✧CAPÍTULO 38: EL ULTIMO SUSPIRO✧

       La mente de Lantana le había jugado malas pasadas los últimos días que pudo mantener sus ojos abiertos. Vio pasar cada parte de su vida de múltiples maneras, agradeciendo todo lo que vivió, lamentándose por las vidas que arrebató, pero sobre todo feliz de poder ponerle fin a todo su sufrimiento.

Mientras veía como su propia sangre pintaba el piso de la sala y perdía la conciencia eventualmente se disculpaba a duras penas con sus compañeros quienes probablemente ya no estaban en ese mundo. Recordó por ultima vez lo que les dijo y la tortura que vivió dentro de aquel confinamiento.

Se lamentaba por haberlos arrastrado a tales situaciones, pero tampoco podía caer toda la culpa sobre sus hombros. Aquellos sabían de ante mano que algún día tendrían que dejar de vivir por salvar a su tierra y se sentían afortunados de que así fuera, de que su alma y su sacrificio por fin dieran frutos.

Pero era lamentable el hecho de que no podrían admirar dichos frutos.

Cerró los ojos por última vez y recordó sus últimos momentos, con una sonrisa y manteniendo su orgullo como siempre lo hizo. Sabía que no podría recuperar nada de lo que era antes. Ni su puesto, ni su arma, ni sus amigos, absolutamente nada ni nadie que hubieran quedado en el pasado.

Y como una estrella fugaz; por última vez, recordó lo que había pasado. Cuando aun era parte de algo importante.

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Las pisadas de los tres generales resonaban sutilmente por el largo pasillo que llevaba hasta los pies de Lord Dark en la sala de ejecución. Un pasillo frio y enorme lleno de hombres y mujeres, todos con una máscara negra empuñando armas de diversas categorías, manteniéndose firmes y serios a excepción únicamente de Dhalia, quien presidiría el futuro de los guerreros. Lantana sabía lo que significaba, sabía lo que su corazón le dictaba.

Había caminado por ese mismo pasillo oscuro incontables veces. Mismas donde Lord Dark yacía a su lado para presenciar aquel espectáculo sangriento. No era para menos, ya que conllevar aquellos actos por el simple hecho de ser el jefe de una jerarquía no era algo verdaderamente sencillo.

Tenía mucho miedo, pero no demasiado como para perder la postura. Cirinia estaba sollozando entre hipos que trataba de callar. Eso hacía que Lantana se lamentara, Cirinia no quería hacer nada de eso, no quería ir a la Tierra, no quería ser parte del plan de Lantana y mucho menos terminar en aquella situación. Pero también era sabido que Cirinia se sentía sola y que si tenía que acompañar a Lantana hasta el fin del universo ella lo haría. Había entrenado toda su vida para eso; sin embargo, eso no desviaba el hecho de que estuviera muriéndose de miedo por dentro.

No había mucho que decir de Kriotoro. Ese hombre robusto y elegante era capaz de cubrir sus sentimientos y emociones de la mejor forma posible. Hasta a la misma Lantana le costaba bastante descifrar lo que sentía o lo que pensaba su compañero de armas.

Era algo que le gustaba de él, su forma tan misteriosa de ser y la cual solo Kumbier había descifrado,

Pero algo era cierto. Kriotoro no se quería ir, no quería dejar atrás a su amada y mucho menos a sus amigos, a su tropa y a los frutos que con creces pudo cultivar con el paso del tiempo. Era bastante triste su situación, misma que no estaba en sus manos; o quizá, jamás lo estuvo.

Lantana estaba más preocupada por la vida de sus amigos que por la propia. No sabía cómo sacarlos de aquella situación, tampoco sabía si había algo que pudiera hacer. Su traición había llegado demasiado lejos esa vez y por fin tendría la más grande de las intervenciones de la jerarquía.

Aunque también había que aceptar que muy difícilmente habría un infierno peor al que pasaron varios días atrás. Desde que fueron encarcelados no tuvieron más que desdicha y sobajamientos de parte de los que alguna vez fueron sus compañeros.

Nuevamente la mente de Lantana se perdió en otro de sus muchos pensamientos. Uno que le recorrió la vértebra de forma agresiva y la hizo responsabilizarse de lo que les estaba pasando.

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Lantana cerraba los ojos cada que escuchaba los gritos y alaridos de Cirinia dentro de aquella prisión, a deducir por el sonido de los golpes y azotamientos daba a entender que estaba siendo torturada.

Habían pasado ya tres Jidyes desde que los tres guerreros regresaron a su patria. En cuanto llegaron fueron atrapados y recluidos en varias celdas. Jamás vieron a su Jefe durante toda su estadía allí.

La castaña pasó los primeros días preocupada por sus compañeros; quienes, por suerte, solo eran separados por unos metros y pos algunos cuantos barrotes.

Casi todo el tiempo Cirinia gritaba de desesperación, rogando por una conferencia con Lord Dark, pensaba que probablemente podría arreglar algo si rogaba porque así fuera. Claramente su petición fue denegada.

Kriotoro a veces reía; sin razón aparente, había veces que asustaba a sus compañeras por la forma en la que actuaba. Los guardias a veces tenían que someterlo a golpes para que se tranquilizara, luego de unos instantes de aquello el volvía a reír con locura.

Lantana no sabía qué hacer, verdaderamente la situación se le había escapado de las manos y durante todo el confinamiento se lamentó y guardó silencio. Las torturas eran brutales, pero era más la vergüenza que sentía, esto mismo no le permitió decir ni quejarse de nada de lo que le hicieran. Ya que no sentía que de verdad merecía quejarse.

Los tres habían traicionado a su nación, sabían lo que les esperaba y no había otra opción, tendrían que aceptarlo como fuera que viniera.

A decir verdad, Lantana pensaba que los métodos de tortura que emplearían con ellos tal vez fueran un poco más drásticos de lo que de verdad necesitaba ser.

Los tres fueron azotados durante horas y por los ocho Jidyes que estuvieron en confinamiento. Dolía; era claro, pero aquella tortura no era lo suficientemente fuerte como para compararse con lo que ellos ya habían pasado durante sus múltiples entrenamientos para convertirse en guerreros.

Los guardias se burlaban de ellos y los humillaban las veces que podían. Tenían derecho a tan solo una comida por jidye que consistía en las sobras de los demás guardias así también como lo que tenían para beber. Estaban en una condición más que deplorable, pero tampoco podían exigir nada al respecto. Lo único que les quedaba era esperanza y los unos con los otros.

Si estaban juntos no habría tortura o intervención que los pudiera redoblar ante sus agresores. Se podía decir que hasta eran un mismo organismo. Pues no se trataba de personas cualquiera, eran los guerreros de la más grande elite que había en aquella región, no había poder conocido que los hiciera redoblar de dolor o de angustia.

Aun con todo eso estaban agradecidos de poder pasar sus últimos instantes juntos, habían cumplido el juramento que alguna vez se prometieron a inicios de su carrera como guerreros.

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La voz de Lord Dark sacó a Lantana de sus pensamientos una vez cuando se hizo resonar en aquella sala. Los verdugos redoblaron a los tres guerreros delante de su amo y señor con un golpe detrás de sus rodillas, se pusieron firmes y esperaron la orden de su mayor comandante.

Los tres se quejaron ante el golpe de su ahora verdugo; mismo que en alguna ocasión combatió con valor y honor al lado de ellos. Ya no quedaba nada de eso, ni una pisca de orgullo o algo que los alentara para tenerle respeto a quienes fueron sus generales.

Cirinia no pudo abrir los ojos y mucho menos mirar a la cara a Lord Dark, cargaba con un deshonroso pasado y con lo que le estaba pasando no encontraba alguna otra solución que no fuera la muerte. A decir verdad, le había parecido una excelente idea. ¿Dónde había quedado la fortaleza y valentía de Cirinia? Ni ella misma lo sabía.

Por su parte Kriotoro se dobló, aquel hombre fuerte por fin mostro un rostro preocupado y suplicante; la razón, clavó su vista en la rubia, quien se encontraba a lo lejos forcejeando con los guardias, suplicando entre lágrimas y gritos desesperados un poco de piedad para su amado.

– ¡Piedad!, ¡Sé que él es inocente! – Gritaba Kumbier mientras luchaba para tratar de llegar hasta su amado, esto fue impedido por los guardias nuevamente – ¡Sé que tuvo una razón!, ¡Se lo suplico!, ¡Piedad! ¡Por nuestra señora tenga piedad Señor Dark!

El corazón de Kriotoro se partió al escuchar a su amada, sus ojos se llenaron de lágrimas y una sonrisa melancólica se estiró por sus labios. Daría su vida entera para tener a esa joven chica entre sus brazos por última vez. ¿Dónde había quedado el orgullo y el pudor de Kriotoro? Se había desvanecido junto a las lágrimas de su amada.

Tal vez por última vez las miradas de Lord Dark y Lantana se cruzaron, no se necesitaron decir absolutamente nada para entender lo que el otro pensaba, la mirada de Lantana trasmitía rabia y angustia, estaba desalineada y jamás se había visto de aquella manera; atroz, mal encarada, monstruosa, no solo en la forma en que se veía, sino también en lo que transmitía y en lo que sus acciones conspiraban.

Pero a la vez suplicaba con aquella mirada, no por su vida, ni por la de sus compañeros, suplicaba; rogaba e imploraba que Lord Dark la mirara como antes lo hacía y por una sola vez le dijera lo que sus oídos siempre quisieron.

Lord Dark no se desencajó en ningún momento, se mantuvo firme sobre su asiento, vistiendo su traje negro que siempre usaba para las ejecuciones. Mismo que Lantana escogió para él, era bastante cruel, ya que no demostró ni un poco de piedad con su antigua compañera.

Bebió de la copa de vino que yacía en su mano derecha, este líquido se tambaleaba lentamente dentro de la copa, quitándole la sed al hombre que actualmente la poseía. Suspiró con alivio luego de degustar uno de sus más anheladas bebidas, todos lo sabían y por alguna razón siempre bebía cuando se trataba de alguna ejecución. Malas lenguas juraban que lo hacía para lidiar un poco con la culpa, después de todo tener que cargar con tantas muertes era algo pesado, aunque el fuera uno de los más importantes líderes no le quitaba de encima el hecho de tener que soportar tantas muertes. O al menos, era lo que creía Lantana y su sequito antes de estar en aquella situación.

Lord Dark suspiró de nueva cuenta, se levantó de forma imponente de su trono para por fin empezar con el espectáculo que les había prometido a sus verdugos. A decir verdad, no se enorgullecía de eso; de hecho, hasta cierto punto, sentía vergüenza, porque sabía lo que habían pasado sus generales y el desenlace que les esperaba.

La vista de los tres guerreros se plantó en Lord Dark, debido a que algo atrajo sus miradas. Su copa, la misma donde había bebido el vino que le satisfacía la ansiedad y que simulaba el brebaje de la sangre de los guerreros ejecutados.

– Hermanos... – dijo Lord Dark, Kumbier calló por un momento y los verdugos tragaron grueso al escuchar las palabras que salían de los labios gruesos de su mayor – a decir verdad, jamás creí que llegaría a este día, he pasado por muchas situaciones, puedo ser verdaderamente comprensible, verdaderamente benevolente, he dado muchas oportunidades a todos ustedes para que crezcan y puedan alcanzar la gloria conmigo. Sin embargo, un acto de traición no puedo perdonarlo, una hazaña de este tipo merece la muerte..., no... ni siquiera la muerte será suficiente para saldar su cuenta. Ni siquiera estaré satisfecho con este acto, pero tampoco tengo el corazón para sobajarlos y torturarlos como se lo merecen.

Las bocas de Cirinia y Kriotoro carraspeaban, en ese momento sus organismos comenzaban a fallarles, todo el cuerpo les temblaba y las lágrimas se les escapaban como un rio, estaban sudando frio y su piel cambio a un tono más pálido. Estaban helados, estaban por demás asustados y estaban a punto de salir corriendo de aquel lugar. Si tendrían que tirar su orgullo por la ventana lo harían, todo por poder salvarse a sí mismo.

– Dhalia – Lord Dark llamó a su asistente, quien al igual que Cirinia tenía la tez pálida, pero se mantenía firme; serena, trataba de ocultar sobre un manto invisible aquellas emociones y ganas de salir corriendo – puedes empezar, querida estrella mía.

Lantana enfureció, ella sabía que ese apodo solo le pertenecía a ella. Le punzaba en el alma que le dijera así a su proclamada némesis. Pero poco podía hacer al respecto. Dhalia tampoco se enorgullecía de eso, no quería que la llamara así enfrente de Lantana, pero no iba a oponerse a las órdenes y gustos de su señor.

– A sus órdenes, señor.

Y desprendió un pergamino. Fuera de lo normal este era hecho de luz en tonos verdosos y llamativos. Por la mente de los guerreros pasaban los recuerdos de cuando solían visitar a Lord Dark. Sus pantallas verdosas que les indicaban cuando y como iba partiendo sus misiones actuales.

Como era costumbre en Markland, cada que fuera a ver una ejecución, se debían dictar los crímenes de los acusados enfrente de toda la audiencia, así como su sentencia o actos expiatorios, alguna piedad o datos adicionales según fuera el caso. Todo tenía que ser dicho por el asistente personal de Lord Dark. Esto lo hacía Lantana antes de convertirse en guerrera de la oscuridad.

– Por la violación de las leyes directas de nuestro líder Lord Dark – Dhalia empezó a hablar, en voz alta, sin que las palabras le temblasen, ni mucho menos la voz capturando la atención de todos los presentes y manteniendo en un neutral ambiente – se juzga a los presentes, Lantana, elemental del Actinio, Kriotoro, elemental del Radón y Cirinia elemental del Boro a la ejecución del Jidye de hoy. Este Jidye será recordado por la partida de nuestros tres guerreros de la oscuridad a quienes se les atribuyen los crímenes de rebelión, escatológicos, conspiración y el más grave por el que se les juzga, traición. A nombre de Lord Dark y de todo el bien común de la tropa negra en Markland, con la autorización de nuestra Señora omnipotente y guía de los Markianos así mismo por nuestra propia jurisdicción se les castiga con la pena máxima conocida en este mundo. La muerte. A manos, de Lord Dark y con el método...

Dhalia tuvo que callar por un momento, no quería, pero mantuvo un pequeño hilo de espera entre todos los oyentes, los guerreros y el mismo Lord Dark. No sabía si continuar con su lectura o mejor decirle a Lord Dark que no podía, sus manos empezaron a temblar y con él su voz, aunque muy levemente, suspiró, tomó fuerza y continuó con su lectura para no hacerlos esperar.

– A manos, de Lord Dark y con el método... desconocido. La ejecución se empezará a la brevedad y todos aquellos que estén en desacuerdo serán exiliados de la tropa negra. Suerte a ustedes guerreros, dichosos son aquellos valientes que se atrevieron a subestimar a los dioses, glorioso el orgullo que habita en sus corazones y trágicos los desenlaces que encarcelaran sus almas eternamente.

Los demás enmudecieron por minutos que ninguno de ellos pudieron contar. Estaban atónitos ante la situación que se les presentaba, en demasiado tiempo habían presenciado algo así, un método de tortura y muerte totalmente desconocidos. Claro que sería un espectáculo.

Desde tiempos antiguos se torturaba a aquellos que malentendían las intenciones de sus gobernantes, a los delincuentes y a los traidores, había diversos métodos de tortura para ejecutar a este tipo de rebeliones, estos actos inhumanos mantenían a raya a la población, manteniéndola asustada pero a la vez manteniendo el orden de forma maquiavélica.

Cuando las ejecuciones se daban comienzo era costumbre que el asistente personal del jefe citará los crímenes cometidos por los acusados, la forma de muerte y quien los ejecutará; así mismo, el mandato real agradeciendo ampliamente su servicio a la nación.

Cuando no se sabe abiertamente cual será la forma de muerte ejecutada solo puede significar una cosa. Deshonra. El gobernante en turno liquidara a los acusados de la forma en la que le plazca, cuando esto ocurre esta misma usa técnicas sombrías e inhumanas para deshacerse de aquellos que tuvieron la osadía de faltar a sus leyes.

Entre murmureos de la multitud y pequeños bufeos de los acusados resonó por fin la voz de una de los generales. Después de juntar la suficiente saliva para poder pronunciar aquellas frases que desde varios días tenía atoradas en la garganta. Un tanto desesperada, pero tampoco podía hacer mucho más.

– Por... por favor Lord Dark – Cirinia titubeó, la voz le temblaba en exceso, pero se esforzaba por sonar convincente ante su señor – sé que esto se ve mal y sé que no estuvo bien lo que hicimos, pero denos otra oportunidad, se lo juro por mi vida que no lo vamos a volver a decepcionar.

La desesperación de Cirinia era por demás evidente, y ella era la que más rogaba, tanto por su vida como por la de sus compañeros. Kriotoro no pudo verla debido a la vergüenza que sentía y Lantana solo se seguía lamentando sin poder decir o hacer nada.

– ¿Por qué ruegas por tu alma hasta ahora Cirinia? – Habló Lord Dark – ¿no es evidente la cantidad de oportunidades que les he dado a los tres?, debo admitir que han sido unos guerreros honorables y por demás útiles para mí, es por eso que me duele estar en esta posición, tener que ponerle fin a esta Era con ustedes – soltó una ligera risa – no importa, otra Era empezará y es mi turno para liderarla, aprecio su sacrificio por eso.

Lord Dark alzó su espada, la ejecución estaba a punto de empezar. Dhalia se mantenía firme al lado de él y la pequeña Liyi apenas y podía respirar, escondida detrás del trono presenciando aquel espectáculo bizarro.

– ¡Por favor!, ¡Piedad Lord Dark! – se volvió a escuchar la voz de Kumbier entre la multitud, más desesperada que antes, forcejeando contra los guardias y tratando de llegar con Kriotoro y los demás – ¡se lo suplico!, ¡Perdónelos!, ¡Perdone su vida por favor!

Kriotoro miró a su amada desde donde estaba arrodillado y le sonrió; agradeciendo el valor que tenía la rubia para ponerse en esa posición, incluso, sacrificando su vida por el simple hecho de rogar por misericordia.

Lord Dark no le prestó atención, ni siquiera la volteó a ver. Kumbier estaba enloqueciendo y aunque su mayor le diera una orden directa esta no acataría, tampoco se mantendría pulcra como siempre. No podía hacerlo más, no podía ocultar lo que sentía a partir de ahora. Desgraciadamente, no podría volver tampoco a lo que era antes.

Dhalia dio un paso hacia atrás, sabía lo que seguía y a decir verdad no quería llenarse de sangre, logró estabilizarse y mantenerse serena como regularmente lo hacía, no había nada que ella pudiera hacer y aunque lo hubiera ella no habría hecho absolutamente nada; por el simple hecho, de que tenia miedo. Lord Dark caminó hacia donde esta estaba y le dejó su espada de plata, Dhalia lo miró con confusión tratando de averiguar que era lo que la retorcida mente de su amo planeaba. Era tan magnifico y tan drástico a la vez, ella no podía hacer nada más que esperar y guardar silencio al respecto.

Él le sonrió a su ayudante luego de dejarle la espada en las manos, eventualmente caminó hacia uno de los verdugos. En la sala no podía escucharse nada más que los pasos de Lord Dark a lo largo de esta, pisando firmemente con sus botas de metal, eran pesadas; pero con el tiempo él se había acostumbrado.

Uno de los verdugos hizo una reverencia y le proporcionó tres armas. Una de las espadas de Boro de Cirinia, la espada del Radón de Kriotoro y la hoz de Actinio de Lantana. En cuando Lord Dark tomó aquellas armas los demás supieron que significaba, a eso se refería con un método de muerte desconocido.

Su señor se encargaría de quitarle la vida a los rebeldes con sus propias armas, armas que anteriormente habían arrebatado la vida a miles de personas, en batallas, en ejecución, en nombre de su amo y de la señora que gobernaba en Andrómeda.

El corazón de Cirinia volvió a estallar por la impresión, había entendido perfectamente la situación y la forma en la que su vida acabaría y era suficiente para que sus piernas actuaran y se echara a correr. Definitivamente no quería morir allí y menos de esa manera tan humillante.

A la mierda con todo esto – pensó para sí misma – ¡Señor Dark!, ¡Se lo juro!, ¡Vamos a serle de utilidad!, ¡Usted sabe que nos necesita y que lo ayudaremos en cualquier cosa que necesite!, ¡Por favor no nos...

El pulso de Lantana incrementó drásticamente cuando su mirada se plantó a su derecha y su rostro se llenó de salpicaduras de sangre por lo cerca que estaba de su compañera de armas.

La cabeza de Cirinia rodó hacia los pies de uno de los verdugos quien al igual que la ahora fallecida quería huir, pero sabia que no la contaría si así fuera.

La sangre oscura de la elemental del boro se esparció por el suelo de aquella sala, empapando las rodillas de Lantana cuales empezaron a temblar, junto con sus ojos que se cristalizaron con lágrimas para después dejarlas caer en forma silenciosa. El cuerpo restante se precipitó hacia enfrente dejando que el cuello liberara toda la sangre que aun tenia, un escenario grotesco y traumatizante para quienes estaban allí.

La pequeña Liyi se cubría el rostro con toda la fuerza que tenia en las manos para no hacer ningún ruido. Estaba totalmente atemorizada por lo que había visto, jamás había estado en una ejecución y ver como mataban a la persona más querida para ella la hizo palidecer de inmediato. Giró la mirada y se sentó en cuclillas detrás del trono de Lord Dark para seguir permaneciendo oculta y en silencio.

Dhalia no se inmutó, permaneció en su lugar, fulcra y esperando para acatar órdenes.

– Ya comprendo la agilidad que tenia Cirinia con esta cosa – habló Lord Dark. Mantenía la espada de boro en su mano derecha, empapada de sangre. Era el arma con la que le había arrebatado la vida a Cirinia.

Maldición... – pensó Lantana en sus adentros – ¿En que momento Lord Dark le cortó el cuello?, Mierda, ni siquiera alcance a verlo...Cirinia... ¡Carajo!, ¡¿Qué hago?!

Era imposible que a Lantana se le ocurriera algo para huir, no quería terminar como su compañera, pero tampoco quería rogar por su vida, así como ella lo hizo. Aunque, había algo bueno de todo aquello, Cirinia se fue sin dolor, fue tan rápido que seguramente no pudo sentir absolutamente nada.

– Me parece que es algo tarde para rogar – Lord Dark volvió a hablar – y me estaba empezando a molestar su actitud. Bien, se que es costumbre pedir algunas últimas palabras, pero estaba ansioso, así que no pude evitar adelantarme. Ahora que he retomado mi postura volveré a lo tradicional.

Lord Dark desechó la espada de Boro arrojándola sobre su hombro derecho. Esta cayó causando un fuerte impacto en el suelo que hizo estremecer a todos los presentes. Kumbier lloraba fuertemente, Kriotoro se mantenía tenso y tan temeroso que ni siquiera se atrevía a dirigir la mirada, Lantana no sabia que hacer y el resto de los presentes solo esperaba a que pasara algo más. La tensión los hacia sudar por demás, estaban temerosos de que Lord Dark arremetiera contra la multitud.

La ejecución debía continuar, así que tomó su siguiente arma, la espada del Radón. Kriotoro miró de reojo por sobre su hombro, sabía que seguiría él en ser ejecutado. Cuando pudo asimilar la situación los latidos de su corazón empezaron a calmarse poco a poco. El príncipe había aceptado su fatal desenlace y había aceptado que no podría hacer nada al respecto.

Los alaridos de desesperación de Kumbier se hicieron notar con más intensidad que antes, sabia que su amado sería el siguiente en morir y le partía el corazón no demostrarle que lo amaba en sus últimos momentos.

Entre tres guardias tuvieron que sostener a la rubia para que no se le abalanzara hacia Kriotoro e interviniera con la ejecución de Lord Dark, sabia las consecuencias si eso pasaba, se estaba volviendo loca, pero no tan loca como lanzarse a la muerte si ni siquiera meditarlo. Era su amado y moriría con el si era necesario, no podía explicar lo que sentía, pero tenía un sentimiento que le impedía correr detrás del amor de su vida.

Una sonrisa melancólica se esbozó en el rostro de Kriotoro una vez pudo avistar a su desesperada pareja. Se odiaba así mismo por no poder estar al lado de Kumbier, para poder protegerla y brindarle la calidez que su corazón le suplicaba a gritos que le brindase. Le sonrió por ultima vez en cuanto miró que el rostro de la rubia se desencajaba y dejaba en su lugar una mirada expectante y asustada.

El filo de la espada de Radón se poso sobre el cuello de Kriotoro; Lord Dark la estaba sosteniendo del mango, firme y sereno, el pulso no le temblaba y mucho menos le remordía la conciencia. Algunas llegaban a alegar que probablemente Lord Dark estaba muerto por dentro; no era para menos, ya que este mismo había librado batallas brutales y había matado a miles de personas y seres de diversos planetas y galaxias. Era claro que no le pesaba matar a tres de sus subordinados.

– Últimas palabras – mencionó su superior a Kriotoro.

Este ultimo con toda la paz que quedaba en su ser, su tranquilidad y sin despegar la mirada de su amada pronunció lo último que toda su tropa y colegas escucharían del príncipe.

– Kumbier... amada mía, no sabes lo triste y apenado que me siento por esto. Sabes que odio cuando lloras, por que no me gusta verte triste y el saber que yo soy la causa de tu sufrimiento me quema por dentro. Sin embargo, estoy alegre de haber conocido a alguien tan especial como tu y el hecho de que me hayas entregado cada cosa de ti me convierte en el ser más afortunado en todo el universo, así que por favor ya no llores más y sigue luchando como siempre lo has hecho, sigue adelante conmigo o sin mí. Seguiré velando por ti mi amor, en cualquier lugar en el que me encuentre.

Los ojos cristalinos de Kumbier soltaron aun más lagrimas que antes y sus labios temblaban más por el temor tan intenso que estaba experimentando. Tomó un muy leve suspiro involuntario, su cuerpo no sabía cómo actuar al respecto.

Se mantuvo expectante, mirando a Lord Dark tomar el cabello de Kriotoro para hacer su cabeza hacia atrás y así poder posar el filo de su espada contra el cuello del mismo presionando con más fuerza que antes y ocasionando una pequeña cortada que dejaba correr una pequeña hilera de sangre por aquella parte del cuerpo.

– Kumbier... – susurró Kriotoro por última vez – Te amo.

En aquella sala solo se pudo escuchar el gritó de desesperación de Kumbier, seguido del cuerpo de Kriotoro que al igual que Cirinia cayó hacia adelante derramando la sangre que aun bombeaba en el cuerpo. Lantana se mantuvo inmóvil, a pesar de que sus manos le temblaban con brusquedad y sus dientes aprisionaban sus labios para evitar cualquier mínimo sonido que pudiera salir de estos.

La castaña sabía que no había otra opción, que no podría huir, que el amor de su vida no se apiadaría de ella esta vez, no la ayudaría, sino que por fin le pondría un fin sin retorno a su efímera existencia.

Era decepcionante saber que todos los logros que había conseguido al lado de ese hombre fueron desechados a la basura y que era en verdad tan poco para el que se desharía de Lantana sin ningún problema.

Lord Dark desechó la cabeza de Kriotoro, la cual rodó casi a los pies de Kumbier. Aunque ella quisiera tomarla no hubiera podido. Los guardias que aún estaban detrás de ella sosteniéndola le impidieron ir más allá. Aunque a ellos también les dolía no podían sacrificar su honor y su seguridad por la situación que les aquejaba.

– ¡No!, ¡No, Kriotoro! – gritaba Kumbier, desesperada y vuelta un mar de lágrimas la cual seguía forcejeando contra los demás para que la dejaran ir a lo que quedaba de su amado.

Mostró una de las facetas que nadie jamás presenció. La dulce y tierna Kumbier estaba totalmente destrozada, llena de odio y tristeza que le oprimía el corazón de una forma tan dolorosa que le hacia florecer los sentimientos que siempre mantuvo cautivos dentro de su ser.

– ¡Usted es un maldito desgraciado! – le gritó a Lord Dark – ¡Ellos estuvieron luchando con usted por muchas Eras!, ¡Ellos eran capaces de dar la vida por usted!, ¡Es un maldito malagradecido!, ¡Maldito sea Lord Dark!, ¡Maldito sea por el resto de la eternidad!, ¡Muera!, ¡Muera maldito hijo de perra!

Lord Dark apenas y la volteo a ver, sus palabras eran verdaderamente irrelevantes, no era como si no las hubiese escuchado con anterioridad.

La pequeña Liyi estaba llorando detrás del trono de Lord Dark y Dhalia contenía su furia para no lanzarse contra Kumbier. Sin embargo ella tenia la orden de tomar el control si alguien se salía de sus caviles. Puso un pie al frente y se desplegó un holograma verdoso, sus ojos oscuros cambiaron a este mismo color. Kumbier pausó de inmediato al ver que sus hebras comenzaban a elevarse, nunca había presenciado el poder de Dhalia, era tan secreta y misteriosa que nunca le presentó la oportunidad para poderle vencer.

– Kumbier – habló Dhalia con serenidad – ¿Eres consciente de lo que acabas de decir?, ¿comprendes las consecuencias de tus actos?, espero que sí.

Dhalia alzó levemente su muñeca ocasionando un pulso verdoso hacia Kumbier, la cual hizo retroceder de forma brusca y rápida, tanto que apenas y pudieron avistarlo. Se estrelló contra una de las paredes y calló al piso con el rostro por delante. Tosió por el impacto y se quejó por el dolor, miró a Dhalia atemorizada y adolorida, el verde de sus ojos había desaparecido por completo y en su lugar una mirada serena tomó posesión.

– Sáquenla de aquí – dijo firmemente.

Dos de los verdugos asintieron la orden, tomaron de los brazos a la rubia y la sacaron de la sala de ejecución mientras esta forcejeaba y luchaba por tratar de escapar.

Tanto Dhalia como Lord Dark suspiraron con alivio y volvieron ante la castaña, quien era la siguiente en recibir su castigo. Su mirada estaba totalmente aterrada y sus piernas apenas podían mantenerla de rodillas.

Se culpó miles de veces por lo que estaba pasando, por la muerte de sus amigos y la tortura que pasaron en aquella sala de ejecución. No había forma de escapar y mucho menos de redimirse. No habría milagro alguno que pudiera salvarla, ni Merry, ni la Señora, ni ella misma absolutamente nadie.

– Debo decir que esas palabras fueron muy hermosas – dijo Lord Dark mientras se acercaba lentamente al ultimo de los guerreros – pero en fin, debo continuar, ya casi terminamos.

La mano derecha de Lord Dark tomó el mentón de Lantana para levantar su mirada hacia él, por última vez quería ver la desesperación en el rostro de Lantana, por última vez quería verla destruida. No le había sido suficiente torturarla durante toda su estancia allí, quería hacerla sangrar hasta el ultimo momento.

Desechó la espada del Radón con la que le había quitado la vida a Kriotoro y pidió que le entregaran una de las hoces de Lantana, proporcionada por Dhalia. Colocó la curva de esta misma entre los pechos de la castaña, ella no seria degollada, la mataría de una forma más dolorosa.

– Mírate... – dijo Lord Dark – acabada, sucia, maldita. Fuiste la mejor guerrera y ahora estas en lo más bajo, estuviste en la cima y lo desperdiciaste. Eres una decepción para toda la tropa – se le acercó al oído, su respiración hacia estremecer de miedo a Lantana la cual solo pudo soltar un jadeo mudo – no sabes la satisfacción que siento en el cuerpo al verte así, destruida frente a mí, me llena el corazón de alegría verte de esta manera. ¿Algunas últimas palabras?

Por si fuera poco todo lo que Lantana había llorado sus lagrimas salieron involuntariamente de sus cuencas, demostrándole a Lord Dark, el miedo que su corazón sentía y lo triste que se sentía ante sus palabras.

Sin embargo, en ese efímero momento recordó lo que era, una guerrera, una mujer que valía más de lo que Lord Dark pensaba y que a pesar de ser sus últimos momentos le dejaría en claro el tipo de persona que había entrenado durante todos estos años.

– Lord Dark – Lantana soltó una leve risita, haciendo confundir a su superior, sonrió con superioridad y lo miró a los ojos, estos ya no tenían lagrimas, si no que más bien hacían que el rostro de la castaña se iluminara de forma lucida y terminal, dando entrada a lo que sería su próxima muerte – van a matarte Lord Dark, no sabes a lo que te enfrentas, no puedes contra ellos, no eres suficiente para pelear contra esos tipos. Cirinia, Kriotoro y yo estábamos al tanto de eso desde un principio y no sabes la satisfacción que siento ahora de decirtelo. Tu reino caerá, tu morirás y si la profecía llega a ser cierta; ella, la elemental de la luz acabará contigo, será tu fin, ¿y sabes que es lo que me hace más feliz?, esta tortura no es nada en comparación a lo que esa mujer hará contigo.

El rostro de Lord Dark se desencajó y mostró verdadera preocupación por primera vez en toda la ejecución, presionó más el filo de la hoz contra el pecho de su victima haciéndala sangrar levemente, Lantana no se quejó, siguió recta, sonriendo de forma victoriosa a pesar de que sabia que había perdido todo por completo.

– No digas estupideces – dijo Lord Dark molesto – ¿Qué sabes tu de esos sujetos?, ¡¿Qué sabes tú sobre mí?!

Todos en la sala se estremecieron al escuchar a Lord Dark gritar; a excepción de Lantana quien ya estaba acostumbrada a sus gritos. Dhalia se mantenía serena pero temerosa por dentro y Liyi había huido debido al miedo que sentía y a la impotencia de no poder hacer nada por sus amigos. Por última vez Lantana suspiró con tranquilidad, miró a los ojos de Lord Dark con toda la determinación posible, estaba decidida a irse con todo el orgullo que le fuera posible en aquel momento.

– Se más de ti que tu mismo – dijo para que solo los oídos de su mayor la escucharan, Lord Dark se congeló al instante – eres tan toxico como tu elemento, ¡Larga vida a la Tierra y a los elementales que la protegen!

Lord Dark se había estado conteniendo durante todo ese tiempo; sin embargo, su ira era tanta que en algún momento la dejaría salir, era ese, eran esas las últimas palabras de Lantana. Luego de eso se escuchó un pequeño quejido de parte de la misma. Su misma hoz le atravesó el pecho dejándole una severa herida de muerte, su sangre se resbaló por el pecho y cayó al piso manchándolo al igual que la sangre de sus compañeros, las tres se combinaron y se hicieron una sola.

Pero, no conforme con eso bajó la hoz hasta su estómago, Lantana no emitió ningún sonido pero a juzgar por la expresión en su rostro y las venas que le saltaban en el cuello se determinaba y se podía sentir la agonía que ella pasaba en ese instante. Cuando Lord Dark desahogó su ira arrojó el cuerpo de la castaña de la misma forma que lo había hecho con la cabeza de Kriotoro. Arrojó la hoz de Lantana y suspiró para calmar sus adentros, le tomó más de lo normal. En esos momentos, la audiencia lloraba en silencio, contemplaba lo que había ocurrido y esperaba ordenes de su mayor.

– Espero que les sirva de advertencia a todos – se dignó a hablar, de forma serena pero temible – a quienes se osen de ponerse en contra de mis ordenes pasaran por lo mismo o por algo mucho peor, así que... si son inteligentes, sabrán lo que tienen que hacer. Doy por terminada la ejecución.

Se dio la vuelta y se quitó los guantes, los cuales estaban empapados de sangre, Dhalia guardó sus documentos y se dispuso a seguirlo de forma inmediata, dejando los restos de los guerreros en aquel cuarto los cuales limpiarían más tarde.

Dhalia no podía explicar lo largo que el pasillo era en ese entonces, caminar detrás de Lord Dark se sintió como si hubiera caminado miles de millas, supuso que no debió de ser diferente para Lord Dark.

El hombre de barbas negras se puso enfrente de la puerta de la sala principal donde realizaba sus actividades con cotidianidad, Dhalia seguía detrás de él, en silencio, preguntándose que tenia que hacer, o cuales seria las ordenes de su jefe.

– Déjame solo – le dijo, Dhalia no tuvo que escucharlo dos veces, hizo una reverencia y se marchó de aquel largo pasillo lo más rápido que pudo.

Abrió las puertas de su sala y entró si escatimar en nada, las cerró y puso el seguro para que nadie lo interrumpiera, con tranquilidad caminó hacia el escritorio, miro la hora y la ira se hizo presente.

– ¡Mierda!, ¡Maldición! – gritaba totalmente enardecido mientras sus manos rompían y destrozaban cada cosa que se le atravesaba – ¡Carajo!, ¡Esto es una mierda!

Nunca, en ninguna situación se había visto a Lord Dark actuar de esa forma, perdió los estribos por completo y tardaría en recuperarlos. Rompió sus monitores y teclados que tenía enfrente e hizo un desastre total en su área de trabajo.

Pasaron varios minutos en los que Lord Dark descargó toda la ira que tenia en encima, se postró de rodillas y suspiró varias veces consecutivas para tratar de tranquilizarse, sus ojos se llenaron de lágrimas e involuntariamente salieron para impactarse en el piso mientras este mismo tensaba la quijada con odio y fuerza, hasta el punto de casi romperla.

– ¿Por qué?...– preguntó a si mismo – ¿Por qué hasta después de tu muerte me sigues causando problemas Lantana?...¿Por qué...me sigues doliendo?

Mientras veía como su propia sangre pintaba el piso de la sala y perdía la conciencia eventualmente se disculpaba a duras penas con sus compañeros quienes probablemente ya no estaban en ese mundo. Recordó por última vez lo que les dijo y la tortura que vivió dentro de aquel confinamiento.

Lantana se lamentaba por haberlos arrastrado a tales situaciones, pero tampoco podía caer toda la culpa sobre sus hombros. Aquellos sabían de ante mano que algún día tendrían que dejar de vivir por salvar a su tierra y se sentían afortunados de que así fuera, de que su alma y su sacrificio por fin dieran frutos.

Pero era lamentable el hecho de que no podrían admirar dichos frutos.

Cerró los ojos por última vez y recordó sus últimos días, con una sonrisa y manteniendo su orgullo como siempre lo hizo. Sabía que no podría recuperar nada de lo que era antes. Ni su puesto, ni su arma, ni sus amigos, absolutamente nada ni nadie que hubieran quedado en el pasado.

Suspiró, sonrió y cerró sus ojos, en ese momento, Lantana, dejó de vivir. 

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