27. La propuesta
Capítulo veintisiete.
Ya llevo casi una hora de castigo.
Debería resongar y preguntarme porqué Christian tarda tanto en sacarme de aquí; si tal vez lleva una hora convenciendo al profesor o si la profesora Nelly, quien seguro estaba allí cuando Christian apareció, lo castigó por seguir en el instituto cuando no debe.
Pero esas cuestiones van aparte.
Sigo con la cabeza hacia atrás en mi pupitre, mi mirada fija en el techo y siento la sensación de ángeles bebés volar alrededor de mi mente.
—Le gusto a Christian Harrison.—Sonrío tontamente,—Y no fue un sueño.
Llevo repitiendo eso no sé cuántas veces desde que me quedé nuevamente sola en el salón de clases, asegurándome de que fuera real o como si temiera olvidarlo. Me balanceo sobre mi silla, mojando mis labios.
¿Está bien pasar de estar con el corazón roto por un chico a sentir mariposas en el estómago por él?
Tal vez debería ser más dura con Christian. Sigo pensando que merece un poco más de mi frialdad y seriedad. Tendría que ser firme y poder estar un poco distante un tiempo, solo para darle una lección. Sí, eso haré.
Pero por ahora solo puedo suspirar al pensar en él.
Estiro los brazos a mis costados, aún sonriente. Si alguien me hubiera dicho un año atrás que el primer día de clases de último año hablaría con Christian, ocurrirían tantas cosas y terminaría aquí, sabiendo que le gusto, no lo habría creído, pero me habría desmayado de tan solo pensarlo.
Cierro mis ojos e inhalo profundo, disfrutando del momento.
—Señorita Beckett.—Exclama una voz y casi caigo de mi asiento.
Rápidamente me acomodo lo mejor que puedo y le doy una sonrisa nerviosa al profesor Connor, quien se encuentra en el marco de la puerta; sus lentes reflejan levemente la luz del atardecer que entra por las múltiples ventanas y me quejo por lo bajo cuando los destellos dañan mis ojos.
—¿Sí, profesor?—Respondo amablemente.
—Ya puede irse.—Me avisa y al instante me levanto de mi pupitre sorprendida,—Decidí que su castigo solo duraría una hora.
El profesor entra en la sala y camina hasta su escritorio. Sin tener el sol reflejando mi cara, aprovecho para ver mejor al señor Connor. Está con la camisa levemente arrugada, los primeros dos botones desabrochados, su cabello negro se ve alborotado y sus finos labios están exageradamente rojos. Él recoje sus cosas y antes de irse se acerca a mí a paso seguro. Busca algo en el bolsillo de su saco antiguo y luego su mano se extiende hasta mi.
—Esto es suyo.—Dice devolviendome mi teléfono, el cual me había quitado a comienzos del castigo.—Nos vemos la próxima clase. Y recuerde ser puntual, no quiero verla en un segundo castigo.
—¡Si señor!—Respondo sonriente y él desaparece por la puerta.
Tomo mi abrigo y comienzo a ponermelo cuando mi celular suena y vibra desesperadamente. Observo como aparece claro en la pantalla una llamada entrante de un número desconocido. Dudo antes de contestar.
—¿Aló?—Respondo mientras cierro los botones de mi saco.
—Qué tal, Anastasia.
Dejo de respirar al oír esa voz tan sensual proveniente de mi teléfono. Le echo un vistazo al número desconocido que aparece en mi pantalla y trago saliva sorprendida, devolviendo el aparato a mi oído.
—¿Christian?—Pregunto ingenua.
—Creí que ya podías reconocer mi voz cuando la escuchabas.—Responde en un tono divertido.
Claro que lo hago.
—Tal vez, no lo sé, tengo que oírte hablar más seguido para reconocerte al instante.—Bromeo con una sonrisa en los labios.
—Podría decirte ciertas cosas ahora y estoy seguro de que recordarás mi voz a partir de entonces.—Su forma de hablar me estremece y él solo ríe a través de la línea.
—¿Cómo conseguiste mi número?—Intento cambiar de tema, aunque debería haber empezado con eso.
—Fue fácil hacer que tu profesor me diera el teléfono un momento.
—¿Cómo hiciste eso?—Le digo sorprendida.
—Digamos que una persona una vez me dijo que soy muy manipulador.—Contesta y eso me hace sonreír,—Y tenía razón.
No puedo evitar reír por lo bajo ante su comentario. Pero luego me aclaro la garganta, recordándome que debo ser seria y fría con él, cosa que no estoy haciendo en estos momentos. Inhalo hondo y cambio mi expresión a una indiferente, sintiéndome un poco estúpida después ya que él no puede verme.
—Como sea, ¿dónde estás?—Pregunto con firmeza.
—Esperándote en el estacionamiento. ¿Piensas venir o prefieres que yo vaya a traerte?
Tráeme.
—Yo voy.—Finalizo.
—Cinco minutos. Sino, te buscaré hasta donde hayas llegado.—Dice divertido y antes de que pudiera protestar él cuelga.
Salgo de la sala de clases y me apresuro lo más que puedo. Belmont es grande ya de por sí y el estacionamiento tampoco es tan cerca a pesar de estar prácticamente al lado del Instituto, al menos no si se trata de alguien que quiere llegar rápido. Bajo deprisa las escaleras pero me detengo abruptamente al recordar que dejé mis libros.
Maldición Erica, ¡deja de tener la cabeza en otro lado!
Suelto un gruñido y me devuelvo por donde vine. Casi caigo un par de veces debido a lo resbaladizo del suelo pero logro tomar mis libros y corro nuevamente hacia las escaleras, bajando de a dos y sosteniéndome fuertemente por la barandilla. A pesar de estar nerviosa, soy consciente de la precaución que debo tener para no morir un lunes por la tarde en un Instituto desolado. Corro por los pasillos de Belmont y llego hasta mi casillero, marcando la combinación de mi casillero con dificultad.
—Vamos, diablos, vamos.—Protesto al seguro de mi locker pero finalmente logro abrirlo. Para mi sorpresa una carta cae de dentro del mismo y la tomo luego de guardar mis libros.—¿Pero qué—Me callo al ver el nombre de Mr. A como firma. La abro y comienzo a leerla.
Hola, chica que me gusta.
Siento como mis pulmones se quedan sin aire pero decido continuar.
Siento la necesidad de decirte que la semana pasada estuviste hermosa, cada día y de principio a fin.
Como siempre, te veo desde lejos. O mejor dicho, te admiro desde esa distancia.
No me siento muy bien. Es por eso que vuelvo a escribirte luego de dos años.
Arrugo el entrecejo ante su confesión. Mrs A nunca suele decirme cómo se siente en sus mensajes.
Mis sentimientos por ti duraron tanto y jamás me atreví siquiera a mostrarme quien soy, es por eso que decidí reprimirlos, fue por eso que había dejado de escribirte.
Pero este año volví a saber de ti, en contra de mi voluntad por supuesto, y terminé recordando lo que me provocabas.
Parece ser que no puedo dejarte ir después de todo, Erica Beckett.
Es por eso que te escribiré este último año con el fin de... Bueno, de poder armarme de valor y decirte quién soy.
Pero volviendo al tema: estabas hermosa la semana pasada.
Anónimo.
Aprieto la carta contra mi pecho, procesando lo que acabo de leer. Siento mi corazón acelerado. Era la primera vez que recibía una carta de Mr. A. Él siempre mandaba notas y jamás decía sentir otra cosa más que admiración por mí. De alguna forma, eso me provoca estragos en el cuerpo y me deja sin aliento. Antes, ese desconocido me gustó durante un tiempo debido a las lindas cosas que me escribía. Sin embargo, logré superarlo y no diría que ahora siento mariposas en el estómago, pero me gusta su forma de tratarme.
Nunca me habían escrito cartas de amor antes.
Suelto un suspiro y muerdo mi labio inferior al pensar en que mi admirador dejó de amarme un tiempo y ahora vuelve a hacerlo.
—A mi también me observan desde lejos.—Susurro sonriente mientras regreso la carta a mi casillero, escondiéndola entre los libros y luego cierro la puerta,—¿Qué te parece eso, Grey?
—No me encanta mucho que digamos.
Doy un brinco del susto, volteandome hacia la voz que me asustó. Christian se encuentra a unos centímetros de mí y yo retrocedo hasta que mi espalda queda pegada a los casilleros. Él sonríe mientras yo llevo una mano a mi pecho para verificar si mi corazón sobrevivió al ataque cardíaco.
—¡No me asustes así!—Grito molesta.
—Parece que tengo competencia.
Una vez calmada, suelto un largo suspiro y cruzo los brazos sobre mi pecho, enarcando una ceja.
—¿Competencia? Yo no soy un premio.
—No lo eres.—Aclara Chris ante mi mirada fulminante,—Pero quiero tenerte de todas formas.
Abro levemente la boca al oírlo y luego me aclaro la garganta, mirando hacia otra parte.
—Como sea, yo–
—Ya pasaron cinco minutos.—Interrumpe Christian, inclinándose hacia mí,—¿Sabes lo que significa?
Antes de que pudiera protestar o salir corriendo hacia la salida, Christian me carga sobre su hombro sin problemas. Él comienza a caminar tranquilamente mientras que yo pataleo y me muevo desesperadamente gritándole que me baje. Me pregunto si no le preocupa que hayan cámaras de seguridad en los pasillos y que, cuando vean las grabaciones piensen que me está secuestrando.
—Te lo advertí, Ana.—Responde con aire calmado mientras salimos del Instituto.—Cinco minutos exactos.
—¡Nadie puede llegar con tan poco tiempo!
—Hubieses podido si no te detenías a leer cartas de amor.—Dice con seriedad.
Decido dejar de forcejear ya que me es imposible lograr que me baje. Me cruzo de brazos y frunzo el ceño al oírlo.
—¿Y qué?, son cartas para mí y puedo tomarme todo el tiempo del mundo en leerla si así lo quiero.—Respondo enojada. Era la verdad después de todo.
Christian no responde y eso me enfada aún más pero prefiero que el silencio reine entre nosotros, solo para torturarlo. Cuando llegamos al estacionamiento, él busca su gran camioneta negra y desactiva el seguro unos metros antes de llegar a él. Cuando alcanza el vehículo, lo rodea y abre la puerta de copiloto. Me baja de su hombro y me adentra hasta dejarme sentada en el asiento.
—No.—Lo detengo cuando comienza a inclinar su cuerpo sobre mí para alcanzar mi cinturón.—Yo puedo.
Me lo abrocho sola bajo la atenta mirada de Christian y luego lo veo impaciente mientras él no se mueve.
—¿Qué?—Pregunto pero no me responde,—¿Christian?
Él parece reaccionar y niega con la cabeza antes de cerrar mi puerta para luego rodear la camioneta nuevamente y subirse al asiento de piloto. A su vez, aprovecho para disfrutar del aroma de su auto. Esa colonia suave que siempre usa se mezcla con el aromatizante de auto.
Christian se abrocha el cinturón y al instante salimos del estacionamiento, adentrándonos en las calles de la ciudad. Permanecemos callados durante unos cuántos minutos, él viendo al frente y yo vislumbrando más allá de las casas, admirando el hermoso atardecer.
No parece haber pasado mucho tiempo desde que salimos, pero comienzo a ver casas que ya no reconozco y pasamos por vecindarios que ya no me suenan familiares. Nos detenemos en un semáforo y no puedo evitar sonrojarme al recordar la primera vez que me llevó en su auto y parando frente a uno de ellos en medio del viaje.
Aprieto mis piernas y juego con mis manos sobre mi regazo.
—Ya te lo dije.—Habla Christian y ladeo mi cabeza para verlo, él me mira esbozando una sonrisa torcida en sus lindos labios,—Yo también recuerdo aquella noche cuando subo a esta camioneta.
—Yo no estaba...
—¿Pensando en la vez que te toqué la primera vez que viajaste en mi camioneta?
Hago silencio al oír su correcta adivinanza y él sonríe, volviendo la mirada hacia el frente y yo lo imito, observando como el semáforo aún sigue en rojo.
—Erica.—Habla Christian y yo me dispongo a volverme hacia él pero sus palabras me frenan,—No me veas.
—Pero–
—Por favor.—Insiste y yo devuelvo la vista al frente.
—¿Qué sucede?
Christian no responde y yo me siento tentada a mirarlo. Aguanto unos cuántos momentos más hundida en el silencio hasta que siento que ya no puedo más. Pienso en ver su expresión y hablar nuevamente pero Christian me gana.
—Sal conmigo, Erica.
Abro grande los ojos mientras veo como el semáforo cambia en cámara lenta a verde, logrando que sigamos adelante por la calle que se adentra al centro de la ciudad.
Me quedo pensando en sus palabras hasta que, luego de pasar por cientos de edificios que hacen juego con la luz de la luna ya presente en lo alto, nos adentramos en el estacionamiento frente a la propiedad de varios pisos con el nombre de la agencia. Christian detiene el vehículo y tomo aire, sin voltearme a verlo.
—Quieres... Tú quieres... Tú estás...—Me cuesta articular la oración,—¿Invitandome a una cita?
Siento como una mano toma mi mentón y me hace ver hacia la dirección de copiloto. Los ojos azules de Christian me ven con intensidad y tienen un brillo reflejado por la hermosa luna.
—Eso estoy haciendo.—Responde con suavidad.
—No lo entiendo.
Christian sonríe y comienza a acercarse,—Yo puedo hacerte entenderlo.
—Christian.—Susurro al sentir su respiración mezclarse con la mía.
Debería separarme de él, gritarle por ser un idiota y sentirme enojada por su pensamiento de mi y su hermano, e incluso reclamarle por insinuar que estaría con Elliot o con él por el simple hecho de que lleven el apellido Harrison.
Eso y mucho más debería hacer.
Pero siento una calidez que recorre mi cuerpo y mi corazón parece salirse del pecho cuando veo esos ojos azules mirarme a medida que se acerca, buscando mi aprobación para seguir.
Tendría que pensarlo, tendría que dudar, tendría que negarme.
Pero no puedo hacer ninguna de esas cosas.
Al ver que no me aparto, Christian se acerca hasta que nuestros labios vuelven a encontrarse y me estremezco al instante.
Tal y como la primera vez, sus labios son suaves pero el beso no lo es. Se siente demandante y desesperado, como si hubiese estado soportando las ganas de hacerlo. Christian se quita el cinturón sigilosamente y se inclina hacia mí para quitármelo también. Me dejo llevar por sus acciones y muerdo su labio inferior a la vez que me tiro hacia atrás. Suelto un jadeo cuando Christian comienza a bajar su mano, sus dedos recorren mi garganta con delicadeza, enviándome una corriente eléctrica y cosquillas. Luego bajan por mi pecho, pasando entre los botones de mi camisa y me tenso cuando comienza a desabrocharlos.
En ese momento, Christian ya se encontraba sobre mí. Había bajado el asiento hasta volverlo una especie de cama extraña.
—No podemos...—Susurro entre sus labios mientras lo tomo por el cuello de su camisa, atrayendolo hacia mí.
—Estás temblando por mí, Erica.—Contesta él y lo dejo besarme una vez más.
Su lengua roza mis labios y luego invade mi boca sutilmente, haciendo que me incendie. Nuestras respiraciones erráticas suenan por toda la camioneta en medio de la tarde-noche mientras mis manos pasan tontamente por su cabello y nuca. Él deja en paz mi camisa y toma mi cara entre sus manos, intensificando el beso. A su vez, aprieta su cuerpo contra el mío y puedo sentirlo completamente, cada parte de él. Eso me hace soltar un gemido que se ahoga en sus labios y él gruñe ante el contacto desesperado de nuestros cuerpos sobre la ropa. Cuando nos separamos por la falta de aire, aprovecho para hablar.
—Debemos parar.—Bufo sin aliento y pongo mis manos en su pecho para empujarlo suavemente.—Aún sigo molesta.
Christian sonríe y se levanta con ayuda de sus brazos, aún quedando sobre mí. Maldigo mentalmente eso ya que la luz del exterior traspasa las ventanas polarizadas e iluminan sus labios rojos y húmedos, derritiéndome.
—¿Y esta es tu forma de demostrarme que estás molesta?—Dice divertido antes de relamer sus labios,—Sí que eres confusa.
—Solo si la situación lo es.—Digo honesta.
—No, solo tú lo eres. Yo sé lo que quiero.—Responde seguro.
—¿Y qué quieres?
Christian vuelve a agacharse hacia mí y yo cierro los ojos, corriendo la cara hacia un costado instintivamente.
—Que seas mía.—Susurra en mi oído, haciendo revolotear las mariposas en mi estómago.
Él vuelve a levantar su cuerpo del mío, nuestras caras a una distancia corta pero prudente y sus brazos a los costados de mi cuerpo se tensan mientras sostiene su peso, dejando ver lo definido que está a través de su camisa. Muerdo mi labio al recordar cuando lo vi sin camiseta en la primera práctica pública de su equipo. Christian me da una última sonrisa antes de devolverse a su asiento y acomodar el mío.
—De acuerdo, acepto tener una cita contigo.—Decido y Christian empieza a acercarse para besarme otra vez pero lo detengo,—Sin besos hasta entonces, yo decidiré si te lo ganas o no.
Él arruga el entrecejo,—¿Es en serio?
—Esa es mi condición.—Me encojo de hombros,—Tómalo o déjalo.
—De verdad te gusta torturarme.—Se queja y yo lo fulmino con la mirada. Él levanta sus manos en el aire,—Bien, sin besos.
—Así es.—Sonrío ante su rendición.—Vamos.
Me bajo de la camioneta y cierro mi saco sobre mi camisa luego de abrochar los botones de la misma. Rodeo la camioneta y camino hacia el gran edificio con Christian detrás de mí.
Salimos del estacionamiento y cuando estamos a punto de entrar por las puertas de cristal, siento como soy jalada del brazo hacia atrás hasta estrecharme contra el duro pecho del chico que acabo de besar.
—No besos,—Habla bajo cerca de mi oído,—Pero nunca dijiste nada de acercamientos.
—¿Eh?—Pregunto confundida.
—Suerte con la sesión de fotos, Ana.
Dicho esto, Christian me suelta y me pasa por un lado, entrando al edificio. Camino detrás de él abrumada al darme cuenta de lo que quiso decir.
No pensé en esa parte.
—Oh, demonios.—Susurro mientras recuerdo como eran las sesiones de fotos en esta agencia.
Nunca dije nada de acercamientos.
Me adentro en el edificio, temiendo por todo mi autocontrol.
Realmente no pensé en esa parte.
———
Nota de la autora: Lunes=¡Actualización!
¿Qué les pareció la propuesta de Chris?, ¿Ustedes hubieran aceptado?, y sobre todo... ¿Qué les pareció ese besito?
Como siempre gracias por todo el apoyo; sigan votando, comentando, compartiendo y guardando.
¡Un abrazo!
Cami. ♡
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