CAPÍTULO 68
Miré atrás el día que huí del departamento de mi padre. Recuerdo que las piernas comenzaron a dolerme mientras experimentaba un dolor punzante en el costado.
No había pensado mucho en los detalles de aquel día ni siquiera cuando llegué a mi "Nuevo Hogar". Era algo que había tenido por olvidado debido a mi deseo de superar el pasado.
No obstante, en cuanto salí de aquella fosa con olor a drenaje y choqué con las pequeñas ramitas del bosque, fue inevitable no verme como en esa ocasión. La diferencia era que esta vez no estaba huyendo porque realmente buscara escapar, sino porque, de lo contrario, nada de lo que ellas habían hecho por mí esa noche tendría sentido.
Me habían obligado a irme, a dejarlas a merced de un hombre que no dudaría en castigarlas cuanto quisiera. Permitieron que las abandonara.
Ese dolor fue el que me rompió en pedazos.
Mis pies aminoraron la marcha, y el deseo de girarme y volver para estar a su lado resurgió con tanta intensidad que estuve a punto de regresar.
—No —me dije—. No mires. No mires atrás. Corre, ¡no mires atrás!
Y eso hice. Corrí.
Me esforcé, ignoré el ardor de mis heridas y el agotamiento de mi cuerpo, aunque no sabía cuánto tiempo soportaría aquella agotadora carrera. En mi estado hubiera sido más fácil alcanzar la carretera y pedir ayuda, pero el riesgo de que los hombres de Lucian me encontraran era demasiado alto como para intentarlo.
Solo me quedaba seguir en el bosque hasta que despuntara el día. Detenerme a descansar tampoco era una opción viable, sabía que en cuanto lo hiciera mi cuerpo colapsaría por el dolor y el agotamiento, lo mejor era aprovechar la energía que la adrenalina me estaba confiriendo.
Sin embargo, el bosque tampoco me lo ponía fácil. Los arbustos y las ramas se azotaban contra mí como guijarros de hielo en forma de cuchillos. El sendero invisible era irregular con piedras y raíces que se escondían aquí y allá. Era como si el mismo bosque me suplicara que retrocediera, como si supiera que lo que estaba haciendo era propio de los cobardes.
Mis pies tropezaron con un cúmulo de rocas y caí de cara al suelo, afortunadamente mis manos ralentizaron la caída, aunque varias ramitas se me incrustaron en las rodillas y en las palmas de las manos.
El dolor y el cansancio se intensificaron mil veces, tanto físico como emocional. Quise girarme para comprobar si me había alejado lo suficiente como para ya no ver...
¡No! No mires atrás. Resiste. ¡No mires atrás!
De alguna forma, reuní fuerzas para levantarme. Continué corriendo.
—No mires atrás. Corre, ¡no mires atrás!
Nunca pude saber cuánto había avanzado, incluso comencé a sentirme desorientada. Tal vez avanzaba en círculos y me invadió la terrorífica sensación de haberme perdido. Pero no me detuve.
Hasta que volví a tropezar.
Mi cabeza palpitó intensamente. Mi pecho y mi garganta ardían. Cada célula de mi cuerpo exigía que tomara un respiro.
Usé mis manos para levantarme, pero estas temblaron con violencia y no me fue posible hacerlo. Me dejé caer, con el frío quemándome por todas partes.
Entonces lo oí.
El tenue sonido del tronar de unas ramas que me puso los vellos de punta.
Examiné el resto del bosque, pero solo encontré árboles, rocas y arbustos. Me debatí entre correr o quedarme quieta dónde estaba. La primera era sin duda lo que el impulso me urgía que hiciera, pero tuve miedo de que con ello alertara a quien fuera que se encontrara cerca de mí. La segunda opción me ponía de los nervios, pues solo funcionaría si por un milagro no daban conmigo.
No hallé más de otra que pegarme más al suelo, rogando porque los arbustos y la oscuridad fueran suficientes para mantenerme oculta.
El sonido no se volvió a oír, y quise creer que aquello había sido el viento contra los árboles, pero aun no estaba dispuesta a comprobarlo. Lo mejor que pude hacer entonces fue esperar.
Al cabo de un rato, en el que no se oyó nada más, respiré de alivio.
—Te encontré.
Salí disparada de ahí. Corrí lo más rápido que pude con las pocas fuerzas que tenía, pero no avancé ni un par de metros antes de que un enorme peso se abalanzara contra mí y me aplastara contra suelo.
El aire se me escapó de los pulmones. Me retorcí, y me inmovilizaron con una mano aplastando mi cabeza. Probé y escupí tierra.
Una horripilante y gruesa voz susurró contra mi oído:
—¿Creíste que te dejaría así de fácil? No me perdería esta oportunidad por nada del mundo.
Me volteó con rápidez y se cercioró que mis manos quedaran aplastadas bajo mi espalda.
—Ni aunque me aumentaran la paga —gruñó Barb.
Choqué mi cabeza contra la suya.
Segundos después me arrepentí. Había sido como si me golpeara contra un ladrillo. Mi cabeza se sacudió y un dolor intenso se instaló en mi frente.
Gemí.
No obstante, aquel movimiento lo había tomado desprevenido. Barb se llevó una mano a la nariz y la contempló incrédulo. Aproveché ese momento para liberar una de mis manos porque la otra era imposible de mover.
—Buen intento —dijo. Enterré mis uñas en su horrible y fea cara.
Mis dedos se hundieron en su mejilla, y apunto estuve de arrancarle un ojo antes de escuchar su macabra risa.
—¿Ya dejaste de jugar? —atrapó mi mano y la aplastó a un lado de mi cabeza. Mostró una tétrica sonrisa de orgullo—. ¿Cómo crees que terminé haciéndome estas cicatrices?
Me quedé helada.
—Siempre estuve obsesionado con el color de tu cabello —se acercó y aspiró cerca de mi cuello—. Es de un rubio muy bonito. Lo será mucho más cuando te haga lo que tengo en mente.
Terminó aplástadome por completo. Su peso y su apestoso aliento me sofocaron. Se aseguró de que mis manos quedaran cien por ciento inmovilizadas esta vez. Pataleé, no dudé en gritar, y aquello provocó que se exitara más.
—Sí, sigue moviéndote así. Tal como me gusta.
Intenté mordele, y colocó su enorme mano sobre mi cabeza.
—Ni siquiera tu amiguita tuvo tanta suerte. Terminé por romperle los brazos. Y ahora, ¿por dónde empiezo? ¿Qué tal... por aquí?
Hundió sus nudillos en una de mis heridas más recientes. El dolor me arrancó un alarido.
—Eso es. Grita todo lo que quieras —los enterró a mayor profundidad—. Esto solo acaba de empezar.
Sumida en el dolor como estaba, no previne su siguiente movimiento. Mantuvo mis manos capturadas al igual que mis piernas, mientras se elevaba un par de centímetros.
La mano que había estado presionándome la herida se alejó, la introdujo en el espacio que nos separaba y la llevó directa a su entrepierna.
Se escuchó el sonido de su cremallera. Supe entonces lo que planeaba hacer a continuación.
—No sabes lo mucho que esperé para que este momento llegara —me obligó a separar las piernas.
—Espera, no. ¡Espera! —impactó su puño contra mi costado y gemí adolorida.
—Quédate quieta. O mejor no, sigue moviéndote así, esto puede que te duela.
Sentí sus dedos tantear mi cremallera. Me removí, angustiada y con el corazón alterado en potencia.
Una silueta avanzó detrás de él.
Barb siguió la dirección de mis ojos y se movió como un rayo.
Tomó a la otra persona del tobillo y la hizo caer hacia atrás. Con su peso todavía inmovilizándome, de alguna forma se las ingenió para arrastrar el otro cuerpo hacia nosotros, lo sujetó del cuello y acomodó su cabeza a la par que la mía.
—Pero miren nada más, dos trofeos en una sola noche. No me esperaba una suerte mejor que esta.
La persona a mi lado resolló y pataleó asustada, pero se detuvo cuando Barb le apretó hasta casi asfixiarla.
—Buena chica. Y ahora, ¿dónde estábamos? —volvió su atención hacia mí—. Ah sí, contigo. No tienes ni idea de lo mucho que voy a disfrutar cuando...
La otra persona le enterró una rama en el ojo.
Barb aulló de furia.
—¡Arrg! ¡Hija de perra! —se alejó y yo me hice rápidamente hacia atrás. La otra persona hizo lo mismo—. ¡Estúpida hija de puta, voy a...!
No fui lo bastante rápida como para reaccionar ante lo que sucedía, pero no fue el caso de la otra persona. Esta se puso de pie, levantó una enorme roca y golpeó la cabeza de Barb noqueándolo en el momento.
—¡Corre Sam!
Salí de mi aturdimiento y la miré conmocionada.
—¿Lia?
—¡Corre maldita sea!
Me di la vuelta para renovar la carrera. Resbalé con mis propios pies y continué corriendo. Sin embargo, esta vez el arranque de adrenalina no fue suficiente para ayudarme a avanzar más que unos pasos, antes de que tropezara por la falta de fuerzas y el horrible dolor en el costado.
Lia no dudó en tomarme de la cintura, pasó uno de mis brazos por encima de sus hombros y con un gruñido nos obligó a mantener la marcha.
—Vamos, tenemos que huir de aquí.
Corrimos todo cuanto pudimos. Yo tropezaba con cualquier cosa y me pesaba el agotamiento. Lia tampoco lo tenía nada fácil. Cargaba con la mayor parte de mi peso además de que no parecía llevar nada que la abrigara, excepto una delgada bata con unos pantalones cortos y unos tenis. Aun así, ella no nos permitió parar, lo cual le agradecí. Estaba tan cansada que me ardían los pies.
El trayecto se nos hizo infinito. La noche y el bosque no parecían tener fin.
Lia soltó un gruñido.
—No puedo más, no puedo.
Me depositó con cuidado entre unas rocas y un pequeño árbol. Ella se sentó frente a mí. Nuestras respiraciones sacaban vaho continuamente y hacían tanto ruido al igual que dos alarmas produciendo eco.
Noté una especie de indecisión en su postura, la manera en que saltaba la vista de mí al bosque como si no supiera qué hacer conmigo. Si dejarme atrás o salvarse.
Iba a preguntarle cómo había podido salir y por qué estaba sola, pero algo captó su atención y se puso de pie.
—Mierda.
Seguí la dirección de su vista. A lo lejos se veían varias luces de linternas moviéndose y escaneando el bosque. Supe lo que eran sin necesidad de que me lo aclarara.
Eran los hombres de Lucian, y nos estaban buscando.
—Carajo —dijo.
Lia me contempló de pies a cabeza. Era claro para ella que yo ya carecía de energías para ponerme de pie. Sería un estorbo el resto del camino.
Eso solo podía significar una cosa.
—Vete —le dije.
Mi orden la sobresaltó. Me dedicó una mirada indecisa y luego regresó su atención a las luces. Se estaban acercando más.
—Vete, Lia. Yo estaré bien.
Retrocedió, muy tentada en hacer lo que ambas sabíamos que debía hacer. En verdad pensé que se marcharía, sin embargo, se quedó donde estaba.
—Lia...
—No —regresó conmigo y me cargó nuevamente—. Creo saber qué hacer.
Quise protestar, pero me ignoró por completo. Ni siquiera quería moverme ya, así que ella soportó el resto de mi peso.
Entre tropiezos y ataques de frío, Lia nos hizo avanzar entre la maleza. Yo no dilucidaba hacia dónde nos dirigía ni lo que pretendía hacer, pero finalmente que se detuvo en una especie de pendiente, un hundimiento de tierra natural al que no le entendía la forma. ¿Un pequeño lago tal vez? Aunque este carecía de agua.
—Aquí estarás bien.
Me ayudó a descender y consiguió acomodarme en una parte donde me pude sentar con mediana comodidad, justo en las raíces de un árbol y rodeada de múltiples arbustos y enormes rocas.
—Te esconderás aquí mientras yo busco ayuda.
—Lia...
—Intenta seguir viva hasta entonces. Y claro, que no te atrapen —me cubrió con los arbustos y las ramas, luego se empezó a alejar—. Ya vuelvo.
Resbaló mientras volvía a subir por la pendiente, después la perdí de vista.
Mis ojos no tardaron en nublarse, tan cansados que me sorprendí luchando en mantener el conocimiento, pero me sentía tan pesada de sueño y con los músculos tan agarrotados que sabía que no podría soportarlo más.
Pasé un largo rato a solas, y creí que me estaba quedando dormida hasta que me sobresalté al reconocer nuevamente el ruido de muchas ramas partiéndose.
Por un segundo creí que se trataba de Lia y de la ayuda a la que se había referido. Sin embargo, al comprobar que provenía de las mismas luces que examinaban todo el terreno, sentí cómo se me iba el alma a los pies.
—¡¿Qué hay por ahí?! —gritó una voz.
Las pisadas se aproximaron.
—Es solo un hundimiento natural. No parece haber nada. Puras rocas y arbustos.
—Revisen todo el perímetro, no deben de haber ido tan lejos.
Como pude me pegué más a la tierra y deseé que esta me tragara. Me llevé una mano a la boca para controlar el vaho y el sonido de mi respiración.
La luz lo recorrió todo de manera superficial. Dos de los hombres incluso bajaron por la pendiente mientras que el resto de las linternas siguieron su camino.
—¿Crees que de verdad hayan llegado hasta aquí? ¿No sería mejor volver a revisar el edificio?
—El jefe nos mandó a recorrer de cabo a rabo los alrededores. Con una de ellas herida y la otra sin nada que le dé calor, terminaremos por encontrar un cadáver —el sujeto externó una risita—. Tal como la última vez, ¿recuerdas?
—¿Qué es eso?
—¿Qué es qué?
Uno apuntó su lámpara en mi dirección.
—Creo que vi algo.
—Yo no veo nada.
El sonido de la estática los detuvo.
—Alfa 1, 4. Responde.
Uno de ellos levantó una radio.
—Aquí 1, 4. ¿Qué sucede?
—Encontramos un cuerpo muy cerca del área oeste. El jefe quiere que le echemos un vistazo.
—Entendido, vamos en camino.
Cuando las luces se alejaron lo suficiente, expulsé todo el aire que había estado reteniendo.
No tardé en percibir los escalofríos, aunque ya no pude identificar si era por el miedo, el dolor o el frío. Mis dedos se habían entumecido y empecé a cabecear porque el sueño me ganaba. Por un rato permanecí despierta, pero pronto noté que me estaba quedando dormida.
Desperté sobresaltada porque que creí que habían regresado a por mí cuando escuché el nuevo sonido de un conjunto de hojas. Cómo no vislumbré ni una luz, supuse que esta vez se trataba de Lia, pero cuando sentí que pequeñas gotas caían sobre mi cara comprendí que era la lluvia.
Mierda, lo que faltaba.
Afortunadamente eran gotitas pequeñas, pero no tardaron en ser demasiadas. Me abracé a mí misma juntando el poco calor que me daba ese improvisado refugio. El hecho de que Lía hubiera agrupado aquellos arbustos me brindaba un poco de cobijo, pero no tardó en ser insuficiente. Las gotas se volvieron más pesadas y supe que tenía que moverme para entrar en calor, aunque tampoco me atreví a dar un paso afuera.
El refugio pronto se me hizo inútil. El agua corría por las hojas empapando mi ropa y esta me calaba más de frío. Mi pelo ya se encontraba empapado.
—Lia... —susurré, haciéndome un ovillo. ¿Por qué tardaba tanto?
No lo soporté más, tuve que salir. Tenía que buscar un lugar más seco, tal vez un edificio viejo o una caverna, lo que fuera.
Salí a gatas, mis dedos se hundieron en la tierra helada y fangosa. Comencé a avanzar por la pendiente con extrema dificultad, ya casi lo conseguía, pero resbalé en último momento y mi cuerpo se deslizó hacia abajo, más allá de donde había estado al principio. Quise volver a intentarlo, me puse de rodillas y me propuse avanzar lentamente.
No estaba dispuesta a detenerme. Batallé para ponerme de pie y pensé en correr. Estaba a mitad de la pendiente cuando tropecé porque uno de mis pies se hundió en el fango. Mi cuerpo rodó hacia abajo y terminé igual que antes, hundida en el barro. Las gotas caían sobre mis párpados, entraron por mi boca y las saboreé débilmente con la lengua.
Me rendí. Ya ni siquiera conseguía reaccionar ante el agua, solo temblaba de frío.
Y me llegaron recuerdos.
Me encontraba con Karla. Ella me enseñaba la casa muy emocionada, luego me invitaba a su habitación y procedió a mostrarme anuncios de periódicos sobre departamentos en renta.
En otro vi mi madre, y ella me abrazaba mientras vertía chocolate caliente en una gran taza verde.
Vi también a mis profesores del colegio. Me estaban riñendo porque no había entregado ni un trabajo en todo el curso escolar, y por lo tanto, tenían que llamar a mi padre.
Vi escenas de mí estando con las chicas. Riendo, burlándonos de nuestros propios chistes malos. También vi a unos cuantos clientes que en algún momento se habían portado bien conmigo, y otros a los que no quería recordar.
No me sorprendí cuando comencé a recordar a Derek, con su sonrisa fácil y el libro bajo su brazo. Vi a Wilma y al café Mininos, y de pronto fue como si estuviera ahí, oliendo los panes recién hechos y entrando en calor.
Finalmente, con el último recuerdo de algo caliente a mi alrededor, me dejé llevar por el sueño.
Y ya no quise despertar.
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