Capítulo 50
Nueva York, 2000.
Harían trece años desde la última vez que escogí un departamento y la búsqueda probó ser más complicada de lo que creí. Habré visitado una docena de ellos y ninguno me convencía. Para colmo de males, mi relación con Debra poco a poco volvía a ser la de antes y sus reservas se desvanecían a medida que yo demostraba estar madurando, de modo que su asistencia y supervisión en aquella tarea adquirió un carácter obligatorio. Fuera a donde fuera, se tratase de un edificio majestuoso o un cuchitril, Debra me acompañaría y tendría algún comentario que no fuera capaz de guardarse.
Empezaba a temer que nunca hallaría un lugar en el mundo cuando un minúsculo y reconfortante piso captó mi interés. Se situaba en un vecindario tranquilo, sus paredes eran de un color que hacía pensar en la playa y la temperatura resultaba agradable la mayor parte del tiempo. Debra me dio una mano con el depósito y me cercioré de devolverle cada dólar con el sudor de mi frente.
Seguía trabajando en la galería, ahora como empleado pago. Tenía mi independencia y los millonarios aprendieron a valorarme por mis conocimientos y caballerosidad, aunque varios no olvidaban el espectáculo de Clark que había iniciado todo.
Clark continuaba triunfando en la música. Sus canciones, a pesar de no asemejarse a las primeras del ranking, sonaban en la radio al menos un día a la semana y daba la impresión de que, cada vez que lo hacían, conquistaban a otro fanático potencial. Entre conciertos y entrevistas de relativa repercusión, se esforzaba por cenar conmigo cada viernes, sumado a unos cuantos encuentros más con horarios no establecidos.
Incluso habíamos vuelto a hacer el amor. Fue incómodo, con las luces encendidas y los calcetines puestos. Ambos estábamos fuera de práctica, ambos habíamos sido arrancados de nuestra sexualidad por causas tanto externas como internas, y redescubrir un ritmo que funcionara para los dos sería el máximo desafío. Pero compartimos un orgasmo decepcionante y silencioso al que siguió una apasionante charla sobre los derechos de los crustáceos —no por iniciativa mía— que hizo que todo valiera la pena.
Sin embargo, aun con tantos éxitos personales, Russell perseveraba en la invasión de mis recuerdos. Parecía no poder dejarme en paz, ni siquiera cuando Clark dormía a mi lado y yo delineaba sus cicatrices con las yemas de los dedos. Lo más terrible era que, pese a aparecerse a menudo, no era tan frecuente como mi corazón sentía que debía ser.
«O te enfocas en Clark o te obsesionas con Russell», me ordenaba frente al espejo todas las mañanas, mas había algo que no me permitía escucharme.
Para mi buena suerte, no tardaría en darse un acontecimiento que me despertaría una emoción tan grande que no habría sitio para nada más. Cierto día, mientras almorzaba con Debra, Clark entró a mi apartamento pregonando el mayor titular de toda su carrera:
—¡Voy a salir en televisión!
Qué eufemismo sería decir que nos alegramos por él. Estábamos extáticos. Aquella era la culminación de sus esfuerzos, la prueba de su victoria ante todos los males que lo habían aquejado. Recordar a aquel chico asustado y lleno de problemas que no podía resolver, mirando a ese hombre cuyo futuro inmediato estaba asegurado, era un espectáculo superior a cualquiera de sus conciertos.
Se trataba, además, de un programa importante, conducido por un presentador de renombre al que le fascinaba dar a conocer a artistas emergentes. Que ese sujeto de gafas graciosas y apellido griego impronunciable lo invitase a uno a su show era una sentencia de fama, y esta vez le tocaba a Clark ser el afortunado.
Debra lo ayudó a escoger el traje y Lucy lo bombardeó con consejos de qué debía o no decir. Hattie le hizo una limpieza astral, Dion le enseñó ejercicios de relajación y Jeff no se enteró de mucho, pero prometió que estaría postrado ante el televisor horas antes de que él apareciera. Yo, por mi parte, me limitaba a permanecer a su lado y oír sus tribulaciones hasta muy entrada la madrugada, sin jamás ridiculizarlas o quedarme dormido antes que él.
Cuando llegó el día, estuvo a punto de faltar en tres instancias distintas del proceso. Primero en mi casa, luego en el coche y, para rematar, a minutos de estar frente a las cámaras. Lucy y yo no conseguimos respirar tranquilamente hasta verlo sentado en el sillón de cuero del plató, estrechando la mano del presentador griego.
Se lo notaba nervioso al inicio. Tenía la sonrisa congelada en el rostro y sus ojos cafés —más resplandecientes que nunca bajo los reflectores— nos buscaban con frecuencia. Pero el griego era hábil y pronto se las arregló para romper el hielo. Tras conseguirlo, Clark salió del cascarón, revelando ser la bola de energía de la que hacía años debí haberme enamorado.
—Bueno, creo que ya estamos terminando —concluyó el conductor luego de varios minutos de respuestas vagas (y extremadamente divertidas) sobre sus comienzos—, pero hay algo más que necesito preguntarte. Creo que lo sabes, creo que todos lo sabemos, siempre hago las mismas preguntas. —Risas—. Tu primer álbum de estudio... Estás trabajando en otro, ¿no es así? Pero el primero, eh, digamos que parece haber un tema recurrente. Y lo que quiero saber, lo que todos aquí queremos saber es... ¿quién es esa chica que se fue a Hollywood?
Más risas en el estudio. En la silla de al lado, Lucy se puso rígida; Clark hizo lo mismo. Hacía varias preguntas que había dejado de mirarnos, pero ahora nos evitaba conscientemente. Las carcajadas fueron extinguiéndose y él continuaba sin contestar.
—A ver, no todo tiene por qué ser sobre mí —dijo en cuanto pudo, la sonrisa tiesa—. A veces es solo... Digo, un escritor no tiene por qué escribir sobre sí mismo todo el tiempo. No sé por qué la gente piensa que los músicos somos distintos. Si se me ocurre una buena historia, la pongo en una canción y ya está.
—Claro —coincidió el griego—, es como un... personaje, ¿cierto?
—Eso mismo.
—Y pensando ahora en el verdadero Clark Osborne, la estrella en ascenso... ¿hay alguien a quien le deba agradecer o reprochar algo?
Clark se distendió.
—Solo agradecer, por ahora. —Su mirada nos encontró—. Lucy Seelenfreund, la mejor amiga que he tenido en mi vida, por creer en mí cuando nadie más lo hizo y ponerse de mi parte incluso cuando todo el mundo me daba la espalda. Ella y la gente que conocí gracias a ella son... son lo más increíble que pudo haberme pasado. Me salvaron de... de todo.
Oí a Lucy sorber por la nariz a mi izquierda y me aseguré de no girarme. Sabía que era una persona reservada —en especial tratándose de mí— y que querría que respetase su momento. Además, no podía quitarle la vista de encima a Clark, cuyas pupilas habían pasado a enfocarse en las mías.
—Y Gordon Shipman —agregó—. Por darme la oportunidad que nunca podría haber conseguido por mi cuenta y ser... No sé, ¿una inspiración? Algo así.
Todos reímos, algunos más tensos que otros. Ya despidiéndose, el anfitrión le preguntó qué le deparaba el futuro, cuál sería el próximo paso. La respuesta nos descolocó a ambos.
—Esto es un poco como una sorpresa. El próximo fin de semana voy a dar un concierto en un lugar que significa mucho para mí. Vamos, que me vio nacer. El pub de Arthur Bender, por si les interesa. Es un sitio genial donde realmente pude empezar con la música. Será el viernes a las once y espero verlos a todos allí.
Si hubiera sabido lo que ocurriría aquella noche, tal vez no lo habría mencionado.
-o-o-o-
—No puede ser —dijo Clark, agazapado tras la pared, ordenándome permanecer detrás—. Son mis padres.
Sin haber racionalizado sus palabras, me asomé al igual que él lo había hecho y seguí la trayectoria de su dedo índice. Estábamos en el pasillo del pub de Arthur Bender que conducía a los baños, minutos antes de que Clark saliera a escena, y el recinto estaba tan lleno que me costó distinguir a qué mesa se refería.
En cuanto los divisé, sentados en el fondo y perdidos en un mar de espectadores, no me cupo la menor duda. Estaba escrito por todas partes, desde el escaso pelo rojizo de él hasta los danzarines ojos oscuros de ella. Cervezas en mano, la pareja de mi edad charlaba animosamente, aunque se notaba su nerviosismo. El hombre movía las manos del mismo modo en que Clark lo hacía y ella soltaba comentarios hilarantes con una espontaneidad que su hijo debió haber heredado.
Eran los Osborne. Después de años sin verlos, la vida volvía a ponérselos en frente y no sería nada sencillo escapar.
—Debieron haberte visto en televisión —especulé.
Clark bufó y empezó a caminar por el angosto corredor, manos en la cabeza, zapatillas pisando fuerte. Lo seguí en sus rondas de animal acorralado, queriendo hacerlo entrar en razón.
—¿De verdad sería tan terrible hablar con ellos? Parecen orgullosos...
—¿Orgullosos? ¡Claro que lo están! Si fueron los que me metieron la idea de ser músico por dieciocho años. De lo que no van a estar tan orgullosos es de lo que pasó en el medio.
—Pues no tienen por qué saberlo.
—Se enterarán.
—¿Cómo? ¿Cómo lo sabrán si tú no se los dices?
Clark se detuvo y me miró a los ojos con desesperación.
—¿Acaso no van a hacer preguntas? —jadeó—. ¿Cómo voy a mentirles a la cara si ni siquiera puedo ocultar mis putas cicatrices?
Afligido, le toqué el brazo.
—No lo sé, Clark, pero que tienes que subir a ese escenario es un hecho.
—Ugh, en serio te odio... —gruñó, ocultando su rostro en mi hombro.
Entre risas tristes, nos abrazamos y le juré que me mantendría a su lado pasara lo que pasara.
-o-o-o-
Por cortesía de Arthur Bender, tanto los amigos de Clark como yo nos hicimos con un buen puesto entre el público. Cerca de la barra y el escenario, nos esperaba lo que debió haber sido una velada tranquila, si el señor y la señora Osborne nunca se hubiesen presentado.
Al tomar asiento entre Lucy y Hattie —que había optado por sentarse en el regazo de Jeff por motivos que se revelarían un par de semanas más adelante—, toqué el hombro de la primera y apunté hacia los causantes de que Clark dudara si subir al tablado.
—Son sus padres.
Lucy no dijo nada, aunque en su mirada brilló cierto pavor al reconocerlos sin necesidad de haberlos visto antes.
—Puede que vengan a hacer las paces —quiso tranquilizarnos—. Puede que...
—Está aterrorizado —repuse—. Si intentan hablar con él, no lo...
La mujer levantó una mano como para insistir en que nada malo sucedería. Hubiera terminado de hablar a pesar de eso, de no ser porque, de pronto, aquella mano quedó suspendida en el aire y el inconfundible rostro del pánico aterrizó sobre la expresión de su dueña.
—Válgame —ironizó Dion, risueño—. Parece que hubieras visto un fantasma.
Rebecca le sujetó la muñeca con los dedos, comunicándole que algo serio, fuera lo que fuera, estaba pasando.
—¿Qué te ocurre, Lou? —inquirió Hattie.
Haciendo caso omiso, Lucy me tomó del brazo y me llevó un par de metros a la izquierda, lejos de los demás. Ya a salvo de sus interrogatorios, mas no de los míos, me obligó a ver lo que la había alterado tanto.
—¡Ahí! —exclamó en susurros.
Fue difícil divisarlo al principio. Fuera por respeto o maldad, se había asegurado de ocultarse bien. No obstante, cuando entrecerré los párpados para mayor claridad, su naturaleza se hizo tan obvia como la de un oficial vestido de civil en una manifestación.
—No... —atiné a musitar.
Lucy y yo intercambiamos vistazos aterrados y nos enfocamos de nuevo en él, como rezando a que desapareciera entre distracción y distracción. No funcionaba. Cada vez que conducíamos nuestra vista a aquel rincón cerca de la entrada, volvíamos a toparnos con ese espectro de pelo ralo y ojos hundidos, con su traje de diseñador y sus arrugas tirantes.
—Es Ned —murmuró Lucy y enseguida se adelantó hacia donde estaba—. Pero voy a decirle todo lo que pienso de...
—¡No! —le supliqué discretamente, jalando de su manga. Por fortuna, se detuvo—. ¿Estás loca? No podemos exponer a Clark así. Si hacemos una escena...
Lucy se giró hacia mí como si fuera a escupirme en la cara. Entonces el sonido del micrófono nos sobresaltó y un Clark tan tímido como colegial en la obra de la escuela dio la bienvenida a su concierto.
—Vamos a sentarnos, Lucy.
Si bien rechazó mi oferta de darnos el brazo, no tuvo más remedio que hacer lo que sugería. Solo manejándonos con cuidado tendríamos una mínima oportunidad de protegerlo.
Éramos, al fin y al cabo,sus mejores amigos.
CONTINUARÁ...
N/A: Faltan 10...
(Perdón por la tardanza, estaba convencida de que lo había publicado, pero Wattpad solo lo guardó como borrador. Ahora me explico los pocos comentarios xD)
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