Intruso zagal
Un horrísono relámpago le hizo despertar de golpe, dando un salto y cayendo con fuerza al suelo, con la cara de frente. Se puso en pie de inmediato, con un mareo obligándolo a cerrar los ojos, lo que mejor se le ocurrió fue mantener el equilibrio extendiendo sus brazos a los lados. Otro estruendo le advirtió que debía utilizar su vista en el acto, así que abriendo los ojos, con desesperación corrió en busca de luz. La apertura por la que había entrado antes seguía disponible pero al acercarse, no vio nada más que agua, olas, lluvia y rayos en el cielo.
El movimiento del barco era abrumador para su estómago, una fuerte arqueada le previno del contenido ácido que subió hasta su boca, quemando su esófago y saliendo sin poder evitarlo para caer en el agitado océano.
–Esto no puede estar pasando...
Llevó sus manos a la cabeza en intento de contener sus emociones, se alejó lo más que pudo de cualquier contacto visual con el agua o sabía que volvería a vomitar. Se mantuvo sereno por unos segundos, y encontró maravillado unas escaleras.
–Dios es grande–entrelazó sus manos y miró hacia arriba, como dando una especie de oración.
Con cautela comenzó a subir las escaleras, estas rechinaban más cada vez que posaba un pie y dejaba caer su peso. Le preocupaba ser encontrado de improviso y que lo acusaran de ladrón, aunque si era un ladrón pero no tenían que saberlo, además, ese era un navío británico y no dudarían en ejecutarlo si se enteraban.
–¡Mantengan el curso!
Escuchó cuando su cabeza se asomó hacia el exterior. Muchos hombres fornidos y bronceados, sucios y con semblante intimidador, corrían de un lado a otro con sogas y barriles, grandes telas y lonas mientras uno los veía desde arriba, en donde estaba el timón y les gritaba las órdenes. Supuso que se trataba del capitán, no lo lograba ver bien por la lluvia y por un problema que tenía en sus ojos, pero tampoco le importó mucho en ese momento.
Los hombres estaban empapados, pero trabajaban como si la lluvia no fuera un obstáculo, ni siquiera cerraban sus ojos por el viento o el agua. Él sí lo sentía, y como odiaba la lluvia, con su don de sigilosidad felina se dirigió hasta una puerta llamativa bajo el piso donde se encontraba el capitán, y entró antes de que terminara igual de mojado.
–Por fin, un lugar mejor
Apreció el panorama, pero su vista se cautivó con la mesa que estaba llena de comida, frutas, peces, carne, pan y otras cosas que no sabía lo que eran pero igualmente le parecieron apetitosas. Se pasó las manos por los cabellos para secarlos un poco y acomodarlos, le brillaban los ojos y ya no pensaba con el cerebro, su estómago era el guía en esos momentos.
Cuando estaba a punto de tomar una gran y redonda uva, sus oídos captaron el sonido de alguien a punto de entrar y por acto reflejo se escondió bajo la mesa, con el corazón latiéndole a mil y otro mareo reclamando por su brusco movimiento.
–Ahh...El clima perfecto
Escuchó de una voz que derramaba sarcasmo, era de un hombre, obviamente, pero tenía un toque agudo, aunque potente. Desde abajo podía verlo, estaba de espaldas caminando a paso lento y sutil con sus botas de taconcillo marrón dejando huellas por el agua que escurría. Caminaba con mucha propiedad que le pareció ver a un noble disfrazado de...¿Pirata? Si, esas ropas sólo significaban una cosa.
–Veamos...Al norte seguro encontraremos La Tomatina.
Siguió escuchando, atento y sin hacer ruido, lo siguió con la mirada hasta que lo vio detenerse frente a un espejo, y en ese momento lo recorrió de pies a cabeza con sus ojos marinos, estaba sorprendido de poder estar a sólo unos metros de un personaje como aquel, sólo había escuchado historias sobre piratas y estaba conmocionado, su asombro fue mayor cuando vio el delicado rostro de ese hombre, estaba ensombrecido por un sombrero azul oscuro bastante grande y con plumas, entendió que era el capitán. Aún así, el esperaba ver a un tipo maduro, arrugado y moreno, feo e intimidante, lo único intimidante eran sus cejas.
No hizo nada, seguiría observando, si todo lo que había escuchado era cierto, no viviría si salía. Sin embargo, la euforia que le predecía una aventura porvenir opacaba todo rastro de miedo.
El joven pirata se quitó el sombrero revelando sus cabellos rubios e iluminando sus facciones. Se miró serio al espejo y lentamente se fue quitando las prendas superiores, primero el abrigo, luego el chaleco, desmontó todo el arsenal atado y escondido en su ropa, la espada, un par de pistolas y navajas dejándolas sobre una silla a su lado.
Suspiró, y siguió con lo suyo, se desprendió de la camisa blanca dejando la mitad de su cuerpo al desnudo, era increíblemente blanco.
Alfred no lo creía, un pequeñín escuálido y frágil como ese no podía ser el capitán, no contuvo un bufar que lo delató. "Genial, moriré a manos de un pirata y sin haber robado algo"
Salió veloz de su escondite, esquivando una navaja que voló hacia su cara. El pirata tenía una pistola en la mano y le apuntaba sin titubear, lo veía enojado.
–¿Qué haces aquí?
Lo tenía contra la pared, el ladrón subió las manos a los lados para rendirse.
–Me perdí
Un disparo frente a sus pies, dio un respingo por el sonido.
–Tu no eres uno de mis hombres, habla ¿cómo entraste a mi barco?
–Yo, entré por un agujero, escapaba de un hombre que...
Otro disparo, esta vez a la altura de su cabeza. Cerró sus ojos pero se mantuvo inmóvil, con el corazón golpeando su pecho. El ardor de su estómago se hizo presente de nuevo. Ver la comida tan cerca de el lo estaba torturando.
–No me interesan tus razones. Acércate, rápido–balanceó la pistola en su mano para indicarle que se moviera
Y el lo hizo sin resongar, después de todo estaba siendo amenazado por un arma. Era más alto, eso fue más que evidente cuando se paró frente a el. Unos filosos ojos verdes estaban clavados en los suyos y se intimidó, sólo un poco.
–Hoy tengo muchas ganas de matar a alguien, convénceme de no hacerlo contigo
Muy bien, tenía una oportunidad para salvar su trasero, pero era realmente difícil pensar en esa situación, esa pistola prácticamente le sonreía maléficamente mientras apuntaba entre sus ojos.
–Yo..."Vamos Jones, has trabajar la ardilla antes de que tengas un hoyo en la cabeza"– mentalmente se daba ánimos, era un costumbre en situaciones de alto riesgo a su vida.
Escuchó como la pistola hizo ruido y la bala usada antes cayó al suelo.
–¡Puedo trabajar aquí! Soy fuerte, estoy acostumbrado al esfuerzo y, y, y sé ¡bailar!
–Ya tengo muchos hombres, "aunque recién le disparé a tres y es posible que no puedan trabajar o mueran..."–entrecerró sus ojos, dejando ver sus largas pestañas–Quítate la ropa
–...
–¡Muévete! No me hagas querer cambiar de opinión
No lo pensó, no podía ser algo malo así que veloz se deshizo de todo trapo que cubriera su cuerpo, quedó en paños menores y tenía intención de quitárselos.
–¡Alto! No quiero conocer tus miserias–Lo examinó rápido con la mirada, estaba en buena forma aunque se veía bastante pálido–Muy bien, mañana a primera hora comienzas a trabajar–Retiró la pistola
–Sí...–su estómago rugió, muy fuerte.
–Escucha, no azores mis palabras– arruga la frente, marcando entre sus ojos líneas que parecían hacer mofa de arrugas– Los enclenques no me sirven de nada... puedes comer de mi banquete.
Alfred no se detuvo a procesar, por instinto se fue a la mesa, así sin ropa, y se dispuso a atascarse de toda la comida que sus manos alcanzaban.
–¿Cuál es tu nombre?
Arthur preguntó, viendo altivo al chico que saqueaba su mesa exclusiva. Atacado por la curiosidad, juraría que lo había visto antes pero no estaba seguro y sabía que era imposible, nunca se adentraba a los territorios de América y claramente ese tipo era americano, su acento lo decía porque su complexión daba una impresión diferente.
Al rubio bronceado tragó con dificultad el bocado en su boca y volteó a ver a su inquisidor.
–Alfred, y...
–Alfred, desde hoy tu libertad me pertenece, harás todo lo que yo te diga y saldrás de este barco sólo si yo lo permito.
20/06/18
Muchas gracias por su apoyo, gracias C:
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