CAPÍTULO 62
Las tazas estuvieron a punto de resbalarse de mis manos.
Muchas cabezas giraron en la misma dirección, atraídas como imanes hacia el mismo polo. Alto, erguido, regio y orgulloso. Una estatua perfecta que era consciente del efecto que provocaba en ese lugar. Como si el café entero supiera que no merecía tener el honor de ver a Lucian Jones caminar bajo su techo.
Destacaba, por supuesto que destacaba. ¿Cómo no iba a hacerlo? Con ese gesto arrogante que podía hacerlo pasar por el verdadero dueño del local; la sonrisa ladeada que transmitía un aire enigmático además del peinado impecable.
Casi todas las miradas femeninas no se resistieron a recorrerlo de arriba a abajo. Generó todo tipo de sonrisas, desde esporádicas hasta lascivas. Cuchicheos, risitas. Posturas encorvadas que de repente se enderezaron. Vi cómo le devolvía la mirada a una chica que desvió inmediatamente los ojos mientras el cuello y su cara enrojecían.
Todas, todas –y casi me atrevería a decir que también algunos hombres- quedaron hechizadas por ese magnetismo natural de Lucian, uno que recordaba con profunda vergüenza.
Toda la atención y cada tema de conversación se desvió por breves instantes para enfocarse en una sola persona: Él.
Y podía adivinar cuál era su objetivo al estar allí: Yo.
Viéndolo así, con esa máscara perfecta, hizo que se me helara la sangre.
A pesar de no pasar desapercibido, Lucian actuó como un profesional; uno de los meseros lo atendió con rapidez y él, reaccionando como se espera de alguien que portase elegancia y cortesía, se dejó guiar como si de verdad fuera un cliente normal que hubiese entrado allí por pura casualidad.
Willma, que seguía gesticulando a mi lado, tan concentrada en descargar su exasperación por lo de Katy, fue la única que seguía sin percatarse del nuevo cliente.
—...esa chica nunca me ha caído bien. ¿Sabes de lo que hablo? —Recayó en mi expresión aturdida—. ¿Y ahora qué te pasa?
Siguió la dirección de mis ojos, y a punto estuvo de adoptar la misma cara fascinada de la mayoría de los presentes, cuando abandoné las tazas y la arrastré conmigo hacia la parte de atrás sin pensar en lo que estaba haciendo.
—¡O-oye! —exclamó.
No le di tiempo a preguntar, porque abrí la entrada del dispensario casi de una patada, empujándola adentro y cerrando la puerta para después recargar todo el peso de mi cuerpo sobre esta.
—Sam, ¿qué te...?
Coloqué el cerrojo, y de inmediato busqué alrededor, girando en círculos con desesperados movimientos como un frenético conejo.
—¿Samanta?
Me llevé las manos al cabello, enterrándome las uñas y alborotándome varios mechones de pelo.
No.
Nononononononono. NO.
No podía estar pasando, aquello no podía estar pasándome. Si Lucian estaba allí no era por casualidad, no se debía a un simple capricho o a un deseo de simplemente torturarme.
—Samanta, ¿estás bien?
—Algo debió ocurrir —murmuré—. Algo, algo salió mal. ¿Pero qué?
¿Qué había pasado? ¿Cómo había ocurrido? ¿Qué lo había orillado a...?
No qué. Quién.
Alguien le había contado lo de Helena.
Miles de explicaciones más se me vinieron a la mente, entre ellas consideré que tal vez estaba exagerando, pero ninguna me pareció lo bastante convincente. Sabía, no, juraba que todo aquello podía significar que me estaba enviando un mensaje: No más salidas.
—Debo hacer algo, debo hacer algo...
Las cajas pasaron a velocidad rápida, convirtiéndose en borrones. El piso empezó a moverse al tiempo que me costaba respirar.
Una mano se posó en mi hombro y me arrancó un grito.
Wilma retrocedió alarmada.
—Will...
—¿Qué te está pasando, Sam?
—Yo... yo...
Control. Actuar. Fingir.
Mentir.
Pero no se me ocurría ni una puta mentira. Esto no era lo mismo que lo de Katy, tranquilizarme y hacer caso omiso de ello no iba a funcionar. Comprendí que las opciones se me habían reducido, por lo que debía aprovechar las pocas que restaban.
Tal vez se debiera a que había estado pensando en ello toda la mañana, o puede que mi cuerpo entrara en un estado en el que no era consciente de sus movimientos. Sea lo que fuera, me vi hurgando entre una de las esquinas donde había depositado mi mochila en cuanto había terminado mi conversación con Derek. Los dedos me temblaban tanto que me costó deslizar el cierre, en un esfuerzo por sacar lo que todavía tenía bajo la manga. Adiós a la opción de buscar las pistas de Halery, adiós a todo lo demás.
—Will, quiero que hagas algo por mí.
Me acerqué a ella, con los ojos acuciantes mientras me esforzaba en sacar del compartimiento de la cámara a la dichosa tarjeta de memoria. Por la manera en que Wilma me veía, mi rostro no era lo más confiable que se pudiera describir en ese momento.
—¿Qué cosa? —balbuceó.
Sostuve su mano, obligándola a aferrar la cámara con tanta fuerza que no pensé en si la estaba lastimando. Mis pensamientos eran caóticos, con el chip siendo lo único estable que veía.
—Quiero que veas esto y que me escuches con suma atención —ella seguía vacilando, mirándome confusa—. Míralo por favor, Will. Will... ¡Quiero que veas esta maldita tarjeta, Will!
—¡Está bien, está bien! La estoy viendo pero... Sam, me estás asustando.
—Esto que tienes aquí —seguí—. Quiero que se lo entregues a esa mujer.
—¿Cuál mujer?
—Tú sabes cuál, la has dejado entrar todas estas veces. No sé cómo consigue convencerte, no entiendo ni la mitad de lo que parece, pero por favor, por favor, no dejes que nadie excepto tú y ella den con esta tarjeta, ¿entiendes? —Wilma saltaba la vista entre la memoria y yo—. Will, ¿lo entiendes?
—S-sí. Pero Sam, ¿por qué... qué estás...?
—Solo prométemelo. Prométeme que se lo harás llegar. ¡Prométemelo, Will!
—¡Está bien, lo prometo!
Cerré los ojos, en parte aliviada, y por otra todavía muy atemorizada.
—Samanta...
—Estoy bien —conseguí decir después de tragar en seco—. Solo necesito que me ayudes con eso.
—Dime qué más debo hacer, no me gusta verte así.
Sacudí la cabeza, porque... porque... amantes, no sabía qué más hacer.
Tenía que salir de allí, tenía que huir. Si me atrapaba, si Lucian conseguía capturarme, aquella noche en el sótano sería un juego de niños a comparación de lo que me esperaba. ¡Debía salir de allí!
Pero entonces recordé a las chicas.
Y no pude hacer otra cosa que no fuera sollozar.
Sentí el titubeante toque de la mano consoladora de Will. Abrí los ojos, y con la visión borrosa, noté que seguía observándome angustiada.
Me permitió abrazarla. Reposé mi cabeza sobre su hombro. Intenté recuperar el aire de mi cuerpo.
—Sam, por todos los cielos, ¿en qué diantres estás metida?
Deseé decírselo todo, soltarlo. Wilma había demostrado ser de fiar, pero saber que ya la estaba implicando más de lo que debería me sentó fatal. Por otra parte, ¿me atrevería? ¿Tendría el valor de enfrentarme a que ella me viera diferente? ¿Me despreciaría si descubriera lo que era y lo que hacía? ¿Lo que había hecho para trabajar en el café?
—N-no es nada.
—¿Qué no es nada? ¡Estás temblando! —Wilma se apartó de mí—. Dime, ¿qué te está pasando?
La miré directo a los ojos.
De pronto, alguien abrió la puerta, sobresaltándonos.
El señor Jesper nos dedicó una expresión severa.
—Will, Samanta. Quiero verlas en la zona de enfrente a la hora de ya.
—Solo unos segundos, señor Jesper —respondió ella, que tuvo la capacidad suficiente como para responder con formalidad—. No tardaremos.
El hombre gruñó, pero cerró casi de un portazo, dejándonos de nuevo a solas.
Wilma siguió esperando una respuesta.
—Solo prométeme que harás lo que te dije —me limité a decir.
—Sam...
—Yo te hice un favor antes, ¿recuerdas? Ahora yo te lo estoy pidiendo, Will. No se lo entregues a nadie.
Exhaló con pesadez, pero asintió. Un tenue alivio me recorrió completa, hasta que dijo:
—Tenemos que buscar ayuda.
—Tú ya me estás ayudando bastante.
—Ayuda real, Sam. Mira, no sé... no tengo la menor idea de lo que estoy haciendo. Déjame avisarle a alguien, o si quieres le digo a Derek que te lleve a algún sitio donde...
—¡No! —La sacudí de los hombros—. Will, ni se te ocurra llamar a nadie. Solo haz lo que te dije ¿quieres? Mantén oculta esa tarjeta, y entrégala cuando te encuentres con esa mujer. Eso es todo. Te lo suplico. No menciones nada, y por lo que más quieras, no le digas nada a Derek.
—¿No decirme qué?
Tenía que ser una broma.
Y allí estaba. Derek abrió más la puerta, desconcertado y casi con timidez. Yo decidí voltear la cabeza en otra dirección rechinando los dientes.
—Estaba buscado a Katy —se explicó él en tono dudoso—, me dijo que la viera aquí porque necesitaba mostrarme algo, pero no la encuentro y no responde mis llamadas —guardó una pausa—. ¿Qué está pasando?
Wilma saltó la vista entre él y yo, indecisa.
—Por favor... —le susurré.
Con una mueca de amargura, ella terminó por agachar la cabeza.
—¿Will? —insistió Derek.
—No puedo decírtelo.
Sabía que la respuesta lo sorprendería, pero por mi parte dejé escapar un tenue suspiro de alivio.
—Porque Sam es la que debe hacerlo —agregó ella.
Wilma guardó la cámara bajo el brazo, sin mirar a Derek o a mí a la cara. Murmuró una disculpa y se escabulló al exterior, cerrando tras de sí y dejándonos a solas.
Derek no dijo nada, pero sabía que la imagen que yo plasmaba, con el cabello revuelto y la postura nerviosa, lo hacía formular sus propias conjeturas. Independientemente de todo lo que me había dicho, aquello sería demasiado como para no despertar una espina de inquietud.
—Sam...
—Estoy bien.
—No, no lo estás.
Me abracé a mí misma. Ese era el momento justo en que debía volver a pensar con claridad. Tenía que demostrarle que lo estaba.
Pero esta vez no pude. No me pude tranquilizar.
—Voy a estar bien —pero mi voz sonó afónica.
—¿Estás segura?
Cerré los ojos con fuerza.
—Sí.
—No te creo.
—Pero lo estaré, tú no tienes por qué meterte en esto.
—Solo quiero asegurarme...
—¡Que voy a estar bien! —estallé—. Tú no te metas.
Dejó escapar un largo silencio, en el cual me dediqué a mirar la oscuridad que había dentro de mis párpados cerrados.
—De acuerdo.
Lo escuché tomar el pomo de la puerta, pero repentinamente, alguien azotó con potencia desde el otro lado.
Todo se descontroló. Abrí exageradamente los ojos de par en par. Mi respiración falló hasta al punto de que empecé a inhalar entre jadeos y los nervios me pusieron la carne de gallina.
Lucian. Lucian estaba allí. Separado de mí por un débil pedazo de metal. A tan solo un par de pasos.
Retrocedí hasta que mi espalda chocó contra algo mientras la puerta seguía sacudiéndose, aumentando los latidos erráticos de mi corazón. Los golpes no dejaron de resonar ni siquiera cuando me abracé ambas rodillas, deseando hacerme lo más pequeña e invisible posible.
Quise gritarle a Derek y evitar que abriera la puerta, pero... el aire... yo... jadeaba... jadeaba... tanto...
Al otro lado, Jesper reapareció con cara de pocos amigos.
—Samanta, por última vez, ¡regresa a tu puesto ya! —Su enojo se esfumó, remplazado por la preocupación—. ¿Qué ocurre?
Derek tenía la vista clavada en mí.
—Jesper, déjanos.
—Pero...
—Hazlo, yo me encargaré de esto.
El señor Jesper me dedicó un último vistazo, no obstante, hizo caso.
Cuando la puerta se cerró otra vez, el silencio hizo eco de mi respiración pesada y jadeante.
Derek alzó las manos.
—Solo era Jesper.
Temblaba descontroladamente, con mis manos aferradas en forma de ramas retorcidas a la piel de mis antebrazos. Un intento pobre de servirme de protección. Aterrada. Envuelta en pánico.
Derek dejó que el silencio hablara por él, que su mirada hablara por él. La suya era la mirada de un amigo, de alguien que me invitaba a confiar en él porque sabía que no permitiría que nada malo me ocurriese. De alguien que se había prometido así mismo a no volver a verme así.
La palabra que pronuncié me tomó por sorpresa:
—Ayúdame.
—Will ya tiene todo preparado. ¿Estás lista? —negué con vehemencia. Derek me sostuvo la cara—. Tranquila. No dejaré que te pase nada malo.
Me abrazó con fuerza y sentí su calor, uno que de alguna manera me contagió de una calma seguridad. No quería separarme de eso.
—Todo estará bien, Sam —susurró—. Te lo prometo.
No, no podía prometérmelo.
Pero por un momento me permití creerlo. O mejor dicho, quise creerlo.
—No sé qué es lo que te está pasando —dijo mientras me estrechaba más entre sus brazos—. Pero entiendo que te cueste decírmelo.
Tragué saliva.
—Yo... yo... yo tengo... —se me hizo un nudo en la garganta, y volví a temblar con fuerza, con las lágrimas saliendo a borbotones.
Derek me limpió la cara.
—Descuida. Ya podrás hacerlo luego de que estemos lejos de aquí. Lo importante es que estés a salvo —me sostuvo el rostro y dejó caer su frente contra la mía—. Te lo preguntaré de nuevo. ¿Estás lista?
Respiré profundo.
—Sí —musité.
—Entonces vamos.
Me tomó de la muñeca. Al ya no sentir ese aire protector procuré pegarme mucho a él, tanto que puse cuidado de que nuestros pies no se tropezaran. La vista la bajé, y mi brazo libre se aferró alrededor del suyo como una cuerda.
Él abrió la puerta.
Derek me había cedido su suéter, el cual me quedaba holgado. A diferencia de lo que pude haber pensado antes, este no olía a suciedad o sudor, a pesar de que le había visto usándolo prácticamente todos los días desde que lo conocía. La verdad era que no me importaba cómo me quedara, sino en la pobre función que nos daba en ese momento: un disfraz.
No serviría de mucho, lo sabía. Y sospechaba que Derek también lo sabía. Pero cualquier cosa, por mínima que fuera, podría ayudar.
Al salir escuchamos el ajetreo del café. Gente charlando, riendo, cubiertos tintineando y las órdenes de las mesas siendo repartidas. No pensé en que, muy probablemente, aquella sería la última vez que vería el local "Mininos". No teníamos mucho tiempo. En realidad, no teníamos nada de tiempo.
Derek no nos dirigió a la salida principal, sino a la de los empleados. Yo permanecí con la cara al suelo, rogando porque esa tela beige me sirviera de capa contra los ojos de Lucian. No conseguí ver si él seguía allí, pero mi mente me susurró que no importaba: él sí sabía dónde estaba yo.
Pero tenía que intentarlo. Tenía que aferrarme a esa pequeña esperanza de que, con un poco de ayuda, lograría esquivarlo.
Y salvar a las chicas de otra forma.
Tenía un escaso porcentaje de probabilidad de que pudiera funcionar, y aunque una diminuta parte de mí me atacaba con la culpa, en ese momento únicamente pensaba en huir, en posponer el dolor que se avecinaba si Lucian me atrapaba. Varias posibilidades desfilaron una peor que la otra; por ejemplo, una vez que nos encontramos en el exterior temí que Barb nos estuviera esperando con el gesto impertérrito y su grueso cuerpo de roca, o que Lucian apareciera con su lobuna sonrisa, jactándose de nuestro pobre plan improvisado. No ocurrió ninguna de las dos cosas, pero eso no hizo que bajara la guardia.
La calle estaba completamente vacía, y sin embargo, mientras nos movíamos por la banqueta hasta topar con su destartalado vehículo, me sentí vigilada, a la mira del ojo de un halcón que sopesaba el momento perfecto para ir a por mí con sus afiladas garras. Reprimí mis irrefrenables deseos de escabullirme por un callejón, hasta que Derek por fin me cedió la puerta abierta de su auto.
—¿Vas a algún lado, Samanta?
Me mordí los labios para no gritar.
Cerca. No había estado ni cerca.
Cerré los ojos un largo instante antes de atreverme a encararlo.
Derek se había vuelto en redondo, cubriéndome con su cuerpo. Lucian, por su parte, nos observaba con las manos en los bolsillos. Era una postura tan casual que nunca creí que vería en él, acompañada de su ropa abrigada y una expresión divertida que podía hacerlo pasar por un tipo común y corriente que paseaba por la calle sin segundas intenciones.
—¿No ibas a presentarme antes con tu amigo?
Derek tenía el ceño fruncido y la expresión desconcertada. Observó el resto de la calle, como si supiera que algo se nos estaba escapando, o tal vez había esperado otra cosa, pero no al hombre elegante que descansaba despreocupado frente a nosotros.
A lo lejos, un auto que no tardé en reconocer se fue acercando.
Sin darme la oportunidad de responder, Lucian se aproximó otro paso, al tiempo que el vehículo en marcha fue haciéndose más visible, hasta estacionarse a un par de metros. Por la expresión de Derek, él también lo reconocía, y les dedicó a ambos una mirada suspicaz.
—Lamento haberlo sobresaltado, señor Hard —empezó a decir extendiendo una mano en su dirección—. Samanta me ha hablado tanto de usted que me ha nacido el deseo de conocerlo. A ella no le gustará que le diga esto pero, se ha convertido en alguien a quien ella admira mucho. ¿No es así, Samanta?
Derek dedicó un segundo vistazo al auto, y sin ocultar su recelo estrechó la mano, ganándose una sonrisa ladeada del hombre.
¿A qué estaba jugando Lucian? ¿Por qué no simplemente me exigía que me alejara y ya? Ambos sabíamos que tenía la influencia suficiente como para obligarme a hacerlo.
—¿Samanta? —insistió.
—Creo... que ya tenemos que irnos —Derek me instó a que volviera a subir—. No es por ser descortés, pero...
Lucian rio.
—¿No se lo ha dicho, cierto? Le ofrezco una disculpa, a veces ella puede ser muy olvidadiza. Ese es uno de sus mayores defectos —me dedicó un breve vistazo, sin abandonar su sonrisa—. Soy el encargado de llevar a la señorita a su residencia. Si ella me hubiera notificado de su salida, me habría ahorrado las molestias. Pero ya que estoy aquí, he de decirle que insisto en llevarla de regreso. Su familia la está esperando.
Lo había dicho como si aquello no se tratara de una orden, aunque estaba claro que sí lo era, sobre todo si lo había dicho mirándome directamente.
Di un paso adelante...
Derek me detuvo con una mano en el hombro.
—Lo siento, pero esta vez no le será posible.
Los ojos de Lucian se clavaron en ese contacto, y disminuyó la sonrisa. No obstante, disimuló bastante bien y consiguió hacer caso omiso. Derek, mientras tanto, siguió empujándome hasta que subí al auto.
—Dígale a su familia —recalcó él, como si le diera asco pronunciar esa palabra—, que la llevaré sana y salva dentro de unas horas. Yo mismo me encargaré de que llegue sin un rasguño.
—Temo que debo insistir. Su padre no estará contento al no verla llegar temprano.
Derek azotó la puerta con excesiva fuerza que temí que terminara por romperla. Le dedicó a Lucian una mirada de tanto odio que apretó la mandíbula como si deseara romperse los dientes, conteniendo a duras penas unos evidentes e incontrolables deseos de golpearlo. Lucian permaneció impasible.
Derek rodeó el vehículo hasta acomodarse en su asiento de conductor, sin abandonar su expresión de ira.
—Te llevaré a un lugar seguro —dijo mientras buscaba introducir sus llaves—. Por ningún motivo permitiré que...
Y el auto produjo un ruido extraño.
El sonido lo dejó atónito. Maniobró de nuevo con las llaves, sacándolas e introduciéndolas una y otra vez, pero el vehículo continuó expulsando el mismo ruido seco.
—¿Pero qué...? —lo intentó una vez más—. No, no... ahora no me hagas esto, por favooor.
El ruido no varió en nada.
—Derek...
—No lo entiendo, estaba muy bien en la mañana.
—Déjalo así.
Pero era tan tozudo que lo intentó una vez más. Oímos el toque de unos nudillos contra el cristal de mi ventanilla. Derek lanzó una maldición, pero bajó el cristal de mala gana. Lucian agachó un poco la cabeza.
—¿Algún problema?
Derek mantuvo el rostro al frente y se obligó a responder:
—Creo que es el acelerador.
—¿Necesita una mano? Tengo una muy fuerte allá atrás que espera a que le dé un buen uso.
Ninguno de nosotros dos le respondió. Derek lo estaba considerando, yo, por mi parte, digerí la verdadera implicación de esa frase.
Cuando Barb aparecía, no significaba nada bueno.
Lucian me examinó fijamente, sabiendo que interpretaría el doble sentido de sus palabras.
—Iré en un segundo —farfullé.
—No —Derek salió dando un portazo—. Quédate aquí, déjame revisarlo.
Jugueteé con mis dedos. Ignoré el tic tac del reloj como si supiera que el tiempo de gracia se había acabado, recalcando que entre más lo dejaba correr, menos era la paciencia de Lucian fingiendo aquel teatro.
Mientras Derek levantaba el capo, le di un vistazo al espejo retrovisor y este me mostró a un Barb que también había decidido salir, vigilando cada movimiento de Derek con gesto impaciente y ansioso como si este fuera un pedazo de carne. Atisbé a Lucian que le dedicaba una pequeña inclinación de cabeza.
No supe de qué iba eso, pero no me quedaría de brazos cruzados por muy asustada que estuviera. Porque, si de algo estaba segura, era que no permitiría que le hicieran daño a Derek. Bajo ninguna circunstancia.
Bajé del auto.
—Derek...
Él cerró el capo, con el gesto contrariado y confuso.
—Es que... no lo entiendo...
—Tengo que irme.
Me ignoró, sacó su teléfono y marcó un número.
—El tiempo es algo que no tenemos, señor Hard —habló Lucian sin que me percatara de su cercanía—. Puedo conseguirle a alguien que le ayude con el detalle de su auto, pero temo que Samanta no puede esperar más —sentí el peso de su palma posesiva en mi hombro—. Si nos disculpa...
—No —Derek se llevó el teléfono al oído, se aproximó y entrelazó nuestras manos para alejarme—. Tomaremos un taxi. Dígale a su padre, que hoy llegará tarde.
Lucian, esta vez, no disimuló un fugaz brillo de ira al clavar su mirada en nuestras manos. Su voz adquirió un tono oscuro.
—Yo no he escuchado a Samanta decir que no.
Derek se detuvo, y lo fulminó irritado. Pero Lucian ya no le prestaba la mínima atención, sino a mí.
Observé la expresión de Derek. Él en verdad no parecía enterarse que esa situación sobrepasaba su comprensión. Ni siquiera volteaba a ver a Barb. Era como un niño que ignoraba el enorme problema en el que se estaba metiendo.
En el que yo lo estaba metiendo.
Derek empezó a caminar en dirección contraria.
Y notó que no le seguía.
Se volvió contrariado.
—Tengo que irme, Derek.
Él parpadeó, confuso.
—Sam, pero...
—Estaré bien —le sonreí—. No sucederá nada.
—Estamos hablando de tu padre —me tomó de los hombros, sin que yo lo sacara de su error—. No tienes por qué regresar con él. Puedo ayudarte a ir por tus cosas, llevarte a otro sitio donde no tengas que...
Lo abracé. No fue necesario que comprobara la expresión colérica Lucian para saber que aquello lo irritaba, pero a esas alturas, sabiendo que no tenía nada más que perder, que ya no tenía a dónde ir, me dio igual.
—Voy a estar bien. Gracias por intentar ayudarme.
—No es suficiente —me abrazó con fuerza—. No tienes por qué hacer esto sola.
Me separé de él.
—Te veré mañana, ¿de acuerdo?
Su expresión encarnaba la pura desesperación.
No le di tiempo a soltar otra réplica. Me giré y caminé en dirección a Lucian.
Mientras caminaba con él, con su mano empujándome por detrás de la espalda, deseé haberle dicho algo más, lo que fuera, algo que lograra tranquilizarlo cuando se diera que cuenta que no iba a regresar al día siguiente. Pero en ese momento no se me había ocurrido nada.
Barb nos alcanzó, y nos escoltó hasta que llegamos al auto sin que Lucian abandonara la presión que ejercía en mi espalda.
—Si nos sigue, ya sabes lo que debes hacer —ordenó tajante.
Vacilé. Miré por encima del hombro, asegurándome de que Derek seguía con la misma expresión confusa y perdida, sin quitarnos la vista de encima. Sus ojos se cruzaron con los míos antes de que yo girara de nuevo la cabeza.
—Él va a hacerlo —musité preocupada.
Lucian me ignoró, y permitió que Barb nos abriera mientras su mano seguía empujando sobre mí como una tenaza de hierro.
Por el rabillo del ojo, vi que Derek comenzó a caminar.
Detuve a Lucian del pecho.
—Déjeme aclarar las cosas con él —rogué—. Intentaré convencerlo de otra forma. Lo hemos dejado con la incertidumbre y se verá deseoso por preguntar. Lo conozco. Por favor.
Lucian gruñó, rodeó mi muñeca y apartó mi mano.
—Señor Luc...
—Creo que conozco un método mucho más efectivo que ese.
Se apoderó de mi barbilla, y estrelló sus labios contra los míos.
Devoró mi boca con tanta fuerza que me lastimó, forzando a que la abriera al tiempo que me tomaba de la cintura y me apoyaba contra el auto. Impidió que me moviera, tomó mi cabello en un puño y me pegó más a él.
Cuando se separó de mí, habló tan cerca de mi rostro que su aliento caliente continuaba en contacto con mi boca.
—Ahora te diré lo que vas a hacer. Sonreirás para mí y después subirás a este auto. Si descubro que él insiste en venir, no me hago responsable de lo que pueda suceder, ¿te quedó claro? —dio un paso atrás—. Sube.
Seguí sin replicar sus instrucciones, sin atreverme a ver la expresión que Derek había adoptado por el pequeño espectáculo.
Una vez arriba, me tapé el rostro con las manos, y cuando noté que nos habíamos alejado, escuché hablar a Lucian, comunicándose por teléfono.
—Llama al general John, hazle llegar los datos que te he enviado y exígele que mande a algunos de sus hombres a vigilar el sitio —sentí que me dirigía una breve mirada—. Tengo la leve sospecha de que hay algo que se nos está escapando. Y dile, que no quiero otro error como el anterior —dio una larga pausa—. Haz lo que tengas que hacer —y lo escuché colgar.
Suspiró.
El camino se me hizo eterno, y solo cuando noté que estábamos a punto de llegar a casa, fue que me dirigió la palabra.
—Ahora, Samanta, vas a tener que hablar —me tomódel cabello, obligándome a echar la cabeza hacia atrás—. Y más te vale quelo digas todo, porque me he cansado de jugar.
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