veintinueve

-MARATÓN 5 / 6-

"If you die, I'll literally go crazy"




— A la fila —escucho como Tokio ordena a un posible rehén que no estaba atacando correctamente las órdenes— Mérida, a la fila.

— ¿Qué? —digo volteándome, ya que me encontraba observando a los policías en cubierto afuera del Banco, esperando la señal para poder entrar.

— Aléjate de la ventana —me dice, alzando las cejas.

Moví mi cabeza en compás de mis hombros, haciendo un bailecito de burla a la vez que obedecía a lo que la pelicorto me pedía; el zumbido de un helicóptero llamó mi atención y no pude aguantar no mirar por la ventana, olvidándome por un segundo que todos mis compañeros de banda se habían transformado en el "escuadrón protejamos a la mami".

Me coloqué al final de la fila, ojeando como la mayoría de los rehenes se encontraban sollozando, seguramente imaginándose el peor escenario posible; escape, golpes, humo, tiroteo, sangre, muerte.

Cinco segundos cronometrados bastaron para que el estruendo de un metal seguido de una ruidosa alarma sea nuestra señal.

— ¡Puertas desbloqueadas! —grito.

— ¡Todo el mundo preparado! ¡Vamos! —alza la voz también Tokio.

— ¡Las caretas puestas! —vuelvo a decir comenzando a caminar de un lado a otro, inquieta— ¡Que ya! ¡No quiero ver la carita de ninguno! ¡Caretas!

Mientras los rehenes cumplían nuestras ordenes y daban un paso al frente, aproveché para subir nuevamente el cuello negro para cubrir la mitad de mi rostro; acción que agradecí inconscientemente ya que la policía no tardó en hacer estallar las ventanas arrojando bombas de humo hacia el interior.

— ¡Que es sólo humo! —grito ya harta del griterío que nuevamente provocaban los rehenes.

— ¡Todavía no! —gritaba Tokio observando desde la ventana— ¡Aguantad!

No tardó mucho tiempo para que la pelicorto diera la señal; comencé a empujar y guiar a los rehenes para que salgan hacia el amplio balcón, no fue hasta que el último salió cuando me bajé la careta cubriendo completamente mi rostro y seguí el camino de los demás. Al salir no me acerqué a la banderilla, pero alcé el arma hacia los helicópteros que volaban por encima y alrededores del Banco; por más que la policía no vaya a atacar por que no podrían distinguir quiénes eran los rehenes y quienes los atracadores, se me había pedido estrictamente que no me exponga más de lo necesario, y yo no iba a negarme.

Sé que había ruido y barullo a mi alrededor, lo sé, pero la tensión y el nerviosismo era tan grande que no podía hacer más que mirar fijamente los helicópteros y mantenerme en posición de ataque, bloqueando cualquier tipo de sonido a mi alrededor.

Los minutos pasaban, pero se sentían como horas.

No fue hasta que los helicópteros comenzaron a alejarse que baje mi arma e intenté asomarme entre los rehenes para confirmar lo que sucedía: la policía estaba retrocediendo. A su vez, los gritos de protesta de las personas que se encontraban allí apoyándonos se habían hecho aún más fuertes.

Sonreí con éxito, sabiendo que el plan de que el jefe de seguridad del gobernador, Gandía, había salido por las puertas del Banco con dos de las veinticuatro cajas rojas haciéndoles saber a la policía que el mando del juego estaba en nuestras manos.

• • •

Hay días raros, en los que realmente no sabes si estás vivo o muerto. Sientes que tienes encima todas las resacas del mundo, y te preguntas: ¿Será esto el infierno? ¿Qué he hecho mal? Pero no, no has hecho nada mal. Bueno, lo de todos: estar en el lugar equivocado en el momento menos oportuno.

Esa es la lección: nada es gratis. Todo lo que hace tiene consecuencias, y las consecuencias comenzaron a llegar; el ministro del Interior, el Estado Mayor de la Defensa, todos fueron llegando a la carpa en las cuatro horas que el gobernador había estado inconsciente.

El coronel Tamayo lo había intentado, pero en una jugada de ajedrez, el plan de Berlín y el Profesor lo había cambiado todo. Un movimiento y eran ellos los que estaban acosados por un jaque al rey, y al resto de las instituciones del Estado.

Y por ello, no tuve tiempo de pegar grito en el cielo al enterarme de que Denver casi mata al gobernador del Banco en un accidente; en estos momentos era la encargada de fotografiar todas y cada una de las páginas de los documentos que junto a Bogotá íbamos sacando de las cajas.

Por medio de un puerto USB trasladaba las fotografías a un computador para mandarlo a nuestros amigos de Islamabad: el contenido de esas veinticuatro cajas tardó menos de una hora en llegar a Pakistán. Nuestra legión de hackers abrió un corredor seguro, indetectable, a través de un satélite opaco. Si publicábamos esa información, estaban muertos. Y lo sabían.

— Mérida —interrumpe Tokio en la habitación.

— ¿Sucede algo? —pregunto, acomodando otros documentos para fotografiarlos.

— Te cambio de lugar.

— ¿Por qué?

— Creo que es mejor que estés con Denver —dice acercándose a mí, ocasionando que alzara una ceja al verla.

— ¿Por qué? —repito, sospechando lo peor.

— Bueno —dice cogiendo la cámara de mi manos— Gandía no fue quien salía con las cajas.

Retrocedí un paso y la observe extrañada, antes de mirar de reojo a Bogotá quien ni siquiera fue capaz de sostenerme la mirada.

— ¿Por qué parece como si alguien hubiese matado a un panda? —pregunto en broma luego de unos instantes en silencio, sin seguir obteniendo respuesta alguna.

Ambos compañeros se removieron incómodos en sus respectivos lugares, obviamente sabiendo algo que yo no. Dándome a entender lo que sospechaba.

No me jodan.

Sin esperar más abandono la habitación a toda prisa, dirigiéndome al salón que tomamos de base; se suponía que Helsinki iba a controlar con Denver el estado de Palermo, quien seguía con las vendas cubriendo sus parpados.

— ¿¡Pero tú me puedes explicar que mierda tienes en la cabeza!? —grito al abrir abruptamente las puertas del dichoso salón.

— ¿Qué sucede? —pregunta Denver acercándose a mí.

— ¿Qué me sucede? —lo imito señalando mi pecho para luego señalar el suyo— ¿Pero que te sucede a ti? ¿Por qué has salido tú a fumar la pipa de la paz con la policía? ¿Eh?

— ¿¡Y qué querías que haga, joder!? —se defiende— ¡Gandía no quería salir!

— ¡Eh! —trata de llamar nuestra atención Helsinki.

— No tiene sentido que estés recordándome cuanto debo de cuidarme si tu estas paseándote por ahí con más de diez francotiradores apuntando a tu jodida frente —digo moviendo frenéticamente mis brazos, y tocando con mis dedos la frente de mi pareja al decir lo último.

— Mérida, querida, ya me parecía raro que te habías mantenido mucho tiempo calmada —habla con falsa relajación Palermo— Así que si no les molesta, pelotudos, quiero que controlen mis ojos.

— Esto no se queda así —le digo a mi pareja antes de colocarme a un lado de Helsinki, quien ya se encontraba quitándole las vendas al argentino.

— A ver —dice el serbio tapando con su mano el ojo izquierdo del hombre— Palermo ¿Ves algo con ese ojo?

— Veo tu barba de ortodoxo ruso, serbio de los cojones ¿O es la de Jeremiah Johnson? —le responde, causando la risa burlona de Helsinki— Lo que no veo es la puta mula, ¿Dónde la has dejado? Veo gordo, veo.

— A ver otro ojo —dice el serbio repitiendo la misma acción anterior del otro lado, sin obtener respuesta alguna— No pasa nada, hay que curar ojo. Mañana ver mejor. Hay que poner parche.

Mientras que Helsinki le colocaba el parche traté de ignorar el enojo que crecía en mi jugando con mis dedos con Sofía; el hurón sacaba sus pequeñas patitas tratando de atrapar mis dedos a través de las rejillas de la jaula. Si veía algo chiquito y tierno, podría olvidarme por un segundo la cantidad de cagadas que ya se había mandado un cuarto de la banda.

— Apenas te veo, pero puedo notar que desprendes fuego —la voz de Palermo hace su presencia nuevamente, segundos después de que Helsinki abandonara la habitación para buscarle un bastón.

— Cállate —le digo, tratando de ignorarlo mientras mi atención seguía en el hurón.

— No ha sido para tanto, che —prosigue— Que tu noviecito nos salvó el culo a todos, cálmate un poco.

— No llevamos ni un día entero; no llevamos ni un día entero aquí y tú estás medio ciego, el gobernador está medio muerto y Denver se las da de héroe suicida —explico, tragando forzudamente el nudo en mi garganta— Tengo un montón de cosas desagradables explotando en mi cabeza en este momento, así que si no quieres escucharme gritar, cállate.

Cuando intenté centrar mi completa atención nuevamente al pequeño animal que tenía en frente, sentí como una mano se apoyaba en mi hombro derecho.

— No ha sido para tanto —murmura Denver a mis espaldas.

— Para ti no lo ha sido —digo apenas volteándome, alzando un poco la cabeza para poder hacer contacto visual— Me pides que me cuides y lo acepto, pero tú no haces lo mismo; eres el padre de mi bebe y te quiero vivo para cuando salgamos de aquí.

— Aquí el problema no soy yo —me susurra.

— ¡Ese es justamente el problema! No te importa salir lastimado —explico en el mismo volumen de voz— ¿Pero sabes cómo me sentiría yo? Estaría devastada; si mueres, literalmente me volveré loca.

El ojiazul no responde, pero asiente con los labios apretados, dejándome notar lo arrepentido y angustiado que se encontraba en estos momentos.

Palermo ¿Estás ahí? —se escucha al Profesor a través de la radio, interrumpiendo nuestra tan agradable conversación.

El nombrado, con ayuda de mi pareja, se acercó hasta el radio con dificultad para poder comunicarse con la mente maestra detrás de todo esto; mientras que por mi parte, seguía inclinada junto a la jaula de Sofía, jugando con ella.

— Ojo visor —dice una vez con el radio en la mano— Lo escucho, Profesor.

¿Tienes a Tokio cerca?

— No —le responde.

Que venga —dice— Rio ya está en España.

Inmediatamente me coloco de pie, como si mis pies fueran un resorte, asentí frenéticamente feliz mientras me daba media vuelta esquivando el cuerpo de Helsinki, quien ya se encontraba de vuelta con el bastón.

No tuve que caminar demasiado ya que la pelicorto se encontraba caminando hacia la sala común, seria, como siempre.

— ¿Qué tienes? —pregunta extrañada, supongo que mi cara era un conjunto de expresiones inexplicables.

— Rio ya está en España —suelto la bomba de una vez.

La mujer se frena en seco, y abre muy exageradamente sus ojos; varios segundos tardó en asimilar la realidad cuando se abalanzo a mis brazos.

— Aún queda lo más difícil, pero lo vamos a conseguir —digo separándome a penas, cogiéndole la cabeza y observando sus ojos llorosos— Lo vamos a conseguir, Tokio.

Todas las acciones, todas, tienen consecuencias.








-MARATÓN- 

La dinámica será la esta: yo establezco un número mínimo de votos y comentarios, cuando el capitulo llegue a dicha cantidad automáticamente publicaré el siguiente. 

Para desbloquear el último capítulo del maratón se necesita: 40 votos y 20 comentarios.

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