CAPÍTULO 6

Mi turno había concluido.

Siempre me sentía mal por el hecho de dejar un trabajo tan pesado a los demás, en especial porque era en el fin de mi turno cuando comenzaba a llegar más gente, pero si me retrasaba en mi tiempo límite para llegar a casa, Lucian haría más que solo reñirme.

Avancé hacia la puerta de servicio, pero un grito me detuvo en seco.

—¡Samanta!

Me giré. Wilma venía a paso rápido a mi encuentro, con los ojos febriles y ansiosos. Al detenerse frente a mí noté que tenía las manos nerviosas y miraba a todos lados.

—Samanta —balbuceó—. Necesito que hagas algo por mí.

Pestañeé, incrédula.

—Lo sé, lo sé, suena raro, pero de verdad quiero que me ayudes. En el callejón de al lado verás a un chico con cabello largo que estará recargado contra la pared. Dime que puedes coquetearle.

—¿Que yo qué?

—¡Te pagaré lo que quieras! —rogó—. Dime el precio y que podrás hacerlo, ¡por favor!

La situación se era incongruente, ¿por qué?, ¿cómo?, ¿por qué a mí?

—No lo entiendo, ¿por qué necesitas que vaya a coquetear con él?

"¿Y por qué yo?", pero me abstuve de decirlo.

—La razón es... —cerró los ojos—. Se trata de mi ex novio y no quiero que esté aquí. Necesito que lo entretengas mientras llamo a mis padres.

—Pero, Wilma...

Habló rápidamente:

—Es una larga historia y te la contaré otro día. Sé que no te he dado motivos para que me ayudes, pero te suplico que me eches una mano, ¡te lo ruego! Prometo que te lo pagaré después. Solo dime cuánto quieres.

Me removí en mi lugar, incómoda.

—¿No puedes llamarlos ahora?

—¡No sabes lo que está dispuesto a hacer él en ese lapso de tiempo! En cualquier minuto entrará y creará un alboroto solo para hacerme salir —me tomó de los hombros y di un paso hacia atrás—. Ninguna de nosotras querrá eso, te lo aseguro.

Busqué mi reloj. Noté que ya llevaba un poco de retraso para tomar el autobús.

—Lo siento, debo irme. No me permiten estar afuera más de lo estrictamente necesario, mi transporte llegará en cualquier momento.

—¡Le pediré a un amigo que te lleve! No te preocupes por eso. ¡Por favor, di que sí!

Esperó ansiosa mi respuesta. Se veía tan desesperada, y durante ese día la había visto tan preocupada. Aún recordaba esa escena en el pequeño cuarto de limpieza. ¿Y si lo hacía?

Pero, por un lado, estaba Lucian.

Wilma observó detenidamente mi expresión, y comprendió que me estaba perdiendo.

—Samanta, te juro que no te volveré a pedir nada más. Y, sobre todo, si no me ayudas, esto se pondrá tan feo que el señor Jesper tendrá que cerrar.

Eso sí que me convenció.

—De acuerdo, enséñame quién es.

En una esquina del local estaba un joven de cabello trenzado. Era moreno, y por extraño que me pareciera, apenas si me llegaba a la altura de la nariz. Cuando salí, me miró de arriba abajo, aunque luego desvió la vista.

Todo lo que sabía acerca de la seducción era gracias a Karla, pues los primeros meses con Lucian ni siquiera supe lo que tenía que hacer. La primera noche que ejercí sola en las horas activas fue de las peores, al menos para mí. Ella había sabido aconsejarme para soportar el mal trago.

Lo que más se me había grabado de todas sus recomendaciones fue:

"Cuándo lo hagas, piensa en otra cosa".

Aquello se me había impregnado tanto, y lo utilizaba con demasiada frecuencia que ya se me hacía natural. Karla me decía que era muy parecido a la actuación: te imaginas un escenario, un personaje y un sentimiento, todo lo demás viene solo y con la práctica.

En este caso supuse que podría servirme de ello.

Carraspeé para encontrar el tono correcto de voz, enderecé más la espalda y procuré relajarme. Por último, comencé a imaginarme que me encontraba en otra situación. Aquel chico y yo no estábamos frente a un café, sino en las habitaciones de las horas activas. Y él no era un joven nervioso que parecía a punto de explotar, sino un cliente seguro de que había pagado por un servicio.

Mis servicios.

Adopté la personalidad de una chica segura de sí misma. No tenía miedo de que alguien me viera en acción fuera de casa, sobre todo, porque ese chico me atraía como un imán. Estaba dispuesta a todo con tal de que se fijara en mí. Cuando me le acerqué, mi voz salió como una suave seda, hipnótica y melosa.

—¿Necesitas ayuda?

Parpadeó en mi dirección, y luego miró a su alrededor, en un claro intento de ignorar mi presencia. No aparté mis ojos de él y paso a paso, lentamente, disminuí nuestras distancias, aunque respetando todavía su espacio personal. Algo que me había aconsejado Karla era que primero debía tantear la actitud del cliente, sobre todo si este era alguien del que desconocíamos sus deseos.

El muchacho se removió nervioso, y cuando finalmente no pudo seguir ignorándome, preguntó.

—¿Hablas conmigo?

Me dejé caer a su lado, relajada y calmada. Si él se encontraba nervioso, entonces yo debía transmitirle mi propia serenidad. Aquello funcionaba muy bien en la mayoría de las veces.

—Veo que estás esperando a alguien —otro consejo: siempre era excelente iniciar con una conversación. Mis palabras lo relajaron, aunque todavía lo notaba tenso—. Puedo ayudarte si lo necesitas —al ver que ya se encontraba más calmado, me atreví acercarme más, hasta casi rozar su brazo con el mío—. Soy muy buena consiguiendo lo que quiero.

Sin alejarse, lo noté ruborizarse. Estábamos lo suficientemente cerca como para que la gente mal interpretara la situación. Sus ojos me escanearon rápidamente de arriba abajo, deteniéndose tan solo un segundo de más sobre mi busto.

A esas alturas, comprendí, sería más sencillo entretenerlo.

— Oh, pues verás, creo que... no lo sé.

Le sonreí.

—Bueno, ¿qué tal si me quedo esperando contigo? —comencé a acariciarle el brazo con un dedo, y de inmediato noté el cambio en su cuerpo. Bien, íbamos bien—. ¿Qué tal te apetece la idea?

—Yo...

Tomé su mano, sintiendo que el pulso se le había acelerado.

—Vaya, tienes unas manos muy cálidas —acaricié su palma con un dedo—. ¿Qué haces con ellas la mayoría del tiempo? —lo miré con una clara sugerencia, mientras llevaba su mano muy cerca de mi pecho.

Siguió mis movimientos con boca entreabierta.

—Bueno, creo que...

—¿Qué está sucediendo aquí?

Ambos nos giramos hacia aquella autoritaria voz. Justo en frente de nosotros, Derek nos dedicaba una reprobatoria mirada.

—Alfred, ¿qué es lo estás haciendo?

El joven había dado un salto completo hacia atrás. Todos los nervios que había conseguido disipar se había congregado de nuevo en sus hombros. Miró muy nervioso en mi dirección.

—N-no es lo que piensas —respondió.

—Tienes cinco segundos para salir de aquí o les diré a los oficiales que esta vez te metan al agujero. Sabes bien que no puedes estar a menos de diez metros de tu ex novia.

El tal Alfred lo miró aterrorizado, y sin pensárselo dos veces echó a correr.

Lo observé hasta que desapareció por una esquina, y cuando volví a ver a Derek, sus ojos me escudriñaban con severo juicio, acusadores, pero, sobre todo, decepcionados.

—Wilma me ha llamado. No sé qué es lo que te pidió hacer, pero aquello no se veía nada correcto.

—Yo solo estaba...

—Vi muy bien lo que estabas haciendo —se dio la vuelta—. Ahora sube al auto, te llevaré a dónde vives.

Me sentí cohibida por aquella nueva actitud, y para mi propia sorpresa, muy apenada. Había hecho uso de algo que solo utilizaba en la casa en horas activas de trabajo, por lo que haberlo hecho frente a Derek me revolvía las tripas. Sin embargo, tenía contado el tiempo para regresar antes de que Lucian o alguien más se diera cuenta de mi retraso, por no decir que había perdido el autobús. No tenía más opción que acompañarlo.

Incómodo sería una palabra demasiado corta para describir aquel pequeño viaje.

Quería decir algo, pero no se me ocurría nada. Me limité a señalarle por dónde era el camino hacia casa. Mi plan era acercarme lo suficiente para no llegar tarde, pero no lo bastante para que él se diera cuenta de dónde vivía. Se le notaba lo frustrado que estaba por no decirle mi dirección precisa, pero ni de loca pensaba darle tremenda información personal.

Aun así, no entendía por qué me fastidiaba tanto nuestro silencio, pero por alguna razón, estar en un espacio tan pequeño con un Derek ajeno y distante me generaba un gran disgusto, y ¿para qué negarlo? Sentía que, de alguna manera, las cosas entre nosotros habían cambiado. Lo cual me parecía todavía más incomprensible, pues aquello era lo que más había estado esperando desde que lo conocía; sin embargo, en vez de sentirme aliviada, solo deseaba salir de aquel auto y no volver a cruzarme con él y sus honestos ojos café.

—Oye, ¿recuerdas aquella vez en el café donde...? —Él me miró muy serio, así que dejé de hablar. No me quedó de otra que llevarme una uña a los dientes.

Al verme, Derek negó con la cabeza.

—No hagas eso.

—¿Qué cosa?

—Comerte las uñas.

—¿Qué tiene de malo?

Permanecimos otro rato en silencio. No podía esperar a que toda esa situación ridícula se esfumara.

—Es un terrible hábito de higiene y además te hace parecer incómoda. No lo estés.

—No estoy incómoda.

—¿No? Pues verte así me pone nervioso y solo me pasa cuando la persona que está a mi lado se siente incómoda.

—¿En serio? ¿Tú nervioso?

—Sorprendente, ¿no? Así que te agradecería que te relajaras y disfrutes del pequeño paseo.

Obligué a mis manos quedarse quietas, pero seguía moviendo los dedos. Derek suspiró. Después de unos minutos, por fin lo escuché decir:

—Oye, ese coqueteo con el muchacho..., se vio demasiado real ¿no crees?

—Bueno, la verdad es que resultó demasiado fácil.

Él apretó la mandíbula.

—Coquetear de esa manera no debería resultar fácil.

—Tú te desenvolviste muy bien cuando lo intentaste conmigo.

—No es eso a lo que me refiero.

—¿Te molesta que la gente vaya coqueteando en público?

—No si tomamos en cuenta que el primer día yo lo estaba insinuando contigo. Aunque admito que intentar morderte no lo consideraría una forma de coqueteo frecuente, pero existe una ligera diferencia entre lo que hice yo y lo que hacías tú con el chico.

—¿Ah sí?, ¿cuál?

—Sin considerar el dato muy importante de que él acaba de cumplir la mayoría de edad, por lo que prácticamente era un niño, pues esto —puso una mano presionando su pecho de forma exagerada.

No pude evitar que me saliera la risa.

—¿Eso? ¡Pero si es parte del cortejo!

—No, eso es vulgar.

—Y vas a decirme que ustedes los hombres no son vulgares.

Me fulminó con la mirada.

—No todos somos así.

—No apartes la vista del frente. ¿Me estás diciendo que tú no te sentirías atraído por una chica que intenta impresionarte con sus artes femeninas?

—No sé de dónde te metes esas ideas en la cabeza, pero eso no se considera arte.

—¿Y tú qué sabes de lo que es o no artístico?

—Soy escritor.

—Ajá, y eso te convierte automáticamente en especialista del arte.

—En lo absoluto. Pero veo cosas y me gusta analizar a las personas. Tú solo hiciste que me confundiera.

—¿Por haber coqueteado con ese chico y no contigo?

—Porque actuaste como si no fueras tú.

Hubo un largo silencio.

—¿Qué?

—Te he visto, Samanta —confesó con los dedos apretados al volante—. El día de ayer y toda la semana, eras una chica muy animada por un trabajo que a nadie le gusta. Incluso vi que disfrutabas sacar la basura del bote del baño a escondidas y noto cómo te las apañas para que los cristales queden relucientes estando dispuesta a repetirlo tres veces más si resulta necesario —dio una pausa—. Y hoy fuiste otra persona, no una trabajadora esforzada y entusiasta, sino alguien que no... esperaba ver en ti, una chica que solo quería sexo con un desconocido para sacar provecho de ello como si... —no terminó la frase—. Dime, ¿cuál de las dos eres en realidad?

Oh ¿por qué? ¿Por qué me metía en este tipo de conversaciones? ¿Cómo es que todo lo que decíamos nos redirigía en esa dirección? Preguntas, respuestas, mentiras y verdades. Ni siquiera podía explicarle por qué debía bajarme mucho antes de llegar a mi destino para evitar que llegara a la casa. No bastaría con solo mostrarme huraña con él, ni siquiera con ignorarlo. por lo que no dudé en hacer lo que estaba a punto de hacer.

—Detén el auto.

—¿Qué? ¿Te das cuenta que estamos en mitad de la autopista? Además, en esta zona ni siquiera veo un auto, ¿cómo esperas que yo...?

—¡Qué detengas el auto!

—¡De acuerdo! Tranquila, deja que me orille.

Cuando aparcó, abrí la puerta y salí dando un portazo.

—Tú no sabes nada sobre mí. Si coqueteo con un hombre no tendrías por qué cuestionarlo. Y con respecto a estar observándome mientras trabajo, te diré que suena mucho más vulgar que acariciarte los pechos frente a un desconocido —estaba muy enojada, aunque no sabía exactamente la razón—. Te exijo que no intentes seguir averiguando nada más sin mi consentimiento. De hecho, te pido que no me hables.

Me di la vuelta.

—¡Samanta!

Lo miré.

—¡Que consta que a mí me dijeron que tú también llegaste a coquetear conmigo!

Le mostré el dedo de en medio, pero en vez de sentirse insultado, Derek elevó una de sus estúpidas sonrisas.

Cuando estaba a un par de calles de llegar, intenté tranquilizar mi respiración, porque nuevamente, sentí que había estado tan cerca de perderlo todo.

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