23: Sombras


—Sterling, adelante —lo llamó Elliot.

Le sobraban los dedos de la mano para contar las veces que había estado frente a aquel hombre. Todas y cada una de ellas habían sido atesoradas, pues lo admiraba muchísimo. Soñaba con llegar tan alto como él algún día.

Le temblaban las manos por la ansiedad y los nervios. Abrió la puerta de madera que daba al despacho de Rider. Lo encontró sentado frente a un escritorio de roble muy elegante. Tenía los lentes levemente torcidos y observaba unos papeles con el ceño fruncido, concentrado. Tanto que, al ver que no le prestaba la más mínima atención, tuvo que carraspear para hacerlo levantar la mirada. Lo observó salir de su trance y frotarse los ojos, cansado. El hombre le hizo un gesto, invitándolo a tomar asiento.

—Supongo que la directora lo habrá puesto al tanto de la operación —comenzó.

Diógenes se limitó a asentir. Aria le había informado del plan general y de los riesgos que implicaba para los involucrados. A él, solo le importaba lo que le tocaba a él. No le gustaba en lo más mínimo. Sin embargo, para su sorpresa, al meditar el tema con la almohada, le tiraba más la sangre que el instinto de auto preservación.

—Lo que la señora ha omitido ha sido el procedimiento para infiltrarme sin levantar sospechas.

—Será más sencillo de lo que parece. La señorita Sterling resultó ser una niña con buenos contactos. —Sonrió de lado y negando con la cabeza.

»Como miembros del Pabellón Azul, tenemos permiso para circular por donde nos plazca, siempre y cuando cumplamos con nuestras funciones asignadas. Eso incluye el Basurero. Allí funciona uno de nuestros hospitales. De hecho, es nuestro hospital escuela. El gobierno prefiere que hagamos lo del ensayo y error allí. Después de todo, si algún residente se equivoca, no será gran cosa. —Torció el gesto con desagrado— ¿A quién le importa si un hombre pierde un pie por un mal diagnóstico, verdad?

El joven apretó los puños. Más injusticias. Con las que venía recolectando, podía armar un álbum de sellos ya. Contuvo la rabia que le despertaba la declaración. El doctor pensaba lo mismo que él, y eso lo consolaba.

—En fin, que el hermano de la fugitiva esté aquí es una carta que usaremos a nuestro favor —continuó—. Sé que quería especializarse en otro rubro, pero fingiremos que es un aspirante muy talentoso que quiere ser médico. Nada complicado. Confío en que sabrá improvisar para mimetizarse con el ambiente.

De acuerdo, aquello era muchísimo mejor de lo que habría pensado. Ya se había imaginado a sí mismo haciendo trabajos forzados, mientras buscaba desesperadamente a su hermana en un mar de hombres. Un médico, eso era genial.

—Entonces, entro al hospital, ¿y...?

—Te contactará Derek Miller. Él es nuestro informante allí. Usted gestionarás la salida de dos hombres que necesitan asistencia médica urgente. Le entregaré los permisos y su credencial esta noche.

El resto del plan ya lo sabía de memoria. Conduciría a los fugitivos hasta cierto punto de encuentro y se los entregaría a otro infiltrado. Finalmente, saldrían hacia Centauria con ese último eslabón.

—Gracias, doctor.

—Nada que agradecer. Yo tengo mis propios intereses aquí. Usted, en cambio, tiene mucho que perder —se sinceró—. No es necesario que sea usted, joven. Si no cree que lo vale, puede desvincularse. Nadie lo culpará de nada.

Diógenes negó con la cabeza.

— Si entre familia, no nos apoyamos...

—Lo sé. Pero la familia no abandona a sus miembros. Menos, siendo niños. Y eso es lo que vemos aquí todos los días. —Su mirada se oscureció un segundo— Lo siento, haga de cuenta que no oyó eso último. Puede retirarse.



*********

A partir de ese día, Jeff notó que Stephen había cambiado sus hábitos. Luego de las comidas, lo veía correr hacia el hospital. Para un solitario como él, aquello era sumamente extraño. Y así lo informó a su superior. La emoción del cambio de rutina hacía su trabajo más entretenido. Un poco más, y sería libre.

—A la señora, no le interesa demasiado. Pero, mientras esperamos órdenes, no veo problema en que sacies tu curiosidad —le dijo su contacto, cuando lo llamó.

Luz verde. Genial. Se permitió fantasear con su futuro, rodeado de gente que sí lo apreciaría por ser él, y no por quién estaba con él, o el beneficio que podrían sacar a su costa. Una casa cerca de una playa, un lugar para surfear todo el día, como había visto en folletos turísticos. Y mujeres. Muchas mujeres. ¡Cuánto extrañaba sentir la piel femenina contra la suya!



Una noche, siguió a su presa, como siempre, pero fue más allá. Se metió en el hospital, esperando un tiempo prudencial para no ser detectado. Se asomó a todas las habitaciones como quien pasea por un museo. Vio cosas desagradables, que un estómago sensible no hubiera soportado, quizás. Sin embargo, él no era de esos, así que los enfermos lo tenían sin cuidado.

Luego de una sigilosa, pero intensa, búsqueda, lo encontró. La escena lo golpeó. Su objetivo estaba apresando en sus brazos a otro individuo. Se los veía bastante apasionados, al punto de hacerlo sentirse mal por verlos.

—¿Así que te gustan las mujeres? —murmuró para sí mismo, con ironía.

Grande fue su sorpresa cuando descubrió curvas donde no debería haberlas. ¿Qué demonios hacía una mujer ahí?


***************

No había nada que la consolara en ese momento. Desde que había recibido ese mensaje, había buscado por cielo y tierra a su amiga, sin éxito. Peleaba codo a codo el primer puesto en el podio de la preocupación y la histeria con Charlotte.

Unos brazos fuertes la rodearon firmemente por los hombros. Le besó el pelo y apoyó el mentón cerca de la curva de su cuello.

—Amor, cálmate —le pidió con voz queda.

—¿Cómo puedes pedirme eso? ¡¿No ves lo que está pasando?! ¡No está! Mi amiga se fue y... —Se le engoló la voz y reinició el llanto.

Él se limitó a abrazarla más fuerte. Sabía lo suficiente de ella como para darse cuenta de que las palabras sobraban. Lo mejor que podía hacer por su dulce esposa era ser su pilar para desahogarse. La condujo hasta el sofá y la acunó, hasta que los sollozos mermaron.

¡Qué compleja que era! La mayor parte del tiempo, si bien dulce y de buenas maneras, Portia se mostraba como una mujer firme y de carácter, alguien fuerte. Llevaba el papel de mujer de la casa de una forma que había sorprendido hasta a su propia madre. En cuestión de meses, había organizado todo para que el hogar funcionara a la perfección. 

Era una esposa maravillosa, que le daba la cuota justa de libertad para no sentirse oprimido, sino amado y bien cuidado. Sin embargo, en momentos como aquel, salía a la superficie la niña que en realidad era, apenas unos años mayor que él. Era entonces que le daba la sensación de sostener en brazos a una muñeca de porcelana, en riesgo de romperse en mil pedazos.

Desde la misteriosa desaparición de Thea, esos episodios habían sido cada vez más frecuentes: le estaba minando los nervios.

—Verás que aparecerá sana y salva, hermosa —la apaciguó, mientras le acariciaba la espalda—. La señorita Thea es una mujer inteligente.  

—Ay, mi cielo... No lo sé. Temo que le hayan hecho algo.

La mandíbula le tembló otra vez. Se aferró a su salvavidas humano y dejó fluir el dolor.


*************

Aquel día, la cena se había retrasado por un pequeño percance en la cocina.  Por lo tanto, Stephen salió una hora más tarde hacia al hospital. 

Cuando estaba a punto de abandonar el comedor, sintió que era observado. No era la primera vez.

Conforme pasaban los días, se sentía muy paranoico. Por más que las visitas a Thea eran una agradable distracción; en cuanto se alejaba de ella, volvían las preocupaciones. Se volteó y descubrió a su acosador número uno observarlo sin ningún disimulo. Lo miró con odio, y siguió su camino.

Esa noche, tendría que tener especial cuidado de no cruzarse con la PoliFem , que patrullaba las calles vigilando que se respetara el toque se queda. Derek le había detallado el recorrido para no tener encuentros no deseados, pero igualmente podía fallar. Apretó el paso.

El silencio reinaba por toda esa zona. No había dormitorios, sino depósitos de alimentos y ropa para los habitantes, y talleres de distinta índole. Por eso, se sobresaltó cuando escuchó caer un contenedor de basura detrás suyo. Volteó a ver a quién tenía detrás. Quizás solo era un perro, los cuales abundaban allí, abandonados igual que los humanos que compartían su espacio con ellos. No había nada.

Entonces, unos brazos lo apresaron por el pecho, intentando someterlo. Él devolvió el favor con una patada y tiró al suelo a su agresor. Pero no estaba solo: de las sombras, salió otro hombre, el que lo había distraído con el ruido.

Stephen no se quedó a presentarse con sus nuevos "amigos", sino que hizo gala de sus aptitudes de atleta, corriendo a toda velocidad. Dobló en la primera esquina, rogando no perderse. No solía deambular por ese lugar y desconocía los edificios que lo rodeaban. No había donde ocultarse, así que su única opción era hacer esa carrera hasta el hospital. En ese punto, estaba más cerca de allí, que de los dormitorios.

El rumor de dos personas corriendo detrás de él lo hizo intensificar sus esfuerzos por ganar velocidad. Sabía que estaban lejos de capturarlo, pero no tanto como para perderlo de vista. Escuchó un sonido desconocido y luego su pierna izquierda ardió. Dolía muchísimo, pero no lo suficiente como para detenerlo. Ya habría tiempo de ver qué le habían hecho.

Ya cerca del centro médico, se cruzó con enfermeros de guardia. Se dio vuelta y ya no vio a sus agresores. Se dejó caer en la rampa de la ambulancia, mientras los demás se acercaban a asistirlo.


********

Lejos de allí, Charlotte se despertó con un fuerte dolor de cabeza. Tenía la boca pastosa y el estómago revuelto. Se frotó los brazos porque tenía frío, antes de tantear en busca de la colcha de la cama. Quería taparse hasta arriba, para que ese maldito sol no le hiriera las pupilas un segundo más. ¿Dónde había quedado esa maldita tela? 

Abrió los ojos un poco. De acuerdo, esa no era su cama. Con razón, le parecía que el colchón estaba más duro de lo que recordaba. Se incorporó con dificultad, apoyándose en el asiento de una silla a su lado. Se había quedado dormida en el suelo del salón.

Un par de portarretratos yacían olvidados cerca de donde estaba, junto a una botella que algún momento albergó alguna sustancia etílica. Siguió su camino hacia su habitación, mientras esquivaba más botellas y pisaba sin querer colillas de cigarrillos. Su casa era un asco. Su vida también. 

No podía manejar la culpa, que se agravaba conforme pasaban los días. No podía perdonarse el no haber visto las señales y haber hecho algo a tiempo. Tampoco el hecho de que ella había obligado a su hija a concurrir a esa maldita fiesta aquel día. Era su culpa. Todo era su culpa.

—Soy tan miserable —suspiró, mientras se dejaba caer sobre la cama deshecha.

La ropa de cama olía casi tanto como ella. No recordaba cuándo había sido la última vez que las había cambiado.

—Galathea —gimió, mientras se acurrucaba de lado y se tapaba como había querido al despertar—. Hijita... ¿Dónde estás, mi niña? ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?

Repitió la frase como un mantra, mientras las lágrimas se escurrían por sus mejillas. Lágrimas que nadie enjugaría. Y como si se acunara a sí misma, volvió a perderse en la inconsciencia.



**********

Al final, tenía una herida en la pierna, producto del roce de una bala. Nada grave. El médico que lo atendía no hizo demasiadas preguntas. Stephen supuso que su silencio se debía a que le había dicho su apellido de casado.

—El toque de queda se puso para algo, señor Ravenwood —le advirtió, luego de darle indicaciones para el cuidado de la herida—. Si valora en algo su vida, quédese donde lo puedan proteger.

«Como si tuviera opción», pensó.

Cabizbajo y mirando hacia todos lados, fue a ver a Thea. Dante estaba charlando animadamente con ella y, al verlo, lo saludó y los dejó solos. Cuando pasó junto a él, Stephen le susurró al oído que se reuniera con él luego.

—¿Qué tal tu día? —le preguntó ella.

Él se acomodó a su lado, abrazándola con suavidad. Besó sus labios, antes de responderle.

—He tenido mejores. Lamento la tardanza, he tenido problemas —le contó—. Debemos partir cuanto antes, Thea.

—¿A qué te refieres con problemas? —preguntó Thea, pálida.

Él se limitó a mostrarle el agujero de su pantalón, por el que se entreveía el vendaje que le habían colocado. Ella abrió mucho los ojos, llevando su mirada desde la herida hasta los ojos de su amado. Casi que lo había perdido para siempre. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se aferró a él con fuerza, ignorando el dolor en el pecho que esto provocaba. Él besó su cabello y acarició su mejilla.

—Hablaré con tu padre y con Derek, mi amor. Quizás haya una forma de cubrirme hasta que nos larguemos de aquí —la consoló.

El ruido de la puerta abriéndose los sobresaltó. La chica se limpió las lágrimas con rapidez e intentó sonreír.

—Hoy llegará nuestro agente para llevarlos a su nuevo hogar —anunció Derek, con júbilo.

La pareja le sonreía de oreja a oreja, con alivio. Una mezcla de emociones les hinchaba el pecho. Por fin, aquello que soñaban se haría realidad.

—Se presentará como el dr. Lyon —siguió—. Si bien es un impostor, algo de medicina sabe, porque es un azul. Te revisará y determinará cuando es mejor que se vayan de aquí. ¡Felicidades!

—No festejemos antes de tiempo —lo frenó el padre de la novia, el semblante sombrío—. Recuerden que, lo más probable, es que nuestro aliado no sea el único que está buscando a Stephen.

El mencionado bajó la vista, la sonrisa totalmente borrada de su rostro. Thea le apretó la mano, dándole ánimo. Lo cierto era que él estaba mucho más nervioso por eso, de lo que dejaba traslucir.

—¿Has notado algo extraño? ¿Alguien que haya estado muy encima tuyo? ¿La sensación de que te seguían? —Derek lanzó una pregunta tras otra.

Unos ojos como cuevas negras se le cruzaron por un momento, pero descartó la idea. Por muy raro que fuera, Jeff no se veía el tipo de persona capaz de ser espía. ¿O sí? ¿Lo había entregado?

—De eso quería hablar con ustedes —confesó—. Hoy quisieron atraparme y me dispararon.

Los otros dos intercambiaron una mirada. El joven les mostró el vendaje.

—Me salvé por los pelos.

—Era cuestión de tiempo —comentó Dante.

—Pero, está aquí —agregó Thea, nerviosa de nuevo—. Solo tiene que andar con más cuidado.

Derek miró a su protegido en silencio. Era una bomba de tiempo, ya lo sabían. Había que actuar rápido, más que ella. Esa noche, ninguno de los tres abandonaría el hospital sin un plan.

Un golpe en la puerta los sobresaltó a todos.

—¿Black? —preguntaron desde el otro lado.

A Thea, se le paró el corazón. No podía ser cierto. Su padre se levantó para abrir la puerta y se quedó helado al reconocer al médico que tenía enfrente.

— ¿Papá?

Todo va cerrándose y el final de esta historia se está acercando...

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