6.1: Un poco de suerte

          

Definitivamente, la suerte le estaba sonriendo. Trabajo nuevo, sueldo mucho más alto, un buen clima en casa... Conocía a uno de sus hermanos, inclusive. Un marido era lo único que le faltaba, aunque no por mucho más tiempo.

Portia se había ofrecido a prestarle dinero para facilitarle las cosas.

—Tampoco es que esté tan desesperada, Portia —aclaró Thea, riendo.

—Pero te lo mereces, Thea —protestó—. Más de lo que se lo merecen esas viejas estiradas...

Jean Luc estaba sentado con ellas, en silencio. Sabía que era afortunado por haber sido adquirido por Portia. Pocos hombres tenían el privilegio de sentarse a la mesa con las damas y tomarse un café. La mayoría solo hablaba con su esposa y sus hijas.

Cuando se detenía pensarlo, le parecía increíble que pudiera hablar con su bella esposa como si fueran iguales. Él era consultado por ella por diversas cuestiones y, a veces, hasta lograba hacerla entrar en razón cuando estaba equivocada. Que una mujer fuera cuestionada por un hombre era, de por sí, anormal. Y que, peor aún, fuera influenciada por su esposo era una locura. En esa casa, sucedía, y él estaba más que agradecido por ello. Hasta le había permitido conocer a sus padres y entablar una relación amistosa con Thea.

—Lo pagaré con mi dinero —insistió—. Tendré que quedarme más tiempo en casa, pero puedo soportarlo.

No estaba nada mal vivir con su madre. Sin embargo, quería independencia. Sentía que ya había llegado la hora de cortar el cordón. Además, su madre no toleraría la presencia de un hombre en la casa, ni mucho menos soportaría ver a su hija "rebajándose" a su nivel.

—Está bien... Pero, ya sabes —siguió—, solo tienes que pedirlo.

—Estamos en deuda contigo —acotó su esposo.

Thea sonrió y negó con la cabeza.

—Yo no he hecho nada...— Replicó, por centésima vez—. Simplemente, estuve en el lugar indicado, en el momento indicado.

No entendía por qué esos dos la consideraban una especie de hada madrina, cuando nada más se había limitado a hacer una sugerencia. Ni siquiera había puesto un centavo para la compra.

—Con los planes de pago que pondrán en marcha el mes que viene —les contó—, podré comprarme un esposo en unos meses.

—¡ Maravilloso! —aplaudió Portia.

—¿ Lo traerás a casa? —preguntó el joven, esperanzado.

Desde su casamiento, no había conversado con ningún hombre, a excepción de su padre Antonio. Su esposa se resistía a salir con él, porque no quería que nadie codiciara a su esposo. Era muy posesiva, como toda niña mimada desde siempre.

—Claro que sí —respondió Thea, como quien le promete un chocolate un niño.

Le daba pena que aquel muchacho no pudiera interactuar con otros hombres. Se imaginó que habría sido un chico muy sociable en la Escuela. ¿Cuántos amigos habría dejado atrás?

Vida cruel... Ella se moriría si la separaran de Portia y Yukari. Ni hablar de su segunda mamá, Aria. Se preguntó qué habría pasado para que se llegara a tal extremo.

Luego, les habló de Diógenes, que rendía el examen de ingreso esa semana.

—Si lo dejan, lo traeré también —prometió.

—¿Un azul? Creo que no estoy a la altura... —dijo él, apenado.

—Es un chico normal. Si no te dijera que está preseleccionado, ni te enterarías.

Portia también se mostraba interesada. Si bien era bastante celosa, gustaba de ver el paisaje de vez en cuando.

—¿Cómo se tomó lo del encuentro? —quiso saber ella.

—Fue como si hubiéramos estado juntos toda la vida. Creo que así debería ser siempre... —Hizo un pausa, con la mirada perdida—. Dime, Jean Luc— dijo, volviendo en sí—, ¿a qué edad te separaste de tus padres?

—A los ocho —contestó enseguida, sorprendido con la pregunta.

—¿Por qué? —quiso saber Portia.

Su amiga tardó unos segundos en contestar.

—Me pareció extraño... Nunca había visto a mis hermanos cuando estaban en casa.

—Hay familias que deciden criarlos por separado. En la Escuela, conocí a varios que ni siquiera habían visto a su madre —explicó Jean Luc—. Quizá sea porque somos indignos de compartir...

—Pues no lo son —lo cortó Portia—. Tú no eres indigno.

Por el tono de voz que empleó, Thea supo que no era la primera vez que se tocaba ese tema de conversación. De hecho, le sorprendió ver a la dulce Portia enojada y levantando la voz. Ahora, se parecía más a las mujeres casadas que conocía: mujeres autoritarias.

La tensión le resultó insoportable, y su pobre mente estaba en blanco, así que no sabía cómo desviar la conversación hacia lugares más felices. Observó mortificada el cruce de miradas, totalmente desigual. Parecía una bestia acechando a un pobre niñito. Agarró su teléfono y se puso de pie.

—Es tarde, debo irme...






—¿ Cuándo se sabrán los resultados de los exámenes?— preguntó, algo impaciente.

—Normalmente, tardan entre diez y quince días —respondió Aria.

La directora colocó sus manos sobre los hombros de su secretaria. La enternecía verla tan pendiente de su hermano. Maldijo en silencio a Charlotte, por haber privado a sus hijos de una infancia más feliz.

—Saldrá bien, ya verás —le aseguró.

—¿Puedo verlo de nuevo?

—No, pequeña, sería sospechoso. Ten paciencia —le pidió, mientras volvía su oficina.

La muchacha se movía de un lado a otro de la habitación, ansiosa. Había llegado el Gran Día, y estaba tan nerviosa como él. No sabía qué esperar.

Se ordenó a sí misma un poco de calma, se dejó caer en la silla y agarró su taza de café con aire ausente. Últimamente, se estaba alterando por cualquier cosa, algo nada propio de ella. No era de extrañar, ya que estaba descubriendo cada vez más aspectos del sistema que la disgustaban profundamente. No recordaba la última vez que se había cuestionado tanto sobre algo.

—... mi perro tiene más derechos que esos pobres hombres del Mercado...decía una mujer en la radio.

Thea se acercó al aparato para subir el volumen.

...Realizan todas las tareas del hogar sin recibir un sueldo, ni vacaciones. Muchos de ellos son terriblemente maltratados y tirados a la basura, como mercadería defectuosa. ¿Qué nos pasa, mujeres?—hablaba con una pasión que conmovió a Thea.

Dígame, Chiara, ¿se ha casado alguna vez?—le preguntó una mujer, con voz ronca, que sonaba aburrida.

No, no estoy de acuerdo con las políticas del mercado —respondió, horrorizada—. El amor no se compra.

Ja, no sea infantil, señorita Freeman —la cortó otra, con voz chillona—. ¿Quién está hablando de amor? ¿No será que usted no cuenta con los recursos para permitírselo?

Risas generalizadas. A Thea, le dio asco la acotación.

Mis ingresos no son relevantes en este debate, Tina —se defendió Chiara.

Si no se ha casado nunca, no tiene conocimientos que avalen su opinión, ¿no creen? La invito a probar convivir con un hombre, y sabrá de qué le hablo —se rió la primera.

Bueno, bueno —dijo la que parecía ser la conductora del programa—. Creo que nos estamos desviando del tema. Vamos con más música, y volveremos...

Thea deseó haber escuchado el programa desde el comienzo. Se asomó por la puerta entreabierta de la oficina de Aria. La mujer estaba tipeando en la computadora, totalmente absorta. La joven golpeó la puerta, para llamar su atención. Aria suspiró y se presionó los ojos con los dedos, cansada. Esbozó una sonrisa.

—Dime.

—¿Conoces a Chiara Freeman? Acabo de oír parte de un debate en la radio...

—Sí, una mujer brillante. Lástima que no sepa callarse ciertas cosas —Hizo una mueca de disgusto.

—Pero, lo que dijo...

—¿Sobre el matrimonio? —Levantó una ceja.

Thea asintió en silencio. De repente, se sentía cohibida.

—La sociedad no está preparada para ese discurso revolucionario, mi cielo. Es más, me sorprende que aún siga saliendo en los medios. No hace más que humillarse continuamente...

La chica bajó la cabeza, cada vez más mortificada.

—Escúchame, pequeña. Estoy de acuerdo con todo lo que ella dice, ¿sabes? Es sólo que me apena que se exponga de esa manera en cada programa que la convoca. No se da cuenta de que solo se burlan de ella.

La joven la miró con el ceño fruncido

—Chiara no es la primera, y ojalá no sea la última, en defender los derechos de los hombres. Pero, no es momento aún de declararle la guerra al gobierno. No terminará nada bien. —Su mirada se ensombreció y calló uno segundos—. Lo mejor que podemos hacer, por ahora, es alivianarle la existencia a los que podamos, en la privacidad del hogar. Salvo que quieras terminar en un lugar peor que el Basurero.

—¿Existe? —preguntó, escéptica.

—Por supuesto que sí.

La chica se dio la vuelta para volver a su escritorio.

—Thea, un consejo.

La hizo pararse en seco. La miró y vio su semblante triste.

—No le menciones a gente como tu madre lo que has escuchado.

Siguió su camino, indignada. No con su jefa, por supuesto, pero sí con el mundo en el que le tocaba vivir.

Tenía que irse. Le parecía imposible que la sociedad fuera así en todos los países. Quería ir a Centauria, para corroborar por sí misma los rumores de un país en el que existía igualdad.

«Pero, primero, me compro un marido.», pensaba, «Sola, no iré a ningún lado».




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top