doce
"We aren't Bonnie and Clyde"
75 Horas de Atraco
Rio se encontraba sellando la puerta del baño donde nos encontrábamos, fijando tablas de madera en ella, mientras que Denver terminaba de atar a Berlin en la silla.
Tokio acercó otra silla frente a Berlin para sentarse una vez que Denver había acabado con su trabajo. La idea era ejercer presión al mayor para que hablase sobre el plan Chernobil.
Aproveche los minutos desperdiciados de Tokio rompiendo las medicinas de Berlin para amarrarme los brazos del overol en las caderas, dejando la parte superior solo cubierta por una camiseta gris básica.
— No nos vamos a quedar quietos mientras que entran a la fabrica a matarnos, todo por una votación de mierda —impone Tokio, acercando su rostro a Berlin— Quédate si quieres, pero no decides sobre nosotros.
— ¿De verdad piensan torturarme rompiendo botecitos de cristal? —carcajea Berlin— ¡Tan maduros para unas cosas y tan críos para otras!
— ¿Que tal si apuramos un poco las cosas? — digo quitándole el revolver a Denver— Tanta charla me tiene harta.
De un movimiento exagerado desarme el arma, captando la atención de Berlin. Fui sacando una por una las balas, hasta dejar solamente una. Volví a meter el tambor, acomodándolo dentro del revolver, y con mi otra mano lo hice girar para que la ultima bala se perdiera de vista.
— Te cedo los honores, compañera —le extiendo con una sonrisa el arma a Tokio, quien la recibe de la misma forma.
Esta coloca el cañon del arma en el cuello de Berlin, justo debajo de su mandíbula. Yo hubiese optado por colocarla dentro de su boca, pero cada uno elige sus propios métodos de tortura.
— No tienes lo que hay que tener —susurra él— ¿Lo tienes?
Luego de aquella amenaza hacia la pelicorto, esta empezó una pequeña cuenta regresiva a la vez que le temblaba la mano que sostenía el arma.
Apreté levemente uno de sus hombros, tratando de darle el animo suficiente para que no se eche hacia atrás.
Tres.
Dos.
Uno.
Tokio aprieta el gatillo.
Lo que ocasiona que Berlin inconscientemente gire su rostro hacia el lado contrario, respirando agitadamente, no esperando a que Tokio realmente dispare.
Una sonrisa se dibujo en mi rostro al ver que por primera vez en estos cinco meses Berlin finalmente se quedo sin palabras.
El ambiente tenso fue interrumpido por unos golpeteos constantes en la puerta.
— ¿Que mierda haceis? —se escucha gritar a la morena.
— ¡Estamos jugando a la ruleta rusa, Nairobi! —grito, recibiendo un golpe en el brazo y una muy mala mirada por parte de Denver— ¡Si no piensas unirte vuelve más tarde!
— ¿Es idea de Tokio, no? ¡Joder! —se vuelve a escuchar— ¡Se les esta yendo la olla! ¿Que cojones hacen? ¡Van a joder el plan!
— Eso esta claro —susurra el mayor al mando.
La atacada se levanta con la mirada perdida y comienza a caminar por la habitación.
— ¿Yo estoy jodiendo el plan? —pregunta Tokio acercándose a la puerta, comenzando una discusión con Nairobi a través de esta.
— ¡Basta! —grito metiéndome en la conversación, justo cuando la pelicorto menciona el plan de la morena; sobre volver a ver a reencontrarse con su hijo— ¡Se están comportando como dos crías!
— ¿Cría yo? —se escucha desde el otro lado de la puerta mientras que Tokio solo me observa seria— ¡Pues lo dice la tía que se comporta como una adolescente hormonal! ¿Viniste aquí para robar o a follarte a cualquier presencia masculina?
— ¿Como dices? —digo pateando la puerta, saliendo de mis cabales— ¡Dímelo en la cara, falsa de mierda!
— ¡Asume las cosas como son, Nairobi! —se suma Tokio acercándose a la puerta junto a mi.
— Oigan —dice Rio luego de unos segundos, llamando nuestra atención— Igual se nos esta yendo todo esto un poco de las manos ¿No?
Tokio optó por ignorarlo al pasar por su lado y esta vez apuntar fijamente a Berlin, que lógicamente todavía seguía atado y sentado a la silla.
Denver se acercó a la puerta al escuchar como su padre le hablaba, haciéndolo entrar en razón.
— Es cierto —digo acercándome al ojiazul y cogiéndolo por las mejillas— Vete Denver, no es necesario que hagas esto.
— Ya se ha ido todo a la mierda, Mérida —me responde.
— Si pero tu tienes una oportunidad de librarte de todo esto —susurro, tratando de crear un poco mas de intimidad entre nosotros.
— No voy a dejarte liada con todo esto —responde de la misma forma.
— No somos Bonnie y Clyde, Denver —suspiro— Tu no estas tan jodido como yo, escúchame.
— No tengo idea de quien cojones sean esos dos —dice corriendo su rostro de mi tacto— Pero ya te he dicho que no te voy a dejar.
Frote mi rostro por la indignación que me provocaba esta actitud de Denver, y me hago responsable por ello. Él quiere quedarse aquí por mi. Quiere quedarse a sufrir las consecuencias de la locura que Tokio y yo comenzamos.
Como el ojiazul prácticamente me dejo con la palabra en la boca y me dio la espalda, avancé hasta situarme a un lado de Rio viendo la espalda de Tokio contraerse por fuertes respiraciones que seguramente estaba dando.
Se escuchó un fuerte estruendo, por lo que todos los presentes llevamos nuestra atención hacia el sonido. Moscú había derribado la puerta con una masa. Este ingresa a la habitación seguido de Nairobi, quien se coloca justo enfrente de Tokio. Esta se da media vuelta e inmediatamente apunta hacia el rostro de la morena, pero la misma baja el arma hasta su pecho.
Ganando el corazón de Tokio, bajo el arma y abandonó la habitación sin emitir ningún sonido.
— ¿Y tú que? —exclama la morena viéndome.
— ¿Y yo que? —se me escapa una pequeña risa irónica— Cuando tengas bien puestos los ovarios me repites en la cara lo de antes —digo señalándola con un dedo.
Sin esperar a que alguien acote algo a la situación, también me retiro de la habitación.
Debo admitir que mi rapidez por salir de ahí era principalmente por que se que Nairobi si tiene bien puestos los ovarios como para responderme algo mucho mas fuerte y volver a ocasionar una pelea, solo que no tengo la energía suficiente para ello. Se podría decir que literalmente huí de allí.
• • •
Bajaba las escaleras caracol mientras que me acomodaba el fusil en mi hombro izquierdo. Una vez llegue al piso de abajo una mano me tomó desde atrás por el cuello, ejerciendo una gran presión en él.
Subí ambas manos a la que aprisionaba mi cuello, mientras que jadeaba desesperadamente en busca de aire. Sentí como me forzaban a caminar hacia atrás a la vez que otra mano descolgaba el fusil de mi hombro. La mano que aprisionaba mi cuello se desplazo hasta mi hombro y ahora era todo un antebrazo el que ejercía fuerza sobre mi.
Me metieron a rastras a una de las habitaciones, pasando por un espejo dejándome ver a mi agresor: Helsinki. Carajo, me caía muy bien.
Ya me costaba mantener los ojos abiertos por la falta de oxigeno en mi cuerpo, pero antes de desmayarme se me permitió ver una ultima imagen. Berlin sentado en el estúpido escritorio. Pues claro, el cobarde había aprovechado la hora de descanso de mis compañeros para darme mi merecido. Y estoy bastante segura de que con Tokio habrá hecho lo mismo, o lo hará.
• • •
Me desperté con un jadeo ahogado, ya que mi boca estaba tapada. Parpadee un par de veces para aclarar mi vista mientras que apoyaba mi cabeza en la dura superficie.
—¡Al fin despiertas! —escucho esa molesta voz.
Una vez aclarada mi visión lo primero que veo es todo un fondo metálico a unos cuantos centímetros de mi, y a mi izquierda una rejilla de punta a punta. Trato de mover mi cuerpo pero algo ejercía presión hacia la superficie donde me encontraba acostada. Levanto apenas mi cabeza para observar como unas gruesas cintas negras me tenían literalmente pegada a una camilla de metal, dejándome también suponer que mi boca estaba cubierta por la misma cinta.
— No tengo tiempo para repetir la charla —veo como Berlin se agacha a mi derecha— Tal vez tu amiga Tokio pueda ponerte al día una vez estén afuera —dice dando unos golpecitos a la parte superior de la camilla.
Lo mire aturdida a la vez que se escuchaba un fuerte ruido como dos pesadas puertas separándose.
Esperen ¿Acaso dijo afuera?
— Es una lastima —susurra Berlin acariciándome el cabello y colocándose la careta de Salvador Dalí— Realmente eres una hermosura, me siento afortunado.
Una gran desesperación recorre mis venas una vez que logro atar todos los hilos, al tiempo que Berlin desaparece de mi vista. Comienzo a moverme bruscamente y a intentar gritar, mientras que siento como la camilla empieza a avanzar a gran velocidad.
Consigo despegar mi pierna izquierda pero mi cabeza comienza a golpearse una y otra vez gracias a un constante golpeteo, por lo que cierro los ojos de dolor.
La vista negra pasa a ser roja gracias a la luz solar del exterior, y mis oídos captan sonidos de las afueras.
Una vez que el objeto se queda quieto por completo, se empezaron a acercar unas personas armadas vestidas de negro. Dos de ellas se agacharon para sacarme las cintas de encima. Comencé a patalear nuevamente pero sentí como un láser me cegaba, láser proveniente de otro policía a mi izquierda, quien apuntaba fijamente a mi rostro.
Me paralice olvidándome como respirar, mierda. Esta vez si la he cagado, y hasta el fondo.
Bruscamente me cogieron del brazo derecho y me tiraron al suelo.
Me obligaron a pararme a la vez que me quitaban la cinta de la boca y observaba como repetían las acciones con Tokio, quien estaba atada en la parte superior de la camilla, mientras que sentía como me llevaban unos cuantos pasos mas hacia delante.
Miré a mi alrededor entrecerrando los ojos; cientos de policías, cientos de cámaras.
Y así fue como empezó todo lo que seria el final del atraco, de los días de encierro, de mi amor con Denver. De los sueños de todos. De mi libertad.
— ¡Al suelo! ¡Al suelo! —comenzaron a gritar los policías mientras arrojaban a Tokio cerca de mi y nos encerraban en un circulo, sin dejar de apuntarnos con sus armas.
— ¡Quítense las botas y el mono! —también gritaban.
Aturdida. No encontraba otra forma de describirme que no sea aturdida. Observe con pánico a Tokio, quien lentamente se colocaba de pie. Note como varios puntitos verdes cubrían su cuerpo, viniendo de las respectivas armas de los policías. Lo que obviamente me daba a entender que yo debía igual.
Lentamente comencé a quitarme las botas, seguido del overol. No vaya a ser que me peguen un tiro por no quitarme la ropa.
— ¡Levántense la camiseta!
Tokio accedió y dejó ver su abdomen. En cambio mi poca paciencia salio a la luz y bruscamente me quite la camiseta gris y la arroje con el resto de las prendas, quedándome sólo en interiores.
Ambas alzamos las manos a la vez que intercambiábamos una mirada.
Cuando varios de seguridad estaban a unos centímetros, Tokio empujó y pateó al de su izquierda y comenzó a correr hacia una dirección. En cambio yo me quede en mi lugar.
No podemos escapar. Hay policías armados por doquier, cualquier movimiento que hiciéramos les bastaría para rodearnos y reprimirnos.
Dicho y hecho, sentí como tomaban mis brazos y los esposaban a mi espalda a la vez que veía como alguien tecleaba a Tokio.
• • •
Matar a Berlin. Matar a Berlin. Matar a Berlin.
Esa era la única frase que sonaba en mi cabeza.
Me habían hecho varios análisis y estudios rápidos para luego cubrirme la cabeza con una manta y llevarme a otro sitio.
Me sentaron violentamente en una silla y me descubrieron el rostro, dejándome ver que me encontraba rodeada de gente desconocida y maquinas, a un lado de Tokio.
Esta comenzó a actuar soberbia, como de costumbre, con el Coronel Prieto. Dejé que la pelinegra lo entretuviera, siguiendo con el plan del profesor, mientras que yo me mantenía en silencio pero con la cabeza en alto.
— ¿Alguien me puede decir por que cojones tienen a estas mujeres así? —una mujer con el ceño bastante fruncido interrumpe la conversación, refiriéndose a las pocas ropas que Tokio y yo llevábamos puestas— Disculpen el trato.
La mujer cubre la parte baja de Tokio y a mi me rodea con la manta desde el cuello. Coloca una silla frente nuestro para poder sentarse lo más cerca posible.
— Vamos a ser practicas —demanda— Yo pregunto y ustedes responden. ¿Quien es el profesor?
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