16.1: Preparados...


(Tercera actualización del día. Asegúrate de haber leído los capítulos anteriores)


—Ravenwood, ¿eh? —le dijo Derek.

Stephen se encogió de hombros, restándole importancia.

—Te compadezco, amigo —continuó, mientras masticaba un pedazo de pan.

Estaban haciendo la sobremesa del almuerzo, al día siguiente a su llegada al Basurero. Los chicos lo estaban tratando muy bien. Se respiraba un aire de camaradería incluso más fuerte que en la Escuela. El ambiente se le hacía muy relajado. Más allá de que tenían que trabajar muchas horas al día se los veía a todos extrañamente felices. 

Stephen no tuvo que meditarlo mucho, era la felicidad que viene con la libertad. Si bien era cierto que vivían en un espacio delimitado y que, cada tanto, pasaba un camión de Polifem a hacer la ronda, nadie tenía que pensar demasiado en lo que podía o no decir, o cómo actuar. Si lo hubiera sabido, se hubiera ido allí antes. Al menos eso pensaba hasta que Derek siguió hablando.

—Una mujer difícil, sí... —comentó el recién llegado.

Decidió obviar el hecho de que era un hombre golpeado, porque le daba mucha vergüenza.

—No lo decía por eso, Ste —dijo, después de tragar otro pedazo generoso de pan—. ¿Le decimos, Juanma?

Ambos miraron al viejo, que estaba meditabundo un par de asientos más allá. Parecía ajeno a todos, sumido en sus pensamientos, pero Derek sabía muy bien que no se le escapaba palabra. Lo que no sabía era cómo lo hacía. Ese hombre estaba en todo.

El aludido torció el gesto. Efectivamente, estaba escuchando todo. Lo miró unos segundos a los ojos, sin decir nada. Stephen no supo cómo interpretar esa mirada, pero no le gustó.

—No asustes al chico antes de tiempo, Derek —lo regañó, con una sonrisa que no le llegó a los ojos—. Después de todo, son solo rumores.

—¿Qué cosa? —preguntó Stephen.

Derek miró significativamente a Juan. Se lo iba a contar de todas formas.

—Eres el quinto esposo del Cuervo que cae por aquí.

Un escalofrío le recorrió la espalda cuando escuchó que la llamaban así. Parecía que aquella mujer tenía más sombras de las que parecía.

—Lo sé. Aún no me he cruzado con ninguno. Pero, acabo de llegar.

—Ni te los cruzarás —lo cortó Juan Manuel.

Suspiró y se levantó con algo de esfuerzo. Lo dejó a Stephen con la palabra en la boca y se alejó de allí. Se volvió hacia su interlocutor.

—No me dejes con la intriga.

—Las sobras del Cuervo no sobreviven —le respondió, misterioso—. Yo que tú, me cuido las espaldas.


**************

—Elliot —saludó Aria cuando le atendieron el teléfono—. Necesito tu ayuda.

—¿Antonio se encuentra bien? —le preguntó, preocupado.

—Por ahora, sí. Pero no me refería a él. Tengo un refugiado. —se lo tiró rápido.

—De acuerdo... —empezó a decir, luego de suspirar.

—Es un tanto... —Buscó la palabra— especial.

Silencio. Al médico, no le gustó nada ese término. No era la primera vez que hacían desaparecer a alguien complicado. Sin embargo, había una urgencia en el pedido que no había escuchado antes. Aria no era una mujer de sorpresas.

—¿Elliot? —lo llamó, luego de esperar que diera señales de vida, sin éxito.

—Sigo aquí —contestó—. ¿A qué te refieres con "especial"?

Le tocó a ella guardar silencio. Sabía que no le quedaba alternativa. No obstante, la situación era tan extraña y delicada, que no sabía cómo encararlo. Thea había metido la pata hasta el fondo. Los había involucrado como cómplices y había mandado a un pobre hombre al matadero. Pero, la amaba como si fuera de su propia sangre y no podía dejarla desamparada. Y si ese chico había estado dispuesto a jugarse la cabeza por ella, quizás merecían algo mejor.

—¿Qué te traes entre manos, querida?

—Es una mujer.

—¡¿Qué?! —exclamó pasmado.

—Sí, es... Era mi secretaria. La conoces. Sterling.

—No puedo creerlo. ¿Por qué una chica como ella querría mi ayuda? Oh, espera —recordó—. No es la hermana del Sterling que está en mi Pabellón, ¿verdad?

—La misma —se lamentó—. Él no tiene por qué salir afectado. Se supone que no tienen contacto. 

—Más te vale, Aria. Es uno de los mejores alumnos que tengo —la amenazó—. Ahora, dime.

—Se metió en un buen lío. La encontraron con un adúltero.

—Mira, tú sabes que te aprecio mucho y que no dudaría en ayudarte; pero, no ayudo a los buitres.

—Ella no es un buitre, Elliot. Se conocieron antes de que Adele lo comprara —suspiró—. Y sucedió.

—¿Ravenwood? —Justo cuando pensaba que no podría sorprenderse más, simplemente, sucedía.

—Sí, Ravenwood.

—Qué puntería. —Torció el gesto.

—Ni me lo digas. 

—Lo van a hacer desaparecer —sentenció.

—Lo sé.

—Me estás pidiendo mucho, Ari —le advirtió.

—Lo sé —repitió, con pesar. 

Sabía que no estaba jugando limpio, pero tenía que tirar una última carta. Elliot era su única esperanza.

—Pídeme lo que quieras —soltó sin más.

Silencio de nuevo.

—Aria... —dijo, al cabo de un momento de tortuosa espera—. ¿Estás segura? ¿Esa chica lo vale?

—Sí. Es una estupidez lo que hizo, lo sé. Y también veo perfectamente por qué lo hizo. Así que sí, estoy segura. Quiero que la hagas mezclarse en el Basurero hasta que podamos tramitar su salida del país junto a ese chico —contestó, resuelta.

—Quiero un laboratorio de imágenes decente —ofertó— y equipar la Unidad de Cuidados Intensivos como corresponde.

Doloroso. Si no le aprobaban el presupuesto, se endeudaría hasta las cejas. Miró a Thea, que seguía angustiada en brazos de su esposo. Daría la vida por ella.

—De acuerdo.

—Pero, no te prometo su seguridad —acotó—. Allí no tengo autoridad y lo sabes.

—Sí. Tú sólo encargate de que ella llegue ahí.  



***********

María recogió a toda velocidad sus cosas, mientras derramaba lágrimas amargas. Sabía dónde había ido Stephen. No con exactitud, pero sí sabía que estaba con la "otra". Buitres. Las odiaba.

Adele había estado con un humor de perros, y no era para menos. Se la veía maquinando algo que no le gustaba nada. Conociéndola, la empleada intuía que la cosa no había acabado luego de que la Polifem se hubiese llevado al adúltero. Aquella bruja haría algo. Temió por su amigo, mientras se alejaba de la casa que le había dado de comer tantos años de su vida.

La dueña de casa la observó alejarse calle abajo. Cuando se perdió de vista, volvió a su escritorio. Ya estaba todo listo. En un par de días, alguien se habría ocupado de recoger la basura. Nadie la humillaba y salía inmune.

Un capítulo más :D

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