06
Lo sucedido hacía algunas horas todavía le parecía demasiado irreal. A veces hasta tenía la impresión de que su cuerpo solo estaba siendo la herramienta que necesitaba para moverse, con respuestas automáticas y vagas, dado que su mente no parecía tener ningún problema en viajar de vuelta a la misión y todo lo acontecido en ella.
A pesar de estar presente de manera física en esa reunión, su cabeza daba vueltas alrededor de un único hecho: ella acababa de sufrir un cambio completamente. Bajo su propia mano acababa de sufrir un asalto contra su moral y su esencia como persona. Alexandra ahora cargaba con un peso muerto de culpa. Con cada respiro que daba en esos momentos, lograba sentir que tenía espinas clavándose en su garganta, avisándole que las ganas de llorar seguían presentes.
Pero no pensaba soltar lágrima alguna, mucho menos en medio de todos esos agentes y administrativos de HYDRA, y muchísimo menos en frente de su padre. No tenía derecho de darse el gusto de desmoronarse cuando ella misma había tomado esa terrible decisión. Sin embargo, no tenía otra forma de cumplir con su labor, ¿verdad? Era la única manera en que lograría su trabajo y no pondría en peligro un proyecto que llevaba cosechándose y analizándose varios años. Sus elecciones personales nunca podrían ser más importantes cuando de algo mucho más grande que ella se trataba.
Ni siquiera estaba segura de qué era lo que tanto le molestaba. Si el haber estado confundida la hubiera salvado o impedido de que se tirase a una malvada e inhumana oscuridad, ella hubiera entonces preferido seguir a oscuras en la operación. Cuando escuchaba la frase "ojos que no ven, corazón que no siente" no le encontraba el sentido que tanto se le atribuía, hasta que lo vivió en carne propia. En verdad hubiera elegido poder haber hecho ojos ciegos y oídos sordos. Pero ese no fue el caso.
Ella fue parte de todo lo sucedido y ayudó a su vez, con sus propias manos, a que nada se saliera de control. Ella ya no podía ser Alexandra Pierce. Ella solo podía ser un agente más; un soldado más.
Ella no podía ser su propia persona porque así no funcionaba el mundo en el que estaba sumergida, a pesar de que le quisieran hacer creer lo contrario. Aun así tenía que hacer de tripas corazón, disimular su miedo y hasta su identidad como ser humano que tenía sentimientos, que tenía misericordia para poder sobrevivir un día más, para mantenerse lo suficientemente cuerda como para funcionar.
—Gracias al Soldado y a la agente Pierce, la información del programa ha sido encontrada y recuperada —anunció el director de la organización —. Se está cumpliendo con fluidez el plan propuesto de diez años, lo que quiere decir que alrededor del 2014 será finalmente ejecutado.
Varias personas se levantaron de sus lugares y comenzaron a aplaudir. Alexandra se tensó y de esa manera también se levantó de su sitio, pero no fue capaz de ordenarle a su cuerpo a unirse a esa pequeña ovación.
Pocos segundos después, empezó a sentir varias palmadas de felicitaciones sobre sus hombros y uno que otro amistoso empujón. Ella trató sonreír lo más abierto y tranquilo posible, incluso devolvió otros gestos con ligereza, hasta que sus ojos verdosos se centraron en la figura del hombre al que le había depositado toda su confianza desde que tenía trece años.
El hombre de cabellos canosos alzó la copa de champagne que sostenía en una de sus manos en su dirección, en una sutil señal de aprobación. El corazón de la castaña rojiza se removió en su interior, pero no supo reconocer la emoción que la recorrió de pies a cabeza al observar aquel detalle. En otro momento habría sonreído contenta, podría haberse tomado el atrevimiento de hacer un simple brindis, todo con tal de tener esa mirada y acogida de aceptación por parte de su progenitor, no obstante, para ella no había nada que celebrar en esos momentos.
Sentía que había entrado a un lugar oscuro y que ahora le tocaba continuar a ciegas, si de proteger su mente y su corazón se trataba. De hecho, no sabía si podría o querría salir pronto de ahí.
—Dime que usaste esa fabulosa llave contra esos traidores malnacidos.
La mujer se dio media vuelta para encontrarse con su mentor.
«No. Solo luché como un animal» Pensó con amargura, sin embargo, una sonrisa irónica se dibujó en sus labios antes de hablar.
—Hay movimientos que solo guardo para gente que cree ser capaz de intentar lastimarme —contestó cruzándose de brazos.
—Tengo la gran duda de si debo sentirme orgulloso u ofendido con lo que acabas de decir.
—Puedes creer lo que quieras, pero cuando ya estés haciéndote la rinoplastia, no te preguntes por qué.
El pelinegro resopló y negó con la cabeza.
—Anotado —dijo sonriendo un poco.
—Bien, yo me voy retirando.
Apenas terminó de hablar, comenzó a caminar en dirección a la salida cuando una mano la detuvo. Alexandra se volteó a observar a la persona que la sostenía de su antebrazo izquierdo.
—¿Qué sucede, Rumlow? —preguntó con cierta exasperación tiñendo su tono de voz.
El hombre la miró alzando una ceja. Muy pocas veces ella se dirigía él por su apellido.
Sentía cierta cercanía hacia la mujer y quizá una de las razones principales era porque Alexandra era su pupila, su aprendiz estrella y él se había convertido, con el paso de los años, en su único mentor. Solo él la había acompañado en todo su entrenamiento, incluso en los simulacros. Al menos él sentía que la conocía lo suficiente para saber que la joven apenas y tenía un mínimo sentido del humor, o que muy pocas veces reía con bromas ocasionales.
—Varios agentes iremos a festejar esta primera victoria de muchas —empezó a hablar con ligereza —, y será en el bar de siempre. Podrías unirte si lo deseas —invitó.
—No tengo mucha energía como para ir a un bar de mala muerte, estoy... —Dejó de hablar en cuanto observó a su padre hacerle unas señas para que se acercara a él —. Ocupada, al parecer.
—No creo que haya necesidad de preocupaciones —comentó Rumlow, sabiendo la importancia que la castaña rojiza ponía en las conversaciones con el director —. Todos sabemos que hiciste un gran trabajo.
—Sí... todos...
Dicho eso, asintió en dirección al hombre de ojos mieles en forma de despedida y luego comenzó a caminar hasta quedar a un lado de Pierce. El ojiazul no la miró de reojo siquiera, seguía con los orbes puestos frente a todos los trabajadores leales de la entidad que llevaba años protegiendo y fortaleciendo.
Alexander Pierce sentía cierta comodidad al saber de sobra que tenía la inquebrantable lealtad de su propia hija, la cual estaba iniciando el arduo camino que él tenía preparado para ella. El canoso sabía que tenía muchas más almas creyentes en los ideales de HYDRA, pero ninguna era en realidad tan valiosa como lo era su propia sangre. A pesar de haber tenido sus piedras en su camino hacia el éxito que estaba cosechando, se sentía orgulloso de Alexandra, aunque no dejaría que tremendas palabras salieran de sus labios, ni que su hija menor las escuchara.
Esas eran muestras innecesarias que hacían débiles y dependientes a las personas. Había cometido ese error una vez; no pensaba volver a hacerlo. Quizás por eso era que ponía sus estándares de confianza en la castaña rojiza tan bajo, pues ya había sufrido una traición con anterioridad.
—En caso de que salgas a alguna parte esta noche, te espero a primera hora de la mañana con el reporte de la misión listo en mi escritorio. —Posó su mirada severa en los orbes verdes de su hija. Sintió un revuelto en el estómago y decidió culpar la bebida —. Tenemos nuevas cosas que discutir.
El hombre no esperó respuesta alguna y se alejó de Alexandra para hablar con un grupo de administrativos que parecían haber estado esperándolo.
La joven agente miró a su alrededor una vez más, pero así mismo la visión se le desenfocó de un momento a otro. No tenía deseos de ver algo, tampoco de escuchar. Seguía en el lugar oscuro, vacío de cualquier sentido.
Absorta en su cabeza, pegó un pequeño salto en su sitio cuando de un segundo a otro, escuchó varios golpes fuertes que la trajeron devuelta a su realidad.
—¡Hail HYDRA! ¡Hail HYDRA! ¡Hail HYDRA!
En medio de los gritos, ella tomó su posición y acompañó a los demás en el momento.
Todos estaban preparándose para ese día que habían declarado que sería esencial en la historia de la humanidad. Lo que ella había hecho en su primera misión, solo continuaba asegurando lo que sucedería más adelante. Al parecer, asesinar y conseguir lo que debía a toda costa, era su gran aporte al mundo.
Sin querer quedarse más tiempo en la sala de juntas, pero que en ese momento parecía más que todo una recepción de celebración, se dirigió al ascensor para descender hacia la pequeña oficina que le había sido asignada hacía poco más de una semana. No se sentía con las ganas o fuerzas suficientes de volver al solitario apartamento en el que vivía, por lo tanto, decidió simplemente empezar a hacer el informe antes de que el amanecer la sorprendiera.
En cuanto estuvo enfrente la entrada que llevaba su nombre, sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y abrió la puerta. Apenas era la segunda vez que ingresaba a su propio despacho. La primera vez el lugar había estado totalmente vacío salvo por el escritorio, la silla giratoria, el computador y algunas repisas. Ahora en la mesa tenía una caja con carpetas y sobres de manila apilados. Supuso que esos serían los registros de las personas que había en el edificio la noche de la misión.
Cerró la puerta tras de sí y se sentó en la silla para ponerse manos a la obra.
Lo primero que encontró en los papeles fue la información básica acerca de la persona, como la fecha de nacimiento, nombre completo, educación y algunos otros nombres relevantes, al igual que las ocupaciones y sus desempeños en las organizaciones conocidas y beneficiarias de HYDRA. Pasó con rapidez sobre unas cinco carpetas y dos sobres de manila, recolectando los datos que le sirvieran y pasándolos al computador.
No fue hasta la siguiente carpeta cuando reconoció a la persona que aparecía en la foto. Sin perder otro segundo, sus ojos se movieron con rapidez sobre la información del hombre al que le había quitado la vida. Lo que encontró terminó privándole del aire.
Nombre completo: Nigel Schimtz.
Fecha de nacimiento: 4 de Mayo de 1970.
Nacionalidad: Australiana.
Posición: Oficial Ejecutivo.
Estado civil: Casado.
Cónyuge: Anne Schmitz.
Hijos: Dos (2)
Apartó de inmediato la vista de las hojas y soltó un suspiró, sintiendo la manera en que su cuerpo se recargaba con renovado horror. Se miró sus manos limpias, pero aun así pudo vislumbrar la sangre que las pintó cuando se subió al jet devuelta a la base. Recordó la viscosidad y el notable color escarlata, sin embargo, no pudo rememorar ninguna calidez y solo sintió un frío profundo y hueco, algo que parecía describir a la perfección el cargo de conciencia en su interior.
Ella sabía que era culpable; no lo dudaba. Ella sabía que era una asesina.
Dos años después.
El lugar era tranquilo, con luces amarillentas y tenues que estaban ubicadas de manera estratégica y decorativa, lo que le agregaba al ambiente un aire de intimidad y elegancia. Era un restaurante bar bastante codiciado en la ciudad, solo que Alexandra sabía que aquel sitio no era solamente un sencillo comercio, sino que era el punto de encuentro para diferentes negocios, sobre los cuales no todos le eran de importancia.
Había escogido ese lugar porque no solo le ayudaría a mezclarse entre las personas que estaban presentes esa noche, sino porque esa también había sido la condición de su informante para reunirse. De alguna forma comprendía la paranoia de la persona que estaba esperando. Si se encontraban en un espacio más solitario, como una esquina en la calle o un callejón, la agente Pierce no tendría problema en borrar la existencia de su "aliado" y, si ella en verdad quería obtener la información que necesitaba, debía ajustarse por el momento a las condiciones que eran puestas sobre la mesa.
—Entonces, ¿qué dices?
La castaña rojiza soltó un suspiro, tratando de liberar toda señal de incomodidad y enojo en su anatomía, pero no le sirvió de nada. Contó hasta cinco en su cabeza y después la ladeó hacia su lado izquierdo, volteándose a observar a su actual admirador, que estaba sentado en un taburete a su lado derecho.
—Digo que ya es hora de que seas un niño grande y aceptes el hecho de que siempre diré no —respondió con un ensayado y perfeccionado acento extranjero.
—Hmm... me gusta cuando dicen que no —comentó el hombre, tomando un largo trago de su cerveza, antes de inclinarse hacia la estadounidense —. Las que se hacen las difíciles son las mejores.
Alexandra apretó la mandíbula y su aparentemente paciente mirada se oscureció. Ganas para tumbar al hombre de su silla y echarle su estúpida cerveza en los ojos, no le faltaban para nada, sin embargo, se aguantó esos impulsos creativos y le dio la espalda por completo. Si quería seguir pasando desapercibida, no le quedaba de otra más que actuar como cualquier otra mujer. Tal vez así el desconocido tendría la poca decencia de dejarla en paz.
Aunque en su interior deseaba que no lo hiciera, por deseos de poder ejecutar sus ideas de una vez por todas. Vencer a alguien que en algún momento la creyó incapaz de defenderse, era algo que disfrutaba en demasía. El sexo opuesto tenía la pobre costumbre de infravalorar el poder y las habilidades de las mujeres.
Observó su Frozen Blackberry con un poco de aversión y agarró el vaso de vidrio para remover los cubos de hielo que ya estaban derretidos casi que por completo. Había perdido una ridícula cantidad de dinero por un simple cóctel de tequila, solo para distraerse y no levantar sospechas, pero aun así, no había tomado ni siquiera el primer trago. Ingerir alcohol en medio de un trabajo no era su estilo.
Haciéndose la sorda ante el hombre que no había dejado de hablar a sus espaldas, tratando de sonar seductor y que aun así daba demasiada lástima, posó sus orbes en la entrada del bar en el momento en que las elegantes puertas de vidrio se abrieron, dando paso a una mujer. La fémina poseía cabellos castaños oscuros y largos, de ojos igual de oscuros. La nueva cliente paseó su mirada por el lugar, hasta que conectó con los irises verdosos de Alexandra. Luego caminó hasta posicionarse en una mesa vacante ubicada en una esquina.
Dejó su bebida en la barra para levantarse de su sitio. Hizo el innecesario movimiento de dar toda una vuelta para enfrentar al extraño que estaba empeñado en ser su acompañante esa noche. Al hacer aquello, su codo "accidentalmente" tumbó su bebida sobre el regazo masculino.
—Ay, que pena —dijo, tomándose el atrevimiento de lucir sorprendida y confundida.
—¿Por qué mierda hizo eso? —se quejó el rubio, mirando el desastre que era.
—Fue un accidente —contestó encogiéndose de hombros —. Aunque pensándolo mejor, tal vez necesitaba calmar su problema de allá abajo. No se preocupe, acepto sus disculpas.
Con una sonrisa cínica y acomodada, se dirigió a la mesa en la que se había sentado la mujer de cabellos castaños. Con aquella misma sonrisa que no llegaba hasta sus ojos, se sentó en enfrente de la mujer. Se notaba que la recién llegada era unos cuantos años mayor que ella, su porte que no era exactamente intimidante, sí emanaba algo de autoridad que le recordaba a alguien en específico.
Un destello de otros ojos cafés muy familiares y en los que ella había acudido a refugiarse, de repente se le hicieron demasiado parecidos a los de la persona que estaba sentada ante ella. Esa suave imagen que su mente tenía la costumbre de proyectar a partir de sus recuerdos se hizo presente en ese instante, a pesar de no haber sido planeada.
Alexandra respiró hondo, queriendo despejar su cabeza. Esos no eran momentos para andar recordando a Victoria.
—Veía que estaba acompañada y no quería interrumpir.
—De seguro después de haberlo rechazado y haberme venido a sentar aquí con usted, manda un mensaje bastante distinto al que el hombre esperaba —conversó cruzando los brazos sobre la mesa de madera oscura —. Pero admito que sirve muy bien para quitármelo de encima... y usted demoró más de lo acordado.
El lado derecho de los labios de la contraria se alzó por compromiso y molestia. Entonces despegó sus ojos de los orbes de la agente y fue a abrir una maleta negra que descansaba en el suelo a un lado de la silla en la que estaba sentada. Sacó unos documentos y carpetas para después deslizarlos en dirección a Alexandra sobre la superficie del comedor.
—Aquí están los planos de la casa —anunció una vez sus manos se alejaron de los informes.
—¿Solo eso? ¿Una casa? —preguntó con un poco de aburrimiento mientras ojeaba el material por encima.
—Esa es solo la fachada para lo que en verdad existe. Lo demás será encontrado bajo tierra.
La estadounidense asintió con la cabeza y agarró la información, sin embargo, fue detenida antes de que se pudiera levantar de su lugar. La castaña le agarró el antebrazo que sostenía la información con firmeza.
—Es un espacio bastante grande, no creo que volarlo en pedazos sea una opción —dijo con voz baja —. Y podría causar demasiados daños al suelo como para que esto pase desapercibido.
—Ese ya no es su problema —contestó —. Desde el momento en el que recibí esto —hizo énfasis posando sus ojos un momento en las carpetas antes de volver a mirar el rostro de su informante —, usted me ha dado todo el poder de hacer lo que se me plazca.
En eso se soltó del sólido agarre de la otra fémina e hizo un camino directo hacia la salida. Ya afuera, el aire fresco de la noche golpeó su cuerpo y decidió escudarse un poco más con el abrigo que llevaba puesto. Estar en lugares públicos, aguantarse a personas exasperantes y que acababan con la poca paciencia que tenía, llevar vestidos y prendas de vestir incómodas y totalmente diferentes a lo que ella estaba acostumbrada, era la parte de las misiones que menos le agradaba. De todas formas, era demasiado útil mezclarse y continuar, más que todo si no quería lucir fuera de lugar en diferentes países.
—¿Cumplirá con su parte del trato? —preguntaron a espaldas de Alexandra.
Se volvió a enfrentar una vez más a su informante, la cual ahora ya no le servía para nada. Si seguía buscándola, ya no le quedaría otra cosa que hacer más que silenciarla.
—HYDRA no negocia con nadie, mucho menos con traidores. Solo obtiene lo que desea porque quiere y puede, y porque yo estoy allí para hacerlo. —Miró con atención a la mujer que tenía rasgos extrañamente familiares con sus recuerdos más preciados y decidió parpadear varias veces seguidas, necesitando concentrarse —. Hágase un gran favor y no busque donde no se le perdió nada.
Después de dichas palabras, la agente Pierce desapareció en la oscuridad de la noche.
Apretando la mandíbula, se enderezó en su lugar mientras veía la figura de la castaña rojiza desvanecerse a medida que avanzaba por las calles pobremente iluminadas de la ciudad. A pesar de que ella había esperado poder haber sacado un buen trato con HYDRA, reconocía la naturaleza terrorista de aquella organización, habiendo sido ella parte de la misma. Solo sabía que debía continuar con lo que había empezado muchos años atrás y ni siquiera le importaba en realidad haber traicionado algo por lo que ella misma había trabajado durante años.
Por mucho que le hubiera dicho que la venganza se servía en un plato frío, ella no podía esperar a que la situación se calentara de sobremanera. Esa noche era lo que tanto había esperado.
HYDRA le había arrebatado una vida que no lograba recordar con exactitud, pero ese vacío y confusión seguían presentes todos los días. Alexander Pierce pagaría por todo lo que le había hecho vivir con un solo golpe. Solo porque la agente con la que se acaba de comunicar la hubiera dejado viva, no quería decir que eso continuaría de esa manera, solo que no le importaba mucho, pues no había nada en el mundo que le importara más que arruinar ese proyecto.
Solo quería permanecer con vida lo suficiente como para poder ver ese imperio de ratas pudrirse de una vez por todas.
—Informe.
La agente Pierce se levantó de su silla y caminó hasta llegar a la cabeza de la larga mesa oscura del lugar. Soltó un sobre de manila tamaño oficio sobre la superficie pulida. El hombre que dirigía la base europea se inclinó hacia adelante y sacó los papeles.
—¿Solo recibió esto?
—Ahí está la información sintetizada. El resto del material fue enviado a Estados Unidos.
—Muy bien —habló volviendo a guardar las hojas en el sobre, solo dejando una memoria USB afuera de este —. El permiso para ejecutar la misión le es concedido, agente.
—En cuanto esté terminada, mandaré la señal con las coordenadas —comunicó cruzándose de brazos —. Con permiso —finalizó con suavidad y salió de la sala.
Las instalaciones del lugar no eran tan diferentes a las de Washington DC, no obstante, tuvo que detenerse a observar un mapa de indicaciones generales para así poder confirmar su destino hacia la armería. Sus ojos bailaron con rapidez sobre los nombres, direcciones y flechas indicadas en la tabla hasta que sus orbes captaron algo que le llamó la atención.
—Utilería... —Susurró. Miró hacia los lados, asegurándose de estar sola en los pasillos y volvió su vista al mapa.
Esa habitación era bastante inusual en cualquier instalación de HYDRA alrededor del globo, y su aparición en el plano resultaba demasiado innecesaria. Se grabó en la mente el camino que debía tomar y comenzó a ir en dirección a ese lugar en específico.
Una repentina curiosidad acababa de despertarse en su interior. Era un sentimiento demasiado extraño para ella, quien había sido educada y entrenada para luchar en su contra e ignorarlo por completo, para así poder seguir órdenes sin inútiles preguntas.
En cuanto llegó a su destino, pudo notar a simple vista que la puerta era de metal, cerrada con llave y el brillo de la misma le informó que también estaba blindada. Se acercó y, usando su peso corporal, la empujó con fuerza solo para darse cuenta a su vez que era bastante pesada.
—Demasiado para un cuarto que guarda escobas —pensó en voz alta.
Arrugó la nariz en confusión y volvió a mirar a su alrededor. En cualquier momento alguien podría llegar y cuestionar su paradero frente a esa puerta, ya que el hecho de ser la hija de Alexander Pierce no le daba necesariamente todas las ventajas que otras personas ajenas a su labor opinarían.
Se removió en su sitio incómoda. Alexandra odiaba la curiosidad porque tenía muy metido en la cabeza que esa era una de las principales razones por las que muchos soldados como ella no regresaban de alguna misión, o incluso nunca volvían a salir de las instalaciones. Empero ella sentía que debía entrar al lugar como fuera.
Todavía estaba aprendiendo a confiar en sus instintos y a no dudar de su fuerza o habilidad, pero algo le decía que debía satisfacer el inestable sentimiento que se había instalado en su pecho. Estaba convencida que tenía que hacerlo antes de volver a Washington DC.
Retrocedió y comenzó a devolverse por el mismo camino que había tomado minutos antes, para hacer su trayecto hacia el depósito de armas. Todavía tenía un trabajo que hacer esa noche antes de volver a América y la distracción del momento no le ayudaría en nada.
El 2014 estaba a la vuelta de la esquina. Su labor era no dejar cabos sueltos alrededor de potenciales, que podrían llegar a arruinarles todo por lo que habían estado trabajando tantos años. Más de una década dedicada a ese proyecto que cambiaría por completo la historia de la humanidad. Ella no iba a ser la razón para destruir todo por una molesta curiosidad.
Pero en esos momentos se sentía segura de poder cumplir y satisfacer ambos lados.
Editado.
a-andromeda
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