capítulo 9

27 de agosto de 2018

El celular de Lily sonó cuando llegó un nuevo mensaje. Estaba sentada en el escritorio de su habitación y tenía un desastre de libros, libretas y apuntes alrededor de su laptop; no había parado de hacer tarea y estudiar desde hacía días.

Aún así, se distraía demasiado fácil, por lo que tomó el celular y miró las notificaciones. Era un mensaje de instagram de Kev:

Por qué tan callada hoy?

Lily le sonrió a la pantalla. Abrió el chat y contestó.

me extrañas, Kev?

Si te refieres a que me parece extraño que no estés de enfadosa, sí, te extraño

Ella rodó los ojos. Debería terminar su tarea y seguir estudiando, pero... Bueno, ya había estudiado mucho y hablar con Kevin era mucho más entretenido.

qué pesado
he estado ocupada por mis exámenes finales

Aaah, vale, ocupas ayuda en algo?

ven a hacerme compañía

Lo había dicho de broma. Nunca le había pasado pedirle a alguien que viniera y que en realidad lo hiciera, lo había intentado con Carlos miles de veces y siempre se las arreglaba para darle una excusa. Pero debió imaginarse que con Kev nada era como estaba acostumbrada, porque su mensaje fue un rápido:

Voy

Y quince minutos después, un carro estaba pitando fuera de su casa. Ella se levantó de un salto de su silla y fue hasta la ventana, se asomó y desde arriba miró la cara divertida de Kev a través del vidrio del auto mientras estaba pitaba una y otra vez.

Abrió el chat.

puedes dejar de pitar???
hay gente durmiendo!!!

Desde lejos lo miró sonreír al ver su mensaje, pero no dejó de pitar. Entonces ella le dio una mirada enojada y le paró el dedo. Él soltó una carcajada que ella no pudo escuchar y dejó de pitar.

Lily dejó de mirar por la ventana y salió de su habitación. Bajó las escaleras y, para cuando abrió la puerta, él ya había bajado del auto y caminaba para su casa.

—Si despertaste a mamá, tú lidiarás con ella —lo amenazó en cuanto llegó a su lado.

Kev se encogió de hombros.

—No importa. Tu madre me ama. Una sonrisa de estas —dijo y sonrió— y me querrá hacer panqueques por el resto de su vida.

Lily frunció la nariz mientras cerraba la puerta.

—Ni siquiera a mí me hace panqueques.

—Tú eres tú. Yo soy yo.

—Qué chistoso —se burló. Después lo miró un poco.

Venía guapo. Como siempre, qué sorpresa. Esta vez no venía vestido muy elaborado (aunque no es que siempre lo estuviera), solo traía un pans y una hoodie, ambos de color gris y su cabello negro estaba revuelto. Y... sus chanclas volvieron.

Pero esos ojos miel...

—¿Subimos? —la interrumpió, mirándola con una mirada cautelosa. Sabía que lo había estado mirando, y le gustaba saberlo.

Ella se sonrojó y se miró a sí misma. Todavía estaba en pijama, y no se le había ocurrido en ningún momento que podía ponerse algo más atractivo.

—Sí, claro. Solo... iré a ponerme algo mejor.

—¿Por qué? No saldremos. Dijiste que tenías exámenes finales. Vamos a estudiar. Una pijama es buena para estudiar, ¿por qué crees que yo no me preocupé por lo que traía puesto?

Lily bufó y empezó a caminar hacia las escaleras.

—Bueno, pero, tampoco es como que todo el tiempo te preocupes por ello...

—Oye —dijo al tiempo que la seguía—, estoy empezando a sentirme ofendido por tus constantes ataques hacia mi vestimenta.

—Es con cariño.

—Claro —contestó, rodando los ojos. Subió las escaleras detrás de ella y, ya que estuvieron entrando a su habitación, la miró—. ¿No se molestarán tus padres por que me dejaras entrar?

—Papá no está. Y a mamá le agradas, así que no le será un problema.

—Vale, es bueno saber al menos que no estamos solos en tu casa.

Lily cerró la puerta y fue hasta su escritorio.

—¿Por qué lo dices? —le preguntó.

—Me detiene.

Ella se giró a mirarlo y le frunció el ceño. Kev venía acercándose a ella y, una vez que Lily se sentó sobre su silla, él se recargó en la mesa del escritorio, cruzando los brazos.

—¿De qué?

Él se encogió de hombros, tranquilo.

—De lo que haría si en realidad estuviéramos solos.

Tardó solo unos segundos en entender y, cuando lo hizo, sus mejillas se tornaron color carmesí. Bajó la mirada rápidamente y abrió la boca una y otra vez, buscando qué contestarle, pero no hizo falta.

—¿Eres tú? —preguntó Kevin. Había tomado una fotografía que estaba encima de su librería. Era una foto de Lily de cuando tenía cuatro años.

—Sí —contestó—. Luzco horrible. Toda cachetona y con ese cabello tan esponjado.

—El cabello esponjado aún sigue. —Lily le entrecerró los ojos y él sonrió. —Aún así me parece que te veías linda.

—Solo lo dices por cortesía.

—No es verdad. Por cortesía diría que tienes bonita letra. Y ambos sabemos que no.

Ella bajó la mirada rápidamente hacia sus apuntes y los cubrió con sus manos, ofendida.

—En mi defensa, son apuntes que tomé en clase de forma apresurada, por supuesto que no están con la mejor letra.

—Oh, claro. ¿Te importaría mostrarme un apunte que no esté apresurado?

Lily rodó los ojos.

—No.

Kev soltó una risa tranquila. Buscó con la mirada en la habitación hasta que encontró otra silla y la arrastró hasta el lado de Lily, luego se sentó y miró todos sus libros y apuntes regados en el escritorio.

—Muy bien, ¿de qué es tu próximo examen?

—Cálculo.

—¿Y eres buena en ello?

—Soy buena en cosas mejores —murmuró, diciéndolo de manera inocente para indicar que en realidad no se le daba tan bien.

Pero Kev, como siempre, lo malpensó.

—Joder, Lily —rió—. Eres todo un personaje. Ya me gustaría ver en qué otras cosas eres buena.

Ella le dio un codazo.

—Por favor sé maduro. Estamos estudiando.

—Yo solo respondo a lo que tú misma dijiste.

—¿Me vas a ayudar o no?

—Ya, ya. Vale —dijo—. ¿Por dónde empezamos?

—Necesito despejar esto —contestó Lily al tiempo que le mostraba una hoja llena de problemas y ejercicios—. Luego esto. Y esto.

—Está bien. Te ayudaré con esta y al final te explico. Tú haz esta.

Y sin decir nada más se puso a trabajar. Solo tomó uno de sus lápices y se perdió en las operaciones. No le habló y mucho menos la interrumpió, solo se metió a su propio mundo y comenzó a responder.

A Lily incluso le sorprendió lo mucho que se metió en su papel de ayudar. Se veía tan concentrado en su trabajo que le fue casi imposible no distraerse con mirarlo de vez en cuando.

Era hipnotizante. Tenía a Kevin el amargado sentado a su lado, callado y respondiendo su tarea. ¿En qué momento dejó que eso pasara?

—¿Te gusta mirarme, Liliana?

Ella pegó un saltito y apartó la mirada.

—Eh, no, no... Yo...

—A mí también me gusta mirarte. Pero al menos yo soy disimulado.

Lily enrojeció de nuevo. Se estaba dando cuenta que, desde que conoció a Kevin, su día a día era ser un tomate andante.

—Y muy directo, al parecer.

Kev se encogió de hombros.

—Mi madre dice que es uno de mis defectos —contestó, tranquilo. Luego la miró y sonrió un poco—. Yo, en cambio, creo que no tengo defectos.

Lily soltó una carcajada.

—Dios mío, eres un narcisista. ¿Alguna vez piensas en alguien que no seas tú?

—Si te digo la respuesta, te pondrías roja de nuevo y explotarías. Prefiero pasar esta vez. Mejor calla y termina tu parte, que ya casi estoy por terminar y patearte el trasero.

Ella sonrió y regresó a su trabajo.

Una hora y media después, sus tareas que bien podrían haber sido para dos días, ya estaban terminadas. Kev era muy inteligente para varias materias y eso la ayudó demasiado. Lily también era inteligente, pero mucho trabajo solía agobiarla y eso hacía que se distrajera mucho, por lo que tardaba más en terminar las cosas.

Pero Kev se enfocaba. Y eso hacía que ella también.

Para cuando terminaron aún no era tan noche y su madre ya se había despertado, por lo que les había traído galletas para merendar. Ambos estaban en el suelo de la alfombra mientras Lily le mostraba a Kev sus fotografías de pequeña de cuando estaba en un equipo de porristas.

—Mira —dijo ella, pasándole una nueva fotografía—, esta fue tomada justo unos segundos antes de que me cayera de esta torre humana. Me fracturé el codo.

Él hizo una mueca.

—Uh, sí te ves con cara de asustada.

—Sabía que me iba a caer.

—Si lo estabas pensando, entonces claro que iba a pasar.

—No —replicó, quitándole la foto para pasarle otra—, es que las chicas de debajo no estaban bien formadas y por eso perdí el equilibrio.

Kev miró la nueva fotografía que le había pasado y frunció el ceño. La miró desde diferentes ángulos.

—¿Y esto?

—Es una foto mía con un niño que conocí en una fiesta. Mamá dice que estuvimos juntos toda la tarde y que al final, ya que me iba a ir, se acercó a mí y me dio un beso en el cachete. Justo capturó ese momento.

Él siguió mirando la imagen, como si intentara encontrarle la solución a un problema muy difícil. Luego pareció darse cuenta de algo.

—Liliana.

—¿Sí? —contestó, alzando un poco la mirada mientras seguía buscando más fotos.

—El niño de esta fotografía soy yo.

Lily lo miró, sorprendida. Luego estiró la mano para tomar la foto y la miró de nuevo. Era una foto de ella sentada en un brincolín y el niño estaba a su lado, apenas acercándose para darle un beso en la mejilla. Pero este se encontraba de perfil, por lo que no podía vérsele bien la cara.

Jamás habría imaginado quién podía ser y creyó que sería para siempre un misterio y buen recuerdo.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque te recuerdo —contestó, frunciendo el ceño. Parecía que estaba haciendo memoria—. Te lastimaste el dedo meñique ese día, ¿no? Lloraste mucho y yo fui quien te trajo un calcetín que encontré tirado para ayudarte a limpiar la sangre.

Lily automáticamente quitó la pantufla que cubría su pie izquierdo y miró su dedo meñique. Tenía una apenas visible cicatriz ahí escondida entre los dos dedos.

—Oh dios mío —fue todo lo que pudo decir.

Kev sonrió.

—Te creí mi mejor amiga en esos momentos, Liliana. Luego te fuiste y ni siquiera me dijiste tu nombre.

Ella alzó la mirada.

—¡Yo te odiaba! Cuando llegué a casa papá no me dejaba de molestar contigo. Decía que eras mi príncipe azul y yo me sentía tan molesta. Dice que no dejabas de querer robarme un beso.

Él soltó una carcajada.

—Bueno, al menos obtuviste tu venganza.

Kev siguió riendo un poco y Lily pensó en aquella noche. Recordó lo mucho que había tardado para por fin besarlo. Recordó lo bien que se sintió tener sus manos vagando por su espalda. Y recordó lo bien que sabían sus labios contra los de ella.

Esperó a que él callara y luego se armó de valor.

—¿Alguna vez has pensado... en ese beso?

Él la miró directamente y contestó sin pensarlo.

—Más de una vez.

Lily sintió eso como un empujón.

—¿Más de una vez?

—Unas... treinta veces. Por día.

—¿Qué es lo que recuerdas?

Kev hizo a un lado las bolsas de fotografías que los separaban y comenzó a acercarse a ella. Sus movimientos eran lentos y cautelosos, y de repente Lily había olvidado lo que estaban haciendo antes.

—Te recuerdo a ti —contestó él. Tenía los ojos fijos en los de ella, y sus labios se curvaban en una pequeñísima sonrisa—. Llevabas esa falda que me traía atarantado cada vez que te movías, llevando mi mirada hacia esas piernas. Llevabas tu cabello suelto, igual de desastroso como siempre, solo que esa vez se veía increíble por las luces del lugar. Recuerdo cómo te sentaste a lado mío toda la noche y lo bien que olías.

Ella tragó saliva.

—Creí que no me querías cerca de ti.

—Te quería aún más cerca.

Kev se acercó todavía más, hasta que ya no hubieron más que unos cuantos centímetros separándolos. Lentamente, alzó una mano para llevarla hasta uno de los rizos que se le salían, jugó un poco con él antes de acomodarlo.

Luego dejó su mano descansando sobre su nuca y eso la hizo sentir escalofríos.

—Te recuerdo bailando —siguió diciendo—. No me perdí ningún movimiento. Tú caminabas, yo caminaba. Parecía un perro detrás de ti... Te recuerdo acercándote a mí, con ese olor a sudor y lavanda. Te recuerdo queriéndome besar.

—Pero tú no querías...

—Yo no quería besarte estando borracha, Liliana.

Ella se sintió pequeña. Kev bajó la mirada hasta sus labios y se relamió los suyos.

—Recuerdo que me besaste. Recuerdo lo bien que sabías y lo suave que era la piel de tu espalda. Tan suave como... esta.

Su otra mano había ido debajo de su camiseta y había tocado la piel desnuda de su espalda. Lily se sintió congelada, porque estaba sintiendo miles de emociones en un solo lugar y sentía que podía colapsar en cualquier momento.

Kev se acercó a ella. Tanto, que sus labios estuvieron a tan solo unos milímetros de distancia. La garganta de Lily se sentía seca y solo quería terminar la distancia que tenían, pero no podía moverse.

—¿Sabes, Lily? Algunas veces me pregunto qué te habría hecho si no hubieras estado borracha.

—¿Qué-qué me habrías...?

—Probablemente te habría arrancado la ropa en ese mismo instante.

Lily estaba comenzando a sentir donde no debía sentir. Se sentía tan pequeña pero a la vez tan emocionada. Solo quería que la besara.

—¿En un lugar público? —preguntó, su voz sonó tan débil que como se sentía.

Sonrió, y debido a la distancia que tenían, ella casi sintió la sonrisa sobre su propia boca.

—Primero pediría tu permiso —contestó, pero el tono de voz en que lo hizo dejó a Lily sin ganas de opinar sobre una situación así—. Después te habría besado, justo así...

El corazón de Lily empezó a acelerarse cuando los labios de Kev rozaron los suyos y, cuando por fin sintió que era la persona más feliz del mundo porque besaría a Kevin de nuevo, la puerta de su habitación se abrió.

—Lily, cariño, ¿van a querer algo de cenar?

La asustó tanto que se separó de un salto de Kevin. Se puso de pie y talló las palmas de sus manos sobre su camiseta para limpiar el sudor.

—Eh, eh... Sí... Yo...

—Yo ya estaba por irme, Danna —dijo Kev, que se había levantado de la alfombra sin ningún problema y ahora miraba a su madre con una sonrisa. No parecía estar nada nervioso, a cambio de Lily, que parecía estar a punto de un colapso—. Le prometí a mi madre ayudarle con la cena y ya es tarde. Pero espero volver a verla. Hasta pronto, Lily.

Se giró hacia ella y le dio una sonrisa antes de recoger sus cosas y salir de su habitación. Se fue platicando con su madre y Lily ni siquiera se preocupó por acompañarlos por lo conmocionada que estaba.

Ni siquiera le contestó los mensajes que le mandó esa noche. No dejaba de repetir la escena en su cabeza y, cada vez que se imaginaba simplemente a Kev, su estómago daba un vuelvo.

No podía dejar de preguntarse.

¿Qué habría pasado si su madre no hubiera entrado?

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