2 || 🐇
LOS BAKUGO
Habíamos terminado de desayunar.
Antes de salir de Arkansas mi madre trajo todo lo que pudo de nuestra despensa, por lo qué unas latas de sopa instantánea fueron suficientes para controlar el hambre que comenzaba a gobernar en nuestros estómagos.
Llevábamos apenas unos quince minutos haciendo aseo.
Ella se encargaba del piso de arriba mientras que yo me encargaba de hacer la cocina y el comedor en la parte de abajo.
Estaba tarareando una canción que últimamente no podía sacarme de la cabeza, concentrado por completo en el trapo que tenía en mis manos y la suciedad que intentaba limpiar con el.
Hasta que tuve que parar porque alguien golpeó suavemente nuestra puerta.
El timbre no servía. Era una de las tantas cosas que teníamos que mandar a arreglar.
— ¡Izuku, por favor abre! — gritó mi madre desde su habitación. — ¡Diles que ya bajo! ¡Voy en un segundo!
No repliqué, simplemente le hice caso en silencio. Ya me daba una idea sobre de quiénes se trataba a tales horas de la mañana.
Dejé el trapo en la mesa, me sacudí las manos y sin pensarlo mucho me dirigí hacia la entrada.
Al abrir la puerta lo primero que mis ojos captaron fueron otro par de afilados orbes color rubí mirándome fijamente.
Frente a mi yacía cierta mujer rubia quien me observaba sin pestañear de arriba a abajo, como si yo fuera una alucinación, algún producto de su mente.
Por un momento pensé ~Wow, creo que la conozco, quizá no me he olvidado de todo.
Pero no, no la recordaba en realidad.
Rápidamente mi vista viajó hacia la persona detrás de ella. A unos pasos estaba el mismo joven enojado de la noche anterior, un chico que aparentaba mi edad o un año mayor cuando mucho.
Eran madre e hijo seguro. El era su viva imagen masculina con aquellos mismos ojos color rubí aún más afilados que los suyos. Incluso parecían más que nada de un tono escarlata. Simplemente preciosos.
— ¿Izuku? — preguntó la mayor, devolviendo de golpe mi atención hasta ella.
— Ehmm ¿hola?— respondí no muy seguro de mis propias palabras.
Al instante di un respingo cuando la mayor se lanzó sin aviso sobre mi y comenzó a abrazarme, paseando sus manos sobre mi espalda y nuca como si con el solo soltarme se hiriera.
Su agarre era increíblemente maternal y protector, se hallaba impregnado en nostalgia.
Cuando por fin reaccioné sobre lo que estaba sucediendo no dudé en corresponderle. Tuve que inclinarme un poco para que me alcanzara con sus delgados brazos, era alta pero yo le ganaba por un pelo.
¿Era extraño? Probablemente, pero se sentía bien.
— Mi niño, estás tan grande ya.. — sus palabras se quebraron contra mi oído. — ¿Cómo has estado? ¿qué has hecho todos estos años?
— ¿Tía.. Mitsuki?
— Si, cariño, soy yo. No me digas que te has olvidado de mi. Siempre venía a visitarlos a ti y a tu madre ¿si te acuerdas?
Su suave voz parecía querer rompérsele. No estaba llorando, pero no me habría sorprendido si lo hiciera.
— Solías ir muy seguido a mi casa — continuó. — Ibas casi diario a buscar a Katsuki para jugar con el.
Al decir aquello nos separamos y no pude evitar desviar la vista hacia el muchacho quien aún no había dicho nada.
El debía ser el tal Katsuki.
Los dos cruzamos miradas que no supe cómo interpretar, las palabras simplemente no salían.
Ahora que veía más de cerca sus ojos, juro que observándolos sentí una punzada haciéndome daño en el cerebro, dejando un leve escozor como efecto secundario.
El parecía analizarme a detalle con desconfianza.
Sus orbes me estudiaban como si yo fuera una nueva clase de humano parado delante suyo, estudiándome detenidamente hasta que pareció convencido con lo que sea que estuviese buscando en mi.
Finalmente suspiró agotado, resignado quizá.
— Hola, Deku — fue todo lo que provino de sí, con un aire de cansancio.
¿Deku?
¿Quién o qué demonios era un Deku?
¿Me estaba hablando a mi?
— ¿Hola... — pude jurar que su rostro se iluminó por un instante y un brillo genuino surcó sus orbes por un segundo. — Katsuki..? — pero de inmediato se desvaneció, ahora tenía la extraña sensación de que mi respuesta lo había decepcionado por alguna razón.
— Así es, el demonio también creció — bromeó su madre con una sonrisa dulce. — ¿Verdad que se ve mucho más irritable que cuando tenía siete?
— Deja eso — se quejó el. — Si yo soy un demonio entonces tú eres el mismísimo Lucif.. ¡AUCH! — la mayor le dió un zape. — ¿¡Qué sucede contigo!?
— A mi me respetas, engendro. Además, no quiero que espantes al pobre Izuku. Estás viendo que no nos recuerda y todavía quieres dejarle una pésima segunda impresión. Hay que ser buenos, Katsuki.
El rubio se sobó, poniéndole mala cara.
— Si piensa quedarse aquí tarde o temprano va a conocernos y a darse cuenta que no somos unos malditos santos.
— ¡Tú lenguaje! — le reprendió Mitsuki. El puso los ojos en blanco.
No logré eludirlo. Se me salió por sí sola.
Una risa genuina se me escapó.
Si, probablemente había olvidado gran parte de mis memorias, pero estaba seguro que estaría más que contento de crear nuevas.
Lucían como personas con la que sin duda me encantaría convivir mucho más. Se sentían tan cálidos, tan próximos a la sensación de hogar.
Los dos se detuvieron ante mi acción.
Ambos se quedaron muy quietos unos segundos hasta que Mitsuki correspondió a mi gesto devolviéndome una sonrisa amable y cariñosa, mientras que por otro lado, su hijo Katsuki únicamente se limitó a formar una mueca torcida.
Se notaba fastidiado, casi como si yo no le agradara.
Ahora yo me detuve.
Su expresión me desubicó. Iba a preguntarle si había hecho algo para molestarlo, pero antes de ser capaz de moverme, la señora que me dió a luz apareció bajando por las escaleras.
— ¡Buenos días! — saludó Inko. — Siento haberlos hecho esperar pero si no terminaba de sacudir todo el polvo de ese viejo mueble probablemente me habría vuelto loca. No dejaba de estornudar.
La vecina le sonrió dulcemente.
Cuando por fin estuvo frente a nosotros ambas se abrazaron con fervor, pero yo no les presté mucha atención. La verdad es que me había quedado momentáneamente en blanco.
El que el rubio hiciera una cara de disgusto por mi culpa me había hecho bajar la guardia. La gente solía amar mi risa, no molestarse por ella.
— ¿Comenzaste sin nosotros? — la voz de Mitsuki me sacó ligeramente de mis pensamientos. — Te dije que nos esperarás para poder ayudarte desde el principio, necia.
— Por favor.. solo llevamos como cinco minutos. Sabes que lo que menos deseo es ser una molestia en Houston, ni siquiera para ti o tú familia.
— ¡Ay, Dios! — le chilló nuestra vecina. — ¿En serio acabas de decir eso?
Los tres nos quedamos de piedra.
En un parpadeo el tono de Mitsuki pasó de uno dulce a uno molesto, indignado.
La rubia se cruzó de brazos y le echó una rápida mirada de desaprobación a mi madre, era la primera mala cara que le veía ponernos desde que habíamos llegado.
Inevitablemente me encogí en mi lugar, supongo que Inko hizo lo mismo.
— Escucha — continuó severa. — Te conozco desde que naciste. Te llevé mucho tiempo de la mano al jardín de niños, fui tu niñera cuando tenías diez, incluso perdí la cuenta de todas las veces que te cubrí con tus padres para que pudieras salir con tus amigos de fiesta en tu etapa rebelde. Yo me desvelaba contigo para ayudarte con tus exámenes más difíciles y venía a cuidarte a tu casa cuando te enfermabas y tus padres no podían quedarse por el trabajo.
Mi madre agachó la cabeza. Era extraño verla así, como si estuviera regañada. La señora Mitsuki debía ser más que una amistad cualquiera para lograr ese efecto en ella.
Nuestra vecina hizo una pausa, aclarándose la garganta antes de continuar.
— Y te puedo asegurar que nada de eso jamás me molestó. Yo siempre he hecho y haré todo por ti de forma desinteresada. Si te ayudo es porque me sale del corazón — le aseguró. — ¿Sabes que si fue una molestia?
Silencio. Mamá seguía con la vista en el suelo.
— Que un día tu solo te fuiste.. — las palabras le temblaron ligeramente. — Nos dejaste. No volvimos a saber nada más de ti, y créeme que eso.. eso si fue una molestia..
El ambiente se volvió extrañamente pesado, incómodo.
No tenía idea de como el entorno había mutado tan bruscamente en cuestión de segundos ¡Hacia cinco minutos atrás estábamos bien!
Inko finalmente alzó la cabeza para encararla de nuevo.
— Mitsuki, yo.. — comenzó con palabras torpes, se le veía bastante apenada.
— No — la mayor la detuvo en seco. — Sé que tus razones tuviste y todo eso, pero..
La casa quedó en un silencio total.
Me estaba comenzando a preocupar.
Por inercia busqué con los ojos al único joven de mi edad, como un mecanismo de defensa para no sentir que solo yo era el que sobraba en toda la situación.
Él se hallaba ahí, justo frente a mi pero aún al lado de su madre.
Lucía exactamente igual que yo, extrañado y ligeramente inquieto, viendo de un lado a otro a Mitsuki como si estuviera preparándose en cualquier momento para echarse sobre ella y tranquilizarla, como un zoólogo tentando la hora correcta para dispararle el sedante a un león que se está pasando de la raya.
Pero Mitsuki no era ningún león y tampoco se estaba pasando de la raya.
Solo era una mujer, una mujer que tuvo que ver como la que consideraba su hermana - aunque no fuera de sangre - simplemente se fue y la dejó, así sin más, sin darle explicaciones ni tiempo.
Mitsuki estaba dolida, había retenido eso que la lastimaba durante diez años, no era su culpa sacarlo ahora. Su intención no era ser grosera, eso hasta yo lo sabía, sin embargo, tampoco podía callarse más, necesitaba desahogarse.
Cuando te guardas algo que te hiere por tanto tiempo, esto se queda en ti como un vaso al que constantemente le está cayendo agua. Al final, de gota en gota te desbordas.
— Perdón — se excusó rápidamente nuestra vecina, limpiándose con delicadeza unas cuantas lágrimas que se le habían acentuado debajo de los ojos. — No quiero sonar como que te lo estoy recriminando, de verdad que no lo hago.
Tanto Katsuki como yo nos relajamos un poco.
La tensión en el ambiente comenzó a descender.
— Ahora que de nuevo estás aquí estoy muy feliz y con todo el amor del mundo seguiré ayudándote en todo lo que me sea posible ¿si? — una tenue sonrisa se le dibujó en los labios, cambiando su semblante a uno mucho más tranquilo.
A mi madre le tembló levemente el labio, sabía que estaba haciendo un esfuerzo por no llorar.
— Inko — continuó Mitsuki. — Te conozco desde siempre. Por favor nunca pienses que puedes ser una molestia aquí en Pasadena porque te aseguro que nada me alegra mas que tenerte de vuelta. Este siempre será tu hogar.
Sip, mi madre era de hierro. Ni una sola lagrima derramó. Únicamente se quedó en silencio unos cuantos segundos en los que intentó recuperar la compostura, regulando su respiración.
— De acuerdo.. — prosiguió poco después, lentamente tanteando el terreno. Supongo que cuando vió que Mitsuki ya no planeaba decir más, finalmente se armó de valor y decidió continuar. — Si es así, pues creo que entonces no me queda de otra más que quedarme y seguir dependiendo de ti ¿no? — bromeó, tratando de volver a crear un ambiente más ameno.
Le funcionó.
De nuevo una sonrisa sincera se dibujó en los labios de nuestra vecina.
— Dependiste de mi toda tu vida ¿o por qué crees que estás volviendo ahora, eh? — le siguió el juego. — No pudiste aguantar más que diez años sin mi. Que poca resistencia.
Mi madre rió levemente y después suspiró.
— Ay, Mitsuki Mitsuki.. contigo siempre será así.
De nuevo silencio, solo que esta vez fue uno mucho más cómodo, más amigable.
— En fin — continuó mi madre. — Como dije, apenas llevamos como cinco minutos limpiando, aunque a decir verdad, si fuera por mi llevaríamos más.
— Lo sé, la adicta a limpieza que estornuda con la más mínima cantidad de polvo no se puede quedar quieta sin ponerse a barrer o a sacudir. Por eso quisimos llegar media hora antes ¡Pero mírate! ¡Igual nos ganaste!
Ambas rieron, esta vez mucho más animadas.
Pude respirar mejor al ver como la sonrisa de las dos mayores volvía a sus rostros. Katsuki parecía igual de aliviado que yo.
— ¿Y por qué empezaste a esta hora? — cuestionó curiosa Mitsuki, ya con su semblante más normal. — La verdad es que para ti es tarde.
— Lo sé. Es que es por el tonto gas. Ya sabes, aunque tenemos luz aún no hay gas, y bueno, el horno de aquí parece que aún funciona como en los noventa. La verdad es que tardamos un poco para poder hacernos el desayuno ¿verdad, Izu? — asentí. — Aunque al final logramos ingeniárnoslas y comimos sopa en lata.
— ¿Y cuándo irás a ver lo del gas?
— Probablemente en estos días. Primero necesito conseguir un empleo.
— ¿Y entonces tu y tú hijo comerán y cenarán sopa en lata hasta que lo consigas? —mi madre asintió feliz, pero se quedó en blanco cuando se dió cuenta de lo mal que eso sonaba.
— ¡Dios, no! — le reprendió Mitsuki. — Izuku y tu pueden venir a la casa el tiempo que deseen hasta que las cosas se regulen por aquí. Siempre cocino de más y nunca se acaba ¿no es así, Katsuki?
— Mmjj.
Bien.. ¿cuál era su estúpido problema?, ¿no le agradábamos al tal Bakugo o porque parecía que todo lo relacionado con nosotros le era o en extremo irritante o simplemente aburrido?
— No, Mitsuki. En serio que... — Inko detuvo en seco sus palabras al sentir cierta mirada sobre ella. — Está bien. Muchas gracias por la hospitalidad — al final aceptó casi a regañadientes. A mi madre no le gustaba abusar de la ayuda que se nos llegaba a dar, pero era cierto que a la vecina no le podías decir tan fácil que no.
— ¡Genial! — a Mitsuki eso pareció hacerla la persona más feliz del mundo. — ¿Qué les parece si hoy vienen?
— Nos encantaría — respondió mi madre por los dos.
— Será una buena oportunidad para ponernos al corriente todos. Díganme su comida favorita, la prepararé.
— Comemos de todo. Lo que sea que hagas nos sabrá a gloria, ¿no es así, cielo?
— Si, señora Mitsuki — agregué. — Cualquier cosa está bien. Gracias por la invitación.
De verdad que la vecina estaba feliz. Los ojos le brillaban como si fuera el mejor momento de su vida.
— ¡No es nada, corazón! — me dijo. — Mi familia y yo estamos más que felices de...
— Bueno bueno — Katsuki la interrumpió, logrando atraer la atención de los tres hacia el. — ¿Podemos empezar de una vez con lo que venimos a hacer aquí? — se le veía irritado. — Ya había quedado en ir con Sero para ayudarle con lo de su casa.
Era la segunda ocasión en la que hablaba y parecía más molesto de lo normal.
— Oh, si. Inko, por favor perdona que solo seamos nosotros dos, los demás no pudieron venir — Mitsuki lo ignoró olímpicamente. — Yoko tenía una mini fiesta con sus compañeros del colegio y a Masaru le hablaron del trabajo a última hora.
— Ay no, no es nada. No te preocupes. Pero.. ¿Yoko? ¿Yoko Yoko? ¿pues cuántos años tiene ya?
— Doce y tiene la estampa Bakugo en grande.
Parecía que a Katsuki se le iba a reventar la vena gruesa de su frente, pero antes de que pasara a más, la señora se dió cuenta y rió.
— De acuerdo de acuerdo. Hace bastante tiempo que no veo ni platico con Inko. ¿Qué te parece si comienzas a bajar las maletas del auto junto a Izuku mientras nosotras vamos a terminar de limpiar la cocina?, después de eso te puedes ir.
Katsuki la observó con mala cara.
¿Qué se traía con nosotros? ¿le habíamos hecho algo y no me había enterado, o por qué se comportaba así?
Al final el rubio asintió casi apagado, sin ningún indicio de realmente querer hacerlo.
De verdad que no entendía cual era su problema.
— ¿Tu estás de acuerdo, Izuku? — me preguntó a mi la mayor.
— Claro — le respondí con una sonrisa. Lo que menos quería justo ahora era estar con Katsuki, pero no iba a ponerme en la misma actitud apática que el.
— De acuerdo, entonces vayan con cuidado.
— Izuku, tú tienes las llaves del auto — me recordó mi madre. — Te lo encargo.
Y así como así, los cuatro nos dimos la vuelta y comenzamos a caminar en direcciones opuestas.
Mientras que las dos señoras se dirigían a la cocina, Katsuki y yo íbamos hacia afuera de la residencia para desempacar lo pesado. La diferencia era que ellas reían y nosotros ni siquiera nos hablábamos.
Ambos íbamos en total silencio.
Al llegar al estacionamiento y abrir el maletero, no pude evitar hacer un intento por llevarme bien con el, después de todo, si mi madre y la suya eran mejores amigas y desde ahora en adelante seríamos vecinos, entonces era lo más lógico que debíamos hacer ¿no?
Me encontraba nervioso.
Su aspecto era el de un típico adolescente mal humorado y enojado con la vida, de esos que se visten de negro y parece que tocan en una banda alternativa en las cocheras de sus casas, de los que emanan un aura asesina contra todo lo que los rodea.
Caminar a su lado se sentía como caminar junto a un perro rabioso que en cualquier momento se podría volver loco y comenzaría a lanzarte mordidas.
Indudablemente yo no quería estar ahí.
~Lo hago por mamá lo hago por mamá, me repetí una y otra vez en mi mente hasta que finalmente me armé de valor.
Cuando puso la primer caja en el suelo vi mi oportunidad al alcance y antes de que me diera tiempo para arrepentirme la aproveché.
— E-es un lindo día ¿no? — vacilé, un poco nervioso.
El contrario no me respondió. Se limitó a girar su rostro hacia mi y arquearme una ceja, observándome como si un bicho raro hubiese sido quien se le acercó en lugar de un humano.
— Se parece mucho al clima de Arkansas — continué. — Allá es donde vivía con mamá.
Solo silencio.
¿Pero qué mierda le sucedía?
— En fin, creo que no nos hemos presentado bien. Mucho gusto. Yo soy...
— Sé quien eres — me interrumpió.
— ¿Ah si?
— Si, eres Izuku Midoriya. A diferencia de ti, yo si recuerdo mi infancia, bobo.
Oh, eso tenía sentido.
— Bueno, pues perdona, pero como dijiste yo no lo hago. No sé por qué, pero es como si hubiera olvidado todo de mi niñez aquí. Claro que recuerdo algunas cosas.. aunque es lo mínimo.
Y más silencio.
Idiota.
Ni siquiera me estaba prestando atención.
Continuaba desempacando con su fea cara de <<Ughhhh nada me importa, soy muy malo>> sin siquiera dirigirme la mirada y eso me molestaba.
Pero no me rendiría tan fácil.
— Escucha — hice un verdadero esfuerzo para articular una sonrisa que se viera creíble y no gritarle ahí mismo que su actitud me estaba comenzando a cansar. — Estaba pensado que quizá podríamos.. no sé.. intentar llevarnos bien y con el tiempo poder ser hasta amigos tal vez.
— ¿Amigos dices? — preguntó burlón, aunque detecté cierta nota amarga en sus palabras. — Vaya, es que no estoy seguro de poder ser amigo de alguien que ni siquiera recuerda mi nombre.
¿Qué?
— ¿Eh? Pero claro que recuerdo tú nombre — me defendí rápidamente. — No soy tan estúpido como para olvidarlo así como así.
— ¿Ah si, Deku?
De nuevo con el dichoso Deku, sabrá Dios que significaba, pero ahora no podía darme el lujo de preguntárselo, parecía que estábamos avanzando.
— Por supuesto.. — una vez más ahí estaba el brillo en sus ojos, de hecho, por un momento toda su expresión cambió a una mucho más vulnerable. — Necesitaría ser un auténtico idiota para olvidarlo de un día a otro, Katsuki — y nuevamente volvió a la normalidad, amargado y apático como siempre.
— Mjjj — gimió. — Si, supongo que si..
— ¿Eso quiere decir que entonces si podemos ser amigos?
— No lo sé, quizá.
— Cool — de nuevo había dejado de prestarme atención. — Ya que lo aclaramos y parece que todo bien ¿puedo hacerte unas preguntas?
No pude evitar soltarlo. Sentía la necesidad de aprovechar que estábamos hablando hasta cierto punto como personas normales para sacarle información, aunque probablemente no me estuviera escuchando en realidad.
— Ajá — respondió a secas, continuando bajando las demás cajas sin dirigirme la mirada.
— ¿Cuántos años tienes?
— Dieciocho.
¿No éramos de la misma edad?
— Amm.. ¿hay alguna preparatoria que esté cerca de aquí? ¿crees que pueda entrar a estas alturas del año?
— A lo mejor, quien sabe.
— ¿Tu estudias?
— Se supone.
— ¿Tienes hermanos? ¿cuántos?
— Uno.
— ¿Tu madre siempre ha sido así conmigo?
— Si.
— ¿P-por casualidad.. conoces a un chico de por aquí que se llame Kacchan?
— .....
Vale, ya había soltado la pregunta. Esperaba que tuviera una respuesta.
Katsuki dejó de moverse y sus ojos se abrieron enormes.
¿Eso era un no? ¿O era un "Si, pero no nos llevamos bien"?
De pronto quedó completamente rígido en su lugar, con el cuerpo igual al de una cuerda de guitarra tensa.
— Si no quieres respond..
— ¿Quién? — preguntó en la misma posición.
— Bueno es que.. es solo que.. aunque no recuerdo mucho estoy seguro que había un niño de mi edad con quien solía jugar a veces o algo así, no lo sé. Su nombre solo suena en mi cabeza como Kacchan y creí que quizá tú que has vivido aquí toda tu vida podrías conocerlo — no sabía muy bien porque se lo confesaba, el rubio ni siquiera me caía tan bien. — En fin, quiero volver a verlo aunque sea una vez más para agradecerle.
— ¿Agradecerle por qué?
— Porque el fue... no, no es nada. Solo.. si sabes algo avísame ¿si?, te lo agradecería mucho.
El rostro de Kacchan se hallaba borroso en mi mente, sin embargo, aquella acción suya cuando pequeños la atesoré en mi memoria y corazón.
A pesar de no conocer su aspecto, el sentimiento que compartimos, el beso que ambos nos dimos a los siete lo había sido todo para mi aún cuando mis padres y yo nos mudamos de Pasadena.
Quería encontrarme de nuevo con él para darle las gracias por ese gesto, hacerle saber que aunque era un infante que no comprendía nada en la vida, ese simple roce inocente de labios debajo del tobogán de un vago parque en Houston me facilitó las cosas al cuestionar mi sexualidad a los trece.
Digo, claro que no era gay, pero estaba feliz de que a temprana edad comprendiera que el amor era eso, solo amor, no importaba la identidad de género o tu sexo, el cariño únicamente era cariño. Kacchan me lo enseñó a los siete.
Además, cuando las cosas se ponían feas en casa, siempre me venía a la mente ese nombre. El era lo único bueno que tenía en mi vida, aunque ni siquiera estuviera conmigo.
En verdad deseaba verlo una última vez.
Bakugo seguía quieto en el mismo lugar, no se movía o decía ni una sola palabra.
Después de esperar unos segundos y darme cuenta que continuaba igual, asumí que probablemente ni siquiera me estaba prestando atención.
— Sabes.. olvida lo último.. — le pedí encogiéndome de hombros.
La verdad era que no quería atosigar a mi vecino más de lo que ya se veía por mi culpa. Si, no me agradaba, pero tampoco era para hacerle la vida más difícil.
— Mierda, ya has bajado cinco cajas y yo no he bajado nada — me acerqué hasta el maletero y comencé a ayudarle.
Pobre, lo había dejado hacer casi todo el trabajo por estar distraído pensando en otras cosas y haciéndole preguntas extrañas.
— Oh, y una cosa más.. — agregué. — Gracias por responder. Sé que no es tu obligación y que lo más probable es que no te agrade del todo, pero significa mucho para mi el que lo intentes. Hablo en verdad cuando digo que espero que con el tiempo seamos amigos también.
Katsuki no replicó. Continuaba con la cabeza baja, perdido en lo que sea que fueran sus pensamientos.
Que rarito.
En fin, decidí continuar y no darle importancia a nada en general que no fuera desempacar.
Mi vecino permaneció durante unos segundos más reflexionando a la nada.
Después de un rato volvió a la normalidad y prosiguió con las demás cajas como si fuera lo más normal del mundo, nuevamente completamente ajeno a mi, ignorándome casi.
Cuando lo más pesado quedó en la acera comencé a cargar con todo lo que podían mis brazos para meterlo a mi nuevo hogar. El rubio hizo lo mismo.
Finalmente terminamos con todo sin volver a dirigirnos la palabra.
Era claro que Katsuki no quería conversar conmigo y yo lo respetaba, no había nada que pudiera hacer.
Al poner la última caja en el suelo de la residencia mi vecino gritó desde el piso de abajo.
— ¡Ya terminamos!
Por la ausencia era evidente que las dos mujeres se hallaban en alguna habitación de arriba. Hubo una breve pausa en silencio antes de que se escuchara una respuesta a lo lejos.
— ¿¡Ayudaste a desempacarlo todo!?
— ¡Si, ahora me voy! ¡Sero me está esperando!
— ¡De acuerdo! ¡Con cuidado!... ¡Y una cosa más, Katsuki! — el aludido puso los ojos en blanco. — ¡Te quiero listo en casa a la hora de la cena!
— Ajá.
— ¡Lo digo en serio, Bakugo! ¡Quiero que toda la familia esté presente hoy! — gritó con más fuerza Mitsuki. — ¿¡Entiendes!?
— Si, está bien...
— ¡Perfecto! ¡Te amo, cielo!
Él rubio ni siquiera se molestó en regresar el te amo que su cariñosa madre le soltó.
Cada vez lo soportaba menos con su actitud tan mezquina e indiferente.
Mi sorpresa no fue grande al verlo marcharse sin despedirse de mi.
Únicamente caminó sin mirar atrás hasta salir por la puerta principal, perdiéndose en la entrada del lugar que llevaba a la calle.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top