3: Una boda peculiar

Thea estaba ansiosa por comenzar a trabajar en la Escuela de Hombres. La perspectiva del enorme papeleo del que se le había hecho responsable no le entusiasmaba demasiado; pero el solo hecho de trabajar en aquel lugar enigmático, sí.

No sabía gran cosa del sexo opuesto, ya que no se tocaba el tema en ningún lado. Su madre los odiaba, Aria los compadecía, Joan—la madre de Portia— los adoraba... Pero frente a ella no se hablaba de ellos más que superficialmente.

Tampoco era normal que una joven de la edad de Thea se interesara en la cuestión, a menos que quisiera casarse en un futuro inmediato. Así y todo, era atípico que meditara demasiado sobre el tema. El sexo dominante había sido moldeado para no preocuparse demasiado por ellos.

Aquella mañana, la chica fue a trabajar de muy buen humor. Saludó a las recepcionistas con una sonrisa y se presentó como era debido. Fue recibida con idéntica cordialidad.

Ya en su escritorio, tomó los papeles que estaban en lo alto de la pila que estaba al lado del monitor. Eran las listas de los ingresantes de ese mes. Eran alrededor de cincuenta niños. Chequeó que no faltara ninguno en el sistema. Luego, revisó qué cuartos quedaban disponibles y le asignó a cada uno el suyo. No le llevó mucho tiempo.

Lo siguiente era más complicado: revisar quiénes habían sido vendidos. Esto le llevó una buena parte del día, ya que el teléfono sonaba constantemente. A las tres horas, sentía que iba a enloquecer si escuchaba el bendito aparato una vez más.

La hora del almuerzo le cayó como una bendición del cielo. Se aseguró de que estuviera todo en orden y se fue.


Faltaba poco para la hora de salida y a Thea aún le quedaba mucho por hacer. Justo cuando miraba la pila de pendientes con cara de derrota, Aria salió de su oficina. Le puso la mano en el hombro y la muchacha levantó la vista.

—No hace falta que liquides eso hoy—la tranquilizó—. Tómatelo con calma.

Thea asintió, agradecida. Inhaló profundamente y fue a servirse un café.

—¿Fumas?— le preguntó Aria.

—No.

—Menos mal—dijo, prendiendo un cigarrillo—. Con todos los nervios de un trabajo como el tuyo, si fumaras, no llegarías a mi edad.

Thea alzó una ceja, escéptica.

—Tú fumas, y sigues aquí.

—Sólo de vez en cuando. —Aria le guiñó el ojo— Tengo otros métodos para liberar tensiones.

Soltó una risilla que Thea no terminó de entender, pero le sonrió de todas formas.

—No será tan terrible cuando te acostumbres—le aseguró—. Sólo tienes que organizarte bien. Hasta mañana.

—Adiós.

La boda de su mejor amiga llegó y ambas estaban llenas de expectativa. Era la primera vez que Thea asistía a una y le daba mucha curiosidad saber cómo eran.

La ceremonia se llevaría a cabo en casa de Joan, en el amplio jardín. Por lo general, el trámite se hacía en las oficinas del Registro Civil de la Ciudad de Palas, donde residían. Sin embargo, se podía solicitar que fuera en otro lugar, para hacerlo más especial. Por supuesto que, para ello, había que pagar bastante más dinero. Y la familia D'Anglars estaba más que cubierta en ese sentido.

Habían decorado todo con flores de colores vibrantes y cálidos, compensadas con cintas y muebles de color blanco. Cinco filas de sillas de madera eran cortadas por un pasillo central cubierto con una alfombra rojo oscuro. Al final, un arco de hierro con enredaderas y flores servía de marco de un pequeño estrado y dos sillas juntas frente a él. Detrás, una jueza preparaba los papeles necesarios para la ceremonia, un poco fastidiada por el calor que estaba haciendo.

Las sillas estaban todas ocupadas, a excepción de una en la primera fila. Era el lugar asignado a la dama de honor, Thea. Portia esperaba de pie frente al arco, junto a sus padres. Estaba nerviosa y muy ansiosa. No veía a Jean Luc desde que había firmado el contrato en la Feria, hacía una semana ya. No obstante, su recuerdo acompañaba sus sueños desde ese día. Quería tenerlo para ella cuanto antes.

Ese estilo de ceremonia ya se encontraba en desuso por esos lugares, ya que la mayoría de las mujeres veían a sus futuros cónyuges más como una mascota que como alguien con quien pasarían el resto de sus días. No valía la pena gastar tanto, ni hacer demasiado circo.

Pero la rubia era una romántica y quería que fuera especial. Sus padres estuvieron de acuerdo, les parecía que aquel sería un recuerdo muy bonito para compartir. A Thea, le encantó la idea, y más todavía cuando le pidió que fuera su dama de honor.

Una música suave de cuerdas empezó a sonar y los hombres presentes se pusieron de pie, en señal de respeto. Las mujeres permanecieron en sus asientos y giraron hacia atrás, algunas con cámaras en sus manos para retratar el momento.

—Respira hondo —le dijo Thea a un nervioso Jean Luc, repitiendo lo que le había dicho adentro, cuando fue a buscarlo.

El muchacho apenas atinaba a sonreír, totalmente rígido. Ofreció el brazo a la dama de honor, vestida de azul eléctrico. La miró a los ojos y renovó sus esfuerzos por lucir relajado. Ella le sonrió alentadora y presionó su brazo, dándole ánimos. Podía sentirlo temblar ligeramente.

—Despacio —le indicó—. Yo estaré contigo. Y concéntrate en ella. Ya verás lo hermosa que está.

—¿Y si cometo algún error y me devuelve? —preguntó en un susurro ahogado.

—No lo hará. Estás muy guapo y saldrá todo bien.

Comenzaron la caminata por el pasillo. Se escuchaban algunos murmullos aislados, pero el novio no se percató de ello: había quedado embobado con la diosa que lo esperaba al final del camino. Sus rizos caían en una cascada de oro, peinados con un semirecogido para despejar su rostro, apenas acariciado por un mechón de lado. Su vestido de gasa aguamarina abrazaba sus curvas hasta las rodillas por delante, y hasta los tobillos por detrás. El escote corazón dejaba a la vista un pequeño tatuaje de un par de alas en negro y rosa, a un lado de la clavícula.

—Por Diosa... —suspiró Portia.

Se perdió en la mirada esmeralda del hombre que había elegido para acompañarla de allí en más. Estaba sencillamente hermoso en su smoking gris. Se había peinado hacia atrás, quitando cualquier distracción de aquellos ojos. La llenó de emoción saber que serían los primeros que vería al despertar, y los últimos antes de dormir.

Eran tan transparentes... Podía leer sus nervios, pero también su entusiasmo, su inocencia y su dulzura. Le hacía sentir mariposas en el estómago y ya quería estar en sus brazos.

Todo se iluminó cuando se sonrieron mutuamente. No existía nadie más que ellos y los nervios que ambos sentían se evaporaron. Thea lo dejó delante de su chica y besó la frente de su amiga.

—Te adoro —susurró, antes de sentarse en su lugar asignado.

La jueza instó a los presentes a ponerse de pie.

—Estamos aquí reunidas para presenciar el enlace de Portia D'Anglars y Jean Luc Campbell —comenzó.

Luego de hablar un poco de las obligaciones de uno y del otro, llegó el momento que ambos estaban esperando.

—Jean Luc, ¿aceptas los deberes y obligaciones que la comunidad te exige como esposo de Portia; para amarla, respetarla y asistirla en todo cuanto te pida, hasta que ella así lo disponga? —preguntó la jueza.

Thea arrugó la frente. Aquella pregunta le pareció muy estúpida. ¿Acaso él tenía opción? Gracias a Diosa, él parecía feliz con el acontecimiento. No obstante, no podía evitar preguntarse qué sentirían aquellos hombres que no eran tan afortunados. Hablaban de decidir si aceptaba o no. ¡Cuánta hipocresía!

—Sí, acepto —respondió, sonriente, sin apartar la vista de los ojos de la novia.

—Portia, ¿aceptas como esposo a Jean Luc, para cuidarlo y respetarlo, hasta que tú así lo dispongas?—preguntó.

«Qué fórmula más horrible, por favor», pensó Thea.

Todo eso estaba muy mal. Mas ese había sido el deseo de su amiga. Fingir en esa obra de teatro, sentirse tan de otra época, pero sin olvidar dónde estaba.

—Sí, acepto.

—Que la mujer no separe lo que la ley ha unido —concluyó—. Los declaro esposa y esposo. ¡Felicidades!

Los novios sellaron el pacto con un beso tierno en los labios, que provocó el suspiro de un par de mujeres. Todos aplaudieron, Thea incluida, a pesar de sentirse extraña en esa situación.

La fiesta transcurrió entre un banquete suculento, baile y un par de shows de cantantes de pop. Los recién casados apenas prestaban atención a los invitados, inmersos como estaban en su pequeña burbuja de felicidad.

Thea se pasó toda la reunión hablando y riendo con Yukari, la única conocida allí. Le hubiese gustado que Aria estuviera presente, pero era algo imposible. Así que decidió tomar varias fotos para mostrárselas en la oficina el lunes.

Si bien estaba feliz por su amiga, decidió que no haría nada como aquello cuando se casara. No, ella firmaría los papeles necesarios lo antes posible y haría una cena con sus amigas en su casa. Con eso era suficiente. No quería fingir ni prometer cosas que no quería. Y, definitivamente, se encargaría de dejarle en claro a su esposo que no era su mascota, sino su igual.

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