8.1: Prisioneros

—Otro —pidió a la camarera, que levantó la ceja.

Se notaba a la legua que aquella chica terminaría mal si seguía bebiendo, sin embargo, no era parte de sus tareas hacérselo notar. La observó con disimulo. Era bonita y, sinceramente, se veía patética. Y ella tenía debilidad por las chicas así.

—¿Segura que puedes con esto? —le preguntó, divertida.

Thea la miró con cara de pocos amigos. Estaba enojada con el mundo y la camarera estaba incluida en el paquete, aunque no le hubiera hecho nada malo.

—¿Y, a ti, qué te importa? —le ladró.

Levantó sus manos en señal de defensa y se fue a buscar su bebida. Estaba acostumbrada a ese tipo de comportamiento y, en cierta medida, le divertía ver lo gruñonas que se volvían algunas clientas después de un par de copas.

Al quinto, Thea decidió que era suficiente. El entorno en constante movimiento, producto del mareo, podría haber sido hasta divertido en otras circunstancias. Sin embargo, era tiempo de volver, mientras recordaba cómo hacerlo. Podría haber pasado la noche fuera, en plan de rebelde, pero no era lo suficientemente osada como para eso, ni siquiera en el estado que se encontraba. Además, el alcohol le había pegado para el sueño y le costaba mantener los párpados abiertos. Pagó con la tarjeta y salió a los trompicones.


Se desplomó en el asiento trasero de un taxi, con la cabeza en las nubes. De alguna manera, logró llegar a su cama sin tirar ni romper nada que se interpusiera en su camino.


Pasó una noche de sueños extraños con su Adonis perdido y pesadillas en las que torturaba a su madre de varias maneras. No descansó nada y amaneció con la primera resaca de su vida. Iba a avisar en el trabajo que se quedaría en casa, pero pensar en tener que cruzarse con Charlotte le pareció algo peor, así que fue de todos modos.

—¡Thea! —exclamó su jefa alarmada, al verle las profundas ojeras.

Su secretaria parecía, al menos, cinco años mayor. No había ni rastro de la chispa de sus ojos, ni de su sonrisa. Lucía como si no tuviera ganas de vivir.

—No quieres saberlo —le dijo, con un hilo de voz—. Prepararé tu café.


La mañana se le hizo eterna y los nombres de los hombres vendidos se le cruzaban y bailaban frente a ella. Decidió salir a caminar por el terreno de la escuela, para despejarse. Así se lo comunicó a Aria, a quien no le gustó la idea. Sería una vergüenza que la vieran vagar en ese estado.

—Lo que necesitas es dormir un poco— le aconsejó Aria, poniéndose en actitud de amiga, más que jefa.

—No quiero pisar mi casa, Aria...—respondió, sombría.


—Realmente, no creía que su trauma llegara tan lejos...— dijo Aria, una vez al tanto de todo lo sucedido el día anterior.

En sus ojos, se veía tristeza y lástima, algo que Thea no estaba buscando, precisamente. Su madre le había robado, y su amiga pensaba que era una pobre víctima nada más.

—¿De qué estás hablando? ¿Nos estamos refiriendo a la misma persona?

—Hay cosas que desconoces de tus padres, preciosa. Él...

Thea solía olvidar que Aria había sido amiga de su madre, antes que de ella. La razón por la que la mujer se hubiera distanciado era, en parte, la personalidad tóxica de Charlotte y su odio irracional a todo individuo masculino que se le acercara, incluido Antonio. Como pocas, Aria amaba a su esposo y nada le importaba más que él, ni siquiera la amistad de ninguna mujer, por muchos años de amistad que llevaran.

Lo de Dante había sido, ciertamente, un golpe muy duro para su mujer, pero había algo que no cuadraba en los hechos, algo que le hacía ruido a Aria.

Por sus contactos en la Escuela, ella había sido informada de una ola de violaciones y abusos contra varios hombres casados que, lejos de poder defenderse, eran desechados sin miramientos. La culpa era siempre de ellos, por salir solos a altas horas de la noche, o por usar ropa demasiada ajustada que provocara la lascivia de alguna mujer soltera y en abstinencia, por atreverse a hablar con otras mujeres y mirarlas a los ojos.

¿Qué palabra pesaba más? Era obvio. Los medios se encargaron de desestimar los casos, justificando el accionar de las delincuentes.

El caso de Dante tenía todas las señales de ser uno más de esa ola de ataques. Aria sabía a ciencia cierta que él amaba mucho a su mujer y, aunque no fuera así, lo sabía lo suficientemente inteligente como para no atreverse a dar el paso hacia la infidelidad: tenía mucho que perder.

Sin embargo, una vez efectuado el destierro no había marcha atrás, ni lugar para errores o arrepentimientos. Además, Charlotte era demasiado impulsiva, actuaba sin pensar, arrastrada por las emociones; y demasiado orgullosa como para admitir un error. Aria hubiera querido que se lo tomara con más frialdad, para darle tiempo a hablar con ella.

—Mi padre fue arrastrado al Basurero sin la más mínima piedad... ¡Ni siquiera pudimos despedirnos correctamente! No la defiendas, no se lo merece. Arruina todo lo que toca. Ella...

—Cálmate, pequeña. Entiendo que estés enojada, pero...

—¡Enojada no, furiosa! ¡Me lo quitó! ¡¡No la voy a perdonar jamás!! —Se le quebró la voz de la rabia que sentía y se le escaparon algunas lágrimas—. Él era perfecto, ¿entiendes?

Aria la abrazó y le acarició la cabeza.

—Quizás aún está aquí.

—No, ya no. Me fijé...

—Oh, mi niña... —La estrechó aún más.

—Tengo miedo por él. Tú no lo viste. Tenía una mirada tan... ¿Cómo decirlo? Valiente. No era para nada como un sumiso cualquiera. Stephen realmente parecía tener las suficientes agallas como para hacerte frente, si lo creía necesario. Saliendo de un lugar como este, —abrió los brazos abarcando el terreno— no es algo común. No sé si encontraré otro así.

Y además, estaba para comérselo, pero eso no lo dijo en voz alta.

—Lo van a tirar a la primera de cambio —se lamentó—. Odiaría que le pasara eso.


—Sería genial que existiera algún programa de reciclado de hombres —sugirió Portia.

Se habían reunido las tres —Thea, Yukari y ella— para tomar un café luego del trabajo. Yukari rió ante la ocurrencia de su amiga, pero a Thea no le pareció tan descabellada.

—Habría más casamientos —siguió—.Más hijos, más hombres. Es rentable.

—¿Una tienda de hombres de segunda mano? —aventuró Yukari, ahogada de tanto reírse.

—Un Outlet de Divorciados —respondió Portia, abriendo los brazos, como mostrando un cartel—. Jubiladas 20% de descuento.

Esa última ocurrencia desató otra ola de carcajadas y lágrimas. Realmente, ellas eran su mejor bálsamo, pensó Thea. Necesitaba despejarse un rato de tanto drama familiar y obsesivo. Habían pasado unos pocos días desde la tragedia, y ella no se podía recuperar.

Tampoco podía perdonar a su madre, sobre todo después de enterarse de que no era sencillo devolver el auto que le había comprado. Venderlo tampoco estaba fácil. Mientras tanto, sí, lo disfrutaría, pero prefería unos brazos masculinos alrededor suyo, en vez de un asiento de cuero y aire acondicionado.

La idea de Portia la hacía divagar. Sería genial, más fácil todo, más accesible. Aunque no faltaría la que le diera asco tener un hombre usado por otra, muchas comprarían, seguro.

"Usado". Ella sabía que la mayoría de los solteros mayores de veintiuno ya estaban "usados", de alguna manera tenían que practicar y adquirir la experiencia que los libros no daban. Pero eso era ignorado por el común de la sociedad, una ilusión un poco tonta, pero ilusión al fin.

Una vez le preguntó a Aria sobre las mujeres que trabajaban probando a los muchachos. Era algo ultra confidencial que sólo sabían Aria y la jefa de Recursos Humanos. Era un trabajo bien pago, que requería de un buen estado físico y mucha, muchísima discreción.

—Para ellas no debe sentirse como trabajo. Imagino que lo deben pasar muy bien —opinó Thea.

—En realidad, ninguna dura demasiado tiempo —le respondió Aria—. Verás, se acuestan con tantos que ya les produce hastío. Se aburren. Es como cuando te gusta tanto una comida que la comes muy seguido, hasta que llega un punto en el que te hartas de ella. Yo adoraba las nueces, siempre tenía a mano algunas para cuando me diera un antojo. Ahora, no las puedo ni ver.

—¿También te aburriste de tu marido? —le preguntó, divertida

La expresión de Aria se suavizó con una sonrisa soñadora.

—Jamás. Hay muchas cosas en el paquete. No podría hartarme nunca de él.

—Yo quiero algo así. —A Thea se le hizo un nudo en la garganta.

—Espero que lo encuentres. Hay mucho para elegir. —Le guiñó el ojo.

Stephen se retiró al baño para asearse, antes de ponerse a cocinar la cena. Adele yacía en la enorme cama de su habitación, leyendo un libro. Mientras se peinaba un poco, una mancha en su cuello le llamó la atención.

—Mi señora —la llamó.

Ella apenas se movió para mirarlo, levantando una ceja. Odiaba que la interrumpieran.

—Tengo... —Se aclaró la garganta y se señaló— tengo una marca en el cuello.

—Maquíllalo. En el armario del baño, encontrarás algo —le ordenó, volviendo la vista a su libro—. Quiero cenar en una hora.

Stephen se apresuró. Nunca había tenido que verse forzado a maquillarse luego del acto. En la Escuela, se enseñaba cómo cubrir moretones con maquillaje, pero por las consecuencias de las peleas entre alumnos, para no perjudicar su imagen en la Feria. ¿Pero esto? Jamás había sido marcado por una mujer en su entrenamiento, les estaba prohibido. Se sentía incómodo, como si fuera ganado marcado.

Adele era una fémina salvaje, muy exigente. Al principio, le había parecido bastante divertido y estimulante. Su cuerpo, producto de numerosas cirugías, se encontraba bastante mejor de lo que esperaba. Otro, quizá, lo habría encontrado bastante deseable.

Su esposa era todo un desafío a sus conocimientos y sus capacidades, de las que él se enorgullecía. Sin embargo, el apetito insaciable la llevaba a ella a intentar cosas cada vez más violentas con él, que lo dejaban con una fea sensación de ultraje.

Se dispuso a preparar la cena, tratando de alejar su mente de temas que lo deprimieran. Le costaba tanto, que tenía que concentrarse mucho en cocinar algo decente para la patrona. No podía distraerse.

Lo intentó, pero las manos se le iban constantemente al cuello, y pensaba, dándole vueltas al asunto. Un toro marcado. Rodeado de lujos, eso sí.

El curso de sus pensamientos lo llevó a un lugar que quería evitar a toda costa: ella. Por más que trataba, no podía olvidar su trato amable, su sonrisa y su promesa. Esa promesa que lo enloquecía, dándole vueltas al "¿qué hubiera pasado si..?".

Sacudió la cabeza y atacó con más ahínco la carne que estaba cortando. Clavó la cuchilla demasiado profundo un par de veces, atascándola en la tabla de madera. Tenía que controlarse. Él no era así. Su carácter templado le había significado una suba en su cotización. Eso era él, se recordó, un maldito robot complaciente.

Thea colgó las llaves al costado de la puerta de calle con desgana. Era hora de volver a la realidad del hogar. Había cambiado su animosidad hacia su madre por una indiferencia glacial, hablándole lo mínimo y necesario. La encontró en la cocina, tomándose un café bien cargado.

— Hola, Thea —la saludó, esforzándose por sonreír—. ¿Qué tal tu día?

La situación estaba matando a Charlotte. Sabía que había tomado una acción drástica, pero su hija se lo había dejado servido al utilizar su cuenta bancaria. Tenía que resistir la tormenta. Después de todo, lo había hecho por su bien.

—Bien. —Se encogió de hombros y se dirigió al refrigerador, buscando algo frío para beber.

Charlotte dejó la taza en la mesa, siguiendo a su hija con la vista. Se le estaba partiendo el corazón en mil pedazos. Era parte de su rol, tomar medidas para su seguridad, aunque ella no lo entendiera en el momento. Thea sintió el peso de su mirada, y se la devolvió.

—¿Qué?

Charlotte tomó aire. Quizás podría distraerla de la situación con una propuesta.

—Tenemos un compromiso el sábado.

—¿Tenemos?

—Sí, las dos. —Suavizó la mirada lo más que pudo— Adele nos invitó a la presentación de su esposo.

«Esa víbora», le pinchó la envidia y el disgusto.

Esa arpía se había casado por ¿cuánto? ¿Quinta vez? ¿Sexta? Ya había perdido la cuenta. Y ella no había logrado tener siquiera uno. ¡Era tan injusto! Sería humillante verle la cara de satisfacción cuando descubriera que no había comprado a nadie.

—¿Y yo que tengo que ver con ella?

—Eres mi hija. Punto. Tienes que venir.

—Ya estoy grande para que uses ese argumento conmigo.

—Ni siquiera tienes que estar conmigo. Está invitada tu jefa Aria, también. Y las cenas que se organizan allí son increíbles... — trató de convencerla.

Lo cierto era que le daba curiosidad saber quién sería la próxima víctima de Adele. Manteniendo su semblante serio, accedió.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top