27: A sangre fría
—Así es, Thea —asintió—. ¿No te alegras de verme? Ya está todo listo. Sube al auto. No hay tiempo que perder.
Se quedó congelada donde estaba. Aquello olía mal. Su amiga pertenecía a la más acérrima derecha. Era ajena a la causa rebelde, de eso estaba segura. Stephen tanteó la situación, dando un paso hacia el vehículo, poniéndose delante de Thea. La misma pregunta en los ojos de ambos.
—Ah, ah —La chica negó con un dedo, su expresión trocándose en una más hostil—. Usted no está invitado a la fiesta, Stephen.
—Entonces, no hay más que hablar, señorita —acotó Derek, apuntando la pistola hacia ella—. Vuelvan al vehículo y déjennos partir; y nadie saldrá herido.
Diógenes y Stephen lo imitaron, sin el más mínimo temblor. Thea los miró horrorizada por su sangre fría. Yukari respiraba con dificultad, abriendo más las aletas de la nariz. Quien no la conociera pensaría que solo estaba furiosa. Pero, su amiga sabía que eso era señal de que estaba, mínimo, nerviosa. Muy nerviosa. Los hombres que la acompañaban desenfundaron sus armas, a su vez. Yukari hizo gesto de apaciguar la atmósfera.
—No hay necesidad de tanta violencia. Thea, querida —se enfocó, como si estuvieran solas—, tengo el pasaje a tu libertad. Nadie te juzgará por lo que hayas hecho. Puedes empezar de nuevo y... —meditó un segundo qué decir— olvidar toda esta locura. Tu madre cuidará de ti, lejos de la ciudad. Piénsalo: una vida nueva, sin mancha. Portia y yo podemos visitarte también. No estarás sola. Solo debes dejarnos a ese infiel.
Escupió la última palabra, indignada. Odiaba ver a su amiga en una situación tan humillante. Jamás habían estado de acuerdo en cuestión de hombres. Sin embargo, ¿qué más daba? Eran amigas hacía años y la quería mucho. Lo suficiente como para arrastrarse hasta ese lugar inmundo.
Al menos, de eso intentaba convencerse. Por supuesto, la promesa de Adele había sido un condimento bastante seductor.
—Llegué muy lejos como para entregártelo, Yukari —le espetó, indignada—. ¿Por qué te crees que llegué hasta aquí? ¿De verdad, piensas que dejaré a Stephen contigo?
—¿Quién te envía, niña? —la increpó Derek, interrumpiendo—. Lo de Elliot, no te lo cree nadie.
—¿Por qué no? —se defendió—. Thea, somos amigas, lo sabes. Yo solo quiero lo mejor para ti. Por eso, cuando me convocaron, me puse muy feliz de poder ayudarte. ¿Acaso no confías en mí?
Se acercó a ella, su trayectoria seguida por dos cañones de armas. Thea se limitó a observarla, impasible. Yukari intentó abrazarla, pero Stephen no se lo permitió. Jugaría su última carta.
—¿Qué estás haciendo? —quiso saber Thea, inmóvil.
Luego, sintió un tirón en el pelo y el filo de una navaja muy cerca de la yugular. Su captora la giró para que quedaran ambas de frente a los hombres. Le habló con la boca pegada al oído, apresándola con una fuerza que asustó a Thea. Le dolía el cuero cabelludo y el cuello, ni hablar de los otros golpes que tenía, por la posición forzada. Una gota de sangre se escurrió por su cuello.
—Ya me habían advertido que no estabas en tus cabales, Galathea. Vendrás conmigo, quieras o no. ¡Bajen sus armas, dije!
La arrastró unos pasos hacia el auto, sin darle la espalda al enemigo. Stephen forcejeó con ella para desarmarla, sin éxito. La mujer era escurridiza, y bailaba con Thea como si fuera una pluma. Sus aliados los miraron, impotentes. No sabían qué hacer, no tenían un tiro limpio. Derek sacudió la cabeza, para sacudirse el letargo.
A partir de ese momento, todo pareció transcurrir en cámara lenta. Disparó un tiro hacia los hombres de negro, que se mantenían al margen, distrayéndoles, y otro a uno de los neumáticos del auto. Diógenes abrió fuego a los hombres, mas no tenía la puntería de la que se enorgullecía Derek, por lo que falló todos los tiros. Sus contrincantes, a su vez, dieron con el pecho de Derek y el hombro de Stephen, dejándolos fuera de combate.
El chico restante se congeló por el shock. En el fondo de su mente, sabía que debía hacer algo. Sin embargo, su cuerpo no le respondía. Su pistola resbaló de sus manos, cayendo con estrépito al piso. Sus ojos se salían de sus órbitas, mientras observaba el discurrir de la escena como un horrorizado e inútil espectador. Los demás, viendo que ya no había peligro, decidieron guardar el resto de la munición para algo que valiera la pena. Volvieron al vehículo.
Thea, en tanto, aprovechó que su amiga estaba distraída por el lío, aflojando su agarre, y sacó el cuchillo que tenía oculto. Solo podía pensar en sobrevivir y en salvar a sus seres queridos. No podía permitirse perder. Enterró el cuchillo donde pudo, recibiendo un ruido ahogado en respuesta. Escuchó un par de disparos más, y el sonido de cuerpos cayendo al suelo.
—¿Thea? —se lamentó Yukari, doblada por el dolor.
La aludida bajó la vista hacia su mano. Aún sostenía el cuchillo por el mango, enterrado en el abdomen de la chica. Se miraron a los ojos. Yukari lloraba. Thea la ayudó a recostarse en el suelo. Se horrorizó de lo que acaba de hacer. Quitó el arma y la sangre se derramó sin freno. Se paró y se apartó de ella. Solo había una persona en su mente, y no era ella. Yukari se colocó en posición fetal, resignada a su destino y retorciéndose por el dolor.
—¡Thea! —la llamó Diógenes, cuando logró reaccionar.
Ambos corrieron hacia sus amigos caídos. Derek se había desmayado. Ella dirigió la mirada al vehículo: los dos hombres yacían sin vida, sobre sendos charcos de sangre. Stephen, en cambio, sí estaba consciente. El hombro le ardía, pero no dio muestras de ello, salvo por su respiración dificultosa. Empuñaba su pistola, todavía apuntando a sus enemigos.
—Tenemos que salir de aquí —los urgió—. ¿Derek está...?
Diógenes ya se había arrodillado junto a él. Era débil, pero allí estaba el pulso del héroe caído.
—Stephen, ayúdame a cargarlo, ¿puedes? —le rogó—. Volvemos al hospital. Lo siento, Thea.
Thea se apresuró a asistirlos, pero Stephen la frenó.
—No puedes hacer esfuerzo —le advirtió.
El peso muerto era difícil de llevar, pero lo lograron. La joven miró atrás, en cuanto acomodaron a Derek.
—Tenemos que hacer algo con ella... Por favor... —rogó.
Diógenes suspiró. No la creía merecedora de ninguna misericordia. Pero, conocía lo suficiente a su hermana como para saber que no podrían dejarla atrás. Corrieron hacia ella y Thea se tiró al piso, a su lado. Evitó mirar la herida, tomando el rostro de su amiga con suavidad.
—Lo siento tanto, Yukari... —Rompió en llanto al ver lo que había hecho.
La chica la miró, con una mínima chispa de vida en los ojos. No lograba comprender lo que le decían y tenía la vista nublada. Ya había perdido las esperanzas. Cerrando los ojos, se entregó a su destino.
—No... No... ¡NO! —gritó Thea, histérica.
Su hermano la levantó de la cintura, con cuidado.
—Ya no podemos hacer nada, Thea... Ella se lo buscó. ¡Apúrate! ¡Piensa en Derek!—imploró—¡Derek nos necesita!
Subieron a la camioneta, dejando atrás la carnicería, raudamente hacia el hospital.
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Lejos de allí, en la seguridad de una mansión en pleno Palas, dos de las mujeres más poderosas aguardaban noticias de la misión. Habían recibido una llamada que estaban esperando con ansias.
—Señora, hemos tenido un contratiempo —informó una voz masculina por el altavoz—. Se han escapado.
Vittoria y Adele se miraron. La segunda estaba furiosa.
—Más te vale que los captures, Jenner —lo amenazó, con frialdad, Vittoria.
—No se preocupe. Nuestras fuentes nos informan que regresaron por donde vinieron. Ahora será aún más sencillo. Le informaré sobre nuestros avances en unas horas.
—Has perdido el toque, querida —opinó Adele, con malicia.
—No es la primera vez que surgen complicaciones. Esa manía tuya me ha costado dos hombres excelentes —le recriminó.
—No es una manía. Sabes muy bien que no me gusta que me toquen mis cosas —respondió, cruzándose de brazos.
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¡Gracias por leer!
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