19. El doble o nada

Capítulo diecinueve.

Y luego de estar todo el primer tiempo mirando al chico que deseo desde hace años en su primera práctica del año, por fin dan los 10 minutos de descanso entre tiempos que tanto ansiaban ambos equipos.

Todos los jugadores salen de la cancha cansados, sudados y con respiración entrecortada.

Veo como Christian se dirige junto con uno de sus amigos hacia los bancos y al llegar hasta allí se encuentra a Chloe, la porrista que peleó con Madison esta mañana, la misma que me abofeteó. Arrugo el entrecejo al ver como ella, junto con sus amigas porristas, comienzan a repartir agua hacia los jugadores. La rubia que prácticamente ya logré odiar va directo hacia Chris y le ofrece una botella de agua.

—¿Qué cree que hace?—Dice Madison y la observo, viendo al fondo a Mason, quien no ha hablado casi nada. Madison mira en la dirección que yo estaba viendo con una expresión de asombro e indignación.

—Dándole una botella de agua.—Le respondo irónicamente.

—¿Disculpa?—Me llama, dejando su bebida en el asiento a su lado y cruzándose de brazos,—Esa chica te insultó, te golpeó y yo aún quiero matarla. Deja de aparentar que estás tranquila, Erica.

—¿Quién dice que no estoy tranquila?—Me encojo de hombros intentando verme indiferente pero Madison arquea una ceja dandome de sus miradas acusatorias.—Bueno, no lo estoy, la odio.

—¿Entonces qué haces aquí?—Me pregunta señalando hacia Christian,—Tienes que ir allá.

—¿Qué?—Pestañeo variadas veces y ella asiente con firmeza.

—Mira eso.

Confundida, dirijo mi mirada hacia donde mira Madison y veo como la rubia antipática sigue hablando con Christian y este no le presta atención. Ella le sigue ofreciendo la botella de agua con una enorme sonrisa pero él ni siquiera la mira.

—Eso es por ti.—Susurra mi mejor amiga mientras veo como Chloe se aleja del banco de jugadores con una expresión de molestia, mientras que sus seguidoras van tras ella.—Lo preguntaré de nuevo. ¿Qué haces aquí?

Siento dudas al respecto pero no me queda elección cuando Madison suelta un enorme suspiro antes de comenzar a arrastrarme bajando las gradas, dejando solo a Mason, quien ni se molesta en mirarnos. Ambas rodeamos la cancha de básquet mientras llegamos al otro lado, donde está la banca de jugadores y en ella, mi lindo Christian.

Mi mejor amiga suelta un chiflido que suena perfectamente mientras sacude su brazo en el aire para llamar la atención de Christian, quien nos ve a los pocos segundos. Aterrada por recordar aquella nota que recibí en medio del juego por parte de su hermana, pienso en huir mientras él le dice una última cosa a su compañero de juego antes de caminar hasta mí. Pero Madison me retiene del brazo tan fuerte que casi se me sale.

—Ni se te ocurra, Ana.—Me dice con una amplia sonrisa mientras Christian da unos últimos pasos antes de alcanzarnos.

Madison me suelta pero ya no tiene caso escapar. Es ella quien se va cuando mi amor platónico de secundaria llega hasta mí con una de sus sonrisas torcidas tan lindas. De cerca puedo ver el brillo de su piel, está sudado y su cabello se pega levemente a los costados de su cara. Sus mejillas están algo rojas por el sol y sus ojos azules tan deslumbrantes como siempre. Mi corazón salta como loco al ver lo jodidamente perfecto que se ve en su ropa deportiva y mis ojos inquietos examinan cada parte de su cuerpo hasta que Christian suelta una risa que me hace desviar rápido la mirada al darme cuenta de que lo estaba mirando sin ser discreta.

—Buen primer tiempo.—Le digo haciendo una mueca, intentando no sonrojarme pero creo que ya es tarde.—Jugaste muy bien.

—Todos lo hicieron.—Me responde tranquilo,—Fue trabajo en equipo.

—Pero tú anotaste los primeros puntos.

Oh no. Me dice mi subconsciente al recordarme su nota.

—¡Tienes razón!—Digo riendo nerviosa, arrepintiendome por completo,—Si jugaron en equipo, no es que tú solo, ya sabes, bueno...

Fijo mi mirada al suelo hasta que su mano toma mi mentón y me obliga a verlo. Trago grueso al tener por vez número mil esos ojos azules mirándome con una intensidad que apenas si puedo soportar sin desmayarme.

—Sí, yo anoté los primeros puntos.—Me dice sonriendo con ese aire de suficiencia,—¿Y sabes qué significa eso?

—Christian, estamos en público.—Susurro tan bajo que pensé que no me escucharía hasta que él mira de reojo a las personas de la tribuna que estaba a unos metros de nosotros.

Suelta mi rostro y toma mi mano para llevarme detrás de las gradas. Abajo de ellas hay pura madera, así que podemos estar solos sin que las personas que estén sentadas ahí nos vean desde arriba. Él suelta mi mano y se voltea a verme mientras se acerca y me acorrala contra la pared que sostiene la estructura.

—Ahora ya no.—Susurra mientras su rostro se acerca al mío y yo solo ladeo la cabeza, intentando no encontrar sus ojos.—Erica, mírame.

Niego con la cabeza y aprieto mis labios; esa expresión es tan infantil que en otras circunstancias me reiría de mi misma si no fuera por el chico apuesto que tengo frente a mí.

—Está bien.—Acepta Christian. Siento su respiración chocar contra mi oído al tener la cabeza de costado y eso me hace estremecer.—Voy a recordarte que anoté los primeros puntos, y tú sabes muy bien que significa eso.

—¿Que van ganando?—Le digo inocente, intentando evadir el tema.

Él vuelve a tomar mi rostro con una de sus manos para obligarme a verlo y su nariz toca la mía cuando él apoya su frente sobre mi cabeza mientras se inclina al mismo tiempo.

—Que me debes algo.

Siento mis mejillas enrojecer cuando mis ojos caen en sus labios: están rojos y mojados, volviéndose totalmente tentadores y a la vez hermosos. Entonces me pregunto si me pedirá besarlo.

Nunca nos hemos besado desde que comenzó todo este lío entre él y yo. Hemos discutido, hablado, bailado, incluso tuvimos contactos algo íntimos, pero nunca nos besamos y no puedo entender porqué. Es obvio que algo sucede entre nosotros, algo que no puedo explicar por falta de respuestas.

¿Por qué no me has besado aún, Christian?

Quiero preguntárselo aprovechando que mi mente estaba pensando en eso pero la intención se esfuma al instante cuando él vuelve a hablar.

—Quiero que aceptes trabajar conmigo.

Adiós a cualquier escena romántica que me estuviera imaginando para este momento.

—¿Qué?—Le digo, mirándolo con molestia.

—Lo que oyes.—Su sonrisa desaparece, pero eso que tienen sus ojos que me hace mariposas en el estómago no.—No quiero esperar, Erica. Quiero oír un sí de tu parte. Y si te niegas, quiero ser el primero a quien se lo digas.

—Christian, tú sabes que no puedo decirte que no estando, pues...—Señalo con mi dedo índice el pequeñísimo espacio que hay entre nosotros.—Así.

—Entonces acepta.

—Christian.

-Ambos sabemos que tus ganas de hacerlo vencen a tus ganas de no hacerlo.—Su frente se despega de la mía, su expresión es seria.—Entonces, la única razón que encuentro para que no estés aceptando aún es porque te gusta que te ruegue.

¿Que qué?

Estaba a punto de enojarme porque él me crea una persona a la que le gustan los ruegos hasta que una sonrisa invade sus labios mientras su dedo traza mi mejilla, casi como una caricia.

—Siempre disfrutaste volverme loco, Anastasia.

Triple qué.

De nuevo, sus ojos sinceros, su expresión vulnerable.

¿Acaso es bipolar?, ¿Qué rayos significa eso?

—Christian.—Quito su mano de mi cara, mirándolo fijamente mientras él recupera la compostura, volviendo a endurecer sus facciones faciales y devolviendole a su rostro ese aire de suficiencia.—No sé de qué hablas, pero yo–

—Hagamos otro trato.—Me interrumpe y yo suspiro, dejándolo continuar.—Si anoto los puntos ganadores del segundo tiempo, tendrás que aceptar.

—¿Qué tienes tú con hacer tratos?

Él se encoje de hombros,—Que siempre los cumplo.—Dice divertido,—Y que los premios siempre son de mi interés.

—¿Ahora soy un premio?—Lo fulmino con la mirada mientras él suelta una risa que me desarma. Se separa y estira su brazo frente a mí, ofreciendo su mano.

—Vamos, acepta.

Hace ojos de cachorrito y me pregunto mentalmente como es posible que hasta así se vea sensual y no tierno, como cualquier persona normal. Suspiro derrotada ante su petición y estrecho su mano mientras él sonríe triunfante. Al mismo tiempo, suena un ruido proveniente de los altavoces y la voz del director anuncia que ya está por comenzar el segundo tiempo.

Christian, aún sosteniendo mi mano, me estira atrayendome hacia él y choco con su pecho, sintiendo lo mojado que está su camiseta de equipo. Él sonríe al ver mi expresión de asco, aunque solo la hice para molestarlo, y enarca su ceja.

—¿Tan sudada está?

—Nah, para nada.—Le digo sarcásticamente.

Él me da una última mirada antes de llevar las manos al final de su camiseta y comenzar a levantarsela. Abro mis ojos tan grande que casi se me salen al ver su torso desnudo frente a mí y no sé como no me desmayo al ver su definido abdomen. Él termina de quitarse la camiseta al mismo tiempo que mis ojos lo violan indirectamente.

—Tengo que cambiarmela. Por suerte tengo otra en el banco.

—Santa mierda.—Susurro deslumbrada por la perfección de su físico.

¿Acaso este chico es hijo de dioses?; vi a sus padres, sí, pero aunque ambos son atractivos, él es, bueno, diablos.

Christian me da una última sonrisa antes de salir de las gradas y yo voy detrás de él. Al instante que hace aparición en la cancha de básquet, todas las chicas gritan al unísono debido a la criatura perfecta sin camiseta que camina hacia el resto de su equipo. Y como es de esperarse, nadie nota que salí detrás de él, así que me dirijo de nuevo a mi asiento en las gradas del otro lado de la cancha, donde Madison me mira boquiabierta.

—Cuando dije que fueras allí, era para darle una botella de agua.—Me sonríe aún sorprendida, mirando a Christian y a mí repetidas veces,—Pero veo que lograste bastante más. Diablos, Erica.

—Mucho para contar.—Me muerdo el labio, viendo como uno de sus compañeros le lanza una camiseta la cual él no duda en ponerse y siento una leve decepción cuando vuelve a estar completamente vestido.

—Me voy.—Dice Mason, quien, detrás de Madison se para en su asiento y va por el lado contrario al mío para bajarse de las gradas.

—¿Mason?—Le pregunto preocupada pero él me ignora mientras baja entre las personas pidiendo permiso y desaparece tras rodear la cancha.

—Déjalo.—Dice Madison, soltando un fuerte suspiro.

—Pero él...—Quiero seguir hablando hasta que noto los ojos brillosos de mi mejor amiga y aprieto el fin de mi falda dentro de mis puños.—Está bien, luego me contarás.

Ella asiente y nos concentramos en el juego cuando la bocina del equipo de sonido suena fuertemente. Otra vez, los jugadores estrellas contra los no tan estrellas.

Vuelven a correr como locos por la extensa cancha, de un lado a otro, quitándose repetidas veces el balón y pasándoselo tan rápido que casi es imposible verlo. Mi emoción por el juego regresa que me quedo callada los siguientes 20 minutos viendo cada acción de los chicos.

En los últimos 10 minutos, suplantaron a un jugador del equipo de Christian porque sufrió una fea caída y toda su pierna quedó con raspones grandes y moretones aún mayores. Entró el chico con el que estuve en la fiesta de la casa Harrison, aquel chico castaño, pero no de ojos negros. Habrá sido la oscuridad en aquel salón pero desde mi asiento a lo lejos y con la luz del sol reflejando su rostro vi que sus ojos eran café, pero tan oscuros que era comprensible que en una fiesta de pocas luces se vieran negros.

Él y Christian comenzaron a pasarse el balón como auténticos profesionales y anotaron repetidas veces. Muchas chicas gritaban el nombre de Christian y otras el de aquel chico castaño. Adrián es su nombre. Tengo que admitir que le queda bastante bien, lástima que haya sido un chico desagradable aquella noche, sino me parecería algo atrayente.

A menos de dos minutos en el reloj, ambos equipos siguen jugando con todo lo que pueden sus cuerpos. Un chico del equipo no tan popular logra anotar alrededor de diez puntos en menos de un minutos y recibió unos cuantos aplausos por su dedicación, aunque aún así fueran a perder por la diferencia notable de puntos.

Un minuto, menos de un minuto, están por ganar, y entonces veo como la expresión de Christian cambia y su concentración se da a notar. Él me echa un vistazo antes de sacar en medio de la cancha y yo sacudo mi cabeza en negación ante su sonrisa tan confiada. El profesor de deportes suena su silbato y Christian pasa el balón a Adrián, quien esquiva a unos cuantos jugadores contrarios tras dar unos pasos largos mientras corre y se la pasa a Christian. Este lo toma y corre más rápido que su compañero, atravesando a los jugadores que intentan detenerlo. Llega hasta la zona de anotar pero enfrente de él queda el chico que logró hacer 10 puntos en menos de un minuto y detrás vienen sus compañeros, intentando bloquear a los compañeros de Christian.

Este último comienza a tener una batalla por quien se queda con el balón y luego de un traspié por parte del chico cuyo nombre desconozco, Christian aprovecha para tirar el balón. Cae sobre el aro y da un par de vueltas sobre el mismo. Todos inhalan, retienen el aire y sueltan gritos ahogados, rogando que entre. Pareciera que todo fuese en cámara lenta hasta que por fin el balón logra entrar y el lugar se llena de gritos.

Christian grita algo que se mezcla con el resto del ruido mientras abre sus brazos totalmente complacido por su jugada. No puedo evitar sonreír ante la emoción del momento y nuestras miradas vuelven a cruzarse mientras él regresa a su lugar en la cancha de básquet ya que aún quedan unos segundos en el reloj, sin embargo, ya era muy obvio que nadie alcanzaría a anotar más puntos.

O eso creía.

El profesor de deportes volvió a sonar fuertemente su silbato. Todo el mundo en las gradas comenzó a levantarse para irse de nuevo al instituto y lo que pasó a continuación sucedió tan rápido que muchos de los estudiantes se quedaron paralizados, incluso los jugadores. Uno de los del equipo poco popular se dispuso a sacar sin ánimo alguno y tras esta acción, alguien del equipo oficial de Belmont logró captar ese pase y tomar el balón antes de que llegara a su remitente esperado. Era Adrián.

Como si de un fenómeno extraño se tratase, el chico comienza a correr y pasar entre todos los jugadores contrarios y a dos segundos de terminar el partido, Adrián tira el balón, encestandolo limpiamente en el aro de básquet.

—¡Fin del juego!—Grita el profesor de deportes, levantando su mano en el aire.—¡El equipo oficial de Belmont gana!

Unos cuántos segundos pasan antes de que la gente comience a gritar como loca tras darse cuenta de las palabras del entrenador. El equipo ganador duda unos segundos antes de correr hacia el chico castaño y felicitarlo por su jugada.

Él encestó los últimos puntos.

Mi mirada va a Christian, quien está tan sorprendido como el resto cuando Adrián hizo aquella inesperada acción. Luego mira en mi dirección y arruga las cejas, mostrando la decepción clara en su expresión.

Veo como da media vuelta frustrado para irse y no me lo pienso dos veces.

Bajo las gradas lo más rápido que puedo y atravieso la cancha de básquet sin importarme que me digan algo. Corro hacia Christian, quien pasa por un lado el banco donde recoge su camiseta sudada. Cuando lo alcanzo antes de que se vaya, estiro de su brazo, atrayendolo hacia mí. Él me mira sorprendido y yo solo sonrío complacida por su esfuerzo en el juego.

—Acepto trabajar contigo, Grey.—Digo finalmente.

Nota de la autora: Mil y un perdones por no a actualizar ayer, es que esta semana tengo muchos trabajos que hacer y no me estoy concentrando bastante en actualizar. Les prometo que para el viernes va a haber cap. ♡ Comenten que les pareció la decisión de Erica, dejen su voto y nada, los amo, que tengan linda cuarentena, gracias por leer. 🥳❤

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