La puerta de la habitación se abrió y apareció Charlotte. Su hija susurraba un angustiante "No te vayas" cuando despertó, sacudida por su madre. Se sobresaltó al verle la cara, iluminada apenas por las primeras luces del día. La chica entrecerró los ojos, tratando de enfocar el rostro que tenía delante.
—¿Te encuentras bien, mi amor? —le preguntó, poniéndole la mano en la frente, para tomarle la temperatura.
—Sí —contestó con voz ronca—. Creo que tuve una pesadilla...
—Iré a prepararte el desayuno. Tómate tu tiempo —le dijo con dulzura.
Thea se estiró y se restregó los ojos. ¿A quién le había pedido que no se fuera? No podía recordar nada más que eso, pero la angustia persistía.
«Un sueño, sólo un sueño... » , se convenció, «No tiene por qué significar algo...».
Mientras desayunaba con su madre, Portia la llamó. Hablaron poco, porque a Thea se le hacía tarde para el trabajo.
—No me esperes para la cena —le comunicó a su madre.
—¿A dónde irás?
Charlotte nunca cuestionaba los planes de su hija. Sabía que era responsable y capaz de cuidarse sola. Confiaba plenamente en ella, ya que nunca le había mentido ni ocultado nada.
A veces, se sentía culpable por esconderle ciertas cuestiones pero, claro está, no estaban en igualdad de condiciones. A Thea, de nada le servía saber la verdad acerca de su padre, y lo de sus hermanos. No tendría que habérselo ocultado. Sin embargo, eso era preferible a tener que responder engorrosas preguntas. Había ocasiones en las que su hija la asustaba con sus ideas. Mira que hablar de sus hermanos en términos de igualdad...
Y, luego, reflexionando un poco sobre los hombres libres o haciendo preguntas acerca de historia antigua. ¿De dónde demonios había sacado esa absurda idea de la dominación machista? ¡Hasta una niña de cinco años sabía que así estaban mejor que antes!
—Portia me ha invitado a su nueva casa.
—¿Joan le ha regalado eso también? —preguntó, levantando las cejas.
—No, la compró con su dinero —explicó Thea, como si su amiga se hubiese comprado ropa.
—¡Vaya! Esa amiga tuya tiene más dinero que el que ganaremos nosotras en toda nuestra vida.
—Ni que fuéramos pobres, mamá —replicó Thea—. Esta vida está más que bien para mí. No tengo nada que envidiarle a Portia.
«Salvo que se haya casado ya... », agregó para sus adentros.
—Sí, para mí también —aclaró—. Solo estoy comparando.
—Te llamaré cuando esté saliendo, ¿de acuerdo?
—Como gustes, cariño.
La muchacha fue a buscar su cartera y saludó a su madre.
—Cuídate —le pidió, besándola en la frente.
Hacía ya tres meses que trabajaba en la Escuela de Hombres. Como predijo Aria, se acostumbró rápidamente al ritmo. Con un poco de organización, agilizó bastante sus tareas. Su jefa se mostraba satisfecha con su desempeño y ya había prometido un aumento de sueldo.
Trabajar con Aria era un placer. En sus ratos libres, se sentaba al lado de Thea y le contaba anécdotas de su vida de casada y sobre su hijo. Otras veces, sus charlas eran verdaderas lecciones de vida para Thea. También, le respondía preguntas sobre diversos temas profundos y debatían bastante.
Ese día, Aria le había pedido que le contara algo sobre su hijo y Thea sonrió, contenta de poder decirle algo más consistente que de costumbre. Mejor dicho, la promesa de noticias.
—Iré a cenar con ellos hoy —le confió—. Mañana te contaré.
—Me has alegrado el día con esa frase —rió Aria.
—¿Cómo está Tonio?
—Peleando con su corazón, pero bien. Se pondrá mejor mañana, espero— le dijo, con una sonrisa ausente.
Antonio sufría de una afección cardíaca congénita. A su edad, cincuenta años nada más, ya había sufrido un par de infartos, que derivaron en internaciones. Aria le quitaba gravedad al asunto, pero Thea sabía que era algo delicado. Decidió que le pediría a los recién casados que fueran a verlo cuando pudieran.
—Mándale saludos de mi parte —le pidió Thea, con una sonrisa.
—Créeme, Thea, esto del matrimonio es genial—le dijo Portia en tono soñador—. Deberías probarlo.
La aludida sonrió. Su amiga siempre había sido una chica alegre y con cierta luz interior que daba gusto percibir. Tres meses de casada, y estaba lejos de arrepentirse.
—Sabes que me gustaría hacerlo... —le contestó.
—¿Sigues yendo a la Feria?
—Por supuesto —sonrió—, las cosas han cambiado un poco.
—Ah, ¿sí? —Y, dándose vuelta, gritó— ¡Jean! ¿Dónde estás, cariño? Thea ya está aquí.
—Oh, déjalo.
—Siempre es lo mismo, cuando está pintando es como si desapareciera — suspiró la joven—. Ya vendrá. ¿Qué me decías?
«Si mamá supiera... », pensó Thea.
Al parecer, Portia no era la típica esposa represora. Dio gracias por ello. Si Charlotte se hubiera casado con un hombre así, ya lo habría devuelto, catalogándolo de inútil.
—Que las cosas cambiaron un poco. Ahora son más accesibles, ¿sabes? —le contó.
—¿Bajaron de precio? —sugirió.
—No, pero han puesto planes de pago. Por ejemplo, pagas la mitad de una sola vez, y el resto en dos o tres cuotas.
—Como los electrodomésticos —se rio la rubia.
—Ajá.
Se sentía rara. Le chocaba la comparación de Portia, sobre todo por su precisión. Los hombres eran como electrodomésticos. Le pareció una aberración.
—Estás ahorrando, supongo.
—Obviamente.
—¿Y tu madre qué dice a todo esto? —preguntó, con cautela.
—No lo sabe. Piensa que es para comprar un departamento.
—Oh. Me parece bien... —reflexionó.
En eso, entró Jean Luc, limpiándose los restos de pintura de las manos. Tenía la remera llena de manchas de varios colores.
—Hola, señorita Galathea —la saludó con una sonrisa y una leve reverencia.
—¿Qué tal, Jean? —lo saludó a su vez, ignorando su aspecto.
—Cariño —le dijo Portia, con un leve, pero notable, tono autoritario.
—¿Qué?
Su esposa lo miró significativamente. Él siguió su mirada y sonrió con culpa.
—Discúlpeme por recibirla así. Iré a cambiarme.
Cuando salió, su esposa vio que Thea reía por lo bajo. Cuando sus miradas se encontraron, se echaron a reír estruendosamente.
—¿Se supone que debe tenerte miedo?— le preguntó Thea, maliciosa.
—Tendré que practicar más frente al espejo —respondió Portia, con las mejillas aún encendidas por la risa— Es un poco despistado, a veces, pero es tan lindo...
Sus ojos se iluminaron con ese brillo que tanto anhelaba tener Thea. El mismo que tenía Aria cuando estaba en compañía de Antonio.
—Dile que no me trate de usted, por favor —suplicó Thea, también un poco sonrojada.
—No tienes una idea de lo que me ha costado hacer que dejara de hacerlo conmigo —le contó.
—Los crían así —sentenció la otra, encogiéndose de hombros—. ¿Feliz, entonces?
—Totalmente —respondió, orgullosa—. Vamos, ¡cómprate uno!
Juntó las manos con gesto suplicante. Thea se echó a reír de nuevo. Como si hiciera falta que le rogaran.
—Con lo que gano ahora, no tendré que esperar mucho más —comentó Thea.
—¡¡Sí!!
Portia aplaudió como si tuviera diez años menos.
La velada transcurrió alegre. Fue una charla distendida, solo interrumpida por la cena, preparada por ambos anfitriones. A pesar de lo que le había prometido en la feria, Jean Luc no era muy bueno en el ámbito culinario. Para alivio de la invitada, ambos parecían llevarse muy bien.
Estaban tomando un café, cuando el chico le trajo un cuaderno con acuarelas, a pedido de Thea. La mitad eran de Portia en poses espontáneas. Los dibujos no eran realistas, pero encerraban un estilo propio agradable a los ojos, sobre todo por su naturalidad.
—Son muy bellos —lo elogió—. ¿Me harías uno?
—Si así lo desea, señori... digo —Carraspeó— Thea.
Thea se detuvo en seco al ver un retrato de los padres del muchacho. Entonces, decidió hacer algo.
—Tu madre estaría muy orgullosa si viera esta pintura.
Los esposos se acercaron para saber a qué se refería. Luego, se miraron y Portia asintió con la cabeza, dándole permiso.
—Entonces, ¿serías tan amable de dárselos?— le dijo Jean Luc.
Thea sonrió complacida.
—¿Cómo están? —le preguntó con timidez.
Thea procedió a contarle, resumidamente, lo que sabía, incluida la enfermedad cardíaca de Antonio. Al terminar, se comprometió a preguntarle a Aria cuándo podrían visitarlos.
—No te das una idea de lo bien que le hará a tu padre, querido amigo —le dijo.
Jean Luc salió de la habitación con el cuaderno debajo del brazo. Se dirigió a su estudio y le escribió una pequeña misiva al dorso del retrato de sus padres.
—Tenemos planeado ir a veranear a Centauria, el año próximo —le contó Portia—. Estoy averiguando todo lo del papeleo y haciendo cuentas. Los permisos son caros, pero creo que vale la pena.
—¿No quieres llevarme allá? —le rogó Thea, en broma—. Prometo no invadir su espacio.
Su amiga se rio, pero se puso seria al instante. Su mirada se ensombreció un poco.
—Tengo un poco de miedo, ¿sabes?—confesó.
—¿Por? —preguntó, extrañada.
—Temo perderlo. Él no conoce otro modo de vida. Creo que si él ve cómo viven los hombres allá, quiera irse. Después de todo, allá pueden hacerlo. Pueden divorciarse y seguir con su vida.
—Te preocupas demasiado, Portia. Eso de que ellos son libres en Centauria debe ser solo una leyenda —replicó—. Además, por lo que yo veo, él te quiere.
—Sí, eso creo.
—¿Entonces? Mira, por como viene la mano, están destinados a ser como los padres de tu marido. No te agobies, piensa en otras cosas y disfrútalo —le aconsejó.
Enfatizó sus palabras con gestos y ademanes de candidata política. Luego, la abrazó y le dio un sonoro beso en la mejilla.
—En última instancia, —Puso un dedo den el mentón, haciéndose la reflexiva— me das los pasajes a mí, me robo a Stephen y me lo llevo conmigo. Mmm—Sonrió con aire de superada— Sí, haz eso. Lo pasaré muy bien.
Portia rió al ver a su amiga cambiar de actitud tan de repente. Entonces, reparó en algo y la miró con suspicacia.
—Stephen...— repitió, haciendo que la sonrisa de Thea decayera.
Thea se sonrojó y se dio vuelta. Sin que la dueña de casa la viera se mordió el labio y se maldijo a sí misma. Ante su silencio, Portia continuó, implacable.
—Así que ya encontraste el producto que buscabas.
—No... —Puso los ojos en blanco y serenó el semblante— He dicho el primer nombre que se me ocurrió. Es más común de lo que crees.
—¿Y cómo has llegado a esa conclusión? —preguntó, arqueando una ceja
—Qué perspicaz estás hoy, Portia. Estoy francamente sorprendida. No te copies de mí —se evadió—. Después de pasar las listas los lunes, se te quedan grabados, ¿sabes?
Portia se le quedó mirando. De repente, prorrumpió en carcajadas otra vez.
—¡Oh, ya recuerdo! El de la Feria, ¿verdad? ¡Ja, ja, ja! Te ha pegado fuerte — aventuró.
—¿Qué? No seas tonta...—Sonrió— Es solo un hombre, hay muchos como él.
—No pensé que eras de esas, Thea. Y luego me dices a mí —la acusó con sonrisa pícara imperturbable.
Thea resopló. Se había delatado más allá de lo defendible. Por lo general no le pasaban esas cosas. Ella era centrada, madura y... Pero, ¿por qué se seguía riendo así esa niña?
—¿Se han cruzado por los pasillos de la escuela? ¿Han tenido algún encuentro interesante?
Portia movió sus cejas arriba y abajo, provocando la risa de su invitada.
—No, no me he cruzado con nadie, ni he tenido encuentros "especiales" —se defendió.
Finalmente, llegó Jean Luc con el regalo para sus padres. Thea vio que ya era tarde.
—Mejor me voy. Mamá se preocupará. Es tan exagerada a veces...—se excusó.
Se despidió de ellos en la puerta, elogiando la cena y prometiendo volver.
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