15: Allan/Mercury
Allan no era lo que aparentaba a simple vista.
Cualquiera podría formarse rápidamente una idea equivocada de él al verlo con sus inseparables audífonos, su ropa deportiva, imborrable sonrisa y esa actitud tan "suelta".
Pero para su desgracia Allan no era así, él no era ni tenía lo que los demás pensaban.
Muchos podrían pensar que un chico tan alegre, amigable y amable como él tendría un enorme grupo de amigos, cientos de amigos.
Si bien era alguien alegre y amigable, no podía decir que tuviese amigos. Claro que se llevaba muy bien con sus compañeros e incluso solía ser el alma de las fiestas y reuniones a las que lo invitaban, pero no pasaba de allí.
Allan tenía "compañeros" y "conocidos", pero no amigos.
No tenía con quien salir los fines de semana o a quien llamar solo para pasar el rato, mucho menos a alguien que lo conociese en profundidad.
También estaba acostumbrado a ser tachado como un chico "rebelde e irrespetuoso", cuando en realidad él no era nada de eso.
Muchos adultos o incluso chicos de su edad se hacían esa mala imagen de él ¿Sería por su forma de hablar? ¿Su vestimenta tendría algo que ver? No lo sabía, solo pasaba sin que él lo entendiese.
Pero Allan no era alguien irrespetuoso con los adultos o problemático, al contrario, siempre guardaba un gran respeto y aprecio por estos, sobre todo los ancianos.
Allan vivía con sus tíos abuelos desde que su madre se había ido cuando él era un niño para "rehacer su vida".
Él estaba infinitamente agradecido con sus abuelos que le habían cuidado y acogido durante esos primeros años tan difíciles, hasta que fallecieron y fue a vivir con sus tíos abuelos.
Muchos podrían acusarlo de ser un chico demasiado inquieto, despreocupado, malo con los estudios e incluso regañarlo por obsesivo con el deporte, pero nadie nunca podría decir que Allan era desagradecido o egoísta.
Su tía abuela siempre se enorgullecía de lo servicial que era, y de alguno u otro modo acababa presumiéndolo y ofreciéndolo a sus amigas para hacer toda clase de encargos.
No era que Allan se quejase mucho al respecto tampoco, disfrutaba ayudar a los demás e incluso ganaba un pequeño pago en algunas ocasiones.
Y así era como ahora, el joven moreno se encontraba buscando la dirección del masajista oriental de su tía abuela. Por lo que había entendido, el anciano necesitaba reorganizar su sótano, ático o donde fuera que almacenaba sus cosas, pero no tenía parientes que lo ayudasen con la tarea.
Una vez llegó al lugar y tocó la puerta, un anciano de rasgos orientales y extravagante camisa hawaiana salió a recibirlo.
— Buenas tardes señor, busco a un masajista llamado Fu. Mi tía abuela me pidió que viniese a ayudarlo a ordenar unas cosas. — explicó
— Yo soy Fu, encantado. Adam ¿verdad? — respondió el anciano.
— Un placer señor, soy Allan por cierto. — saludó y corrigió amablemente el joven.
— Pasa por favor. — invitó Fu haciéndose a un lado para que Allan pasara — El sótano ya está organizado, pero necesitaré de tu ayuda para terminar de acomodar y limpiar el ático. — explicó adentrándose en la casa.
Se escuchó de repente un golpe en el piso superior, seguido de un grito extraño que Allan interpretó como una maldición en otro idioma ¿Chino quizás?
— Creí que no tenía parientes que le ayudasen. — comentó el chico extrañado. No era que se quejase de ayudar al anciano si ya tenía a alguien más para hacerlo, solo le parecía una extraña sorpresa.
— Oh no, no tengo parientes. Pero un joven que conozco y aprecio vino a visitarme y se ofreció a darme una mano con todo. — explicó amablemente el hombre, justo antes de escuchar otro golpe proveniente desde el ático. — Aunque por más buenas que sean sus intenciones, se podría decir que su fuerte no son las tareas domésticas. — termino de decir un poco nervioso.
Allan solo sonrió tranquilizando al anciano, curioso de quien podría ser el joven que estaría intentando ayudar.
Pero nunca habría podido imaginar con quien se encontró al subir al ático.
— ¿Felix Agreste? — preguntó extrañado al ver al rubio frente a él, no del todo seguro si en realidad estaba frente a su excéntrico compañero de clases y asiento o era solo una ilusión.
No tenía sentido que un niño rico y malhumorado como él estuviese ayudando voluntariamente a un ancianito a acomodar su casa.
Felix, por su parte, también se sorprendió de encontrarse con su moreno compañero del colegio.
¿Que hacía ese despreocupado y rebelde chico en la casa del Guardián de los Prodigios?
— ¿Qué haces tú aquí? — preguntaron ambos jóvenes al mismo tiempo, confundidos y no del todo cómodos con la presencia del otro.
— Oh, veo que ya se conocen. — comentó tranquilamente el anciano que hasta entonces había guardado silencio, captando la atención de los muchachos.
— Somos compañeros de clase. — explicó secamente el Agreste. — ¿Usted de donde lo conoce Maestro? ¿Y por qué él está aquí? — terminó de preguntar extrañado y sin molestarse en disimular su incomodidad.
— Vine a ayudar al señor Fu con su ático. ¿Tú qué haces aquí? ¿Y por qué le dices "Maestro"? — contestó Allan intentando controlar lo mejor posible su disgusto.
Felix no respondió sino que dirigió una mirada fija que Allan interpretó como un mensaje de "No tengo porque decírtelo".
— He sido profesor sustituto del joven Felix para sus clases de chino, además que me ha visitado en mi tienda en algunas ocasiones para hacerme compañía. — fue el anciano Fu quien contestó al moreno en lugar del rubio. — Y una de mis clientas es la tía abuela del joven Allan, y amablemente lo ofreció para que viniese a ayudar con el ático. — explicó al Agreste la relación que tenía con el otro joven. — Pero no estamos aquí para hablar de su relación conmigo, ambos se ofrecieron a ayudar a este pobre anciano con la limpieza de su ático que no puede realizar por su cuenta debido al peso de los años. Estaré abajo atendiendo a algunos clientes por si me necesitan, en cuanto termine les traeré algo de té. Cuento con ustedes jóvenes. — dijo el anciano antes de bajar por la trampilla de la habitación.
Ambos jóvenes quedaron sumergidos en un tenso e incómodo silencio por un momento, hasta que cada uno volteó por su lado y se dedicó a limpiar una zona separada del ático.
Allan no era de los que juzgaba a una persona sin tratarla y conocerla antes, pero no era necesario ser un genio para ver la clase de chico que era Felix Agreste.
Aún recordaba el día en que lo conoció, justo a inicios del último semestre del año pasado, había llegado a su clase un chico nuevo y la profesora lo había colocado a su lado en el primer asiento. Allan había estado dispuesto a saludar a su nuevo compañero y darle una cálida bienvenida, nunca era fácil ser el nuevo en un ambiente extraño donde no conoces a nadie, pero antes de que pudiese siquiera presentarse había aparecido Zoé Bourgeois.
La rubia y malcriada hija del alcalde prácticamente había saltado sobre el chico nuevo apenas supo quien era, ahí Allan se enteró que su nombre era Felix Agreste y que al parecer pertenecía a una familia importante de la clase alta. Para el moreno eso no habría significado mucho, no era de los que metía en la misma bolsa a las personas solo por su origen o familia, pero lo que había ocurrido a continuación nadie en todo Paris lo habría esperado.
Zoé podía llegar a ser bastante irritante y odiosa con su actitud de mocosa engreída, pero nadie se atrevía a ponerla en su lugar gracias a que la rubia era hija del alcalde y podía arruinarte la vida solo por hablarle de forma que ella considerase grosera, nunca nadie le había plantado la cara de forma directa y sin temor a sufrir las consecuencias. Nadie excepto Felix Agreste.
El rubio simplemente había explotado harto de Zoé y la había enfrentado de un modo que nadie jamás habría creído ver en alguien tan joven hacia una persona como la Bourgeois. El Agreste la había atacado verbalmente con una frialdad y dureza tan cruel y directa que hizo ver los acosos y amenazas de Zoé como simples berrinches infantiles.
Con solo unos minutos en el colegio ese chico había derribado a la reina abeja de la escuela y demostrado ser lo suficientemente poderoso como para que esta no se atreviese a meterse con él por temor a las consecuencias.
En resumen, Felix Agreste era el abusador de los abusadores, un monstruo poderoso entre monstruos poderosos.
Desde entonces nadie había sido lo suficientemente estúpido como para siquiera considerar hablar con el Agreste más de lo estricta y obligatoriamente necesario (excepto Bridgette al ingresar a comienzos del año siguiente, pero esa era otra historia).
Mientras Allan se sumergía en sus recuerdos y pensamientos, Felix también estaba perdido en su propia mente.
Él de por sí siempre había sido alguien que se perdía en su cabeza con demasiada facilidad, y cuando se trataba de temas relacionados con su doble vida como Chat Noir se sorprendía a si mismo por lo complejo que podía llegar a ser entender sus pensamientos.
No podía evitar sentirse avergonzado y culpable al recordar sus inicios como supuesto héroe y todas las mentiras y manipulaciones que había montado desde entonces, mentiras que sin que se diera cuenta se habían vuelto realidad.
Al principio no había tomado en serio su papel como héroe de Paris y se había dedicado únicamente a buscar romper la maldición de su anillo para poder liberarse de todo eso, había utilizado su posición como portador con fines egoístas y tontos, aprovechado su identidad de Chat Noir como un respiro de su vida diaria cuando esta le hostigaba demasiado y ni siquiera se había tomado en serio las peleas contra los akumas más allá de una rutina en la que aprovechaba para coquetear con Ladybug y olvidarse momentáneamente de ser Felix Agreste.
También había cometido numerosos errores en su identidad civil, no había falta ser un genio para notar que él no era precisamente un rollo de canela como persona. Su trato para con los demás era un verdadero asco, la gente no confiaba en él gracias a la mala imagen que él mismo se había creado y como si fuese poco no sabía siquiera entablar una conversación con alguien de su edad.
Pero ahora las cosas habían cambiado, él había cambiado. El Felix Agreste de ahora ya no era el mismo que cuando recibió por primera vez su anillo. Ahora quería hacer las cosas bien, pero no sabía cómo.
No sabía que hacer para arreglar sus errores y calmar al menos un poco su conciencia, no tenía a nadie con quien compartir sus angustias.
No podía ir a contarle a Ladybug todo lo que le atormentaba, no solo por cómo ella podría reaccionar al saber la verdad tras sus engaños, sino también porque si bien eran cercanos seguían siendo héroes con la responsabilidad de velar por la seguridad de Paris, y un par de héroes con la confianza rota entre ellos y la mente atormentada no serían de ayuda más que para que HawkMoth los akumatizase.
Tampoco podía hablar mucho con su Kwami Plagg, si bien el pequeño gato era un mini dios que a su vez jugaba el papel de un protector y guía ocasional, muy rara vez estaban en contacto entre ellos debido a que el Kwami básicamente vivía dentro del anillo y en muy raras ocasiones salía de allí.
Necesitaba ayuda y un muy buen consejo, por eso mismo había recurrido al Maestro Fu en busca de orientación. Y si bien el Guardián había sabido instruirlo en los asuntos como portador del Prodigio del Gato Negro, poco y nada había podido hacer por sus problemas como civil.
"Lo que necesitas, joven Gato Negro, es relacionarte más entre tus semejantes. Los humanos son seres sociales que necesitan interactuar con otros para desarrollarse y subsistir en el mundo, necesitan de otros humanos para sentirse aceptados y cómodos consigo mismos. No te estoy diciendo que debes anteponer la aceptación de los demás ante tus principios y valores, pero sí que el sentir que encajas entre un grupo te ayudará a sentirte mejor contigo mismo y desarrollar mejor tu persona."
Ese había sido el consejo que el Maestro Fu le había dado, básicamente diciéndole que necesitaba hacer amigos y que sentirse parte de un pequeño grupo le ayudaría con muchos de sus problemas.
Pero ahí era donde surgía una nueva inquietud ¿Cómo se suponía que iba a hacer amigos? No era precisamente alguien carismático o con buena fama entre las personas de su edad.
¡Maldición! Incluso llevaba un buen rato en el mismo cuarto que uno de los chicos más sociables de su escuela y no habían intercambiado ni una sola palabra entre ellos desde que el Maestro Fu se había ido.
Frustrado consigo mismo terminó de mover unas cajas en las que parecía haber unas figuras antiguas de tortugas de jade para poder limpiar mejor el estante cubierto de polvo, pero en cuanto intento pasar un trapo húmedo solo consiguió crear una masa pegajosa similar a un lodo seco. ¿Por que siempre le pasaban esa clase de cosas a él?
Allan vio esto y no supo bien cómo reaccionar ¿El Agreste bromeaba o en realidad no sabía cómo limpiar?
Recordando que era un serio niño rico, se inclinó a pensar lo segundo.
— ¿En serio no sabías que debes quitar primero el polvo con algo seco antes de pasar algo húmedo? — preguntó incrédulo con una sonrisa queriendo nacer en su rostro, era muy gracioso encontrarse con un chico así en esa situación.
— Cállate. — fue lo primero que dijo avergonzado Felix, pero luego recordó que se supone que trabajaba en ser más amable con las personas y probablemente habría sonado grosero. — ¿Cómo se supone que iba a saber algo así? — murmuró queriendo disimular su vergüenza.
En su defensa ¡Él nunca había limpiado!
Bueno si había limpiado alguna que otra vez sus propios desastres producto de su mala suerte y no es como nunca hiciese su cama u ordenase sus libros. Pero había una diferencia entre eso y un ático en el que parecía que nadie había entrado por décadas a limpiarlo.
Allan tuvo que esforzarse para contener una carcajada, es que toda esa situación era muy divertida. Felix parecía todo un niño avergonzado que queriendo ayudar a su madre solo había causado más problemas ¡Nunca imagino que podría verlo en una situación así!
Apiadándose un poco del pobre niño rico rubio, el moreno decidió ayudarle con su propio desastre.
— Mejor ocúpate de seguir limpiando las cosas antiguas del señor Wang Fu, yo me encargo de los estantes y todo lo que tenga demasiado polvo. — dijo conciliador y con una sonrisa amable en el rostro.
Felix le miró extrañado por unos segundos antes de asentir y recoger la caja con tortugas de jade para poder limpiarlas él mismo y dejar de lado el maldito estante.
Allan rió levemente ante el Agreste que desviaba la mirada fingiendo concentrarse en limpiar las figuras antiguas para disimular el haber sido atrapado en una situación vergonzosa ¡Realmente parecía un niño! ¡O incluso un gato!
El moreno intentó sacar algún tema de conversación para hacer el ambiente más cómodo, y fue allí cuando se enteró que Felix solía venir a visitar a su maestro de chino de vez en cuando en busca de consejos y un poco de té.
Y a juzgar por la reacción que tuvo el rubio cuando Allan preguntó porque no le pedía consejos a su familia o hablaba con sus amigos, parecía que había más sorpresas viniendo del Agreste.
Tal vez, solo tal vez podría haber juzgado muy rápido a Felix...
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Saludos gente bonita ¡Ha pasado tiempo!
No tienen idea de lo difícil que me fue hacer esta historia ¡Perdí la cuenta de cuántas veces la reescribí después de la sexta! Por eso es que notarán que este escrito está algo entremezclado con varios otros...
En fin, estense atentos el día hoy porque estaré actualizando este libro de mes PV durante todo el día como regalo a mi misma y a toda la gente bonita que me lee
¡Felix cumpleaños a mi!
Y sin nada más que agregar, este relato va dedicado a Lua_lo_al_8181 ¡Mucosa gracias por todo tu apoyo en mi historia "Lo que muestra el espejo"! Incluí una referencia a ese relato en este escrito y realmente espero que te guste.
¡Hasta el próximo relato dentro de unos momentos!
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