10: Alergia
Felix llevaba solo un par de semanas como portador, y en todo ese tiempo la mala suerte no había dejado de perseguirlo de todas las formas posibles e imaginables.
Para colmo esa pequeña Plagga, apodo que le había dado a su molesto Kwami, no paraba de burlarse y divertirse a costa de suya. Al parecer Plagg encontraba demasiado divertido molestarlo y experimentar nuevas formas de "mala suerte" para torturarlo.
— Vamos Gato Gruñón — llamó el Kwami a su portador. — ¡Veamos si eres alérgico al polen! — exclamó con entusiasmo como si hablase de probar un nuevo sabor de helado o participar en un nuevo juego.
— No voy a volver a participar en otro de tus extraños experimentos de gato negro. — respondió molesto Felix. — Además no tengo alergias. — concluyó de mala gana intentando dar por acabada la conversación.
— Ya verás que sí, ahora eres mi portador y una parte del paquete de la maldición de mala suerte incluye al menos un episodio de alergia. — explicó Plagg divertido, ansioso por ver que nueva desgracia le ocurriría a su nuevo portador.
El Agreste solo rodó sus ojos fastidiado, no lograba acostumbrarse a ese molesto gato negro que al parecer solo era feliz con queso y viéndole hacer el ridículo con su mala suerte.
El joven molesto salió de su habitación para bajar a la cocina de su mansión, eso de ser un héroe y cargar con una maldición de mala suerte era algo demasiado estresante que ahora se sumaba a su larga lista de "exigencias/deberes poco comunes para un joven de su edad".
Y si había algo que le subiese el ánimo a Felix Agreste y le hiciese olvidar momentáneamente todas sus preocupaciones (además de un buen libro) era poder disfrutar del exquisito sabor de su alimento preferido: el durazno.
Al mirar la frutera de la cocina no pudo encontrar ningún durazno, entonces recordó que esa noche había tomado los últimos como bocadillo nocturno cuando ese infernal Kwami le había despertado con otra de sus bromas.
Suspiró cansado, de seguro su padre no mandaría a comprar más de esas frutas hasta la próxima semana, ya que, según su progenitor, debía variar más su dieta y comer tanto la misma comida a deshoras no era "sano".
¡Era una fruta! ¡Por amor a la mala suerte!
Desde que tenía memoria adoraba los duraznos. De niño le emocionaba más que los caramelos o cualquier otro postre que un infante "común" adoraría. Fue gracias a su pequeño gusto, obsesión según su padre, que su adorada madre había mandado plantar un árbol de esa fruta en el jardín de la mansión de la familia.
Sonrió internamente al recordar ese último detalle, si no se equivocaba ya debían estar maduros en esa época.
Sin molestarse mucho en disimular su emoción al no haber nadie que le viese, salió corriendo entusiasmado a buscar dicho árbol con la esperanza de cosechar algunas de sus frutas favoritas. Seguía siendo un joven serio de "clase alta", pero aun así decidió ir él mismo a recolectar los duraznos en vez de pedirle a alguien más que lo hiciese por él.
Camino al jardín se encontró con esa molesta Pequeña Plagga, que al verlo le tiró encima una de las antigüedades que decoraban las paredes de la casa.
— ¡¿Cuál es tu problema, Pequeña Plagga?! — vociferó molesto al evitar de milagro que la antigua máscara decorada con plumas (de un precio casi invaluable por cierto) se estrellase contra el suelo.
El Kwami solo rio divertido al ver el enojo de su portador.
— Cálmate Gato Gruñón, solo estaba evaluando tus reflejos. Ya sabes, para salvar París y eso. — contestó juguetón el pequeño felino. — Además, quería ver si eres alérgico a las plumas. — completó despreocupadamente.
— Ya te dije que no tengo alergias. — repitió hastiado Felix intentando colocar otra vez la decoración en su lugar. — Y ten más cuidado con lo que tocas, la mayoría de estas antigüedades no tienen precio. — regañó molesto al no poder colgar en la pared la máscara. — Y las coleccionaba mi madre. — murmuró más para sí mismo con un pequeño deje de tristeza y melancolía.
El Kwami borró por un segundo su sonrisa burlona al notar el estado de su portador, el chico parecía ser bastante sensible con ese tema.
Antes de que Felix se diese cuenta del ligero cambio de su Kwami, Plagg se recostó sobre la cabeza del rubio y comenzó a juguetear con sus cabellos como todo un gato acomodándose para una siesta.
— ¿Qué crees que estás-? — intentó preguntar extrañado el joven, pero fue interrumpido por Plagg.
— Tienes el cabello muy suave, es más cómodo que esa bufanda de lana en la que me acuesto siempre. — dijo despreocupado el gato negro sin dejar de jugar con los mechones rubios del Agreste.
Felix se extrañó por tales palabras, pero permaneció en silencio disfrutando en secreto la sensación en su cuero cabelludo.
— Y dime Princeso ¿A dónde corrías con esa cara de bobo? No tenía idea de que sabías sonreír. — Preguntó el Kwami volviendo a su usual tono de voz burlesco.
— Pequeña Plagga del Hades. — Murmuró el Agreste comenzando a irritarse otra vez, ese gato tenía un don para destruir la poca paciencia que poseía. Pero su enojo menguó al recordar a donde se dirigía antes de encontrarse con el Kwami. — Al jardín. — respondió simple a su acompañante que seguía posado sobre su cabeza.
Una vez por fin pudo salir al patio en donde se encontraba el dichoso árbol, una imperceptible sonrisa se asomó por los labios del joven al divisar el frutal cargado de esos deliciosos trozos de cielo llamados duraznos ¡Y estaban en el punto justo que más le gustaban!
Tal vez la mala suerte no podía afectarle en todas las cosas.
O al menos eso pensó, ingenuamente.
Mientras iba juntando todos los frutos que podía cargar entre sus brazos, ocasionalmente le cayó uno que otro en la cabeza una vez Plagg comenzó a flotar a su alrededor, y si bien no todos los duraznos estaban en el perfecto estado que le pareció al principio, decidió no darle tanta importancia y concentrarse en lo positivo (cosa que muy rara vez hacía).
Pero a medida que permanecía más tiempo cosechando, una extraña comezón se iba expandiendo por sus manos y rostro, junto con un cada vez más incesante molestar en su nariz.
Pasado un rato ya se le hacía casi insoportable el permanecer allí, la respiración le era difícil y apenas podía controlar la creciente comezón.
Negándose a soltar los duraznos que había cosechando pero ya no soportando permanecer un solo momento más así, se encaminó apresuradamente de regreso al interior de su mansión para buscar alguna forma de parar lo que sea que le estuviese pasando.
Una vez entró por una de las puertas de la cocina que daba al jardín, soltó las frutas desparramándolas sobre una mesa de allí pero ni le importó. De inmediato comenzó a rascarse con fuerza la insoportable comezón que no dejaba de aumentar sin piedad.
Sus ojos no dejaban de lagrimear y su nariz le picaba dolorosamente, intentaba en vano limpiarse pero no conseguía parar con todo esto.
— ¡Melanie! ¡Ayúdame! — desesperado terminó por llamar a la asistente de su padre con un grito desgarrador y ronco que debió escucharse por toda la enorme mansión de la familia Agreste.
De inmediato su dúo de guardaespaldas ingresó corriendo a donde estaba, prácticamente destrozando la puerta como dos toros enfurecidos dispuestos a matar a cualquiera que fuese la amenaza para su joven protegido.
Fueron seguidos casi al instante por la preocupada mujer que ahogó un grito al ver al heredero Agreste con su piel toda rojiza e hinchada, rascándose desesperadamente, con una respiración sumamente entrecortada y difícil.
— ¡Jean Paul, ve a traer el botiquín de primeros auxilios! ¡Jean Pierre, llama al doctor! — ordenó rápido a los guardaespaldas que de inmediato fueron a acatar sus ordenes. — ¡Rápido! — les apresuró preocupada.
Ambos hombres salieron deprisa a cumplir sus órdenes mientras que la mujer se acercó preocupada al heredero Agreste, llevándolo a uno de los grifos de la cocina a enjuagarse lo más pronto posible en lo que los escoltas cumplían con los demás pedidos para tratar mejor al joven.
Una vez lograron controlar los síntomas de Felix y que el doctor terminase de revisarle, el heredero Agreste escuchaba la conversación de los adultos aún sin dejar de limpiar su nariz con un pañuelo y estornudar de vez en cuando.
Su padre había llegado poco después de que Melanie le llevase a enjuagarse, al parecer su progenitor había escuchado el escándalo de su hijo pero al estar en el otro extremo de la mansión había sido el último en llegar.
Ahora Raphael Agreste se encontraba hablando con el doctor mientras Melanie y ambos Jean cuidaban al Agreste menor como si fuese el débil fuego de una vela a punto de apagarse en medio del viento.
— Felix — escuchó como le llamó su padre, captando de inmediato su atención. — ¿Que estabas haciendo antes de que esto pasara? — preguntó su progenitor.
— Buscando duraznos en el árbol del jardín. — respondió con voz gangosa el menor, notando como una casi imperceptible brillo de malicia aparecía en los ojos de su padre.
— Verá, joven Agreste. — comenzó a explicar el médico. — Usted sufrió un ataque de alergia, de allí sus repentinos síntomas, y al parecer fue debido a una repentina reacción a los duraznos. — terminó de decir con aire profesional.
Esa última frase fue como una balde de agua helada pare Felix ¡No podía estar pasándole esto!
No solo Plagg había tenido razón sobre lo del episodio de alergia ¡Sino que era a los duraznos! ¡Los duraznos!
Si no fuese un Agreste, en ese momento se habría puesto a gritar como todo un niño berrinchudo.
El doctor se retiró una vez recetarle a Felix algunos medicamentos para su alergia y recomendarle por enésima vez que debía mantenerse alejado de la pelusa de su fruta favorita si no quería sufrir otro ataque similar o incluso peor.
Todo esto bajo la atenta y, Felix podría jurar que incluso, divertida mirada de su padre.
Una vez el episodio dio por terminado con la partida del doctor y la desaparición de los síntomas en el heredero Agreste, Melanie y los guardaespaldas regresaron a sus respectivos trabajos como si nada hubiese ocurrido. Quedando padre e hijo solos en el recibidor.
— Aún no puedo creer que ahora soy alérgico a la pelusa de los duraznos. — murmuró Felix desanimado. — No tiene ningún sentido. — farfulló molesto.
— En realidad — comenzó a decir su padre. — Perece que heredaste la misma alergia que tenía mi padre. — dijo inexpresivo el mayor, pero se podía apreciar cierto brillo en su mirada. — Y tú madre también desarrollo de un día para otro su alergia a la canela, así que podría decirse que solo tuviste mala suerte de que la genética se combinase en tu contra. — terminó de relatar Raphael comenzando a retirarse, feliz de que ahora la obsesión de su hijo por esa fruta sería controlada, a la fuerza, pero controlada.
Felix nunca había guardado tanto rencor contra su abuelo Archange, su padre, la genética, el anillo de Gato Negro, su maldición de mala suerte y esa pequeña Plagga cuya risa juraría poder oír en esos momentos.
Por que a fin de cuentas, ahora Felix tenía una nueva, dolorosa, frustrante, heredada y odiosa alergia que soportar.
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Saludos gente bonita, espero que les haya gustado esta historia inspirada en cómo yo descubrí mi propia alergia a mi fruta favorita, que también son los duraznos. ¡Jamás lo superaré! (?)
En fin, este escrito va dedicado con mucho cariño a mi querido amigo y princesa de nuestra comunidad: Alex-Sol
¡Muchas gracias por tu ayuda Alex! Espero que te hayas divertido con Plagg experimentando con las posibles alergias de Felix
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