12




                    Cerró la puerta de su apartamento detrás de sí, tiró la maleta a un lado de la entrada y después caminó en dirección a la cocina. Prendió la luz con total tranquilidad, sacó un vaso de vidrio de la alacena y se dispuso a llenarlo de agua con una jarra que estaba en la nevera, mientras que con otra mano agarró el arma que tenía escondida en el mesón para momentos como ese. En cuanto el vaso estuvo lleno, dejó a un lado la jarra y dio media vuelta apuntando con la pistola en dirección a la figura de la persona que la esperaba sentada en su sala. La presencia que había percibido desde antes de que ella ingresara al lugar.

Ladeó la cabeza y terminó dejando el arma de fuego en la isla, para después apoyar sus manos sobre la fría y lisa superficie de cerámica.

—No puedes entrar a los hogares de las personas de esa manera, padre.

El hombre canoso de ojos claros y porte impecable se levantó de su sitio y avanzó hasta estar al frente de su hija, al otro lado de la isla, dejándose bañar por la luz cálida de la cocina. Miró de reojo la pistola que descansaba sobre el espacio, luciendo de alguna manera satisfecho. En realidad, no le importaba que Alexandra pudo haberle disparado si la situación se hubiera desarrollado de forma diferente, porque sabía de sobra las habilidades que la mujer había ganado con los años.

—Hay algo importante que debemos discutir.

La castaña rojiza asintió y se fue a sentar en un taburete alto, mostrando total e inquebrantable atención.

—Que llegues sin avisar dice demasiado.

—Ya estoy al tanto de lo sucedido hace casi una hora en el gimnasio —comentó luciendo relajado y tomando asiento también, pero la agente Pierce sabía que algo más había picado el interés de su progenitor.

—Solucioné una situación que estaba a punto de estallar cual bomba programada —contestó sin quitar sus ojos verdosos de los azules de su padre, mientras que su mano derecha se dirigió a agarrar el vaso con agua —. ¿Estoy a punto de recibir un sermón por ello?

—No en realidad —comenzó el director de HYDRA, levantándose de su sitio para así caminar alrededor. Algo que solía hacer cuando se encontraba en una reunión —. Pronto necesitaremos al Soldado del Invierno, pero ya lo hemos tenido demasiado tiempo afuera y lo sucedido hoy demuestra mucho más que su comportamiento es errático.

Alexandra se mordió la lengua, temerosa de que la astucia e inteligencia de su padre lo llevara a la conclusión de que entonces el Soldado no se estaba comportando como el arma que debía ser. Que se estaba comportando de una manera más humana, ajena a lo que la entidad había creado y tratado de perfeccionar.

Alzó el vaso y lo llevó a sus labios para tomar un largo trago, agradeciendo el frío y refrescante líquido en su boca y garganta, que de repente sintió secas.

—Es normal que sucedan esos episodios —dijo mostrando desinterés, sus ojos siguiendo los movimientos del director —. Estando descongelado y consciente todas estas semanas seguidas, le da la posibilidad de sentir más cosas que no entiende. Es una respuesta automática de una máquina que no está acostumbrada a funcionar durante largos periodos de tiempo.

Un sabor amargo se instaló en su paladar al hablar así de un ser humano. Era irónico y algo hipócrita que de repente tuviera consciencia y moral cuando ya no debería, después de haber hecho tantas atrocidades sin pestañear. Además, todavía le faltaban muchas otras cosas que hacer antes de lograr su cometido y estaba consciente de que no siempre serían correctas.

Alexander asintió de acuerdo con las palabras de la fémina, luciendo todavía pensativo, pero bastante decidido y seguro con sus siguientes palabras.

—La manera en la que tú controlaste el momento. Lo controlaste —resaltó —, es algo que nunca se había hecho antes. Sé que estás al tanto de los reportes e investigaciones que se han realizado a lo largo de los años sobre el Soldado. Pero te lo digo, Alexandra, es la primera vez que alguien lo controla sin tener que usar algún tipo de método que nosotros nos hemos visto obligados de usar.

La mujer frunció un poco el ceño, ya que no entendía a qué deseaba llegar su padre con todo lo que parecía estar compartiendo con ella. De inmediato su mente comenzó a viajar por todo lo que había leído antes, las imágenes de Bucky congelado, los progresos y procesos realizados en él, el reporte de la primera vez que tuvo el brazo de vibranio. Sí, ella no había usado las palabras y no había tenido que llevarlo a que le frieran el cerebro de nuevo, sin embargo, conocía bastante bien la mirada que Pierce tenía. El hombre estaba apunto de confiarle un trabajo adicional y no esperaba ser defraudado bajo ninguna circunstancia.

Una vez más, el terrible deseo de querer hacer a su papá orgulloso de sus acciones se instaló en su pecho, por más que trató de luchar en contra de ello.

—¿Entonces? —preguntó la castaña rojiza —. Estoy segura que ahorré dinero y tiempo controlando al Soldado, pero no entiendo a qué quieres llegar.

—Necesito que seas su supervisora.

—¿Qué? —En ese instante le fue imposible ocultar la sorpresa en su tono y expresión.

Su padre se volvió a mirarla directamente al rostro y apoyó los antebrazos sobre la isla, creando una profesional y dominante cercanía. Aquello le daba a entender que no podía negarse a nada y de manera casi automática, Alexandra ya estaba aceptando la nueva misión sin intercambiar palabra al respecto.

—Pasaste años enteros estudiando psicología y pragmática —le recordó —. Lenguaje corporal y verbal, enunciados directos e indirectos, intenciones, tacto físico y mental —enumeró pareciendo encontrarle el perfecto uso a todo lo que su hija le dedicó años de su vida.

—Parte de la efectividad del trabajo —concordó ella cruzándose de brazos.

—Fuiste criada y entrenada de manera que comprendes que no todo lo que escuchas o dices es inocente, Alexandra. Tu trabajo en la manipulación de las emociones y decisiones sobre los demás es elevada a comparación de cualquier otro agente de HYDRA, incluso de SHIELD.

Dicho eso, una sonrisa sarcástica y oscura apareció en el rostro del director Pierce.

» Además, ya has hecho todo eso sin el más mínimo esfuerzo, ¿no es así?

—Y ahora la siguiente carrera es de niñera —completó en suspiro.

Aunque las palabras habían sonado justo como ella lo había deseado y planeado, podría jurar que su corazón había empezado una carrera de latidos con el simple pensamiento de poder estar más tiempo con Bucky, incluso fuera de las prácticas. También ella estaría al tanto de su tratamiento, quizás hasta en control de ello, por lo que aquella nueva propuesta lanzada en su dirección era bastante conveniente para ella.

Sí. Alexander Pierce tenía razón con todo lo que acababa de exponer y lo irónico de la situación era que ella transmitía todo lo que los demás querían ver, incluso ante su propia sangre. Que él supiera y se hubiera encargado de que ella lograra esas habilidades no lo salvaba ni evitaba que Alexandra las usara contra él.

—Qué dirías o harías si piensas en el Soldado como una cosa y no como ser humano —propuso el canoso y la mujer de inmediato supo lo que él quería.

—Diría lo obvio —respondió enderezándose e inclinándose hacia la isla —. El Soldado es nuestra arma para todo lo que se avecina. No sirve de nada que una pistola se descomponga con cada disparo; necesita mantenimiento y límites.

Querer gritarle al mundo entero de que James no era una cosa sino un ser humano se convirtió en un deseo que comenzaba a atormentarla a diario. Con gran rapidez, eso pareció volverse otro sufrimiento al que tendría que añadir a su interminable lista, además de que ella misma sería la que tendría que ejercer ese entendimiento y acciones para así poder salvarlo. Ya sabía que iba a tener que hacer cosas que no eran del todo buenas, pero eso no terminaba de hacerle sentir mejor.

—Ya lo entiendes, así que no hay nada más que discutir —concluyó el hombre —. El mundo está cambiando y nosotros debemos hacerlo con él. Con ayuda del Soldado bajo tu supervisión no habrá margen de error.

—Por supuesto que no.

—Cualquier cambio o problema lo reportas con el Dr. Kuznetsov y conmigo —dijo dándose media vuelta para dirigirse a la salida —. Es hora de seguirle dando forma a este siglo.

Y con eso último, salió del apartamento de Alexandra.

La fémina irguió aun más su espalda y centró su mirada en el vaso con agua casi vacío. Su respiración era controlada y tranquila, su mente en blanco. Nada parecía poder despertarla del trance en el que se acababa de sumir, hasta el vaso se quebró en su mano y sintió el agua restante mezclarse con la sangre que comenzó a brotar de su palma por los filos del vidrio.

Parpadeó algo sobresaltada, hizo una mueca e ignoró el hecho de que acababa de destrozar algo con una sola mano y se dispuso a limpiar el desorden.

A veces le impresionaba la forma en que su padre podía ponerla de cabeza sin que ella fuera consciente de ello. Tenía las estúpidas ansias de no decepcionarlo como lo había hecho años atrás. Él le había confiado algo que quizá nadie más tendría la oportunidad de siquiera imaginar. Ella sabía que eso no estaba bien, que en lo que había dedicado años de su vida no era bueno, y aun así, tenía impulsos de querer complacer a su director.

Ella no era la única que lograba manipular a las personas. Él era su mejor maestro en ese ámbito.

Quería culparlo. Quería culparlo de todas y cada una de las cosas que a ella le tocó vivir gracias a él. Quería hacer eso para poder descargarse al final y descansar en las noches con una consciencia limpia y libre de penas. También quería volverse de hierro y continuar trabajando de verdad en lo que alguna vez creyó con fiereza. Pero ahora estaba comprendiendo que esos no eran sus pensamientos ni opiniones, sino que alguien más las había implantado en su cabeza, convenciendo su joven e incrédulo corazón y reinando sobre sus acciones.

Cuando el miedo la atacó, ella devolvió los golpes con más fuerza y sin parar,  ni siquiera cuando sintió la verdadera necesidad de hacerlo por no querer defraudar a Alexander Pierce; en ese entonces creyó que también se estaría fallando a sí misma si lo hacía. De todas maneras, no se le pasó por la cabeza lo mucho que aquello la lastimaría. y que en verdad no solo Alexandra estaría decepcionada de sí, sino también Victoria o Amelia.

Las excusas se habían acabado hacía tiempo. El hacer las cosas solo por tener que hacerlas ya no era una forma de vivir que pensaba seguir.

Lo más probable es que en esos momentos estuviera confundiendo lealtad con amor, empero eso no quitaba el hecho de que no podía dar vuelta atrás ahora.

Sí, su padre podría odiarla y asesinarla más adelante, puesto que había decidido seguir los pasos de la misma persona que lo traicionó, no obstante, valdría la pena. Bucky Barnes lo valía todo porque ella no tenía nada más, no tenía otra razón.

Ella lo amaba. Amaba a su padre y no lo dudaba ni por un segundo, pero amar a alguien era diferente a confiar en esa persona. Alexandra ya no tenía tampoco excusas ni razones para depositar su frágil confianza o fe en su padre, mucho menos en sus ideales.



Océano Índico.

La agente Pierce se quedó en la parte trasera del quinjet y también la que era más alejada del grupo que se arremolinaba al frente. Escuchó con atención la información que estaba brindando Brock Rumlow mientras los demás observaban las pantallas que transmitían las imágenes de las cámaras satelitales, las cuales apuntaban al barco. Alexandra no se preocupó por atender más de lo necesario, puesto que había sido informada de la situación con anterioridad por su padre, así que optó por organizar y reorganizar su equipaje, asegurándose de que todo estuviera en orden.

No podía evitarlo. Ya había adoptado esa manía de confirmar una y otra vez que todo estuviera en perfecto estado antes de lanzarse al trabajo. Muchas veces podía sentir la manera en que la adrenalina comenzaba a dominar su interior, poniéndola en alerta y con ansiedad de terminar las cosas con rapidez, lo que le avisaba que tenía que ser el doble de cuidadosa. Los impulsos eran peligrosos y el peligro podía significar muerte.

Le impresionaba el número de personas que estaban formando parte de la misión. Si el trabajo fuera en verdad de solo extracción, entonces no sería necesario haber llamado a todo el equipo STRIKE o al Capitán América y la espía pelirroja rusa. Así que Alexandra tenía todo el derecho de comenzar a sospechar de la situación. Nick Fury no hacía nada fortuito y sus secretos tenían secretos, por lo que ella comenzó a idear que el hombre necesitaba algo que se encontraba en la nave y ella se encargaría de averiguarlo.

Suspiró con pesadez y tomó asiento. Apoyó los codos sobre sus rodillas y decidió contemplar el suelo de la nave mientras el agente Rumlow terminó de hablar.

—¿Y qué hace Sitwell ahí? —preguntó Rogers.

Alexandra subió la mirada y la enfocó en el rubio, el cual tenía la cabeza baja organizando su uniforme antes de volver a posar sus ojos azulinos en las pantallas.

—Mal momento, mal lugar —comentó otro agente, leal a HYDRA, con simpleza.

—Yo despejo la cubierta y buscaré a Batroc —comenzó a planificar el súper soldado —. Nat, detén los motores con Pierce y esperen órdenes. Rumlow controla la popa, encuentra rehenes y ponlos a salvo. —Los nombrado asintieron atentos —. Bien, saquémoslos de ahí.

—Ya oyeron al Capitán. Prepárense —anunció el mentor de la hija de Alexander.

Mientras los demás apenas comenzaron a hacer lo que Alexandra ya tenía listo, ella se levantó y se quedó de pie quieta, guardando energía para lo siguiente que llegaría.

—Probando canal siete —habló Steve por el comunicador de su muñeca a la vez que pasó por un lado de la castaña rojiza.

—Canal seguro —contestó Natasha Romanoff —. ¿Hiciste algo divertido el sábado? —le preguntó a su compañero con la cabeza ladeada.

—Los chicos de mi cuarteto están muertos —respondió el rubio poniéndose el auricular del comunicador en su oreja izquierda —, así que no realmente.

La agente Pierce se contuvo de poner los ojos en blanco al escuchar la conversación tan banal que se había formado entre el Capitán y la espía. No le cabía en la cabeza cómo alguien podía meter ese tipo de temas en un momento como ese. Todos deberían estar concentrados en su trabajo, así era como ella lo entendía y vivía.

Detestaba el aire de relajación y alta autoestima que la otra mujer mostraba, a pesar de que sabía muy en el fondo que ella misma añoraba sentirse y poder pensar así, como alguien sin tantas pesadillas. Tal vez Natasha no siempre fue inocente, pero al menos ella ya había encontrado una manera de redimirse o cargar con su pasado, a comparación de Alexandra.

No obstante, la castaña rojiza no podía decir que conocía a la rusa. Le podían dar todos los expedientes del mundo y una completa y detallada información sobre la otra fémina, sin embargo, sabía que eso no describía una persona en su totalidad. La agente Pierce lo sabía más que nadie.

—¿Qué hay de ti, Pierce?

La nombrada llevó sus ojos verdes a la cara de la pelirroja. No esperaba que la mujer quisiera llevarla a ese tipo de conversación, pero sabía que quería analizarla y no podía permitirse eso. Hasta ahora había hecho un buen trabajo manteniéndose alejada de ese dúo.

—No estoy interesada en perder el tiempo con cualquier hombre —contestó entre dientes y encogiéndose de hombros con desdén. Sabía que ese era el tipo de respuestas que esperarían de ella.

—Así que son hombres —comentó Romanoff volteándose a verla —. Interesante. —Sonrió de lado —. ¿Cuándo fue la última vez que fuiste a una cita?

Al parecer Natasha no estaba lista para dejar de empujar y Steve no pudo evitar estar atento a dicha charla. Lo que el rubio esperaba era poder ver algún visaje de algo de lo que no estaba seguro que existía. Nadie podía ser tan solitario o amargado como le parecía ser Alexandra Pierce.

Por otra parte, la mujer en cuestión no hizo ni el más mínimo esfuerzo de contestar tal pregunta. Solo bufó con suavidad y no mostró ningún atisbo de sonrisa en sus facciones neutrales. Tenía claro que Romanoff la estaba tratando de sacar de su cascarón de alguna manera, porque sabía lo mucho que le molestaba a la rusa no saber nada de ella. Esa conversación no era nada inocente y Alexandra lo sabía a la perfección.

—Intenta obtener una cita con ella pasando al secretario del Consejo Mundial de Seguridad —empezó a hablar Rumlow, posicionándose a un lado de su pupila—, luego intenta obtenerla pasando sobre mí —concluyó con una media sonrisa divertida.

A Brock Rumlow le gustaba hablar de más y hacer extensas conversaciones como un fuerte a su identidad y papel que desarrollaba como agente doble. No muchos tomaban ese camino, pero él ya había tenido bastante práctica con el pasar de los años. Una parte del castaño oscuro también había querido acabar con el tema lo más pronto posible, sin embargo, sabía que la hija del director de HYDRA tenía algo en la punta de la lengua que estaba a punto de escupir hacia Natasha.

—Intentar es la palabra clave —detalló la castaña rojiza mirando de reojo a la rusa.

Pero antes de que alguien más pudiera decir algo al respecto, el piloto intervino.

—Estamos llegando a la zona de salto, Cap —anunció.

Todos los demás asintieron ante las palabras del hombre y se posicionaron en frente de la puerta de desembarque.

—Si invitas a Kristen de estadísticas, seguro dirá que sí —volvió a hablar Romanoff, dirigiéndose a Steve una vez más.

Alexandra se puso su auricular en el oído derecho y apretó los labios, sintiéndose estresada con el tema y con Natasha.

—Antes de llegar a dichas salidas, tal vez debería enseñarle al Capitán Rogers algunas cosas para familiarizarlo más con el siglo XXI. Las bases, por ejemplo.

Dicho eso, fue a agarrar un paracaídas, dando por terminada toda la conversación.

—¿Qué ha sido eso? —cuestionó el rubio a su amiga en voz baja, mirando de reojo a Alexandra.

La pelirroja resopló cruzándose de brazos.

—Solo estaba tratando de hacer conversación —dijo encogiéndose de hombros de manera inocente —. ¿Viste? Ni siquiera una sonrisa de cortesía, como si no tuviera capacidad de usar sus músculos faciales. Ningún sentido del humor o... vida fuera de este trabajo.

—¿Crees que en verdad es así todo el tiempo?

—Y eso que esta ha sido la interacción más larga que he tenido con ella.

Pero aun así, no estaba ni cerca de poder descubrir algo más allá de la fachada que Alexandra Pierce presentaba ante el mundo.






Editado.

a-andromeda

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