CAPÍTULO 61

Batería baja.

Esta vez, la pequeña pantalla tardó nada en apagarse

Resoplé frustrada. Hubiera creído que aquello se trataba de una nueva broma, de no ser por algunas cuestiones que aunque pudieran sonar insignificantes, no dejaban de picarme a modo de un extraño presentimiento.

Que yo recordara, Lia había quedado como la cuidadora no oficial de la cámara y el álbum de Miriam. Puede que en su desesperación por encontrar evidencias contra Lucian recurriera a lo único que aún nos quedaba de esta, pero seguía sin ser muy congruente. No habíamos conseguido nada ni con el retrato ni con la información del hombre que se la llevó. ¿Qué habría en la cámara que hiciera la diferencia?

A no ser...

A no ser de que en esta se resguardara una pequeña memoria, memoria que no recordaba haber visto en todo ese tiempo.

Conseguir que los guardias hicieran de la vista gorda creí que sería lo difícil. Había hecho cuanto podía por guardarla en mi mochila, dentro de mi caja de dulces y oculta por debajo del libro de Derek, pero para sorpresa mía, ellos sólo habían observado de forma fugaz el interior de la mochila. ¿Es que acaso era algo tan rutinario que les pareció pérdida de tiempo?

No pensé mucho en ello. La cámara, junto con la nota anónima, daba la impresión de ser parte de otro nuevo rompecabezas. ¿Lo habría tenido Lia desde siempre?, y, de ser así, ¿por qué no nos la habría enseñado? Intenté recrear mentalmente el momento en el que nos encontramos con la caja; Lia, a diferencia de mí, había mostrado más interés por las fotos que por la ausencia de la memoria. Puede que entonces alguien más la hubiera tenido y en ese caso ¿quién sería?, ¿y por qué me la entregaba hasta ahora?

—¿Será lo que creo que es? —dije al contemplar el pequeño chip entre mis dedos.

No quería albergar esperanzas que al final terminarían convirtiéndose en profundas decepciones; de hecho, comenzaba a hacerme a la idea de que tendría que ser yo la encargada de seducir a Lucian para dar con las pistas de Halery, lo cual sucedería tarde o temprano. Y es que, a pesar del miedo que me producía, estaba segura de que lo haría con tal de que todas pudiéramos salir de allí.

No obstante, esa pizca de esperanza seguía molestándome, impidiendo que apartara mis ojos de aquel chip.

Si tan solo la batería de la cámara no estuviera completamente agotada.

Solo tenía dos opciones: Esperar a encontrarme con Helena o Dafne y entregarla, o llegar a casa e interrogar a cada una de las chicas por separado. No había tenido oportunidad de esto último en la mañana antes de irme por el asunto del tiempo, además de que lo más probable es que se encontraran dormidas.

Aguardaría a cuál de las dos opciones se me presentara primero.

Resignada, devolví el objeto en el compartimento de la cámara y ésta última a la mochila. Salí de la despensa y en cuanto lo hice, Wilma no tardó en interceptarme.

—¿Retocando algunas cajas? —preguntó.

—Eh... no. Tan solo estaba pensando.

Mi respuesta la descolocó un poco, aunque no le tomó importancia. Luego adoptó una expresión insegura.

—¿Sucede algo? —cuestioné.

—Esto... ¿cómo te lo digo sin que suene patético?

—Will, ya hablamos de eso. Tú no eres patética.

—Ya, pero no dejo de pensar en lo que pasó ayer.

No supe a qué se refería con eso, y ella procedió a explicarse.

—Mira, no soy tonta. Sé que he sido muy insistente con el tema de lo que hay entre tú y Derek. He asumido un papel de cupido que no me corresponde y que nadie pidió. Creo que simplemente me he dado cuenta que no debería meterme en los asuntos de los demás como lo he estado haciendo, o al menos no como lo he hecho con ustedes estas últimas veces. Así que eso. Lo siento.

Sí que me había tomado por sorpresa.

—Vaya, no sé qué decirte.

Se encogió de hombros.

—Como sea, solo olvidemos lo que haya pasado. Te prometo que a partir de ahora no me entrometeré más —y como si eso no fuera suficiente, me ofreció un pequeño golpe reconciliatorio en el hombro.

Le dediqué una sonrisa.

—Eres todo un caso, Will.

—Me han dicho cosas peores, así que te lo acepto.

Procedimos a pasar al área de las mesas. No me había esperado su disculpa, y la verdad es que ni siquiera creía que la necesitara, pero supuse que el hacerlo la había hecho sentir mejor. Al cargar todavía con el peso de la mochila sobre el hombro, no obstante, una idea se implantó en mi cabeza entrelazándose con otra.

Observé a Wilma, y recordé que ella había estado en contacto con Helena y Dafne de alguna u otra manera. ¿Podría ser que...?

—Will, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Seguro, ¿qué pasa?

Antes de que externara mi duda alcanzamos a escuchar el repiqueteo de la campanilla, y al volcar nuestra atención en esta, la tal duda se disipó.

—¿Katy? —dijo Wilma en desconcierto—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué vienes con esa cara?

La chica hizo de oídos sordos a sus preguntas. Avanzó a pasos agigantados con expresión severa. Sus llameantes ojos se cruzaron con los míos, mientras revelaba lo que parecía ser una revista hecha rollo bajo el brazo, la cual apretaba con excesiva fuerza.

—Ya sé qué eres —acusó.

—¿Disculpa? —solté.

Extendió la revista y la alzó a centímetros de mi rostro, a punto de rozarme la nariz. Retrocedí un paso, demasiado perdida como para objetar en lo que estaba pasando.

Me enfoqué en la imagen de portada.

La sangre se me fue a los pies.

—¿Eres ella, no? ¿Acaso no te reconoces?

Wilma le arrebató la revista.

—Katy, ¿qué diantres te sucede? ¡No puedes venir y enfrentarte a alguien de esa manera!

—Eres tú, claro que eres tú —insistió ella, sin importarle que nos estábamos convirtiendo en un pequeño espectáculo—. La viva imagen de una revista porno que solo sirve para...

—Suficiente, tenemos que hablar —Will la sujetó del brazo, intentando llevársela de regreso a la salida. Me lanzó una mirada de disculpa—. Lo siento, Sam, yo me encargo de esto.

—¿Encargarte de qué? —Despotricó la chica—. Ella sabe muy bien de lo que hablo, ¿Qué no le ves la cara?

—Está claro que no estás en tus cinco sentidos.

Cuando consiguió sacarla, hubo un tenso silencio cubriendo todo el café, con la mirada de todos mis compañeros puesta en mí.

Ignorando un instinto de alarma, erguí la espalda. Hice caso omiso de los rostros curiosos y confundidos de cada uno de los presentes, imponiéndome una falsa confianza que no sentía, una calma que parecía a punto de saltar de un precipicio y que me urgió a moverme.

Me di la vuelta, y trastabillé con una silla.

—Lo... lo siento —farfullé.

No supe a quién se lo decía, ni siquiera el por qué. Y al darme cuenta del error me recriminé internamente, aumentando el paso en busca de un escondite.

Regresé a la seguridad de la despensa, colocándole el cerrojo a la puerta. Cuando solté la perilla, me percaté de un ligero temblor en mi mano derecha. Me apreté la muñeca con la otra mano, en un vano esfuerzo por menguarlo.

—Mierda —escupí entre dientes, comenzando a jadear—. Mierda, mierda.

Tenía que tranquilizarme. En cuanto recuperara la calma y el control volvería a pensar con claridad. Lo había hecho antes, podía volver a hacerlo.

Pero Katy, joder, Katy sabía lo que yo era.

Maldita sea, ¿por qué? ¿Cómo?

—De acuerdo. De acuerdo, puedes con esto. Solo es... solo es un contratiempo y tú puedes arreglarlo. Así que respira y contrólate. Ya se te ocurrirá algo —tomé una profunda bocanada de aire—. Tú solo respira.

Me concentré en mi respiración. Al cabo de un momento me imaginé que la sangre regresaba a mi cerebro, aclarándolo todo y ayudándome con pensamientos optimistas.

Todo iría bien. Todo iba a salir muy bien.

Me permití aguardar unos minutos más, y poco a poco, las ideas me vinieron en tropel.

Abandonar el sitio no era una opción. Avisarle a Wen mucho menos. Si Lucian descubría que ellos sabían lo que yo era, él no dudaría en sacarme de allí. Perdería mi contacto con Helena. O peor aún, no volvería a salir.

No habría más oportunidad.

Tenía que hallar con una solución rápida, pero ¿cuál sería?

¿Excusarme para salir antes de mi turno? No, eso solo lo retrasaría. ¿Esconderme hasta que Katy se cansara? Demasiado extraño y sospechoso. ¿Actuar? Sí, eso sí.

Podía actuar. Y mentir. Mentir se me daba muy bien.

Fingir que aquel numerito no me causaba nada, y si era tan buena como recordaba, conseguiría que Katy se viese como alguien inestable, incluso podría llegar a confundirla y hacer que se retractara. Esta idea obtuvo más fuerza cuando me llegaron los recuerdos del día en que participé en esa estúpida sesión fotográfica. Karla había hecho un excelente trabajo con mi aspecto que ni siquiera yo me había reconocido. Que Katy lo consiguiera daba mucho en qué pensar, pero sin duda podía utilizarlo a mi favor.

No todo estaba perdido, o al menos, aún no.

Tocaron a la puerta, sobresaltándome. Y para mi mayor consternación, la persona al otro lado logró abrirse paso a pesar de que le había puesto el cerrojo.

Me vi descubierta por el señor Jesper, que tenía la frente ceñuda. Sus llaves colgaban de la puerta produciendo un leve tintineo.

—Samanta, ¿qué estás haciendo aquí?

Mi mano ya no temblaba, y mi respiración se había regularizado. Solté un poco de aire, aliviada.

—Lo siento, señor. Estaba... mmm... tomando un respiro antes de empezar.

—Pues más te vale que te lo tomes rápido. Está empezando a llegar la gente —su ceño se profundizó—. ¿Estás bien?

—Sí. Sí señor, estoy bien.

Me examinó extrañado, pero no preguntó.

—Apresúrate. No hay nada más qué hacer aquí —dijo para después cerrar de nuevo.

Bien. Todo seguía estando bien. Mi pecho latía rápido, pero todo lo demás parecía haberse restaurado por completo, incluyendo la cordura. La expresión de Katy y esa fotografía continuaban bombardeándome, pero ahora sabía que podía enfrentármele con calma.

Había superado la crisis.

Me recargué contra el dispensario, dejando descansar mis manos sobre las rodillas. Unos segundos más contando hasta diez y podía regresar al exterior con naturalidad.

Tocaron de nuevo la puerta.

—¡Un segundo! —hice unas cuantas respiraciones, cerré los ojos y dejé mi mente en blanco.

Tocaron otra vez.

Resollé. Bueno, era tiempo de enfrentarme a Katy.

Me acomodé varios mechones de cabello detrás de las orejas. Me alisé la blusa y me golpeé ligeramente las mejillas.

Estaba lista. Abrí la puerta.

La mirada de Derek se encontró con la mía.

Oh perfecto.

—Vengo a hablar contigo —dijo.

Apreté la boca en una fina línea.

—Tengo que trabajar.

Me impidió el paso.

—Solo será breve, lo prometo.

—¿En serio? ¿Solo breve? ¿Y cuántas preguntas piensas hacerme? —abrió la boca para responder—. Aguarda, déjame adivinar. ¿Unas veinte quizá? ¿Cincuenta? ¿O qué tal unas cien?

—Samanta...

Puse los ojos en blanco y me giré con cara a la despensa, sin darme cuenta que gesticulaba exageradamente con los brazos.

—Sí, ya sé por qué vienes. Oh, espera, ¿también será por lo de Katy? ¿Ella te ha mostrado esa foto? Sí, seguro que también es por eso, —gruñí—. Solo esto me hacía falta, ¡tú otra vez!

—Sam...

—No te basta con mortificarme todos los días, ¡también a todas horas! Con tus preguntas, toda tu actitud desvergonzada y tus... esas... cosas que no entiendo cómo haces para hacerme sentir tan... ¡esto! —lo confronté, señalándonos a ambos con creciente ira—. ¿Y sabes qué? ¡Ya me tiene harta!

Derek no había dado ni un solo paso, y había algo en su expresión que me estrujo por dentro, pero estaba tan enojada que lo pasé por alto.

—¿Me permites la palabra?

—¡No! Escúchame tú a mí. No tengo tiempo, ni las fuerzas, mucho menos las ganas de enfrentarme a lo que sea que vienes a exigirme. ¿Quieres respuestas? ¿Pues qué crees? No las hay. ¿Se te ha pasado por la cabeza que simplemente no me interesas? ¿O que solo te he querido para pasar un buen rato? Pues bien, voy a...

—Vengo a despedirme.

Me detuve. Mi boca se quedó a medio decir, y todo mi discurso quedó olvidado. Quedó solamente una palabra.

—¿Des-despedirte?

Derek por fin entró. Dudó mucho al cerrar la puerta, pero solo dejó una delgada rendija para después posar su atención en mí.

Y me percaté mejor en su expresión. Parecía resignado.

—No he venido a presionarte. Lo he pensado mucho y créeme que estaba muy dispuesto a hacerlo. Pero creo que ambos somos lo bastante grandes como para andar con este tipo de juegos.

Despedirse. Él se estaba despidiendo.

—Tú... sabes que me gustas —continuó—. He dejado en claro mis intenciones desde que prácticamente te conozco. Puede que incluso me gustes más de lo que pensaba o tal vez... —carraspeó y sacudió la cabeza—. En fin, quería decirte que me importa mucho lo que sea que te pase. Quiero decir, me importas, Sam. Y me preocupas. Quisiera ayudarte pero... ahora sé que no puedo obligarte a aceptar mi ayuda, y mucho menos a responderme. No tienes que contestar a nada, estás en tu derecho.

Tardé tanto en volver a hablar, en volver a emitir palabra, que temí haberme quedado muda.

—Gracias.

Derek permaneció a la espera de algo más, pero cuando comprendió que no añadiría nada, se llevó una mano a la nuca, incómodo y dudoso.

Aun así, y como siempre era común en él, siguió hablando.

—También por eso he decidido que lo mejor será que me vaya. Tal vez deje Dollsville un tiempo, lo más probable es que solo consiga otro sitio donde me concentre en escribir. Aún no lo decido, pero sé que me iré.

—¿Por qué? —y al darme cuenta que lo había dicho en voz alta, agaché la vista avergonzada. ¿Cómo es que todavía me atrevía a hacerle una pregunta, cuando yo no era capaz de responder las suyas?

Sin embargo, Derek contestó.

—Yo... —suspiró—. Te diría que son ideas de mi madre, pero lo cierto es que no me siento cómodo con... Esto. Es decir, no solo por el trabajo. Me refiero que a diferencia de ti, yo no puedo seguir en el café sin dejar de pensar en lo que pasó, o actuar como si nada hubiese ocurrido ¿sabes? A mí no se me da muy bien todo eso de fingir. No puedo mentirme a mí mismo creyendo que... Creyendo que nada de lo que ocurrió ayer no pasó. No puedo. Y así como respeto tu silencio, espero que comprendas mi decisión de hacerme a un lado.

A él no se le daba bien fingir. Pero a mí sí. Se me daba perfecto. Y confirmarlo fue lo que más me lastimó.

Podía fingir que lo de Katy no me interesaba. Y podía fingir que él no me importaba.

Porque si lo hacía, entonces ayudar a las chicas sería más difícil, anhelando con el día en el que tuviera que irme.

Porque si lo hacía, no sabía cómo podría armarme del valor suficiente para enfrentarme a Lucian, aunque estuviera dispuesta a hacerlo.

Y porque, si fingía que no sentía nada por él, entonces no me dolería tanto ser yo, y no me dolería que se despidiera.

—Vale.

Derek me extendió la mano, y sonrió de esa manera dulce, linda y tierna que tanto me gustaba.

—Adiós, Sam.

Se la estreché, y aunque no supe cómo, conseguí dar con las palabras.

—Adiós, señor Hard.

Me quedé unos segundos después de que él se hubo marchado. Pensando en... ¿en qué? Con eso muchas de las cosas que me desesperaban daban con una solución. Ya no tendría por qué preocuparme tanto por el asunto de la fotografía en caso de que Derek lo supiera, porque sin duda haría muchísimas preguntas. De hecho, podía aprovechar el tema para entablar una conversación con Katy sin mortificarme por lo que pudiera ocurrir con él. Sonaba bien, y si se lo planteaba con cuidado a Lucian, posiblemente le complacería saber que me había librado de un estorbo para al fin enfocarme en la chica.

No más sentimentalismos ni visiones extrañas en la cara de clientes. No más tentación ni dolores de cabeza. No más distracciones, ni alarmas de un estúpido código negro.

Era algo que había ansiado por tanto tiempo. ¿Por qué entonces me seguía doliendo su despedida?

—Samanta —me llamó el señor Jesper desde un sitio cercano cuando pisé afuera—. ¿Qué esperas?

—Sí, lo siento. Ya voy.

Recogí un paño, mi libreta de notas, y salí a dar el mejor papel de mesera insignificante.

No localicé a Wilma, por lo que cualquier temor que hubiera tenido en caso de que ella sospechara la verdad detrás de la foto fue haciéndose más pequeño hasta desaparecer. Y en cuanto a Katy, ya tenía miles de frases y argumentos para llevarle la contraria y tal vez ganarme un poquito su confianza, o, si acaso, una oportunidad para que me permitiera acercarme a ella.

Al igual que los últimos días, el café no tardó en llenarse y me vi envuelta en medio de todo el trabajo, olvidando todo cuanto había pasado.

—Samanta, ¿has visto Wilma? —preguntó el señor Jesper.

Miré a nuestro alrededor, mientras esperaba que una orden estuviera lista.

—No desde hace mucho.

El señor Jesper gruñó, pero siguió haciendo lo suyo.

Como si la hubiéramos invocado, Will decidió aparecer, abriendo la puerta de servicio y con la respiración desbocada acompañada de algunos mechones sueltos. Nuestro jefe se le acercó con cara de pocos amigos.

—Will...

—Lo siento señor Jesper —tomó una coleta y se hizo un nudo—. No volverá a ocurrir. Necesitaba solucionar un asunto urgente.

El hombre masculló algo, replicó una reprimenda y lo dejó pasar.

Anunciaron que mi orden estaba lista, así que la tomé para llevarla a las mesas, pero Wilma me retuvo con una mano sobre el hombro. Me tensé.

—Will, yo...

—Lo siento mucho, Sam —dijo con el rostro marcado de vergüenza—. Me disculpo por lo de Katy, no sé qué se le habrá pasado por la cabeza. No debió actuar así contigo.

Me quedé perpleja.

—Está bien.

Asintió. Luego sacó su libreta de notas de uno de sus bolsillos y comenzó a despotricar, caminando a mi lado sin que le importara que alguien la alcanzara a escuchar.

—De verdad, no sé qué tiene esa mujer ni qué tipo de hierba se fumó esta mañana. No entiendo por qué Derek la tolera tanto, a veces me cuesta creer...

Hice equilibrios con las tazas que tenía, asintiendo mientras hablaba. Cuando volteé para despedirla...

—...creer que alguien como él pase mucho tiempo con ella, es un...

Entró Lucian.

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