🔹La vida de Meteora🔹
Mi papá Antoine, se nos fue de repente. Tenía 60 años y laburaba como oficial notificador del operativo antidrogas en el aeropuerto internacional. La noticia nos pegó un palazo en la cabeza, ¿se la imaginan? Vivía con mi vieja, Cecil, que tiene 55 años, y conmigo, Meteora, soy docente en un colegio y tengo 30 años que, la verdad, todavía no entiendo como hacerme cargo sola de todo esto. Esto es triste para el carajo.
Mi viejo siempre fue un tipo laburante y de apariencia impecable, siempre vestido de traje y maletín. La típica imagen del padre de familia normal, pero resulta que esa fachada se desvaneció como una escultura de hielo puesta al sol.
Cuando nos llamaron al teléfono de línea para decirnos que papá pasó a mejor vida, nos quedamos de piedra, no había mostrado un puto indicio de que estaba mal de salud. Llegamos al aeropuerto y nos dieron el maletín, la billetera sin guita, cosa muy sospechosa, las llaves de su auto y su celular apagado. Nos dijeron que esperemos en casa, que en unas horas nos iban a llamar por teléfono para ir a reconocer el cuerpo.
Mi mamá se subió al auto y en asiento de atrás estaba el saco de su traje. No nos pusimos a revisar las cosas de mi viejo, estabamos debastadas y no parábamos de llorar.
A la noche fuimos a reconocer el cuerpo, pero yo no entré, recién lo vi en el velatorio. Papá estaba tan solemne en ese cajón de madera, nunca me voy a olvidar de su expresión facial. Nunca olvidaré esa escena de mi mente.
Mi abuela Brigitte de 78 años y mis tías estaban devastadas, aunque ellas solo aparecieron en la casa velatoria. Mientras la gente charlaba y tomaba café, yo decidí acercarme al óbito y lo toqué. Mi papá estaba frío como el acero.
Ahí me di cuenta que él realmente estaba muerto. Grité y lloré, me cayó la ficha de que él nunca más volvería a respirar.
Después en el cementerio, hubo una misa y luego el entierro. Era un día gris con una llovizna muy fina.
Los días posteriores comencé a tener muchas pesadillas horribles, donde mi papá estaba vivo y yo le decía: Papá, pero si moriste... ¿Cuando reviviste? ¿Cómo hiciste para huir del cajón? ¿Por qué estás aquí?
Me despertaba en medio de la noche asustada y no paraba de llorar. Comencé a tener mucho miedo a la muerte cuando vi el informe del forense, las fotos de mi papá tirado en el suelo de su oficina me cayeron como una piña en medio del estómago.
Luego de eso empecé a temblar, tener sudoraciones de la nada, taquicardia y no podía subir las escaleras de mi casa porque me quedaba sin aire. Empezaba a temblar de la nada.
Mi vieja me dijo que vaya a la guardia de la clínica para descartar alguna enfermedad. Cuando entré al consultorio médico me dijo la doctora clínica que padecía de ataques de pánico y me recetó un opiáceo. Fui a la farmacia y vi que la caja decía: Rivotril.
Seguí las indicaciones de la médica clínica y tomé el medicamento después de la cena. A los dos días el tratamiento estaba funcionando exitosamente, ya no sentía tristeza y mis llantos habían disminuido considerablemente, pero todavía seguía con los sueños extraños.
Por otro lado, mamá estaba bien, no la había visto llorar y parecía que nada había pasado.
Habían pasado ocho días del entierro y se me ocurrió poner a cargar el celular de mi padre. La contraseña era fácil: VamosRiverPlate123 y era la misma que usaba en su laptop. ¡Imagínense la cara de sorpresa cuando empezamos a revisarlo y descubrimos todo el quilombo que se venía!
Resulta que el viejo tenía una doble vida o una triple vida al parecer. En el celular había mensajes de minas que ni conocíamos, todas re desesperadas preguntando por él, como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Pero no, mi viejo se había muerto, nomás.
Y ahí fue cuando cayó nos cayó la ficha a las dos y vimos todo que mi viejo había ocultado. Había fotos y videos comprometedores que llenaban ese puto iPhone. Imágenes del viejo con minas que ni en pedo se parecían mi mamá. Minas que jamás habíamos visto en nuestra vida.
La bronca y la furia me quemaban por dentro, ¿cómo pudo ser tan boludo mi viejo? Yo lo miraba de una manera y resulta que era otro tipo completamente distinto. ¿Qué onda con eso de llevar una vida oculta, eh?
Mi mamá estaba hecha mierda. La pobre se sentía traicionada y dolida, pero fingía que nada le pasaba, como si todo lo que habíamos vivido juntos fuera una mentira. Y yo, la verdad, no sabía si enojarme, llorar o salir corriendo con un pico y una pala para despertar del sueño eterno a mi viejo por hacerle eso a mi vieja.
Este viaje demente hacia la verdad apenas comenzaba, y yo me sentía como en una película de terror de pésima calidad. ¿Qué más íbamos a encontrar sobre la vida oculta de mi viejo? ¿Cómo podíamos enfrentar la realidad que teníamos delante, llena de engaños y cosas delirantes?
Entre el shock y estaba llena de rabia, entonces decidimos encarar ese quilombo con toda la fuerza que teníamos. Porque, aunque la verdad fuera dura como un lluvia de canto rodado en la cabeza, prefería enfrentarla de una vez y dejar de vivir en la mentira. Bueno, una sarta de mentiras que llegaron a su final.
Así que agarramos fuerzas, mi madre y yo, y nos adentramos en ese oscuro laberinto de secretos familiares, sin saber qué carajo íbamos a encontrar en el camino, pero decididas a descubrir la verdad, por más dolorosa que fuera. Porque, al final del día, eso es lo único que nos importa: la verdad, por más mierda que sea.
Bueno, les cuento que después del shock inicial, mi vieja y yo nos pusimos las pilas para enfrentar la verdad de frente. Agarramos ese celular lleno de secretos como si fuera una papa caliente y nos metimos de lleno en el mundo desconocido de mi viejo.
Primero, tuvimos que lidiar con esas mujeres que llamaban al celular de mi viejo como si fuera una línea directa al más allá. Al principio, mi vieja les cortaba cortito y al pie, diciéndoles que mi viejo había palmado y que no tenían derecho a reclamar nada. Pero yo, qué les digo, me daba una bronca terrible escucharlas llorar y suplicar por algo que ni siquiera sabían que existía. Así que empecé a contestarles yo, a ver si podía sacarles algo de información útil.
Algunas minas se abrían de gambas al toque, contándome detalles que me hacían hervir la sangre. Resulta que mi viejo les había prometido la luna y las estrellas, les había jurado amor eterno y les había hecho creer que eran las únicas en su vida. ¡Qué impresentable! Yo no podía creer que el tipo al que admiraba y respetaba tanto fuera capaz de hacerle eso a mi vieja.
Pero bueno, mientras yo trataba de sacar información útil de esas minas, mi vieja se dedicaba a investigar por su cuenta. Agarró ese celular como si fuera la biblia y se puso a revisar cada foto, cada mensaje, cada video como si fuera una detective en una novela policial. Yo le daba ánimo desde el costado, tratando de no dejarme llevar por la bronca que me carcomía por dentro.
Y así, entre llamadas desesperadas y secretos reveladores, empezamos a armar el rompecabezas de la vida oculta de mi viejo. Resulta que tenía un montón de minas repartidas por ahí, cada una con su propia historia de amor y desamor con él. Algunas parecían saber más que otras, tirando datos que nos dejaban con la boca abierta y el corazón en la mano.
Pero lo más chocante de todo fue cuando encontramos un mensaje que nos dejó heladas. Una de las minas, la que parecía saber más que las demás, nos mandó una foto con un mensaje que decía: "Antoine, necesitamos hablar. Hay algo que tenés que saber antes de que sea demasiado tarde".
¡Pero qué carajo era eso de "antes de que sea demasiado tarde"!
La curiosidad nos carcomía por dentro, así que decidimos ir hasta el fondo del asunto. Le contestamos a la mina, diciéndole que estábamos dispuestas a escuchar lo que tenía para decirnos. Y así, entre mensajes cifrados y llamadas a altas horas de la noche, empezamos a descubrir una verdad que nos dejó con los pelos de punta.
Resulta que mi viejo no solo tenía una doble vida, sino que también estaba metido en un quilombo mucho más grande de lo que imaginábamos. La mina nos contó que él estaba metido en algo turbio en el aeropuerto, algo que tenía que ver con el tráfico de drogas y con gente muy pesada. Yo no podía creer lo que estaba escuchando, ¿mi viejo metido en el narcotráfico? Era como una película de Hollywood, pero más jodida.
Con la adrenalina corriendo por las venas, mi vieja y yo nos prometimos una cosa: íbamos a descubrir toda la verdad, por más oscura y peligrosa que fuera. Porque, aunque la verdad nos llevara por caminos peligrosos, preferíamos enfrentarla de frente antes que vivir en la mentira. Y así, con el corazón en la mano y los ojos bien abiertos, nos lanzamos de cabeza al abismo de los secretos familiares, sin saber qué nos esperaba al final del camino, pero decididas a descubrirlo, cueste lo que cueste.
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