2.2: La Escuela de Hombres
La jornada laboral se le hizo interminable. La montaña de papeleo burocrático se le amontonaba en el escritorio. Sin importar que hubiera estado tecleando sin parar cargando datos, los formularios parecían reproducirse, en lugar de disminuir.
A eso de las tres de la tarde, decidió tomarse un descanso breve para tomar un café. Recordó su conversación con Aria y se dirigió al despacho de su gerente.
Volvió hasta donde se ubicaba su escritorio y comprobó que la transferencia de archivos que había dejado en proceso continuara sin obstáculos. Dejó lo que quedaba de su bebida sobre la madera y tocó con suavidad la puerta que la separaba de Olga Ibáñez, su jefa.
—Me han comunicado que será transferida, señorita Sterling— le informó.
Tenía sesenta y cinco años, de los cuales la mitad habían transcurrido sumergidos en el estrés de su tarea como funcionaria pública. Su rostro severo, anguloso, daba miedo cuando algo no le agradaba y, ni hablar, cuando se enfadaba.
En aquellos momentos, por suerte para Thea, solo lucía sus arrugas de amargura estándar. Se había casado seis veces y la mitad de sus ex maridos no le habían durado ni los tres meses de la garantía del Mercado. El último había logrado sobrevivir y aún seguía con ella. Muchas se compadecían del santo mártir, que podía ser su hijo, a juzgar por su corta edad.
—Así es —asintió Thea, conteniendo la enorme sonrisa que quería estallar en su rostro—. Me han hecho la oferta esta mañana. Me ha parecido un poco apresurado, y por eso no se lo había comentado aún.
Su jefa ignoró lo último y, con la misma emoción que le provocaría cruzarse a un desconocido por la calle, le dijo:
—Ya han hecho todos los trámites pertinentes. Le deseo suerte, Sterling. —Y, al ver que no se movía, agregó secamente— Ya puede retirarse.
—¿Cómo te ha ido?— le preguntó Megan, su compañera de escritorio.
El contraste entre el buitre disecado de hacía un momento y el rostro vital e inocente de su compañera, le provocó una sonrisa.
Megan era un par de años mayor que ella, bajita y regordeta. Su cabello rubio ceniza le llegaba apenas a los hombros y enmarcaba uno de los rostros más bondadosos que Thea había visto en su vida. La extrañaría, sin duda.
—Una charla conmovedora...— respondió, enjugándose una lágrima inexistente.
—Seguramente —afirmó Megan, riendo estrepitosamente.
Luego, se detuvo en seco, la miró a su querida amiga y la abrazó con fuerza.
—Te voy a extrañar tanto, Thea.
Hundió su rostro en el hombro de la joven. Thea le respondió acariciando su espalda, intentado tranquilizarla, con poco éxito. Ambas extrañarían las largas charlas diarias con las que la jornada aboral se hacía más llevadera.
—No es para tanto, Meg, vamos a seguir viéndonos... –La separó de sí, para mirarle la cara.
Se sintió bastante mal al ver que lloraba. Había olvidado lo sentimental que era aquella mujer.
—No lo sé... Quizás te olvides de mí y... y...
—Sabremos hacernos un hueco en la agenda para tomar un café. —Le guiñó el ojo— Quizás uno que prepare el esposo que me compraré con lo que gane en mi nuevo trabajo.
—¡Guau! No pensé que fuera tan bueno... —Abrió mucho los ojos, con admiración, y agregó suplicante: — Y, dime, Thea, ¿no podrás encontrar un lugarcito para tu amiga?
Thea sonrió y negó con la cabeza.
—Todavía no empecé, así que no podría decírtelo. Pero si sé de algo, te lo avisaré.
Esa misma tarde, Thea se dirigió a la famosa Escuela de Hombres, llena de optimismo y ansiedad. Caminó las quince cuadras que la separaban de la estación de subterráneo casi sin notarlo. Flotaba mientras especulaba acerca de lo que haría con el sobrante de sus ingresos.
Llegó a las puertas del muro que rodeaba la Escuela. Era gigantesca: la pared rodeaba un terreno de seis hectáreas. Lo único que se veía desde la calle era una torre de diez pisos, con el emblema de la Escuela. Era bastante elocuente: era un hombre sosteniendo sobre su espalda al mundo, dentro del cual había un monograma de una E y una H. La joven se lo quedó mirando absorta unos minutos, totalmente perdida en sus pensamientos.
Tocó el timbre del portero eléctrico. Dio su nombre y una agente de la PoliFem, como se le llamaba a la policía femenina, le abrió la puerta y le indicó el camino. Thea la escuchó apenas, distraída con lo que veían sus ojos.
Era imponente. Impresionante. Unos jardines espléndidos, cuidadosamente arreglados, servían de marco a cuatro edificios. Tres de ellos, más anchos que altos, eran tan sólo de seis plantas. Formaban una U cuadrada. Exactamente en el centro, estaba la torre. Frente a ella, dos fuentes gemelas manaban agua, desde estatuas de diosas griegas. El acceso al edificio, de estilo moderno, era por medio de amplias puertas de vidrio, que se corrían automáticamente. El logo también estaba grabado en ellas.
Sintiéndose diminuta, Thea aferró la correa de su cartera y caminó hacia la torre con toda la determinación que fue capaz. Las puertas se abrieron a su paso. Detrás de un amplio escritorio de piedra pulida, había tres recepcionistas. Todas tenían un auricular en la oreja y un micrófono fino y negro a la altura de su mejilla, y miraban en cualquier dirección, menos en la que se encontraba ella. Cuando se acercó a la del centro, se aclaró la garganta. La mujer le hizo una seña de que esperara un segundo. Cortó la comunicación y le preguntó a Thea qué necesitaba.
—Piso 25, los letreros la guiarán —le indicó.
—Gracias —le dijo sonriente.
—El ascensor está por allí —agregó, señalando su derecha.
Ese edificio realmente la hacía sentir la dueña del mundo. El ascensor iba por fuera del edificio. Tenía paredes acristaladas, para que la gloriosa ocupante de turno observara con orgullo sus dominios. ¡Y qué dominios!
Desde lo alto, se veía la totalidad del predio, una isla de cemento rodeada de verde. Pudo divisar el campo de deportes lleno de hormigas azules. Se preguntó si sus hermanos estarían allí. ¿Sabrían ellos de su existencia, o la ignorarían como ella? Quizás aquella fuera una oportunidad de contactarlos.
Sus pensamientos se desviaron fugazmente y Stephen se apareció en su mente. Se preguntó si él no sería alguna de aquellas hormiguitas que estaba viendo.
El viaje acabó rápido. Esperaba tener una vista similar desde su escritorio. Sin duda, sería la gloria.
Se encontraba en un pasillo de paredes blancas y piso alfombrado. El atardecer estaba próximo y le daba a todo una luz dorada especial. Se acercó al letrero que colgaba de la pared y siguió la flecha.
Enfiló hacia la derecha y llegó a una sala de espera. Lujosos sillones de tres cuerpos, tapizados de cuero negro, invitaban a ponerse cómoda. Frente a ellos, una pantalla de un metro de ancho alternaba entre una vista aérea del establecimiento, el campo de deportes y algunas clases de los alumnos mayores.
En una esquina, un pequeño escritorio servía de espacio de trabajo de una mujer de mediana edad. Tenía un comunicador como las recepcionistas de planta baja.
Thea se acercó a ella.
—Buenas tardes —saludó con timidez—. Busco a la señora Campbell.
—Buenas tardes —le correspondió, acomodándose los lentes—. Su nombre, por favor.
—Galathea Sterling.
La mujer tecleó en su ordenador y presionó un sector de la pantalla táctil. Un pequeño recuadro mostró el rostro de Aria. Consultó si la podía recibir y, luego de tener el permiso, volvió dirigirse a Thea:
—El pasillo del medio —le indicó, señalando a su izquierda—. Siga hasta el final.
—Gracias.
En el camino, Thea se encontró un escritorio amplio de roble, que estaba vacío. Deseó que fuera el suyo. Esa antesala se veía acogedora, y tenía las vistas que tanto la habían conmovido. Había dos puertas. Una era un pequeño baño y la otra tenía el nombre de su amiga en letras doradas.
Golpeó la puerta con suavidad y esperó a que le respondieran para pasar. Entró con timidez, a pesar de tener confianza con Aria. El lugar era un poco intimidante. Observó que estaban solas, por lo que se relajó un poco. Dejó su bolso en una de las sillas, al tiempo que Aria se ponía de pie para saludarla.
Se dieron un abrazo y Aria le dio un sonoro beso en la mejilla.
—¿Cómo estás, pequeña?
—Excelente —respondió, radiante.
—Me alegro. —Le señaló la silla— Siéntate, por favor.
Cuando ambas estuvieron cómodas en sus asientos, Aria prosiguió:
—Verás, el trabajo es sencillo, aunque puede resultarte un poco tedioso. Una de tus principales funciones aquí es actualizar la base de datos de nuestros inquilinos. Deberás registrar las salidas luego de las ferias y corroborar que no falte ninguno. El día anterior, se te entregará una lista con todos los nombres, y los lunes, como hoy, la de los que volvieron. Comprueba que todos los que falten hayan sido vendidos. Para eso, tendrás que ponerte en contacto con Contabilidad, en el cuarto piso.
—De acuerdo —asintió Thea.
—Me odiarás... —rio Aria— Son bastantes.
—Sobreviviré —aseguró la joven—. ¿Qué más?
—Llevarás el registro de los niños ingresantes. No los recibes, solo transcribes los nombres y algunos datos más. Y, por último, te harás cargo de mi agenda, el teléfono y algunas cosas más que puedan surgir. Cualquier duda que tengas, pregúntame. Si no estoy, puedes hablar con Ana, la mujer que estaba en la recepción de este piso. ¿Quedó todo claro?
—Por ahora, sí.
—¿Quieres tomar algo?
—Un cortado estaría bien, por favor.
Aria se acercó a una máquina de café que había en la antesala.
—Ah, ven aquí. Te enseñaré a usar la máquina —le dijo—. Tenemos una tarjeta con crédito cargado para usar estas cosas. Aquí solo tenemos café, pero donde está Ana hay una con bocadillos y refrescos.
Presionó algunos botones en la pantalla táctil con distintas preferencias, explicando todo lo que hacía. Aquella tecnología era nueva para Thea. En el Ministerio no había cosas como esa, ya que eran demasiado costosas.
El aroma de sus bebidas llenó el ambiente, mientras Aria la llevaba hasta el escritorio de Thea.
—Cargaré tu huella digital. No necesitas recordar contraseñas para acceder al sistema.
Thea cargó las diez huellas en un panel empotrado en la madera.
—Luego, llenas todos tus datos. Ahora, con poner tu nombre, bastará.
Thea se sentó detrás del escritorio, admirando el diseño moderno de la pantalla y la rapidez del sistema.
—¿Has tenido algún problema en el otro trabajo? —le preguntó Aria.
—No, para nada.
—¡Qué alivio! Temía que hicieran problema por lo repentino de la solicitud.
Thea se encogió de hombros y tomó su vaso térmico.
—¿Cómo está tu madre?
A Thea, se le endureció el semblante al recordar la discusión.
—Bien, supongo.
—¿Ha pasado algo malo? —quiso saber, al notar su cambio de humor.
—Una pequeña pelea. Nada grave.
La chica decidió no contarle sobre sus hermanos. Temía que Aria se arrepintiera de su oferta y la enviara de vuelta a su trabajo anterior.
—No le has contado de Jean Luc, ¿verdad? —le preguntó, con temor.
—Claro que no —la tranquilizó.
Aria suspiró con alivio. Se quedaron en silencio un momento, cada una sumida en sus pensamientos.
—Será mejor que nos pongamos a trabajar —resolvió Aria—. Bienvenida, Thea.
Ambas sonrieron y se dedicaron cada una a sus asuntos.
Entre una cosa y la otra, para cuando Thea terminó de acomodarse ya tenía que irse. Llamó a su madre para avisarle que estaba saliendo. Mientras se ponía el abrigo, se le ocurrió una idea. Quiso quedarse después de hora, pero sería extraño. Tendría que esperar al día siguiente.
Revisó su billetera. El cumpleaños de Portia era el viernes y aún no le había comprado nada. Le comentó a Aria y la invitó a acompañarla. Después de todo, eran como familia.
—¿Qué hay en la Torre, además de tu oficina?— quiso saber la chica.
Estaban caminando por una calle peatonal muy bonita, llena de tiendas. Había bastante gente, en su gran mayoría mujeres. Los pocos hombres que circulaban, caminaban detrás de su "dueña", cargando bolsas y paquetes. Ninguno hablaba con su esposa, ni mucho menos con los demás.
—Bueno, allí está todo lo administrativo. Tienes el departamento de contabilidad, el Registro de Inquilinos, recursos humanos, y cosas por el estilo. Y en el quinto piso, hay un salón de conferencias enorme, que se usa de vez en cuando — le contó.
—¿Y los otros edificios qué son?
—Una es la escuela en sí, los otros son dormitorios.
Thea abrió desmesuradamente los ojos. ¿Cuántos dormirían bajo ese techo? Aria la miró, divertida.
—A la Feria, hemos llevado ochocientos setenta y dos la última semana —le explicó—Además, hay alrededor de catorce mil quinientos alumnos, de ocho años en adelante. Si piensas que son muchos, ten en cuenta esto: nuestra ciudad tiene cerca de de un millón habitantes, de los cuales el 75% son mujeres, la mayoría de ellas solteras. Yo creo que son muy pocos.
—Viéndolo así...—asintió.
—Serían muchos más si se deshicieran de esa política matrimonial. — Bajó la voz— Eso del Basurero es inhumano, ¿no crees? Si un hombre es devuelto luego de haber pasado tres días, tres meses o treinta años con una mujer, lo envían allí. —Suspiró con indignación —Piénsalo. Una mujer caprichosa puede ser la perdición de muchos hombres buenos. Y a nadie se le ocurre darles una segunda oportunidad...
—Pero no debes ser la única que piensa eso.
—Seguramente, pero hay cosas que no se pueden decir aquí...
Y, transformando totalmente su rostro en uno sonriente, le dijo en voz alta:
—Vamos a casa, Thea, te invito a cenar.
Aria sentía que había dicho demasiado. Si bien había hablado casi en el oído de Thea, no podía evitar sentirse paranoica. El hogar sería un lugar más seguro para expresar sus opiniones. Su acompañante arrugó la frente, y relajó el rostro enseguida. No hacía falta ser una genia para entender la situación.
—Encantada. — Sonrió— Le avisaré a mamá, para que no se preocupe.
—¿Primer día, y ya vas a cenar con tu jefa?—rió Charlotte, del otro lado del teléfono.
—Es Aria, mamá. Tú sabes que con ella nunca es suficiente tiempo para charlar —bromeó.
—Está bien, cuídate.
—Adiós.
Cuando llegaron a la casa de Aria y abrieron la puerta, un seductor olor a comida les inundó las fosas nasales. Le guiñó el ojo a Thea y la invitó a colgar su cartera en el perchero de pie que había en el hall de entrada.
La siguió por el pasillo, pasando por una arcada que comunicaba a un living comedor a oscuras, bastante lujoso; y por tres puertas más. El pasillo se cortaba y seguía en noventa grados hasta la cocina, que tenía la puerta abierta.
Antonio, con el delantal puesto, hacía saltar diversas cosas en un wok, con la destreza de un chef. No las oyó llegar, de tanto bullicio que hacía la campana extractora. Aria se acercó sigilosa por detrás y lo abrazó por la cintura, apoyando su mentón en el hombro de su esposo.
—Siempre con cosas sencillas...
Él sonrió, sin despegar los ojos de lo que estaba haciendo.
Después de cenar, Antonio se fue a dormir, mientras ellas tomaban un café, sentadas en el sofá. La conversación se terminó desviando al tema de los matrimonios.
—Insisto, Thea, les niegan una segunda oportunidad, como si la culpa fuera de ellos. No digo que en algunos casos realmente fuera el hombre el problema, pero la mayoría de las veces...
—Totalmente. Ni siquiera eligen con quién casarse, y hay cada monstruo disfrazado de mujer... —acotó Thea, recordando a su jefa—. Es terrible.
Terriblemente natural, en realidad. Cuando Thea nació, las cosas ya eran así. La fuerza de la costumbre había impedido que ella se cuestionara el sistema establecido. Ni siquiera sintió en su momento que le afectara.
Cuando su padre se fue, le habían dicho que había tenido un problema su familia y tenía que trasladarse a otra ciudad. Thea sabía que las cosas no andaban bien entre sus padres, pero ignoraba las causas. Como era pequeña, se tragó la excusa sin cuestionar nada. Extrañaba a Dante, pero no podía hacer nada para remediarlo. Un año después de su partida, Charlotte le había informado de su muerte. Pasado el dolor por la pérdida, la niña siguió con su vida.
Ahora, no obstante, las cosas cambiaban. Thea ya no era una pequeña inocente, sino que cada día descubría más cosas sobre su sociedad. Pensó en sus hermanos. ¿Y si alguno había ido a parar al Basurero? ¿Y si alguno vivía bajo la tiranía de una cuarentona histérica? Mejor no pensar, era demasiado fuerte.
—Mi dulce —la llamó Aria.
—¿Eh? —Se había quedado tan ensimismada que había olvidado dónde estaba.
—¿Puedo pedirte un favor?
—Por supuesto.
—Esa chica, Portia, ¿es amiga tuya?
—Mi mejor amiga —respondió, sonriendo.
Adivinó enseguida lo que quería su nueva jefa. Le guiñó el ojo.
—Te mantendré informada —le aseguró.
La mujer la miró agradecida.
—Tu futuro esposo será un hombre feliz a tu lado —murmuró más para sí, que para que la escuchara Thea— Te lo aseguro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top