CAPÍTULO 55

«Por una mirada, un mundo.
Por una sonrisa, un cielo.
Por un beso...
¡Yo no sé qué te diera por un beso!»

Gustavo Adolfo Bécquer

Casi dejé caer la caja. Derek permaneció esperando, inmutable.

—No lo hago.

Reafirmé el peso, dispuesta a colocarla en su sitio. De pronto, él me sorprendió tomándola entre sus brazos sin aparente dificultad. Por mi parte, procuré clavar mi vista en una de las esquinas de la habitación.

—Sí, sí lo haces.

Lo escuché acomodarla. Intenté cargar con otra y también se apoderó de ella, solo que a diferencia de la anterior, él buscó mirarme directo a los ojos mientras la mantenía en el aire.

Le sostuve la mirada unos segundos, pero luego la desvié.

—Eso —dijo—, se le llama esquivar.

—Solo estoy haciendo mi trabajo.

—Y lo haces bien, pero me temo que no es la respuesta que busco.

Colocó la caja en su sitio y aproveché para tomar una de las más lejanas para no darle la oportunidad de arrebatármela, y de paso, no cruzarme con sus ojos.

La nueva caja que yo cargaba contenía pequeños sacos de harina, igual de pesada que las demás. De todos modos, fingí que podía soportar su peso. Cuando pasé cerca de Derek, lo vi dispuesto a quitármela, pero lo rechacé con una mirada hostil.

—Como dije, este es mi trabajo.

Él alzó las manos en señal de paz.

Examiné el dispensario. Que yo supiera, la harina se almacenaba en la parte de arriba para evitar accidentes con los frascos de mermelada y miel. Busqué la escalerilla y la posicioné de tal manera que me permitiera subirla. La levanté sobre mi cabeza, sintiendo cómo me temblaban los brazos.

—Te estás comportando como eras antes —lo escuché decir cuando con la fuerza de su brazo me ayudó a empujarla hasta arriba y acomodarla. El movimiento hizo rozara mi hombro y me apresuré a bajar de la escalera para mantener la distancia—. ¿Hice algo malo?

—No.

—Entonces no comprendo.

Ignorándolo, fui a por otra caja y esta vez él no dudó en apoderarse de ella. Sin embargo, para mi mayor exasperación, no la colocó en su sitio. En vez de eso me miró expectante.

—No hay nada qué comprender —repliqué—, ¿quieres devolvérmela o la pondrás en su lugar?

Él apretó la boca, frustrado y tozudo.

—Sé que no te gusta responder preguntas.

—Tienes razón, ¿puedes hacer lo que te pido?

—Tanto como yo comienzo a detestar no recibir respuestas.

—Pues qué le vamos a hacer. Vamos, la caja.

—No antes de que me respondas por qué me has estado esquivado todo el día.

—No tengo por qué responderte nada —le arrebaté la susodicha—. Si no vas a acomodarla, lo haré yo.

Me la quitó de nuevo.

—¿Fue algo que dije?

—¡No! —quise apropiarme de ella otra vez, pero él la retuvo con fuerza—. Derek, suéltala ya.

—¿Fue por lo que pasó con Katy?

—Ella dejó muy en claro lo que pensaba al respecto —hice un nuevo esfuerzo, pero era imposible, ¡él era imposible!—. Derek...

—¿Temías que te hiciera preguntas?

—¡Tú me estás haciendo muchas justo ahora!

Lo vi analizarme. Por los amantes, ¿por qué ese hombre no podía dejar las cosas en paz?

—Quiero entenderte, Sam.

—No necesito que me entiendan. Necesito acomodar, esa, caja.

Vaciló, y por fin la puso en su sitio.

—Déjame ayudarte.

—Derek, no requiero...

—No me refiero a lo que sea que te está pasando por la cabeza —observó las otras cajas que nos hacía falta organizar—. Tú sola no vas a poder acomodar todo esto.

Recapacité la situación. Cierto era que el motivo preciso por el que había decidido ordenarlo todo sola, fue porque quería esquivarlo. Consideré decirle que ya no estaba interesada en acomodar nada, pero en tal caso, Derek concluiría que estaba así por él.

Lo miré con mala cara.

—Está bien.

Una a una las fuimos organizando en silencio sincronizado. Seguía rehuyendo su mirada, además de mantener mi distancia física. Pero su impaciencia por saber qué me sucedía era tan palpable como mi nerviosismo.

—No te cayó bien Kat.

Claro, había olvidado que a Derek se le daba fatal estarse callado.

—Yo a ella no le caí bien.

—Es solo porque no te conoce aún.

—Tú tampoco me conoces por completo.

—Pero sí lo suficiente.

—Eso quieres creer.

—Porque tú no me dejas.

Gruñí.

—Sólo —hablé entre dientes—, continúa acomodando.

Su siguiente silencio duró apenas unos breves segundos.

—Ella te ve bonita.

—No me impor... ¿Qué?

—Katy admitió que tienes una apariencia poco vista por estos rumbos, y por lo tanto demasiado atrayente.

—¿Qué quieres ganar con eso?

—¿Quién dice que gano algo? Sólo repito un comentario que ella soltó al verte.

—Pues muy bien. Me alegro por ella.

Acomodé la siguiente caja. De alguna manera en la que no fui consciente, Derek se había asignado las cajas destinadas al estante superior, dejándome a mí con aquellas que pertenecían a los espacios inferiores, las cuales consistían en ser las más pesadas, pero obviamente no se lo diría, aunque comenzaba a sentir un dolor en la espalda.

Tardé en darme cuenta que Derek se había quedado estático, así que me atreví a encararlo.

Tenía una enorme sonrisa pintada por toda la cara.

—¿Qué?

—Ya sé que tienes.

—¿Perdón?

—Estás celosa.

—¡Ja! ¿Qué? —solté una carcajada—. ¿Celosa? ¿De qué?

Derek cambió su expresión a una socarrona, con la respuesta evidente en sus facciones.

—Deliras —dije yendo por otra caja—. Yo no estoy celosa.

—Ahora la escena del té cobra sentido. ¿Y sabes qué? Me alegro, porque dicen que Katy y yo podríamos ser pareja.

—¡Vaya! Felicidades.

—Gracias.

—No hay de qué —vi la caja que él aún sostenía—. ¿Vas a guardar eso o no?

Todavía con su sonrisa de lado a lado, la colocó en su sitio. Ese sujeto no tenía remedio. Cada cosa de él me sorprendía más y no sabía si era para bien o para mal.

Cuando dejé la siguiente caja y me di la vuelta, vi que él me ofrecía otra.

—Yo iré por mi propia carga si no te molesta.

—O podríamos terminar antes si lo hacemos así.

Giré los ojos, pero se la acepté de todas formas.

Mientras me pasaba la siguiente, deseé que aquella fuera nuestra última conversación. Pero no, Derek siempre quería hablar más.

—¿Terminaste el libro?

Iba a responder con un rotundo "no", sin embargo, titubeé. No se trataba de una pregunta personal, sino de verdadera curiosidad. Un tema que habíamos dejado desde la otra vez.

—La verdad es que no.

—Me lo suponía.

Me sentó mal escucharlo. Aquel regalo seguía esperando a que terminara de leerlo. No obstante, desde lo de Anne y Karla me había limitado a velar por ellas. No tenía pensamiento para nada más.

—¿Y qué te dijo Layla? —preguntó.

—Nada.

—¿Nada? Creí que habías dicho que temías que te preguntara tu opinión.

—Pues ya ves. No me dijo nada.

Derek hundió el entrecejo mientras me pasaba otra de las cajas.

—Qué raro.

—¿Por qué?

—Desde nuestra conversación, me dejó muy en claro lo qué pensaba hacer con los libros que quería escribir. Se veía muy apasionada por preguntar cosas indebidas.

—Pues solo se los devolví y no hablamos más del tema.

Derek enmudeció repentinamente. Cuando me volví hacia él, noté que apretaba la caja con enojo creciente.

—Ya veo.

Se la quité, procurando no rozar nuestras manos. La debilidad de mis brazos junto con los temblores se había incrementado, y me preocupé que preguntara al respecto, sin embargo, pareció no darse cuenta.

—Sí, al parecer ya no tiene tanto interés en el tema de encontrar el éxtasis sexual. Algo que deseaba que dejara de discutir ¿sabes? Me dolía la cabeza de tanto oírla hablar de eso.

—Supongo.

Observé sus movimientos más lentos, casi como si fuera un zombi y lo hiciera por compromiso. Aproveché que no me prestaba atención para masajear mis músculos, porque en serio comenzaban a dolerme.

—Y también es un tema que dejé yo —dije cuando le acepté la siguiente caja—. Ya me harté de buscarle sentido. Hay cosas más importantes por las cuales preocuparse.

—Estoy de acuerdo.

Me giré otra vez, esperando ver la siguiente carga, pero Derek había permanecido sin moverse.

—Y mira, ya no tenemos más temas de conversación, incluso te has quedado callado. ¿Habrá sido eso lo único que nos unía como supuestos amigos? —Derek me observó de manera extraña—. ¿Podrías pasarme otra caja?

No lo hizo.

—No, ya no tenemos más temas de conversación.

La mirada que me dedicó me resultó incómoda.

—Derek, ¿me pasas otra caja?

—Mi hermana —musitó—. Mi hermana está muerta.

Agachó la vista como si a él también le sorprendiera haberlo dicho. Poco después la levantó, reflejando demasiadas emociones. Ira, tristeza, furia, impotencia. Además de otras que no pude darles nombre.

—¿Tenías una hermana?

La preguntaba había sonado menos estúpida en mi cabeza.

Derek suspiró pesadamente, y por fin se aproximó a tomar la caja, una de las pocas que quedaban.

—La tenía. Hasta que alguien decidió que su vida valía menos que el deseo de satisfacerse así mismo.

Era una confesión demasiado dura, lo notaba en la manera en que tragaba saliva y apretaba la mandíbula.

Miré la pila de cajas organizadas y chequé mi reloj. Terminé por mirarlo a él.

No sabía qué estaba haciendo o por qué, si se trataba de una buena idea o simplemente el cerebro dejó de funcionarme. Solo supe que la voz que había estado sonando en mi cabeza desde que salí de casa fue haciéndose más pequeña, convirtiéndose en un susurro que decidí ignorar.

—Lo siento.

Derek asintió afligido. No dijimos nada, y pensé que eso sería todo, pero él continuó hablando.

—Yo... todavía no había terminado la carrera cuando decidió vivir por su cuenta. Nuestros padres se pusieron como locos, pero si tú crees que soy insistente, es porque nunca la conociste a ella.

«Mi madre estaba espantada, y mi padre no dejaba de amenazarla con tal de que regresara a casa. Fui el único que no se opuso, pues sabía que no serviría de mucho y opté ponerme de su lado».

Quise decirle que no tenía por qué seguir contándomelo, pero él, muy fiel en lo que creía que hacía, prosiguió:

—La única condición que le dieron el día que se fue era de estar siempre en contacto, y ella se encargó de cumplirla sin falta. Eran llamadas muy cortas, hechas por compromiso, aunque solo así mis padres se conformaron con su decisión. Yo estaba tan concentrado en mi propia vida que no le tomé importancia. Así que... cuando la última vez que hablé con ella sentí un mal presentimiento, hice caso omiso y la despedí de lo más normal.

Lo escuché inhalar aire, como si quisiera alentarse así mismo.

—Nunca hubiera conocido la existencia del sujeto que la atacó sino fuera por ese día, en el que mi padre me confirmó que la encontraron... muerta a medio vestir en mitad de su cocina. No recuerdo el resto de lo que nos dijeron, no quería saber ni su nombre ni mucho menos su cara porque si lo supiera... no estaba seguro de lo que haría después.

—Te sientes culpable.

—No, yo no fui quien la mató —tragó saliva—. Pero, sí que pude hacer algo. Era su hermano mayor y pude haberla convencido de no hacer esa locura, insistir en que me dijera si estaba pasando problemas, cualquier cosa... Pude haberla protegido y no lo hice.

—No tenías idea de lo que le sucedería.

—Y aun así, pude haber hecho algo.

Decirle que se equivocaba iba sonar hipócrita de mi parte, porque aunque no quería admitirlo, sabía muy en el fondo, que él estaba hablando de la misma manera que yo lo había hecho hace unos días.

Si tan solo hubiera actuado diferente.

Derek no era tan distinto a mí después de todo.

—¿Por qué me has contado todo esto?

—Dijiste que no teníamos más temas de conversación. Y sentía que te debía una explicación a mi cambio de actitud del otro día.

—¿Cuando me llamaste?

Asintió.

—Esa fue la fecha en que murió. Mi madre siempre me llama para cerciorarse de que estoy bien, y yo intento no recordarlo, pero...

Mi mano se posó en su hombro.

Fue un movimiento involuntario, uno que no pensé del peso que tendría hasta que pasaron los minutos en el que ninguno de los dos añadió más, y cuando reparé en ello recuperé la mano. Derek ni siquiera se inmutó.

Volví a verlo como ese día. Decaído. Con los hombros agotados y la mirada perdida. Sin ser el hombre alegre y extrovertido que le había conferido desde que lo conocía.

Deseé ofrecerle en ese momento algún apoyo, pero no sabía cuál ni cómo sin verme afectada por él, ni mucho menos sin involucrarme más de lo que ya estaba. Dudando, dije lo primero que pensé que podía decir:

—Yo, eh... ¿me pasas la siguiente caja?

Parpadeó, y fue como si se despertara y notara dónde se encontraba. Aun así, lo hizo sin ningún otro comentario. Cuando me la entregó, sentí que todo el peso se me iba encima, pero fingí que podía con ello.

Una vez en su sitio, continué sin saber qué más decir.

—Creo... —carraspeó—. ¿Quieres que le avise a Will que hemos dejado esto casi listo?

De alguna manera formulé una respuesta.

—De acuerdo.

Lo sentí alejarse, y en cuanto cerró la puerta, reposé mi cabeza contra la despensa.

Y suspiré.

¿Pero qué pasaba conmigo? Había apagado mi consciencia, y en su lugar lo único que había quedado era las intensas ganas de escucharlo. Nada de lo que me había propuesto ese día había tenido éxito. Ni lo de Katy, ni apagar mis emociones, ni mucho menos ignorar a Derek. Él era alguien que simplemente, no podía ignorar. Me daba cuenta, y aunque lo intentara o me esforzaba en no tomarle importancia, resultaba imposible. Entre más tiempo pasaba con él, más quería conocerlo, y más quería que me conociera a mí.

—Esto es ridículo —hablé al aire—. No puedo sentirme mal por algo así. No ahora.

Me alejé un par de pasos para contemplar lo que entre los dos habíamos organizado. Una pila casi perfecta de cajas. Bueno, había acabado, ¿y ahora qué? Faltaba todavía mucho tiempo para que finalizara mi turno y sabía que por ningún motivo debía salir al área de las mesas, donde de seguro Derek aprovecharía para mirarme y yo mirarlo a él. Sobre todo, yo a él.

Mi mente me llevó a sus ojos sinceros que me provocaban más emociones de los que quería sentir.

Repetí el mantra, con la esperanza de que me ayudara a ignorarlo.

Pero este ya no surtió ningún efecto.

Alicaída, dejé que la imagen de su rostro triste me bombardeara, cerrando mis propios ojos para permitirme una mejor visión de ella.

Ya, qué importancia tenía negármelo más o esforzarme en que podía controlarlo.

No solo me gustaba Derek.

Me estaba enamorando de Derek.

Esa era una frase demasiado fuerte para mí. Mi conciencia no tardó en decirme que debía estar idealizándolo, su historia me había dejado realmente afectada y a lo mejor solo era mi deseo de consolarlo. La idea de que se tratara de algo así me aterraba, teniendo en cuenta que sabía cómo reaccionarían las chicas si lo descubrieran, o peor.

Que Lucian lo supiera.

Tenía que haber una segunda explicación, de lo contrario no...

—Sam —me sobresalté—. No encuentro a Will, creo que ella está... ¿Qué haces en el suelo?

Extrañada, seguí la dirección de su mirada. No me había dado cuenta que tenía una caja aferrada contra el pecho, la última que nos había faltado acomodar.

Me apresuré a levantarme. La caja no era tan pesada, pero me dolían tanto los brazos que estuve a punto de hacerla caer.

—Espera, deja que te...

—No —corté, dando un paso atrás. Derek se quedó perplejo—. Yo puedo. Ya me has ayudado bastante.

Me giré con cara al dispensario. Busqué un espacio sobrante donde ubicarla, hasta encontrar uno que se hallaba a la altura de mis ojos.

Levanté la caja.

Y sentí calambres en las manos.

—Sam —Derek se acercó hasta tomarla—. Estás muy...

Sentí el roce de sus manos en las mías y retrocedí bruscamente.

Mi cuerpo chocó contra el dispensario, y este se tambaleó amenazadoramente sobre mí.

Solo sentí el cuerpo de Derek chocar contra al mío un instante antes de que escucháramos algo derramarse en el suelo. Impactamos contra el dispensario, haciendo caer la escalerilla de camino y provocando que el gran mueble se tambaleara por el choque. Desde abajo, nuestros ojos miraron con horror cómo todo lo que habíamos ordenado se tambaleaba de forma peligrosa al tiempo que llevábamos nuestras manos a los costados del mueble para darle estabilidad, conteniendo la respiración.

El bamboleo se detuvo.

—La otra vez pagué por una taza rota —dijo mirando todavía hacia arriba, en donde las cajas de azúcar se habían movido un poco—. Y una nueva computadora a mitad de precio. Pero no podría imaginarme poder pagar todo esto de haberse caído. ¿Sabes cuánto gano en realidad por las clases de...

Dejó de hablar, y clavó sus ojos en los míos.

Fue como si no nos pudiéramos mover.

Yo respiraba entre jadeos a causa de la conmoción. Derek se había puesto rígido, podía ver mi respiración sacudiéndole pequeños mechones de pelo, el iris de sus ojos café.

Estaba demasiado excesivamente cerca.

Cada parte de mí fue consciente de su cercanía, con mis manos rígidas y los músculos tensos.

Ese era el momento perfecto para volver a mi mantra. Nada de contacto físico, nada de emociones, nada de tontos impulsos que se habían puesto como locos.

—No me veas así —musitó, con su aliento pesado chocando en mi rostro.

Tragué saliva.

Derek me contemplaba la cara. Sus ojos llegaron a mis labios, pero los apartó tan rápido como si tuviera miedo de lo que sea que pudiera estar en ellos. Todo en él gritaba por alejarse, pero al mismo tiempo era como si no quisiera hacerlo.

Yo conocía ese sentimiento.

—Sam, habla, de lo contrario creo que terminaré haciendo algo muy precipitado que no sé si te vaya a gustar.

Lo besé.

Llevé mis manos a su suéter, atrayéndolo hacia mí.

Derek no me correspondió en el instante, pero solo tardó una fracción de segundo antes de acunar mi rostro y regresarme el beso.

Por los amantes, ese beso era...

¿Pero qué estaba haciendo?

Lo alejé, luego lo miré asustada.

—Derek, lo siento, no debí...

Me acercó de nuevo a él y volvió a besarme. Eran pequeños besos, con los párpados cerrados disfrutando cada uno de ellos.

Mi ritmo cardiaco estaba a mil, y tuve que controlar las inmensas ganas de cerrar los ojos como él, dejándome llevar por algo que hacía mucho no había sentido. La sensación de perderme en lo que hacía y no pensar en nada más. Con el beso intensificándose a cada segundo.

"Nada de contacto físico".

Me aparté.

Mi respiración estaba acelerada, y Derek me miraba confundido.

—Esto no debía pasar —murmuré solo para mí, al tiempo que él decía:

—Quiero invitarte a salir.

Ahogué una exclamación. Derek había adoptado una expresión determinada. Febril.

—Quiero invitarte a salir —insistió—. He querido hacerlo desde hace mucho, pero no era mi intención presionarte. Sin embargo, ahora estoy más que seguro que yo también te gusto.

—Derek...

—Puede ser donde tú quieras. Tú propón la fecha, el lugar. Lo que sea. Solo tienes que decir sí.

Anteriormente Wilma me había hecho la misma propuesta, y en esa ocasión casi había perdido la cabeza, con las ansias renovadas de querer huir, olvidar todo lo que me ataba en casa y solo... dejarme llevar.

Con Derek, las ganas que tenía eran más intensas.

—No.

—¿Por qué no?

—No puedo.

—"No puedo". "No estoy segura". "No lo sé". Por favor, dame una respuesta más elaborada esa.

Lo miré con tristeza.

—Derek, tú no sabes ni quién soy. No me conoces del todo.

—Quiero saberlo. Quiero conocerte más. Por favor ya di que sí.

—No —me alejé más de él con brusquedad—. No tienes ni idea de nada. Ni siquiera puedo decirte lo que sé porque...

—¿Por qué?

Enmudecí.

La frustración lo invadió. Veía en su semblante la manera en cómo interpretar todo aquello, intentar entender lo que pasaba y presionarme con esa mirada intensa a que siguiera con mi explicación.

Pero no lo hice.

—Entiendo.

Exhaló y se llevó una mano al cuello.

Permaneció sin moverse, con una desesperación por comprender lo que pasaba. Con pesadez, se encaminó a la puerta.

—Hablaré con Jesper para saber cuánto sería el pago del daño.

Observé el desorden que nos rodeaba. El interior que la caja que había sostenido se había salido, derramando el contenido de lo que parecía ser bolsas de chocolate en polvo.

—No tienes que... —una mirada hacia mí me hizo callar.

—Es una deuda que él tiene conmigo. No lo tomes como si se tratara todo de ti.

Cuando abrió al otro lado, Wilma estaba a punto de tocar.

—¿Terminaron? —sin responderle, Derek pasó por su lado con la postura tensa. Wilma lo vio irse con desconcierto—. ¿Tan mal fue?

—Will, no tengo tiempo para...

—Espera, no he venido a eso —miró a su espalda—. Está libre.

Una mujer de estatura pequeña se adelantó.

—Hola Samanta. Vengo de parte de Helena.

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