CAPÍTULO 63

—Tráiganlas.

—No, espere... —Lucian me lanzó contra el suelo (no sin antes arrebatarme la mochila), donde me encontré cara a cara con el reflejo de mi propio aspecto atemorizado en la pulida superficie.

Sus hombres no vacilaron en llevar a cabo sus órdenes. Solo esperaba que a ninguno de ellos se le ocurriera lastimarlas.

—Vas a contarme parte por parte cómo fue que se te ocurrió este estúpido juego de contactarte con esa tal Helena, —me sujetó por la nuca, y me apretó de tal manera que supe que se me formarían hematomas—. Te concedo un mérito, fuiste muy buena en ocultármelo, tan ingeniosa que si no fuera por un pajarito, te habrías salido con la tuya. Pero ¿eres tú sola así de buena? —Ejerció más presión y no pude evitar soltar un quejido—. No. Eso no me lo trago.

La primera a la que vimos traer casi por la fuerza fue a Lia. Siendo sujetada por el brazo, apareció desde el pasillo que daba a la cocina y la obligaron a arrodillarse en cuanto llegó a nosotros. Tenía el rostro manchado de pequeñas gotitas de pintura, pero destacaba sobre todo su expresión de desconcierto combinada con el miedo.

—Obtuviste un empujón de ayuda —prosiguió Lucian—. Y tengo mis teorías. Solo te pido un poco de cooperación de tu parte. ¿Quién más estuvo implicada? ¿Quién dio el primer paso?

—Ninguna, fui la única que sabía cómo...

Aumentó la fuerza de sus dedos, y me entró un miedo irracional de que me rompiera el cuello.

—Samanta, me decepcionas. ¿De pronto aprecias tan poco tu vida como para seguir mintiéndome a estas alturas?

Escuchamos un forcejeo. Desde la cima de las escaleras, vimos a Anne dando batalla a uno de los guardias, hasta que el hombre dejó escapar un gruñido y sacudió una de sus manos.

—¡Me mordió los dedos!

—¡Entonces suéltame, cretino infeliz! —despotricó ella.

—Siempre ofreciendo un espectáculo —suspiró Lucian.

Al ver que el sujeto no conseguía controlarla, otro de los guardias se aproximó a ellos. Entre los dos por fin arrastraron a una Anne que no dejó de soltar improperios y propinarles uno que otro puñetazo, siempre acompañado de una mirada asesina; sin embargo, una vez que ella recayó en la escena que nos rodeaba, conmigo sometida a la fuerza de Lucian, su cerebro pareció comprender cierto contexto de lo que acontecía. Afortunadamente, Anne fue lo suficientemente perspicaz como para adoptar una máscara de incomprensión en lo que dura un parpadeo, con tal de fingir que nada de aquella situación le sonaba de algo. No obstante, eso no impidió que mirara al hombre que todavía me retenía como si quisiera desmembrarlo parte por parte.

—Anne, nos complace contar con tu presencia.

—Hijo de... —uno de los guardias le amordazó la boca.

—Ahora, ¿quién falta?

A nuestras espaldas advertimos el sonido de otros pasos, hasta que estos revelaron a otro guardia que arrastraba a Liz sin ninguna pizca de delicadeza. Ella no mostró signos de querer forcejear, (al contrario, optó por tomar una actitud sumisa), el sujeto la trató con rudeza hasta que la obligó a arrodillarse junto a las demás. Con el rostro crispado por la incertidumbre, ella hizo un conteo visual de todas nosotras, y cuando sus ojos se cruzaron con los míos, deseé decirle algo, lo que sea, con tal de no presenciar el temor reflejado en sus facciones.

—Bien, con ellas bastará. Ahora les explicaré a todas lo que va a pasar. Le daré a Samanta la oportunidad de contármelo todo —de pronto, sentí el helado filo de una cuchilla que no le vi sacar hasta que la acarició contra el pulso errático de mi cuello, y habló amenazadoramente—. En serio que no quiero hacer esto, pero si no me ayudas, tendré que tomar medidas severas, ¿entiendes? Solo tienes que usar esa linda boca y decirme: ¿Quién contactó a Helena?

No respondí.

—¿Nada? ¿Prefieres la segunda opción? Bien, que así sea.

Me soltó, pero Barb no dudó en ocupar su lugar y este aprovechó para enterrarme sus gruesos dedos en mis hombros.

Lucian caminó con calma, contemplando a las chicas con expresión selectiva, jugando con la cuchilla entre sus dedos. Cada vez que él posaba la mirada en alguna de ellas, esta evitaba el contacto visual, excepto Anne, que seguía viéndolo como una loba rabiosa. Cuando Lucian se detuvo frente a ella temí que fuera a lastimarla, sin embargo, para mi consternación no solo la pasó de largo, sino que se decidió por alguien que no me esperaba.

—La oportunidad se te está escapando —se colocó a lado de Liz. Ella dio un respingo e intentó alejarse cuando él le acarició un mechón de pelo—. Dime, ¿quién más estuvo implicada? ¿O lo sabes tú, Elizabeth? Has pasado mucho tiempo con Samanta —ella cerró los ojos y se encogió sobre su sitio—. Me estoy cansando de preguntar.

La tomó del cabello, obligándola a doblar el cuello y arrancándole un gemido mientras ella alzaba los brazos en señal de dolor.

Liz. Estaba lastimando a Liz.

—Déjala —ladré.

Mi reacción lo tomó por sorpresa, pero no aflojó su agarre.

—¿Quieres respuestas? Te daré respuestas —insistí—, pero no sacarás nada de mi boca si le sigues haciendo daño —noté que Liz comenzaba a lagrimear y tuve que obligarme a relajar la mandíbula, pues de pronto me nacieron intensos deseos de arrancar cada uno de esos dedos que aferraban su cabeza.

—Vaya, ahora sí que nos estamos entendiendo —la mano con la que sostenía a Liz se formó en un puño, lo que provocó que ella se retorciera con una mueca de dolor mientras la cuchilla se aproximaba a un par de centímetros de su piel.

—Lucian, ¡he dicho que la sueltes!

Los ojos de todas se abrieron de par en par, incluso Liz me miró atónita.

Él, en cambio, me dedicó una mirada llameante de ira.

Y de pronto, como si lo anterior no le hubiera afectado, lo vi arquear una ceja. Dejó que los segundos corrieran, hasta que dijo:

—Interesante.

La soltó. Liz permaneció en el suelo llevándose las manos a la cabeza, aliviando la zona donde la había retenido. Mientras tanto, Lucian caminó de regreso a mí, al tiempo que me examinaba como si fuera un nuevo cuadro de pintura al que todavía no se había detenido a analizar. Cuando llegó y se agachó a la altura de mis ojos, no me cupo duda de que su mirada había adquirido un retorcido brillo curioso.

—Este lado salvaje. Es algo que no esperaba de ti.

Le escupí en la cara.

En una escala de ideas estúpidas y suicidas, aquella merecía el primer lugar. No medité nada de lo que hice, no me preocupé por medir mis palabras ni en las consecuencias de mis actos. Solo tenía una cosa en mente: no permitiría que las lastimara.

En ese instante, incluso percibí que a Barb lo había tomado desprevenido, pero aun así este no dudó en cubrir mi boca a pesar de ser demasiado tarde.

Lucian se alejó de inmediato, llevándose una mano al rostro. Contempló sus dedos un breve instante.

—Muy valiente —fue lo que dijo.

Sentí la sorpresa en cada uno de los rostros de los presentes. Pero solo tenía ojos para él, porque si de algo estaba segura, y de lo que casi había olvidado por el miedo, es que no iba a permitir que Helena o Dafne me llevaran, con tal de estar en el lugar en donde estaba.

Con ellas. Protegiéndolas. Dando mi vida por ellas.

Lucian siguió escudriñándome, y yo no vacilé en mantener mi expresión más desafiante.

—Incluso estando donde estás y habiendo hecho lo que hiciste, sigues sorprendiéndome —le dedicó un gesto a Barb, que me soltó. Sin embargo, eso no significó que Lucian nos dejara libres, sino que me acechó dando círculos a mi alrededor, hasta que se detuvo detrás de mí—. No creas que no sé lo que estás haciendo, y créeme, lo considero un acto muy enternecedor y bastante desinteresado viniendo de alguien como tú. Pero permíteme dudar de ti una vez más, ¿quieres?

No le respondí, y eso le dio oportunidad de continuar:

—¿Cómo esperas convencerme de que ahora te interesa su seguridad, si antes te viste muy predispuesta a huir con esa absurda imitación de caballero azul? Vamos, suelta lo que sea que tengas retenido en esa cabeza —pegó su boca a mi oído— A menos que quieras ver otra escena parecida a la anterior.

El miedo. Sabía que la respuesta que él deseaba escuchar era porque le había tenido miedo. Y sí, era cierto, pero me negaba a confirmárselo, a darle la satisfacción de escucharlo decir de mi propia boca. Así que en vez de eso, dije lo que probablemente hubiera querido hacer.

—Quería sacarlas de aquí —murmuré, reflejando tanto odio con tal de ocultar la vergüenza que me generaban mis propias palabras, pues al momento de haberlas pronunciado, me di cuenta de lo absurdas que sonaban. De lo patético que había sido intentar llevar a cabo un plan tan mediocre.

Lucian se alejó de mí, y me contempló como si deseara confirmar que lo decía en serio. Soltó una risa burlona.

—¿Qué? ¿Es en serio? ¿Y cómo exactamente?

Enrojecí.

—Creí... creí que...

—Aguarda, no me lo digas. ¿Creíste que si te seguía... conseguirías despistarme? ¿Estoy en lo correcto? ¿Pensaste que con eso desviaría mi atención de este lugar? ¿Mi lugar? —bufó—. ¿Y luego qué? ¿Solo sacarlas? —sentí que el sonrojo me cubría hasta las orejas, me había quedado sin palabras—. En serio, no entiendo cómo has logrado mantener tu pequeño secreto a mis espaldas. Esto suena demasiado estúpido.

—Ya te he dicho suficiente. ¿Quieres saber más? ¿No tienes curiosidad de qué fue lo que le entregué a Helena? Este es el trato, tú las dejas ir y yo te lo contaré todo, —su expresión divertida no se alteró ni un poco, como si supiera algo que yo no.

—¿Trato? ¿Contigo? No mi pequeña Rapunzel. No me rebajes a tu nivel de inteligencia —echó una ojeada a las chicas—. Tengo mis propios recursos.

Me entró la desesperación.

—Dudo que consigas tanta información como la que yo pueda darte.

No mordió el anzuelo.

—¿Sabes que es lo más entretenido de todo esto? —acarició el largo de mi brazo con la puntilla de su cuchilla—. Que te creo. En serio creo que has hecho todo lo que has hecho con tal de ayudarlas, aunque se deba a un patético intento de perdonar a tu yo del pasado. Pero ¿te digo un secreto? —volvió a susurrar contra mi oído—. Ellas no habrían hecho lo mismo por ti.

Lo miré con rabia.

—¿No me crees? Permíteme mostrártelo.

Y entonces, enterró la cuchilla en la carne de mi brazo.

No reprimí mi siguiente alarido. Me dolió tanto que casi me mordí la lengua, experimentado una oleada de lágrimas

—Observa desde aquí sus rostros —siguió diciendo—, contempla cómo cada una finge que no ve nada y dime, ¿acaso no tengo razón?

No quería hacerlo. Hice un esfuerzo titánico para hacer de oídos sordos sus palabras. El dolor me ayudó lo suficiente como para conseguir ignorarlo, pero él sujetó mi cabeza de tal forma, que me obligó a mirarlas en vez de la herida abierta y la sangre que empezaba a brotar de ella.

Veía borroso, pero aun así, vi a Lia que apartaba la mirada al instante, concentrándose en el color de las paredes. Anne observaba todo en una mezcla entre la furia y la impotencia, pero cuando sus ojos se cruzaron con los míos, agachó la cara cubierta por un velo de vergüenza.

Y finalmente, me detuve en Liz.

Su mirada seguía cristalina. Lucian retorció el cuchillo, arrancándome un segundo alarido acompañado de más lágrimas.

—¿Tienes algo qué decir, Elizabeth? —Tentó él—. ¿Alguna objeción al respecto?

Como única respuesta, ella terminó por agachar la cabeza.

—¿Lo ves ahora? Si dejara deslizar más este cuchillo, todas seguirían con la vista apartada. Demasiado cobardes como para querer defenderte. ¿O a eso le llamaría inteligencia? —él por fin apartó el filo. El corte no había sido tan profundo, pero cómo me dolía. Ni siquiera permitió que cubriera la herida con la mano buena—. En cualquier caso, lamento que tu dulce sacrificio no haya valido la pena. Al menos has conseguido abrir los ojos. ¿No te parece eso triste?

Hubo un estruendo de cosas y papeles cayéndose, y todas las miradas se dirigieron al mismo punto.

Nos encontramos con una Wen que contemplaba la escena con los ojos casi salidos de sus órbitas, con la boca abierta y varias de sus carpetas derramadas por el suelo. Pareció tardar en procesar la escena que veía hasta que dio conmigo, y su expresión se volvió perpleja y horrorizada.

—Gwendolyn. Regresa a tu oficina.

Pero ella no obedeció, se quedó allí plantada, contemplando todo con la vista perdida.

—¡Gwendolyn!

El grito la sacó de su estupor.

—Sí. Sí, lo siento —se agachó para recoger sus carpetas—. Disculpe, solo estaba buscando... estaba buscando un... —se dio cuenta que era mejor callarse, así que sin terminar de acomodar del todo bien sus papeles, hizo una ligera reverencia—. Con permiso —las levantó hechas un desastre y se dio la vuelta.

Lucian exhaló un suspiro. La interrupción de Wen fue suficiente para distraerlo, otorgándome un respiro para llevar una mano a la herida de mi brazo. La zona estaba manchando de rojo el pobre suéter de Derek.

—Es todo. Devuélvanlas a sus habitaciones, y no permiten que ninguna salga hasta nuevo aviso —sus hombres se las llevaron, y esta vez, ni siquiera Anne puso resistencia—. Mientras tanto, tú... —chasqueó la lengua—. Esperaba mucho de ti. No tienes ni idea de cuánto —observó mi herida—. Ya veré cómo resolver tu pequeño teatro. Por el momento, tendremos una cuenta pendiente. Barb, ya sabes a donde ir.

Percibí las ansias del gigante cuando puso de vuelta las manos sobre mí, arrastrándome por detrás de Lucian, quien abría la marcha en dirección a los pasillos que daban el sótano.

Sin embargo, a mitad de un corredor, la figura escuálida y débil de una mujer sin nada que la cubriera más allá que una ligera bata, nos detuvo en seco.

No había pensado en Karla cuando Lucian ordenó traer a las chicas a la recepción, de hecho, no había pensado en nadie más que no fuera a las que él había permitido a traer, y por la expresión sorprendida de este acompañada de una ceja arqueada, era claro que él tampoco. Al fin de cuentas, se suponía que Karla se encontraba demasiado mal como para verla como una amenaza real, con el rostro magullado, el cuerpo pálido y escuálido. Convertida en la sombra de la radiante mujer que había sido.

Pero allí estaba. Interponiéndose en su camino, con una postura frágil que daba la impresión que se derrumbaría igual que una montaña de naipes. El rostro lleno de hematomas y las incontables nuevas cicatrices. Sin embargo, eso no fue lo que nos frenó.

Con expresión determinante, Karla sostenía un pedazo de cristal roto apuntado directamente a su mejilla.

Lucian habló con mofa.

—Karla, ¿y ahora qué es lo que haces?

—Te exijo que liberes a Samanta —su voz seguía sonando débil, pero al mismo tiempo, poseía una fuerza que me sorprendió—. Y lo quiero para hoy. Lo quiero ahora.

—Sigues demasiado débil. No piensas con claridad —él dio un paso.

En el rostro de Karla, apareció la minúscula mancha de una gota de sangre.

Lucian se detuvo.

—Da un paso más y pronto tendrás que explicar a tus mejores clientes por qué su muñeca favorita tiene una cicatriz en el rostro.

Él la miró larga y detenidamente. Lo sopesó por un rato, y al final se encogió de hombros.

—De acuerdo. Hazlo.

Karla parpadeó, y su ruda determinación flaqueó.

—Lo digo en serio.

—Lo sé. ¿A qué esperas? Hazlo —Lucian dio otro paso, y a pesar del supuesto coraje, eso hizo que Karla retrocediera—. Tú no te acobardas cuando te propones algo. ¿Por qué empezar ahora?

—Conmigo tienes muchos ingresos. Pero sin mi belleza, ¿qué harás? Ellas aún no han desarrollado las habilidades suficientes para cobrar como yo lo hago. ¿Con qué remplazarás esa pérdida?

—Ya se me ocurrirá algo —Lucian movió la cabeza negativamente, y habló como un padre le respondería a un hijo pequeño—. Karla, Karla, Karla. ¿No lo entiendes aun, verdad? Ya pasó tu época de oro. El peso de tu edad comienza a evidenciarse en las lindas facciones de tu rostro. Tus pechos empiezan a caerse, y ese cabello... ¿lo que veo desde aquí no es el indicio de una cana? Como habrás notado, no tardarás en tener tan poca demanda, y dentro de un año o dos tu tarifa será tan baja que la única forma en la que podrás pagarme será como ama de casa. Si te hieres, la pérdida no será tan grande. Solo adelantarás lo inevitable.

Aquello la hizo titubear. Karla me lanzó una mirada apesadumbrada, plagada por la derrota. Finalmente, cerró los ojos, bajó la mano y dejó caer el cristal.

—Ahora regresa a tu alcoba. Necesitas recuperar la fuerza.

Lucian siguió caminando, y cuando estuvo a punto de llegar a ella, Karla formó una línea con la boca.

—No.

—Karla...

—No puedo permitir que sigas haciendo esto.

Él la observó divertido.

—¿Me lo vas a impedir? ¿Y cómo exactamente?

—Porque pienso hacer un trato.

Él rio con voz queda.

—¿De verdad? ¿Lo dices en serio? —se inclinó sobre ella—. ¿Después de haberme jurado que no volverías a hacerlo? Me decepcionas.

—Si dejas ir a Samanta, volveré a atraer a más chicas hacia ti. ¿No tenías una en mente? Pues vale. La convenceré de unirse a nosotros. Me ganaré su confianza, la haré ver los beneficios de estar aquí. Dame un mes y verás que ella misma deseará que la aceptes. Y así será con la siguiente, y la siguiente.

—Me confundes, creí que te habías prometido no volver a ofrecerme algo así desde que trajiste a Samanta contigo.

Karla cerró los ojos con mucha más fuerza.

—Sigues tomando decisiones muy egoístas, por lo que veo —Lucian extendió una mano, acariciando su mejilla casi con afecto—. Solo eres una mujer, una que nunca dejó de sentirse sola y necesitada de cariño, que buscaba rebajar a todo el mundo a su mismo nivel, sin importar lo que tuviera que hacer. Y eso solo lo hacen los monstruos.

Fue como si el cuerpo de Karla se hiciera más pequeñito con cada frase.

—Pero nunca te juzgué por eso —continuó él—. Y no pienso hacerlo ahora. Al fin y al cabo, me has demostrado ser una experta manejando los sentimientos. Los tuyos... —me echó un vistazo—. Y el de los demás. Pero relájate, no tendrás que volver a ocupar tu papel de marioneta. Ahora, si ya terminamos con esto...

Karla levantó los delgados brazos a los costados, negándole el paso.

—No.

—Karla...

—Yo también quería ayudarla. En verdad quería ayudarla. Incluyendo a las demás. No lo hice de la forma correcta y ahora lo sé. Admito que me equivoqué.

—Eso no importa ya.

—Sí, sí importa. Deseaba compañía, es cierto. Pero sobre todo también quería ser de ayuda. Solo que lo hice mal —apretó la mandíbula, como si estuviera infundiéndose valor—. Pero no soy un monstruo —abrió los ojos—. Tú sí.

Lucian bufó.

—Velo como quieras. Ambos sabemos que es solo otra mentira que te estás...

—No, esta no es ninguna mentira —Karla lo miró directamente—. Yo no soy el monstruo. Y no voy a seguir permitiendo que me manipules de esta manera.

—Suficiente —Lucian la apartó a un lado—. Si te sientes lo bastante fuerte para ponerte de pie, entonces ya tienes la fuerza necesaria para trabajar en tu siguiente turno.

—Deja ir a Samanta —exigió Karla—. ¿O es que le tienes miedo?

La mano de Lucian se movió como una cobra, capturando el cuello de Karla y sosteniéndola en el aire contra una pared.

—No soy yo quien debe tener miedo —susurró.

Karla no se acobardó, pero cuando habló, su voz sonó afónica.

—Eso no es lo que veo, niño bonito.

Ella se llevó las manos al cuello desesperadamente, intentando inhalar aire y abriendo exageradamente la boca.

—Cuidado, Karla. O puede que termines pagando tu deuda mucho antes de lo que tenías previsto.

La dejó caer, y ella tosió con fuerza mientras se masajeaba el cuello.

—Si no hay más discusiones —Lucian avanzó, pasándola de largo, conmigo y Barb siguiéndole. Yo continuaba con mi mano forzando presión en la herida, pero miré a Karla y ella me devolvió la mirada.

Cuando estuvimos a punto de doblar una esquina, ella habló fuerte y claro.

—Entonces es cierto, le temes.

Lucian se frenó y cerro los puños.

—Pero claro, no le tienes miedo a ella —tambaleante, Karla se apoyó en la pared, masajeándose la zona del cuello—. Sino a lo que representa. Te recuerda a ella.

Lucian dio media vuelta.

—Ahora lo entiendo. Todo cobra sentido —él empezó a caminar de regreso, con Karla todavía hablando—. El verdadero motivo por el rompiste nuestro acuerdo, permitiéndole hacerle creer que todo era idea suya. —Lucian se detuvo y ladeó la cabeza—. ¿Y lo de seducir al cliente? —ella rio—. ¿En serio? ¿No se te ocurrió algo mejor? Tal vez, no sé..., ¿llamar a su padre después? Vaya, sí que estás desesperado.

Él me lanzó una breve mirada significativa, aunque no supe interpretar lo que quería decir con esta.

—No importó lo mucho que te hayas esforzado —insistió Karla—. A ella nunca le gustó estar aquí. Nunca vio lo que tú quisiste que viera. Yo jamás pude convencerla de ello y te roñe las entrañas que tú tampoco seas capaz de conseguirlo. Tú, que alardeas ser un gran artista, no logras cautivarla. ¿Y qué era lo que pensabas hacer ahora? O sea, me refiero antes de que supieras que ella había contactado ayuda. ¿Cuál era tu siguiente estrategia?

Lucian por fin llegó hasta ella. Serio y amenazante.

Pero Karla no se acobardó.

—No solo la usabas de herramienta. Tú la querías a ella. —Karla rio—. Pero te diré una cosa —levantó la barbilla—. Samanta no es Halery.

De pronto, el rostro de Lucian se transformó a la cruda consternación, abriendo excesivamente los ojos.

Y entonces, comenzó a reír. Fue una carcajada abierta, genuina. Y si no fuera porque provenía de él, casi podría haber jurado que me parecía encantadora. Era como si nunca se hubiera reído antes así en su vida.

O bueno, nunca lo había escuchado reír así.

—¿Crees que...? —siguió riendo—. ¿Crees que he hecho todo esto porque busco sustituir a un fantasma? —Karla, que hasta el momento se había visto tan segura, vaciló—. ¿En serio me ves así de aficionado? Eso casi podría tomármelo por insulto sino fuera porque suena más a un chiste mal hecho —la risa de Lucian fue menguando, finalizando con un suspiro—. Oh Karla, deberías usar más tu extraño sentido del humor. Serías una comediante perfecta. Y eso no a todo el mundo se le da bien.

Karla se mostró demasiado perdida, miró a Lucian como si esperara que le dijera que la estaba tomando del pelo, solo para darse cuenta de que él hablaba en serio. Desesperada, alzó una mano...

Lucian la atrapó justo a antes de que impactara contra él.

—Lo siento, pero ese truco no te funcionará esta vez —la arrastró hasta empujarla contra Barb—. Y ahora, creo que ya te he permitido decir todo lo que tenías que decir —él me tomó del brazo bueno—. Barb, asegúrate que la señorita llegue sana y salva a su alcoba. Ya hablaré con ella sobre otros asuntos. Mientras tanto me encargaré de llevar a esta al sitio de juegos.

Por alguna extraña razón, o tal vez me lo estaba imaginando, sentí que Barb ponía resistencia, pero terminó por acatar la orden con un leve gruñido.

Miré a Karla por encima del hombro. Ella seguía confundida, y cuando sintió la mano de Barb sobre su hombro, cruzó sus ojos con los míos.

No pude describir su expresión, ya que Lucian me obligó a doblar el pasillo, en dirección al sótano.

Preparó todo, me obligó a quitarme el suéter de Derek, el cual, aunque sonaba absurdo, me dio mucha pena que se hubiera manchado de sangre. Lucian lo lanzo como si fuera un sucio pedazo de basura. Después me ató con los grilletes y reviví el familiar miedo que se sentía al estar allí sujeta.

—No es nada personal —levantó mi barbilla, obligándome a mirarlo—. Ojalá hubiera otra forma de hacer esto, pero no me dejas opción.

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