21: Jugar sucio
**Tercera actualización del día. Asegúrate de haber leído los anteriores**
Gracias a Diosa, Juan no la había enviado más al depósito donde trabajaba Stephen. Su corazón maltratado no soportaría otro contacto tan pronto.
La sonrisa que siempre la acompañaba en sus diligencias se había esfumado. Los hombres con los que se cruzaba más seguido lo habían notado y así se lo habían hecho saber. Ella decidió cerrarse y responder con negativas.
—A mí no me engañas, lo sabes —la reprendió su padre en uno de sus paseos nocturnos—. A ti, te pasa algo. Déjalo salir. Verás que es mejor.
Thea se quedó unos instantes mirando el horizonte. De nuevo, la atacaron las ganas de echarse a llorar. Rodeada de tanta gente, eran escasos los momentos en los que podía darle rienda suelta a sus angustias. El dolor en la garganta precedió a lo inevitable. Primero, dos lágrimas gruesas y, luego, la lluvia descontrolada. No atinaba a articular palabra. En el último tiempo, estaba llorando demasiado seguido.
Dante la miraba angustiado, sin saber qué hacer. Hacía mucho que no le tocaba consolar a una mujer. La abrazó. Sin preguntas y sin presiones, como tantas veces había hecho con su esposa también. Sabía que si ella deseaba hablar, lo haría. Por lo pronto, se alegraba de poder ofrecerle su hombro, al menos. Su hija se aferró a él como si se tratara del último salvavidas.
—No me quiere, papá —le contó, la voz ahogada por su cuerpo, del que no se había despegado.
—¿Lo has encontrado?
Ella asintió en silencio.
—¿Y te mandó a pasear? —Estaba demasiado sorprendido para enojarse, todavía.
—Me dijo que él no vale la pena.
—Interesante.
—No lo sé. Dice que merezco un futuro mejor.
Llegaron al paredón donde habían charlado la primera vez y ella se sentó, apoyando la espalda en la pared. Su padre la imitó, poniendo los brazos sobre sus rodillas.
—Pues, tiene razón, mi amor —le dijo—. Esto no es el paraíso para nadie, sin importar quién te acompañe. Por supuesto que no te lo mereces... Nadie se lo merece, de hecho.
Thea lo miró, contrariada.
—Me dijo que perdí la dignidad como mujer.
—¿Y eso? —se rió.
—No lo sé. Dímelo tú, que eres hombre. No lo entiendo —suspiró con pesar—. Una de las noches que vino a casa, me dijo que yo era su refugio. Uno no se escapa de su refugio, ¿o sí?.
Dante meditó sus palabras. Quedaron en silencio unos minutos. Thea se enredaba cada vez más en sus pensamientos, hundiéndose en un torbellino de autocompasión.
—¿Sabes que pienso, cielo? —Ella hizo un ruido para indicarle que lo escuchaba— Que ese chico sí te quiere. Y creo que sabe muy bien a lo que te expones. De hecho, creo que es más consciente que tú.
La chica abrió la boca para replicar. Él la frenó.
—Déjame terminar. Amar es peligroso. Te hace sacrificar cosas sin mirar atrás. Y muchas veces te impide pensar con claridad. Amamos con tanta fuerza que, bueno, no nos importa nada más.
»Aquí, cada uno de ustedes vela por el otro, quiere lo que considera mejor. Tú eres una kamikaze y él, el que no arriesga; y ninguno de los dos está mal por pensar así. Es cuestión de buscar la sintonía y, sobre todo, de tirar juntos para el mismo lado. Antes de que te enojes conmigo, hija, quiero que sepas que estoy contigo. Yo haría exactamente lo mismo que tú. Lucha por ello. Y si se resiste mucho, tengo un par de muchachos para presentarte, si quieres. —Le guiñó el ojo, haciéndola reír.
*************
Stephen volvió a su sector y siguió con sus obligaciones diarias. Y, por mucho que lo intentaba, no podía quitarse a Thea de la cabeza.
Había venido por él. Por Diosa, esa chica era increíble. Maldita la hora en que la bruja de su casi suegra les sesgó el destino. Decirle que no, había requerido de un acto supremo de voluntad. Sabía que la había herido, pero era más fácil curar un corazón roto que sobrevivir a lo que tenían por delante.
Era lo mejor, tenía que terminar de convencerse de eso. Ya bastante lo atormentaba la idea de que alguien iba a tratar de eliminarlo de un momento a otro.
Ella había sido muy valiente. Su accionar lo había conmovido. Si aún le quedaban dudas de que él era algo más que un objeto para pasar el rato, con verla esperándolo en el huerto se habían esfumado.
Quería besarla hasta que perdiera la conciencia y hacerle el amor hasta quedar agotados. Quería...
—¿Puedo sentarme aquí? —Stephen pegó un salto en su silla, arrancado de sus cavilaciones.
Contó hasta cinco mentalmente para no mandarlo al diablo. Ese Jeff podía ser un verdadero incordio cuando se lo proponía. Stephen todavía no podía entender la razón de que se obsesionara con él. Jamás le había dado a entender que podían ser amigos, al contrario, cada vez que se encontraban lo trataba con mucha frialdad.
—¿Tengo otra opción? —preguntó con molestia.
—¿Qué tal tu día, Ste?
El aludido levantó la ceja. No era amigo de ese chico y le molestaba que lo llamara con tanta confianza. Las lagunas negras volvieron a enfocarlo. Cuando se enteró de que le habían asignado a otra área, se había puesto contento. De verdad, creyó que se había librado de él.
—Lo normal. Ahorrándome la cuota de gimnasio en el depósito. —Optó por no mirarlo más de lo necesario.
—Pues, yo agradezco haberme largado de ahí —presumió—. ¿Cómo está tu amigo?
Eso no lo había visto venir. Se le dispararon todas las alarmas. Se cruzaban a diario con muchos conocidos caídos en desgracia, igual que ellos. Thea no llamaba la atención en contraste con el resto. Era un personaje del montón. ¿Por qué la recordaba, entonces?
—¿Qué amigo? —Mantuvo un tono desprovisto de sentimientos.
—El escuálido del otro día. No es que tuvieras muchos amigos en este lugar... —aclaró—. ¿Sabes por qué lo han traído aquí?
—No es asunto tuyo —contestó—. Ni mío, por cierto.
Jeff forzó una sonrisa. Tenía que confirmar sus sospechas. Quizás así, podría agilizar el trámite de su pase directo al exterior.
—Lo siento, es que me da la sensación de que oculta algo —se rió.
Stephen se giró para mirarlo. Mintió sin ningún tipo de esfuerzo.
—No tiene carácter para ocultar nada, quédate tranquilo —le informó, con desagrado.
—Pues los más callados, son los peores.
Stephen resopló con molestia.
—¿Puedo darte un consejo? —lo cortó.
Jeff lo miró, sonriendo, quizás, demasiado. Asintió, alentándolo.
—Ocúpate solo de tus asuntos —le dijo, desinflándole la sonrisa—. Créeme, así se vive mejor.
Dicho eso, recogió su bandeja y se levantó de la mesa. Jeff lo siguió con la mirada. Por supuesto que se estaba ocupando de sus asuntos.
***********
—No puede estar hablando en serio.— exclamó, indignado.
Diógenes miraba a su interlocutora con incredulidad. Después de todo el esfuerzo por sobresalir, la voluntad de ser constante y responsable con su estudios, llegaba su hermana con un impulso estúpido y lo tiraba todo por la borda.
—Se tomarán las precauciones para que no te suceda nada. Es sólo una medida extra de seguridad. Yo no puedo entrar allí —razonó Aria.
—Eso es obvio, señora, pero, ¿por qué yo?
—Porque es tu hermana. Nadie más se arriesgaría por una mujer.
—¿Qué le hace pensar que me arriesgaría por ella? La conozco hace unos meses. —Se encogió de hombros— Si no se hubiera aparecido nunca por aquí, ni siquiera sabría de su existencia. ¿Tiene idea de lo que pasé por su culpa?
—Pero sí sabes que existe. — Aria lo miró con pena— ¿No te preocupa su situación?
Thea hablaba con tanto entusiasmo de Diógenes, que creyó que el sentimiento sería mutuo. Quizás aquella no había sido tan buena idea, después de todo.
—No puedo decirle que me sea indiferente. Pero estoy muy bien aquí. Me he esforzado mucho para ganarme mi lugar. —Se cruzó de brazos, terco—. No voy a arriesgarlo todo por ella.
—Lo sé muy bien. —La directora decidió, entonces, jugar sucio— Y también sé que la decisión sobre tu permanencia aquí depende de mí.
Lo tenía entre la espada y la pared. Ambos lo sabían. Eso despertó rabia en él, pero no podía hacer nada. La odiaba cada segundo más. Todo era mejor cuando se creía el hijo menor de la familia y nada más. Antes de que su hermana apareciera en su vida para jodérsela.
—De acuerdo —accedió de mala gana—. Pero quiero que me asegure que volveré aquí sano y salvo, y que tendré mi plaza en el Pabellón.
*************
Thea miraba con fascinación las grúas del área donde trabajaba su padre. Aquellos monstruos tan mansos en manos expertas la atraían irremediablemente. Se sentía pequeña y, a la vez, poderosa, porque sabía que aquellos colosos eran fruto del trabajo de seres humanos. Se dejó llevar por la sinfonía de sonidos mecánicos, prestando poca atención a dónde ponía los pies.
—¡Cuidado, niño!— le gritó alguien, de mala manera, cuando se tropezó con unos gruesos cables.
—¡Lo siento!
—Si te quedas frito, ya no sentirás nada, Galo —le comentó Derek, acercándose a ella.
Su sonrisa amplia la hizo corresponderle con el mismo gesto. Cuando Derek le había dicho que era su pase al exterior, ella había sentido un gran alivio. No tardó mucho en entrar en confianza con él y disfrutaba de su compañía. Ese hombre le resultaba magnético. De haberlo visto en la Feria, lo habría mirado dos veces, seguro. Si no estuviera Stephen... Alejó ese pensamiento. No quería hurgar demasiado en eso.
—Soy un chico con suerte.
Cada vez, le costaba menos fingir aquella voz. Es más, hasta lo encontraba divertido.
—Estás en el Basurero —se rió—. No sé qué tanta suerte tienes...
Thea menguó su sonrisa. Que le preguntaran a Stephen qué opinaba al respecto. Derek palmeó su espalda y ella sintió que se le saldría un pulmón. Lo disimuló lo mejor que pudo. Los hombres eran muy cariñosos, a su manera, y no medían la fuerza. Eso le gustaba, a la vez que lo sufría, como en ese momento.
—¿Qué hace un enclenque como tú, en un lugar como este? —le preguntó, pellizcándole el brazo, divertido.
—Juan Manuel pide que me informen sobre qué repuestos necesitan. Hará el pedido hoy.
—Un par de mujeres, dile, para calmar los ánimos.—Le guiñó el ojo y ella enrojeció.
Desvió la mirada, incómoda de repente. Ese era uno de sus miedos. Si descubrían que había una mujer entre ellos, ¿querrían aprovecharse de ella?
No pudo meditarlo demasiado. El rumor de varios hombres gritando llegó hasta ellos. Ambos salieron corriendo para ver qué sucedía.
Cuando llegaron al lugar donde estaban todos reunidos, se encontraron con una ronda de hombres que avivaba una pelea de dos personas. Derek se abrió paso a los empujones. Miró con reprobación a los que estaban animando la pelea y evaluó la situación. Se dio vuelta, buscando a Thea y le pidió que buscara a Dante.
Empezó a ordenarle a los que estaban al margen que lo ayudaran a separarlos, sin éxito. Ambos luchadores eran más altos y grandes que él. No podría contener a ambos solo.
—¿Qué está pasando aquí? —exclamó el padre de Thea, apenas llegó.
—Lucas se metió con la pareja de Julien —le explicó uno de los espectadores, encantado con el chisme—. Los encontró muy entretenidos en uno de los baños.
Dante resopló con fastidio. Últimamente, esas peleas eran demasiado frecuentes. Las rivalidades entre su personal crecían cada día. Eran muchos, más de los que deberían habitar en ese lugar y los roces por distintos problemas eran moneda corriente.
Derek cruzó una mirada con él y fueron juntos al encuentro de los dos contendientes. Sin embargo, estaban en desventaja. Derek alcanzó a inmovilizar los brazos de Lucas, mientras Dante se colocaba delante del otro.
—Tranquilo, amigo —le dijo—. Podemos solucionar esto de una manera más civilizada.
—¡Métete en lo tuyo, viejo! —lo increpó Julien, antes de agarrarlo por el cuello.
Thea observó horrorizada como su padre y su amigo se enfrascaban en una pelea con ellos, mientras la multitud lo avivaba. Parecía que nadie iba a detener ese desastre.
La chica corrió hacia ellos, cuando notó que su padre dejaba de defenderse, tirado en el suelo. Golpeó a Julien en la espalda.
—¡Déjalo en paz, bruto! —le gritó.
El aludido se volteó y la miró con burla, antes de retomar su ráfaga de golpes hacia su padre. Sin pensar, Thea se colocó delante para protegerlo. Intentó golpearlo de frente, sin éxito, por supuesto. Julien la inmovilizó y Thea se defendió de la única forma que le quedaba: clavándole los dientes.
El hombre gritó de dolor y chocó su cabeza con la suya. La fuerza del golpe la dejó inconsciente y cayó al suelo.
No más les cuento que en multimedia les dejo a Derek.
*Vuelve a la cueva*
¡Gracias por leer!
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