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"Life isn't always romantic, sometimes it's realistic."
8 Horas de Atraco
Nos encontrábamos todos menos los siameses y Moscú en la sala que tomamos para las reuniones de grupo. Yo trataba de curarle la herida a Rio, le habían disparado justo al lado del ojo izquierdo, un centímetro más y podría haberlo perdido. Tokio estaba sentada con la mirada perdida mientras que Denver y Nairobi estaban que explotaban de ira gritándole, ya que posiblemente haya matado a un policía.
— ¡Explícame que puta mierda ha sido eso! —le gritaba Denver desde lo más profundo de su ser— ¡Explícame que cojones ha sido eso! ¡Se te va la cabeza!
— Tranquilízate —Tokio por fin levanta la cabeza— Apareció un puto policía disparándome ¿Qué hubieras hecho tú? —lo retó— ¿Escupirle?
— ¡Pues que vas a hacer, tía, que vas a hacer! —Nairobi se le acerca con el rostro hecho una furia— Había que seguir el puto plan, joder —comenzó a caminar de un lado a otro por la habitación— Lo hemos dicho, no íbamos a disparar a nadie
Tokio miro fijamente a Rio. Alce una ceja al ser la única que parecía notarlo ¿Qué cojones sucede entre ellos dos? Rio no paraba de temblar, seguía inquieto por el disparo.
— Caí bloqueado con los impactos —dice este tratando de que no le echen toda la culpa a Tokio.
— ¡Cállate! —le grita violentamente Denver golpeando la mesa
— Rio —le digo negando en un tono serio y haciendo presión en el algodón que le estaba colocando en la herida para que se callara y se diera cuenta de que la han jodido.
— Nairobi y yo también te cubrimos, pero disparando al suelo —vuelve a decirle Denver, podría jurar que en cualquier momento la vena de su frente iba a explotar— No a los cuerpos a quemarropa
Se escuchó como se abrió la puerta y se formó un silencio al ver a Berlín parado allí, al fin y al cabo le teníamos algo así como "respeto" por ser el que está al mando aquí dentro.
— Ya se están llevando a los policías heridos ¿Están conectados los teléfonos? —me separo de Rio para que este pueda colocar sobre la mesa el teléfono con el cual nos comunicaríamos con el profesor— Fuera cualquier señal inalámbrica —fue pasando por el medio de nosotros y de a poco le íbamos entregando nuestros auriculares— Llama al profesor —dice mientras los arroja en una pecera que había en una esquina
— ¿Es realmente necesario? —me paro dejando el algodón ensangrentado sobre la mesa y cruzándome de brazos. ¿Cuándo volvimos a tener diez años que al primer error ya nos manda al frente?
— ¿Cómo vamos a saber qué hacer si no le informamos al profesor cada cosa que pasa, Mérida? –me contesta mientras coge el teléfono— Tokio a herido a un policía —dice apenas hay tono — Conecta las cámaras al profesor —le indica a Rio— Rozaron a Rio, y Tokio disparo —le explica— Al parecer tienen una relación
Relación. Entre en pánico al escuchar esa palabra. Mire rápidamente a Denver y me encontré con que sus ojos azules también estaban observándome. Si Berlín pudo notar que había algo entre ellos sin que nadie más supiera ¿también habrá notado lo de nosotros? Ya que, aunque me cueste admitirlo, si hay un "nosotros". Quité mi vista de él, para no levantar ningún tipo de sospechas, y la dirigí a Rio para luego dirigirla a Tokio. Eso sí que no me lo esperaba, es decir, se llevan más de diez años, pensé que Tokio consideraba a Rio un niñato. A todo esto, ni siquiera se la edad de Denver. No parece mas de treinta, pero quien sabe. La verdad que es un tema irrelevante ahora.
— Quiere hablar contigo —Berlín le paso el teléfono a Tokio.
No preste atención a su conversación porque no es problema mío y sinceramente no me importaba, ella la jodió, problema suyo. Luego de unos cuantos gritos por su parte, colgó el teléfono y se marchó refunfuñando por lo bajo. Comenzó a bajar el sol y pude notar por la ventana como llegaba la policía. Todos se habían retirado de la habitación, menos yo que me había quedado a ayudar a Rio a guardar los overoles en los bolsos. Al rato Berlín vuelve a entrar a la habitación y se prepara un café. Se asoma por la ventana para ver lo mismo que había visto hace un rato.
— ¿Qué coño haces? —le interroga Rio, obviamente enojado, al verlo parado en la ventana.
— Es nuestro ratito libre —le contesta Berlín al correr la cortina.
— ¿A qué te refieres? —vuelve a preguntar Rio.
— Tienen que montar el campamento, quizás mandarnos un dron, buscar los planos del edificio —digo yo como si fuese la cosa más obvia y común del mundo.
— Exacto —me acompaña Berlín— Hay que darles un ratito de tiempo para que se organicen —carraspea— Oye ¿Por qué Tokio habrá dicho que no estáis juntos?
— Tal vez porque así es —le digo cerrando el ultimo bolso y colgándolo en mi hombro— Me parece que no es asunto tuyo.
— Por qué no lo estamos —dice Rio mirándome, dándome a entender que agradece mi apoyo.
— ¿Y por qué habré escuchado cada noche el cabecero de su cama como un martillo percutor? —siguió insistiendo Berlín
— Deberá estar aprendiendo a bailar samba, Berlín —le dije ya cansada— Preocúpate por lo que hay que preocuparse —dije retirándome de la habitación
Me fui de ahí lo más rápido posible. Joder, estoy casi segura de que Berlín sabe también lo mío con Denver, porque si no ¿Por qué no decirle todo eso a Rio cuando estéis a solas? Cambien cabe la opción de que sea yo misma imaginándome cosas pero, joder, parecía que era una conversación directamente dirigía hacia mi. Baje las escaleras y deje caer el bolso que tenía al suelo, causando un ruido que provoco que algunos rehenes se asustaran. ¿En serio? Por favor, ni que hubiese arrojado una bomba. Localice a Denver con la mirada y le hice señas para que me siguiera, yéndome a dos habitación continuas a la principal, para que nadie nos escuchara.
— Si Berlín sabe de Rio y Tokio podría saber lo nosotros —le digo apenas cierra la puerta.
— ¿Estas admitiendo que habéis un "nosotros"? —se acerca sonriente hacia mi
— ¿No te alcanza con haberte mostrado el collar? —digo rodando los ojos. Ya les dije, lo sentimental no se me da.
— Te quiero —dice cogiéndome de la cintura, sin dejar de sonreírme.
— ¿Qué? —digo abriendo los ojos con sorpresa.
— Que te quiero
— Te he escuchado
— ¿Entonces? —pregunta confundido y yo coloco mis manos en sus hombros.
— Esperaba aunque sea un bes.. —y no me dejó terminar ya que había estampado sus labios con los míos
Debo de admitir que es un gran besador. Lo cogí del rostro y lo separe de mí antes de que el ambiente pase a mayores. Porque lamentablemente no estábamos en el lugar ni mucho menos era el momento para esto.
— Debemos volver —dije separándome de él.
— Cinco minutos más —me dice con los ojos cerrados y todavía aferrado a mi cintura.
— No podemos —le retire sus manos y acomode mi arma— Tenemos que terminar la primer parte del plan, y no podemos fallar.
— Está bien —se pasa una mano por la boca y mentón, y luego se retira. Yo voy detrás de él.
Llegamos al salón principal donde Berlín estaba haciendo que todos los rehenes se pongan de pie.
— Quítense los antifaces —les ordena, los rehenes se notan confundidos pero sin embargo ninguno se mueve— ¡Quítense los antifaces! —esta vez lo levantaron de su rostro y abrieron los ojos, viendo todo a su alrededor y observándonos detalladamente a nosotros, ya que no llevábamos las caretas puestas— Hemos tenido algún imprevisto —Berlín comienza a caminar entre ellos— Pero a pesar de los helicópteros, creo que nos van a dar unas horas de tregua y podrán descansar. Os vamos a repartir unos sacos de dormir, agua y un sándwich. Y les voy a pedir un favor —se detiene— Quiero que se desnuden —los rehenes comienzan a murmurar — Vamos a repartirles un mono rojo como el nuestro para que se sientan más cómodos.
Helsinki, Oslo y Denver comenzaron a caminar entre los rehenes para entregarles este horrendo overol. Yo me encontraba a unos pasos de Berlín.
— Perdone señor —habla Arturito — Le ruego que deje marchar a los más vulnerables. No creo que puedan aguantar esta angustia toda la noche.
— ¿Tu quién te piensas que eres? —me metí en la conversación indignada con lo que este gilipollas estaba diciendo, ¿estaba de rehén y se animaba a pedirnos favores? ¿En serio?
— Mérida, tranquila —me detiene el paso Berlín para que no siga avanzando y me lleve por delante a Arturito.
¿Ya les dije que tengo poca paciencia y que me demanden cosas me pone un tanto agresiva? Noté como Denver se acercaba diciéndome con la mirada que trate de controlarme, tranquilo, una pequeña broma no le hará daño a este tío. Berlín sigue su camino y Denver se queda repartiendo overoles detrás de mí, mientras que yo sigo observando con mi peor cara a Arturito. En cuanto el fija su mirada y sin que se diera cuenta lo apunto rápidamente con una arma, cogiéndolo desprevenido. El rápidamente levanta sus brazos en señal de rendición. Todos los rehenes me miran asustados y mis compañeros con gracia. Doy vuelta el arma y se la entregó a Arturito.
— Coge la pistola —le digo seria, este se niega— No te estoy preguntando si quieres coger la pistola te estoy diciendo que cojas la pistola —ya me estaba enojando— Coge la pistola —repito— Cógela —digo por última vez y este por fin la toma— Y ahora me apuntas —digo acercándome más.
— No, por favor —vuelve a negarse entre sollozos, pero yo sé que quiere.
— Te estoy diciendo que me apuntes —extiendo los brazos en señal de que no voy a negarme— Es una puta orden. Apúntame, coño —cogí su mano y la dirigí a mi pecho, justo a mi corazón — Y ahora me disparas
— ¿Cómo? —me dice mirándome
— Que me dispares —vuelve a negarse y yo cojo la pistola de mi pierna, la recargo y lo apunto— O me disparas tu o te disparo yo —los demás rehenes comenzaron a gritar — Te regalo diez segundos
— ¡No quiero! —temblaba
— Uno, dos, tres, cuatro —empecé a contar e iba aumentando la velocidad. Cuando estaba por llegar a diez la cara de Arturito se transformó a una totalmente de ira, comenzando a dispararme. Los gritos de los rehenes aumentaron, hasta se agacharon cubriéndose la cabeza. Pero todos se callaron al escuchar las risas de Berlín y Denver al ver la cara de Arturito al solo salir el ruido del percutor de la pistola y no disparos como este esperaba— Son falsas, Arturito, pero lo has hecho muy bien —le dije burlándome y tomando su rostro— Te la regalo, te la puedes quedar —le doy un beso sonoro en la frente.
— Eres Satanás —me dice apenas me separo de él.
— Prefiero que me llamen dueña de todo lo perverso —le sonrió— Pero respondo a Satanás —me retiro de su vista hasta llegar al principio de la escalera.
— Ahora les vamos a repartir algunas armas falsas, ya que en unas horas precisaremos de su colaboración —comenzó Berlín caminando entre ellos— Lo único que tienen que hacer es obedecer —se frenó al final de las filas — Venga, desnúdense
Y bajo esa presión e incomodidad, los rehenes comenzaron a despojarse de sus ropas y a ponerse los horribles overoles. Nuevamente vestidos y con las armas de juguetes entregadas, los obligamos a mantenerse sentados en filas rectas dejando un pasillo en el medio para que nosotros podamos pasar por allí.
Tanto Nairobi como yo pudimos notar como Arturito y Mónica, la rubia de enfrente, cuchichiaban por lo bajo. Así que nos acercamos a ellos luego de intercambiar miradas. Nairobi se agacho a su lado y desato su cordón, mientras yo me quede entre medio de ella y Arturito, para que este no pudiera escuchar nuestra pequeña conversación.
— Parece que tu jefe no te cae muy bien ¿no? —le dice Nairobi atando nuevamente sus cordones.
— ¿Cómo sabéis que es mi jefe? —murmura Mónica intercambiando miradas con Nairobi y luego conmigo.
— Porque lo sabemos todo de vosotros —le digo yo esta vez— Lo hemos estudiado.
— Vimos la prueba de embarazo que está en tu mesa —le dice Nairobi consiguiendo que Mónica ponga toda su atención en ella— Y ahora me imagino quien puede ser el padre —señala con la cabeza a Arturito— Puedo notar que no le ha gustado el regalito ¿no quiere hacerse cargo? —Mónica niega
— No es fácil decirle adiós a un bebe —le digo esperando que entienda mi indirecta— Y la vida no siempre es romántica, a veces es realista.
— Eres muy mala —me dice Mónica mirándome horrorizada.
— Solo digo la verdad —me cruzo de brazos y la observo indiferente ¿prefiere que le mienta?
— ¿Qué vas a hacer? —inquiere Nairobi
— Abortar —le contesta asintiendo Mónica, para luego mirarme a mí de la misma forma.
— ¡Señores! —interrumpe gritando Berlín — ¡Es la hora! —automáticamente comencé a seguirlo junto a Nairobi, Tokio y Denver— ¡Ha llegado el momento de seguir mis órdenes!
Nos ordenamos en fila, nos colocamos las caretas y recargamos nuestras armas, los rehenes imitaron nuestra acción con la diferencia de que sus armas no eran de verdad. Berlín comenzó a avanzar por la puerta que llevaba a la parte trasera de la fábrica, lo seguimos junto a los rehenes. Rio se había llevado a Alison Parker con él para que esta le dé un mensaje a la policía, era la parte más importante del plan, y la que no podía fallar para que se desencadene un total desastre.
Y así fue como Las Fuerzas de Seguridad del Estado hicieron exactamente lo que el profesor nos había dicho que harían, solo que esa tarde cuando lo dijo, estábamos en el campo y no teníamos la sensación de que nos iban a meter un tiro en la sien.
"Entraran por los cuatro sitios por los que se puede acceder: la puerta principal, la zona de carga, la salida de emergencia y la azotea. Pero van a esperar a que los de Intervención Técnica hagan un reconocimiento del terreno. Eso lo van a hacer desde el acceso de carga"
Llegamos al acceso de cargo y nos escondimos detrás de las bobinas para imprimir, me saque la careta y mire fijamente a Denver que se encontraba a mi lado.
— Eres muy intimidante —me dijo refiriéndose a lo que había pasado hace un rato con Arturito— ¿Lo sabias?
— No lo haría si no funcionara tan bien —le dije y antes de ponerme la careta de nuevo pude notar como se le escapo una pequeña risa.
Mire a mi izquierda, los rehenes estaban más cagados que nunca. Tendríamos suerte si la policía no los distinguía con alguno de nosotros por el simple hecho de que no sabían como agarrar el arma.
Se comenzó a escuchar como un taladro hacia un pequeño agujero en la pared. Eran los policías, por ahí iban a introducir un diminuto periscopio para poder ver hacia el interior. Era nuestro momento de contraatacar.
— Vamos —y esa fue la señal de Berlín para que nos pongamos en marcha.
Y para antes de que se encienda la luz de la cámara del periscopio ya os habéis ubicado cada uno en su respectiva posición. Helsinki se encontraba en el medio de la pared de sacos de arena sosteniendo una ametralladora Browning de suelo, Berlín estaba a su derecha con un fusil y yo a su izquierda con el mismo arma. Parados detrás de nosotros apuntaban Denver, Nairobi y Tokio y todavía más atrás se venían acercando los rehenes con sus respectivas pistolas de juguetes. Era imposible distinguir rehenes de atracadores. Los polis están jodidos.
Así fue como ganamos nuestra primera batalla en nuestra primera noche, sin entrar en combate y por sentido común. Y veinte minutos después, todos de vuelta en el salón principal, empezamos a hacer lo que habíamos venimos a hacer.
— Ahora toca lo más bonito —digo caminando entre los rehenes— Ahora vamos a trabajar
— Conmigo —dice Nairobi sacando una lista — Torres, Sánchez, Biedma, Lennon...
Fuimos nombrando uno por uno a los rehenes que trabajaban en la fábrica para dividirlos y ponerlos en sus puestos. Ya que, no solo íbamos a robar dinero, íbamos a fabricar el nuestro. Los rehenes caminaban en una fila detrás de cada atracador con sus manos en la nuca. Yo estaba asombrada con lo que veía, esto sí que era enorme.
— A ver, quiero las maquinas funcionando las veinticuatro horas —grita Nairobi desde la planta baja— Como si esto fuera una red de pocholos. Sabéis ¿no? —comenzó a mover su puño en forma circular — Chiqui pum, chiqui pum, chiqui pum
Me fue inevitable no reírme ante su comparación, como también se me fue inevitable burlarme de ello con algún rehén. ¿Ya que estaremos un buen tiempo aquí debo divertirme con algo, no?Me acerque a un tío que se encontraba en una máquina de diseño y apuntándolo con mi arma en la sien le pregunté.
— ¿Podrías decirme como hace una red de pocholos? —puse más presión con mi arma en su cabeza— Es que no escuche bien como es.
— Chiqui pum —dice este, nervioso— Chiqui pum, chiqui pum —en los dos últimos hizo el mismo movimiento con su mano provocando que estallara a carcajadas.
— Cada vez que paramos perdemos medio millón, así que no vamos a parar —continuo Nairobi— Vamos a hacer las correcciones técnicas cada tres horas. Asique ya sabéis: alegría, fiesta e ilusión
Definitivamente adoro a esta chaval. No entiendo como ella no estaba al mando de este atraco.
Mientras tanto estaba enamorada viendo cómo se imprimían los billetes. Nuestros futuros billetes. Mis futuros billetes. ¿Cómo se sentirían ustedes si estuvieran imprimiendo dos mil cuatrocientos millones de euros? Tal vez más.
Todo dependía del tiempo que pudiéramos aguantar dentro.
Noté como Denver observaba de la misma forma que yo, hace un rato, a las plantillas de dinero.
O cuanto tiempo aguantara mi corazón sin cagar los planes.
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