CAPÍTULO 9
Al despertar, Tiana dormía aferrada de mi brazo.
La miré unos instantes, pensando en el tiempo que debió estar velando por mí. Recorrí mi vista reconociendo mi habitación, y noté que arriba de mi pequeño buró descansaba un plato repleto de galletas glaseadas.
—Despertaste, bella durmiente.
Al otro lado de la cama, me sorprendí al encontrarme con Karla levantándose, con un leve rastro de ojeras y despeinada por completo, además de estar envuelta en mantas sin ropa interior. Quise preguntarle dónde había dormido, pero no tardé en comprender que lo había hecho en el suelo.
—¿Hace cuánto que están aquí? —susurré.
Ella se encogió de hombros.
—Tres o dos días, no lo sé —pateó a Tiana, quien se removió cubriéndose la cabeza—. Era mi turno de estar en la cama, pero la princesa aquí presente apenas quería alejarse de ti, apostamos y perdí —se estiró y tronó los huesos de su cuello—. No creas en su carita de ángel, es una verdadera tramposa.
Miré a la aludida, que sacó un brazo de las sábanas y mostró el dedo mayor.
—Eres mala perdedora —Karla se aventó encima de ella, y ambas rebotaron sobre la cama—. ¡Quítate, lastimas a Samy!
Las vi forcejear un rato, hasta que caí en cuenta de algo importante:
—¿Tres o cuatro días?
Se detuvieron.
—Lo que dije —Karla volvió a levantarse y acomodarse el pelo—. Creíamos que Lucian había hecho algo peor que solo azotarte. Hasta Wen preguntó por ti.
—¿Qué Wen preguntó por mí? ¿Pues cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Casi una semana.
—¡Una semana! —me envaré, y sentí que se me estiraban las heridas—. No puede ser una semana.
—Créeme, los primeros días no parabas de quejarte y llorar en sueños —arrugó el entrecejo—. Pero Anne nos contó que una noche dejaste de hacer ruido, incluso no te movías.
—Me preocupé, pequeña Sam —intervino Tiana—. La expulsé de la habitación para ocupar su lugar, temía que no volvieras a abrir los ojos.
—¿Qué? —las observé anonada—. ¿Toda esta semana?
—¡Por poco te mueres!
—Tiana...
—Exageras —Karla la pateó—. Tuve que venir para cubrirte el trasero sino Barb ya te habría llevado del pelo para ser la siguiente.
—Me importa un bledo, ¡y deja de patearme!
—¡Era mi turno de estar en la cama, malagradecida!
—¡Perdiste la apuesta!
—¡Y tú hiciste trampa!
Tiana salió de las sábanas en plan de ataque, pero en ese momento alguien abrió la puerta.
—Veo que están despiertas —Liz apareció sosteniendo un vaso de té. Traía puesta su bata, la cual se balanceó como un espectro cuando me dejó el vaso en el buró con el resto de las galletas, luego acarició mi pelo—. ¿Cómo te encuentras?
Me mordí la mejilla. El dolor había desaparecido, aunque percibía las cicatrices cada vez que me movía, consiente del nuevo número de marcas. Casi sin pensar me llevé la mano a una que estaba cerca del hombro derecho.
—Mejor que la otra vez.
—Liz, Karla quiere sacarme de la habitación —Tiana tomó mis hombros y me abrazó hasta enterrar mi rostro en su enorme pecho—. Dile que pare, solo yo puedo cuidar de Samy.
Karla se lanzó hacia ella. Entre las dos se revolcaron en las sábanas con gruñidos muy parecidos a los de un gato, jalones de pelo y cosquillas. Ante la escena, Liz levantó una ceja con los brazos cruzados.
A pesar de los buenos ánimos que parecían querer darme, también era cierto que aún me encontraba sensible; mi mente estaba en un limbo en el que no deseaba recordar la pesadilla del sótano, y al mismo tiempo no podía evitar rememorar las sensaciones terribles de dolor y humillación. Liz pareció percatarse de eso, por lo que se sentó a mi lado y me abrazó.
—Pasará —dijo y recostó su cabeza en mi coronilla—. Lo peor ya pasó.
—Por todos los amantes, ¿qué es ese escándalo? —Wen apareció en la puerta con una mascarilla y en bata de baño—. ¿No saben que cuando una está en cama lo que menos quiere es escucharlas rumiar como animales?
—Lárgate de aquí, reptil —le replicó Tiana—. ¿Qué no vez que solo queremos hacer sentir mejor a Sam? Me parece que tú no cuadras en esa ecuación.
Wen agitó una mano despectiva.
—Ella está bien, como si la crema que le dejaron no le haya surtido efecto. Y creo que también preferiría que se largaran de su habitación para que todo regresara a la normalidad..
—¿La crema?
Me vino un recuerdo de golpe. Una silueta extraña, una voz entre ronca y suave, el aroma a vainilla.
—Wen, ¿fuiste tú quién me aplicó la otra noche una crema aromática?
Bufó.
—¿Yo? Para nada —se recargó en el marco de la puerta—. Estaba demasiada ocupada discutiendo con tu jefe de trabajo e inventando una excusa para tus ausencias. Una carga más a mi lista de tareas debido al próximo evento —resopló—. En fin, no tenía tiempo para elaborar esos estúpidos juegos de misterio. Una nota con un bote de crema sin etiqueta, que ridículo.
—¿Una nota?
—La noche en el que Anne nos dijo que habías dejado de hablar —explicó Karla, quien se había recostado en la cabecera de la cama—. Apareció un bote de crema en blanco con una nota de instructivos. Ella aseguraba que no sabía quién lo había dejado ahí.
—Y ninguna de nosotras fue —terminó Liz.
—¿Y Anne no vio nada? —pregunté.
—Dijo que ocurrió durante las horas activas. Cualquier persona pudo haber entrado sin que lo supiéramos.
Extraño. Si lo que ellas me decían era cierto, entonces significaba que ni la casa ni los cuartos estaban seguros de intrusos. Lo cual era imposible, ¡había guardias y cámaras por todos lados! Intenté forzar mi memoria con la intención de reconocer aquella silueta, pero nada llegó a mi mente, el recuerdo se había vuelto confuso y borroso.
—¿Nadie le avisó a Lucian sobre esto? —interrogué.
Todas callaron. Wen desvió la vista hacia otro lado, de pronto interesada por el material de las paredes. Tiana evitó verme mientras que Karla y Liz se vieron a los ojos.
—Creímos que lo mejor era no decir nada —soltó la primera de éstas dos.
—Una intención que yo sigo rechazando —replicó Wen—. El señor Luc nos castigará a las demás cuando descubra que permitimos que alguien ayudara a Samanta en contra de sus órdenes.
—Y por eso ninguna de nosotras abrirá el pico —dijo Karla—. Ni siquiera tú.
Wen frunció los labios, pero no le llevó la contraria.
—A todo esto —habló Liz—. ¿Por qué te castigó Lucian?
Me encogí, y me abracé las rodillas contra el pecho.
—Porque no le dije que me había subido al auto de un desconocido —escuché que ahogaban una exclamación—. Iba a llegar tarde y había cometido una estupidez ayudando a... una compañera del trabajo. Entonces temía que si no cumplía con la parte del trato que es llegar antes de las doce treinta, Lucian decidiera no dejarme salir nunca más. Así que acepté que un cliente del café me trajera.
—Samy, eso fue muy arriesgado —Tiana posó una mano en mi hombro—. ¿Le dijiste dónde vivías?
—No. Era demasiado peligroso e hice que parara el auto —hice una mueca—. Había dicho algo que me molestó, entonces le exigí que se detuviera a mitad del camino. No creo que me haya seguido, pero...
—El señor Luc tuvo mucho sobre qué preocuparse —dijo Wen—. Metiste la pata.
—También por eso no quería decirle nada —mascullé—. Aun así, él lo supo. Todo el tiempo había colocado una microcámara en mi uniforme y fui demasiado ingenua como para no pensar en ello.
Karla asintió.
—Lo veía venir —fue lo que dijo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Liz—. ¿A caso todas nosotras tenemos una cámara en nuestras habitaciones? ¿Ni siquiera podemos tener privacidad en ninguna parte de esta casa?
—De ser así, no creo que sea bueno hablar de esto —Tiana parpadeó hacia el techo y se encogió en las cobijas—. Hola, señor Luc.
Karla la ignoró.
—Lucian siempre cumple con su palabra. Si él nos asegura que podemos confiar en tener nuestro propio espacio personal, entonces es cierto. Pero en el caso de Sam era demasiado arriesgado, no podía fiarse ciegamente a que ella corriera a la primera oportunidad de libertad —me miró con fijeza—. Y ahora que ha logrado demostrarte lo que es capaz de hacer, sabe que tú misma llevarás tu propia correa.
Lo medité un poco, y concluí que tenía razón.
—Eso no importa. Conocía los riesgos al hacer este trato con él, tú misma me lo dijiste cuando supieron lo que planeaba. El hecho de recibir un castigo solo me hace replantear lo que haré a continuación, ni siquiera sé si será seguro seguir con este plan.
—Bueno, aun podrías reconsiderar tus opciones —sugirió Liz—. ¿Qué tal si me ayudas en el jardín? No tendrías que preocuparte por hacer un trato con Lucian, yo lo solicitaría en tu lugar. Es más, ni siquiera tendríamos por qué pedírselo.
—O acompañar a Tiana en la cocina —propuso Karla—. Sabemos que nunca te ha gustado tratar con los invitados, si llevas clases de cocina con ella, estoy segura que terminarás por hallarle el truco y pedir que lo hagas en las horas activas.
Tiana vaciló.
—Esto... ella podría, pero... —me sonrió con cierta vergüenza—. Lo que pasa es que ya lo hemos intentado.
Karla la miró sin comprender, hasta que pareció recordar aquel accidente.
—Oh, cierto. Arruinaste el almuerzo de Lucian una vez, lo había olvidado.
—¿Y ocupar el lugar de Miriam en fotografía? —opinó Liz—. Creo recordar que tenía algunas cámaras de mano en su pequeño estudio. Tal vez dejó una antes de irse.
—¿Qué te parece ayudar a Wen? —dijo Tiana con expresión malévola—. Estoy segura de que ella estaría encantada de llevar las cuentas contigo.
La aludida resopló.
—No puedo creerlo —se acercó y se sentó a la cama—. No solo es una idea estúpida, ¿de verdad se imaginan a Sam haciendo todas esas cosas? Es ridículo. Y con respecto a ti, Samanta querida, debo decirte nunca me has caído bien. Con esa cara de inocente no me engañas fácilmente, pero si esta mañana debo levantarte los ánimos o lo que sea que eso signifique, para no tener que soportar tu patético intento de derrochar lástima, entonces lo haré.
—¿Seguro que no puedo sacarla a patadas? —Tiana le enseñó los dientes, pero Karla se lo negó en silencio.
—No soy la menos indicada para decirte qué debes hacer —prosiguió Wen sin prestarle atención—. Pero no permitiré verte de esa forma por un castigo.
—Lo dices fácil —repliqué—. Lucian no te ha azotado desde hace siglos.
—Ese no es el punto. Estás diciendo que no sabes qué hacer, yo creo que sí, pero esperas a que una sabia en el arte de la comprensión de la mente de los hombres te lo diga.
Karla soltó una risita, pero se detuvo cuando Wen la miró fulminante.
—No me pedirás que cambie de estilo, ¿o sí? —no estaba de humor para escuchar una de sus regañinas ahora.
—¡Y qué falta te hace! Pero no. Lo que te sugiero es enfrentarte al señor Luc.
Todas la observamos como si hubiera sugerido asesinarme.
—Wen, ¿qué carajos? —Liz se levantó para enfrentarla pero ella se alejó de su alcance—. ¿Estás loca? ¿Se te metió un reptiliano a la cabeza?
—¡Ya les decía que debíamos tirarla del segundo piso! —miramos a Tiana con rareza—. ¿Qué? Que sea un ángel no significa que no tenga un lado siniestro.
Karla se llevó las manos a la frente.
—A ver, creo que no estamos entendiendo lo que Wen quiere decir. ¿Podrías explicarnos tu punto? Haces que me duela la cabeza.
—Entiendan que de todas, soy la que menos confía en mi propia idea —dudó—. De hecho, la que más debería estar en contra de ella tendría que ser yo. Pero si de algo estoy segura es que no ha habido una mejor oportunidad que esta.
—Wen... —Karla se arrastró hasta llegar a ella y mirarla directamente a los ojos—. Estás hablando sobre derrocar al mismísimo hombre que logró comprarte, que a pesar de tus años aquí no has dejado de...
Wen la miró con advertencia, silenciándola.
—No estoy diciendo que debamos derrocarlo —nos recorrió con la vista a todas—. Jamás osaría decir algo parecido, por no decir que suena estúpido y suicida. A ninguna nos faltan las deudas con ese hombre, además de que nos importa un comino irnos o no. Aun así, no me atrevería a exponer sus secretos en voz alta —enfatizó dedicándole una expresión de odio a Karla—. Estoy hablando por Samanta.
—¿Qué sugieres? Todo lo que has dicho no ha dejado de sonar a que quieres que me azoten de nuevo. ¿Es eso lo que buscas acaso?
—Piensa lo que quieras de mí, pero antes termina de escuchar mi consejo —su rostro se volvió repentinamente serio—. Tienes la oportunidad de disfrutar fuera de estas paredes, no importa si son horas, minutos o segundos. El señor Luc cree que te tiene donde él quiere, te subestimará y se enfrascará en otras cosas. No permitas que se salga con la suya demostrándole que la otra noche te ha quitado incluso lo que más quieres.
—¿Y tú sabes lo que es eso?
—Libertad —cerré la boca, en eso tenía razón—. Por primera vez en mucho tiempo una de nosotras tiene una mínima ventaja sobre él, aprovéchalo. Si te quedas aquí lamentándote sobre lo que pasó, entonces el señor Luc habrá conseguido quitarte una parte de ti misma. Hemos hecho elecciones, realizado tratos y cumplido normas. No puedes ir a la policía porque los tiene de su lado. ¿Recuerdan al general John?
Nos salió una cara de asco.
—¿En serio quieres que lo recordemos? —se quejó Liz.
—Aún no se borran mis cicatrices —gimió Tiana y se examinó los muslos.
—Pues ahí lo tienes. No puedes buscar ayuda porque legalmente todo lo que tienes le pertenece, no puedes huir porque él tarde o temprano te encontrará. Yo no me quejo, al fin y al cabo he hallado lo bonito a este lugar, y las demás estarán de acuerdo conmigo en eso. Pero si se trata de ti, pues, solo te queda una cosa por hacer —dio una pequeña pausa—. Saca todo el beneficio que puedas.
—Pensé que la mayoría de ustedes estaba en contra de mi trato con Lucian, ¿y ahora vienes a decirme, precisamente tú, que continúe con mi plan? —asintió—. ¿Quién eres y qué hiciste con Wen?
—Una mujer de recursos y excéntrica belleza.
—Tiene razón —admitió Karla. Parpadeé en su dirección, sin poder creer que ella estuviera de acuerdo con ello—. Jamás te has sentido como una de nosotras, detestas este sitio y con tan solo oír las letras "sadomasoquismo" juntas se te revuelven los intestinos. No tenemos por qué criticar lo que decidas después de esto, sólo darte nuestro apoyo —les dirigió un vistazo a las demás—. El de todas.
—Y si tanto temes lo que ese hombre pueda hacerte —siguió Wen—. Te puedo asegurar sin temor a equivocarme que el señor Luc no puede impedirte salir, el trato así lo marca y, además, algo has hecho como para despertar su curiosidad —arrugó la nariz—. No tengo idea de qué sea, el punto es que mientras tengas autorización, entonces no te quedes sentada lamentándote de ti misma y sigas haciendo lo que mejor se te da... que es lavar platos, creo yo.
Ignoré su burla.
—¿Y la microcámara?
—Con o sin ella todavía tienes una ventaja —se alejó y entrecerró los ojos—. Si te rindes así de fácil, terminaré por odiarte en serio.
—Creí que ya lo hacías.
—Te menosprecio, que es distinto.
Las miré a todas. Aunque se mantenían calladas, sus expresiones y aquel brillo refulgente en sus ojos trasmitían lo mismo: No te rindas.
—¿Saben? En realidad no pensaba quedarme sin hacer nada todo el día, pero agradezco mucho que hagan esto por mí.
Tiana sorbió un moco invisible.
—Ay pequeña Samy, tú siempre tan sincera.
—No seas cursi —le insultó Wen—. Para ti todo es sincero, dulce y color de rosa.
Tiana procedió a prorrumpir en una serie de insultos hacia ella, aunque ni uno realmente denigrante.
Sonreí. En serio lo hice. Fue algo que salió de manera genuina, a pesar de la situación en la que me había metido recientemente. De pronto, pensé en algo que jamás se me había ocurrido desde que pisé aquella casa:
Nunca tendría una familia de nuevo. Probablemente jamás sabría qué fue lo que le sucedió a mi padre después de que huí de mi antiguo apartamento, pero en ese momento, sentí que ellas eran lo más cercano a un hogar que tenía. Todas, incluso Wen o...
Caí en cuenta de otra cosa.
—¿Y Anne dónde está?
—Oh cielos —Tiana se puso de pie de golpe y corrió fuera de la habitación.
Las demás nos quedamos perplejas, sin comprender su extraño comportamiento. A lo lejos, escuchamos una puerta abrir y cerrarse mientras el grito de una Anne furiosa nos llegó a las orejas.
—¡De esta no te salvas!
Segundos después, las vimos perseguirse una detrás de la otra.
—Bueno, he hecho mi buena obra del día —Wen se dirigió a la puerta. Antes de salir nos miró con mala cara—. No quiero oír más escándalo, de otra forma haré un trato con el señor Luc para que las mande a dormir al patio.
Habiendo dicho esto último, se fue.
—Qué raro ha sido ver a esa mujer tan caritativa —señaló Liz—. Eso no lo esperaba de ella.
—Ni que lo digas —dije—. Jamás imaginé que un día estaría de acuerdo conmigo en alguno de mis planes.
—La comprendo —Karla recogió sus cosas del suelo, una almohada y un par de cobijas—. Tanto Wen como yo estamos de acuerdo en una cosa.
—¿En no dejar intimidarme por lo de Lucian?
—Más o menos.
Con eso, también ella partió a su alcoba.
Al final solo quedamos Liz y yo, ambas perdidas en nuestros pensamientos. Reflexioné el consejo de Wen, la verdad es que lo que había dicho no le había hecho falta razón. No podía quedarme con los brazos cruzados esperando a que ya nada volviera a suceder. Debía continuar.
—Sam, solo quiero que me prometas algo.
Liz se hacía una trenza sin fijarse dónde ponía los dedos, con la mirada en la pared y los labios entreabiertos.
—Claro.
—Prométeme que tendrás cuidado —quise hablar, pero no me lo permitió—. No te lo dije antes porque todas creíamos que abandonarías ese empleo a la primera. No lo decíamos en voz alta pero teníamos esa pequeña esperanza, ¿sabes? No es que deseemos tu infelicidad, al contrario. Es solo que nos preocupamos por ti.
—Liz...
—¿Por qué no nos has dicho en qué consistió tu favor?
Enmudecí. No, ella podía pedirme que le dijera cualquier cosa menos eso. Liz interpretó mi silencio, porque continuó:
—Solo dime algo. ¿Te dolió?
Me abracé a mí misma.
—Más de lo que te imaginas —logré formular—. Ni los azotes, mucho menos las heridas en mi espalda me lastimaron tanto como eso.
—Entonces, no dejes que él se salga con la suya.
Asentí.
Lo haría, pero ya no solo por mí o por la culpa de aquel tétrico favor, sino por cada una de ellas. Tal vez afirmaban disfrutar de aquella vida y de los placeres que Lucian les ofrecía a cambio de sus servicios, sin omitir que nos tenía amenazadas, pero charlar con ellas y escuchar a Liz, me hizo comprender que por dentro todas compartíamos una cosa en común: miedo.
¿De qué? No sabría decirlo, o al menos, no podía asegurar que temiéramos a lo mismo. Pero permaneceríamos juntas.
Y era lo único que me importaba ahora.
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