25: En la cuerda floja
Metros antes de llegar a la puerta de Thea, Diógenes se topó con Derek, su contacto del Basurero. Se lo veía molesto, con una postura rígida y cruzado los brazos.
—Dime una cosa, Sterling. ¿No te alegras con el reencuentro? —le preguntó Derek, sorprendido por la frialdad que estaba mostrando su infiltrado.
Diógenes lo miró con recelo. No le gustaba que un desconocido le hiciera reclamos sobre su vida privada.
—Mi prioridad en este momento es que mi hermana reciba la medicación que corresponde. Lo siento si no te agrada que no esté a los besos y abrazos, perdiendo el tiempo —le respondió, de mala manera.
—Ey, ¿cuál es tu problema?
—Que mi vida no es asunto tuyo —espetó.
Derek levantó la ceja. Ya le caía mal. Se preguntó si Elliot habría hecho una buena elección con él. Se le veía algo impulsivo. En caso de problemas con la misión, le preocupaba que pusiera trabas en la rueda.
—La tuya no, pero la de tu padre, sí. Escucha, niño —lo increpó—. Lo conozco hace mucho tiempo, y soy su amigo más cercano. He escuchado de ti y de tus hermanos largo y tendido. Sé de primera mano todo lo que él ha pasado y sufrido. Y verte tan frío con él, después de tantos años, me enfurece. Él es un gran hombre y ya ha pasado por mucho, como para que lo desplantes así. Que seas azul, no te hace superior a ninguno de nosotros aquí. Espero que lo tengas bien claro.
—Guárdate tu opinión para alguien que le importe.
Se desafiaron un instante más con la mirada, antes de que Diógenes ingresara en la habitación de Thea. Fue recibido por su bella sonrisa, y se la devolvió. La mala sangre que había pasado momentos antes, se esfumó. Su hermana tenía ese poder. Una sola mirada y ya sentía el corazón apaciguado. Se acercó a ella y le tendió un par de pastillas.
—Te dejaré el resto aquí —le indicó, señalando una pequeña mesa— Dos por día, las verdes. Y las blancas, cada ocho. ¿De acuerdo? Son un analgésico y un antiinflamatorio. Esto debería acelerar el proceso. ¿Te alimentan bien aquí?
Thea se encogió de hombros.
—No me quejo. Con lo poco que hay, los cocineros hacen maravillas. Prueba el pan. Será un antes y un después en tu vida —le sugirió, entusiasmada.
—¿Para tanto?
—Digamos que quiero saquear la cocina antes de irme de aquí.
—De acuerdo... —dijo, después de una sonora carcajada— ¿Has visto a papá?
—Tiene que cumplir en su puesto. Vendrá en un par de horas. Mientras tanto, Derek se ocupa de mí.
— ¿Y, Stephen, también?
—Sí... Quedarse aquí levantaría sospechas. Aunque Derek nos prometió que conseguiría un permiso para que se quede conmigo a cuidarme.—Sonrió con tristeza— Lamento que te hayan involucrado a ti también. Espero que no peligre tu puesto en el Pabellón.
—Todo irá bien. Hay mucho en juego, así que daremos lo mejor. —Trató de sonar convincente, aunque no lo creía ni él.
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Mientras observaba a Stephen desde una distancia prudencial, Jeff reflexionó acerca de su reencuentro con Diógenes. Se alegraba por él, por su ingreso al Pabellón Azul. Sin embargo, le pareció estúpido jugarse ese lugar por esa chica descarriada. Él, ciertamente, no lo haría ni por su mismísima madre.
Rogaba que la misión no lo perjudicara, puesto que lo apreciaba mucho. Después de haber trabajado tanto para llegar a la pseudo libertad azul, estaba tirando todo por la borda. Ah, pero él no sería tan estúpido. Ya habría tiempo para ser honorable. Su liberación personal estaba por encima de todo.
Que el infiltrado del otro equipo fuera su mejor amigo, era un golpe de suerte. Si cuidaba sus palabras, podría acceder a los detalles de la operación. Sonrió. Hasta le resultaba divertido el giro de los acontecimientos.
Así que Galo era Galathea, en realidad. Ya decía él que era demasiado afeminado y débil. Viéndolos a uno al lado del otro con un corte de pelo similar, tenía que admitir que eran casi idénticos. Nadie podría culparlo por confundírselos.
Se rio ante la idea de que Stephen se confundiera de Sterling, buscando un poco de cariño. Aquello sí que sería bochornoso. No era justo que él tuviera con quién retozar todos los días. No entendía cómo nadie la había delatado aún. Bueno, aparte de él.
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—¿Papá? —lo llamó Diógenes, antes de que entrara la habitación para ver a su hija
Dante lo miró, sintiéndose inseguro. El reencuentro le había dejado gusto a poco. Tantas noches añorando a su niño, para recibir una mirada de sorpresa y confusión, y nada más. El chico tragó saliva. Tendría que haber hecho algo en el primer momento. Ahora, sentía que ese momento ya había pasado.
Se miraron un instante. Dieron el paso al mismo tiempo, como si fuera una danza ensayada, dando lugar al abrazo tan esperado. Dante inhaló profundamente, hallando paz con el simple contacto de su hijo. Ahora, todo estaba en su lugar. No era un tipo sentimental, pero la situación se le desbordaba. Derramó lágrimas de felicidad contra el hombro del chico.
—Te extrañé tanto, hijo. No te imaginas... Todas las noches, me dormía pensando en ustedes. Si seguirían en la Escuela, o si ya se habrían casado —le contó, al separarse él—. Y al despertar, siempre tenía el temor de verlos bajar del camión de desechados. Y verte así, libre... ¡Estoy tan orgulloso, hijo! Tú tienes en tus manos la capacidad de hacer la diferencia. Cuando todo esto termine, no te olvides de nosotros.
—Jamás. Te lo juro —le aseguró.
—Se está formando la resistencia —le confió—. Que Elliot te haya permitido ser parte de esto, es una buena señal. Te contactarán cuando sea el momento, ya verás. No lo rechaces. Hazlo por mí.
De modo que Dante estaba más involucrado de lo que creía. Hasta el momento, pensaba que él estaba al tanto por ser su hija la involucrada, nada más.
—Por todos, papá. Veo esto y... —Apretó los puños— me hierve la sangre. Es una vergüenza. ¡Somos todos personas, por el amor de Diosa!
—Poco a poco. Somos muchos. —Le guiñó el ojo.
Diógenes sonrió.
—Voy a ver a mi hija, que la estuve extrañando todo el día —se despidió—. Ven a cenar con nosotros más tarde. Stephen la cuidará.
—¿Confías en él?— preguntó.
—¿Después de todo lo que han pasado? Sí... —respondió, luego de meditarlo unos segundos— Lo veo en sus ojos. Quiso hacerla regresar por donde vino, cuando la vio. No quería hundirla a ella también. Tenía el boleto de salida al alcance de la mano y prefirió dejarla ir.
—¿Y qué hace aquí, entonces?
—Se necesitan. Tan sencillo como eso —concluyó, dejándolo solo en el pasillo.
**************
Thea contempló a su padre entrar por la puerta. Verlo todos los días era impagable. Se había acostumbrado a él ya. Lo extrañaría horrores cuando partiera. Se sentó en la cama, junto a ella y le acarició el pelo, luego de besarle la frente.
—¿Cómo estás, mi niña?
La sonrisa le daba a sus ojos un brillo cálido. Thea reflejó ese mismo sentimiento apenas cruzaron miradas. Nadie podía negar que allí había un amor puro y gigante.
—Mejor. Ahora que tomo lo que tengo que tomar, es algo totalmente distinto. Ya estoy para correr la maratón —dijo, haciéndolo reír—. Dos días. Estamos tan cerca, pa.
—No falta nada. Justo ahora que te recuperé... —se lamentó—. Pero si esto es lo que te hace feliz, cariño, te apoyo. Ojalá hubiera tenido la posibilidad de quedarme con tu madre. Todo hubiera sido tan diferente...
—Pero, ella te botó, papá. ¿Cómo puedes quererla todavía? —exclamó, confundida.
—Todavía la amo, cariño. El amor no atiende razones. Me creía afortunado por mi matrimonio porque nos amábamos mutuamente. Luego, pasó lo que ya sabes, y ella se quebró.
—Sigue quebrada, de hecho —confesó—. Los odia a todos... Se sintió traicionada.
Dante suspiró con pesar.
—Ya lo sé. Si tan sólo me hubiera escuchado... —Negó con la cabeza— Ya no importa.
Thea le preguntó cómo había estado su día para distraerlo. Quería borrarle la tristeza de la mirada. Se esforzó por hacerlo reír y logró que se olvidara momentáneamente de su amor perdido.
¿En qué situación estaría su madre? La inquietud volvía a colarse en su mente, cada vez, con más frecuencia. ¿La estaría buscando? ¿Estaría preocupada, triste, furiosa? Quizás, un poco de todo. Más allá de eso, seguro que estaría sola. Se le heló el corazón de pena con la idea.
¿Podía, realmente, odiarla? Sí, ella quiso internarla. Pero, ¿hasta qué punto podía condenarla? En el fondo, había actuado por amor. Se había equivocado, sí, mas no podía echarle toda la culpa a ella.
Sea como fuera, rogaba que estuviera bien. A fin de cuentas, era su madre. Así como lo había expresado su padre, no dejaría de amarla, porque la sangre era así. Thea era una mujer programada para amar sin medida. Todo enojo que pudiera tener hacia Charlotte se iba desvaneciendo conforme pasaban los días.
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—La encontramos, Lottie —le informó, esforzándose para que su voz sonara afectada.
—¿Dónde? —El corazón le saltaba en el pecho— ¿Cuándo podré verla? Ay, Addie, ¡mil gracias! No te das una idea de cuánto...
—No tan rápido, amiga mía —le frenó, fingiendo tristeza profunda—. Apareció en el lugar menos pensado —suspiró—. Los pronósticos no son buenos. Es un área complicada.
—¿Dónde está? ¡No me asustes! —gritó, con el pulso acelerado.
—En el Basurero —soltó sin más.
Silencio. No podía ser verdad. Tenía que ser un sueño, una horrible pesadilla. Desde que había desaparecido, Charlotte había imaginado mil escenarios distintos. Pero, ¿eso? ¿En serio? Si, entonces, ya le parecía que su pequeña no estaba bien de la cabeza; ahora, directamente pensaba que estaba por completo loca.
¿Qué había hecho mal? ¿Cómo era que no había podido evitarlo, preverlo? ¿Por qué cosas terribles estaría pasando? ¡Su vida corría peligro! Un sinfín de miedos le atravesaron los pensamientos. ¡Una mujer sola, rodeada de hombres resentidos, violentos, desagradables! ¿A qué vejaciones habría sido sometida? O, peor, ¿seguiría con vida?
La garganta le ardía por tanta presión acumulada.
—Lottie, ¿sigues ahí?
—S-sí... —respondió a media voz—. ¿Cómo podemos rescatarla? ¡Addie, ayúdame, por favor!
—No hay nada que se pueda hacer, Lottie. Lo que hizo es ilegal —sentenció, fría.
—No, no, ¡NO! ¡¿Acaso no te das cuenta de que necesita un tratamiento psiquiátrico?!—Comenzó a llorar, cada vez más alterada.— Mi hija está enferma, Adele. ¿Cómo se explica que se haya refugiado allí? No es posible que lo haya hecho, si tuviera todas sus facultades. Es una locura. Por favor, sácala de ahí. Por favor, te lo suplico.
—Deja de lloriquear, Charlotte —la cortó, con ganas de abofetearla—. Tu hija es una subversiva. Rompió la ley y se burló de todos nosotros. Por gente como ella, estamos como estamos. Lo siento mucho por ti, querida, pero esto no puede quedar así. Sentaría un precedente para cosas peores. Lo sé. Así se gestan las revoluciones. ¿Quieres un levantamiento, Charlotte? No lo creo. Agradece que te lo comunico antes de que la prensa te lo cuente.
La sociedad le importaba un rábano, en realidad. Esto era algo personal. Esa niñata había mancillado al único esposo decente que había tenido. Ahora, tendría su merecido.
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—No veo la hora de acabar con esto —le confesó Stephen, luego de su sesión diaria de cariño—. No quiero esconderme más.
Amaba poder tenerla cerca, conversar y deleitarse con sus besos. Lo hacía reír y también meditar más allá de la rutina diaria. Nunca se aburriría con ella. Eran un montón de detalles que, al sumarlos, formaban una certeza: estaban hechos el uno para el otro. Mirando hacia atrás, se dio cuenta de que lo sabía desde el instante mismo en el que la besó por primera vez: fue como contemplar un pedacito de cielo en medio del infierno de su vida.
Se reprochó por enésima vez el haber intentado apartarla cuando se reencontraron en el huerto. ¡Qué estúpido había sido! Si Thea le hubiera hecho caso, la habría perdido.
Por supuesto que su prioridad era que estuviera a salvo, pero no podía limitarse a desear que ella sobreviviera. Esa nueva vida tenía que ser al lado de él, no tendría sentido vivir sin ella. La necesitaba como al aire que respiraba. Y esa certeza lo hizo jurar a una diosa que lo había abandonado que haría todo lo posible por cumplir ese objetivo.
El encierro se le hacía insoportable. Quería la privacidad de un hogar y poder salir a dar un paseo y, sobre todo, adorarla sin reservas. Quería una familia, una que no cayera bajo el yugo del sistema. Realmente, quería esa vida de ensueño que ella le bosquejaba cada vez que iba a visitarla.
—Yo tampoco quiero esconderme... Ten paciencia, mi amor. Mañana. Ya casi —lo animó, dándole un beso en la mejilla—. Me siento mejor, por cierto.
—Y estarás aún mejor cuando salgamos de aquí —le prometió, besando fugazmente sus labios.
Le agarró un mechón de pelo, acariciándolo entre dos dedos. No sabía si era correcto, dada la situación en la que ella se encontraba, pero quería hacer esa pregunta hacía rato. Tomó aire y la miró a los ojos.
—¿Puedo quedarme aquí esta noche? —preguntó.
Le provocó una sonrisa llena de ternura. Ya se había dado cuenta de que tenía algo carcomiéndole la cabeza. Sin embargo, no se había imaginado que sería algo tan sencillo como eso. Se arrimó más a la pared, para dejarle lugar.
—Por supuesto que sí. Dame un beso —le pidió, colgándose de su cuello.
Stephen se colocó al lado de ella, con cuidado de no hacerla moverse demasiado, y disfrutó de sus labios una vez más. Todavía tenía que manejarse con cautela. Jamás se cansaría de eso. Pensar en el paso siguiente, que aún no habían dado, lo llenaba de expectativa. Sabía que con Thea no habría violencia, sino dulzura; caricias de amor, en lugar de golpes. Una entrega total por ambas partes ¿Qué más podía pedir? Con Adele, había tenido más lujos de los que hubiera soñado, pero un vacío enorme en el corazón. Entonces, ¿qué sentido tenía? Sin embargo, la vida le había dado una segunda oportunidad.
El amanecer les traería una jornada intensa. No se creía capaz de dormir esa noche, pero su compañera no podía permitirse desvelarse. La acunó en sus brazos y ella se dejó mimar. No había mejor lugar que sus brazos, pensaba ella. Cerró los ojos, disfrutando del contacto y adormeciéndose.
—Descansa, hermosa —le pidió—. Mañana será un día agitado. Te necesito fuerte.
Con los párpados pesados ya, lo besó en los labios.
—Te amo —susurró, antes de rendirse al sueño.
***************
—Sterling —lo llamó Derek.
Estaban en el comedor del hospital, que a esa hora ya se encontraba vacío. Ambos fueron a sentarse en la mesa más alejada de puertas y ventanas. Derek llevaba dos tazas de café, para disimular. Ocuparon sillas contiguas. Diógenes apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia su acompañante. Se cuidó de cubrirse la boca.
—Mañana es el gran día, ¿eh?
Derek asintió. Había hecho esa misma operación muchas veces, ya. Sin embargo, en esa ocasión tenía el presentimiento de que no sería un procedimiento tan feliz. Cuanto más tiempo se quedaran, más riesgos habría para Ravenwood. Se alegraba de que, por fin, la huida estuviera a la vuelta de la esquina. Ese chico era una bomba de tiempo. Tenía que extremar las medidas de seguridad, o podría costarle la vida. Los otros habían durado mucho menos tiempo. Aún así, no quería ilusionarse con la idea de que el Cuervo hubiera cambiado los hábitos.
—Stephen es especial, Sterling.
—No me digas que tú estás enamorado también —se burló.
Derek rodó los ojos. Volvió a cuestionar la decisión de Elliot al oír ese comentario fuera de lugar.
—Oh, me has descubierto. Es tan sexy... —respondió con sequedad— No hay tiempo para bromas, Sterling. Stephen es un Ravenwood.
—¿Y? —Se encogió de hombros.
—Es el sexto hombre que envían aquí — le explicó—. Ninguno sobrevive demasiado tiempo. De hecho, con Stephen se están demorando más de la cuenta. No es un fugitivo cualquiera. Es muy probable que nos enfrentemos a más dificultades de las que creíamos inicialmente. ¿Sabes manejar un arma?
Su interlocutor empalideció. Nadie había dicho nada de armas.
—Estuve en el taller de tiro de la Escuela. Pero fue hace unos años —le informó, nervioso.
—Servirá.
Derek sacó un estuche de un bolsillo interno de su chaqueta con discreción. La pistola se sentía fría al tacto y pesada. Diógenes la ocultó debajo del ambo. Ya la estudiaría en la intimidad de su habitación. Sus nervios se multiplicaron exponencialmente. Creía que el único riesgo sería perder su lugar en el Pabellón. Aquello ya adquiría otras proporciones. Quería a su hermana, pero más quería a su propia cabeza. Derek se dio cuenta del cambio de su expresión y se apiadó de él. Saltaba a la vista la falta de mundo que tenía ese muchacho.
—Diógenes —lo llamó por su nombre, para suavizar un poco la situación—. Escucha. No estarán solos. Piensa en lo que te di como en un último recurso. Lo más probable es que no tengas que utilizarla jamás. —Buscó su mirada, antes de continuar— Hay todo un equipo detrás del operativo. Gente que ha trabajado con esto varias veces. No voy a mentirte, hay riesgos. Te lo digo para que estés más que atento. Pero, no temas, de verdad. Tú concéntrate en la tarea que te asignamos y nada más. Cuida de tu hermana, que es por ella que hacemos esto.
Diógenes notó que su acompañante parecía más afectado de lo que sería lógico. ¿Sería posible que, en tan poco tiempo, ella se hubiera ganado otro corazón más?
Lo cierto era que sí. La llegada de aquel extraño le había puesto a Derek el mundo patas arriba, conllevando una fuerte crisis de identidad. Si él era heterosexual, ¿cómo se había fijado en otro hombre? En la Escuela, jamás había sentido ese tipo de inclinación. Y estaba Amber, también. No habría sentido todo eso por ella, si fuera gay.
Además, lo que le sucedía con Galo iba más allá de una simple atracción. Le aceleraba el corazón, nada más verlo. Escucharlo hablar lo llenaba de alegría. ¡Y qué decir ser el objetivo de aquella mirada verde! Todo parecía mejor cuando su presencia llenaba la habitación. Todos eran sentimientos que lo llenaban de confusión. Y, para colmo de males, era el hijo de su mejor amigo. No podía estar con él, de ninguna manera.
Luego, resultó ser que no era "él", sino "ella". Aquello lo había ayudado a aclararse un poco, si bien le duró un instante: ella ya tenía dueño. Sin embargo, el sentimiento protector persistía. Entregaría su cabeza con gusto por ella, si, así, la sabía a salvo.
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—Ya es hora —le comunicaron.
Adele sonrió con satisfacción. Su venganza estaba a la vuelta de la esquina y ella tenía reservado un asiento en primera fila.
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¡Empieza la cuenta regresiva! Estamos a 5 capítulos de terminar...
En multimedia, les dejo una imagen que me regalaron en una dinámica de Facebook.
¡Muchas gracias por leer!
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