siete
"You're not bad, but you're not good either."
53 Horas de Atraco
— ¡No he visto nada! —digo cerrando rápidamente la puerta y comenzando a caminar en dirección contraria.
Estaba buscando una habitación en la cual poder relajarme un rato. Abriendo todas las puertas de la fábrica llegue a la oficina de Arturito donde he pillado a Tokio y Rio a los besos en un escritorio.
— Mérida —escucho la voz de la pelinegra llamarme pero hago oídos sordos— Mérida, detente.
— Joder, Tokio —digo observándola— Que no he visto nada.
— Por supuesto que viste —me detiene— Ya no es un secreto lo de...
— No tienes que darme explicaciones —la interrumpo— Haré como si no hubiese visto nada.
— Vale, yo haré como si nunca hubiese escuchado nada —dice dando media vuelta para volver a la habitación.
— ¿A qué te refieres? —la detengo, sin entender.
— Oh vamos Mérida, puede ser que nos hayan descubierto a Rio y a mi —me sonríe— Pero tú y Denver tampoco son muy cuidadosos que digamos.
Me quede congelada, como si me hubieran tirado un balde de agua fría sobre el cuerpo. Vi como el cuerpo de Tokio desaparecía atrás de la puerta mientras trataba de analizar las cosas. ¿Qué no somos cuidadosos? Siempre nos aseguramos de que nadie se encontrara cerca, ni mucho menos que nos escucharan. Suspire, ya sabiendo la única opción de cómo la pelinegra sabia lo nuestro.
Di media vuelta para encaminarme a la bóveda donde se encontraba Mónica. Allí se debería encontrar Denver, ya que me dijo que se quedaría con ella para ver como reaccionaria luego de la pequeña "operación".
Al ingresar a la bóveda me encuentro con una escena bastante comprometedora. Denver durmiendo sin la parte de arriba del overol puesta y utilizando su camiseta de almohada. No me hubiese molestado encontrarlo de esta forma si no fuese que Mónica estuviese prácticamente encima de él solamente con la camiseta gris y en bragas, tocando su pecho.
— ¿Secretaria de día, acosadora de noche? —pregunto alzando una ceja.
— Yo solo... —dice alejándose, sorprendida— Solo quería beber agua.
— ¿Y es necesario babearle encima para obtenerla? —digo cogiendo dos botellas y lanzándoselas.
Me acerco al cuerpo de Denver y lo sacudo levemente con mi pie. Luego de unos segundos, se remueve y pasa sus manos por su cara para despabilarse.
— ¿Llevo mucho rato? —pregunta este colocándose la remera.
— No lo sé —responde la rubia— Yo también estaba dormida
— Vamos —me dice Denver haciendo un movimiento con la cabeza para que lo siguiera— Vuelvo mas tarde.
— Te esperare aquí —vuelve a responder la de rizos— No sé a dónde más quieres que fuera.
— ¿Eh?
— Que no se a donde más querías que fuera, aquí metida en un agujero con un disparo en la pierna. No tengo muchas opciones —nos mira la rubia— ¿No?
— No hace falta que seas tan borde —Denver la mira— Te salvamos la vida.
—¿Me han salvado la vida? ¿Cómo? —alza las cejas.
— Te recuerdo que te metiste un móvil en las bragas —Denver se acerca rápidamente y se coloca a su altura, ya que por razones obvias Mónica se encontraba en el suelo— Y nos mandaron a matarte.
— ¿Y qué hicieron? ¿Le dijeron que no? —lo enfrenta— Me pegaron un tiro en la pierna y me tienen aquí encerrada, no puedo respirar ni ir al baño.
— Suficiente —digo ya cansada, empujando a Denver y poniéndome en su lugar— Cuando estamos por matarte nos lloras para vivir pero cuando vives, nos lloras por las condiciones en las que lo haces —la cojo de los mechones de su nuca con fuerza, logrando que mirara hacia el techo— Te recuerdo que estas en un secuestro, nosotros somos los atracadores y tú la rehén —me acerco a su oído— Tienes suerte de estar en este agujero y de no desangrándote por ahí.
La suelto tirando su cabeza levemente hacia atrás. Me reincorporo y salgo de la habitación seguida de Denver.
— Repíteme por favor por qué sigue respirando —digo señalando el lugar del que acabamos de salir.
— Olvídalo Mérida —dice cogiendo mi mano mientras caminábamos por el pasillo pero automáticamente la suelto cuando recuerdo el motivo de por qué lo estaba buscando.
— ¿Qué tan amigo eres de Rio? —le pregunto.
— ¿De todo lo que puedes preguntarme en serio quieres saber eso?
— Denver —lo detengo— ¿Le contaste a Rio sobre lo nuestro? —no recibí respuesta alguna, solo una pequeña sonrisa que se le escapo por la comisura de los labios— Joder, tío ¿Estas de coña? —lo empujo levemente mientras empiezo a caminar otra vez por el pasillo, sintiendo sus pasos detrás de mi— ¿Hace cuanto?
— Desde la noche de la paella, cuando escapamos a la verbena —lo miro sin entender— Ese día antes de irnos nos reunimos en tu habitación, nosotros fuimos los últimos al salir y en el camino Rio noto algo de labial en mis labios.
— Pero en ese tiempo ni siquiera follábamos—dejo salir una pequeña carcajada— Vale, entonces en parte es mi culpa.
— Para suerte nuestra no estás usando lápiz labial ahora —dijo cogiéndome de la cintura y juntando nuestros labios, otorgándome pequeños besos.
— Voy a ver si tu padre necesita ayuda —digo separándome— Mientras, tu deberías asearte un poco.
— Oye —dice con falso enojo— No te siento hace bastante.
— Y va a seguir así si tu cuerpo no toca el agua —digo dirigiéndome hacia otra habitación.
Me tomo menos de dos minutos llegar hacia la bóveda donde se encontraba trabajando Moscú, cavando el túnel por donde deberíamos escapar. Sinceramente no se para que servían todos los aparatos que rodeaban al hombre, pero me caía bien y después de lo que había pasado suponía que un poco de ayuda no le vendría mal.
— ¿Necesitas una mano? —digo adentrándome a aquella bóveda y dejando mi arma sobre la pila de dinero— ¿Cuánto antes terminemos antes saldremos, no?
— ¿Ya estas cansada de estar aquí? —dice dándome una mirada.
— Ya ves —digo jugando con uno de los fangotes de dinero— Me aburro fácil.
— Estas aburrida con sesenta y siete rehenes —dice irónicamente concentrado en su trabajo— ¿Ya te esta aburriendo también mi hijo?
— Yo no estoy jugando con Denver, Moscú —lo miro dejando los billetes— ¿Dices eso porque nos pillaste la otra vez?
— Mérida, soy viejo pero no imbécil —prende un cigarro— ¿No te acuerdas de la noche que se escaparon a la verbena.
—¿Tú también? —digo susurrando sorprendida, mas para mí que para él.
104 Días Antes del Atraco
Me encontraba recostada en el asiento de copiloto de aquel viejo auto con Denver, quien estaba sentado sobre el capó fumándose un cigarro. Ambos estábamos ebrios, hace menos de una hora que habíamos vuelto de la verbena. Rio, Tokio y Nairobi habían ingresado a la casa hace ya un rato, dejándonos solos. Me acerque al vidrio delantero para darle pequeños golpes, llamando la atención de Denver. Me asome por la ventana apoyando mi brazo sobre esta, mientras que el chaval giraba levemente su cuerpo para verme.
— ¿Sabías que hay más de dos mil billones de estrellas en el cielo?
— ¿Qué pasa, que las has contado? —dice luego de una de sus tan silenciosas risas.
— Pues, claro.
— Joder —dice bajándose del auto cuando se dio cuenta de la que botella que tenía en mano se encontraba vacía. Rodeo el vehículo asomando su cabeza por la otra ventana, a mi izquierda— Aquí, a mi me falta un poco de fiesta.
— ¿Y qué pretendes que te baile o qué? —le digo riendo— Se que en tu cuarto tienes algo como eso —señalo la botella.
Bajo del vehículo y entre medio de risas y pisadas fuertes nos dirigimos a la habitación de Denver. No me moleste en cerrar la puerta y me arroje en su cama perdiendo mi miraba en las manchas del techo. Íbamos tan borrachos que ni nos percatábamos de los ruidos que estábamos haciendo. Sentí como el colchón se undió a mi lado cuando Denver dejo caer su peso en el, colocándose de costado, apoyando su rostro en su mano para poder observarme.
— Oye —dice una vez que se acomoda— ¿Por qué me has dicho lo de las estrellas antes?
— Yo que sé, tío —digo riendo— Porque es bonito ¿No?
— Entonces... —habla luego de un pequeño silencio— ¿Nos besamos pero solo eso?
— Sabía que surgiría ese tema —digo con mi mirada aun perdida.
— No lo tomes a mal, me gusta besarte —lo miro con burla por sus declaraciones— Yo digo que tendría que haber más que besos.
— No tengo idea de por qué lo hice.
— ¿Se va a repetir?
— Cállate —digo riendo y apartándome de él.
— ¡A la mierda! —dice de la misma forma, sentándose en el borde la cama— Papa —habla de golpe mirando hacia la puerta, donde yo también dirigí mi vista encontrándome con Moscú— Papa ¿Qué haces ahí?
— Nada, nada. Que estaba allí y escuche que estabas acompañado —se detiene a analizar nuestras pintas— ¿De donde venís a estas horas y así?
— Venimos de la verbena —susurro poniendo un dedo sobre mis labios en forma de silencio.
— O sea que han salido de aquí. Saben que, no me interesa —se sienta en una de las sillas— Como me he desvelado me voy a echar una copita ¿Vale?
— ¡Basta de eso para mí! —digo poniéndome de pie— Creo que es hora de irme a la cama.
— ¿Y qué pasa? ¿Qué tiene? —le digo a Moscú después de recordar aquella noche— ¿Qué soy poco para tu hijo?
— No eres mala Mérida, pero tampoco sé si eres buena —me dice negando— Me parece que ambos se complementan. Pero que no estamos en momentos para que se pongan a jugar. Solo nos quedan diez días, y hay que trabajar.
Sin decir más se dio media vuelta y volvió a hacer lo suyo. Cogi mi arma, confundida por aquellas palabras, y me concentre en salir de aquel lugar. Tenía en mente dirigirme al salón principal con los rehenes, pero fui detenía por Tokio quien me informo que se activo el plan Valencia.
Me dirigí con la pelinegra hacia el sótano de la fábrica. Allí se encontraban Berlín, Helsinki y Nairobi con algunos rehenes. Me posicione con mi arma y luego del grito de Berlín, indicando que iniciáramos, comencé a disparar hacia las gigantes bobinas para imprimir dinero mientras que Nairobi incentivaba a los rehenes para que gritasen lo más alto posible. La gracia del plan era hacerle creer a la policía de que estábamos ejecutando o torturando a los rehenes.
Dándole inicio a una nueva faceta y movimiento a este atraco.
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