Capítulo uno
25 de agosto del ---
Mi vida se resume en las palabras de: "Hey, mira ¡el raro!".
Me destaco por la mala fama de investigar y desconfiar de todos. Pero a la gente solo le gusta colocar estereotipos cuando ven algo diferente. Mi familia dice que soy maduro para ser un niño, también por ser peculiar en mis pasatiempos. Leer historias de misterio y terror, programas de investigaciones, vivir alejado de los grupos... En fin. Esto no se trata de mí.
Sabemos y hacemos rumores de él; siempre ha sido tan misterioso ese hombre pero no quiere decir que tengamos que hablar de él a sus espaldas. Solo por su apariencia de viejo no quiere decir que sea malo... ¿O sí? Quizás después de que muera pueda vengarme o algo así, no lo sé. Pero por ahora contaré el aterrador mito que estremece a mi región, lo llamo "Costurero".
Todo esto empieza en la época de otoño, ese tiempo donde puedes ver las hojas caer con algo de sincronización. Es muy lindo y relajante sentir el viento frío llamando al invierno, esa época era donde hacían una especie de intercambios post-invierno, ya sea de ropa, objetos y hasta comida. Algo de tradición en ese entonces.
—¡Hijo, ven baja por favor! —Alzó mi madre la voz para llamarme desde la cocina.
Bajé las escaleras con rapidez y me dirigí hacia la cocina preguntándome qué sería esta vez. Al llegar la observé lavando los platos como de costumbre, se volteó a verme de inmediato.
—¿Sabes qué día es hoy? —Con un tono alegre, sonrió.
—Ajá, es la fecha de los intercambios de invierno, nunca lo olvido —respondí indiferentemente.
—Y como todos los años, tienes que intercambiar. Me adelanté y recogí toda tu ropa que ya no te queda —agregó secando sus manos con su delantal. Sabía lo que venía después por eso me dio una sonrisa.
Le devolví la mirada mientras que mi cara hacía una mueca de disgusto. Tenía que ir con el costurero para que arreglara la ropa...
—Ese señor da miedo... —susurré agachando la cabeza.
Mi madre se burló. Le causaba gracia saber que a los niños le temían. Los padres usaban su reputación para asustar a sus hijos mediante el «Si no te comes las verduras, el costurero te va a cortar los dedos».
Lo malo es que ella no conocía nada de lo que él había hecho hace mucho tiempo; pero sin perder más tiempo tomé las bolsas donde estaba mi ropa vieja y empecé a caminar a un ritmo de cámara lenta hacia la puerta. No eran pesadas las bolsas, solo no quería ir.
«¿Por qué ella no va?» pensaba en todo el camino a la cabaña. Para ir hacia allá se tenía que salir del pueblo. A pesar de eso, hay que subir una pequeña colina, ya me había acostumbrado a pasar por allí. Me gustaba pensar que él quería privacidad y por eso vivía lejos de las personas.
Cuando pude ver la cerca de la cabaña, pasé de un salto junto con las bolsas. Esas cosas tenían años, no me importó pisar los objetos viejos del patio. Ya quería irme a casa por eso tuve que tocar —como un loco— varias veces la puerta cuando estaba en la parte de en frente. Luego de un pequeño rato, pude escuchar a alguien acercarse desde adentro, sus botas hacían chillar las tablas del suelo como en las películas de terror, el miedo me dominó cuando las pisadas dejaron de sonar y la puerta hizo el intolerante sonido al abrirse.
—Qué feo... —Fue lo que solté en voz baja por el sonido. Sostuve las bolsas con fuerza, ahora venía lo peor.
Al abrirse completamente la entrada, un señor alto salió y agachó su mirada para observarme; era el costurero, siempre traía una chaqueta desgastada y una bufanda de color oscuro, la cual cubría la parte de la boca.
—¿Qué?... —Dijo con el tono de la voz algo baja, aun así su voz era muy profunda y ronca. Se notaba molesto por mi visita.
—Debería ser más amable, yo siempre soy amable con usted —le contesté seguro de mi mismo.
—Ve al grano, estúpido enano —espetó con su voz de ultratumba.
—Necesito que arregle esta ropa para el intercambio de invierno —volví a responder mostrando las bolsas que llevaba conmigo.
—¿Tienes la paga? —preguntó, arqueando una ceja.
Por un intento de broma, negué con la cabeza para ver su reacción.
—Entonces no —me miró como si quisiese patearme lejos y comenzó a cerrar la puerta, amenazante.
—¡Espera! —alcé la voz, deteniéndolo.
El costurero la abrió un poco otra vez para mirarme, en eso escuché una carcajada de parte de él. No le vi la gracia pero tenía que pedirle el favor.
—Perdón, solamente necesito que arregle esta ropa, por favor —insistí educado.
Se quedó callado y sin decir más nada, me dejó pasar con las bolsas. Su cabaña se hacía vieja cada año que pasaba, por eso temía que me cayera encima.
—Deja eso aquí y vuelve en la tarde —me dijo, dirigiéndose hacia su mesa de trabajo. Luego me observó esperando a que saliera de allí.
—No gracias, me quedaré hasta que termine —rechacé cruzando mis brazos de manera desafiante.
Hizo un largo respiro y gruñó. Él pareció haber estado molesto por lo que le contesté. Era muy paciente conmigo y a la vez tan cortante. Tomó asiento en su mesa y empezó con lo suyo, abrió una gaveta donde sacó unas tijeras viejas y desgastadas, todo de allí era viejo, absolutamente todo. No dudaba de que ese señor tuviera cuatrocientos años.
Cuando dejó de verme empecé a mirar mí alrededor en busca de un asiento; no encontré algo decente, por eso caminé con cuidado sin hacer sonar el piso.
—A tu izquierda hay un taburete —lanzó él no dejando de trabajar. Me dio miedo porque en realidad si había un taburete cerca. Quise preguntarle cosas para romper el silencio, así que me senté.
—¿Cuál es tu nombre? —cuestioné arrastrándome con el asiento.
—Frank —me respondió seco, cortando unas telas.
—¿Por qué das miedo? —volví a preguntar esta vez bromeando.
—Porque así soy yo —respondió. Su indiferencia podía rebanarme en un tajo.
—¿Me odias?
—Sí y ya deja de preguntar lo mismo cada vez que vienes —la amargura que irradia su voz dejaba entrever el odio hacia mí.
Me reí por dentro, era cierto lo fastidiaba mucho, y con las mismas preguntas. Creo que perdía el miedo por la edad, es algo típico.
—Está bien, ¿por qué cubres tu cara? —inquirí mirando lo que hacía.
No me respondió y siguió cociendo una camiseta. Me encogí de hombros volteando a otro lado, hasta que me topé con una foto de mi madre, parecía ser de cuando ella y papá estaban juntos todavía. Me quedé viéndola ya que me traía recuerdos de mi padre, muchos recuerdos, buenos y malos. El silencio se hacía pequeño gracias al sonido de las tijeras que cortaban la tela lentamente. A decir verdad, era sofocador quedarse allí.
—¿Lo mataste?... ¿Cierto? —Curioseé por última vez. No sé qué había hecho en ese momento, el pensamiento llegó de repente y brotó de mí sin querer hacerlo.
No escuché una respuesta, ni una, solo las tijeras cortar y cortar poco a poco, suspire dejando de mirar la foto. Lo extraño mucho, y quisiera poder abrazarlo otra vez, me consumían esos pensamientos de forma rápida, hasta sin previo aviso que sentí una mano pesada, me pareció haber sentido que mi corazón se hubiera quedado paralizado por un milisegundo, el peor milisegundo de mi vida. Tragué saliva temblando de manera tenue, sentí como el costurero se acercó a mi oído, y horriblemente me susurró algo que hoy en día no puedo olvidar.
—Corre...
Su voz; como las brasas de un averno profundo. Fue como si el mismo diablo me hablara con su tono lleno de odio. De allí, salí corriendo muy rápido, tropezando con todo pero corrí demasiado rápido, debido a eso me caí en el camino.
Respiré profundamente sosteniéndome la rodilla, un pequeño raspón se había producido. Las lágrimas comenzaron a brotar y no sabía el porqué, en medio del camino me levanté con energías.
.
—Ya no soy un bebé, ya no me da miedo —murmuré para mí mismo dándome como una especie de ánimos.
Sequé las lágrimas de mi rostro y otra vez fui a la cabaña del costurero. Me sentía más impotente que nunca, le demostraría a todos lo que él había hecho. Son de esos momentos en los cuales no sabes qué hacer; la desesperación, la ira... Sin fines de cosas girando en un tornado, finalizando en acciones imprudentes.
Al llegar, miré por la ventana, Frank seguía trabajando y cociendo cosas. No sé porque me dio la curiosidad de mirar por el sótano, sentía que allí obtendría pruebas, por eso me aproximé a la puerta donde era el sótano, sospeché cuando vi que no tenía candado o cerradura.
—Genial, más ventajas... —pensé.
Bajé lleno de cautela, un ruido y todo se echaría a perder. Y una vez en el piso de concreto, tomé un fierro por si acaso, lo más característico del lugar era el polvo y la falta de luz, eso hizo que me estremeciera más y prosiguiera la inspección. Comencé a caminar y mientras lo hacía, la tos se apoderaba de mí muy rápido. Trataba de no hacer tanto ruido, cubrí mi cara para disminuir el polvo, lo único malo fue la oscuridad, lograba ver estantes viejos, ropa de a montón y cajas.
Llegué a un claro donde un pequeño rayo de luz llegaba a mí y mire arriba, allí estaba Frank, sentado y tirando la ropa al suelo como señal de que estaba terminando, me alteré un poco, sabía que me tenía que ir aunque siendo tan terco, no me fui, seguí buscando con pequeñas esperanzas. Luego de registrar con cuidado las cajas y estantes algo llamó mi atención; fue una fotografía en un marco de colores apagados, lo vi por segundos, atrajo mi atención el hecho de que mi madre y mi padre posaban para ella. Me sorprendí por la fecha que fue tomada, a pocos días después de que yo naciera, lo que en realidad captó mi mirada fue un hombre alto y su vestimenta negro que se veía a penas al borde de la foto. Pensé que probablemente era una mancha; sin embargo me equivoqué, era un hombre, un hombre tétrico a la vista.
No mentiré, me asusté ya que se me hacía familiar. En eso volteé a la derecha en busca de algo más pero me topé con una gran puerta de metal. Pude notar que debajo de ella, que a mi parecer había un líquido rojo y una mano humana, casi no veía y quizás pudo ser mi imaginación, solo que en esa cabaña puedes esconder cosas y jamás verlas, por eso de inmediato retrocedí y tropecé. Comencé a respirar agitado por el miedo, el corazón se me iba a escapar de mi pecho, sentí como si el aire me iba abandonando, fue una locura. Ya era hora de irme antes de que me hiciera algo a mí. Esos pensamientos fueron interrumpidos por un par de manos que me sostuvieron con fuerza desde mi camiseta, me levantaron del suelo haciendo que empezara a moverme bruscamente en un intento de escapatoria.
—¡Bájame! ¡Bájame! —me quejaba mientras movía mis brazos y piernas. Logré escuchar una risa carrasposa al decir eso.
Observé a quién me sostenía y como sospeché, el costurero me atrapó, no me percaté de cuando había bajado allí, se me hizo demasiado extraño. Seguía luchando por mi libertad hasta que Frank me llevó afuera sin decir nada, cuando llegamos al patio noté que se dirigía a la cerca. Pensé que me iba a dejar ir pero sería algo más, me trasladó aun sosteniéndome de la camisa y llevando consigo las bolsas hacia el pueblo.
En el camino seguía moviéndome y diciendo amenazas inútiles hasta poder alcanzar la entrada de la aldea donde me cansé de luchar y solo crucé mis brazos mientras que la gente observaba al hombre de forma rara. ¿Estaban juzgándome a mí o a él? Teníamos el mismo nivel de desprecio allí.
Después de pasar a todo el gentío, llegamos a mi hogar, tocó varias veces la puerta con la misma intensidad de su rabia, mi madre al estar en la cocina escuchó el llamado y abrió en seguida la puerta. Dio un suspiro de decepción al verme, puso su mano en su cabeza y sin moverse giró a Frank para escuchar la historia.
—Aquí tengo a tu... "Angelito" —expuso antes de soltarme sin perder tiempo—.Y su ropa arreglada, la cual no me has pagado todavía —añadió para darle la bolsa.
Me dirigí de puntillas a las escaleras con rapidez, quería evitar los regaños y el jalón de orejas que mi madre me daría cuando estuviera solas conmigo. A punto de llegar a mi objetivo, escuché un ligero grito cerca de la entrada.
—¡Charlie! —exclamó mamá. Y eso me dio a entender que estaba en problemas y muchos castigos.
Retrocedí y me dirigí hacia ella mientras me encogía de hombros, la vi con los brazos en sus caderas llena de furia pero lo restaba con una sonrisa demasiado actuada. En eso, miré al costurero que cruzaba sus brazos, no noté si sonreía o no por su bufanda aunque eso era algo mínimo para lo que me preocupaba.
—Discúlpate o estarás castigado... —me amenazó mi madre desafiándome.
—¡No! no me voy a disculpar con él... ¡Lo odio! —me opuse, con las lágrimas corriendo en mi rostro.
—Y sigues con eso... ¡Ya discúlpate! —me contradijo. Su enojo se hacía cada vez más grande mediante el tiempo pasaba.
—¡Tú no sabes lo que hizo hace tiempo! —Le contesté con un rugido, estaba muy frustrado.
Ya mi mamá harta, comenzó a respirar para calmarse, me daría una paliza después de eso y no lo haría si no me disculpaba, así que me lo pidió esta vez amablemente. Yo quise salir de esa situación por eso apreté los dientes y mire a Frank. Él se estaría riendo por dentro. Mi lloriqueo cesaba ante los respiros que daba. Una linda vista para él.
Luego de un corto momento, dije lo que me hervía la sangre. Una palabra tan corta, pero difícil de aceptar.
—Lo siento mucho... Papá —murmuré, y posteriormente volteé a otro lado antes de irme a mi habitación.
Él y yo somos como agua y aceite, simplemente no chocamos. Nunca lo he visto como un padre porque no lo es, yo sé que no lo es. Él secuestró y mató a mi verdadero padre por mero gusto de verme sufrir, eso mismo pienso de varios miembros de mi familia. Veo sospechosos por todas partes. Sé que tienen un grupo donde matan a los verdaderos y se hacen pasar por ellos para llegar a mí y asesinarme. Lo peor que es nadie me cree, por eso casi no tengo amigos y me la paso metido en los libros con historias de finales felices. La realidad es que no confío en nadie a menos que sea mi madre porque ella me consuela cuando lloro en casos como esos.
Volviendo al tema, mis padres se separaron meses después de que nací porque razones de adultos. Celos, trabajo, cosas que fueron difíciles de comprender. No me da curiosidad saber.
Estuve escuchando la conversación que tenía Frank con mi madre desde la habitación donde se hallaban, yo estaba arriba y ellos abajo. Se me hacía fácil escuchar por el piso de madera de la casa, también aproveché de mirar por los pequeños agujeros de la madera. Al parecer, se encontraban en la sala sentados.
—Pues, aquí está tu dinero —le dijo ella al costurero el cual recibió su paga—. Y perdona a Charlie, él ha estado muy raro todos estos años. No sé qué hacer, cada vez que va contigo parece que suele ser un investigador —sumó para tratar de recompensar los gritos de hace rato.
—Ya me acostumbré al pequeño engendro —le contestó muy apático el hombre de la bufanda levantándose de su asiento.
—¡Franklin, no le digas así a tu hijo! —bramo mamá.
—Créeme, me ha dicho más cosas feas de lo que piensas.
Estaba justo debajo de mí, mientras yo miraba por el pequeño agujero del suelo desde arriba. Traté de no hacer ruido para no llamarle la atención. Luego mi madre se acercó a él y agarró su brazo en muestra de cariño.
—Deberían tratar de llevarse bien, podrían tener muchas cosas en común... —Sugirió ella.
En eso él y yo nos quejamos al mismo tiempo.
—Danna... Míralo solamente, está loco y obviamente me odia, parece que soy un tipo malo que quiere matar a todos con tijeras viejas —argumentó Frank mientras se agachaba y tomaba una diminuta piedra del suelo para luego volverse a reincorporar a su posición.
—Tal vez esté un poco loco pero es solo porque necesita una figura paterna, he querido que se lleven bien todos los días. Él necesita ayuda de los dos y lo sabes —insistió mamá sosteniéndolo del brazo.
—Ya hemos hablado de esto, ya no más "los dos tenemos" porque nosotros no estamos juntos, nos divorciamos y eso es todo —vociferó Frank haciendo que lo tenso se avecinara a un nivel catastrófico.
—¡Oh, ahora no quieres a tu único hijo!... Eso me hace entender que solo quieres la vida fácil.
-—¡Claro y yo no hacía nada cuando vivía en esta casa! ¡Yo trabajaba, traía comida a la mesa y me vienes que quiero la vida fácil! Yo no tuve un hijo y una esposa para que me estén amargando la vida.
De allí empezó una pelea la cual se hacía más intensa a cada palabra. Yo cubría mis oídos para evitar aquellos insultos y las cosas que gritaban. Todo se resumía en pura palabrería y fuertes gritos.
—¡Entiende Danna, no hay nada que hacer por éste matrimonio roto! —fue lo último que dijo el hombre antes de volver a cubrir su cara con su bufanda.
En mi madre se notaba la tristeza por lo dicho, entonces sus ojos se cristalizaron lentamente mientras que su cara demostraba ganas de romper en llanto. Yo seguía viendo, debido a eso me dio las ganas de abrazarla pero el tipejo ese se me adelantó y la abrazó en señal de arrepentimiento. Dios, ¿tan falso puede ser Frank?
—Ya, no llores... Perdóname —Pude escuchar que le susurró. Ella se acurrucaba en su pecho.
Me dieron muchas ganas de tirarle algo encima, ya casi no aguantaba el hecho de poder meterme en esa discusión. Durante el abrazo, Frank observó al techo hasta llegar al agujero por donde veía, me aterré cuando nuestros ojos chocaron. Su mirada no tenía emociones pero eso no me sorprendió ya que el acostumbraba a tener esa cara todo el día, y en eso tiró la pequeña piedra hacia mi ojo derecho el cual usaba para escudriñarlos, automáticamente restregué la mano contra el rostro por la incomodidad del ojo. Me alejé del suelo velozmente.
—Diablos... ¿Cómo sabía que los estaba mirando? —Pensé.
—Está bien, ya pasó, perdóname las molestias y solo me iré a... —Escuché a mi madre decir antes de ser interrumpida por algo.
Solo dejó de hablar y me extrañé por eso, cuando di una ojeada por el agujero, pude apreciar a Frank y a mamá besándose. Mis entrañas se revolvieron a un grado sobrenatural. ¡Apuesto que lo hizo solo por molestarme! Me incomodé y sin dudarlo dos veces aparté la mirada de donde estaban ellos hasta que el hombre se fue sin decir más nada. Logré distinguir la puerta cuando se cerró y celebré por unos momentos. Me alivié de no tener que soportarlo otra vez pero aun así, mi madre me castigaría y me regañaría cuando escuché sus pasos por las escaleras, me alarmé e hizo que buscara cualquier cosa.
Tocaron la puerta de la habitación y rápido me incliné hacia mis libretas simulando que estaba dibujando.
—Hijo... —Oí a mi madre abriendo la puerta de forma lenta.
—¿Sí, mamá?
—Me supongo que sabrás que estás castigado —respondió.
—No es justo, él no es mi padre —objeté cruzando mis brazos.
Mamá suspiró ya estando cansada de que dijera eso.
—Es por tu amargura que las cosas son así, quiero que sea la última vez... Estás castigado.
—¡Pero mañana va a ser los intercambios! —bramé, pero en respuesta a mi madre, me obligó a irme con su mirada que mostraba firmeza.
Me sentía más inútil que nunca.
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