cinco

"Sorry if I offended you. My intention was to humiliate you."



32 Horas de Atraco


Me senté de repente en el sofá mientras que los gritos aumentaban. Genial, apenas me levanto y ya me pusieron de malhumor. Digamos que soy una persona que por el mínimo ruido ocasionado ya se despierta, y hace ya unos minutos estoy tratando de ignorar aquel griterío que proviene de abajo para poder conciliar de nuevo el sueño. Pero dicen que todo lo bueno tiene que acabar. Quite violentamente la manta de mí y apoye mis pies sobre el suelo para poder colocarme las botas negras. Mientras me paraba recogía mi cabello en una coleta. De pronto se comenzaron a escuchar los gritos de mis compañeros ¿Pero qué cojones pasa allí? Me coloque los brazos del overol y sin darme tiempo subir el cierre del mismo, cogí el fusil colocándolo en mi hombro izquierdo y coloque la pistola en la funda de mi pierna para poder salir de la habitación. A medida que bajaba los escalones de la escalera caracol iban escuchándose más fuerte los gritos.

Me asuste al ver a todos mis compañeros corriendo pasándose alcohol y toallas alrededor de una persona acostada en una mesa, pensando que el herido era uno de nosotros. Pero me tranquilice, y voy a admitir que me alegre un poco, cuando identifique uno de los gritos del herido y reconocí la voz de Arturito.

Comencé a caminar lentamente hacia su dirección, terminando de estirarme y de bostezar un poco. Al llegar me posiciono al lado de Tokio, quien trataba de desinfectar la herida del hombro derecho de Arturito. Una herida de bala que sinceramente me da envidia no haber sido yo la causante de ella.

— Necesito hablar con mi mujer —le dice Arturo a Denver mientras lo agarra de las solapas del overol— Necesito hablar con mi mujer, por favor.

Dicen que cuando estamos a la puerta de la muerte por fin somos capaces de ver nuestra vida clara. Y Arturo Román, desangrándose en una mesa, esperaba precisamente eso: la clarividencia de la muerte. Averiguar de una vez por todas quien había sido el amor de su vida, supongo yo. ¿Laura, la mujer con la que había compartido catorce años de matrimonio o Mónica, su secretaria y amante con la que había vuelto a sentir la juventud?

Suspire resignada sin poder creer que ahora debamos ayudar a este tío. Cogí unas tijeras y comencé a cortarle la camiseta gris para que podamos tener una mejor vista de la herida. Eso sí, si no le sacábamos la bala Arturito iba a palmar antes de resolver el enigma. Comencé a tratar de frenar la sangre colocando toallas que Tokio iba pasándome, hacia presión junto a Denver pero absorbían tan rápido que debía sacarlas y colocarle nuevas. Francamente, nuestros cursos de primeros auxilios no le garantizaban la vida a nadie.

Logramos estabilizarlo, curándole la herida lo más que pudimos y dándole un tranquilizante. Ahora solo debíamos esperar a que vengan los médicos para que lo operen y problema resuelto.

Miré a Denver quien estaba hablando alejado con Moscú, luego de unos minutos este se fue por las escaleras principales y Denver me hizo una señal, dandome a enteder que queria que lo siguiera. Esperé a que nadie me viera y camine tranquilamente hasta la habitación, habitación que daba al pasillo para llegar a la cámara dos.

— ¿Qué sucede? —pregunto apenas entro.

— Le he dicho a papa lo de Mónica —me dice— Fue a buscar unas cosas para llevarle, tenemos que esperarlo.

— ¿Tenemos?

— Supuse que ibas a ayudarme.

— Si no me queda de otra —me siento en un sillón.

— ¿Si hubiese sido yo a quien le pedirías ayuda, a ver? —dice sentándose frente a mí, prestando mucha atención a lo que vaya a decir.

— Como fue contigo es obvio que te pediría ayuda a ti —le digo apoyando mis codos en mis rodillas, acercándome levemente hacia el— Pero si lo hubiera hecho sola, le pediría ayuda a Tokio o Nairobi.

— ¿Tokio o Nairobi? ¿Y ustedes tres desde cuando sois amigas? —pregunta jugando con su chapa del collar que cuelga de mi cuello.

— ¿Recuerda aquella vez que el profesor nos obligó a jugar a ser médicos? —le recuerdo y el asiente— Pues digamos que ahí descubrí que Nairobi y Tokio eran más interesantes de lo que parecían.


Cuatro Meses Atrás. 122 Días para el Atraco.


Rio se encontraba tumbado en el escritorio del profesor, mientras que este resaltaba todas las venas principales con un rotulador azul en su cuerpo. Todos nosotros estábamos parados alrededor de dicha mesa, observando con detención cada movimiento que hacia el profesor, y por supuesto sin entender nada o al menos yo. El profesor cogió el rotulador rojo para comenzar a marcar sobre Rio las arterias principales pero Denver lo detuvo.

Eh para, para, para. Vamos a ver —dice robándose la atención de todos— ¿Quieres que aprendamos medicina así, con dos rotuladores?

Si alguno recibe un disparo, no podrá ir al hospital —le contesta el profesor.

Sera un puñetero suicidio —Denver vuelve a quejarse.

Calla ya, coño —interviene Moscú.

Es que una cosa es que nos encerremos en esa ratonera —le dice Denver a su padre— Otra, que nos matemos.

Denver —también se mete Berlín— Te estamos pidiendo que aprendas a sacar una bala. No empieces con la épica del extrarradio.

De día atracador, de noche cirujano —me burlo mirándolo mientras que este me fulmina con la mirada.

No es tan difícil, sabes —interrumpe Nairobi— Coges la pinza y sacas la bala sin joder nada más.

Sin joder nada más que un tiro —le dice Denver.

Adoras llevarle la contra a todo —le digo— ¿No?

Si a mí me dan un tiro, me lleváis al hospital —me contesta.

La respuesta es "no" —dice firme el profesor terminando de marcar el cuerpo de Rio.

Yo prefiero estar coja y libre —comenta Tokio— Que con una salud de hierro y en una celda.

Vas a tener suficiente dinero como para hacerte tratar en un hospital en otro país —digo mirando a Denver.

Nadie saldrá —vuelve a interrumpirnos el profesor— Todos son una pista y un hilo del que tirar. Si alguien quiere renunciar, este es el momento —nadie le responde— Se queda aquí durante el atraco y luego se va.

¿Durará mucha más la charla? —dice Rio, aún acostado.

Vístete, anda —le dice el profesor — Que se ponga otro, por favor.

¿No? —dice Nairobi notando que nadie se ofrecía— Bueno, ya estamos ¿Tampoco pasa nada, no?

Se recuesta en el escritorio mientras que todos en broma silbamos y la alabábamos un poco mientras que se sacaba la camiseta.

Tú las venas —le dice el profesor a Tokio mientras le extiende el rotulador azul— Y tú las arterias —dice entregándome el rotulador rojo— Vamos a ver que aprendieron.

Tokio se quedó del lado derecho mientras que yo di la vuelta por el escritorio para llegar al lado izquierdo de Nairobi. Íbamos dibujando su cuerpo a la par mientras que nombrábamos en voz alta los nombres de dichas venas y arterias. Yo ya me encontraba por la zona del ombligo cuando pude notar una cicatriz que se escondía por debajo de sus pantalones. Aunque nadie sabía nada de nadie, lo que nunca sospeche era que Nairobi tuviera un hijo o una hija. Y eso era lo que parecía indicar la cicatriz de su cesaría. Intercambie miradas con Tokio, quien tambien había notado la cicatriz, sin saber si seguir avanzando o no. Esta asintió para luego levantarle apenas el pantalón, sin esperar la reacción de Nairobi.

¿Qué haces? —le dice está golpeando su mano para que la quite — A ver, ¿Qué haces? —se levanta del escritorio y enfrenta a Tokio— ¿A dónde vas?

Tranquila —digo acercándome, dando vuelta el escritorio y posicionándome al lado de Tokio.

No, no. Vas a comerte el rotulador por husmear —le dice alterada Nairobi a Tokio— Y tú también por dar ideas

¿Qué pasa? —interviene Berlín.

Pasa que son un poco tortilleras —dice Nairobi sin quitar la mirada de nosotras — Que no sé qué coño están mirando.

A mí me tratas bien —digo queriéndome acercar para enfrentarla mejor pero Oslo me detiene.

Tortillera serás tú —le dice Tokio.

— Así fue como se desató la primer y única pelea entre nosotras —término de contarle— Nos llegamos a irnos a las manos ya que vosotros estaban cogiéndonos para no matarnos —me acerco un poco más y le doy un beso casto en los labios, provocando que sonriera.

— Pero eso no impidió que se formara un ambiente lleno de gritos e insultos —me recuerda.

— Pues ahí empezó nuestra amistad —le digo.

— Primero —se acerca para poder subir el cierre de mi overol que aún estaba bajo— Segundo, creo que te falto contar una parte de la historia.

— ¿Cómo dices? —pregunto ignorando la acción que acaba de realizar.

— ¿Me dices que luego de esa pelea y sus puñeteros gritos diciéndose barbaridades se abrazaron las tres y quedaron como si nada? —coge mis manos— Creo que te falta algo importante.

— Vale, vale —suspiro y esta vez es él quien se acerca a besarme para luego esperar a que continúe narrando la historia.


Cuatro Meses Atrás. 121 Días para el Atraco.


Levántate —me dice Tokio parada justo en el borde de mi cama.

¿Qué pasa? —me reincorporo.

Tengo tequila, encontré algunos sobrecitos de sal y robe algunos limones —dice mientras miraba el interior de la bolsa que cargaba en su hombro— Coge tus vasos y sígueme.

No me dio tiempo siquiera a responder que ya se encontraba fuera de mi habitación. Me levante de la cama y camine hasta el mueble para coger los pequeños vasos agarrando todos los que tenía, o sea tres. Me apresure a cerrar la puerta de mi habitación para alcanzar e igualar el paso de Tokio, quien se encontraba caminando con dirección al final del pasillo.

Espera un momento —la detengo sujetándola por la camiseta— ¿Puedes explicarme que cojones es lo que quieres hacer?

 — No podemos dejar las cosas así con Nairobi —me contesta susurrando.

¿Por qué no? —no es que me gustase estar peleada con todo el mundo, simplemente era el hecho de que no sentía la necesidad de disculparme con alguien con quien no me llevo. Además de que yo no he hecho nada malo.

No te hará mal tener una amiga, o dos —sonríe incluyéndose en el plan.

Lo pensaré —digo guardando los vasitos en su bolso— Que conste que me convenció el tequila.

Caminamos en silencio hasta el final del pasillo, llegando a la última puerta perteneciente a la habitación de la morena. Tokio toco la puerta, la cual se abrió mostrando a una Nairobi que no se alegraba mucho de vernos.

¿Qué coño quieren? —nos dice.

Antes cuando vi eso y me ha llamado la atención —suspira Tokio— Nos ha llamado la atención —dice mirándome— No sabíamos lo que era, perdón.

Perdón por husmear en algo privado —digo yo esta vez.

Vale, estáis perdonadas —nos dice para luego finalmente cerrar la puerta.

Miro indignada a Tokio. ¿Vinimos a disculparnos y nos cierra la puerta en la cara? Ni siquiera yo soy tan maleducada. Empujo suavemente la puerta, provocando que esta se abriera, y entro sin avisar a la habitación con Tokio detrás de mí.

¿Qué hacéis? —nos dice Nairobi desde su cama— No quiero pelear.

Ninguna le contesta. En cambio, Tokio cierra lentamente la puerta para luego acercarse conmigo a su cama y sentarnos en ella.

¿Cuántos años tiene tu hijo? —pregunta Tokio dejando el bolso en el suelo.

O hija —digo causando más presión para que contestara.

Siete —nos dice de una vez Nairobi— Tiene siete.

¿Dónde está? —prosigue Tokio— ¿Con su padre?

Su padre no ha estado nunca —contesta Nairobi acomodándose en la cama— No se sabe nada de su padre.

¿Y cómo se llama? —vuelve a interrogar Tokio

Axel

¿Por qué has elegido ese nombre? —pregunto esta vez yo.

Axel significa "hacha". Y él es un hacha—responde— Como su madre —le sonrió por lo que acababa de decir— Ese niño es un sobreviviente, ha sobrevivido a todo. Con tres años me lo tuve que llevar de casa de mi madre porque su marido le daba anís cuando yo no estaba porque le molestara que llorara. Así que me lo lleve.

¿Y se quedaron los dos solos? —pregunto prestando sumamente atención a su historia.

Si, sin necesitar familia de nada. Él y yo. Y estábamos de puta madre —Nairobi baja la mirada para jugar con la manta— Pero la cague. Un día tuve que ir por unas pastillas para vender. Y... —pude notar como los ojos comenzaban a llenársele de lágrimas— Y le dejé solo. Iban a ser cinco minutos ¿eh? Y me la lio con el puto spiderman de los cojones. Porque el quería ser un superhéroe. Y se salió a la terraza por la ventana —la miré preocupada— Entonces ahí cogió una silla y se subió, y empezó "¡Mami! ¡Mami!". Pues claro, a los cinco minutos yo tenía a una patrulla de policía, a los bomberos. A todos. A mí me pillaron con las pastillas, con antecedentes, sin curro. Entonces mi niño comenzó a pasar de familia en familia de acogida, de mano en mano. Y a mí nada. No me dejaron ni una visita, ni una llamada. Luego salí de la cárcel, y nada. No me lo dieron.

¿Lo has vuelto a ver? —le pregunta Tokio.

No me dejan —responde— Eso sí, se dónde está. Está en Canarias, está bien.

¿Vas a ir a por él? —pregunté, pero salió más como una afirmación.

Voy a llevármelo al otro lado del mundo —nos dice— Y punto final.

De todos los planes que tiene la gente aquí —comienza Tokio— El tuyo es el mejor.

Te voy a decir una cosa —le digo y me agacho para coger la botella de tequila que se encontraba en el bolso de Tokio en el suelo— ¿Te gusta el tequila?



— Esa misma noche fuimos con Tokio a la habitación de Nairobi —comienzo a contarle a Denver— Arreglamos nuestros asuntos pero digamos que el tema principal se desvió y terminamos bebiendo tequila y bailando hasta casi las cuatro de la mañana —le digo riendo— Creo que hubiésemos seguido si no fuera porque el profesor nos interrumpió y nos mandó a dormir. ¿Satisfecho? —le digo una vez finalizada la historia.

— Esperaba que fueras más específica.

— Nos pusimos tacones y cambiábamos todo el tiempo de ropas mientras bailábamos —le digo. Esquivando la conversación con Nairobi. Obviamente no iba a contarle, el chaval se abrió y confió plenamente en nosotras. No tengo por qué ir contándoselo a todo el mundo— Sabes más que suficiente.

— Vale —me dice resignado, entendiendo que de mi boca no iba a salir más información— Pero que esto no cuente como el detalle del día.

Sonrio y sin soltarnos de las manos, lo acerco a mí para poder volver a besarnos. Me hubiese gustado que el beso durara más pero nos fue inevitable separarnos al oír el sonido de la puerta siendo abierta y las pisadas de alguien entrando a la habitación. Ambos nos colocamos rápidamente de pie, asustados, para encontrarnos con un Moscú sorprendido sujetando una bolsa de dormir y otro bolso cerrado en su hombro derecho.

— Les diría que os dejaría solos si no fuera por el hecho de que hay alguien desangrándose en la bóveda —nos dice.

Denver se apresura a guiar a Moscú por el pasillo ignorando el hecho de que nos encontró, literalmente, intercambiando saliva. Cerré mis ojos y suspire, otra cosa que me jode Mónica. Creí que mi malhumor se había calmado pero esto solo sirvió para que aumente. Me digne a tomar mi arma y corrí por el pasillo para poder alcanzarlos y posicionarme detrás de ellos mientras que Denver abría la pesada puerta. Me encontraba fuera de la bóveda, reposado mi espalda contra una de las paredes, cuando escuche el grito de Moscú para luego salir rápidamente con Denver.

— ¿Qué ha pasado? —lo detengo.

— ¡Se ha escapado la hija de puta!

Inmediatamente comenzamos a seguir a Moscú, quien había encontrado un rastro de sangre que salía de la bóveda. Seguimos las manchas hasta llegar a uno de los baños públicos. Ambos se apresuraron a entrar y yo me asegure de que nadie nos haya visto. Al ingresar al dichoso baño, Moscú se encontraba frente al último cubículo. Me acerque velozmente al no ver señales de Denver pero me detuve al verlo en el suelo al lado de Mónica, quien no paraba de tener arcadas.

— No me encontraba bien —dice esta— Creo que son los medicamentos.

— Los medicamentos ¿eh? —digo furiosa— Yo te voy a dar una buena razón para sentirte mal.

Tuve la intención de acercarme para arrancarle un par de rizos, pero mi acción fue detenida por un rápido Moscú quien me cogió de la cintura y me alejó de Mónica.

— Venga, ya —coloca su mano izquierda en la nuca de la rubia para hacer presión con su mano derecha en su frente— Madre mía, esta hirviendo como una cafetera.

— Creo que yo estoy más caliente —susurro entre dientes, apoyándome en uno de los lavados. Si antes estaba enojada, ahora lo estoy más, y ni siquiera puedo explicar el por qué.

— Vale —habla de una vez Denver— Hay que sacarla de aquí echando hostias.

— ¿Me podéis dejar sola un momentito? —habla Mónica comenzando a volver a tener arcadas.

Ambos retroceden para dejarla sola en el cubículo, saliendo de este y cerrando la puerta. Inmediatamente Moscú deja reposar sus brazos en el lavado junto a mí y carga levente su cuerpo sobre este.

— ¿Cómo la ven? —nos pregunta Denver acercándose.

— ¿Qué cómo la vemos? —pregunto cruzándome de brazos— Solo escúchala —digo señalando los ruidos de arcadas y vómitos provenientes del cubículo donde se encontraba Mónica.

— No la veo muy católica —habla Moscú tranquilo, como siempre— La veo mal. Si no le sacamos esa bala, se nos va a tomar por culo.

— Papa, tranquilo ¿eh? —lo consuela Denver— Se va a poner bien.

— No estaríamos en esta situación si la hubieses matado en primer lugar —le digo haciéndole frente.

— No necesita morir nadie —me dice Moscú— ¿Por qué le disparaste, coño?

— Por qué si Berlín no la mataba, Mérida iba a hacerlo —mientras decía esa frase, Denver no quito su mirada de mi— No podía hacer otra cosa.

— Hijo de puta —Moscú comienza a caminar por la habitación— Si quiere matar a alguien que apriete él el gatillo, no tú.

— Por eso me ofrecí yo a hacerlo —le digo.

— Hemos venido aquí a robar —se para frente a mí— No a matar a alguien, ni a salvar vidas.

Al escuchar el sonido de la cisterna activarse, Denver va hacia la puerta del cubículo para coger a Mónica en sus brazos mientras que ella no paraba de gemir de dolor.

— ¿Ya se encuentra bien o la princesa necesita también que le lavemos los dientes? —pregunto fingiendo preocupación cogiendo el arma y colgándomela en mi hombro izquierdo.

— Sé que estoy siendo una carga en este momento —me dice desde los brazos de Denver— Pero no tienes por qué tratar de ofenderme mientras que yo tampoco quería esta situación.

— Discúlpame si te ofendí —le digo con una sonrisa en el rostro, acercándome y enredando uno de sus rizos en mi dedo índice— Mi intención era humillarte.

Me aparte y antes de que alguien se quejara respecto a mi comentario ya me encontraba caminando hacia la habitación que conducía al pasillo de la bóveda. Apresure mi paso para poder llegar antes y no tener que escuchar sus compasiones hacia la chica ni los gemidos de dolor de esta. Al llegar a la bóveda, me encargo de abrir la pesada puerta e ingresar a la habitación.

— ¿A quién le han disparado? —pregunta la rubia, aun en los brazos de Denver.

— Al jefe de la fábrica —le responde Moscú luego de un silencio.

— ¿Arturo? ¿La policía lo ha matado?

— No. No lo ha matado —le dice Denver demasiado cerca de su rostro.

No pude soportar la cercanía en la que se encontraban sus rostros, así que por impulso me acerque a Denver con la excusa de ayudar a tumbar a Mónica en el suelo. Moscú arrimó la puerta de la bóveda  para que nadie sepa que nos encontramos aquí, que astuto.

— Va a entrar un cirujano. Le operaran y se salvara —Denver la tranquiliza y coloca su mano en su muslo sano— ¿Vale?

— Tienes que decirle que estoy viva, a Arturo —inquiere Mónica desde el suelo— Tienes que decírselo

— Aquí nadie le dirá nada a nadie —responde Moscú a la vez que Denver se pone de pie para coger el bolso que había traído su padre— Porque tú te pondrás bien y el también ¿Vale?

— Es que va a creer que es todo por su culpa. Que cogí el teléfono porque lo pidió —vuelve a decir entre sollozos— Y que ahora estoy muerta por su culpa.

— Creo que tiene cosas más importantes por las cuales preocuparse ahora —digo sacando las vendas del bolso.

— ¿Por qué cada vez que hablas eres tan insensible? ¿O por qué me tratas como si fuese toda mi culpa? —me dice la de rizos— Cuando esto acabe voy a testificar específicamente en tu contra para que tengas algunos roces con las autoridades, te metiste aquí por tu cuenta.

— No es la primera vez que tengo roces con las autoridades —le sonrió arrojando las vendas a su costado— Tenemos con una especie de relación.

— Se nota que sabes mucho de relaciones —me observa con ironía y le da una rápida mirada a Denver.

Y esa fue la gota que derramó el vaso. Cogí rápidamente mi pistola, que se encontraba en su funda en mi pierna derecha, y la coloque justo debajo de su mandíbula y haciendo un poco de presión con mi mano izquierda en su nuca.

— Voy a refrescarte la memoria, solo para que recuerdes como es que llegamos a esta situación

— Mérida, venga —escucho la voz de Denver que, por el ruido que causó, me di cuenta de que se incorporó y rápidamente se colocó detrás de mí. Pero hice oídos sordos.

— La has cagado y te han mandado a ejecutar —le digo mirándola directo a los ojos, viendo el miedo que estos transmitían— El gilipollas de buen corazón que tengo atrás no lo hizo por compasión. Pero si no recuerdas, yo si jale el gatillo. Sólo que este mismo gilipollas me corrió causando que la bala no impacte en tu cerebro —comencé a presionar más fuerte la pistola en su cuello.

— Baja el arma —escucho la voz de Moscú— Joder

— No estoy hablando con ustedes —giro levemente mi cabeza para ver como padre e hijo me observaban con desesperación y moví bruscamente mi hombro derecho para alejar la mano de Denver, quien la había apoyado momentos atrás.

— No tengo miedo —vacila vulnerablemente Mónica, causando que mi vista vuelva hacia ella.

— ¿No me tienes miedo a mí o no tienes miedo de morir? —pregunto alejando la pistola de su cuello y comenzando a bajarla por su pecho— Porque no tiene sentido tenerle miedo a la muerte, si al fin y al cabo para eso nacimos —digo con una sonrisa haciendo énfasis en la última palabra y colocando la pistola justo en su vientre.

— ¿Estas embarazada? —pregunta Moscú entrando en pánico, una vez que relaciono las piezas.

— No serias capaz de hacer sufrir a una persona así —susurra Mónica.

— ¿Eres realmente tonta o es simplemente por ser rubia? —pregunto levantando una ceja— Voy a hacerte un breve resumen. Vuelves a hablarme así, y te volare la cabeza a ti y a quien se me interponga. ¿Entiendes?

Ella asiente sin emitir ningún comentario y, sin quitarle la mirada de encima, guardo la pistola en su respectiva funda y me coloco a un costado de Denver. Moscú comienza a cortar la cinta que tapaba la herida de su muslo para poder empezar a tratar de curarla.

— Dame un bolígrafo, por favor —le dice la rizada a Denver. Esta comienza a escribir en un papel vaya uno a saber por qué y para qué.

— Esa bala hay que sacarla, pero ya —nos susurra Moscú, tratando de que Mónica no escuchase.

— Hazlo tu papa —habla Denver en el mismo tono— Tienes más sangre fría que yo pero eres el que más tacto tiene.

— ¿Algún problema? —inquiero metiéndome a la conversación, ya que Denver me había echado una rápida miradita mientras decía su argumento.

— ¿Dónde está el kit de operaciones que nos dio el profesor? —vuelve a hablar el padre— Ahí había un bisturí.

— Lo tiene Berlín, joder —Denver se tira hacia atrás, sin saber que otras opciones tomar— No creo que sea buena idea pedírselo ¿no?

— Los cirujanos —dice pensando Moscú— Ve a robarles el instrumental. Corre.

— ¡Espera! ¡Espera! —la rubia logra captar la atención del ojiazul, quien se había puesto de pie para buscar lo que su padre le había pedido— Dale la nota a Arturo, por favor.

Este apenas baja su altura para coger la nota que Mónica le estaba entregando. No sé si fue la intensidad de mi malhumor o que realmente vi cómo se tardaban en separar sus manos. ¿Cuánto tiempo te demoras en coger un puto pedazo de papel?

Me levante, cogí mi fusil y a paso apresurado salí de la bóveda para seguir a Denver, quien ya se encontraba a mitad del pasillo.

— Denver —lo llame pero este no se giró, solamente frenó su paso acelerado— ¿Ahora haces mandados?

— ¿Ahora haces amenazas? —me pregunta, esta vez sí dándose media vuelta para observarme— ¿Puedes explicarme que fue eso? ¿Por qué fuiste tan cruel?

— No es que sea cruel —camino unos pasos, acercándome a él— Simplemente he aprendido a usar menos el corazón

— ¿De eso se trata? —suelta una risa vaga— ¿Tienes celos de Mónica?

— ¿Tú estabas pensando en darme una razón por la cual yo deba sentir celos de ella?

— No viene al tema —se apoya en la pared y fija su mirada en el suelo, quedándose unos segundos en silencio— ¿Ibas a matarla? Mejor dicho ¿Volviste a pensar en matarla?

— No iba a hacer espectáculos —digo cruzándome de brazos, restándole importancia.

— Hablaste tan natural, como si realmente lo disfrutaras —me mira— ¿Fue así como le hablaste a esas doce personas antes de arrancarles la vida?

— Eso fue distinto —bajo la mirada ya que obviamente no me gusta hablar del tema, ni mucho menos me siento orgullosa de ello— Fue gente que me hizo mucho mal.

— ¿O sea que arreglas tus problemas deshaciéndote de la gente que te lastima? —se reincorpora, mirándome con desagrado.

— No —digo con la voz entrecortada, aun sin mirarlo.

— ¿Si algún día tenemos una pelea vas a solucionar las cosas cortándome el cuello? —me grita frenético.

— Denver, cállate —digo cerrando los ojos, evitando que salgan las lágrimas que comenzaron a agruparse y sintiendo un nudo en la garganta— Joder, cállate.

— ¿Cómo es que si quiera te puedes mirar en el espejo? —puedo sentir la decepción en su voz.

— Que eso fue distinto —el nudo en mi garganta comenzaba a doler, haciendo fuerza para que deje escapar sollozos.

— Distinto, eh ¿Un pequeño desliz? —suelta una risa vaga— Nadie merece morir, y tú no tenías por qué quitarle la vida a doce personas inocentes.

— ¿Inocentes? ¿Tú te crees que me insultaron y que yo entre en un brote psicótico? —levanto la mirada y me acerco aún más, casi juntando nuestros pechos, para poder mirarlo fijamente a los ojos— Si no conoces la historia no comentes al respecto. Me hago cargo de mis actos porque fui consciente de lo que hice —no pude evitar que se me entrecorte la voz, a causa del nudo— Solo yo conozco mi historia, así que solamente yo puedo juzgarme, criticarme y aplaudirme.

Y así sin más, choque su hombro con el mío cuando le pase por al lado para poder largarme de ahí. Denver, Mónica y todo el mundo puede irse al diablo. Apuré mi paso y sequé mis lágrimas con ambas manos, mientras que me dirigía a los baños.

Si no hubiese aceptado su estúpida propuesta de conocernos un poco por día,si ni siquiera hubiese entrado en confianza con él ni como amigos sus palabras no me dolerían para nada, y eso que desde un principio ni siquiera estaba dispuesta a participar en este estúpido atraco. Por qué es lo que hace la gente, conoce tus actos y los juzga sin conocer el problema que te haya llevado a hacer dicha consecuencia.Lo peor de todo es que llorar no va a mejor las cosas. Si me hubiese mantenido al margen no me importaría que me considere una asesina adicta a la sangre,pero la he cagado por encariñarme.    




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