veintiocho
-MARATÓN 4 / 6-
"The only business that has always worked is fear"
— Sigo sin entender por qué cojones te quejaste tanto si al fin y al cabo se te están quitando los cristales con la jodida pinza —le digo a Palermo, a la vez que sujetaba con fuerza sus muñecas.
— No avives la llama otra vez, por favor—oigo como se queja Denver detrás de mí.
Helsinki terminó siendo el encargado de quitarle los cristales a Palermo, mientras que yo lo asistía y sostenía al hombre para que no haga ningún movimiento brusco que joda aún más la situación. En el otro sofá individual se encontraba el gobernador del Banco siendo custodiado por Denver y Sofía, el hurón de Marsella.
Mientras tanto, en otra parte del Banco, Tokio vigilaba a los rehenes y Nairobi era la encargada junto a Bogotá de entrar a la cámara acorazada.
La primera vez que oí que se podía hacer fuego debajo del agua fue en el Monasterio de San Giovanni. Me pareció tan improbable como que yo misma estuviera allí, escuchando cantos gregorianos. Pero cuando me contaron que es porque el fuego va envuelto en burbujas de oxigeno, me pareció una bonita forma de reventar lo que habíamos venido a buscar: una caja fuerte en la que nadie hubiera reparado entre tanto lingote de oro.
— Palermo —la voz del Profesor interrumpe el silencio desde la radio, rápidamente abandono mi puesto y me dirijo hacia ella— Palermo, es urgente.
— Profesor, soy Mérida —digo cogiendo la radio.
— ¿Cómo está Palermo?
— Operativo, señor —responde el nombrado, levantándose y caminando torpemente siendo guiado por Helsinki.
— Han descubierto que los teníamos pinchados, así que tenemos que acelerarlo todo pero sin perder la calma —explica el de gafas.
— ¿La calma? La tendrás vos que estas en la furgoneta, querido —responde Palermo una vez que le pasé el radio— Acá estamos rodeados por el ejército de España; no sabemos cuándo van a entrar y no sabemos por donde lo van a hacer.
— ¿Bogotá ha empezado ya?
— Si, ya lleva un rato ahí abajo —le responde— Perforar esa puerta nos va a llevar más de una hora, o dos.
— Que optimista, tío —digo quitándole el radio para poder comunicarme con el Profesor— ¿Cuánto tiempo nos queda?
— Catorce minutos, nos han jodido bien —se escucha la voz de Lisboa, sembrando el pánico en cada uno de nosotros— Yo intentaría otro movimiento, incluso hasta dudaría de Prieto; el carbón de Tamayo se va a saltar todos los protocolos.
— ¿Eso qué significa? —pregunto sin entender a lo que se refería.
— Significa que van a entrar ahí en cuanto desbloqueen las puertas.
— Bien —vuelve a hablar Palermo, cogiendo nuevamente el radio— Entonces no tenemos otra alternativa que utilizar el delfín ¿No?
— Exacto —responde la mujer— ¿Lo tenéis?
— Sí —afirma Palermo, volteándose para observar al gobernador del Banco— Flipper ya está acá con nosotros
Una vez todos sabiendo lo que debíamos hacer, comenzamos a movernos lo más rápido posible, cogiendo lo necesario para el plan.
— ¿Qué crees que haces? —digo notando como Palermo tenía todas las intenciones de acompañarnos— Tu te quedas aquí, Helsinki te va a cuidar.
— Una embarazada no me va a decir que puedo o no hacer.
— Y a mí un gilipollas no me va a refutar las cosas —digo cogiéndolo por la capucha del mono y arrastrándolo fuertemente hasta sentarlo nuevamente en el sofá, aprovechando que no podía utilizar al cien por cien sus sentidos— Descansa un poco; duerme, cuenta ovejas, habla con Flipper yo que sé. Pero tú de aquí, no te mueves en ese estado.
— No tienes el mando
— Para tu suerte no lo tengo, pero te aseguro que si lo tuviera nos habríamos ahorrado suministros médicos —digo alejándome mientras señalaba a Helsinki— Vigílalo.
Inconscientemente le doy una mirada de advertencia a Palermo, ignorando el hecho de que no podía verme, por lo que me río de mi estupidez antes de abandonar la habitación.
— ¿Estás bien? —le pregunto a Denver, mientras que caminábamos hacia el salón principal con los bolsos, ya que desde hoy en la mañana lo notaba algo extraño.
— De puta madre, ¿Qué tal tú? —devuelve la pregunta, por lo que solo me dedico a asentir— Genial, quédate dentro por favor, no te acerques demás hacia las ventanas y puertas.
— Entendido, jefe —digo juguetonamente antes de depositarle un beso en la mejilla y trotar hacia los rehenes.
Caminando entre el improvisado pasillo comencé a repartir los chalecos y mascaras a los rehenes de la izquierda, mientras que Denver hacia lo mismo con los de la derecha y Tokio indicaba lo que debían hacer.
— También os vamos a entregar armas —dice la pelicorto— Falsas, no se hagáis ilusiones.
— ¡Chalecos puestos, ya! —repito lo anteriormente dicho por mi compañera— Vamos, que va a haber movimiento.
— ¡No os lo pongáis! —grita a todo pulmón un tío con gafas— ¡No os pongáis el chaleco! Quieren usarnos como escudos humanos, no os lo pongáis.
Una hora. No llevamos ni una jodida hora entera y ya me han fastidiado más veces que en toda mi vida. Cerré los ojos, inhalando fuertemente para tragarme mí lengua junto a la sarta de insultos que estaba dispuesta a soltarle a ese rehén, pero la risa ruidosa de Denver interrumpió mi generosidad.
— Ya lo hemos encontrado —dice mi pareja detrás del rehén— Al listo de la clase, el matrícula de honor.
— No, que va —se defiende rápidamente el chico, volteándose.
— ¿No, que va? —se burla el ojiazul— ¿Cómo te llamas, figura?
— Miguel.
— Miguel —repite— Miguel, yo soy el señor Denver.
— Sí, señor Denver —asiente el rehén, ocasionando que aguantara la risa en mi garganta al escuchar cómo ha llamado al ojiazul.
— Miguel, ¿Te gusta el cine?
— No, señor —niega frenéticamente— Veo series.
— ¿Y ahora qué? —interrumpo ya que mi pareja se había quedado en silencio, asintiendo un par de veces hacia el muchacho.
— En una serie de televisión nos desnudarían —habla el tal Miguel.
— ¿Pero qué tipo de series ves tú, tío? —murmuro alzando una ceja y negando hacia él— Aquí nadie va a desnudar a nadie, degenerado.
— Te vas a tener que poner las pilas, porque vamos a jugar a las películas. Ponte este chaleco —indica Denver extendiéndole un chaleco antes de agarrar otro— Y te vas a poner también este, porque si no te voy a hacer daño.
— ¿Qué hace? —murmura Tokio una vez que llega a mi lado.
— Y yo que sé —respondo de la misma forma— Cagarla otra vez.
— Voy a dar siete pasos y luego voy a disparar —vuelve a hablar el ojiazul— Si adivinas la película antes de que me da vuelta, a lo mejor no te disparo.
Mientras se escuchaban las suplicas del muchacho, le indicó a Tokio que vuelva a su antigua posición antes de comenzar a caminar hasta posicionarme a un lado de la victima de Denver. Cuando este desfundó su arma, se apreció un grito ahogado en conjunto por los demás rehenes.
— Miguel es un robot —dice antes de comenzar a contar en voz alta los pasos que daba.
— Quiero imaginar que te conoces Netflix del derecho al revés —le digo al chico junto a mí.
— Venga, Miguel, te voy a dar otra pista —continua jugando Denver— Yo también soy un robot.
— ¡WALL-E! —le dice una mujer detrás del nombrado— ¡WALL-E!
— ¡Eh! —digo girándome en su dirección— Contigo no está jugando, cállate.
— Vengo del futuro en pelotas, Miguel.
— ¡WALL-E! —grita desesperadamente el nombrado.
— ¿Me estas llamando Wall-E, Miguel? —pregunta mientras que cargaba su arma— Soy Terminator.
— Uh, esto te dolerá un poco —volteó hacia Miguel, regalándole una mueca con mis labios.
— Sayonara, baby —dice volteándose y extendiendo su brazo para alzar su arma, para apuntar y disparar directamente en el pecho de Miguel.
Una vez el disparo producido, el eco retumbó por todos los espacios posibles de la habitación seguido del seco ruido de un cuerpo chocar contra el suelo. Miguel se desplomó y comenzó a toser, intercalando con quejidos de dolor, por el polvo que provocó el impacto de la bala con el chaleco.
— ¡Se acabó el show, venga! ¡Caretas y chalecos! —interrumpe Tokio, tratando de volver a organizar a los rehenes— Vamos, quiero las dos filas ¡Cagando leches, ya!
— ¿Qué no decía "hasta la vista, baby"? —pregunto a un hombre junto a mí, quien al notar que le dirigí la palabra no tardó en temblar y alzar sus brazos en forma de defensa— Pero que susceptibles nos han tocado los rehenes esta vez, los anteriores me agradaban más.
Le di una rápida mirada a Denver, quien se encontraba inclinando tratando de juntar los cables correctos del detonador, mientras continuaba indicándole a las personas como ubicarse.
— ¿Puedes controlarlo? —escucho como Tokio murmura detrás de mí.
— ¿Pero qué quieres que le diga? —pregunto encogiéndome de hombros, a mi parecer no hubo peligro alguno— Denver tiene perfecta puntería y Miguelito traía doble chaleco antibalas.
— Estás casada con él, haz algo —dice imitando mi acción.
— Pues te recuerdo que tres años atrás la que andaba a los gritos con los rehenes era yo; me la pasé peleando con todos y cada uno de ellos, y hasta le quebré la mano uno —le explico, recordado los gritos desgarradores de la maestra del anterior atraco— Básicamente lo que yo le diga al respecto le va a valer verga.
— Mérida —dice, poniéndome mala cara.
— ¿Qué? El único negocio que siempre ha funcionado, es el del miedo —respondo, justificando los actos de mi pareja.
— Mérida —vuelve a insistir la pelicorto.
— Ya, ya —murmuro antes de acercarme a paso lento a mi pareja— ¿Qué ha sido eso?
— No puedes ser siempre la estrella principal —responde sin siquiera voltearse.
— Tú no estás bien, Denver —digo colgando el fusil que sostenía en uno de mis hombros.
— Ya, ya sé que no estoy bien.
— Eh ¿Qué pasa? —susurro, hincándome a su lado, esta vez preocupada— Vamos, dime.
— Que yo sé cómo termina todo esto.
— ¿Cómo?
— A mi padre lo mataron ahí dentro, y tú lo sabes —responde, esta vez sí volteándose a verme— Y todo por qué esa señorita quiso entrar en moto a lo grande.
— Yo entré junto a ella —le recuerdo, entendiendo que se refería a Tokio.
— Él era un buenazo y se puso a hacer de padre delante de doscientos policías con una M16 y sin chaleco —dice, ignorando lo que le dije— Y me lo mataron ¿Entiendes lo que te quiero decir?
— Denver...
— Que si tu estas aquí, me va a pasar lo que le paso a él y yo no voy a tener sangre fría.
— No digas eso —digo, sabiendo que es en vano ya que el no iba a detener si discurso, observando fijamente sus ojos rojos por aguantarse las lagrimas.
— Y si me tengo que meter en la línea de fuego para defenderte, yo lo voy a hacer —prosigue— Y me da igual, porque tú eres mi familia. Son mi familia, ustedes son mi familia; y por eso no quería que entraras ¿Lo entiendes?
— Si —murmuro asintiendo.
Como nada dura para siempre y nos encontrábamos trabajando, nuestro momento fue interrumpido. Nairobi apareció por las escaleras guiando a un ciego Palermo junto al gobernador del Banco; la morena posiblemente debería estar por llevarlos hasta la cámara acorazada.
Cuando Helsinki también se hizo notar, junto con Tokio comenzamos a redistribuir a los rehenes para que comenzaran a pasarse en fila los sacos necesarios para el atraco.
Miré una última vez a Denver antes de despedirnos con una sonrisa, ya que él también debería bajar en estos momentos.
-MARATÓN-
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