24: Eres esclavo de tus palabras
—¿Addie? Hay algo que tienes que saber, querida. ¿Estás sentada? —Un gruñido sonó en respuesta, al otro lado de la línea. Vittoria suspiró— Han visto al rompecorazones en una situación comprometida.
Una risa seca de fumadora empedernida resonó en su oído. La imagen de chico perfecto, que le había vendido en la Feria de Apolo, se resquebrajaba cada día un poco más. Adele le dio una calada más a su cigarrillo. Soltó el humo poco a poco. No le gustaba nada la sensación creciente de ansiedad por culpa de aquel idiota.
—Pues lo hacía demasiado bien como para ser homosexual. Quizás se conforma con cualquier cosa —se burló, aunque no le gustó nada saber eso de su ex.
—Ah, pero, querida, ahí está la cuestión... —Vittoria hizo una pausa dramática.
¡Cómo amaba el escándalo ajeno! Era muy divertido ver el nerviosismo y la incomodidad de la afectada, sobre todo cuando se le derrumbaba la imagen de persona insensible a todo. La famosa legisladora no era una roca, después de todo.
Por otro lado, la sensación de poder que le otorgaba ser dueña de información secreta la satisfacía enormemente. Era lo que más amaba de su segundo trabajo, además de la jugosa retribución monetaria.
—¿De qué hablas, cariño? —Calmó su genio a tiempo para no gritarle con histeria.
Lo cierto era que la demora del equipo de Vittoria le estaba crispando los nervios. Si seguían poniendo peros, iba a buscar otras opciones para concretar sus deseos.
—No podrás creerlo... ¡Ni yo misma puedo, por Diosa! —se rió con nerviosismo fingido —¡Mi informante lo ha visto intimando con... con una mujer, Addie!
—¡De ninguna manera! —se escandalizó—. No hay mujeres en el Basurero, Vittoria, aparte de la PoliFem. Y son todas lesbianas, así que no cuenta. ¿En serio, confías en ese informante tuyo?
Se negaba a creerse esas patrañas que estaba inventando su socia. En el Basurero, había de todo lo imaginable. Sin embargo, las mujeres quedaban fuera de ese grupo. Había que tener mucho dinero para infiltrarse. La PoliFem cobraba un honorario alto por hacer la vista gorda. Las mujeres que tenían esa posibilidad solo la aprovechaban porque lo consideraban una inversión, y ninguna andaba probando mercancía dentro de los límites de ese suburbio.
—Por supuesto que sí —se indignó —. Mandé a corroborarlo apenas lo supe. ¡Te digo que se infiltró una mujer! Lo que no me explico es cómo nadie la entregó.
—Seguramente, salta de cama en cama para comprar su silencio, la muy desgraciada. ¿Sabes algo más de la chirusa esa?
—Se hace llamar por un nombre de hombre. Tiene a dos cómplices muy apegados a ella, además del tuyo.
—Es una cualquiera y una atrevida. Me da asco —escupió.
Lo que faltaba. Que una listilla tuviera hombres sin pagar un centavo por ellos. Eso era robar la propiedad del Estado. Si no había ley para penar ese delito, presentaría el proyecto en la Legislatura. Eso no iba a quedar así.
—Ni que lo digas. Es escandaloso.
—¿Y te han dado los nombres de esos hombres? Creo que la limpieza deberá ser más profunda esta vez. No podemos permitir que se lleven a cabo estas cosas. Es peligroso.
—Totalmente. No nos conviene que se les ocurran ideas. Se armará una grande si trasciende en los medios...
—¿Los nombres, Vittoria? —insistió.
—Derek Miller y Dante Sterling.
Adele se puso lívida al oír al innombrable de Charlotte. No podía ser. No le hizo falta mucho más tiempo para sumar dos más dos. ¿Realmente era posible que ella fuera la "otra"?
*******
Los tres Sterling se congelaron unos segundos. Demasiados sentimientos juntos se agolpaban en su interior. A Thea, se le escaparon un par de lágrimas y sonrió. Era más de lo que podía imaginar. Pensar en todo lo que habían sufrido alejados el uno del otro, y ahora allí estaban, tantos años después.
Dante también derramó algunas, con un nudo en la garganta. Su pequeño estaba frente a él una vez más, hecho un hombre. Y no cualquiera, un azul. ¡No podía estar más orgulloso! Era calcado a su hermana, así que era perfectamente entendible que se hubiera confundido antes.
Diógenes estaba tan impresionado que solo atinó a abrir los ojos con asombro. Como si no fuera suficiente con saberla a su hermana en peligro, también estaba su padre. Las cosas se estaban complicando más de la cuenta. ¿Feliz? No podía permitírselo.
Ninguno de los tres rompió el silencio.
—¿Lo envió el jinete, doctor? —preguntó Derek, quien aún no se había percatado del parecido del recién llegado con los otros dos que lo miraban embobados.
—Directo de la ciudad Azul. —respondió, como le indicó Rider.
—Perfecto. —Sonrió— Llévanos a la nueva habitación.
—Déjalos que se saluden, al menos, Derek —lo reprendió Stephen.
—Ya habrá tiempo para eso. Prefiero asegurarlos en una habitación cerrada con llave —razonó.
Stephen suspiró. No quería sacar a Thea de allí. Aún se movía con dificultad. La alzó en brazos, antes de darle tiempo a incorporarse, siquiera. La trató con toda la suavidad que pudo. Aunque se esforzaba por disimularlo, sabía que le estaba doliendo horrores. Thea se mordió el interior de la mejilla e inhaló profundo, para paliar la desagradable sensación. Se aferró al cuello de su amado y ocultó la cara allí. Sintió su pulgar acariciándole la espalda, mientras la transportaba a su nueva cama.
El trayecto fue largo, y a ella le pareció aún más. Tanto Dante como Diógenes la miraban preocupados y le preguntaban continuamente si se encontraba bien. Stephen le besaba el cabello de vez en cuando, para infundirle ánimo. Eso no calmaba el dolor físico, pero la hacía sentir un calor en el corazón que aliviaba su alma y su mente.
Bajaron por una escalera de chapa algo oxidada, hacia un subsuelo que no recibía nada de ventilación. La única iluminación provenía de unos tubos de luz mortecina, colocados demasiado lejos unos de otros, lo que le daba al pasillo un aspecto tétrico. Thea dudaba de que alguien se aventurara por allí, ya que no había nada interesante, además de depósitos vacíos.
—Es aquí —anunció su hermano, deteniéndose en una puerta, al final del pasillo.
Le habían preparado un catre que lucía un poco mejor que el anterior. Había un suero improvisado con una botella de agua, que rogaba que no tuvieran que utilizar. Su pareja la depositó suavemente allí y se sentó a su lado. Le acarició el cabello y le despejó la cara, para demorarse en su mejilla. La miraba con ojos tristes y culpables.
—Yo no quería hacerte pasar por esto, mi amor —le había dicho unas noches atrás—. Desearía no haberme atrevido a mirarte dos veces aquella noche.
—Pues yo no me arrepiento, tonto. Estamos juntos ahora y eso vale todo por lo que estamos pasando. Ya vendrán tiempos mejores... —Le sonrió.
—¿Cómo puedes estar tan segura de eso, Thea? —preguntó, dolido por no poder darle nada mejor.
—Porque, después de tantas pruebas, nos lo merecemos, ¿no te parece?
—Deja de pensar, Stephen. —lo reprendió con dulzura, en un susurro y, dirigiéndose a su hermano, dijo— Dío, ¿será que puedes ver cómo están los golpes? Estoy muy emocionada por verte, pero este dolor es insoportable. Lo siento.
El aludido se apresuró a acudir a su lado.
—Retírense un momento, por favor —les pidió a los demás.
—¿Eres médico de verdad? —preguntó Derek, sorprendido.
—No, pero he recibido algo de formación básica. Por favor... —insistió.
Una vez solos, se dispuso a remover los vendajes. Thea se quitó el camisolín que le habían puesto. Por suerte, le habían vuelto a colocar el sostén luego de atenderla. Aún no entendía cómo no la habían delatado. Quizás, Aria les había pagado por su discreción. Si no, no había explicación posible.
Creyó que se sentiría avergonzada con Diógenes viéndola semidesnuda. Después de todo, a pesar de ser hermanos, eran prácticamente desconocidos. Sin embargo, todo le parecía natural.
Diógenes observó los moretones que salpicaban la piel nívea de su hermana. Mientras un sector de su cerebro hacía el chequeo de rigor, otro se perdió en otro hilo de pensamientos. Era la primera vez que tocaba a una mujer sin intenciones de intimar con ella. Eso era nuevo... y raro, pero estaba bien.
—¿Te han hecho radiografía o algo? —le preguntó.
—Sí... dijeron que no había nada. Pero me duele más que los primeros días. Yp creo que sí que me rompieron algo —respondió.
—Te haremos otra placa, entonces —convino—. Algo leí por ahí, por curiosidad. Así que quizás pueda aportar algo, junto a los otros médicos.
—La verdad, no los vi muy dispuestos... —confesó.
—Me imagino. Este lugar debe ser frustrante para ellos. ¿Te han dado algún anti inflamatorio, o un analgésico? —quiso saber.
—Un anti inflamatorio por día. No hay muchos suministros y hay quienes los necesitan más que yo —respondió.
—¿Sabes? Si estuvieras en Palas, te habrías curado en un santiamén —le dijo—. Incluso en la Escuela cuentan con esa tecnología. Una vez yo me fisuré el brazo en clase de deportes. Al otro día ya estaba bien, gracias al tratamiento de microcirugía láser.
Thea sonrió con tristeza.
—Aquí no hay nada como eso, Dío. Si hubieras visto el aparato de rayos... Parecía del siglo pasado.
—No es justo que aquí estén privados de ese tipo de cosas. ¡Qué rabia me da! —exclamó.
Se miraron desolados. Era el mundo en el que les tocaba vivir.
—No está bien, Thea. ¿Cómo es posible que no estén preparados para tratarte como es debido? —Se mesó el cabello, nervioso.
—Vivimos en un mundo injusto, Dío. Pero, esto no es nada. Injusto es que haya tantas personas sufriendo bajo este mismo techo. Gente que está mucho peor que yo. Hombres con cáncer terminal; con lesiones laborales; con trastornos mentales... Yo estoy apartada del mundo "civilizado", sí. Sin embargo, tengo mucha gente que me apoya y me quiere. Ellos velan por mí. ¿Pero, los demás? No tienen a nadie que se preocupe por ellos. Nadie que gaste un segundo de su vida en un pensamiento hacia ellos. Ni hablar, de alguien que los cuide. Los médicos de aquí pasan una vez al día. No dan abasto. Me han dicho que muchos no lo aguantan y piden el traslado.
»Siempre me chocó que le llamaran "Basurero". Pero, ¿no te parece acertado? Mira dónde estamos. Si realmente consideraran que ustedes son personas, esto no existiría, ¿verdad? Por supuesto que no es justo. —Se le quebró la voz.
—No sigas, te hará peor. —le rogó, abrazándola.
Esos espasmos que le provocaba el llanto debían de ser un incordio. Secó sus lágrimas y la volvió a vestir. Ella le sonrió en agradecimiento.
—Dos días, Thea. Y no me importa cómo estén tus costillas, te vas de aquí. En Centauria, hay un buen centro médico. Mientras tanto, te traeré la medicina yo mismo. No te preocupes. La tomarás en los plazos que corresponden —le prometió —. Si hubiera sabido que estabas así... Por Diosa, hubiera venido antes. Más le vale a ese que te trate bien. Estás tomándote muchas molestias por ese tipo. Lo único que sé de él es que era bueno en deportes, pero jamás cruzamos palabra. Dime que te quiere tanto como tú a él. No te molestes por menos que eso.
—Quédate tranquilo. Ya pasó la prueba con papá. Es garantía suficiente. —Le guiñó el ojo— Ahora, abre la puerta, por favor. Deben estar preocupados.
Los dejó solos, luego de asegurarles que Thea evolucionaba favorablemente. Se apresuró escaleras arriba, para ir a buscar un calmante y tratar de coordinar para hacerle una placa. Lo cierto era que su hermana se estaba comportando como una campeona.
Tan concentrado estaba, que no vio que había alguien que se interponía en su camino, hasta que chocó con él. Conocía muy bien esos ojos. Muchos años atrás, cuando recién lo había conocido, le habían dado miedo. Mas, con el correr del tiempo, se acostumbró a ellos y descubrió que no había nada que temer.
—¡Jeff! —exclamó al reconocerlo.
—¿Diógenes? ¿De verdad, eres tú? —Lo miraba pálido, como si se hubiera topado con un fantasma.
Se le había acelerado el corazón, al punto de sentir un dolor en el pecho. Temió que lo hubieran descubierto. Solo era su mejor amigo, menos mal. Rió nervioso. Se le habían atorado las palabras en la boca. Su amigo lo miró divertido. No era la primera vez que presenciaba una actitud similar.
—¿Quién más? ¿Qué haces aquí, amigo? —Le palmeó la espalda.
Mentir debería resultarle sencillo. Sin embargo, él lo conocía demasiado bien y corría el riesgo de que se diera cuenta de ello.
—Vengo a buscar algo para un resfriado, nada más. Dudo que tenga suerte, de todos modos. ¿Será que puedes ayudarme? —aventuró.
—Claro, ven conmigo. Justo iba a buscar un medicamento para uno de los pacientes —le contó, sin sospechar nada—. ¿Qué tal te está yendo aquí? Me enteré de que te botaron muy rápido. Estúpidas zorras.
—No me quejo... Aunque, preferiría estar en la mansión de mi ex —resopló, fastidiado.
—Los peces gordos son los peores. ¡Qué manera de desperdiciar buenas oportunidades! Lo siento mucho, amigo.
Jeff se encogió de hombros.
—No creerás lo que me ha pasado hace unos días, amigo —le contó Jeff.
—Cuéntame —le pidió, mientras revisaba en un armario si encontraba la droga que buscaba.
—Pues que me he encontrado con tu clon —soltó.
Diógenes detuvo la mano a medio camino. Estaba de espaldas a él, por lo que no pudo ver su expresión de asombro. Aquello lo había congelado.
—No me digas —le contestó, cauteloso, reanudando la búsqueda lentamente.
—Sí, se llevó un buen susto, el pobre. —Se carcajeó —Y yo he pasado vergüenza, para variar. Como en los viejos tiempos...
—Jaja. Sí, qué tiempos... —se hizo el tonto.
Agarró el frasco. Sopesó la posibilidad de contarle su secreto a Jeff. ¿Sería algo prudente? Después de todo, considerando su relación, guardaría silencio, ¿verdad? Siempre, habían confiado el uno en el otro. Conocían los más íntimos secretos del otro y los habían guardado con recelo. Jeff hablaba mucho, pero jamás lo había traicionado. Pero, no era su secreto, sino el de Thea. ¿Supondría un problema para ella?
—Aunque, ahora que te veo, no entiendo cómo pude haberme confundido. —Volvió a reír.
—Tu memoria siempre fue mala, Jeff.
—Sí, lo sé... Te extrañaba, Dío. Aquí es un infierno, la mayor parte del tiempo. No siento que pertenezca aquí —se lamentó.
—Nadie debería, Jeff. Esto es horrible. Y eso que no he estado ni un día. ¿Has hecho algún amigo?
—No —Se apresuró a contestar—. Creo que nadie soporta escucharme durante mucho tiempo. La verdad es que me siento bastante solo aquí. No es como la Escuela...
Era su mejor amigo. ¿Qué podía pasar? Había llegado hacía poco allí. No tendría que temer por sus conexiones, porque no había tenido tiempo de hacerlas. Si no tenía amigos, era inofensivo.
¿Qué más daba? Se lo contaría. Su secreto era demasiado grande como para guardarlo para él solo. Necesitaba hablar con alguien y Thea no era una opción, en el estado que estaba.
—Jeff, a que no sabes por qué estoy aquí...— comenzó.
Cómo meter la pata, nivel Diógenes :S
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