03: Pesadilla

La presión que se ejercía sobre sus hombros le obligaba a mantenerse de rodillas, le respiración le era difícil y la oscuridad le rodeaba amenazante.

Lo único que podía percibir era el frío calando sus huesos y la presencia de los más horribles monstruos que pudiese imaginar. No podía ver nada, pero sentía como le observaban esos crueles ojos monstruosos y despiadados, analizándolo detallada y despectivamente, atentos a cada defecto suyo y esperando para decirle y remarcarle lo que él no quería escuchar.

Era como si el peor de los inviernos le rodeara quemándole la piel, como si hubiese caído a lo más profundo del infierno congelado del Cocito, donde lo único que percibía era su propio y creciente miedo que se iba convirtiendo en terror puro.

Tembloroso apoyó sus manos en el helado e indistinguible suelo, jadeando en busca de un oxigeno que parecía negarse a socorrerlo en ese momento, pero tampoco podía terminar de asfixiarse en esa agonía.

Llegó a dudar de su cordura ante el dolor y al sentir una carcajada maliciosa cercana a él ¿Sería real o una alucinación de su medio?

Podía escuchar esa risa como si la persona que la emitía estuviese parada frente a él y a su vez rodeándolo en todas las direcciones, burlándose de todo.

Se reía de sus miedos, fracasos, desgracias, errores y todo aquello que él nunca era ni sería capaz de lograr. Era como si le susurrase al oído con tal de recordarle y avivar su dolor.

El lugar era cada vez más extraño, sin moverse ni mirar alrededor se sentía claustrofóbico por lo estrecho que se percibía, pero a su vez era como si estuviese abandonado y perdido en el más grande de los abismos en el que no existía ni la más mínima luz.

Sentía como a cada segundo iba perdiendo terreno ante las sombras y el miedo. El tiempo parecía eterno y a su vez correr demasiado deprisa.

Asfixiado por el silencioso tic tac de un reloj que no existía, finalmente reunió el valor suficiente como para levantar su nerviosa mirada, arrepintiéndose al instante de hacerlo como si hubiese caído en cuenta de una gran equivocación, o quizás era lo contrario y había dado el primer paso para librarse y enfrentar ese infierno.

Frente a sí había lo que parecía ser un espejo, pero su reflejo no transmitía la misma imagen que estaba seguro que tenía en esos instantes.

Él, o mejor dicho ellos, eran la única persona en el lugar.

Pero su reflejo no se veía asustado ni mucho menos, era todo lo contrario.

La mirada idéntica a la suya penetró su ser produciéndole escalofríos, nunca se había sentido observado así.

Quiso retroceder a gatas, asustado solo quería alejarse, pero su espalda pareció chocar con lo que debía ser una pared, que estaba seguro de no haber percibido antes.

Desde el suelo volvió a dirigir su vista hacia el reflejo que ahora permanecía de pie, orgulloso y despectivo mirándolo como si fuese un ser superior a todo y viese a un despreciable insecto, un insecto al que le encantaría aplastar y destruir por pura satisfacción.

Intentó mirar hacia otra parte, cualquier cosa con tal de huir de esa fija mirada que no soportaría ni un segundo más, pero simplemente no pudo apartar sus ojos de los suyos.

Quiso gritar de terror, tan fuerte como para quemar su garganta y desgarrar su voz, pero no pudo emitir ningún sonido.

No quería verlo, lo que era y no quería ser, lo que era pero que no conseguía cambiar, lo que era y estaba condenado a ser. No lo soportaba.

Desearía ser capaz de pedir ayuda, suplicar de ser necesario que alguien lo salvase, pero sabía que aunque pudiese implorar a gritos nadie iría a socorrerlo. Nadie siquiera se molestaría en buscarlo, estaba solo.

Consiguió voltearse y dar un par de temblorosos pasos alejándose, solo quería terminar ese espantoso espejismo.

Intentaba ser valiente, justificarse que tenía algún mérito el esfuerzo que hacía por alejarse, que era un instinto de preservación el rechazar esa clase de dolor.

Pero escuchó una voz, su propia voz empleada por alguien más, susurrándole al oído.

"Cobarde" le decía, golpeándole con la cruel realidad que él siempre trataba de ocultar o disfrazar pero que ya no tenía sentido seguir negando: era débil, no tenía ni la mitad de fuerza y poder que aparentaba poseer.

Intentó ignorar esa voz, paralizado en su lugar pretendiendo contener las lágrimas que querían escapar de sus ojos, pero los murmullos comenzaron a crecer y atormentarlo sin piedad alguna. No quería volver a verlo ¿O era que no soportaba enfrentarlo?

"Eres un cobarde", "Farsante",  "A nadie le importas", "Hipócrita", "El mundo estaría mejor sin ti", "Monstruo", "No tienes corazón", "Cretino", "Nadie nunca te ha amado ni te amará jamás", "Mentiroso", "Sabes que no puedes lograrlo", "Ríndete", "Nadie te necesita",  "Desaparece"... Eran algunos de los siseos que le perseguían y torturaban.

Volteó histérico intentando gritarle al emisor de esas palabras que se detuviese, pero ningún sonido salió de su garganta y se encontró con un segundo reflejo.

Era él también, solo que a su vez no, era su "otro yo". Aquel "yo" con el que pretendía ser diferente y mejor, con el que no sabía si mostraba su verdadero ser o presentaba una gran actuación de teatro e hipocresía.

Aquella identidad lo miraba de forma similar a la otra, como si estuviese viendo al ser más despreciable que existiese, como si solo quisiese deshacerse de él.

Sintió como el aire le volvía a faltar y con más dolor que en la vez anterior. Se estaba consumiendo en ese infierno, su verdadero ser se estaba consumiendo.

Entonces dentro de toda esa agonía le asaltó una pregunta: "¿Cuál era el real?"

¿Quién era él realmente? ¿Cuál era el "yo" falso y cuál el verdadero? Es que... ¿Había uno falso y otro verdadero?

Él entonces cayó en cuenta de que no conocía la respuesta. En ese instante comprendió que si ni siquiera él mismo se conocía ¿Quién podría hacerlo? ¿Qué sentido tenía entonces intentar saber quién era en realidad alguien más cuando su propia identidad era un misterio para sí mismo?

Sintió como las fuerzas terminaban de abandonarle, solo que en esta ocasión él no hizo nada para intentar retenerlas ¿Qué caso tenía? Dándose por vencido comenzó a cerrar resignado sus ojos mientras sentía la oscuridad consumirle.

Entonces sintió que ocurría, como los molestos rayos de sol en la mañana al despertar, una pequeña luz se coló en él antes de que terminase de desaparecer por completo.

Esa pequeña y fastidiosa chispa de luminiscencia le impidió terminar de consumar su resignación final, insistiéndole el que continuase y no se rindiese.

El extraño brillo se presentó en forma de una voz ¿O era más de una? Él no estaba seguro, pero oía sin entender como era animado a continuar y ponerse de pie, a dar la cara para enfrentar sus temores.

Tambaleante y lento se fue parando, con ayuda de los empujones de esa chispa.

Una vez erguido miró directo a los ojos de su otro ser, de ambas versiones suyas. Un par de miradas desdeñosas y de rechazo le atacaron de inmediato, pero sin dejarse intimidar continuó viéndolos.

Ellos eran parte de él, debía aprender a aceptarse a sí mismo, y eso incluía el rechazo que él mismo sentía hacia su propia persona.

La extraña luz se colocó sobre él y sus reflejos, iluminándolos mejor a todos. Permitiéndole al joven ver mejor los ojos de sus contrapartes, haciéndole notar de inmediato algo de lo que no se había percatado antes: en sus ojos había lágrimas, ambos lloraban con él.

Y allí lo entendió, ambos lloraban por lo que eran y no podían ser, por sus confusiones y temores, por el dolor que acarreaban y que era invisible para todos los demás, por todo el sacrificio y esfuerzo que nadie apreciaba. Por el mismo rechazo que él sentía hacia sí mismo.

Entonces fue consiente de las lágrimas que empapaban sus mejillas, él también estaba llorando, llorando con ellos.

A fin de cuentas ese era él, alguien lastimado y asustado del mundo, que se defendía como un animal herido que atacaba a todo aquel que se le acercase.

Él estaba roto y sufría por eso, necesitaba unir los trozos que conformaban su ser.

Y de esa forma, llorando frente a sí mismo lo comprendió: no se trataba de cual era él, ni de que identidad era falsa o verdadera.

Lo importante ahí era aceptar y reconocer cada parte de su ser, entendiendo que no era perfecto pero que tampoco por eso debía despreciarse a sí mismo.

No habían un "yo falso" ni "verdadero yo", simplemente eran distintas partes de él que aun aprendían a fusionarse en la misma persona. Él era ambos.

Era el joven inteligente y solitario, y a su vez el chico romántico y caballeroso. Era el idiota enamorado con problemas para aceptarlo, el héroe enérgico pero misterioso a la vez.

Él era Felix, él era Chat Noir. Él era él.

Y abrazando a sus dos caras, lloró con ellos. Pero no era solo un llanto de dolor, también había arrepentimiento y aceptación, alegría y perdón. Lloraba feliz de aceptarse a sí mismo.

Mientras lloraban abrazados, sus reflejos fueron desapareciendo, fusionándose con él al momento en que el lugar se deshacía.

Poniéndole fin a esa pesadilla, una voz le llamó por uno de sus nombres.

Y entonces despertó.


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Saludos gente bonita, espero que les haya gustado esta historia, es mi primera vez escribiendo algo así y aunque no estoy segura de si hice un gran trabajo me siento orgullosa de intentar algo nuevo.

Quiero dedicar esta historia con mucho cariño a @MysteriousHeartQueen, a quien he tenido el placer de conocer hace poco tiempo pero que ha sabido darme una estupenda impresión en este corto lapso ¡Espero que disfrutaras de mi pequeño regalo!

SPAM TIME: Pasen a leer el calendario que MysteriousHeartQueen está haciendo ¡No se arrepentirán!

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