COPÍTULO 57
—Me ha bajado la regla.
Wen me miró sin comprender, sacando una carpeta de uno de sus cajones y dándole una rápida ojeada.
—Hoy no concuerda con tus fechas asignadas.
—Por eso he venido a avisarte, ha ocurrido mientras estaba en el trabajo.
No sabría decir si descubrió la mentira o sencillamente omitió aclararlo, lo importante fue que lo aceptó.
—De acuerdo. Pero conoces las normas, si al cliente no le importa, todavía tendrás que ejercer en las horas activas.
—Lo sé.
—En caso contrario, le avisaré a Tiana que esta noche se abre el servicio de alimentos a la habitación. Para eso ya sabes qué usar.
Asentí, dispuesta marcharme.
—Sam —la miré por encima del hombro—. Yo... quería decirte que...
Esperé, pero lo que sea que intentó decirme, no terminó de pronunciarlo. Con un gesto de impotencia, recayó la vista devuelta a sus papeles.
Cuando me fui, pasé de largo la presencia del nuevo guardia que vigilaba su puerta.
Había llegado a la casa, yendo directo a su oficina. Era consciente de que cometía un riesgo al fingir que me encontraba en pleno periodo, pero albergaba la esperanza de que no tuviera que trabajar esa noche y poder digerir lo ocurrido de ese día, además de que desconfiaba que mi subconsciente no organizara una segunda broma, en la cual recreara el rostro de Derek mientras fingía que disfrutaba del toque de cualquiera de los clientes. Solo debía esperar unos días hasta que el efecto de lo sucedido se desvaneciera.
Si es que lo hacía, de lo contrario ignoraba qué más hacer.
La segunda cosa que hice fue ir a buscar a Anne. Sospechaba que continuaba estando en la habitación de Karla, pero me urgía saber lo que había encontrado esa noche. Si había hallado algún avance que girara alrededor del misterio de Halery o no, y sobre todo, si había encontrado una evidencia para entregarle a Helena. No obstante, dudaba mucho de esto último, puesto que de ser así ya me la hubiera enseñado.
Sin embargo, para mi mayor frustración, Anne no me respondió. Insistí, estuve tentada en derribar la puerta, pero no recibí ni una respuesta. Tomé mi cabello y me lo jalé con fuerza. ¡¿Qué más tenía que hacer?!
—¿Sam? —me giré. Liz cargaba con una mochila, el cabello sujeto en una coleta alta y su vieja ropa que utilizaba para actividades de jardín—. Al fin llegaste —le dedicó un vistazo a la puerta—. Anne y Karla se niegan a abrir. Hemos intentado sacarlas de allí sin éxito. No lo harán hasta que decidan hacerlo —formé una mueca de angustia—. ¿Sucede algo?
Me apresuré a llegar a su lado, permitiéndome pasar a su habitación.
—Me encontré con un contacto de Helena —su rostro se iluminó—. Lo sé, es una gran noticia, por eso necesito que nos reunamos todas para que les informe de lo que me dijo, además de ponernos al tanto de lo que Anne pudo recabar de la oficina de Wen. Nos urge dar con Halery, ¡y Anne ha decidido justo ahora no aparecer! No podemos darnos el lujo de perder más el tiempo, ¡tenemos que...!
—Aguarda, aguarda —me tomó de los hombros—. Date un respiro, estás demasiado exaltada.
—Es que... Liz... si no nos apresuramos... puede.... Puede que sea...
—Soy consciente de lo importante que es esto, pero de nada nos servirá estresarnos. Además, considera que hace apenas unas noches ambas sufrieron un castigo. No podemos presionarlas en ese estado —aunque tenía razón, no pude evitar formar otra mueca de desespero—. Oye, sé que ya quieres irte, pero no conseguirás nada con esa actitud.
—No es que ya quiera... bueno, sí, pero...
—A ver, respira —inhaló profundo, pero no la acompañé—. Vamos, haz un esfuerzo. Respira —volvió a intentarlo, mirándome con advertencia. La imité de mala gana—. Eso es, aguanta un poco y... exhala. Una vez más.
—Liz...
—He dicho una vez más —lo repetimos dos veces—. ¿Te sientes mejor?
—No.
Suspiró. Miró su alrededor y entonces se emocionó.
—Acompáñame.
Me tomó del brazo y me obligó a buscar ropa adecuada, para después seguirla con cierta reticencia al jardín trasero, donde hallamos a Lia y a Tiana reunidas en una de las esquinas más alejadas, rodeadas de pequeños árboles y arbustos además de flores. El cielo estaba claro, pero hacía mucho frío. A pesar de ello y al igual que Liz, ellas tenían peinados de coleta alta, los pantalones sucios y los rostros manchados de tierra.
—¿Sabes? Ahora que lo pienso, Anne y Karla no son de las que cuidarían unas flores —decía Tiana, mientras analizaba un racimo pequeño y pasaba un paño para quitarle el polvo.
—Si es así, qué pérdida de tiempo hacemos al estar aquí —comentó por su parte Lia, quien se encargaba de arrimar con un rastrillo las hojas caídas.
—Dejen de quejarse y continúen —les riñó Liz en cuanto llegamos, adelantándose para inspeccionar su trabajo y dejando caer la mochila que llevaba al hombro—. Se supone que hacemos esto para hacerlas sentir mejor, además de ayudarme a preparar las flores para el invierno, no lo vean como una tarea inaguantable.
—Es una tarea inaguantable —escuché decir a una cuarta voz que no conseguí localizar.
Tiana fue la primera en notar mi presencia.
—¡Pequeña Samy! —por su grito, Lia también se volteó en mi dirección.
Me posicioné a lado de Liz, quien se había quedado observándolas con los brazos cruzados mientras se acariciaba la barbilla.
—¿Qué están haciendo? —le pregunté.
—Solo un detalle para Anne y Karla —explicó, entrecerrando los ojos hacia donde se ubicaba Tiana—. Pensamos en entregarles un bonito arreglo para hacerlas sentir mejor. No es gran cosa, pero Tiana insistió y nos pareció bien. Por ahora no... ¡Lia, no quiero ver ni una hoja suelta!
—Las hay por todas partes —se quejó esta, barriendo desesperada alrededor de sí misma—. Y esta cosa no sirve, las deja escapar entre las ranuras.
Escuchamos un bufido, y poco después una cabellera color zanahoria se asomó por detrás de unos helechos, evidenciando a una Layla ensuciada de tierra y con ramitas incrustadas en su frondoso cabello, además de una tela que le cubría la mitad inferior de la cara.
—Ya quisiera verte estando en mi lugar, ¡al menos tú no tienes que acercarte a la peste del...! —alzó una bolsa que sostenía con el guante—. ¿Qué dijiste que era esto, Liz? ¿Qué tipo de abono?
—Estiércol.
Layla soltó un chillido, dejando caer la bolsa con gesto horrorizado por el asco. Liz emitió una risita.
—Solo bromeaba. Es un fertilizante especial para el suelo húmedo, contiene elementos como el sulfato de potasio en caso de que el suelo carezca de... —al ver que la mirábamos sin comprender chasqueó la lengua—. Tú solo aplícalo.
Layla estaba demasiado concentrada en mantener su distancia de la bolsa que no le había prestado atención.
Saber que se habían unido para hacer sentir mejor a las chicas me hizo recordar a mi último castigo, donde todas se habían juntado para levantarme los ánimos. Eso me enterneció. Sin embargo, no podía quedarme por mucho tiempo, aún tenía que idear una manera para hablar con Anne y discutir entre todas lo que sea que ella había descubierto.
Al verlas tan concentradas, comencé a dar pasos silenciosos hacia atrás.
—Me temo que algunas de las flores no sobrevivirán a las heladas a menos de que... Oye, ¿y tú a dónde crees que vas? —inquirió Liz cuando me sorprendió a medio camino.
—Esto... ¿me regreso?
—¿Regreso? Oh no, claro que no —me tomó del brazo y me llevó a su saco de herramientas.
—Liz...
Cuando terminó de husmear en el interior me entregó una brocha.
—Toma esto y revisa cada flor y cada tallo, uno por uno y que estén libres de cualquier insecto que pudo habérseme escapado. Ah, y avísame cuando hayas acabado para que pueda escoger unas cuantas flores y agregarlas al arreglo que le haremos a Karla y a Anne —vacilé, y al notar que lo hacía, Liz me fulminó con la mirada—. No aceptaré un no por respuesta.
Estuve a punto de dar el "no", hasta que escuché la irritante voz de Layla.
—¿Samanta trabajando en el jardín? ¡Ja! Como si le importara unas tontas plantas. ¡Mírenla! Se nota que ni siquiera le agrada la idea.
Tragándome una réplica, apreté la brocha con fuerza y me acerqué a uno de los rosales. Era tonto dejarme guiar por un comentario insignificante de Layla, pero también debía admitir, que por un breve momento deseaba disipar todo lo ocurrido en la mañana. Estaba tan tensa que escucharla hablar me causaba dolor de estómago, además de que descubrir que ella estaba participando en una actividad tan especial entre Liz y yo me irritaba.
Cavilé si volver a irme o quedarme, al final, triunfó mi sentimentalismo.
Estando frente a los rosales, me enfoqué en unas cuantas flores que refulgían de color rojo intenso en medio de tanto verde. Sentí los ojos de Liz vigilantes, pero al poco rato, al comprobar que ya no planeaba marcharme, aligeró la presión y pasó a continuar repartiendo instrucciones a las demás. Escuché la voz de Tiana y Lia replicarse entre ellas, los resoplidos de Layla y el ruido de las plantas al ser movidas.
Mi atención se volcó por completo en las rosas. Evité tocarlas más de lo necesario, revisando tal y como Liz me había dicho; no obstante, en más de una ocasión me quedé hipnotizada por los colores y las formas. Acaricié una con suma delicadeza, sintiendo la textura suave del pequeño pétalo. Me pareció tan frágil que temí romperla con un toque.
Me pregunté cómo pudieron haber sobrevivido todo ese tiempo. Algo tan indefenso debió haberse sometido a las inclemencias del clima. Ni las lluvias ni las recientes temperaturas bajas parecieron afectarlas. Lo cual, para mi sorpresa, las hacía ver de alguna manera más fuertes, y por lo tanto, más hermosas.
Recordé mi charla con Liz, y justo ahí, puede que llegué a comprender mejor lo que decía sobre las flores. Deseé preguntarle si aún consideraba a cada una de las chicas como una, y si yo todavía le recordaba a una rosa.
Siendo una traidora, mentirosa, impulsiva, sentimental.
Una débil e inestable emocional.
El beso con Derek me vino como un flash.
De repente, hubo un largo silencio, en el cual me sentí observada.
Me giré a todos lados, y comprobé que en efecto, todas me miraban.
—¿Qué?
Liz tenía el ceño fruncido.
—Tú...
—Suspiraste —interrumpió Lia, mirándome como si no me reconociera—. Hace un segundo. Fue demasiado sonoro.
Bufé.
—¿Qué? No —Tiana igual me observaba confundida—. No lo hice.
—¡Romeo, Romeo! ¡¿Dónde estás que no te veo?! —Layla apareció desde otro de los arbustos con una mueca burlona.
—Tú cállate.
—Si a mi ventana pudiereis llegar, esta bolsa de estiércol con gusto os haré entregar.
Volví a centrarme en las rosas, en un esfuerzo por ignorar la carcajada de Layla de fondo. En serio, ¿cómo pudo Liz haberla invitado a una actividad especial como aquella? Como si fuera parte del grupo sin importar todo lo que había hecho antes.
Cegada por un arranque de celos y odio, no me di cuenta que comenzaba a ser brusca con algunas de las ramas y hojas.
—Oye, oye, ¡ten cuidado! —escuché a Liz acercarse, pero fue demasiado tarde, pues sentí un repentino pinchazo en uno de los dedos.
—Maldita rosa —repliqué.
—Fue tu desesperación la que te orilló a esto —Liz me quitó la mano de la boca—. Ella tan solo se defendió. Sam, ¿segura que no te pasa nada? Ahora mismo te noto demasiado extraña.
Le arrebaté mi mano.
—No, no es nada.
—¿Nada que no guarde relación con corazones apasionados? —inquirió Layla, todavía con su tonto tono burlón.
Le enseñé los dientes, apretando los puños y dirigiéndome hacia ella para darle una buena merecida.
Tiana me tomó de los hombros.
—¿Qué tal si me acompañas a la cocina y me ayudas a preparar algo de comer? Seguro que esto es por el hambre —sin darle tiempo a responderle, me empujó directo a la casa, bajo la sospechosa mirada de Liz y la expresión desconcertada de Lia, pero yo no aparté mis ojos de Layla, quien seguía manteniendo su estúpido gesto de burla.
Ya me las pagaría.
—Estaba pensando que además de darles unas flores, podríamos prepararles un postre. ¿Qué dices?
Me limité a restregarme el jabón de entre los dedos.
Pasé los siguientes minutos sumida en el silencio. Tiana parloteaba, animándome para hacerme reír, pero por más que lo intentara continuaba con la misma expresión de seriedad. Me daba lástima que sus esfuerzos terminaran en un seco asentimiento de cabeza de mi parte. En serio, ¿qué sucedía conmigo? ¡Era Tiana! La persona más entusiasta que conocía; incluso después de haberse sentido muy afectada por lo de Emily, buscaba hacerme sentir mejor haciendo un pequeño espectáculo de malabarismo con los limones. ¿Por qué no podía contagiarme de su entusiasmo?
—Wen ya me dijo que esta noche probablemente trabajarás conmigo. ¿Estás bien? Sé que menstruar en este sitio es un enorme incordio.
—Nada que no haya hecho antes —escupí.
Abrió y cerró el refrigerador, el congelador y le siguieron las gavetas. No me interesé por averiguar cuál era el código para abrirlos, había descubierto que Lucian mandaba a cambiarlo cada noche para evitar que consumiéramos el contenido.
Tiana chasqueó la lengua.
—Ay no, lo olvidé. Le había dicho a Wen que no solicitara más ingredientes para postres el día que empezamos a ser más amables con ella. Seré tonta —checó su reloj de muñeca—. Tendré que ir a pedirle permiso para tomar parte del menú de los clientes, tal vez podamos hacer algo con eso —se dirigió a uno de los pasillos, pero se detuvo—. ¿Te sentirás bien si te dejo sola?
—Tranquila, lo estaré —mascullé en voz baja.
Vaciló, pero optó por marcharse.
Contemplé mi triste plato de ensalada de huevo, aunque era más ensalada con un pedazo de huevo cocido. De todas maneras ni siquiera lo estaba tocando. Era curioso que Tiana no hubiera dicho nada al respecto, porque lo más seguro es que me veía bastante mal como para que no se atreviera a preguntar.
Suspiré. Tenía que relajarme ya.
Me di la vuelta.
Y me encontré con Anne.
—¡Amantes! —me llevé una mano al pecho—. Anne, me diste un tremendo susto —no pareció escucharme, me miraba entre una mezcla entre extrañeza y miedo—. ¿Está todo bien?
Parpadeó.
—Ah... sí, sí. Es solo... —sacudió la cabeza—. Creí haber... No importa.
Caí en cuenta de que agarraba la cuchara con más fuerza de la que debía, así que la deposité con cuidado en la mesa.
—Estaba buscándote desde que llegué —mi mano comenzó a temblar un poco, pero la oculté—. Tengo noticias.
Espabiló, porque hasta ese momento había continuado con la misma expresión de espanto.
—Eso es... genial. Yo también quiero hablar con ustedes.
—Liz me dijo que estuvieron llamándolas —la vi ir por su propio plato—. Tampoco les abrieron.
—Sí. Verás, de eso también quiero hablarles. Cuando las veas diles que ya pueden acercarse. Ya es tiempo que les comparta algunas cosas.
—Estoy de acuerdo.
Se extendió un silencio incómodo.
—Bueno —dijo dándose la vuelta, yendo por donde había venido—. Nos vemos, las pondré al tanto de todo lo que encontré esa noche. Y de las noticias.
Me fijé en el plato que había estado a punto de tomar y que al final ni tocó.
—Claro.
Dudó, y terminó por desaparecer en una esquina, permitiéndome cerrar los ojos y dejando descansar la frente contra la baldosa de la cocina. Suspiré. Amantes, eso había estado cerca. Si no la hubiera conocido mejor pensaría que...
—¿Eso qué fue?
Ahogué un grito.
—Anne, creí que ya te habías ido —la expresión de alarma había regresado a su rostro, solo que más apremiante—. ¿Qué pasa?
—¿Qué fue eso? —insistió.
—No sé a qué te refieres.
Se acercó a mí en rápidas y largas zancadas, obligándome a retroceder hasta que mi espalda topó con el refrigerador. Me contempló con los ojos demasiado abiertos en una mueca de pánico e incredulidad.
—¿Sam?
—Te lo juro, no tengo idea de qué hablas.
—¡Eso! Lo que hiciste, ¡esa expresión que tienes en la cara!
Se aproximó todavía más, hasta tomar mi mentón y hacerme girar de perfil y en otros ángulos.
—Anne, no entien...
—Calla.
—No sé qué estás...
Me tapó la boca con la mano, sin dejar de examinar. Sus ojos reflejaban una enorme preocupación, obligándome a mirarlos directamente, hasta que desvié los míos en otra dirección.
—Oh mierda, Sam —se alejó—. Esto es malo. Muy muy malo.
—Anne...
—De todas ustedes, ¿tú? ¡¿Precisamente tú?!
—No es lo que parece.
—¿Que no es lo que parece? —miró a su alrededor y bajó mucho la voz—. ¿Vas a decirme que no estás enamorada? ¡¿Qué no tienes el maldito código negro?!
Todo en mí se congeló.
Demoramos un segundo, solo un segundo antes de que reaccionáramos.
Y reaccionamos feo.
Anne fue la primera en irse a la carrera.
Sin importarle las cámaras o que los guardias pudieran verla correr, además de que todavía se le notaba muy débil, le concedí cierta agilidad, porque llegó como un rayo a la habitación central y para luego subir de dos en dos las escaleras. Sin embargo, y como en efecto se encontraba débil, conseguí darle alcance y ponerme entre ella y el pasillo de nuestras habitaciones impidiéndole el paso, con nuestro aliento jadeante y el pelo alborotado.
—Anne —murmuré—, deja que me explique
—Hazte a un lado.
—En serio que no es lo que parece, ni siquiera es la gran cosa, si me dejaras hablar...
Se lanzó a un costado, pero logré detenerla y ella se debatió hasta hacernos caer al suelo.
—Samanta, ¡suéltame!
—Karla se encuentra muy delicada, ¡deberías reconsiderar el tener que molestarla solo por esto!
Batallamos, la escuché quejarse y evité a toda costa tocar sus cicatrices, pero por un demonio, ¡no se mantenía quieta!
En el forcejeo, ella alcanzó a desprenderse de mí, aunque conseguí tomarla del tobillo y vi cómo se derrumbaba de nuevo contra el piso, donde me lanzó una mirada colérica.
—Quítame tu mano de encima.
—Por favor, no tenemos que hacer de esto un drama, ¡a ti ni siquiera te importan las reglas!
Se detuvo, y cerró los ojos con fuerza.
—Esta sí.
Me propinó una patada, para luego rápidamente ponerse de pie y salir corriendo.
Me apresuré a levantarme mientras me masajeaba la nariz. Estábamos a pocos pasos de llegar a la habitación de Karla, fue ahí que alcancé a tomarla de la cintura, provocando una nueva caída y sacándonos el aire por el impacto.
—Samanta, ¡estás perdiendo la cabeza!
—¡Tú estás perdiendo la cabeza!
—¡¿Qué demonios está pasando aquí?!
Nos detuvimos. Liz, Lia y Tiana nos observaban sin comprender. La primera claramente muy molesta.
—Anne, te dejé muy en claro que no permitiría que tú...
—Samanta tiene el código negro.
La cara de las tres se transfiguró al mismo espanto que Anne, luego, en siniestra sincronía, me miraron alarmadas.
—No es lo que parece.
Liz abrió la boca para responder, pero entonces, el sonido de una puerta abrirse nos paró en seco, seguido de una débil voz que le costó emitir una única pregunta.
—¿Qué pasa?
Desnuda, con un gran moretón que le cruzaba medio rostro, el labio partido y los ojos cargados de oscuras ojeras, Karla nos examinó a todas con la vista cansada, casi demacrada.
Nadie osó pronunciar palabra, incluso Anne se retrajo.
Así que fue la voz de Liz quien cortó el silencio.
—Samanta tiene el código negro.
Karla parpadeó como si no reconociera su voz, procesando la información demasiado lento.
Pero después abrió más los ojos.
Luego me miró.
Genial.
Veamos, las chicas ya conocen el otro secreto de Sam. Chan chan chaaaan.
Ay mis niñas tan dramáticas, pero las amo ♡
Por cierto, subo al instagram algunos fanarts, memes y curiosidades de la historia por si tienen curiosidad.
En facebook, en cambio, subo tonterías mías por si necesitan de alguien quien reírse un rato.
De nuevo, muchas gracias por seguir leyendo♡♡♡
Los amo.
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