Una última vez, II parte
Hola! Tenía esto entre mis borradores, con fecha de Mayo de este año, je. Es una especie de continuación del OS del mismo título. Espero les guste. Dedicado a mi amiga Saba May, quien me inspiró a escribirlo.
CW: Mención de muerte de personaje, trastornos depresivos.
_______________
Suspiró, ese nudo en la garganta molestándola desde que pisó ese lugar. Se arrodilló frente a esa marmolada lápida, pasando su mano por encima para sacar un poco de tierra que había, dejando sus dedos un poco más de tiempo sobre su nombre tallado en la piedra.
Inhaló y exhaló lentamente, como su terapeuta le había indicado. Cerró sus ojos, dejando que el viento acariciara su rostro a medida que realizaba ese ejercicio, comenzando a sentirse menos ansiosa. Volvió a abrirlos, dejó encima un pequeño ramo de flores que claramente ella no había escogido. Katsuki no era de flores. Pero aquel era un dato que el menor no sabía.
—Mamá... —la castaña volteó a ver a su pequeño de cuatro años. Viva imagen y semejanza de su difunto padre, aunque con el quirk de su madre. Una mezcla perfecta—. ¿Ya nos vamos?
—Ya casi —murmuró, tendiéndole una mano a su hijo. Algo dubitativo la tomó, y ella lo acercó hacia sus brazos, acunándolo en su pecho, ambos mirando hacia la tumba—. ¿Saludaste a papá?
—Hola, papá —repitió, llevando una mano a su boca. Un gesto de nervios que había heredado de ella.
Ochaco sonrió levemente, besando la mejilla de su niño. El menor se volteó a verla, frunciendo su ceño al notar algo.
—Dijiste que no había que llorar, que a papá no le gusta eso —indicó, llevando una de sus manos al rostro de ella.
La mujer asintió despacio, no pudiendo evitar que otras lágrimas cayeran.
—Lo siento —murmuró, tratando de recomponerse—. A veces mamá no puede obedecer lo que ella misma dice.
El pequeño rubio cenizo, aun con su ceño fruncido, hizo un puchero. Ochaco volvió a inhalar profundamente para calmarse y abrazó a su niño, acariciando su cabello suavemente.
Tenían esa pequeña tradición prácticamente desde que Ryu nació. Ochaco supo que estaba embarazada poco más de dos semanas después de la muerte de su esposo, dado que llevaba días sin comer, vomitando hasta el agua y durmiendo por horas. Ella estaba pasando por una depresión profunda por la pérdida de Katsuki, sus padres, suegros y amigos preocupados por ella, por lo que fue Mitsuki quien la llevó al hospital un día que la encontró desmayada en el baño.
Fueron horas angustiosas, la rubia pensando lo peor que podría haber pasado con la muchacha, la prensa tras las puertas del hospital esperando por noticias cuando algún interno soltó el chisme de que la viuda de Dynamight estaba internada, Izuku, Shoto, Eijiro, Mina, Tsuyu, todos llamando a Mitsuki cada tanto para saber algo.
Finalmente, el doctor salió y tras preguntar por familiares de la señora Bakugo, la rubia se acercó angustiada. El médico le dijo que todo estaba bien dentro de su estado, y sin titubear, tiró la bomba: Ochaco tenía un embarazo de ocho semanas.
Aquel encuentro entre suegra y nuera fue más emotivo de lo que pudieran imaginar. Solas las dos en un cuarto, abrazándose y llorando como no lo habían hecho desde el funeral de Katsuki. Ochaco aferrada a la mujer mayor, murmurando entre sollozos que, sin él a su lado, no sentía que aquello valiera la pena. Mitsuki, escuchándola con su corazón rompiéndose en mil pedazos, una mezcla de emociones dentro de sí: luchar con el dolor de la pérdida de su único hijo y la felicidad que la embargaba al saber que una parte de él seguía vivo con ese hijo en camino.
Los meses venideros no fueron mejores: Ochaco había estado aceptando de a poco la muerte de su Katsuki, sin embargo, todo el dolor volvía a ella y había noches en las que podía pasárselas llorando al sentir a su hijo moverse en su vientre. No podía evitar pensar como habría sido la reacción del héroe, si pasaría cada noche acariciando y hablándole al bebé mientras éste crecía en su interior. Había días en los que no quería probar bocado alguno y solo quería estar en su cuarto a solas, durmiendo para ya no sentir ese pesar; hubo citas médicas a las que no asistió porque simplemente no quería saber nada de nadie... Y allí fue cuando su suegro y padre interfirieron.
Masaru, sin esa característica calma de él, la sentó frente a frente y con lágrimas en los ojos le hizo ver que eso no era lo que Katsuki hubiera querido. El orgulloso héroe estaría decepcionado de ver a su fuerte esposa desmoronarse así, arrastrando a su hijo, familia y amigos con ella. Porque no era la única que estaba sufriendo, no era la única que sentía tristeza, que sentía un vacío en su pecho, y la vida, Katsuki, le había dado un maravilloso regalo antes de partir que ella no estaba apreciando. Su padre fue un poco más suave al decirle que estaba bien no estar bien, pero que eso no debía ser un estilo de vida.
Después de eso, no la dejaron sola nunca más. Sus padres la llevaron de vuelta a casa, alegando que sería lo mejor: vivir rodeada de los recuerdos de Katsuki, si bien maravillosos, no le estaba sentando bien. Querían que ella se recuperara, que su bebé creciera en un ambiente sano y no de melancolía. Ochaco lloró al salir del apartamento esa última vez, recordando cuando se mudaron juntos al lugar, como habían hecho de ese espacio su propio hogar.
Cuando Ryu nació, estuvo acompañada de su mamá y suegra. Cada una a un lado, una tomando su mano y la otra acariciando su cabello empapado de sudor. Fue un parto difícil, considerando lo poco cuidadosa que Ochaco fue durante la gestación, sin embargo, Ryu nació fuerte y sano, sus grititos resonando por toda la sala de partos cuando salió al mundo. El doctor lo colocó sobre su pecho, y Ochaco lloró, esta vez de felicidad. Besó su coronilla repetidas veces, diciéndole cuanto le amaba, que ahora todo sería diferente.
Cuando Ryu cumplió un mes y medio, ella lo llevó al cementerio por primera vez: se agachó con cuidado frente a la tumba de su esposo, y despejando un poco al bebé de su manta, habló despacio.
—Hola, amor. Quería presentarte a alguien.
Una ligera brisa acarició su rostro, haciéndola cerrar sus ojos. El bebé en sus brazos se removió un poco, soltando tiernos soniditos que llamaron su atención. Ochaco acarició su cabecita despacio, y acomodó un poco a su niño a modo que su vista diera hacia esa tumba.
Así fue como inició una pequeña tradición: al menos una vez al mes iban al cementerio a visitar a Katsuki, a contarle cualquier novedad que les hubiera pasado esos días. Ryu creció escuchando las heroicas historias de su padre y reconociéndolo en las distintas fotos que le mostraban, imitando a su madre cuando ella le hablaba y era él quien escogía las flores que llevarían.
Era algo rutinario entre los dos, sin embargo, aquel día era distinto. Ya no eran solo Ochaco y Ryu...
—Se está haciendo tarde y tu madre nos espera, Ochaco.
La castaña alzó su vista hacia el hombre tras suyo: un policía de su misma edad, alto, de cabello oscuro y ojos grises. Ryu se acercó a él, quien no dudó en tomarlo en brazos y acomodar su cabeza sobre su hombro. Ella asintió despacio, volviendo su vista hacia la lápida de quien en vida fuera su esposo y aquel policía tomó aquello como señal para volver al vehículo y dejarla un momento a solas.
—Quería... Quería contarte algo, Kats. Um, quizás... quizás ya no podremos venir tanto como antes. Nosotros nos mudaremos. Conocí a alguien hace casi un año y... —sollozó, llevando una mano a sus labios—. No quiero que creas que te he reemplazado, Katsuki, porque nunca lo haría. Eres y siempre serás el amor de mi vida —enjugó un poco sus lágrimas y dibujó una triste sonrisa—, pero yo debo seguir adelante. Y Takashi es realmente maravilloso. Adora a nuestro Ryu, y sabe todo lo que pasó. Sabe que nunca podrá reemplazarte, pero busca darnos lo mejor y estar con nosotros. Seguro que te agradaría.
Otra brisa acarició su rostro.
—Siempre te voy a amar, Katsuki. Pero no puedo vivir de un eterno recuerdo —acarició despacio su nombre tallado—. Y sé que lo entenderías.
Se mantuvo en silencio unos pocos segundos. Llevó sus dedos a sus labios, depositando un beso que luego llevó hacia la lápida del héroe antes de ponerse de pie. Le dedicó una última mirada y suspiró.
—Hasta que nos volvamos a encontrar, amor mío.
Y esta vez volteó para encaminarse hacia el vehículo, donde su hijo y pareja le esperaban, y donde empezaría a escribir su nueva historia.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top