19: De libertades y privaciones


Un instante después de que Thea se perdiera de vista, sintió que tocaban su hombro.

—¿Lo conoces?

¡Por Diosa! odiaba ser el foco de esos ojos.

—Sí, coincidimos en la Escuela un par de veces —mintió, sin que se le moviera un pelo—. Es un chico un tanto atolondrado. Creí que nunca se casaría, es algo inútil. 

—Parece una niña —opinó Jeff, con doble intención.

Stephen lo ignoró. Se consideraba a sí mismo un maestro de la actuación, sin embargo, ese chico le ponía los pelos de punta. Parecía ser capaz de leerle la mente y no estaba del todo seguro de que se hubiera tragado sus mentiras. 

Retomó lo que estaba haciendo, antes de exponerse más a su escrutinio. El muchacho se quedó un instante más, ahí parado, rumiando un enojo que no sabía de dónde le había salido.

¿Podía ser ella? Y si era así, ¿por qué estaba en ese lugar? Se suponía que ellas tenían la gran vida, yendo a donde quisieran y luchando por sus sueños. Ahí solo había opresión y privaciones. Nada de baños con agua caliente, comidas variadas o una cómoda cama para dormir. Todo era trabajo. Trabajo hasta quedar agotado y no querer hacer otra cosa que alimentarse, quitarse el polvo y el sudor, y dormir. Una rutina infinita, cuyo final se vislumbraba cuando uno ya no servía para nada más. 

Aquello era demasiado triste como para ir por voluntad propia. Si realmente se trataba de ella, tenía que estar muy, pero muy loca.

**********


Adele se recostó en un diván tapizado de cuero negro, en su estudio. Le dio una calada a su cigarrillo, mientras sostenía el teléfono con la otra. La traición de la rata de su ex la había tomado por sorpresa. No podía creer que haya cambiado una vida de lujos y sexo de calidad, por una niñata (virgen, por supuesto) sin un centavo. Allá él. 

—Tengo un encargo que hacerte, querida.

Con el reembolso del Gobierno, su próxima compra le resultaría bastante económica. No dejaba de decepcionarse con los hombres, pero tenían ese no sé qué que ella no lograba reemplazar con ningún artilugio. Tenía que buscarse a otro, luego de resolver el asunto que tenía pendiente con Stephen.

Ah, él había resultado tan buena compra... Había sido el que mejor desempeño había tenido, además de tener la suficiente personalidad como para no doblegarse ante ella como un conejito asustado. Un verdadero desperdicio. Su traición le costaría algo más que unas cuantas privaciones, no le quedaba alternativa. Nadie se burlaba de ella de esa manera y quedaba impune.

—Dime, Addie —le respondió Vittoria.

—Hay que sacar la basura.

—¿Tan rápido? Cuánto lo siento, Addie. Era un bomboncito.

La legisladora dio otra calada antes de responder:

— Sí, lo sé. Era demasiado perfecto, para ser un hombre. ¿Qué tal están tus contactos por allí? Supe que el último fue "ajusticiado" por sus compañeros.

—Un desliz que le costó caro. Pero ya fue reemplazado. Dame unos días para hacer los arreglos.

—De acuerdo, espero tu llamado.

Vittoria había sido un contacto muy útil para deshacerse de las sobras. Era rápida y eficiente, con mucha más llegada a aquel barrio infame de lo que cualquiera pudiera imaginar.

Cobraba unos jugosos honorarios, pero para Adele eso no era problema. Tenía dinero de sobra. Aunque la aventura, esa vez, le costaría un poco más. 

Ya había tenido que desembolsar unos miles para deshacerse de la mucama. A los pocos días, supo que la habían encontrado sin vida en un callejón. La PoliFem llegó a la conclusión de que se había resistido a un robo, con alguien que se ensañó mucho con ella: estaba desnuda y con un tiro en el pecho. Sin testigos, ni pruebas de quien pudiera ser la culpable. Un trabajo perfecto. Así era Vittoria.

****************


—Lottie, ¿alguna novedad? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

—Nada, Aria. Ya no sé qué hacer.— Se le escapó un sollozo— No puedo dormir por la desesperación. Temo que me echen de mi trabajo. La policía no da con ella... Creo que acudiré a los medios.

La amiga de Thea creyó que sería una buena estrategia llamar a Charlotte para preguntarle por los progresos. Eso alejaría las sospechas sobre su persona. Le daba pena. Hablaban todos los días. Para Charlotte, suponía el único consuelo, dado que el resto de sus amistades había decidido darle la espalda. Tener una hija caída en desgracia la salpicaba de barro también a ella.

La soledad le estaba pegando fuerte. Su casa era un desastre y el trabajo, ni hablar. Su descuido le había costado a su estudio varias clientes insatisfechas. Nadie entendía su dolor. 

Tomaba pastillas para conciliar el sueño, con la ilusión de lograr descansar un poco. Sin embargo, siempre soñaba con ella, alejándose sin remedio. Tenía que haber una forma de recuperarla. Pero, ¿dónde más buscar? 


***************

Luego de la cena, Thea salió por la puerta norte del Pabellón donde dormía. Frente a ella, se extendía un parque enorme, de césped salvaje y algunos árboles frutales. Las frutas y las verduras que abastecían a todo el barrio eran mérito propio de los habitantes de su área. 

Derek le había contado sobre lo difícil que les había resultado convencer a las autoridades de que les concedieran los insumos necesarios para instalar su huerta. Parecía que el argumento de que no se vivía de puro arroz y caldo no era suficiente. Tuvieron que mentir sobre el rendimiento en las fábricas para que les prestaran atención. A fin de cuentas, el dinero lo podía todo.

Decidió alejarse de las luces del edificio, caminando por uno de los senderos. Era una noche fresca, un alivio luego del calor sofocante del día. Las vendas que le fajaban el pecho le resultaban bastante incómodas. La hora de liberarse de ellas, cada noche al irse a dormir, eran la mejor parte del día. 

Dio la vuelta en un recodo del sendero, rodeando un manzano. No se veía mucho a la luz de la luna. Sin embargo, no sentía que tuviera nada que temer. Derek se había acercado a ella minutos antes, con un mensaje. Se había burlado un poco de ella y su "amante misterioso"; y le había asegurado que no había nada que ocultar, que "había muchos como él".  

—Estas no son horas para que una señorita ande deambulando sola por aquí —dijo una voz a sus espaldas, sacándola de sus pensamientos.

Se dio la vuelta y se permitió sonreír de oreja a oreja. Corrió a sus brazos, a sabiendas que nadie los molestaría. Aprisionó su cuello y lo besó en los labios, apenas dándole tiempo para reaccionar. Él hizo gala de todos sus conocimientos, devolviéndole el beso con igual intensidad. Un hambre voraz se había apoderado de ellos.  Habían creído que su historia se había terminado, pero no, allí estaban.

Thea se sentía eufórica. Lo había encontrado y ya nada más le importaba. Se permitió olvidarse por un momento la gran aventura que los estaba esperando. Se dieron una pausa para respirar y Stephen apoyó su frente en la suya. No apartó la vista de sus ojos en ningún momento.

—Estás mal de la cabeza, Galathea —la reprendió, sonriendo tanto como ella.

—Es de familia. —Se separó de él.

Le tomó la mano y lo condujo hasta el tronco de un árbol, bajo el que se sentó. Él la imitó y le rodeó los hombros con un brazo, invitándola a recostar su cabeza en él. Le correspondió abrazándolo por la cintura. Volvió a besarla. Nunca se cansaría de eso. Su dulce niña, ¡cómo la había añorado durante las noches!

—Extrañaba tanto esto... —suspiró ella. 

Después de la tensión constante de temer ser descubierta, aquello era un oasis. Se asombraba de lo hondo que había calado ese hombre en su corazón, a base de unas pocas charlas a media voz y besos deliciosos. Que la llamaran estúpida, pero algo le decía que estar a su lado era lo correcto, su lugar. 

Si tan sólo su madre no se hubiera metido en su vida y ellos se hubieran casado, como correspondía... Hubiera tenido un matrimonio feliz, como Aria y Tonio, estaba segura. Sin embargo, allí estaba: vestida de hombre, a oscuras con Stephen, al cual le quedaban pocos días de vida si no lo ayudaba a escapar. Su amado le besó la sien y le acarició el brazo.

—¿Qué haces aquí, cariño? —le preguntó.

Si bien estaba feliz de verla de nuevo, temía por las consecuencias.

—Vine a buscarte —respondió.

Aquello lo derritió. Jamás hubiera creído que una mujer sería capaz de hacer eso. Escuchó con atención el plan que ella había armado.

—No valía la pena venir. Podrías haber encontrado a otro. Somos muchos. Te mereces más que una vida así. —Hizo un gesto abarcando el lugar donde se hallaban.

—Por supuesto que vales la pena. Tengo que estar contigo. 

—Eres demasiado joven para saber dónde debes estar —replicó, con voz amarga.

Thea rió.

—Claro, porque tú eres muy mayor.

—Nosotros pasamos por cosas que nos obligan a madurar. Muchos vivimos la miseria humana de primera mano. La esclavitud te fuerza a plantearte muchas cosas, y a desear muchas más. Y tú, mi amor, tienes la oportunidad de hacer con tu vida lo que quieras. No lo desperdicies conmigo. Hay caminos más fáciles y mejores. Yo solo soy un hombre más.

—Vine para rescatarte, Stephen —lo cortó—. Conozco las consecuencias de lo que estoy haciendo. Soy libre y escojo esto. No eres un hombre más, eres "mi" hombre. Ya te había elegido en la Feria, y ahora te vuelvo a elegir. Desde que entraste por mi ventana, tomaste tu decisión, también. Eres mío. 

Por supuesto que era suyo. Él se moría de ganas de decirle que sí, que persiguieran juntos el arco iris como dos niños. Después de todo, él mismo le pidió fugarse. Se odiaba por eso, había sido sumamente egoísta al querer arrastrarla a proceder así. No había pensado en las consecuencias y, ahora, estaba pagando un precio muy caro por su impulsividad. Tenía que convencerla de regresar a la seguridad de su casa. Él ya estaba condenado, pero ella todavía tenía una oportunidad.

—No creo que esto sea correcto. —Se separó de ella— Thea, vuelve a tu casa y olvídate de mí. No lo valgo, en serio.

—Tú no tienes idea de lo que dejé atrás. —Se le hizo un nudo en la garganta — Este lugar es un paraíso al lado de lo que me esperaba a mí, Stephen. 

—Te matarán cuando te descubran. ¿Qué hay peor que eso?

Era terca, pero él lo era más.

—¿Y qué crees que me esperaba en el Instituto? Una muerta en vida, drogada con fármacos, encerrada entre cuatro paredes. ¿Crees que hubiera sido libre? ¿En serio? —Se pasó la mano por cara, frustrada— Caímos juntos en esto, ¿sabes? ¡Podrías mostrarte un poco más agradecido, al menos!

El joven apretó los labios, el enojo expandiéndose en su pecho. ¿Tan ciega podía ser? Si Adele se enteraba de que ella estaba ahí, correría la misma suerte que él. No podía permitirlo.

—No voy a apoyarte —sentenció—. No tiene sentido suicidarte por un hombre, Galathea. No seas estúpida. ¿Dónde está tu dignidad?

La dejó de piedra. No había dicho eso, ¿verdad?. La estaba destrozando. Después de todo lo que había hecho para lograr ese encuentro, él le estaba pagando con rechazo. Era humillante y le partía el alma al medio.

—¿No te alegras de que esté aquí? —murmuró, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

Ante su silencio, continuó:

—Creí que querías ser libre, Stephen. 

—Antes lo quería más que a nada. — Suspiró, derrotado— Pero, ahora, yo...

¿Cómo decirle que prefería el sacrificio y que ella sobreviviera? Con otro o sola, pero viva. Él ya estaba condenado. Sabía que tarde o temprano, su ex-esposa se encargaría de liquidarlo. Y si Thea estaba con él, pues la ejecutarían junto a él. ¿Tan difícil era verlo? Ella se estaba quedando con la idea de que ya no la quería, y le faltaban las palabras para sacarla de su error. Y ya conociéndola un poco, decirle que era muy feliz a su lado, no haría más que alimentarle las ganas de seguir adelante con su estúpido plan. 

—¿Ahora qué? —le espetó, mientras dos lágrimas le desbordaban por los ojos.

—Ahora hay cosas que son más importantes que eso.

Y sin soportarlo más, la dejó sola en la oscuridad.

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