diez

"Someone had to get their hands dirty"


66 Horas de Atraco.


Enojo. Cada fibra de mi cuerpo sentía una gran cantidad de enojo que se me era imposible de explicar. Me encontraba sentada en el sofá, mirando mis botas. Estaba tan furiosa que a la mínima oportunidad explotaría contra alguien.

— ¿Por qué no avisaste? —se escuchan los gritos de Denver al teléfono— ¿Dónde cojones estabas? ¿Dónde cojones estabas? —grita una vez más para luego colgar bruscamente el teléfono.

— ¡Hombre herido! —es el grito que llama mi atención.

Rápidamente me puse de pie para darle lugar a Helsinki para reposar a Oslo en el sofá, quien tenía aun horrible golpe en la cabeza por culpa de los rehenes, quienes lo habían golpeado antes de escapar. Todos nos posicionamos a su alrededor para poder inspeccionarlo.

— Denver, tu sabias de fuga —dice Helsinki sosteniendo a su primo— ¿Qué rehén hizo la fuga?

— Arturo —le contesta con los ojos rojos, aguantándose las lagrimas— Pero no llegue a tiempo.

Me acerque para analizar la herida de Oslo. Una venda cubría su cabeza, pero la sangre no paraba de brotar. Abrí sus parpados y pase una mano de un lado a otro, buscando alguna respuesta que nunca llego. Tome su pulso por el cuello, el cual era demasiado alentado. Gire mi rostro para observar a los demás, lentamente negué con la cabeza mientras me alejaba de Oslo.

— Esta muy malherido Helsinki —le explico mirándolo fijamente.

— No —me niega— Solo necesita descansar y medicina —dice cogiendo una jeringa para comenzar a llenarla de distintos líquidos—Yo ahora le doy antiinflamatorios y a dormir. Y mañana Oslo mejor.

Entre todos intercambiábamos miradas preocupadas, sabiendo que Oslo no iba a mejorar. La mirada de Oslo nunca fue chispeante pero ahora era la mirada de todos nosotros, triste y ausente. La esperanza a estas alturas era como las fichas del dominó, cuando una cae acaban cayendo todas.

Me retire de la habitación para poner al tanto a Tokio y Rio, quienes estaban en el salón principal de la fábrica cuidando a todos los rehenes.

Luego de unos minutos me encontraba en las escaleras principales junto a Tokio, solo que esta se encontraba dándoles la espalda a los rehenes. Estos último se encontraban sentados en el suelo de forma ordenada en el salón, dejando un pasillo entre ellos por el cual Rio caminaba para recoger la basura de la comida.

— No me voy a callar —la voz de Mercedes llama mi atención, esta se había puesto de pie.

— Siéntese —Rio se paro frente a ella, mientras yo bajaba dos escalones.

— Falta uno de mis alumnos, Pablo Ruiz —le hace frente— Quiero saber dónde está.

— ¡Que te sientes! —esta vez le grita, ocasionando que Mercedes obedezca— Tu alumno se ha fugado con un grupo de rehenes. No tenéis que preocuparos por nadie, están todos bien.

Al terminar de hablar Rio siguió con su camino, pero parece que Mercedes no término de jodernos la tarde. La profesora volvió a levantarse del suelo y a aplaudir lentamente.

— ¿Qué hace la loca esta? —oigo a Tokio detrás de mí.

— Señora, siéntese —le dice Rio, pero Mercedes hace caso omiso poniéndose a aplaudir aun mas rápido y fuerte— ¡Que te sientes!

Poco a poco los rehenes fueron poniéndose de pie y comenzando a aplaudir, apoyando a Mercedes. Rápidamente Rio comenzó a caminar entre ellos, gritándoles que se sentaran. Ya entrando en desesperación, Rio apuntó con su fusil a la profesora pero esta pareció no inmutarse. Casi al mismo tiempo, Tokio disparo dos veces al aire. Los rehenes se detuvieron, pero al darse cuenta de que igualmente no iban a ser lastimados decidieron continuar con sus aplausos.

Escogieron un mal día para revelarse. Tal vez Tokio no les toque un pelo, pero yo hoy estoy muy cabreada.

Arroje mi fusil al suelo y me encamine hacia la susodicha rebelde, empuje a Rio de mi camino y con un rápido movimiento mi puño se estrello en la cara de Mercedes. Ocasionando finalmente, el silencio de todos los rehenes.

— Te han dicho que pares —observo cómo se masajea su pómulo izquierdo— ¿Qué? ¿Ahora no tienes nada que decir?

— Mérida, no podemos tocar a nadie —dice Rio cogiéndome por el brazo.

— ¡Somos los malditos atracadores, joder! ¡No nos tienen respeto! —grito y agito mi brazo velozmente para zafarme de su agarre— ¡Les han dicho que se sienten!

Observo a todos los rehenes, nadie se movía, solo se mantenían en silencio. Llevo mi vista a Mercedes, quien me observaba atentamente. Su labio inferior no paraba de temblar y su mano no se había despegado de su pómulo lastimado.

— ¿Te gusta aplaudir, eh? —digo acercándome, cogiéndola por la muñeca de la mano que sujetaba su rostro— Voy a darte motivos por los cuales aplaudir.

Rápidamente la arrastro unos metros hacia la puerta que dirigía a una de las habitaciones auxiliares. Me detengo frente a esta abriéndola y coloco la mano de Mercedes sobre el marco de la puerta.

— Siéntense —vuelvo a repetir, esta vez observando a los rehenes— O le romperé la mano.

— Por favor, siéntense —dice Rio, tratando de calmar la situación.

Al no obtener la respuesta que quería, vuelvo a girarme hacia Mercedes. Sin darle tiempo a reaccionar, cojo velozmente el picaporte de la puerta para cerrarla con un golpe seco.

El salón se llena con los gritos y el llanto de dolor de la profesora, como también quejas y gritos de Rio y Tokio hacia mí.

Ignorando todo ese alboroto, vuelvo a arrastrar a Mercedes hasta el resto de los rehenes, arrojándola al suelo. Observo cómo se tomaba la mano con dolor y como lagrimas no dejaban de descender de su rostro. No obstante, los rehenes aun seguían todos de pie. Desenfundo mi arma y le apunto a la cabeza, causando que el ambiente se vuelva más tenso.

— Si no se sientan en menos de diez segundos, le vuelo la cabeza —digo mientras le saco la seguridad al arma.

Ahora sí, los rehenes comenzaban a sentarse, aun en silencio. Guardo mi arma mientras observo a mis compañeros que me observaban sorprendidos, para segundos después, retirarme de la habitación como si nada hubiese pasado.

• • •

— ¿Qué cojones está pasando aquí? —digo luego de abrir la puerta de la habitación principal y observar como Tokio, Rio y Nairobi apuntaban a Berlin, y este a la vez a ellos. Helsinki se encontraba sentado en el sofá junto a Oslo y Denver apoyado en la gran mesada.

— Mérida, prepárate —dice Nairobi aun con el arma en alto— Abrimos las puertas y dejamos salir a Oslo.

— De aquí no va a salir nadie —contraataca Berlín.

— Oslo no sale —interrumpe Helsinki bajando sus armas— Yo hablar con Oslo antes de entrar. No importa la herida, antes muerte que cárcel.

Cuando las cosas se relajaron, todos bajaron sus armas y comenzaron a prepararse para sus próximas rondas. Hice sonar mis huesos mientras me acercaba a la mesada, donde se encontraba Denver, para hacer un intercambio de armas ya que el bolso se encontraba detrás de él.

— No creas que no vamos a hablas al respecto de lo que ocasionaste allá abajo —me dice Tokio.

— ¿Qué ha pasado? —inquiere Nairobi. Yo solo ruedo los ojos y me doy la vuelta, ignorando la presencia de Denver a mi lado.

— Los rehenes no seguían nuestras órdenes y Mérida hirió a Mercedes —explica Rio, siento la intensa mirada de Denver sobre mi pero aun así no comenta nada al respecto.

— Exactamente ¿Qué hizo? —pregunta esta vez Berlin .

— Aplastó la puta mano de Mercedes con una puerta y estuvo al borde de volarle la cabeza —explica Tokio.

— ¿Qué hiciste que, joder? —Nairobi se acerca velozmente.

— Ya no nos tienen miedo, ni mucho menos respeto —explico enderezándome— Hice lo que era necesario, alguien tenía que ensuciarse un poco las manos. Además, con unas vendas va a estar bien.

Volvió a ocasionarse el silencio, con todas las miradas sobre mí. Como si no hubiese hecho nada grave volví a apoyarme sobre la mesada, recogiendo mi cabello y bajando un poco más el cierre de mi overol. El calor era insoportable.

— Oye —siento la mano de Denver sobre mi pecho, la quito pero me doy cuenta de que estaba subiendo el cierre de mi overol.

Se me fue inevitable no enrojecerme al recordar que seguía sin sostén y al darme cuenta de que al bajar el cierre deje un poco a la vista mis senos descubiertos. Sentía la mirada de confusión de todos, especialmente la de Denver, pero mi ira volvió al escuchar la fuerte carcajada que dejo escapar Berlín.

— Te repito lo que te dije en la mañana, me encanta que seas agresiva —Berlín se me acerco, sacando de su bolsillo el famoso sostén que hacía falta en mi cuerpo— Por cierto, Mérida, creo que no lo necesito ya que los mejores recuerdos son los que guardo en mi mente.

La sorpresa de todos fue casi automática, uniendo todas las piezas de lo dicho por Berlín y mirándome como si no lo pudieran creer. En especial, Denver.

— ¿Qué cojones significa esto? —dice Denver arrancándole el sostén de las manos y mirándome, sus ojos a punto de salir de su rostro.

— No me digan que esto significa lo que creo que significa —Nairobi se lleva las manos a la cabeza— Joder

— ¿No era que no se podía follar entre compañeros? ¿Eh? —Tokio empuja levemente a Berlín.

— Mérida —Denver se coloca frente a mí y me coge de las mejillas— Por favor, dime que es un puto chiste.

— Quítate —digo quitando bruscamente sus manos de mi rostro. Doy media vuelta para coger otra arma cargada, y al reincorporarme nuevamente también le quito el sostén a Denver de sus manos— ¿Y si follamos cual es el puto problema, eh? —alterada miro a todos en los de la habitación.

— Creí que ustedes estaban juntos —dice Rio intercalando su mirada hacia nosotros, primero en Denver y después en mi.

— Creíste mal —le digo y me acerco a Berlín, quien se encontraba con una gran sonrisa en su puto rostro, obviamente disfrutando de esta situación— Los regalos no se devuelven —golpee su pecho fuertemente dejando el sostén de la discordia.

Intercambie una mirada con todos por última vez. Termine de subir el cierre de mi overol y me encamine hacia la puerta, para poder salir de aquí.

No habré caminado ni cinco metros cuando empiezo a escuchar pasos y mi sobrenombre, me estaban llamando. Giro levemente mi rostro para encontrarme con los ojos claros de Denver siguiéndome, mas cabreado que nunca. 

  —  ¿No vas a explicarme que carajos acaba de pasar? 

  — ¿Desde cuando mereces explicaciones?  —pregunto sin dejar de caminar.

  — Desde que comenzamos a ser una puta pareja.

Decidí ignorarlo y seguir con mi camino. ¿El podía follarse a Mónica y seguir con su vida, pero yo estaba con otro hombre y el merecía explicaciones? Que equivocado que estaba...




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