treinta y uno


"Life is too short to have more pride than heart"


— Señoras y señores, van a entrar —afirma en voz alta Palermo— Y todos sabemos muy bien lo que eso significa.

Alcé una ceja y volteé para ver a mis compañeros de atraco, removiéndome entre mis pies por el rápido subidón de incomodidad y adrenalina.

— Me encantaría tener más información, pero lamentablemente no la tenemos —prosigue el hombre, caminando de un lado al otro frente a la fila que inconscientemente habíamos formado— Así qué nos queda un solo camino: utilizar la violencia como método disuasorio.

— ¿Cómo? —preguntó enseguida, mientras que Palermo daba media vuelta sobre su eje para retroceder unos cuantos pasos.

— Que ni bien veamos al primer blindado, lo vamos a cagar a tiros y lo vamos a hacer recular —responde simple el hombre, quitando las mantas reposadas sobre unas cajas, dejando ver un gran arsenal de todo tipo de armas.

— ¿Eso te lo ha dicho el Profesor?

— Perdimos contacto con el Profesor; y no sé si es por un problema técnico o por algo más grave, el asunto es que estamos solos y que yo estoy a cargo ahora.

— No sabemos por donde van a entrar... —comenzó Tokio a contraatacar a Palermo.

Mi mente viajó a todos los rincones posibles para escapar, llegando siempre a estar de acuerdo con el demente con un ojo dañado. El profesor está allí afuera por una razón, y esa razón en estos momentos está fallando.

— El Profesor intentaría ganas tiempo.

— Así qué Doña Gatillo Fácil ahora propone ganar tiempo —se burla Palermo— ¿Qué curioso no?

— Tokio —llamo su atención, la miro fijamente mientras niego con mi cabeza a la vez que humedezco mis labios— Justamente por eso, no sabemos nada de lo que pasa a nuestro alrededor; no sabemos si tienen al Profesor o si es sólo un puto juego. Hay que actuar.

— ¿Estás de acuerdo? —pregunta entre una pizca de asombro e indignación.

— No voy a poner en riesgo a mi familia —vuelvo a negarle.

— Hasta la señorita Rambo tiene dos dedos de frente —se burla nuevamente Palermo, esta vez dirigido hacia mí, mirando fijamente a la pelicorto— ¿Sabes que creo Tokio? Que vos tenés muy en claro que si sacamos los antitanques, no te van a dar a Rio.

A la par de los gritos del argentino, todos los miembros de la banda comenzaron a equiparse con lo necesario; pasando por un lado de Tokio e ignorando su presencia, mientras que Palermo se jactaba con su sonrisa de pura soberbia por seguir con el mando.

— Lo siento por tu historia de amor, cariño, pero esta vez toca defenderse —le digo a la pelicorta una vez me acerqué a ella, acariciando su brazo— Río no es un paquete, y todos queremos que esté libre; pero no lo conseguiremos si estamos presos, o peor, muertos.

Luego de un corto suspiro, me acerqué hacia los demás para coger una pistola y colocarla en la funda que se encontraba en mi pierna izquierda. Miré el resto de la selección de armas y decidí acomodarme otra funda en mi pierna derecha para incorporar unos cuantos cartuchos en ella, mejor prevenir.

— Ten —dice Denver a mi izquierda, extendiéndome un chaleco antibalas.

Rápidamente y sin rechistar me lo coloqué, ajustando las correas y cubriéndolo con el overol rojo. Una vez ya vestida, cogí un fusil para cargarlo y seguir a paso lo bastante apresurado a los demás.

Pero un ruido proveniente de la radio hizo que todos frenáramos en seco.

— Palermo ¿Me recibes? —la entre cortada voz del profesor logró escucharse a través de aparato— Os están inyectando gas narcótico

Gas narcótico: te duerme en diez segundos cuando su concentración pasa del cincuenta por ciento.

Como si de un resorte se tratara, todos nos encimamos hacia la radio. Desesperados, formamos un círculo sobre la mesa e intercambiamos miradas furtivas de incertidumbre.

— Profesor, todas las entradas están cubiertas —aclara Helsinki.

— Hay que estar seguros de su ruta de entrada —responde el de gafas, donde quiera que esté— Van a esperar que el edificio se llene de gas, tenemos diez minutos.

Ante el nuevo cambio de planes, nuestro equipamiento sufrió modificaciones; todos nos colocamos mascarillas especiales conectadas a un tanque de oxígeno que debíamos cargar en nuestras espaldas. Era incomodo, eso no se puede negar, pero lograría nuestra ventaja y futuro triunfo.

Una vez equipada volví a coger el fusil, pero esta vez tuve que dejarlo entre mis manos ya que llevarlo en la espalda sería demasiado incomodo.

Seguí a Denver para tomar una posición junto a él; esperaríamos a los agentes de la policía en el pasillo que rodeaba las escaleras y la entrada principal del Banco, donde se encontraban los ya desmayados rehenes.

Con mi pareja nos colocamos detrás de una pesada tabla de acero para protegernos, fueron segundos los que tardamos en acomodarnos que ya sabíamos que los agentes habían ingresado.

La policía entró en el banco como quien entra en una guardería. Cinco agentes de elite y treinta cargadores llenos de balas para cumplir un objetivo sencillo: matarnos como a corderos.

Y la verdad, nos lo habíamos ganado a pulso.

Cuando el pequeño grupo de policías se hizo presente en el pasillo, nos colocamos en cuclillas para escondernos mejor. Una vez que habían cruzado el pasillo, saltamos para ponernos de pie y empujar la tabla de cero.

Sin esperar ni un segundo, el tiroteo comenzó; Denver por la izquierda y yo por la derecha, sabiendo que Tokio y Nairobi se encontraban en el otro extremo, Helsinki en el ascensor y Bogotá siguiendo a Palermo.

Por más que me esforzara en apuntar hacia sus tanques de oxigeno, el disturbio no lograba que mi objetivo se cumpliera. El descargue de adrenalina producido al vaciar el cargador era tan grande, que el lapso de tiempo de volver a cubrirme para colocarle balas al fusil no era el suficiente para detenerme a pensar siquiera la gravedad del asunto. Ni es como si pudiera pensar en estos momentos; ya que una vez el arma cargada de nuevo, me volteaba para volver a vaciar el cargador.

Sobrevivir a un operativo así es imposible, pero a estas alturas de nuestras vidas nos habíamos especializado en hacer que nada fuera imposible.

Para hacerles frente, solo necesitábamos oxigeno. Y para neutralizarlos, cerrarles el camino hasta dejarles sin salida. Por eso, nuestros disparos lograron marcarles un cierto camino a los policías, guiándolos hasta una bajada de escaleras; quedarían encerrados en un círculo de explosivo plástico, sin salida, y sin oportunidad que hacer otra cosa que obedecer.

Treinta y cinco minutos, para ser exactos, el grupo de agentes de la policía se encontraba en una sala a nuestra merced; en prendas menores y atados de pies y manos a una silla. Mientras que los rodeábamos, por lógica, manteníamos nuestras armas alzadas en su dirección.

"Soy el inspector Suarez, al mando del Grupo Especial de Operaciones" comenzó a hablar el jefe una vez que Palermo apuntó la cámara hacia su dirección "Nos encontramos cautivos pero he de decir que nos están tratando correctamente. Ruego a las autoridades que mantengan un alto al fuego permanente"

Como el hombre se quedó en silencio, Palermo no perdió oportunidad en burlarse para que prosiguiera. Como todo sabemos tenemos las armas para algo, una vez que los policías sintieron las armas en sus sienes comenzaron a cantar "Bella Ciao" con las mismas ganas que un niño es obligado a pedir disculpas.


• • •


— ¿Y Tokio? —le pregunto a mi pareja cuando me lo encuentro caminando por un pasillo— Ya casi son las ocho.

— No lo sé —responde— ¿Crees que lo entreguen?

Trago duramente y me encojo de hombros, sintiendo como un nudo se apoderaba completamente del control en mi garganta.

— No lo sé —niego en un susurro; él asiente y sonríe con una sonrisa triste y vacía, antes de volver a su caminata— Daniel.

Mi pareja se gira abruptamente al escuchar mi llamado con su verdadero nombre; en su rostro puedo notar la completa confusión y preocupación que siente, ya que dentro del banco nunca lo he llamado de otra forma que no fuera Denver.

— Cuando todo esto termine, necesito que hablemos.

— ¿Qué hablemos? —repite acercándose, con su ceño completamente fruncido.

— Que hablemos, que hablemos más —confirmo asintiendo frenéticamente— Si quieres hacer algo en especifico, si quieres ir a otro lado o simplemente algo te molesta, por favor, hablemos.

— Ey, ey —murmura alzando sus manos y colocándolas en mis mejillas— No te preocupes.

— La vida es muy corta para tener más orgullo que corazón —digo— Y yo no estoy dispuesta a pasar por lo mismo que Tokio, de ninguna manera.

— Antes de esto todo estaba de puta madre, y te prometo que cuando salgamos estará mucho mejor —dice antes de dejar un cálido beso en mi frente y separarse lo justo y necesario.

Asintiendo forzadamente, estrujo su mano con la mía y me dejo guiar por el pasillo hasta la habitación del final; allí dentro, una Tokio al borde del llanto se encontraba frente a la ventana. Una vez ya posicionada a su lado, puedo ver lo que sucedía.

Y allí estaba lo imposible. Habíamos que tenido que montar la de Dios, pero todo me pareció insignificante cuando vi a Rió caminando fuera del banco.

Estaba vivo. Desconcertado y sin ser capaz de explicarse nada.

Inmediatamente me volteo para acomodar a Tokio entre mis brazos, quien me recibe con toda la efusividad y felicidad que lógicamente atravesaba en estos momentos.

— Lo logramos —murmuro sonriendo y acariciando la espalda de la muchacha, aún observando a través de la ventana— Está guapísimo.

— Está guapísimo —repite la pelicorto con alegría, dejándome notar que estaba con una gran sonrisa en su rostro.




-Nota-

Lo mejor se hace esperar ¿no? Je, no me maten.

La agenda es esta:

1) Mañana subiré nuevo capitulo de mi otra novela, "Horns".

2) ¿Que les parece si los siguientes capítulos de esta novela son por medio de maratón? La metodología sería exactamente igual que el maratón anterior.











Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top