe qué decir, en realidad no sabía por qué esas palabras se repitieron en mi cabeza un momento.

—¿Entonces mañana estarás sin pareja para el matrimonio de papá?

Antes de que Mark respondiera James apareció colocando sus manos en cada uno de nuestros hombros, un poco borracho. Más bien completamente borracho.

—Los Ross no estarán solos en el matrimonio de Fernando. ¿Me oyeron? Les he conseguido las chicas más guapas de todo el país, ni se imaginan los bombones.

—¿Qué? —solté de inmediato, sin entenderlo, pasmado—. ¿Me has conseguido una pareja? —James asintió—. ¿Y tú no dices nada? —le recriminé a Mark, que volcó los ojos, encogiéndose de hombros.

—Sabía que iba a hacerlo de todos modos.

—Paren de lloriquear, ni que fueran maricas. Denme las gracias —soltó, llevándose su cerveza a la boca—. Son amigas de Jen, vienen con ella mañana desde Massachusetts solo por la boda, así que disfrútenlas.

Y antes de decir nada, la voz de la mismísima Marie Acuña se hizo escuchar desde nuestras espaldas.

—¿No me digas que esa rubia plástica viene a la boda? Espero que le hayas dicho que vestidos que llegan hasta el culo no son permitidos en una iglesia, porque si no es así deberías llamarla ahora mismo.

Como ya me había acostumbrado estos últimos años, Marie seguía con su carácter impecable. Y qué decir de su atuendo... Llevaba un vestido negro suelto con unos encajes al final justo un poco más arriba de las rodillas, junto a un chaleco rojo con rayas negras. Sin olvidar la variedad de collares que le colgaban del cuello, sus tacos negros y su corte de cabello hasta el cuello, desordenado y con ondas que seguramente las conseguía con algún producto de belleza. Se veía bien, y es que claramente esa vestimenta solo le pegaba a ella. James ante su aparición se bastó con soltar un bufido molesto.

—Ni había reparado de tu existencia estos últimos meses. Había olvidado incluso lo irritable que eres.

—Me alegro entonces de que con mi llegada te refrescara la memoria, hermanito.

James no dijo nada, sino que desapareció de la estancia soltando un gruñido al pasar junto a ella, a lo que Marie respondió soltando una leve carcajada.

—Recuerda, Marie, que Fernando y Holly les pidieron a ambos que se controlaran estos días.

Esta asintió.

—Lo sé, y voy a cumplirlo. No voy a arruinarles la boda a mis padres.

Mark, luego de decir aquello, fue llamado por Holly, que necesitaba su ayuda en la cocina, dejándonos solos. Yo la observé un momento, recordando todas las cosas que sucedieron entre James y ella y que solo yo recordaba. Y ahora eran tan distintos.

Marie al llegar desde Colombia conoció a mi hermano de la misma forma que yo lo recordaba, De inmediato le odió, al igual que él respecto a ella, comenzaron a pelear. Aunque yo aún creía que en algún momento iban a terminar besándose, nunca ocurrió, al menos hasta ahora.

—¿Tyler? —su voz me trajo a la realidad, saliendo de mi mente y colocando mis ojos en ella, a lo que esta soltó una leve carcajada—. Te has ido, y si te pregunto en qué pensabas me dirás que en cosas estúpidas, ¿no? —asentí—. Nunca cambias, siempre perdido en tu cabeza.

No supe qué decir, y es que para Marie era algo común en mí, ella nunca conoció al Tyler arrogante, estúpido, imbécil y egocéntrico. Ella conoció lo que Haley hizo conmigo.

—¿Cómo te ha ido? Holly me contó que has montado tu propia marca de ropa.

Esta de inmediato sonrió con un brillo en los ojos.

—Así es, he arrendado un local en Manhattan. No está mal, he empezado hace un mes y ya se han agotado la mayor parte de los modelos.

Luego de decirme aquello comenzamos a charlar por varios minutos. Marie me hablaba sobre que quería dejar la universidad, que ya había aprendido lo que quería y que el dinero que sus padres usaban para pagársela se lo dieran para poder financiar en un comienzo su negocio. Mientras que yo, por mi parte, le hablé sobre el equipo, sobre la universidad. Por supuesto Marie no dudó en tocar el tema que más odiaba.

—¿Y Haley? ¿La ves en la universidad?

—Poco, seguramente no debe salir de la facultad, y yo estoy siempre en la cancha de fútbol americano.

Marie asintió, mostrándose sorprendida.

—Haley me dijo exactamente lo mismo.

No supe qué decirle. Quería preguntarle dónde le había dicho eso, quería saber si estaba bien, pero no lo hice. Y Marie, al notar que no iba a añadir nada al respecto, prosiguió con su interrogatorio.

—¿Y qué tal las chicas?

Me encogí de hombros.

—Hay de todo tipo.

—¿Pero hay alguna de tu tipo?

Volví a encogerme de hombros, no quería entrar en detalles de mi vida amorosa, y mucho menos con Marie, que como ya suponía abrió los ojos de golpe.

—Tyler Ross, no me digas que no has salido con ninguna chica, porque si es así...

—Has hablado con Kyle, ¿no? —le corté al caer en cuenta de ello.

Marie no lo negó, sino que se cruzó de brazos.

—Soy tu hermana, y debo preocuparme, es mi misión como tal.

Malditos.

—Tu misión es dejarme en paz con ese asunto, ¿vale? Ya no soy un crío, puedo tomar mis propias decisiones, no necesito a nadie metiéndose en mi vida —me di la vuelta, claramente molesto, pero los dedos de Marie en mi hombro me hicieron detenerme.

—Haley llega hoy por la noche, y te pido que o la olvides o actúes de una puta vez.

No supe qué decir.

—No sé de qué me hablas.

—¿Realmente quieres tocar ese asunto? —no dije nada, observándola interrogante—. Nadie olvida cómo no podías quitarle el ojo de encima durante el instituto, y mucho menos que cada vez que debías hablar con ella no eras capaz ni de mirarla a los ojos. Ni cuando venía a casa a verme y tartamudeabas como un estúpido cuando le abrías la puerta. Y todos los del curso teníamos muy claro que la salvabas cada vez que llegaba tarde o cometía alguna tontería, llevándote tú el castigo.

—Estás loca —le solté, nervioso, nunca pensé que fuera tan evidente.

—¿Y te digo lo que más llamaba la atención? Que nunca la invitaste a salir. Salías con cualquier otra chica, nunca algo serio, pero igual siempre me resultó extraño.

—¿A qué quieres llegar, Marie?

—A que dejes de jugar, contigo y con ella —me susurró antes de caminar hacia la escalera y dirigirse a su habitación.

En cambio, yo me quedé ahí, dejando de lado completamente el hecho de que había una docena de conocidos ahí presentes. Y es que lo que dijo Marie me hacía recordar el instituto, lo mucho que tuve que disimular y lo distinto que había sido evitarla a pesar de que la quería más que a nadie en el mundo.

Así, la tarde fue pasando, los invitados fueron despidiéndose especialmente de mí, despejando la sala, y el último presente había sido Steve, que discutía en una esquina con Lauren, mientras que Mark jugaba con Liz en el patio trasero. Yo ayudaba a ordenar a Holly, Anna y Roy.

—Tú la tienes durante la semana, hoy es viernes y le toca ir con su padre —le soltó Steve fastidiado.

—Mañana es el cumpleaños de mi madre, le prometí que Liz iría.

—¡Odias a tu madre!

Lauren, frustrada, soltó un suspiro.

—Es por él, ¿no? ¿No quieres que esté con Liz?

—¡Claro que no quiero que este con él! Tu novio pasa más tiempo con ella que con su propio padre.

Steve y Lauren luego del instituto estuvieron un año juntos, ambos parecían muy enamorados, Liz los había unido bastante, pero al mismo tiempo al parecer no pudieron seguir con su relación, y ambos decidieron dejarlo hace nueve meses. Y al parecer Lauren ya se había enamorado de nuevo, dejando a Steve aún con la herida abierta.

—Cuando estábamos juntos tampoco pasabas tiempo con ella, estando él en el medio o no.

—Porque tenía dos trabajos y además asistía a los cursos para poder sacar un título profesional para poder darle el mejor futuro a Liz. ¿No te entra en la cabeza que todo lo que hacía era por ella?

Lauren se quedó en silencio, sin saber qué decir. Hasta que al fin lo hizo.

—Bien, no irá al cumpleaños de mi madre, espero que pasen un fin de semana espectacular —fue lo último que dijo para acercarse hacia donde estaba yo, mientras que Steve salió en busca de su hija.

Y ahí caí en la cuenta de cuál era el problema de su relación. Lauren apareció frente a mí con los ojos brillantes, y sabía que iba a desmoronarse en cualquier momento.

—Fue un gusto verte, Tyler, se te extrañaba aquí.

—Lo mismo digo. Liz está preciosa, seguramente será igual que su madre —le comenté, esperando que le subiera el ánimo.

Esta volcó los ojos para soltar una risa.

—Es una chica lista, yo nunca lo fui.

—Lo eres, solo que te lo guardas para ti misma, siempre lo has hecho.

Esta frunció el ceño, sin evitar sonreír ante mis palabras.

—A veces me pregunto qué o quién te cambió de esa forma, Tyler.

No supe qué decir, por lo que nos adentramos en un silencio incómodo, y Lauren lo rompió despidiéndose nuevamente, y así fue como salió por la puerta principal.

Salí al jardín, donde se encontraba la mayor parte de la familia. Como era pleno verano en Chicago, a pesar de que ya estaba oscureciendo, se estaba fresco. Fernando y Holly estaban sentados en las reposeras uno al lado de la otra, con Roy y Anna al frente de ellos, mientras que Steve, que se quedaba a cenar con Liz, hablaba con Whitey junto a los sillones a unos metros.

Liz estaba con Mark y Marie jugando a la escondida, y yo no dudé en unirme a ellos. Así fue que entre risas y gritos George apareció finalmente. Estaba adentrándose en la adolescencia con unos trece o catorce años, y por supuesto ya se había integrado en el fútbol americano, por lo que verlo llegar con su bolsa y la chaqueta del equipo infantil de la primaria me dejó recordando viejos tiempos.

Y es que me traía recuerdos de los Red Dragons, que fue el equipo que estuvo con nosotros los mejores años del instituto. Fue el que nos acompañó en nuestros sueños y, a veces, también en nuestros peores miedos.

—Me los has traído, ¿no? —me saludó este de inmediato, a lo que yo lo miré interrogante al notar su actitud.

Entonces caí en la cuenta de que George era una copia exacta a mi antiguo yo.

—Eres capitán, ¿no?

George asintió.

—¿Tu entrenador te odia?

Este se encogió de hombros.

—Si cuenta, yo lo odié primero.

No pude evitar soltar una carcajada. Rebuscaba en mi bolsillo los autógrafos y se los entregué, pero en el momento en que su mano los tomó de la mía no los solté.

—Un consejo de capitán a otro —este me miró intrigado, acercándose más hacia mí para que nadie lo escuchara—. ¿Quieres saber la clave para ganar? —este asintió—. El capitán siempre debe preocuparse del equipo, de cada uno de sus integrantes. Ellos siempre van a confiar en ti si tú confías en ellos primero, nunca lo olvides.

Le solté los autógrafos de mi equipo justo en el momento en que George se enderezaba pensativo, para luego caminar hacia su madre y los demás, saludándolos. Lo observé un momento, imaginándome cómo sería volver a esos días. Ese tiempo en que uno pensaba que el mundo estaba a sus pies y que eras capaz de alcanzar todo lo que te proponías. Porque era simple, un adolescente siempre puede intentarlo una y otra vez. O eso es lo que se cree.

La voz de Liz llamándome desde detrás para que siguiéramos jugando me trajo a la realidad, volviéndome hacia ella y comenzar otra ronda.

—Uno, dos, tres... —comenzó a decir Liz con los ojos cerrados, mientras que con Mark y Marie nos comenzamos a esconder por el jardín.

Como los mejores lugares se los pillaron ambos, tuve que esconderme en el camino que conectaba la parte delantera de la casa con la parte trasera, quedándome a un costado del camino, entre los arbustos. Desde mi lugar no escuchaba nada de lo que ocurría, solo un grito por parte de Liz al pillar a Marie, que soltó una carcajada sonora. Pero luego de pasar cinco minutos en mi lugar nada había ocurrido.

Luego de unos minutos en los que escuché cómo Anna soltaba una carcajada y varias voces hablaban más fuerte de lo normal caí en la cuenta de que alguien había llegado. Me levanté de mi escondite, encaminándome hacia ellos de inmediato. Cuando todos entraron en mi campo de visión pude ver que estaban todos enderezados hablando con alguien, a quien vi al acercarme.

—¡Aaron! —le saludé al caer en cuenta de quién se trataba.

Este llevaba el cabello recogido, y es que con solo ver su vestimenta me quedaba más que claro que se trataba de un artista neoyorkino.

—Igual que siempre, nunca cambias, Ross —me respondió observándome de pies a cabeza, mientras que yo me encogía de hombros—. Aunque sí debo admitir que al fin te has afeitado.

Varios de los presentes rieron junto a él, mientras que yo volcaba los ojos.

—Creo que ya era tiempo, pero tranquilo que ya te tocará en unos años, no es tan difícil como parece, no te preocupes —contraataqué recuperando mi honor ante todos, los cuales se burlaron ahora de él.

Y así fue como su madre Alicia apareció a su lado, saludándome también. Luego de adentrar a su padre tras las rejas la relación de Fernando con su hermana fue cada vez mejor, hasta que al fin nos presentaron como familia y desde entonces celebramos acción de gracias, navidad y eventos de ese estilo todos juntos.

—Canceló un compromiso que tenía. Le dije que durmiera hoy aquí, debe de estar dejando sus cosas en mi habitación —habló Marie en un momento cuando me perdí en mis pensamientos.

Iba a abrir la boca para preguntar de quién se trataba, pero Liz me cortó.

—¡Te pillé! —me señaló, corriendo hacia el árbol en el cual estaba la base. Y yo, sin tener tiempo de reaccionar, la perseguí por detrás, pero no pude alcanzarla—. Te he ganado, te he ganado, te he ganado...

—Pensé que el juego había acabado —le puntualicé—, así que no me has ganado.

Le saqué la lengua sin poder evitarlo, y Liz, que me observaba con una sonrisa burlona, soltó una carcajada.

—¡Carrera hasta tu habitación! —soltó comenzando a correr.

Y sin pensarlo dos veces corrí tras ella. Entre gritos y risas pude llevar la delantera por un momento, y al llegar a la escalera Liz ya estaba detrás de mi intentando pasarme, pero no iba a dejárselo tan fácil. Comencé a subir de dos en dos, dejándola atrás y sonriendo orgulloso. Pero en el momento en que ya estaba en el segundo piso y comencé a correr dándole una mirada de reojo a Liz mi cuerpo chocó repentinamente con alguien.

—¡Mierda! —solté, cayendo hacia adelante, recargando mi cuerpo encima de la persona, la cual soltó un grito ante la sorpresa.

Y al ver de quién se trataba mi mente se quedó en blanco. Haley. Mi vista estaba fija en sus ojos azules, y pude notar que los llevaba maquillados. No en exceso, pero sí un poco. No le quedaba mal, en realidad los hacía resaltar aún más.

El recuerdo de la última vez que la había visto tres semanas atrás voló en mi cabeza. Estaba saliendo de las prácticas, caminando por el campus de la universidad con unos cuantos compañeros. Haley estaba sentada en un banquillo más adelante adentrada en sus estudios. Pensé en saludarla, pero en ese momento mi cabeza me dijo que no iba a ser buena idea, y es que cada vez que cruzábamos palabras mi mundo volvía a caerse en pedazos al recordar que no iba a poder estar nunca junto a ella. Y por ello no le dije nada, pero sí le recogí unos apuntes que se le habían caído sin darse cuenta, adentrándoselos en el bolso que llevaba colgado en la esquina del banquillo. Ella no se dio cuenta de mí, y yo no lo olvidé fácilmente.

—Por favor, estás...

Su voz me hizo dejar de lado de inmediato el pasado para concentrarme en el ahora. Específicamente en el hecho de que seguía encima de ella impidiéndole respirar con tranquilidad.

—Perdón —pude decir, enderezándome de inmediato, y al ver que esta seguía ahí abajo le tendí la mano.

Esta se demoró un momento en coger mi ayuda, hasta que finalmente su mano se conectó con la mía. Y en ese momento deseé no habérsela ofrecido. Todo lo que sentía hacia ella, todo lo que había intentado olvidar durante estos últimos cinco años, me sacudió de inmediato. Verla frente a mí me era más difícil de lo que imaginé, y más aún cuando estaba más hermosa de lo que recordaba. Sí, me había convertido en un marica, pero durante estos años descubrí que ya no me importaba como lo hacía antes. Esta, con mi ayuda, quedó ya frente a mí, y pude notar cómo de inmediato quitó su mano de la mía.

—Lo siento, no te vi y como venía corriendo para ganar contra Liz... —la busqué por el pasillo de inmediato, sin tener rastro de ella—. ¿Liz? ¡Liz! —la llamé, interrogante.

—¡Aquí estoy! —su voz provenía del baño, que estaba al final del pasillo.

Nervioso, sin saber qué hablar con Haley o como salir de ahí sin parecer grosero, intenté pensar en alguna excusa creíble.

—La hija de Steve y Lauren, ¿no? —me preguntó, rompiendo el silencio, a lo que asentí—. La última vez que la vi debió ser hace dos años atrás. Vine de vacaciones y me los encontré por casualidad en un parque del centro —esta me sonrió tímidamente—. Los admiro, ¿sabes? Esa niña es increíble.

—Así es.

Nuevamente ninguno de los dos decía nada.

—He visto que van en segunda posición en lo que llevan de la temporada —fruncí el ceño—. Ya sabes, el equipo —me recordó.

Oh, cierto. Asentí en respuesta.

—Estamos mejor que el año anterior.

—Pensé que en la universidad no se iba a hablar tanto del equipo de fútbol americano como en el instituto, pero al parecer estaba equivocada.

Silencio. La conocía, más de lo que ella sabía, y tenía muy claro que Haley estaba intentando mantener una conversación conmigo.

—¿No te gusta el fútbol americano? —le pregunté, intentando alargar la conversación incómoda que teníamos en ese momento.

—No, o sea sí, me gusta —tartamudeó—. Aunque claro, cuando alguien que me importa juega en él —al ver que no dije nada prosiguió—. Si no conozco a los que están en el campo me resulta aburrido.

Iba a decirle algo al respecto, pero Liz salió del baño justo en ese momento, corriendo hacia mí de inmediato, colgándose en mi pierna. Esta nos observó a Haley y a mí un momento, para luego hablar.

—¿Eres la novia de Tyler?

Haley por supuesto abrió los ojos de par en par, clavándolos en mí y luego en Liz, que la observaba esperando una respuesta. Y yo sentí cómo por primera vez estaba sonrojándome, avergonzado.

—No, yo solo soy... —esta se calló un momento—. Haley, Haley Dickens.

—Yo me llamo Elizabeth Fox Davis, pero mi familia y amigos me llaman Liz. Tú puedes llamarme Liz si quieres —esta le tendió su mano en modo de saludo, a lo que Haley la estrechó con una sonrisa.

—Un gusto, Liz.

—¿Quieres jugar a las muñecas? —Haley asintió, echándome una mirada.

—¿Yo estoy invitado, Liz?

—Solo mujeres, tío Tyler. Además, no juego con perdedores —antes de que pudiera decir algo me sacó la lengua y me dio la espalda para tirar de la mano a Haley y bajar las escaleras.

Solté una carcajada, que fue acompañada por Haley, la cual no me dijo nada, sino que se dejó guiar por Liz escaleras abajo. Y no dudé en observarla. Estaba más delgada. Llevaba un vestido color verde agua suelto que le llegaba hasta las rodillas, su cabello no iba recogido como usualmente lo llevaba en la universidad, sino suelto hasta más debajo de los hombros. Se veía hermosa.

Al quedar solo en el pasillo la sonrisa originada por Liz se borró de mi rostro al instante. «Cálmate, Tyler», me dije a mí mismo intentando borrarla de mi cabeza. Pero me era imposible. Haley no me recordaba. Cerré los puños, intentando que todo el dolor que se acumulaba en mi pecho cesara, pero no podía, y mucho menos si el encuentro había sido reciente. Verla observándome como si fuéramos nada más que simples conocidos me hacía sentir como una mierda, me hacía ver claramente la realidad. Que nunca íbamos a estar juntos.

En un arrebato de impotencia no pude evitar golpear la pared, y al ver que eso no reducía mi enojo comencé a golpearla reiteradas veces. La necesitaba. La quería. ¡La amaba! Pero eso no bastaba. Porque esa respuesta, ese amor que tanto me habían repetido, no había sido suficiente. Y aún no entendía el porqué. La última conversación que habíamos tenido antes del choque esa noche voló en mi cabeza.

Y por supuesto Tyler Ross no puede verlo, porque nada que no tenga que ver con él no pasa por su cabeza, ¿no es así? Ella creía eso de mí, ella pensaba que a pesar de todo lo que habíamos pasado juntos yo seguía pensando solo en mí.

Pensé que eras diferente, que habías cambiado, que eras el mismo Tyler de ese primer día de clases, el real, pero me equivoqué. Todo fue un engaño. La sangre me hervía, sentía cómo los puños me dolían, pero no dejé de golpear la pared a mi lado.

Quizás James tenía razón, quizás todo esto fue producto de mi imaginación, quizás la explicación es simple y me he vuelto loca. No estaba loca, y nunca fue producto de su imaginación, todo era cierto y lo peor era que ahora yo tenía esa duda con lo que recordaba. Pero no podía ser así. Tú no eres real, Tyler.

—¡Sí lo soy! —grité de golpe, dejando salir las lágrimas que había estado conteniendo desde que Haley apareció frente a mí.

Y es que la situación me superaba, el hecho de no tener nadie con quien hablar de todo lo que había pasado me comía por dentro. Había visto cómo George había muerto. Había visto cómo disparaban a Lauren. Había visto cómo golpeaban a April. Y así sucesivamente esos recuerdos me sacudían, y a veces simplemente no podía aguantarlo. Esos recuerdos me hacían ser quien era ahora, pero al mismo tiempo no me dejaban dormir tranquilo.

Ya habían pasado cinco años, pero el tiempo no los había hecho desaparecer, ni mucho menos disminuir el dolor que estos me traían. Estaba tan adentrado en mi cabeza que no me di cuenta de la llegada de Mark, que apareció en mi campo visual evitando que siguiera golpeando la pared.

—Basta, Tyler, no sigas —me dijo, tomando mi nuca para intentar tranquilizarme.

Mi respiración estaba agitada y las lágrimas seguían cayendo, pero en el momento de volver a la realidad sentí el dolor de mis manos, que estaban sangrando.

—No puedo más con esto... —susurré ahogándome en un sollozo.

Mark no dijo nada, sino que me llevó hacia mi habitación, cerrando la puerta de inmediato.

—Acuéstate en la cama, voy a buscar el botiquín que tiene Fernando en su habitación.

Asentí sin decir nada, dejándome caer en la cama.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero de lo que sí estaba seguro era de que me había quedado dormido, ya que el dolor cesó y las lágrimas dejaron de salir. Y lo agradecí.

Me desperté por el bullicio que había fuera. Podía escuchar varias personas hablando entre ellas, autos entrar al estacionamiento y gritos de parte de voces que conocía. Interrogante, me enderecé de la cama, y al ver mis manos caí en la cuenta de que alguien había venido a vendármelas, ya que ambos puños estaban enrollados en gasa. Caminé hacia mi ventana para observar qué era lo que hacía tanto ruido ahí afuera. Y con solo echar un leve vistazo caí en la cuenta. El matrimonio de Fernando y Holly era hoy.

Eché un vistazo a la hora de mi despertador, cayendo en la cuenta de que solo quedaban unas pocas horas para que diera inicio. Salí de la habitación de inmediato, encontrándome con James, que al igual que yo acababa de despertar, pero a diferencia de mí él estaba con resaca.

—Lo pasaste bien anoche, ¿eh?

—Cierra el pico —me cortó, pasando a mi lado y dándome un empujón con su hombro.

Yo solté una carcajada. En eso, Marie justo iba subiendo las escaleras en dirección a su habitación, quedando frente a James.

—¡Oh, vamos, que tienes veintitrés años! Sé que sigues con la madurez de un adolescente, pero al menos intenta fingir lo contrario —le molestó.

—Acuña, déjame en paz de una jodida vez.

—¿Cómo tú me dejaste ayer por la noche cuando me rogabas que te dejara dormir conmigo? —abrí los ojos de golpe—. Mira estas ojeras, Ross, no me dejaste dormir en toda la puta noche, así que créeme que no voy a dejarte en paz fácilmente.

No pude evitar soltar un bufido, que James escuchó, dándose la vuelta a mi dirección.

—No la creas. Miente, siempre lo hace.

Me encogí de hombros, yo no iba a meterme en su discusión.

—Tengo mi móvil con todas las fotos que te sacaste ayer en él. ¿Quieres verlas, Ty? Son más de...

Esta no pudo terminar. La mano de James le tapó la boca, impidiéndole decir una palabra más. De inmediato Marie le mordió los dedos, y así fue como comenzó una discusión que quería evitar al máximo posible, ya que era típico de ambos involucrar a terceras personas para darles la razón, y yo no quería ser uno de ellos en este momento.

Tuve que pasar entre ellos para bajar las escaleras, intentando no llamar su atención, y al parecer lo conseguí al colocar mis pies en el primer piso. Fernando apareció ante mí con el móvil en la mano, y al verme noté cómo me fulminaba con la mirada, para luego apuntar mi cuerpo.

—¿Qué? —solté sin entender a qué se refería.

Y este se separó del celular, susurrándome para que no le oyeran.

—Anda a cambiarte, mira la hora.

Volqué los ojos, y en ello James bajó las escaleras corriendo, y al pasar a nuestro lado le quitó el móvil de las manos a Fernando, que de inmediato corrió hacia él.

—¿Estás nervioso, papi? —este intentaba cogerlo, pero James me lo lanzó—. El día más importante y tú perdiendo el tiempo hablando con... Holly. Qué desperdicio, ¿no Tyler?

Asentí, siguiéndole el juego.

—Y yo que pensaba que nos echabas de menos, pero al parecer ahora todo gira en torno a ella —le molesté, jugueteando con el aparato.

Fernando ya estaba a mi lado intentando quitármelo.

—Chicos, no jueguen conmigo —soltó furioso.

En ello, Mark apareció desde la cocina, observando la escena extrañado. Y en el momento en que mi padre estuvo a punto de quitármelo se lo lancé a Mark, que estuvo a poco de caérsele de las manos.

—¿Holly? ¿Por qué hablas con la novia? —este no supo qué responder, y James se acercó hacia él para llevarse el móvil a la oreja.

—Lo siento, Holly, pero Fernando tuvo que correr al baño, anda muy nervioso y se ha hecho en sus pantalones, pero descuida, creo que tiene otro par.

Con Mark soltamos una carcajada, mientras que James le explicaba bien la situación a Holly, y Fernando por su parte estaba sonrojado, intentando quitárselo a James. Pero las cosas se pusieron aún más interesantes en el momento en que Roy apareció.

—¡Devuélvanme el teléfono ahora mismo! —exigió, ya cabreado, provocando una risa de parte de Roy.

—Aquí —le pidió a James, haciendo volar el móvil hacia él, y se lo llevó a la oreja—. Mi linda Holly, ¿no habíamos quedado en que no se habla con Feñi hasta que se vean en el altar? No, excusas no. Calma las hormonas, niña —y con ello cortó la llamada, para luego observar a Fernando, que se acercó a él para recuperar su celular—. Esto me lo quedo yo, ya sabes, por las dudas.

Fernando, que entendió que le iba a ser imposible recuperarlo, soltó una maldición.

—Están castigados, ¿me escucharon? ¡Castigados cada uno de ustedes! —gritó apuntándonos.

Un silencio permaneció por un momento para luego explotar a carcajadas. Y Fernando, que se demoró en caer en cuenta de lo que había dicho, terminó uniéndose a nosotros. Ese momento lo dediqué a guardarlo en mi cabeza, estábamos ahí, todos, sanos y salvos, felices, dejando ver una verdadera familia con burlas, risas, enojos y regaños. Como la familia que siempre había deseado. Y ahí estaba.

La puerta de entrada se abrió en un momento, dejando ver a Anna, que venía apresurada. Y al poner sus ojos en nosotros soltó un suspiro.

—No sé qué tienen ustedes que les gusta andar semidesnudos por la mañana, pero realmente necesito que se vistan ya. O bueno, en realidad los dos abuelos —apuntó, provocando que Fernando y Roy se lamentaran.

—Y como siempre digo, las mujeres arruinan la diversión —soltó James encaminándose hacia la cocina.

—Es la resaca, Anna, no es personal —dijo Mark, a lo que esta le sonrió.

Iba a irme a la cocina junto a James, pero la voz de Anna me lo impidió.

—¿Qué te sucedió, Tyler?

Bajé mi vista a ambas manos, dándome cuenta de que necesitaba una buena excusa para estas. Alcé la vista y vi que Roy y Fernando me observaban esperando a que hablara, y comencé a ponerme muy nervioso.

—Ya saben, volvió a chocar contra la puerta —me salvó Mark—. Solo que esta vez colocó las manos delante y se dio un buen golpe en ambas.

—No puedo creer que aún te suceda —respondió Anna creyéndoselo, al igual que Fernando y Roy, quienes soltaron burlas hacia mí.

Le dediqué una mirada de agradecimiento a Mark, que me sonrió. Y es que en un comienzo al volver a la vida chocaba constantemente con todo tipo de paredes y puertas, porque aún no había asimilado que ya no podía traspasarlas. Y ahora había servido como la excusa perfecta.

De esta manera el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía desgraciado.

—Yo no debía hacerle caso —me confesó un día el principito—, nunca hay que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el planeta, pero yo no sabía gozar con eso... Aquella historia de garra y tigres que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme.

Y me contó todavía:

—¡No supe comprender nada, entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla.

Creo que el principito aprovechó la migración de una bandada de pájaros silvestres para su evasión. La mañana de la partida puso en orden el planeta. Deshollinó cuidadosamente sus volcanes en actividad, de los cuales poseía dos, que le eran muy útiles para calentar el desayuno todas las mañanas. Tenía, además, un volcán extinguido. Deshollinó también el volcán extinguido, pues, como él decía, nunca se sabe lo que puede ocurrir. Si los volcanes están bien deshollinados arden sus erupciones, lenta y regularmente. Las erupciones volcánicas son como el fuego de nuestras chimeneas. Es evidente que en nuestra Tierra no hay posibilidad de deshollinar los volcanes; los hombres somos demasiado pequeños. Por eso nos dan tantos disgustos.

El principito arrancó también con un poco de melancolía los últimos brotes de baobabs. Creía que no iba a volver nunca. Pero todos aquellos trabajos le parecieron, aquella mañana, extremadamente dulces. Y cuando regó por última vez la flor y se dispuso a ponerla al abrigo del fanal, sintió ganas de llorar.

—Adiós —le dijo a la flor. Esta no respondió.

—Adiós —repitió el principito.

La flor tosió, pero no porque estuviera resfriada.

—He sido una tonta —le dijo al fin la flor—. Perdóname. Procura ser feliz.

Se sorprendió por la ausencia de reproches y quedó desconcertado, con el fanal en el aire, no comprendiendo esta tranquila mansedumbre.

—Sí, yo te quiero —le dijo la flor—, ha sido culpa mía que tú no lo sepas; pero eso no tiene importancia. Y tú has sido tan tonto como yo. Trata de ser feliz... Y suelta de una vez ese fanal; ya no lo quiero.

—Pero el viento...

—No estoy tan resfriada como para... El aire fresco de la noche me hará bien. Soy una flor.

—Y los animales...

—Será necesario que soporte dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas; creo que son muy hermosas. Si no, ¿quién vendrá a visitarme? Tú estarás muy lejos. En cuanto a las fieras, no las temo: yo tengo mis garras.

Y le mostraba ingenuamente sus cuatro espinas. Luego añadió:

—Y no prolongues más tu despedida. Puesto que has decidido partir, vete de una vez.

La flor no quería que la viese llorar: era tan orgullosa...

El sonido de unos golpes en la puerta de mi habitación llamó mi atención, dejando de lado el libro sobre la cama.

—Pase —dije esperando que la persona entrara.

Y, para mi sorpresa, se trataba de Haley. Esta de inmediato, al verme, desvió la vista, y es que seguía en bóxer a pesar de lo que Anna había dicho hacía una hora. Para no incomodarla me enderecé de inmediato, caminando en busca de algo que ponerme. Me coloqué unos vaqueros cualquiera, y es que igual de todos modos debía adentrarme en la ducha en poco.

—Yo solo venía a... Mark me pidió que, ya sabes, tus manos —me apuntó cuando volví a sentarme en la cama, mientras ella seguía ahí parada—. Que cambiara las vendas, para así ver si están mejor desde ayer por la noche.

—¿Tú me colocaste esto? —le pregunté sorprendido, y es que había creído que Mark lo había hecho.

Haley asintió, acercándose a mí, nerviosa.

—Mark pensó que era la única que se asemejaba a un doctor en la casa — soltó, sentándose a mi lado.

Su proximidad me perturbaba, pero debía aguantarme. Su cabello iba hoy trenzado a un lado, ahora mismo vestía con una falda y una blusa de tirantes de colores claros, blanco y amarillo. Sonreí. Le quedaba bien.

—¿Puedo? —me preguntó dándole una mirada a mis manos, las cuales yo de inmediato coloqué frente a ella.

En el momento en que esta las tomó para examinarlas intenté que mi corazón no se acelerara, que mantuviera el ritmo normal. Aunque claro, fue en vano. Intenté pensar en cualquier cosa, perderme en mi mente, pero en ese momento la persona que me produciría aquello estaba frente a mí. Por lo que me era imposible hacerlo.

Me dediqué a observarla hacer su trabajo, con el que iba con cuidado quitándome las vendas de una mano primero, las cuales en un comienzo no dolían, pero al llegar al punto en que lo que había debajo era mi piel el dolor empezaba.

—Tranquilo, será solo un momento —me susurró sacándola de golpe. Quería gritar, pero no lo hice, sino que me mordí el labio—. ¿Ves? No estuvo tan mal —me sonrió.

Claro, para nada. Así fue como Haley fue quitándome ambas vendas para pasarme luego el algodón con alcohol, el cual ardió bastante, pero iba a sobrevivir.

—¿Qué te sucedió? —me sorprendí ante la pregunta, y Haley al parecer pensó que era cruzar el límite al ver mi reacción, desviando la vista—. Oh, lo siento, no tienes que contarme si no quieres.

Esta seguía con su tarea, y yo por mi parte observé fijamente cómo lo hacía, sin saber muy bien qué decirle al respecto, pensando en algún otro tema de conversación.

—¿Cómo te ha ido en medicina?

«Excelente tema, Tyler, eres un genio», ironicé para mí mismo al ver cómo Haley no se lo había esperado, tartamudeando en respuesta.

—Mejor de lo que esperaba.

En un intento de alargar la conversación con Haley volví a hacerle una pregunta.

—¿Y eso por qué?

Se demoró un momento en responder, y con lo que la conocía sabía que estaba buscando las palabras perfectas para explicármelo.

—No estaba segura de si era la carrera que realmente quería, desde pequeña siempre he estado entre medicina y...

—Periodismo —al ver sus ojos claramente extrañados no pude cerrar la boca—. Siempre pensé que te irías por esa carrera.

«¿Es que eres imbécil?», insistí en mi mente.

—¿Ah sí? —por supuesto Haley tenía el ceño fruncido, ahora aún más aturdida—. No recuerdo habérselo contado a nadie, ni siquiera a mi madre.

Bien, tenía que buscar una forma de salir de esta.

—Eras del comité periodístico, te debía gustar escribir, supongo —me encogí de hombros con desinterés, provocando en ella un pequeño rubor en sus mejillas, avergonzada.

—Oh, cierto, cierto —rio, nerviosa, y luego de unos segundos en silencio volvió a hablar—. Sinceramente creo que no sentía que fuera buena en ello.

—Lo eres —susurré sin pensarlo, provocando que se detuviera en el vendaje, levantando la vista nuevamente en mí.

Mierda.

—Recuerdo haber leído un par de artículos en el diario estudiantil. Y... —no sabía qué decir— ...eras excelente en ello —un silencio incómodo nos invadió, por lo que llamé su atención colocando mi vista en mis manos—. ¿Ya terminaste?

De inmediato se concentró nuevamente en ello, negando con la cabeza.

—Tú... —su tono claramente estaba nervioso, por lo que me relajó ver que no era el único—. ¿Qué estudias, exactamente? Marie me dijo que estabas tomando unos cursos de... ¿economía?

Asentí.

—Aún no sé bien qué quiero hacer con mi vida, pero en lo que mejor me va es en los números, así que ahí estoy. Ya veré más adelante lo que realmente quiero.

—¿Y el fútbol americano? ¿Te dedicarías a ello?

Me lo pensé un momento, era algo que llevaba en mi cabeza durante bastante tiempo.

—No, sinceramente siento que es más bien un pasatiempo para distraer mi cabeza de mis problemas. Y, además, odio que el campus me saque fotos y saluden como si fuera una especie de celebridad, paso de ello.

Noté como Haley soltaba una pequeña risa disimulada, y por supuesto enarqué una ceja, intrigado.

—Lo siento, es que... —se lo pensó un momento—. Nunca creí que Tyler Ross dijera algo así, ya sabes, siempre has acaparado la atención, y siempre pensé que te gustaba a pesar de siempre evadir al comité periodístico.

Tuve que morderme la lengua para no decir nada, para que sus palabras no me llevaran a decir ni hacer nada estúpido. Y es que el maldito hecho de que la Haley que tenía frente a mí no me conociera para nada como yo recordaba dolía. Ella no veía al Tyler Ross que conoció años atrás. Aunque en realidad, nunca lo hizo. No hablamos durante los siguientes minutos. Evadí su mirada en todo momento, no quería mirarla, porque sabía que si lo hacía iba a derrumbarme frente a ella, y esa no era una opción. Pero una pregunta de su parte me obligó a hacerlo.

—¿Estás leyéndolo? —esta apuntó El Principito, que seguía sobre mi cama, a un lado de nosotros.

Asentí mientras vendaba ya la segunda mano. «Es tu libro favorito, lo sé». El silencio incómodo nos invadió. Yo no quería hablar, y es que en realidad no tenía ánimos para ello. En cambio, Haley, al parecer, no pensaba lo mismo.

—¿En qué parte vas?

Dudé si era buena idea seguir hablando con ella. Yo quería, pero sabía que no me hacía bien. Solo con ver el brillo en sus ojos esperando a que abriera la boca recordé los momentos que pasamos juntos. Aunque claro, los buenos. Llevé mi mano con cuidado al libro, el cual abrí en la página en la que estaba.

—Voy en el momento en que deja a su flor —le señalé, mostrándoselo.

—Lo recuerdo. ¿Te ha gustado con lo que llevas ya leído?

—En realidad es la sexta vez que lo leo.

Por supuesto su sorpresa fue inmediata, quedando con la boca abierta un momento para luego hablar.

—Y yo que pensaba que cuatro veces ya era excesivo.

No pude evitar reír ante su comentario, y ella también lo hizo.

—Cada vez que vuelvo a leerlo descubro algo nuevo.

—Me sucede lo mismo —me respondió, tomando el libro de mis manos—. Con la flor me sucedió que en un comienzo no entendía a qué se refería el principito con ella, pero luego al leerlo por tercera vez lo comprendí.

Intrigado, me la quedé mirando un momento, mirando cómo leía el libro en sus manos.

—¿Y a qué se refería exactamente?

Levantó la vista hacia mi dirección con el ceño fruncido, estudiándome, seguramente creyendo que era una broma o un chiste para mí. Pero no era así. Y al notarlo se quedó un momento pensando sus palabras.

—La primera vez que lo leí vi la rosa como el reflejo de la vanidad, el orgullo y el egoísmo, pensé que el autor nos quería transmitir cómo la flor se sentía única por los cuidados que el principito le otorgaba, cuando en realidad era al revés, la rosa dependía del principito para poder vivir, ella no se da cuenta de que sin el principito no era nada.

—Pero no es así —le corté—. La rosa representa el amor.

Haley asintió.

—Para el principito eso era exactamente lo que representaba, el amor puro, desinteresado, ese amor que está por encima de los propios intereses. Para el principito era su rosa, y es que él la había elegido de entre todas. Y al final critica cómo los adultos olvidan ese amor verdadero, dejándose llevar por asuntos que ellos creen más importantes.

—Pero el principito dice en una parte que él no supo cómo amarla por ser demasiado joven.

—Demasiado inexperto, y ahí nos deja ver cómo a veces el primer amor o el amor adolescente falla la mayoría de las veces, y no es más que por temor de la propia pareja a que este no funcione al no tener la madurez de la que los adultos les hablan, y es por ello que el principito termina arrepintiéndose de su acto, de haber dejado pasar la rosa, su amor.

—¿Entonces el autor nos deja que el amor es más puro a medida que somos más jóvenes?

—Es que de ello trata el libro en su totalidad, a una crítica al mundo adulto, a todo lo que perdemos a medida que crecemos y a todos los vicios que adoptamos.

No sabía qué decir. En realidad, todo lo que Haley hablaba tenía su punto de razón. En eso, sentí sus ojos observándome, por lo que levanté la vista hacia ella, conectando mi mirada a la suya. Por un momento ninguno de los dos quitó la vista del otro, y no sabía por qué tenía el presentimiento de que ambos estábamos pensando lo mismo. Aunque sonara una locura. Y por primera vez desde que había vuelto a la vida me atreví a decirle lo que pasaba por mi cabeza.

—¿Y si el principito creía que la rosa se merecía a alguien mejor? ¿Que él no era suficiente para ella?

No despegué mis ojos de los de ella, quería ver su reacción ante mis palabras. Haley desvió la vista de mí para, acto seguido, enderezarse de golpe. Sabía que había entendido mis palabras. Y por ello el hecho de que saliera de la habitación sin responder a mi pregunta me lo dejó más que claro. Ella no recordaba, pero sí era consciente de que ese te amo cinco años atrás era cierto.

El matrimonio de Fernando y Holly salió a la perfección. La iglesia estaba a tope, parecía como si toda la ciudad hubiera asistido al evento. Los periodistas no dejaban de sacar fotos una y otra vez, mientras que con mis hermanos los evitamos lo mejor posible. Mi sorpresa fue enorme al caer en cuenta de que el sacerdote que estaba a cargo de la ceremonia era el amigo de Whitey y el abuelo de Haley. No dudé en ir a saludarlo al acabar e intercambiar unas cuantas palabras.

—Pensé que ya no volvería a verte, Tyler —me dijo de inmediato, sonriéndome—. Whitey me ha contado que te ha ido muy bien en la universidad.

Asentí.

—Mejor de lo que esperaba.

—Eso sucede cuando uno estudia las áreas de interés, ¿no?

Volví a asentir, sin saber qué decirle. En eso, Anna se me acercó para decirme que fuera al coche, que ya íbamos a partir a casa para la fiesta. Pero al ver con quién hablaba no dudó en saludarlo. Durante su conversación ya había caído en la cuenta de que sobraba, por lo que decidí irme.

—Mire, Haley debe de estar por aquí —comentó Anna, haciendo que frenara de inmediato—. Ahí está —le apuntó—. ¡Haley! Ven aquí, hija.

Observé de reojo cómo esta se acercaba hacia nosotros. Llevaba un vestido formal de color gris claro que al final llevaba una línea de mostacillas oscuras. Era suelto y le llegaba un poco más arriba de las rodillas. Era precavido, pero al mismo tiempo debía admitir que le quedaba más que bien.

Fue así como esta lo saludó, y al igual que Anna ambas comenzaron a preguntarle de su vida y salud, mientras que yo observaba esto sin abrir la boca. En un momento, sentí la mirada de Haley en mí, pero yo la esquivé.

—Recuerdo cuando ustedes dos eran pequeños, ambos no se separaban en ningún momento —nos apuntó a Haley y a mí.

Fruncí el ceño de inmediato, interrogante.

—No lo deben recordar, debían haber tenido cinco años —se metió Anna para aclararnos. —Mi padre se había puesto de acuerdo a mis espaldas para que Roy siguiera viendo a Haley luego de que lo hiciera salir de mi vida, y para lograrlo te llevaba a ti con tus hermanos, Tyler.

Iba a decir algo, pero el sacerdote continuó.

—Fueron solo un par de veces, luego de la muerte de Albert nunca más los volví a ver a ambos juntos.

Haley no dijo nada, al parecer aún seguía pasmada. En cambio yo intentaba hacer memoria, pero sinceramente el recuerdo debió haberse esfumado de mi mente. Nos conocíamos, antes de ese primer día de clases ya habíamos estado juntos. Y quizás esa había sido la razón por la cual a pesar de todas las chicas que había en el instituto ella me atraía de forma distinta. Porque al parecer las cosas habían partido mucho antes de lo que pensábamos. Solo que ahora ya habían llegado a su final.

—En una fiesta y tomando soda. ¿Quién lo diría? —soltó Steve en la barra, haciendo énfasis en su Coca-Cola.

—Damos lástima, Fox —le respondí, tomando un trago de mi bebida.

—Al parecer siempre la daremos —este levantó su vaso para que brindáramos, y yo le seguí—. Por tener que conducir sobrio a casa con Liz y por mi amigo, que desde hace cinco años que no toma alcohol. Ah, y porque el amor es un asco con nosotros.

—Brindo por ello —le respondí soltando una carcajada, y él me correspondió.

La fiesta era durante el día, por lo que habían preparado el jardín de casa con una decoración de flores y una banda en vivo que tocaba en el escenario, donde ya había varias parejas bailando. Una de ellas eran Haley y Simon.

Debía admitir que cuando llegó a casa me sorprendió, no me lo esperaba, y menos aún como pareja de Haley. ¿Salían? ¿Eran novios? Esas preguntas atacaban mi mente una y otra vez, y por eso mismo no despegaba mis ojos de ambos, que estaban riendo en la pista de baile. Sí, sentía celos, no iba a negarlo.

—Deja de ser tan obvio, Ross —soltó Steve a mi lado—. Iba a pasar tarde o temprano.

—¿Qué cosa?

—Ya sabes, que Haley viera que nunca iba a pasar nada entre ustedes.

—No hables estupideces.

—Le gustas, Ross, y tú sientes lo mismo por ella —negué de inmediato—. ¿Crees que voy a olvidar alguna vez esa fiesta en que te le declaraste? ¿O cómo la besaste después? Ni pienses en negarlo, todos los presentes lo recordamos.

—Voy a dar una vuelta, ya me has cansado, Fox —le di la espalda, dispuesto a desaparecer, pero al ver a Lauren junto a Liz bailando en la pista no dudé en volver a mi lugar—. Y, por cierto, el problema de tu relación con Lauren es simplemente el hecho de que todo tu mundo gira en torno a Liz, cuando antes lo hacía en torno a ella.

—Es mi hija.

—¿Y no hay espacio para otra persona ahí?

No me esperé una respuesta, y tampoco quería saberla. Me alejé de la barra, dispuesto a evitar tanto como pudiera a Haley y Simon, ya que lo que necesitaba en este momento era olvidarla. Estuve unos minutos charlando con Holly y Fernando, felicitándolos, y ellos me lo agradecieron a mí.

—Si no hubiera sido porque Tyler me obligó a llamarte luego de contarle lo de nuestra relación en el pasado hoy no estaríamos aquí.

Sonreí, feliz de que mi padre estuviera con el amor de su vida.

—¿Y no has traído pareja, Tyler? —me preguntó Holly al verme ahí solo.

Negué.

—James ha traído una amiga de su novia, pero creo que no es mi tipo.

Les señalé a la chica, que estaba con Jen, la novia de James, bailando en la pista. Debía admitir que tenía sus buenos atributos, era divertida y no había sido el tipo de chica que se le echa a uno encima. Pero mi problema era que no podía verla de esa forma. Simplemente porque no era Haley.

—A veces las apariencias engañan, Tyler, dale una oportunidad —me recomendó esta, guiñándome un ojo mientras Fernando me dio un empujón para que fuera ahí.

Algo fastidiado, no me quedó otra opción que hacerles caso, y me encaminé hacia ella.

—¿Quieres bailar? —le pregunté, sintiéndome como un adolescente.

Nervioso, dudoso, pero al mismo tiempo con esa chispa de vivacidad. Ella me observó un momento, y es que no le había dado el mejor recibimiento en un comienzo. Asintió finalmente, separándose de Jen para tomarme de la mano y adentrarnos entre las parejas que había en la pista.

—¿Has visto a James? Jen lo lleva buscando hace un buen rato —me preguntó, rompiendo el hielo.

Negué con la cabeza, y es que sinceramente no tenía ni idea de dónde se había metido mi hermano en ese momento. Comenzamos a bailar. Ella colocó mis manos en su cintura como si fuera un muñeco, y las suyas alrededor de mi cuello para así comenzar a movernos de un lado al otro. Ante ello, comencé a buscar a mi alrededor a Haley, y la encontré a unos pocos metros bailando con Simon. Ambos estaban igual que nosotros, solo que ella mantenía su rostro apoyado en el hombro de él.

Comencé a imaginar lo que sería poder estar así con ella, poder abrazarla, bailar juntos, besarla o, lo que más deseaba, hablar con ella de todo. De todo lo que habíamos vivido juntos.

—Si te gusta deberías jugártela por ella —soltó la chica, cuyo nombre ni siquiera recordaba. La miré de inmediato, interrogante—. No le has quitado el ojo de encima desde que comenzó la fiesta. ¿Fueron novios?

Me demoré en responder, pero cunado un recuerdo sacudió mi mente lo hice.

—No quiero hablar sobre las cosas que quiero olvidar.

Esta frunció el ceño, llevándose una mano a mi cabello.

—Pero tú no quieres hacerlo.

Silencio. No supe qué decirle, y ella tampoco esperó una respuesta. Y era cierto. A pesar de que necesitaba olvidarla eso no significaba que yo quisiera hacerlo.

—Nunca fuimos novios —hablé, y de inmediato puso toda su atención en mí—. Hace cinco años atrás le dije que la amaba, porque estaba enamorado, pero al parecer ella no sentía lo mismo.

Era la primera vez que lo decía en voz alta, y debía admitir que no había estado tan mal, incluso mejor de lo que me esperaba.

—¿Y qué te hace pensar que ahora no esté enamorada de ti? Quizás en ese momento no lo hacía, pero durante estos años pudo haber cambiado de parecer, ¿no?

No supe qué decir, sus palabras me habían pillado de sorpresa. Tenía su punto, solo que ella desconocía el hecho de que luego de esa declaración nunca más volví a intentarlo.

—Y para que lo veas con tus propios ojos, la chica nos ha estado mirando de reojo más veces de las que te puedes imaginar —comentó, acercándose a mi oreja para aprovechar y pegar su cuerpo hacia mí.

De inmediato observé a Haley, conectando mis ojos con los suyos, pillándola de sorpresa. Esto provocó que de inmediato volteara su rostro a la dirección contraria. ¿Sería cierto? Mi teoría fue rechazada de inmediato cuando Haley le tomó la mano a Simon para dirigirse a una de las mesas, sin siquiera darme un vistazo.

—¿Lo ves?

Negué.

—Está con otro.

—¿Y? Tú ahora estás conmigo y eso no significa que tus sentimientos hacia ella se hayan ido, ¿no?

No supe qué decir. En realidad me había sorprendido en todo el sentido de la palabra la actitud de esta chica. La observé un momento. Tenía el cabello de color anaranjado, sus ojos eran azules, y tenía pecas que se repartían por las mejillas y la nariz.

—Tú también has sufrido por amor, ¿no? —le pregunté con toda mi atención en ella.

Demoró en responder, pero lo hizo luego de soltar un suspiro.

—Murió hace siete meses atrás. Llevábamos más de un año de novios y de un momento a otro un coche se desvió de la calle y, bueno, ahí acabo.

—Lo siento mucho —pude decirle, aún sin poder asimilarlo.

Un silencio nos invadió, hasta que esta finalmente se separó de mí.

—He visto en esa chica la mirada que él tenía conmigo, al igual como en tus ojos me veo a mí. Ella no está muerta, Tyler, así que deberías dejar de mirarla como si lo estuviera.

—Yo... —no tenía idea de qué decirle, hasta que encontré las palabras—. Ella se merece a alguien mejor.

—Eso lo tendrá que decidir ella, no tú.

Así fue como luego de bailar nos dedicamos a hablar. Ella me contó sobre su relación, sobre el chico al que amaba y cómo había sido perderlo para siempre. Y yo me preguntaba en mi mente si iba a ser capaz de soportar el resto de mi vida como si Haley hubiera muerto para mí. Ante todo, Mark se nos acercó un momento con su móvil en la mano.

—¿Has visto a James? Jen va a volverse loca si no aparece de una vez —me señaló, llevándose el móvil al oído.

Ambos negamos. Al parecer este no contestó el celular, ya que luego del tercer intento Mark cayó rendido en la silla que estaba a mi lado.

—Esta April aquí —me dijo luego de un momento, y lo observé interrogante—. No ha venido a por mí, al parecer ha aprovechado la invitación a la boda para hacer un artículo sobre la boda del alcalde de Chicago para sus prácticas.

Abrí los ojos de par en par.

—Bromeas, ¿no?

No tuve que esperar una respuesta, con solo ver su mirada fija en una parte de la fiesta pude verla con mis propios ojos. Llevaba el cabello corto, se lo había aclarado unos tonos. Se veía bien, pero debía admitir que el hecho de que llevara una grabadora en una mano y estuviera hablando con los invitados, seguramente preguntándoles cómo lo estaban pasando, me irritaba.

—Todo por su carrera —susurró Mark cabreado—. Nunca pensé que llegaría a convertirse en alguien así.

—A veces confundimos lo que realmente es importante en la vida —le respondí—. Quizás solo necesita a alguien que se lo aclare.

—O a veces simplemente las personas ya no son las mismas que creíamos conocer y hay que aceptarlo, aunque sea duro.

No supe qué decirle. En realidad no quería meterme en ello. Ver cómo la relación de April y Mark no había funcionado me dolía, porque ellos se querían, más de lo que había visto en cualquier otra pareja. Y ahora las cosas ya no eran las mismas.

—¿Y tu pareja? —le pregunté, al recordar que estaba solo junto a nosotros desde hacía un buen rato ya.

—Llegamos a la conclusión de que no estábamos hechos el uno para el otro —solté una carcajada, y Mark por primera vez desde que se había sentado junto a mí reparó en la chica que estaba riendo mi lado—. Perdón, no te había visto —pudo decir—. ¿Tu nombre?

—Jules Benedetti.

—Un gusto, Mark Ross —estos se dieron la mano y pude notar que de una u otra forma estaba en mitad de algo—. ¿Eres amiga de Jen?

—Más bien su prima. Su madre la ha obligado a invitarme, al parecer creen que necesitaba salir más.

Al escuchar la risa de Mark y sus ojos fijos en ella decidí dejarlos a solas, enderezándome de mi lugar.

—Voy al baño —dije, aunque ninguno de los dos me miró siquiera.

Perfecto. En el camino me dediqué a observar a los invitados. La mayoría eran personas mayores, pero también había algunos niños que jugaban de un lado a otro. En ello, vi cómo Liz jugaba con un par de ellos mientras Steve estaba charlando con Lauren. Sonreí ante la escena. Ambos sonreían, y eso fue lo que necesitaba para asegurarme de que las cosas mejorarían entre ellos.

Aaron estaba sentado en una mesa charlando con Haley y Simon. Luego de que Anna le contara toda la verdad sobre su padre ambos se hicieron inseparables, parecían hermanos de toda la vida, y eso me alegraba, tanto por Aaron como por Haley. Y es que al final y al cabo algo bueno había surgido del hecho de que ambos fueran hijos del imbécil de Richard.

El baño estaba ocupado, por lo que de inmediato fui a mi habitación, ya que sabía que ahí nadie entraría. Pero al parecer no fue así. Al abrir la puerta me llevé una sorpresa. Una que nunca creí ver nuevamente.

—¡Mierda! —escuché decir a Marie, que de inmediato despegó sus labios de los de James al darse en cuenta de mi presencia—. No es lo que parece.

Mi hermano se quedó pasmado observándome, sin decir ninguna palabra. Les eché una mirada rápida. James llevaba la camisa desabrochada, y Marie tenía el vestido con el cierre a la mitad y el cabello desparramado.

—Desaparezcan antes de que Jen venga a matarlos a los dos —pude decir, abriendo la puerta de par en par y dejándolos salir a ambos, que iban algo pasados de copas.

Así fue como me quedé solo en mi habitación, y al ver la hora que era aproveché para hacer la maleta, ya que mi vuelo de vuelta a Pensilvania salía en una hora. Fue así como metí en ella unas cuantas fotos de mi escritorio, para luego cerrarla de una vez. Al terminar observé el libro El Principito, que seguía encima de mi cama. Me lo quedé mirando un momento, decidiéndome si llevarlo a la facultad.

Al tomarlo se me cayó de las manos y se abrió en una página cualquiera. Me agaché para llevármelo, pero mis ojos se quedaron fijos al leer la parte en la que había quedado.

El principito se fue a ver nuevamente a las rosas:

—No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún —les dijo—. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Y las rosas se sintieron bien molestas.

—Sois bellas, pero estáis vacías —les dijo todavía—. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa.

Y volvió hacia el zorro:

—Adiós —dijo.

—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

—Lo esencial es invisible a los ojos —repitió el principito, a fin de acordarse.

—El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.

Mi lectura fue nuevamente interrumpida por unos golpes en mi puerta. Pensé que se trataba de Haley, pero esta vez no era ella, sino Whitey, quien entró. Me observó un momento, y es que aún seguía arrodillado en el suelo con el libro en las manos.

—¿Sucede algo?

Este no respondió enseguida, por lo que aproveché para enderezarme y guardar el libro en mi mochila mientras él se sentaba en la silla de mi escritorio.

—Cuando Kevin murió, Natalia, tu madre, apareció en casa con una caja sellada. Ella no tenía idea de qué traía dentro, solo hacía lo que mi hijo le había pedido: que si llegaba a sucederle algo debía ir a dejármela.

Extrañado, no comprendía a dónde quería llegar. Desde que había vuelto a la vida Whitey se había negado rotundamente a hablar del tema de su hijo. Y, bueno, mi padre.

—Como yo sabía que mi hijo no se había suicidado, sino que había sido un accidente, no dudé en buscar dentro de ella alguna pista o evidencia que pudiera probar lo que creía, pero no era eso lo que la caja significaba. Él la había creado para mí a modo de disculpa, para dejarme claro que él no había muerto por mi causa, que él entendía que había sido culpable de nuestro distanciamiento y que a pesar de todo me quería.

No sabía qué decir. No me esperaba que Whitey me estuviera hablando sobre todo esto a mí.

—Hace una semana atrás volví a abrir la caja, y me encontré con algo que en ese entonces no vi relevante.

Intrigado, fruncí el ceño, y caí en cuenta de lo que significaba.

—Algo que tiene relación conmigo... —solté.

Whitey asintió, rebuscando en el bolsillo del pantalón por un momento, para dejar ver un sobre blanco. Se acercó hacia mí para depositarlo en mis manos. De inmediato mi vista se fijó en lo que había escrito. Para Tyler cuando tenga la edad suficiente para entender lo que hice.

—Creo que ya la tienes, ¿no?

No me salían las palabras. Solo asentí, dedicándole una sonrisa.

—Recuerda ir a despedirte cuando te vayas —me señaló, caminando hacia la puerta.

Volví a asentir, quedándome nuevamente solo en la habitación. Nervioso, observé la carta, que estaba en mis manos. Me preguntaba qué diría dentro, y es que pensar en mi padre biológico me desconcertaba. No sabía nada de él más que su nombre y la causa de su muerte. Y leer esa carta iba a cambiar totalmente mi visión de él, y no estaba seguro de si estaba listo para ello.

No supe cuánto tiempo estuve ahí sentado observándola, pero sí me quedó claro que había sido más de lo que imaginaba al escuchar a Roy venir a por mí.

—¡Tyler! ¡Ha llegado el taxi! —gritaba por el pasillo. Inmediatamente, me enderecé para llevar mi maleta y la mochila, y antes de salir tomé la carta y me la guardé en el pantalón.

Así fue como bajé las escaleras. La mayoría me estaba esperando en el umbral de la puerta. La despedida tuvo que ser apresurada, ya que el vuelo seguro que lo perdía si no salía de casa rápido. Abracé a quien pude y les aseguré que volvería lo más pronto posible. Pero en el momento de buscar a Haley entre ellos no la encontré, y Simon, al notarlo, se acercó a despedirse con un abrazo.

—Se ha ido también, si te apresuras quizás la alcances —me susurró sin que nadie lo notara—. Porque créeme que si tú no lo haces lo hará otro.

Ante ello no supe qué decir, y este tampoco esperó una respuesta de mi parte. Terminé saliendo de casa con la mayor parte de mi familia gritándome que volviera pronto y yo prometiéndoles que así sería. Entré al coche rápidamente. Eché una mirada a la hora. Si tenía suerte de que el tráfico se esfumara por arte de magia no perdería el vuelo. Luego de saludar al chofer y partir de una vez comencé a pensar en todos. En mi familia, amigos y conocidos, en cómo estos cinco años habían cambiado tantas cosas. Y aún más importante, ver cómo relaciones que en el instituto se veían tan duraderas ahora eran todo lo contrario.

Pensé en Mark y April, en cómo él, al ver lo que le habían hecho los matones de Richard a April, no dudó en colocar su vida en peligro de cárcel solo para defender a la chica a la que amaba. Y en cómo Lauren, que lo había sacrificado todo por Steve, incluso su vida, ahora estaba de novio con otro. Era irónico, o más bien decepcionante. Aunque otras sí habían durado, como Kyle y Leila.

Justo entonces mi móvil comenzó a sonar. Era una llamada proveniente de Kyle, seguramente para otra cita que me tenía planeada. Pero en el momento de sacar mi móvil del bolsillo la carta que Whitey me había dado cayó junto a mí. Y de inmediato la desdoblé mientras ponía mi celular en silencio. Para Tyler cuando tenga la edad suficiente para entender lo que hice, volví a leer. Pero esta vez me decidí a leerla entera.

Abrí el sobre con cuidado y saqué la carta. Nervioso, dediqué un momento a tranquilizarme. Al final caí en la cuenta de que si seguía pensándomelo mucho iba a ser más difícil relajarme, por lo que de inmediato coloqué mis ojos en lo que había en ella.

Querido Tyler o, bueno, hijo:

Si estás leyendo esto ahora significa que haber ido a la comisaría no fue una buena idea... Pero bueno, el punto de esta carta no es arrepentirse del pasado, ni mucho menos perder mi tiempo lamentándome por errores que al final de cuentas son irreversibles.

Te estarás preguntando por qué he hecho esto, y la respuesta es sencilla. Te quiero, más de lo que puedes imaginar. Nunca te pude conocer fuera de tu madre, pero eso no significa que no lo hice en absoluto. He pasado horas con la oreja puesta en el estómago de Natalia, he dormido junto a ti más tiempo de lo que podría contar, y hemos escuchado música juntos varias noches con mamá. Porque, claro, ella siempre está donde tú estás, ¿no?

No sé si estarás entendiendo lo que quiero decir, pero el punto es simple: que nunca creas que no conociste a tu padre, porque sí lo hiciste. Yo estuve junto a ti todos esos momentos que, aunque tú no recuerdes, yo sí lo haré en donde sea que esté.

Espero que puedas entender que el hecho de no haberte visto nacer, crecer y madurar me carcome dolorosamente, y que la decisión que me costó la vida tengo la esperanza de que valió la pena. Quizás ahora no tenga sentido, pero tengo la convicción de que más adelante lo tendrá.

Es raro pensar que ya eres mayor, que ya eres un hombre. Porque Whitey no va a pasarte esta carta si no se ha asegurado de que así sea. Y no sé por qué tengo el presentimiento de que tú y él van a ser muy parecidos. Y sería increíble si así fuera. Siempre quise ser como él, pero como ves me dejé llevar por los vicios de esta vida: el poder, el dinero, las drogas... Y olvidé por completo el sentido de nuestra existencia, la cual es sencilla, y espero que tú mismo puedas deducirlo.

Sé que cuando termines de leer la carta vas a desear hablar conmigo, al igual como lo estoy haciendo yo en este momento. Pues hazlo. Créeme cuando te digo que no soy de los que se rinden fácilmente, y que si hay alguna pequeña posibilidad de volver a verte de una u otra forma voy a hacer lo que esté en mi alcance para tomarla. Y quizás lo haya hecho ya en este momento. Quizás ahora mismo estoy a tu lado, quizás lo estuve o quizás lo estaré en un futuro. ¡Quién sabe! Y por ello te pido que recuerdes que, aunque no puedas verme ni oírme, eso no significa que no esté ahí. Porque sé que lo estaré. Y te estaré cuidando en todo momento. Espero que seas feliz, Ty.

Tu padre que te ama, Kevin Lewis.

PD: Te he dejado dentro del sobre una foto para que nunca olvides a tus padres, los cuales te quieren más de lo que puedes imaginar.

Todavía intentando procesar todo lo que había leído me llevé la mano al sobre, rebuscando la fotografía, pero antes de verla me llevé una mano a los ojos para evitar que las lágrimas salieran. En ese momento la voz del chofer llamó mi atención.

—Mire, al parecer el motor se ha sobrecalentado —señaló, y de inmediato miré hacia la calle, donde un taxi estaba a un costado.

Y al ver de quién se trataba hice frenar al coche de golpe.

—Espere un momento —fue lo último que dije al abrir la puerta y salir—. ¡Haley! —le grité, acercándome a ella, que de inmediato se dio la vuelta hacia mi dirección.

Al llegar a su lado caí en la cuenta de que no tenía ni la menor idea de qué estaba haciendo. Esta me observaba interrogante, pero al mismo tiempo pude notar una pizca de resentimiento en su mirada.

—¿Qué ha sucedido? —pude decir, echando una mirada al coche que había a nuestro lado.

—Se ha averiado, está ahora el taxista hablando con la compañía para que venga otro.

—Yo te llevo, hay espacio para otra persona más —le apunté, dejándole ver más atrás el taxi que me estaba esperando.

Pero, para mi sorpresa, esta respondió totalmente lo contrario de lo que me esperaba.

—No gracias, esperaré —se cruzó de brazos, evitando cruzar su mirada con la mía.

Yo la observé, para luego soltar un suspiro y encaminarme al taxi al cual le pagué lo correspondiente, sacando mi bolso del maletero. Y al acercarme a Haley caí en la cuenta de donde nos encontrábamos. ¿Sería cierto? El coche se había averiado justo en el lugar en el que hace cinco años atrás había chocado. En nuestro lugar. Y antes de poder pensar siquiera en ello la voz de Haley me hizo volver a colocar mi atención en ella.

—¿A qué juegas, Tyler? Porque, sinceramente, no puedo entenderte.

—¿Yo? —solté sin entender a qué se refería exactamente.

—No, el coche —ironizó, molesta. Nunca la había visto de esa forma—. ¡Pues claro que tú! ¿Es que no lo entiendes?

Fruncí el ceño, ahora más confundido aún.

—No sé a qué te refieres.

—¿Sabes lo que fue para mí que de golpe me dijeras que me amabas? ¿Y que luego me besaras frente a la mayor parte del instituto? —iba a responder, pero esta prosiguió con la voz entrecortada—. ¿Y que luego pasaras los siguientes tres años de instituto fingiendo que no existía, pero que al mismo tiempo me salvabas en cada momento que estuviera metida en algún lio? Pues te lo digo ahora. ¡Fue un infierno!

Esta estaba frente a mí, observándome furiosa, pero al mismo tiempo podía notar cómo las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos en cualquier momento. Y es que por primera vez durante estos cinco años caí en la cuenta de que yo no era el único que había sufrido.

—Yo... lo siento, nunca quise hacerte sentir de...

—No lo digas, no quiero escuchar tus disculpas, lo único que quiero es entender por qué lo hiciste —al ver que no abría la boca no pudo evitar soltar un sollozo—. Merezco una explicación...

Desvié la vista de inmediato. Verla así por mi culpa me dolía más de lo que podía imaginar. Y no sabía si iba a ser capaz de aguantar toda esta situación sin derrumbarme por completo.

—No puedo, Haley, no puedo hacerlo —susurré, intentando mantener la compostura.

Pero no iba a rendirse fácilmente, ya que antes de que pudiera evitarlo tomó con sus manos mi rostro, obligándome a mirarla.

—Por favor, lo necesito para seguir adelante —sus ojos me pedían, me imploraban, me suplicaban que le dijera la verdad.

Y yo ya no podía más.

—¿Qué quieres que te diga? —hablé, colocando mis manos sobre las suyas—. ¿Que si te he amado durante estos últimos cinco años? ¿Que si te he evitado ha sido por la simple razón de que conmigo solo te convertirás en alguien peor? ¿Que el hecho de saber que nunca vamos a poder estar juntos me dolerá el resto de mis días? ¿Que si decidí no adentrarme en tu vida fue porque sabía que te merecías a alguien mejor? ¿Que si he estado celoso al verte con cada chico con el cual has salido desde entonces? ¿Que si ese día que te besé pensé que tú sentías lo mismo?

Silencio, lo único que se escuchaba era mi respiración acelerada y las lágrimas de Haley, que iban cayendo poco a poco.

—¿Qué? —me susurró intentando asimilar todo lo que le había dicho—. Tyler, yo... —esta me observaba con los ojos abiertos de par en par, y yo le mantuve la mirada, para dejarle claro que no mentía, que todo era cierto—. No sé qué decir...

—No digas nada —solté, quitando sus manos de mi rostro, para luego darme la vuelta y comenzar a caminar hacia el coche.

«No llores», me repetí, aguantándome las lágrimas. Pensé que todo iba a acabar ahí, pero no.

—¡Espera, Tyler! —escuché por detrás, pero no frené—. ¡Tyler!

Fue así como sentí sus manos en mi espalda, que intentaron hacerme dar la vuelta, pero no lo hice.

—¡Tyler Ross, date la vuelta ahora mismo! —me gritó, llorando.

Y yo, de inmediato, le hice caso, quedando ambos más cerca de lo que pensaba.

—¿Qué más quieres? —solté cabreado.

—Aclararte una cosa. Luego puedes irte y si quieres no hablarme nunca más. ¿Bien? —asentí de inmediato, al borde de las lágrimas—. Hace cinco años atrás me dijiste que me amabas frente a todo el instituto, cuando solo habíamos estado juntos una vez, el primer día de clases. ¿No es así? —no sabía qué decirle, pero finalmente terminé asintiendo al caer en cuenta de que la Haley que no recordaba lo veía así—. ¿Cómo pensaste que podía estar enamorada de ti entonces?

—Porque yo lo estaba —le respondí de inmediato, no quería ir con rodeos y necesitaba terminar esto lo antes posible—. Y pensé que tú sentías lo mismo.

—No voy a negarte que yo creía que me gustabas, y en ese momento incluso pude haber dicho que estaba enamorada de ti, pero no era cierto. Ese día que me besaste no compartíamos ese mismo sentimiento.

Y en ese momento lo comprendí. ¿Y qué te hace pensar que ahora no esté enamorada de ti? Quizás en ese momento no lo estaba, pero durante estos años pudo haber cambiado de parecer, ¿no? ¿Podía ser posible? Haley me observaba, esperando una respuesta, seguramente preguntándose qué pasaba por mi cabeza en ese momento. Y yo no dudé en saltar al vacío.

—¿Y ahora? ¿Podrías decir que estás enamorada de mí?

Haley no respondió. De inmediato, intentó dar un paso atrás, pero yo coloqué mis manos en su cintura, impidiéndoselo. Su nerviosismo se vio reflejado en sus ojos, los cuales me observaron, dejándome claro que no iba a decírmelo, que si quería una respuesta era yo quien debía dar el primer paso. Y no dudé en hacerlo. Me incliné hacia ella lentamente, sosteniendo su mirada. Ella sabía lo que iba a suceder, al igual que yo. Y al ver que estaba de acuerdo no dudé en colocar mis manos en su cintura, atrayéndola hacia mí.

—Hazlo ya —me soltó con nerviosismo.

—¿Qué cosa? —le pregunté, sonriendo al ver cómo esta se sonrojaba y escondía su rostro en mi pecho—. ¿Haley? —le llamé, y levantó la vista hacia mí.

En ese momento, en ese instante en que sus ojos se conectaron con los míos, sentí como si el mundo se detuviera, como si ese instante nos perteneciera y no hubiera nadie ahí fuera experimentando lo que nosotros estábamos teniendo ahora. Como si este momento fuera nuestro. Y, en realidad, lo era.

A pesar de tener el corazón acelerado y la respiración entrecortada no lo alargué más, me acerqué con cuidado hacia ella, y en el momento en que mis labios rozaron los suyos cerré los ojos para trasmitirle todo lo que sentía. Y esta vez, a diferencia de hace cinco años atrás, Haley sí lo correspondió enseguida, llevando sus manos a mi rostro para intensificarlo. Y yo no dudé en acariciar su cintura a medida que el beso se iba alargando cada vez más.

De un momento a otro sentí cómo sus labios se separaban de los míos, y en el momento de abrir los ojos vi que Haley retrocedía unos pasos hacia atrás con la vista fija en el suelo. Y en el momento en que levantó la mirada conectando sus ojos con los míos lo vi. Las lágrimas que había mantenido salieron de golpe, haciéndome incluso soltar una carcajada de felicidad. Ella me recordaba. Y mi teoría fue acertada al ver cómo ella, al igual que yo, soltaba una exclamación.

—¡Tyler, estás vivo! —gritó, colgándose en mí para abrazarme, llevando sus manos una y otra vez en mi rostro, brazos, pecho y espalda—. Oh, Dios, esto está pasando... —pudo decir entre sollozos—. Estás aquí, no estás muerto.

Solo asentí. No era capaz de articular palabra.

—Yo... —esta al parecer tenía un lío en su cabeza, intentando encajarlo todo—. Ahora todo tiene sentido.

No sabía qué decir. En realidad, aún estaba asimilando el hecho de que ya no estaba solo, de que tenía a Haley conmigo.

—Tyler, lo siento, todo fue mi culpa... esa noche no era yo misma, no sé por qué te dije todo eso ni mucho menos, yo... todo lo que pasó con George, Aaron y Richa...

—No sigas —le corté, acercándome hacia ella para abrazarla, y ella de inmediato se dejó enrollar por mis brazos.

Y de improvisto la fotografía que había olvidado que llevaba en una de mis manos cayó al suelo. Haley se separó de mí para agacharse y tomarla. Se quedó un momento en silencio, para hablar finalmente.

—¿Por qué tienes una foto de Narco?

—¿Narco? —solté, sin entender a qué se refería.

Y esta al ver mi rostro me entregó la fotografía. Al colocar mi vista en ella me quedé en blanco. No podía ser posible. Este aparecía tal cual, con su cazadora negra, su cabello oscuro hasta un poco más abajo de las orejas y los ojos del mismo color. Esta vez sonreía con un niño de cabello oscuro en sus brazos. A su lado había una mujer. Mi madre Natalia, que llevaba a un pequeño rubio en los suyos. Estaba embarazada. Sabía que Haley estaba hablándome, pero yo estaba muy concentrado en comprobar si lo que estaba pensando era cierto. Y lo era. Con solo dar la vuelta a la fotografía podía leer lo que había escrito.

Kevin Lewis (o como me dicen mis amigos, Narco) y Natalia Turner (la chica más hermosa del mundo) con el enano #1 James, el enano #2 Mark y el próximo enano #3, Tyler

Él era mi padre. Narco. No dije nada cuando la fotografía salió de mis manos, ni tampoco cuando Haley soltaba una exclamación.

—Entonces significa que él...

—Estaba muerto, al igual que yo —susurré, aún sin poder creérmelo del todo.

Y es que antes del accidente yo ya lo conocía, el me vendía droga, pero si mal no lo recordaba siempre era entregada a amigos, los cuales al final de cuentas nunca me hablaron del tema, ni tampoco yo lo hice con ellos. Yo conocía a Narco porque él mismo se había presentado un día ante mí, y así sucesivamente iba entendiéndolo. Él nunca abría la puerta de su oficina, sino que lo hacía yo. Él nunca había tocado a Haley. Él nunca había hablado con nadie más que no fuera ella. Siempre habían sido solo ellos dos.

—Quizás esto explica el hecho de que todo haya ocurrido —pude decir.

—No lo sé, creo que nunca podremos comprenderlo del todo.

Haley tenía razón. No había forma de que todo lo que nos había ocurrido tuviera sentido.

—Cuando volví a la vida hablé con él —sonreí al recordarlo—. Le di las gracias, ya que al final de cuentas él nos había ayudado—. Haley me observaba atenta, y yo no me di cuenta cuando una lágrima cayó por mi mejilla—. Lo último que me dijo era que esperaba que fuera feliz.

Haley se me acercó, y con una mano me quitó la lágrima del rostro. Yo no dudé en llevar mi mano a la suya, acariciándola. Así fue como la estreché entre mis brazos. Eso era lo que necesitábamos. Un abrazo. Uno con el cual tuviéramos la seguridad de que duraría para siempre, sin el temor de que podría terminar en cualquier momento ni la inseguridad de no saber cuándo podría suceder de nuevo.

Porque ahora las cosas eran distintas. Yo no era el mismo Tyler egocéntrico y egoísta, ni ella era la misma Haley tímida e invisible de un comienzo. Los acontecimientos que habíamos pasado juntos definían quiénes éramos ahora, y a pesar de todo el dolor que habíamos vivido no me arrepentía de ninguna decisión que habíamos tomado. Porque, a pesar de todo, eran esas decisiones las que nos habían llevado al lugar en el que estábamos ahora.

—¿Eres feliz ahora? —me preguntó Haley entre mis brazos.

—Más de lo que nunca imaginé —soltó una risa, sin sacar su rostro de mi pecho—. Pero lo más importante ahora es que tú estás aquí.

Haley negó con la cabeza, saliendo de entre mis brazos para besarme en la mejilla.

—Lo más importante es que ambos estamos aquí —me corrigió—. Y juntos.

—Y juntos —repetí, besándola ahora yo—. Y para siempre.

—Y para siempre —susurró, acercándose a mi boca—. Sin mentiras ni secretos.

—Sin mentiras, ni secretos... porque la vida es corta para vivirla a la sombra de alguien —la imité, ganándome una sonrisa de su parte.

—Y por ello hay que vivirla tal cual somos.

—¿Ah sí? —le molesté.

—¿Vas a besarme? —me soltó.

—Pensé que tú ibas a hacerlo.

—¡Mentira! —me acusó.

—Verdad —le susurré.

En ese momento ambos nos besamos, sin importarnos ni el pasado, ni el presente, ni el futuro, ya que sabíamos que a pesar de cualquier dificultad que se interpusiera en nuestro camino luego de todo lo que habíamos pasado nada iba a ser capaz de superarlo.

Porque estar juntos era más fuerte que nosotros mismos. E incluso, que la muerte.

 FIN



Hola! Qué les pareció? Quería contarles que el libro ya fue publicado por Nova Casa Editorial, me haría muy feliz si pueden recomendarlo a sus amigos y familiares, como también comprarlo si lo quieren en físico en sus librerías cercanas! Así más personas pueden leer mi novela y así llegar ojalá a todos los lugares posibles, como también enviarle mensajes a las librerías cercanas para que lo traigan, me harían un gran favor con eso.
Muchísimas gracias!

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