2.1: La Escuela de Hombres
Había vuelto a su casa como flotando en una nube. Estaba feliz, muy feliz. De temas económicos mejor no pensar, se decía a sí misma. Al menos, por el momento.
No quiso darle detalles a Portia aún, a pesar de que la asedió con preguntas durante todo el viaje de vuelta. Por otro lado, no tuvo demasiados problemas para contraatacar. Bastaba con nombrarle a Jean Luc y su amiga se olvidaba automáticamente del incidente que la involucraba. Se le iluminaba el rostro y hablaba entre suspiros de ensueño cuando evocaba ese "breve" (como le decía ella, a pesar de haber estado hora y media conversando) encuentro con su futuro esposo.
En cuanto se le pasaba la emoción, no obstante, volvía al ataque:
—Pero, Thea... ¿Ni siquiera me dirás su nombre? —la acusaba— Vamos, no seas mala...
Y la miraba suplicante. Al parecer, Thea no era consciente de la impresión que le había causado a su pobre amiga cuando regresó con ella: una sonámbula que gracias que caminaba y no se llevaba nada por delante. Ella no podía comprender la razón por la que su amiga había palidecido de tal manera, como si hubiera visto un fantasma. ¿Qué le había hecho ese desconocido a su, por lo general, centrada amiga? ¿Qué cara habría puesto, que lo hacía parecer a él tan divertido? Era la primera vez que veía a alguien reírse de ella.
—No hace falta que sepas nada, Portia —le dijo, con una sonrisa cansada.
—¿Por qué estás tan misteriosa? Tú no eres así —le espetó.
—No hay misterio. Son imaginaciones tuyas, amiga.
—¿Nada? ¿Entonces, por qué tanta vuelta para... —seguía insistiendo.
—Se llama Stephen. ¿Contenta? —explotó, luego de suspirar.
—¿Te ha costado mucho trabajo soltarlo? –le dijo, sonriendo triunfal.
—No es eso... —Dudó sobre decirle la verdad— Verás, creía que lo conocía, y me sorprendió. Eso es todo.
No era del todo mentira, pero igual se sintió algo culpable. Aún así, sería una locura contarle lo del sueño.
—Está bien... —Frunció el ceño— No, espera.
—¿Qué?
—¿Dónde lo habías visto antes? Sabes que es imposible.
—Lo sé, lo sé...—la frenó— Te dije que creía conocerlo, y por eso me sorprendió. Pero no, solo era parecido.
—Si hubiera sido el mismo hombre, lo hubieras denunciado, ¿verdad? —preguntó, preocupada.
—¡Qué pregunta! —exclamó— Por supuesto que sí, Portia.
Un hombre no podía salir bajo ninguna circunstancia de la Escuela, a excepción de los viajes periódicos a la Feria. Sin casamiento, imposible. Si uno se fugaba y era visto, lo esperaba el temido destierro, un destino peor que la muerte: el Basurero.
Para su alivio, habían llegado a su casa. Saludó a Portia y la felicitó, antes de bajarse del coche.
—Cuídate, Thea —le dijo, tirándole un beso.
En cuanto entró a la cocina, su madre le informó que Aria la había llamado. Revisó su teléfono y comprobó que tenía varias llamadas perdidas también.
—Qué extraño, la he visto hace un rato, en la Feria.
—Se habrá olvidado de decirte algo. Me ha pedido que la llames mañana, antes de ir a trabajar.
—Lo haré. Gracias.
Charlotte observó a su hija, mientras le servía una taza de café. Thea se sentó en la mesa y se comió unos dulces de manera mecánica. Amaba ese tipo de bocaditos. Su madre le alcanzó una taza de cappuccino humeante y se sentó también.
—¿Cómo les ha ido?— le preguntó.
—Muy bien. Ya se compró uno. —Thea sonrió al recordar el episodio.
Pasó a describírselo a grandes rasgos. Charlotte asentía cada tanto y arrugaba un poco el entrecejo cuando algo no le parecía del todo bien, como las inclinaciones artísticas del muchacho.
—Interesante —dijo cuando terminó— ¿Cuántos años has dicho que tenía?
—¿Portia? Veinte. Es joven para casarse, pero se la ve muy segura de ello.
—No, me refería al muchacho —la cortó, antes de tomar otro sorbo de café.
—¡Ah! Tiene dieciocho.
Su madre se ahogó y casi escupió lo que tenía en la boca. Tosió bastante, antes de poder articular palabra. Thea corrió en busca de un vaso de agua, pero su madre la detuvo con un gesto. Tenía los ojos vidriosos.
—No, ya está. ¿Cómo que tiene dieciocho? ¡Es apenas un niño!— exclamó indignada.
—Sí, sé que es raro... —concordó— Pero si estaba en exhibición, entonces se podía comprar, ¿o no? Se supone que ya los tienen listos para la venta.
Charlotte chasqueó la lengua con reprobación.
—Ya le había dicho a Joan que la acompañara. Su hija no es lo suficientemente sensata.
—Portia es un poco impulsiva...
—¿Un poco? Es una inconsciente. Y tú no te quedas atrás. Tendrías que haberle dicho algo. —La miró severamente— Es demasiado joven para casarse y, encima, se casa con un niñito, más inmaduro que ella.
—Yo creo que puede resultar —aventuró tímidamente.
—Oh no, Thea. El hombre tarda en madurar. Lo mejor es comprarlos cuando ya tienen veinticinco o más.
Thea se limitó a encogerse de hombros.
—¿Cuántos años tenías cuando te casaste?
—Treinta y dos... Una mala inversión, si me lo preguntas —respondió molesta.
—¿Yo soy una mala inversión? —preguntó su hija, dolida.
—Oh, no, cariño, tú no. —Relajó el semblante— Creo que eres lo único bueno que salió de ese matrimonio.
Thea se quedó un rato pensativa. Se levantó de su asiento y se sirvió más café. Se apoyó en la mesada de la cocina.
—Dime, mamá —comenzó, haciéndose la desinteresada.
—¿Sí?
—¿Tengo hermanos? —preguntó, sin apartar la vista de su taza.
Charlotte la observó un instante antes de responder. Inhaló profundamente, temiendo la reacción que seguro vería a continuación.
—Dos —le respondió con aire culpable.
Thea la miró con gesto interrogante. La alentó a seguir.
—Orpheo y Diógenes. —Al ver que Thea estaba desconcertada, agregó— Siempre me ha gustado la literatura griega, Galathea.
Thea se quedó sin habla. Dos hermanos de los que nunca había tenido noticias. No le asombraban los nombres extravagantes. Eso era nada al lado del hecho de que jamás los había visto.
—¿Cuántos...? ¿Cuántos...? —balbuceó— ¿Cuántos años tienen?
—Orpheo tendrá unos veinticinco y Diógenes, veintitrés, supongo. —Su tono connotaba una indiferencia que asqueó a Thea.
—Diosa mía —susurró.
¿Y si ellos estaban en venta? ¿Era posible que los hubiera visto, ignorando el estrecho lazo que los unía? Se le heló la sangre con tal pensamiento.
—No sabes nada de ellos, ¿verdad? —quiso saber.
—No me crucé jamás con ellos, luego de que los entregué. Supongo que no se habrán casado aún, a menos que se hayan desarrollado bien. —Hizo un gesto elocuente— Pero si salieron a tu padre, dudo que sean algo excepcional. Yo creo que terminarán en el...
—No lo nombres —la frenó Thea, con la mirada encendida.
Charlotte se encogió de hombros.
—Mira, hija, por más que quisiera, no tengo forma de saber algo sobre ellos. Está prohibido, ¿no lo sabías?
—Tampoco parece importarte mucho —dijo Thea, levantando una ceja.
—No. ¿Para qué voy a mentirte? —concluyó— ¿Te extraña? Eran unos críos cuando los llevaron. ¿Para qué apegarse a alguien, si luego tendrás que decirle adiós?
Su hija se la quedó mirando con el entrecejo fruncido, mientras montones de pensamientos le bullían en la mente. No pudo evitar comparar la actitud indiferente de Charlotte con la ternura y la nostalgia que había visto en Aria horas antes. Eran el día y la noche, y la hacía sentirse decepcionada.
—Tengo dos hermanos y ni siquiera lo sabía...—Su rostro volvía a reflejar ira—¿Te das cuenta? ¡Podría haberme casado con uno de ellos sin saberlo! ¿Tienes idea de lo que le sucede a un niño si sus padres son hermanos? ¡Todo esto es una aberración!
La joven respiraba en forma entrecortada y tenía el rostro enrojecido por la furia. Había levantado tanto la voz que le dolía la garganta.
—Es imposible que te cases con uno de ellos —le respondió su madre con calma y en voz baja.
—¿Por qué me lo has ocultado? —le espetó.
—Por tu propio bien, claro está —le explicó, cruzándose de brazos.
—¿Qué beneficio saldría de eso? —Thea creía que en cualquier momento explotaría.
—¿De qué te sirve saber que tienes hermanos, si, de todos modos, no los verás en toda tu vida? —continuó— ¿Para qué hacerte sufrir con una despedida? Te lo quise ahorrar. Si hubieras estado con ellos desde pequeña habrías querido irte con ellos y habrías llorado durante días. No soporto verte llorar, me parte al medio.
—Porque son parte de mi familia, ¡de mi misma sangre! ¡¿Qué tienes en esa maldita cabeza?!
—No me hables en ese tono, Galathea— le ordenó con una frialdad inusual en ella.
—Si no te hubiera preguntado, jamás me lo hubieras contado. Y si no me lo decías, ¿cómo iba a enterarme? ¡Quizás dentro de unos años me habría casado con mi propio hermano! —repitió
—Ya te dije, es imposible que suceda —negó con convicción.
—¿Y qué sabes tú? —replicó con desdén.
—Porque son mayores que tú. Para cuando puedas permitirte un esposo (si es que algún día puedes, claro), ellos ya estarán casados con otra o pudriéndose en el Basurero. Y tranquilízate, porque —levantó un dedo amenazador y alzó la voz— nunca te casarás.
—¡¿Y quién te crees que eres para decidirlo?! —exclamó con los brazos en jarras.
—¡Tu madre, por el amor de Diosa! —respondió indignada, poniendo sus manos en su cintura.
—Ya soy mayor de edad, no tienes poder sobre mí —le contestó.
—Mientras vivas bajo mi techo...—empezó a decirle.
—En cuanto tenga el dinero, te lo aseguro, me iré. Hazte a la idea.
Y salió de la cocina, dando un portazo.
Caminaba a grandes zancadas. Subió las escaleras hecha una furia y se encerró en su cuarto. Se tiró en su cama, cubierta con un suave edredón celeste. Ahogó un grito en su almohada y se levantó. No soportaba estar ahí.
Se dirigió a la puerta ventana de su habitación, que daba a un pequeño balcón. La única decoración era un rosal blanco que daba flores cuando se le antojaba. Apoyó ambos brazos en la baranda de madera. Buscó paz en el horizonte que le ofrecía ese punto de vista.
Se veía bastante más allá, porque vivía en un barrio residencial, de modo que la mayoría de las casas eran de una sola planta. Un par de estrellas le ganaban a las luces de la ciudad y se concentró en ellas. Se percató al rato de que un par de lágrimas rodaban por sus mejillas.
¡Cómo le hubiera gustado conocerlos! Así fueran unos años, no le importaba. Sentía que le habían arrebatado un pedazo de su identidad. Le parecía cruel. Y, por otro lado, le sorprendía lo fría que había sido Charlotte con todo el asunto. La volvía a comparar con Aria y no tenía palabras. ¡Qué distintas eran una de la otra!
Charlotte, por su parte, daba manotazos dentro de la alacena de la cocina, hasta que encontró el frasco con los calmantes. Se llevó dos pastillas a la boca y se tomó el café, ya frío, que le quedaba. Le temblaba el pulso.
—Prefiero morir, antes de verte pasar por lo mismo que yo —murmuró con los ojos enrojecidos.
Thea se tranquilizó progresivamente hasta quedarse dormida. A eso de las dos de la madrugada, se despertó. Tenía hambre, ya que se había perdido la cena. Se levantó y fue a la cocina a buscarse algo para comer, tratando de no hacer ruido. Improvisó algo sencillo con lo que encontró y se sentó a la mesa.
Su mente ya no vagaba en torno a sus desconocidos hermanos. Prefería no reflexionar más sobre ellos, puesto que sabía que se enfurecería otra vez. Le sorprendió la acalorada discusión que había tenido. Nunca perdía los estribos de esa manera, ni le hablaba así a su madre. Apartó esos pensamientos, para que no le quitaran el apetito.
En cambio, optó por evocar al hombre misterioso que había encontrado en la Feria.
—Stephen... —susurró, deleitándose con el sonido de su nombre.
Suspiró. Verlo en vivo y en directo era aún mejor que soñarlo. Se imaginó en una acogedora casita, viviendo con él. Divagó en torno a la idea con deleite. ¿Cuánto costaría? Tenía un porte importante, así que sin duda sería caro. Además, tenía una belleza clásica que nunca pasaba de moda. Hombres así, siempre eran muy solicitados, más allá de las tendencias.
Thea estaba segura de que era mayor que ella, unos tres o cuatro años, por lo menos. Se rio. Un matrimonio así sería aún más raro que el de la joven Portia. No conocía a ninguno en el cual el hombre fuese más viejo que la mujer. Y, además, un hombre que había tenido el descaro de reírse de ella. En ese mundo, era considerado una grave falta de respeto que un hombre se divirtiera a expensas de una mujer.
No le había molestado, sin embargo. Era plenamente consciente de que había quedado como una tonta o una loca por haber actuado de esa forma tan extraña.
«Sólo me faltó decir: 'No te atrevas a venderte, eres mío'», pensó, sonriendo.
Habría reído con ganas, de no ser que no quería despertar a su madre. Limpió los restos de su "cena" con el mayor sigilo posible y volvió a la cama.
A la mañana siguiente, mientras esperaba que se hiciera el café, llamó a Aria.
—Verás— le dijo Aria, luego de unos minutos— hace un par de semanas tuve que despedir a mi secretaria. Luego de lo de ayer, se me ha ocurrido pedirte a ti que la reemplaces. ¿Qué te parece?
Thea casi se cayó de la silla.
—¿Hablas en serio?
—Sí, hija. Si no quieres, lo entenderé...
—¿Cómo negarme?
Era la oportunidad que estaba esperando hacía meses. La secretaria de la directora de la Escuela de Hombres ganaba el triple de su sueldo. Su sueño de libertad parecía mucho más cercano a cumplirse.
—De acuerdo, ven hoy, después del trabajo. Yo hablaré con tu jefa, descuida.
Se quedó tan ensimismada luego de colgar, que se le quemó el café. Se lo tomó sin notar la diferencia.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top