✧CAPÍTULO 30: KRIOTORO✧
Un fuerte suspiro salió de entre los labios del elemental del Radón, quien disfrutaba una copa llena de su Vodka especial como era costumbre mientras miraba apaciblemente el hermoso paisaje que le proveía Markland a través de su gran ventanal el cual iluminaba toda la habitación donde este reposaba.
Había terminado con las labores que Lord Dark le había encomendado hace ya un tiempo, su mente divagaba en cosas que no entendía, como la decisión tan repentina de Lantana por desertar o los sentimientos de Lord Dark hacia ellos, la guerra no solo se había mostrado de forma física. Si no también, en sus corazones.
Los ojos violetas de Kriotoro se clavaban en la pequeña tropa que yacía entrenando afuera y que su enorme ventanal le dejaba una vista perfecta a aquellos aprendices a guerreros los cuales estaban bajo su custodia.
– Eso es, sigan así – susurraba para sí mismo.
No lo hacía notar, pero realmente le gustaba mirar a las nuevas proezas debatirse en el campo de batalla, demostrando lo que valían y preparándose para la próxima guerra o la próxima invasión.
Se recargó en su silla mirando hacia el techo, estaba cansado de toda esa situación, pero tampoco podía quejarse, ya que le gustaba su trabajo. Kriotoro era un guerrero de elite, el mismo se había alistado para el puesto en que estaba y demostró a todos que era el más capacitado para aquel papel, no había hecho menos que Cirinia, ambos se esforzaron para llegar a donde estaban y seguirían luchando para alcanzar un puesto más alto y alcanzar a su vez la gloria.
– ¿Kriotoro? ¿Estás aquí?
Una pequeña vocecita inocente le sacó de sus pensamientos y lo hizo ruborizar al mismo tiempo. Sonrió sutilmente y se dio la vuelta en su silla para encarar a la joven que había cruzado la puerta para entrar en su habitación.
Su corazón volvió a latir con intensidad cuando supo de quien se trataba y podía confirmarlo con su figura. Entró una dama hermosa, alta y rubia, tenia una figura muy provocadora cubierta por un vestido negro no demasiado largo y retazos de tela blanca que hacían de capa y se sujetaba de sus hombros, sus blanquecinos pies eran cubiertos por unas delgadas zapatillas, su tez blanca resplandecía como los brillos que dejaba al caminar, esos que se desprendían de su pequeña capa y dejaban un rastro donde ella había estado. Lo más llamativo que ella tenia eran sus bellos ojos pateados, ojos mismos en los que Kriotoro se perdía cada vez que la miraba o la tenía cerca. Sus delgados dedos cerraron la puerta y un brillo inundó sus pupilas cuando vio al príncipe delante de ella.
Él suspiró, estaba bastante aliviado de que aquella joven aun siguiera en el recinto donde el mismo vivía.
– ¡Kriotoro! – volvió a decir aquella dama, corrió hacia el y se lanzó a sus brazos, este la recibió con cariño a la vez que acariciaba sus cabellos y se aferraba como un niño a la rubia.
– Estoy aquí Kumbier, regresé – le susurró al oído.
La rubia se separó de el momentáneamente para limpiarse unas pocas lagrimas que le habían salido por los sentimientos que le azotaban en aquel momento, luego miró de nueva cuenta a Kriotoro mientras que llevaba sus manos encontradas cerca de su pecho.
– Estaba muy preocupada, tardaste más de lo que prometiste y después supe que te desmayaste en batalla, traté de venir a verte, pero no me lo permitieron.
La mano de Kriotoro se pasó por el marco del rostro de Kumbier, provocándole un ligero sonrojo a la menor y una sonrisa inocente se estiró en sus rosados labios, esta mirada era correspondida por la mirada enternecida de su mayor quien plantó sus dedos en el pequeño mentón de la fémina.
– Tranquila, estoy bien, la misión se retrasó un poco, pero obtuve lo que quería y regresé – dijo Kriotoro con ternura – además, sabes que no puedes verme después de una batalla y aun así me alegra que hayas esperado por mí.
– ¡Lo sé, pero... – Kumbier pausó un momento, bajó la mirada y empezó a jugar con sus propias falanges – desde que te fuiste no deje de pensar en ti, estaba muy preocupada porque llegaras a salvo.
Kriotoro soltó una ligera risilla haciendo confundir a Kumbier, quien de nueva cuenta le dirigió la mirada con sus pómulos rosados deslumbrando como ella siempre lo hacía.
– Ya te lo he dicho muchas veces – sus manos se pasaron por las mejillas de la rubia – estaré bien linda, no me gusta que siempre vivas preocupada, te hace mal.
– ¿Es por que no soy una guerrera?
El corazón de Kriotoro dio una vuelta en cuando escuchó aquello y sus ojos se oscurecieron muy sutilmente, su sonrisa se fue borrando sutilmente y en su lugar dejó un rostro preocupado.
Kumbier no había desarrollado elemento alguno, ella siempre quiso ser una guerrera, pero por su delicadeza y falta de fuerza física nunca calificó para ningún puesto, estaba en las tropas negras por el apoyo que brindaba a los heridos haciendo de enfermera y haciendo otras tareas que se necesitaban en aquel lugar.
Kriotoro y Kumbier se habían conocido por casualidad, Kriotoro apenas había sido nombrado como guerrero de la oscuridad y encontró en Kumbier algo que jamás había buscado, algo que no sabía que necesitaba hasta que tuvo contacto con la fémina. Amor.
Le habían pedido a Kumbier que estuviera al pendiente de las necesidades del nuevo guerrero para que este mismo se sintiera bien en aquel lugar. Ella le dio más que eso, sus lazos se hicieron más fuertes con el tiempo y luego de conocer su historia Kriotoro le prometió amor, protección y ayuda cada que esta lo necesitara como señal de agradecimiento cuando esta le ayudo a salir de aquel profundo agujero en el que se encontraba y que debido a la calidez de la rubia este se hizo más fuerte.
– No digas eso – dijo Kriotoro – eso es muy distinto.
– Me da miedo que te pase algo malo – dijo Kumbier preocupada – me gustaría ser una guerrera para ayudarte y apoyarte con todo, para asegurarme de que estas bien y... estar más tiempo juntos.
Kriotoro suspiró nuevamente.
– No quiero que arriesgues tu vida en batalla, es muy peligroso – tomó sus manos con cuidado entrelazando sus dedos – aprecio mucho tu paciencia en esperarme y aprecio también tus sentimientos, pero si algo te pasara, yo jamás me lo perdonaría.
Kumbier miró a Kriotoro con ilusión y un brillo hermoso en sus ojos mientras el nombre del contrario se le escapaba de los labios en forma de un susurro provocando una sonrisa interna en el otro.
– ¿Solo has venido a ver cómo estaba? – preguntó Kriotoro de forma seca.
– ¡Estaba preocupada! – respingó la rubia.
– Ya te dije que estoy bien.
La sonrisa de Kumbier se había borrado al escuchar al mayor, otro suspiro se le escapó al príncipe, miró a Kumbier y le beso la frente sin soltar las manos de esta misma, sus pómulos pasaron de rosas a rojos y el brillo de sus ojos volvió con más intensidad.
– Sabes que siempre haré todo lo posible por volver bien y para que podamos reencontrarnos – le susurró al oído – para hacerte feliz.
La mano de Kumbier subió a la mejilla de Kriotoro acariciándola con suavidad y aligerando lo tenso que estaba el chico de ojos violetas, otra sonrisa se plantó en su rostro cuando sintió el tacto de la chica.
– Se que solo haces tu trabajo cielo, pero aun así me preocupa que te lastimen en batalla, tengo miedo de que un día te vayas y no te vuelva a ver.
El corazón de Kriotoro se enterneció por aquellas palabras, amaba demasiado a Kumbier, tanto que odiaba que ella sintiera lastima o tristeza por su culpa, sentía la necesidad de hacerla feliz siempre y darle aquel amor que el jamás tuvo, sentía que tenia una deuda con ella y que la debía cumplir como diera lugar y de la manera que fuera.
Él no dijo nada, solo soltó las manos ajenas y tersas, para posicionarlas en la diminuta cintura de la rubia, sus ojos nuevamente se plantaron en su amado quien poco a poco iba cortando la distancia que había entre ambos haciendo que estos mismos sintiera su respiración y que sus corazones latieran en una sola melodía. Tímida, cerró los ojos sin discrepar en nada, no era la primera vez que algo así pasaba y después de todo el tiempo que pasaban juntos eso era lo más tierno y leve que alguna vez pudieron experimentar.
Ambos se conocían como la palma de su mano, sus acciones, sus sentires y los desencadenantes de sus pasiones entre muchas cosas más, sabían casi que era lo que pensaba el otro y hacían lo posible por comprender y estar en una sintonía mutua, ambos se amaban de manera descomunal y ambos hacían hasta lo imposible por tener un pequeño momento para poder adorarse y jurarse que se amarían siempre.
Los labios de Kumbier rozaron los de Kriotoro mientras este mantenía sus ojos cerrados y pequeños jadeos; casi inaudibles, se le escapaban de la boca. Sus delgadas manos se pusieron en el pecho del contrario, no para separarlo; si no, para sentir su corazón. Kriotoro la acercó a él sin soltar su agarre de la cintura contraria hasta que sus labios pudieran conectarse. Ninguno de los dos respingó al respecto, los ojos de Kumbier seguían cerrados aceptando el tacto contrario y ambos labios bailaban como si fuera una suave danza mientras sus adentros les suplicaban que no se separaran por nada del mundo, que se necesitaban más que nunca y que no estarían dispuestos a dejarse ir por ninguna de las circunstancias.
No sabían cuánto tiempo había pasado, pero fue mucho, tanto que las manos de Kriotoro tomaron posesión del cuerpo de su amada envolviéndola con ternura y amor, ella sintió un escalofrió por aquella acción y no pudo evitar la salida de un jadeo suave, un jadeo que hizo crispar a Kriotoro y que solo provocó la astucia necesaria para continuar con las acciones de sus sentires.
Se separaron hasta que el aire les faltó, querían continuar, pero ninguno de los dos pudo, querían decir todo lo que sentían, pero tampoco pudieron. Kriotoro se aferró a Kumbier descansando su rostro en el hombro de la rubia mientras esta lo abrazaba con ternura y cariño mientras esbozaba una sonrisa.
– Te amo Kumbier – le susurró como un pequeño niño atemorizado – te amo tanto.
La rubia soltó una ligera risa, sus palmas se deslizaron por toda la espalda del mayor de forma suave para después posar su cabeza en el hombro del otro.
– No más de lo que yo te amo – le susurró la rubia.
Kriotoro se separó rápido de ella, de nueva cuenta sus manos se posaron en las manos de la joven, entrelazando sus propios dedos con los de la rubia y mirándola con determinación dijo.
– Prometo que voy a ganar, te prometo que saldremos victoriosos y así no tendré que salir a tantas batallas, para estar contigo, para que estemos juntos.
Los ojos de Kumbier se humedecieron al escuchar aquellas palabras, su corazón volvió a palpitar con fuerza y de nueva cuenta le regalo una sonrisa hermosa y enorme, no quería ser una carga para él, pero tampoco podía quejarse de lo que el otro le estaba proponiendo.
Kumbier quiso hablar, pero se vio interrumpida por el sonido de la puerta abriéndose detrás de ella y dejando ver la figura pequeña de Liyi, quien se acercó a la pareja de forma tímida y algo avergonzada por la forma en la que los había encontrado.
– Señor Kriotoro, se le solicitada en el cuadrante de su tropa a que de indicaciones lo antes posible.
– Esta bien – respondió aquel, luego soltó un suspiro – en un momento más estaré allí.
– Oye – la voz de la rubia se hizo escuchar llamando la atención del contrario y a su vez un leve sonrojo en su rostro, ya que su voz había cambiado y esta vez transmitía alegría – no respingues Kriotoro, es tu deber y debes cumplirlo.
Kriotoro le sonrió levemente, ella tenía razón, además ya no podía hacer nada con ella enfrente a Liyi, aunque esta pequeña supiera de su romance a escondidas seguía siendo un secreto para todos los demás, un secreto que desencadenaría muchos aspectos negativos si es que salía a la luz.
– Como digas – respondió Kriotoro.
– Liyi – Kumbier dirigió su mirada a la pequeña – ¿puedes llevarme a la sala principal? Aun tengo muchas cosas que hacer.
Liyi le sonrió con ternura y después tomó la mano de la rubia para indicarle el camino, estas dos tenían una amistad bastante estrecha junto con Dhalia, las tres eran las principales asistentes y las mismas que ayudaban a los guerreros y a Lord Dark en sus tareas y en diversas labores.
– Adiós Kriotoro – dijo Kumbier esbozando una sonrisa hermosa y blanquecina.
– Adiós Kumbier – respondió con gusto, esperó que ambas chicas se fueran y luego se dejo caer en el sofá soltando varios suspiros de amor y rodando en este mismo como un adolescente enamorado.
Más allá de lo que se puede pensar, Kriotoro es el tipo de guerrero que es temible en batalla, pero una vez que alguien entra en su corazón este se ablanda de sobremanera, dejándolo vulnerable; sin embargo, este lugar ya estaba siendo ocupada por la rubia y la única que tenia el poder de esa arma era ella.
Miró hacia el techo una vez que pudo controlar su corazón y su repentina euforia por aquel beso, ya había besado muchas veces a Kumbier, pero seguía sintiendo lo mismo que la primera vez que tuvo contacto con sus labios.
¿Cuánto tiempo había pasado?, ¿Desde cuándo Kriotoro había ascendido?, ¿Desde cuándo amaba a Kumbier?
Kriotoro tenia un miedo muy profundo y a la vez irracional, le temía al tiempo, le temía a que todo pasara tan rápido que él ni siquiera se diera cuenta de ello. Sabia como había escalado hasta su posición, los sacrificios que hizo y la gente que murió en el camino, pero ¿Cuándo había pasado todo eso?
Se ganó el apodo del "Príncipe" por su vestimenta y su forma de actuar en la batalla, su forma de emplear ataques tan vivaces y astutos que dejaba helados a sus contrincantes, desde que era pequeño siempre se vio influenciado por los guerreros, se crio en un recinto donde la mayoría de hombres eran fuertes y grandes, musculosos y enormes, el pobre Kriotoro jamás encajo en aquel molde; sin embargo, se convirtieron en su familia y le dieron un lugar en la lucha.
Durante años, Kriotoro se esforzó para llegar a ser el mejor espadachín que se pudiera ver en el recinto, impactando a todos con los que se le cruzaban y derrotando a los más viejos de aquel lugar.
Lord Dark escuchó de él y él mismo fue a combatirlo en modo de duelo "amistoso". Kriotoro fue derrotado, por primera vez en muchos años había sido derrotado, pero no estaba molesto; si no al contrario, estaba más que feliz por el simple hecho de ser derrotado por aquel ser supremo, mismo ser que le ofreció un lugar entre sus filas y el apodo del príncipe permaneció desde entonces dándole un lugar y un reconocimiento único.
"El príncipe del veneno"
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