CAPÍTULO 7
Poco después de entrar a la casa escuché una risa tonta.
—El señor Hans cuidará perfectamente de mí y de Coco de ahora en adelante, por favor no lloren en nuestra ausencia.
Era la voz de Miriam.
Cuando entré, un par de hombres estaban sacando varias maletas de colores chillones a lo largo del camino de grava. Reconocí muchos juguetes y comida para cuyos, incluso entre dos de ellos transportaron un gran laberinto de tubos transparentes que pertenecían a la mascota de Miriam.
—Más vale que te cuides —decía Tiana—. Ojalá pudiera enviarte un par de panecillos, ni siquiera has probado las Alas de Ángel que he intentado recrear.
—¿Esos panes mantecados tuyos? ¡Terminaré gorda por tu culpa si llegara a comer uno de ellos!
Todas estaban en la puerta. Miriam sostenía en sus brazos a su pequeña mascota café. La última vez que la vi fue cuando todas huyeron aterradas del pasillo porque el pobre había escapado de su jaula.
"Si lo dejas ir otra vez, tendrás que pedirme una caja; porque le habré cortado la cabeza", amenazó Lucian después de que el animal había irrumpido en su aposento.
Ahora que estaban por irse, no sabía decir a quién iba a echar más de menos.
Liz posaba una mano en su cadera, Karla tenía los brazos cruzados y Anne, bueno, ella no estaba. Wen miraba la escena desde lejos con el ceño fruncido, pero Tiana, Emily y Lia se estaban abrazando. Eran las únicas que tenían los ojos llorosos, asustadas por el posible destino de nuestra compañera.
Al acercarme, Miriam se dio la vuelta y exclamó:
—¡Volviste, pequeña Sam! —le entregó su cuyo a Liz, quien lo miró con cara de pocos amigos.
La chica que estaba a punto de irse saltó para darme un enorme abrazo.
—Ojalá pudiera traerte conmigo, así tendría a alguien para que cuidara de Coco todo el tiempo.
Eché un vistazo al animal.
—Creo que él prefiere que seas tú quien lo cuide, a mí siempre me ha querido morder los dedos.
Duramos un breve momento así, aferradas. No sabía qué más decirle, así que dije lo primero que se me vino a la cabeza:
—Espero que haya suficiente espacio para Coco.
Ella no me respondió, en cambio, solo me susurró al oído:
—Cuídate mucho, pequeña Samy. Prométeme que superarás esto.
No supe si se refería a su partida o a otra cosa, pues eran palabras muy serias que provenientes de una excentricidad como Miriam, hicieron que me quedara helada. Ella era consciente de que ahora en adelante estaría sola, sin otra compañía que la de su pequeño amigo. Posiblemente jamás la veríamos de nuevo.
La abracé con todas mis fuerzas, intentando darle muchos ánimos, pero sobre todo porque no estaba segura de que pudiera hacer lo que ella me estaba pidiendo.
—Miriam...
Se separó de mí. En sus grandes ojos oscuros noté su miedo, y parecía que por un momento deseaba decirme algo, pero se lo pensó mejor, y como una máscara mostró una sonrisa radiante.
—Coco tendrá mucho más espacio una vez que tenga mi propia habitación —echó hacia atrás su largo cabello negro—. Por fin dejaré de tener compañera de cuarto.
Una de las chicas, Emily, se quejó:
—¡Y yo me habré librado de esa bola de pelos! —pero por su expresión no parecía muy emocionada por ello, porque después se echó a llorar.
Miriam bufó, pero vi cómo tragaba saliva. A todas nos afectaba la idea de que Lucian nos pudiera separar, y aunque éramos conscientes de que no podíamos hacer nada para impedirlo, eso no significaba que las despedidas nos dolieran menos. En esa ocasión no fue distinto.
Lo único que pudimos hacer, era decir adiós.
—Si nadie más va a despedirse de mí, entonces debo llevarme a Coco de una vez.
Fue a por su cuyo, pero cuando lo quiso tomar entre sus manos, Liz pareció reacia a soltarlo. Ambas se miraron a los ojos. Miriam sin dejar de sonreír, solo que esta vez su máscara había flaqueado y dejó salir una sonrisa cerrada, aunque sincera; Liz estaba seria y sus manos parecían aferrarse a ese animal como si la vida se le fuera en ello. Nadie sabía qué es lo que se estaban diciendo con su silencio. Finalmente, ella dejó que se llevara a la mascota.
Entre todas observamos cómo caminaba hacia la entrada, seguida de varios hombres que terminaron de cargar las últimas maletas. Antes de traspasar la puerta, Miriam nos echó un último vistazo, con su cabello largo y su cuyo en una de sus manos parecía una gentil diosa de la naturaleza, enseñando una sonrisa abierta y enigmática que hizo que se le enchinaran los ojos. Nos despidió con su mano libre.
—¡Las amo!
Después, solo se marchó.
Nos quedamos un momento ahí, dándonos cuenta que ya éramos menos, pero con la suficiente seguridad de que pronto no tardaríamos en crecer. Lucian nunca se quedaba sin opciones para los clientes, sobre todo con la fecha de su importante evento encima.
—Ya era hora de que el señor Luc se deshiciera de ella —soltó Wen.
—¡Wen, deja de decir estupideces! —la recriminó Tiana—. Lo quisieras o no, Miriam era una de nosotras.
—El señor Luc no lo vio así.
—¿Por qué eres tan mezquina?
—Es parte de mi propia naturaleza, si no te gusta pues ve a hacer tus sucios panes.
Tiana se aventó hacia ella, pero fue intervenida por la mano de Karla quien la miró con una advertencia en los ojos.
—Pídele a Emily que te ayude a preparar todo para esta noche. Le hará bien entretenerse.
Enojada, Tiana fue la primera en marcharse. La siguieron las otras chicas, Emily que se encontraba muy desconsolada, y Lia quien no dejaba de susurrarle cosas al oído para animarla.
—Iré a revisar si no habrá olvidado alguna cosa —dijo Karla—. Tal vez me quede con algunas de sus prendas, aunque su estilo era demasiado extrovertido para mi gusto.
Al final, solo quedamos las tres: Wen, Liz y yo.
La primera parecía estar pensando en algo que le molestaba, pues se mordía los labios haciendo muecas de disgusto. Notó que la estaba observando y me miró con mala cara.
—¿Tú qué me ves?
—Eh...
—¿No tienes un reporte que hacer?
Me sacó la lengua, después también desapareció por uno de los corredores.
La única en todo ese rato que mantuvo un semblante neutro sin revelar lo que sentía era la chica de cabello cobrizo y ojos verdes.
—¿Liz? —me miró—. ¿Estás bien?
—Mejor que nunca —examinó el extenso jardín, para luego adentrarse entre los árboles y helechos.
Yo me quedé otro rato mirando el caminito de grava, y casi podía jurar que en la distancia escuché un excéntrico grito de mujer que me decía:
"¡No olvides tu promesa!"
Pensé en cómo rayos sabría ella que iba poder cumplirla, ni siquiera le había contestado cuando me lo susurró al oído; de hecho, entre más lo pensaba más me daba cuenta de que lo que hizo fue comprometerme sin darme la opción de negarme.
Odiaba hacer promesas, ninguna de nosotras se atrevía a hacerlas, nuestra situación era demasiado difícil como para engañarnos tan fácilmente con palabras. Karla y las demás podían argumentar lo que sea sobre los beneficios de vivir en ese lugar, pero cuando eres incapaz de dar una promesa, es porque no estás seguro de que las cosas estén bien.
Me abracé a mí misma y me dispuse a continuar con mis faenas.
Como si nada importante hubiera pasado.
...
—¿Qué es esto?
Le volví a tender la libreta a Wen
—Es mi reporte, creí que sería mejor si te entregaba el cuaderno y no tener que...
—No quiero ver esa bazofia.
Ella siguió examinando sus papeles y sobres que tenía frente al escritorio. Estábamos en su pequeña oficina, rodeadas de carpetas de cuentas, papeles y libros de encuadernación oscura. Lo peor eran las paredes grises faltas de decoración y color. Desde que supe que Wen tenía su propio lugar de trabajo, me negaba a pisar un pie en él, pues esas horribles paredes me recordaban a mi antigua habitación.
Pero en esa ocasión, lo que sentí fue frustración.
—Wen, Lucian dijo...
—¡Ya sé lo que dijo el señor Luc! Y te repito que no quiero ver nada de lo que tengas ahí escrito.
—¿Y entonces cómo carajos piensas leérselo?
—No he dicho que no vaya a hacerlo —se quitó las gafas que usaba para leer y me miró con desaprobación—. He aguantado días intentando descifrar cada palabra de lo que dices en esas páginas que termino por llorar sangre de los ojos. Si vas a hacer ese informe, hazlo bien. No te recibiré ninguna hoja que tenga una sola falta ortográfica —volvió su vista a los documentos del escritorio—. Y si quieres que guarde esos papeles y no perder tu trato con el señor Luc, será mejor que vayas regresando a la escuela básica.
Me quedé ahí, furiosa. Las ganas que tenía de tomarla por su sedoso y bien peinado cabello para azotar su cara contra las hojas eran enormes.
"¿Quieres tu maldito informe? ¡Pues aquí lo tienes!"
En vez de eso, me fui a buscar a Liz.
No tardé en encontrarla porque sabía muy bien dónde podría estar: en el jardín cerca de un nicho de flores tal y como me la imaginaba.
Cuando Miriam se marchó, creí que ella se alegraría, en parte, porque ya nadie tendría que interferir con sus planes para el jardín. No obstante, al verla arrancar las malas hierbas sin delicadeza noté que tenía los hombros demasiado rígidos, y cuando me miró, sus ojos ya no brillaban como antes.
—¿Sam? —se detuvo y se secó el sudor de su frente con un pañuelo—. ¿Qué sucede?
Le tendí la libreta.
—Wen me ha dicho que si vuelvo a escribir con faltas ortográficas, enviará mis informes a la basura y dejará que Lucian piense que ya no me importa cumplir con el trato.
—Wen es una ponzoñosa —empezó a mirar la página—. Como si ella escribiera tan... Ay por los amantes, Samanta. Esto está muy mal.
—Sí, bueno. Nadie ha dicho que todo el mundo deba escribir bien.
—Escribiste "que" sin "u" —señaló—. Y con acento.
—Y por eso necesito de tu ayuda.
Siguió leyendo, mostrándome muchos errores que yo ni siquiera sabía que tenía.
—Esto es intolerable. ¡Tantos fallos solo se pueden pasar en un niño de escuela básica! Y ni siquiera ellos son tan descuidados —se levantó y limpió sus pantalones—. Más vale que aprendas a mejorar esto, tarde o temprano vas a tener que hacerlo tú sola —dejó sus cosas de jardinería en el suelo y se dirigió a un banco cercano rodeado de flores—. Primero, dame esa pluma.
Se la tendí, luego empezó a tachar tantas veces y tan fuerte que me dio vergüenza. Cuando Wen me reñía por las erratas yo la ignoraba, pero ver a Liz tan frustrada al revisar mis apuntes, hizo que me sintiera incompetente. Me senté a su lado y esperé a que terminara.
—Esto es el colmo. ¿Cómo alguien puede equivocarse tanto? En la escuela ningún maestro te hubiera aceptado un trabajo como este.
—Jamás me importó el colegio.
—Pues estás muy mal —tachó una palabra—. La escuela abre muchas puertas —tachó otras dos más.
—Pues a ti te abrió una muy fea —se detuvo. Ay no—. No quise decir...
—Tranquila, ambas sabemos lo que quisiste decir.
—Liz, lo siento.
—¿Por qué? —siguió tachando—. Tienes mucha razón. Mi familia me alentó a que me esforzara y heme aquí, vendida por mi propio padre como moneda de cambio —tachó de nuevo, esta vez con mucha más fuerza—. Pero eso no significa que los estudios sean una pérdida de tiempo.
Me sentí realmente mal por ella. Muy rara vez hablábamos de nuestras familias y el cómo habíamos llegado allí. Nuestro pasado era algo que no se compartía, ya sea porque nos avergonzaba o nos consumía por dentro.
Para mí, era como un cuchillo.
Sin embargo, estaba viendo una faceta nueva en Liz que no creí que vería, pues no había dudado en compartir algo tan personal conmigo, así que decidí devolverle aquella muestra de confianza.
—Mi padre exigía que estudiara, pero cuando le preguntaba por ayuda me golpeaba. Decía que no era una tonta como para no entender algo tan sencillo.
—Pues entonces él era un necio. Nadie nace sabiéndolo todo.
—Tú sí.
—Eso es falso, solo crees que tengo el coeficiente intelectual de Einstein porque has olvidado multiplicar dos por dos.
—¿Coeficiente intelectual?
—Olvídalo —y continuó tachando. Sus ojos repasaron el resto del informe, hasta que terminó por asentir—. Por fin, algo de decencia en las últimas líneas. Ahora pasaremos esto a limpio.
Arrancó la hoja.
—Querrás decir, pasarás tú a limpio.
—No, sé exactamente lo que dije —me tendió la pluma devuelta—. Escribe.
—Liz...
—Te enseñaré a redactar como se debe, pequeña Sam. Te dictaré palabra por palabra lo que debes poner y si te equivocas arrancaré la hoja. No me importa si la libreta se queda vacía.
—Estás exagerando.
—Empieza —tomó el papel que había arrancado y leyó—. "El día".
Escribí, pensando que no debía ser complicado formar una palabra tan pequeña como esa.
Pero Liz arrancó la primera página.
—¿Qué? ¡Oye, ni siquiera...!
—Pusiste "día" sin tilde.
—¡¿Y yo cómo iba a saberlo?!
—Empieza otra vez.
Así se nos fue una hora entera, bueno, en realidad fueron dos. Cada vez que me equivocaba debía comenzar de nuevo. Liz me señalaba en qué había fallado y me exigía que prestara más atención al sonido de las palabras. Yo me quejaba, pero acataba lo que me decía porque se negaba a dejarme ir, tan tozuda en hacer que redactara como ella quería. No pude evitar pensar en Derek y en aquel escrito suyo tan meticuloso. Él tenía un talento innato para las palabras, ¿y yo? Debía guiarme como una niña cada vez que me confundía con los acentos. Era humillante.
Cuando terminamos, casi ni lo podía creer.
—¿Eso es todo?
—Sí, es todo —tomó la libreta—. Te falta todavía mejorar la gramática, pero al menos es un paso —miró los montones de bolas de papel en el suelo—. Uno muy grande. Lo has hecho bien.
—¿En serio? ¡Pero si casi me quedo sin hojas!
—Hacerlo bien no significa que te salga perfecto a la primera, sino que no te hayas rendido en mejorar. Créeme, he intentado enseñarles a las otras chicas que piensan igual que tú, pero ninguna había sido tan perseverante. Con Anne incluso nos acabamos dos libretas y al final terminamos peleando.
Sonreí, consciente de lo agradecida y feliz que me sentía al tener su aprobación.
—¿No soy un caso perdido?
—Nadie es caso perdido —pareció pensarlo—. Bueno, tal vez Anne lo sea, pero solo un poco.
Nos reímos.
—Al menos puedo jactarme de algo que ella no —formé una sonrisa maliciosa.
—Que no se te suba a la cabeza —Liz repasó la hoja limpia del informe—. No sé cómo puedes soportar escribir uno de estos cada día. Ni siquiera dicen nada interesante.
En ese punto ella tenía razón, se estaba convirtiendo en una tarea molesta cada vez que llegaba a casa, pero si ese era el costo más pequeño que debía pagar lo seguiría haciendo. Por otro lado, no me atreví a confesarle que no había incluido muchas cosas en el reporte de esa mañana, específicamente mi viaje en auto con Derek. No quería que Lucian supiera que por poco no lograba alcanzar el límite de tiempo que me impuso por culpa de un tonto favor, por no decir, que me atreví a subir al coche de un desconocido.
—No sé por qué piensas que no eres lista —me oí decir—. Para mí sí lo eres, Liz. Lo haces ver todo más fácil.
—No —su semblante se volvió serio y clavó su vista en la mata de flores que se encontraba más cerca—. Mi madre sí que era muy inteligente. Cualquier cosa que yo creía que era complicado, me lo explicaba de forma tan sencilla y fácil que siempre me pregunté si había algo que ella no pudiera hacer.
La escuché suspirar y acarició los pétalos de un girasol cercano, con los pensamientos idos en alguna parte de su lejana memoria.
—Era una persona muy sabia, ¿sabes? De las que no se encuentran a menudo. Hubo algo que me dijo que no he llegado a olvidar, a pesar de que lo he intentado.
—¿Y qué es?
—Ella creía que la mujer era como una flor; puedes verla, incluso acariciarla, pero si la tocas por mucho tiempo se muere. Si la quieres debes sembrarla, cuidarla y velar por sus necesidades, incluso hablar con ella, pero si no tienes paciencia solo querrás arrancarla de raíz —me miró por el rabillo del ojo—. Y al final terminará por marchitarse.
En ese instante pude ver un lado frágil de Liz. Me sorprendí porque siempre había creído que era dura como la piedra, sin embargo, la visión duró poco, porque pareció aferrarse tanto a esa parte de sí misma que en vez de llorar, se mordió los labios.
—Suena a que tu madre era como un sol.
—Y yo su delicado girasol. Me pregunto, si es que me llegara a ver ahora, qué tipo de flor creería que sería... O si aún volvería a compararme con una.
No quería verla tan desanimada, así que busqué qué decir para distraerla y hacerla sentir mejor.
—En ese caso, ¿cuál flor crees que sea Anne?
—¡Ja! Una planta carnívora, eso es seguro. No hace nada y solo se mueve para comer —me reí con ganas porque aquello era cierto—. Pero muchas veces la he visto hacer cosas muy inoportunas, cosas que ninguna de nosotras se ha atrevido a hacer. Hubo un tiempo en el que Lucian siempre la castigaba y ella al final solo se quejaba porque no la dejábamos dormir. Así que creo que es una betónica.
No mencioné que no sabía a qué flor se refería.
—¿Qué piensas de Tiana?
—Tiana es un hermoso clavel blanco. Ha mantenido un carácter muy puro a diferencia de todas nosotras, además de ser muy talentosa en la cocina.
—¿Y Wen?
—Esa es una hierba venenosa —frunció la nariz, pero luego lo reflexionó—. Aunque, si lo que sé sobre ella es cierto, creo que puede hacer el papel perfecto de una gardenia.
Tuve curiosidad sobre ese secreto de Wen que Liz parecía conocer, sin embargo, me abstuve de preguntar, pues de todas ellas era con quien peor me llevaba y era suficiente para mí con lo poco que sabía de ella, que no era mucho.
—¿Qué era Miriam? —me atreví a preguntar.
Liz guardó silencio un buen rato, así supe que su ida le había afectado de verdad y no como había pensado al principio.
—Miriam era muy quejumbrosa, todo el tiempo nos la pasábamos peleando por tonterías. Pero también era divertida, así que creo que ella hubiera sido una hermosa colza, ¿sabes de cuál hablo?
—Eh... no.
—Como sea, era una colza.
Solo Liz conocería el nombre de las flores más raras existentes. Pensé en cada una de esas chicas como una flor tal y como ella me estaba explicando. Fue difícil, pero creo que pude entenderlo. Concordaba con la idea de que todas eran hermosas de forma distinta, pero ¿delicadas? Me llegó la imagen de Anne tirada en la cama con un hilo de saliva en la barbilla escurriendo en la almohada, de Wen desnuda lanzando pestes sobre las cosas que hacíamos mal todo el tiempo. Luego pensé en Karla.
—¿Y Karla? ¿Qué flor crees que es capaz de representarla?
—Ella es un caso especial. Ya sabes que fue de las primeras en unirse al negocio de Lucian y aquello fue por voluntad propia. Si decidió tener esta vida, el porqué no nos lo ha contado del todo, a pesar de que se esfuerza en ocultarlo tras un velo de altruismo. No se lo tomo a mal, todas aquí tenemos nuestros secretos, pero mirando lo que ha hecho por nosotras en el pasado, diría que es una alyssum.
—Te conoces un montón de flores.
—Me encanta la botánica y la jardinería. Cuando le tomas cariño, deja de ser solo ciencia y se convierte en algo artístico.
—Pues yo no le veo nada de arte a mancharte de tierra y sudar como perro —miré sus pantalones sucios y sus herramientas tiradas en el suelo—. Solo sé que conozco unas pocas plantas: la rosa, el girasol, el tulipán y.., creo que me sabía otra, pero en este momento no la recuerdo.
—Samanta, tú eres una rosa.
—¿Yo? ¿Por qué dices eso?
—Una rosa con pétalos caídos y a la que le han quitado las espinas.
Enmudecí. No podía discutir contra una afirmación como tal, no de esa manera. Ella siguió hablando:
—Tu belleza no reside solo en el exterior, sino en tu interior. Reprimes tanto tus emociones que muchas veces creemos que eres una estatua de granito, sin embargo, hay algo en ti que está deseando despertar. Sé muy bien que lo que quieres es regresar, ser libre como un pequeño colibrí —me llevó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Pero últimamente, he notado cierta decadencia en ti, a pesar de que has logrado lo que nunca ninguna de nosotras se ha atrevido a hacer: salir. No se trata de tus ideales —posó una mano en mi pecho—. Sino de algo que reside justo aquí, donde la gente cree tener el corazón.
Desvié la vista, incómoda. Nunca esperé que charlar con Liz me llevara a ese rumbo; además, ella podía decir cualquier cosa de nosotras y en mi mente aquellas mujeres eran simplemente eso, mujeres. Las conocía bastante bien como para saber que no se parecían a nada tan delicado a diferencia de una llana flor.
Y, en definitiva, jamás podría compararme con una rosa.
—Te equivocas —susurré—. Soy solo yo. Pero te diré una cosa, si tú puedes clasificarnos de acuerdo a cuantas plantas te apetezca, haré lo mismo contigo. Sabes de muchas, yo de pocas, pero he recordado la flor que me faltaba y estoy segura de que esa eres tú.
Sin dejar de mirarla a los ojos, tomé su mano y dibujé una silueta en el contorno de su palma.
—Eres un nenúfar. Solo alguien con tus mismas cualidades podría crecer en un pantano —vacilé—. Y tu madre debió haberlo sabido.
Con eso tomé mis cosas para marcharme, dejándola sola con sus pensamientos. Le pediría a Helga que mandara a alguien a recoger los papeles en el suelo, para ese entonces, Liz continuaría haciendo lo que tanto le gustaba.
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